39. Un final feliz

Panambí vio aquella pequeña caja adivinando lo que contenía, lo miró y lo vio avanzar hasta colocarse a su lado, entonces se arrodilló ante ella y la observó. Las lágrimas ya escapaban de los ojos de Panambí anticipando lo que venía.

—Has sido mi mejor amiga, mi compañera, mi todo a través de estos años, aun cuando hemos estado separados. Pero ya no puedo ni quiero vivir ni un segundo más separado de vos. Por eso esta noche quiero pedirte que seas mi esposa y te unas a mí para siempre.

Panambí aceptó con un movimiento afirmativo mientras limpiaba sus lágrimas y sonreía. Daniel tomó entonces la cajita en sus manos y la abrió, ella se llevó la mano a la boca en un gesto de sorpresa al ver la hermosura de aquella joya, él la colocó en su dedo anular y luego le sonrió.

—Espero que te guste, te parece a vos. Es una joya hermosa, única, sencilla y perfecta... como vos.

Ella rodeó sus brazos por el cuello de su ahora prometido y lo besó con amor y pasión. Cuando se alejaron, él se sentó a su lado y ella se dispuso a ejecutar algo en aquel piano que ahora sabía suyo. Mientras se dejaba llevar por la vibrante melodía que tocaba, los recuerdos de aquella relación que había empezado con Daniel hacía tantos años atrás empezaron a invadir su mente y ella comenzó a sentirse aún más enamorada, aunque no lo creía posible. Al terminar de tocar lo miró, sus ojos brillaban con emoción y ella sintió ganas de demostrarle su amor en todas las formas posibles.

Se sentó entonces en su regazo, colocando una pierna a cada lado y mirándolo a los ojos. Él colocó sus manos rodeando su cintura y la atrajo más para besarla con ternura y pasión. El beso fue subiendo de tono al tiempo que ambos necesitaban más y más. Daniel acariciaba su espalda y ella enrollaba su dedo en sus cabellos mientras desabotonaba su camisa y besaba su pecho.

El calor que los devoró en segundos, era abrazador, algo mucho más intenso de lo que solían sentir. Quizás por la emoción de lo que acababa de suceder. Daniel acariciaba sus piernas levantando la falda para llegar a sus caderas y ella le iba sacando la camisa.

Pronto y desde la posición en la que estaban ella pudo sentir su excitación y compartiendo aquella emoción empezó a frotarse por él. Daniel respiraba agitado sintiendo muy fuerte dentro suyo la necesidad de tomarla ya mismo, de forma instintiva y salvaje. Empujándola un poco hacia atrás desató el fino bretel de su vestido bajándolo para liberar sus pechos y encargarse de ellos con su boca. Ella jadeó y mandó su cabeza hacia atrás, mientras seguía moviendo sus caderas y frotándolas contra la excitación de su novio.

Cuando el placer y la necesidad se tornaron inaguantables, ella se encargó de desabrochar sus pantalones y liberarlo, acariciándolo primero con sus manos. Entonces sintió una necesidad, quería darle algo que supusiera demasiado para ella, así le estaría diciendo de una forma más que lo amaba con locura.

Se levantó sin sacarle la mirada y se arrodilló en el suelo, acercando su rostro peligrosamente al miembro excitado de su novio. Él supo lo que iba a hacer y le tocó el hombro para que lo mirara.

—No tenés que hacerlo, no quiero que te sientas mal, esto tiene que ser placentero para vos.

Ella no respondió, solo negó con la cabeza y le pidió que se relajara. Volvió a pensar en lo que haría pero no sintió miedo, ni asco, ni ningún recuerdo vino a su mente. Solo deseo de hacerlo feliz, deseo de probarlo, de amarlo de todas las formas posibles. Se dejó ir y él aunque al principio sintió miedo, incomodidad, temor a que ella no pudiera con eso y se sintiera mal, también se dejó envolver por el placer que le generaba aquel gesto tan íntimo y tan significativo por todo lo que a ella le había sucedido.

Cuando estaba por llegar le empujó levemente para que se alejara, pero ella lo ignoró, a esas alturas solo quería volver a sentir su sabor en su boca, saberlo satisfecho y pleno. Sin poder contenerse más, Daniel se derramó en sus labios y luego ella se incorporó para abrazarlo. Estaba emocionada, se sentía completa por el simple hecho de saber que había vencido aquel trauma que pensó no podría borrar jamás.

