Cobardía
Había llegado el momento de la verdad, por fin iba a demostrarme a mí misma, a todas mis versiones, que de verdad había cambiado, que el "no quiero arrepentirme de nada" era algo más que unas palabras sin sentido que me repetía una y otra vez cuando la situación lo requería.
Plantada frente a la entrada del hospital, inspiré un par de veces para infundirme valor. Había decidido que no tenía razones para esperar más, que, si me gustaba el doctor Soler, debía decírselo cuanto antes.
Entré en el amplio y blanco vestíbulo y me dirigí a la zona de cafetería. Era mediodía, así que esperaba encontrarlo ahí. No tuve suerte.
Me paseé por los pasillos llenos de gente que esperaba consulta o que salía de someterse a algún procedimiento leve. Por alguna razón, aunque el hospital me recordaba momentos terribles, empezaba a sentirme más cómoda dentro. A pesar del ambiente, un tanto sombrío, por alguna razón a mí me transmitía seguridad.
Tras más de veinte minutos deambulando, me planteé regresar al vestíbulo y preguntar por Soler, aunque me daba mucha vergüenza. Fue entonces, al girar una esquina, cuando lo encontré. No estaba solo.
Ahora me parecía mentira no haber reparado en su aspecto la primera vez que lo vi. Era guapo, al menos un palmo más alto que yo, tenía el pelo muy oscuro y rebelde. A pesar de las evidentes señales de haber intentado peinarse, varios mechones destacaban, díscolos, huyendo del destino que el peine les había impuesto.
En ese momento se encontraba apoyado contra la pared, junto a una de las máquinas de café del rellano, leyendo unos papeles con expresión ausente. Fruncía el ceño de vez en cuando, luego daba un sorbo a su bebida y seguía leyendo.
Inspiré de nuevo y me dispuse a acercarme, pero entonces una chica se me adelantó. Llevaba una bata blanca, de modo que debía de ser médico.
—¿Por qué me has desautorizado ahí dentro, Jaime? —Quiso saber ella.
—Porque no tenías razón.
—Oye, ya sé que estás enfadado conmigo, pero deberías ser profesional y dejar a un lado los temas personales en el trabajo.
—No seas creída, Andrea —replicó entonces él—. Que me engañaras y me rompieras el corazón no tiene nada que ver con esto. Te he llevado la contraria en la consulta porque creo que no tienes razón, es puro criterio médico.
—Ya, pues te agradecería que la próxima vez me lo digas en privado —contraatacó ella.
—Cuando lo hago, me ignoras. Siempre me menosprecias, y eso es algo que haces tanto en lo profesional como en lo personal...
—Pues si tanto odias trabajar conmigo, pide un traslado.
—¡Pídelo tú! Sabes que estoy en este hospital por Mónica —replicó él. Parecía tan furioso que sentí una instantánea e irracional rabia hacia esa doctora desconocida.
—El problema es tuyo, Jaime. Yo no tengo que hacer nada.
Sin más, la doctora se marchó y él relajó su postura, aunque seguía enfadado. Entonces, al levantar la mirada, me vio.
—¿Lucía?
Me había quedado plantada en la esquina del pasillo, solo a unos metros de distancia, escuchándolo todo.
—Yo... eh... Perdona.
—¿Qué haces aquí?
Iba a responder con la verdad, que lo estaba buscando a él, pero en el último momento, me acobardé.
—He venido... a recoger unos resultados de mi madre —mentí. Él asintió y terminó su café. Sentí ganas de acercarme a él y consolarle—. ¿Te encuentras bien?
—Sí, son cosas del trabajo —mintió él.
—Tal vez deberías dimitir, yo lo acabo de hacer, y sienta de maravilla.
Lo había dicho sin pensar, pero surtió efecto. Jaime me miró de nuevo, sorprendido. El enfado había desaparecido.
—¿De verdad?
—Sí, pero no te preocupes —me apresuré a quitarle hierro al asunto—. Odiaba mi trabajo. Ahora tal vez pueda encontrar lo que de verdad me gusta.
—Vale, entonces... me alegro por ti.
Él me sonrió y yo me quedé mirándolo como una tonta. Sabía que, si había un momento perfecto para pedirle salir, era ese... aunque, una vez más, me asusté.
—Bueno, me tengo que ir —dije—. Adiós.
Me di la vuelta y, como una rata cobarde, salí corriendo.
Caminé de vuelta a casa, aunque unos minutos antes de llegar, tomé asiento en un banco. Necesitaba despejar mis ideas.
Saqué el pequeño cuaderno de mano que llevaba conmigo a todas partes y lo abrí por la hoja de la lista. Había subrayado con colores la última línea, mi mantra, "no arrepentirme de nada" pero parecía que, a pesar de todo, seguía rindiéndome a la cobardía.
"No te agobies, Lucía. Roma no se construyó en un día, y los cambios cuestan" me animó la Nueva Lucía, siempre tan positiva.
"Pero no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy" contraatacó la Antigua Lucía con otro refrán. "Sobre todo en tu caso, ya que para ti el mañana no es seguro"
"No seas bruja" le riñó su némesis, la cara A de mí misma. "Paso a paso, Lucía está consiguiendo grandes avances"
"Solo digo la verdad" replicó la cara B, "aunque sigo sin creer que sea buena idea declararse a ese chico. ¿Qué pasa si la rechaza?"
"No la rechazará, malpensada. Pero si lo hace, ¿qué más da? Al menos no nos quedaremos con la duda"
"Basta, callaos las dos" pedí. "Me dais dolor de cabeza"
Entonces, justo en el instante crítico en que mis dos caras internas estaban a punto de enzarzarse en una nueva pelea dialéctica, mi móvil sonó, y detuvo la batalla.
—¿Diga?
—Hola cariño, soy mamá —escuché al otro lado de la línea—. Oye, se me ha complicado el tema en la tienda, se ha estropeado el frigorífico y tengo que esperar al técnico. ¿Podrías hacer la cena? Tu padre también llegará tarde.
—Tranquila mamá, yo me encargo.
'* • .¸ ♡ ♡ ¸. • * '' * • .¸ ♡ ♡ ¸. • * '' * • .¸ ♡ ♡. • * '
Nuestro querido doctor ha vuelto a aparecer, ¿qué opináis de Soler? ¿Qué creéis que va a pasar a continuación en la vida de Lucía? ¡Os leo!
Mientras tanto, ¿me das un voto? ^.^
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top