3. Amigos


Mientras caminaban en silencio, Panambí se preguntaba por qué ese chico la había invitado a merendar y si acaso eso era una especie de cita. Ella era una chica soñadora, amaba leer historias de amor y soñaba con encontrar un día a su propio príncipe azul, uno como el de las novelas que leía. Daniel le resultaba guapo, su cabello era negro, sus ojos verdes y la piel blanca hacían una combinación hermosa y un tanto exótica, Panambí se encontraba pensando si acaso él podría ser el chico de sus sueños. Normalmente nadie que no tuviera discapacidad auditiva se acercaba a ella, ni siquiera los compañeros de su hermano y el hecho de que Daniel lo haya hecho significaba mucho para ella.

Cuando subieron al ascensor, la niña se sintió nerviosa. Había leído sobre ese aparato pero jamás había estado en uno. Ella vivía en una pequeña habitación que su papá alquilaba cerca del quiosco y que más bien era un salón comercial.

—¿Tenés miedo? —le preguntó Daniel y ella asintió—. Tranquila, no pasa nada —sonrió y su sonrisa le dio calma a Panambí.

Cuando llegaron, Daniel abrió la puerta y entró. Ella ingresó atrás y observó el lugar, no era grande, pero era definitivamente mucho más amplio que su casa. Tenía una cocina con muchas cosas y un sillón que a Panambí le pareció enorme, situado frente a un televisor de pantalla plana. Había dos puertas a la derecha, que ella pensó eran habitaciones.

Daniel caminó hasta la cocina, sacó una bandeja, puso dos tazas que llenó con leche que sacó de la heladera, colocó en el medio un pote de café, uno de chocolate y un azucarero. Además vertió algunas galletitas dulces en un plato hondo y lo situó en el medio de la bandeja. Luego le hizo señas para que lo siguiera y la llevó a su habitación.

Dejó la bandeja en una mesa al lado de la cama y caminó hasta un pizarrón de acrílico que se encontraba en una de las paredes. Tomó un pincel negro y escribió.

—Creo que acá podemos comunicarnos más fácil.

Panambí sonrió y Daniel volvió a sentarse en la cama para merendar. Comieron en silencio y luego de terminar Panambí se dirigió a la pizarra y escribió.

—Sos muy bueno, gracias por todo. Tu casa es muy hermosa.

—Gracias —escribió él— Entonces, ¿te gusta mucho leer?

—Sí, me encanta. Leo todo lo que cae en mis manos, libros, revistas, diarios, caricaturas, lo que sea.

—¿Cuántos años tenés? —preguntó él.

—Doce, ¿vos? —escribió ella.

—Trece. —La miró y entonces borró el pizarrón para escribir algo más en él—. Soy de Ciudad del Este, me mudé aquí hace poco, a raíz de la muerte de mi padre hace seis meses. Mi mamá era de acá y deseó volver. No conozco a mucha gente aún, sólo hice algunos amigos en el cole. ¿Querés ser mi amiga? —Se volteó y la observó leer y sonreír, ella asintió y entonces él volvió a escribir—. ¿Podés enseñarme a hablar con señas? —Y ella volvió a asentir entusiasmada.

Así fue como se inició una relación que marcaría la vida de ambos por el resto de sus días. Los chicos se quedaron un rato más conversando a través de aquella pizarra que pronto se convirtió en su gran aliada. Entonces Dani se enteró que la madre de Arandu y Panambí había fallecido cuando ella tenía cuatro años, y que a la niña le dolía casi ya no recordar su rostro. Quiso saber más de su historia pero los ojos se le llenaron de lágrimas y no insistió. También supo que iba a la escuela de sordos desde pequeña y a la escuela regular desde ese año, ya que a su padre le parecía muy importante que ella se interrelacionara con niños «normales», él creía que el mundo no era para estar separados, sino juntos.

Daniel pudo entender que ella tenía amigos, pero en su mayoría pertenecían a la escuela de sordos y que en su nueva escuela, nadie le faltaba al respeto pero tampoco se le acercaban, de hecho no sabían cómo.

El chico le contó algunos detalles sobre sus amigos y su vida en Ciudad del Este y le hizo un dibujo sobre como era su casa allá. Ella sonrió y lo observó entusiasmada. Cuando se hizo un poco más tarde, Daniel escuchó que su madre llegaba, entonces salió a recibirla y le contó que estaba con una amiga. A Alicia le pareció extraño pero pasó a saludar, reconoció a la niña del quiosco con sólo verla y le pareció muy bonita. Daniel le comentó que no podía oír y le enseñó a saludarla en lenguaje de señas. Panambí y Alicia sonrieron y se saludaron, Daniel había aprendido eso hacía solo un rato.