Daniel la abrazó y la besó mil veces, sintiéndose a sí mismo en sus labios, diciéndole que la amaba un millón de veces aunque ella no le escuchara. Al contrario de lo que pensó en un principio no necesitó demasiado tiempo para recuperarse, los besos y caricias desesperadas de su amada fueron suficientes para prepararlo de nuevo. Entonces, excitado y deseoso de poseerla, la recostó por el piano, ella dejó los codos en el instrumento y se inclinó un poco, a sabiendas de lo que vendría. Daniel le levantó la falda y le bajó las bragas, dejó caer del todo sus pantalones y sin más se adentró en ella, abrazando su cintura y besando su espalda mientras acariciaba sus senos. Ella alcanzó rápido la cima, él podía llevarla en segundos al éxtasis, siempre era así, sabía cómo y dónde tocarla pues la conocía a la perfección. Aquello fue primitivo e intenso para ambos, y no terminó allí, pues luego de que ella acabara la giró para besarla, ella de un salto enroscó sus piernas por la cintura de él y Dani recostándole por la pared para que se apoyara, volvió a ingresar en ella, para alcanzar juntos la cima al poco tiempo después.

Agitados y enamorados, envueltos por aquella bruma de placer y pasión, se miraron a los ojos dejando que sus corazones hablaran en un idioma que solo ellos conocían. Daniel la llevó cargada a la habitación y la terminó de desnudar para luego desnudarse él mismo. Se acostaron y se cubrieron con las mantas mientras sus cuerpos se abrazaban.

—Lo siento si fui brusco —se disculpó—. Quería que fuera una noche romántica.

—¿Qué puede ser más romántico que hacer el amor en un piano? —preguntó ella sonriente—. No fuiste brusco, y no tenés que disculparte conmigo. Esto es así para nosotros, siempre lo fue... es lo que sentimos en el momento, es como tocar una música... no siempre tiene que ser lenta o clásica. También podemos tocar un rock o algo más estridente... Es igual de genial pero en otra sintonía —gesticuló y luego lo besó—. Sabes que me gusta todo contigo.

—¿Te sentiste bien? Digo... ¿en todo momento?

—Sí, me sentí genial... me encanta hacer el amor con vos.

—A mí también.

Se pasaron la noche entre charlas y caricias y volvieron amarse cerca del amanecer antes de entregarse al sueño tranquilo y reparador al saberse uno en brazos del otro.

Cuando Panambí despertó, lo vio durmiendo, relajado y feliz, sintiendo que era el momento de la siguiente noticia se dirigió a la cocina a prepararle un desayuno. Antes de llevárselo tomó un bolígrafo y se pintó en el abdomen una figura musical, una negra. Entonces entró a la habitación, sentándose en la cama con la bandeja en su regazo, aun desnuda y sin vergüenzas. Lo despertó con caricias en su abdomen. Daniel abrió los ojos y sonrió.

—Te hice un desayuno —gesticuló mostrándole la bandeja.

Daniel observó el contenido, una taza con café, un vaso con jugo, algunas cosas dulces y otras saladas... frutas y sobre la servilleta... un pequeño zapatito para bebé de color amarillo. Daniel frunció el ceño y luego miró a su novia a los ojos. Esta acarició su abdomen y señaló el dibujo, le sonrió y luego se levantó para sacar de su bolso el análisis que se había hecho en la mañana pasándoselo.

—Dios... ¿estás?... ¿Estás embarazada? —preguntó sin gestos, ella lo miró sonriente y asintió.

—Creo que hemos escrito nuestra primera sinfonía —gesticuló señalando de nuevo la nota en su vientre aun plano.

Daniel colocó la bandeja a un lado y la estiró para abrazarla y sentarla sobre su regazo. Tomó su cara entre sus manos besándola una y otra vez, repitiendo «gracias» y «te amo» una y mil veces. Siempre lo hacía y a Panambí le parecía encantador, incluso imaginaba que podía oírlo.

Luego de la euforia de la noticia desayunaron juntos y después se recostaron de nuevo. Ambos estaban desnudos y no necesitaban taparse, se conocían y se amaban demasiado como para sentir vergüenzas a esas alturas. Daniel colocó el zapatito sobre el abdomen de su chica y se colocó a su altura, haciendo círculos con sus dedos alrededor del par de escarpines y el pequeño dibujo, llenando su cintura de besos. Panambí lo observaba desde su posición y acariciaba sus cabellos, pasaron horas así, en ese silencio tan cómodo y cargado de amor imaginando que pronto serían esposos y padres, pensando sobre los cambios tan hermosos que se dieron en tan poco tiempo.

Panambí pensóentonces que si su historia fuera una novela de las que ella solía leer,también tendría un final feliz... aquel con el que ella siempre soñó. 

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