Al final de la tarde, la llevó de nuevo al quiosco, Arandu la estaría esperando y seguro estaría preocupado. Cuando los vio llegar se alegró de ver a su hermana feliz, en los últimos momentos estuvo preguntándose si no se habría equivocado al dejarla ir. Su padre había vuelto cansado y se había ido a la cama sin siquiera preguntar por ella.

Panambí se despidió de Daniel y él se giró para volver a casa, pero entonces ella tomó su mano y lo detuvo, se puso de puntillas y le dio un tierno beso en la mejilla. Hizo unas señas que Dani no pudo entender pero que Arandu tradujo como «gracias». Dani sonrió y asintió.

—Decile que pasé una tarde divertida y que quizá mañana podamos hacer algo —le pidió a Arandu quien pensó antes de trasmitirle a su hermana el mensaje del chico.

Luego de eso Daniel regresó a su casa contento, con una alegría que no había experimentado desde que llegó a Asunción, o quizá desde mucho antes. Subió a su piso y entró a la casa.

—¿Es una nena buena? —preguntó Alicia ingresando a su cuarto y viendo a su hijo borrar la pizarra.

—Está muy sola, es buena —respondió—. Creo que nos llevaremos bien. —Alicia sonrió sintiéndose orgullosa de su hijo.

Esa noche Daniel se conectó a internet y buscó en YouTube videos para aprender el Lenguaje de Señas, fue allí donde se enteró que cada país tenía su propio lenguaje, así que tuvo que buscar algo que le enseñara lo que se usaba en Paraguay. Encontró algunos videos, no demasiados, pero fue suficiente para aprender a decir algunas palabras sueltas, después de todo esto era como estudiar un idioma, como si él y Panambí hablaran distintos idiomas y no se entendiesen. Y si él tenía que aprender italiano para el nuevo colegio, ¿por qué no podía aprender a hablar en señas?

Sonrió para sí mismo sintiéndose feliz de haber aprendido algunas palabras y letras. Esperaba dominar el lenguaje pronto, de manera a poder comunicarse fluidamente con su nueva amiga y poder hablar con ella sobre cualquier tema, como lo hacen los amigos, como lo hacen las personas que comparten sus pensamientos.

Panambí volvió a su casa y junto con su hermano prepararon algo para cenar. Estaban cansados y su papá se había dormido ya. La habitación donde vivían era pequeña y muy calurosa, apenas podían pagar un ventilador de pie que soplaba más aire caliente que otra cosa, pero estaban acostumbrados y ella daba gracias a Dios de tener un techo. Muchos de sus amigos y conocidos no tenían ni siquiera eso y debían dormir en las plazas o las calles, incluso Anita, su mejor amiga que vivía cerca del río, a cada rato se quedaba sin casa cuando este crecía y aquello era algo que a Panambí le parecía muy triste.

Se dio una ducha y se acostó medio mojada, eso le hacía tolerar mejor el horrible calor húmedo de la ciudad en la cual no se podía vivir sin aire acondicionado, un aparato que para ellos era un lujo. Su padre dormía en la cama, y ella y su hermano en un colchón que cada uno colocaba sólo por las noches. Después de todo era solo una habitación en donde había una cama, dos colchones, una mesa pequeña con tres sillas, una cocina vieja, un lugar para lavar platos donde también lavaban ropa a mano y una heladera pequeña que no siempre funcionaba, y cuando no lo hacía, debían usar una conservadora que tenían al lado y ponerle hielo.

Esa era su vida, pero ella no se quejaba, amaba a su padre y a su hermano y sabía del sacrificio que ambos hacían por ella. Su padre económicamente para que nada les faltara y su hermano que era como su protector, la acompañaba a la escuela de sordos y a pesar de ser solo tres años mayor que ella, la cuidaba como si fuera su padre.

Tomó el rosario queguardaba siempre en su bolsillo, el que había pertenecido a su madre que erafiel devota de la Virgen de Caacupé —patrona del Paraguay—, y se dispuso ahacer sus oraciones antes de dormir. Esa noche, rezaría también por Daniel,daría las gracias por su existencia, porque estuvo allí para salvarle la vida yporque la hizo reír. Pidió por él y por su madre, para que fueran felices ytengan una buena vida, pidió también por el alma del padre de Dani y por la desu propia madre como todas las noches y luego, se durmió. 

Gracias a todos los que ya están acompañándome por aquí.

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