28. Pasión

—Dígame señorita, ¿Dónde le duele? —dijo él con gestos mientras le sonreía.

Panambí se sacó la blusa sin pudor y se sentó en la cama, Daniel sintió que las piernas se le aflojaban al verla de nuevo, su piel tostada brillando a la luz del sol que se filtraba tenue por la ventana. Ella lo miró sugestiva y señaló su pecho.

—Primero me gustaría que me revisara aquí, creo que tengo algún dolor en algún sitio.

El joven se acercó despacio sintiéndose como aquel adolescente que tocaría a su amiga por primera vez. Sin dudarlo colocó ambas manos sobre aquellos pechos vestidos aún por el encaje y mirando a Panambi habló lento, para que leyera sus labios.

—Creo que debo sacarle esto primero —desabrochó entonces el sostén sacándoselo y dejándola al descubierto. Su piel tersa y cálida respondió rápido a su tacto y a sus caricias tensándose. Ella se recostó en la cama dándole más acceso para que jugara con su cuerpo.

Él se detuvo largo rato allí, tocando, acariciando, lamiendo, mordiendo mientras ella se contorneaba ansiosa y cargada de placer. Bajó entonces besando su abdomen, mordiendo suavemente hasta llegar a su falda. Era una falda tipo hindú así que solo tenía goma, se la bajó mientras ella levantaba sus caderas para facilitarle el acceso y dejarlo desnudarla por completo.

Daniel la observó cómo miles de veces antes, ella se sintió adorada, bella, importante, como solo podía sentirse a su lado. Él la acarició con ternura, acarició sus pies, pantorrillas, muslos y caderas una y otra vez pasando tan cerca de su centro que la hacía delirar hasta que al fin se perdió en sus pliegues húmedos y cálidos haciéndola enloquecer en pocos segundos. Panambí sintió aquella vibración estremecedora apoderarse de todo su cuerpo. Daniel era como un músico experimentado, sabía perfectamente que teclas tocar y cómo hacerlo, con la suavidad, intensidad o cadencia necesarias para hacer que su cuerpo se convirtiera en la mejor de las melodías y la hiciera volar rápido y directo al éxtasis.

—Eso fue rápido —gesticuló Daniel sonriendo y recordando sus primeros y fallidos intentos de adolescente por hacerla explotar.

—Llevaba años esperándote .

—¿No estuviste con nadie en todo este tiempo? —le preguntó él incrédulo, ella era hermosa por donde se la viera. Algo en Panambí se ensombreció tras aquella pregunta.

—Estuve con un chico, un novio que tuve —contó ella luego de un buen rato de pensar en esa respuesta. Panambí sabía que debía decirle a Daniel lo que le había pasado aquella vez, debía contarle que la habían sometido y debía sacar ese repugnante recuerdo de aquel cajón en el cual lo había sepultado para entregárselo al hombre que amaba. Debía explicarle el motivo por el cual ya nunca podría hacerle sentir algo por medio de su boca, pues le parecía imposible poder disfrutar de aquello de nuevo sin recordar esa horrible escena de su pasado.

—¿Sucede algo? —le preguntó Daniel y ella negó.

—Fue un buen chico, salimos un tiempo pero no funcionó, él me amaba y yo él no... al menos no como te amo a ti.

—Lo siento —contestó Daniel y luego recapacitó—. En realidad no lo siento, es mejor que no lo hayas amado —bromeó quitando la tensión que había aparecido en el rostro de la chica aunque él no entendía el motivo—. Mi amor... no importa que hayas estado con otros chicos, no soy tan iluso para pensar que no lo has hecho, sos bella y perfecta, ha pasado mucho tiempo —Panambí no respondió, no era aquello lo que le afectaba pero no era el momento de hablarlo.

—¿Vos estuviste con muchas chicas? —le preguntó ella intentando cambiar de tema.

—No tantas —dijo él encogiéndose de hombros—, ninguna como vos.

—Eso lo dicen todos —dijo Panambí sonriendo—. Estuviste con Rocío en estos días, ¿no? —ella seguía con esas salidas de niña celosa pero Daniel no le quería mentir.

—Tuve que hacerlo...

—Oh ya veo —gesticuló enfadada, conservaba esos bruscos cambios de humor y aquel carácter tan explosivo.

—Panambí, tuve que hacerlo porque ella me buscaba, no sabía cómo negarle sin decirle lo que me estaba pasando. Pero si te sirve de consuelo pensé en vos, me imaginaba que estaba con vos o sino no iba a funcionar.

—¡Que asqueroso! —exclamó ella y él sonrió.

—Aunque no me creas, no hay nadie que me ponga como vos. En todos los sentidos de la vida.

Panambí sonrió y decidió dejar de pensar. No quería hablar de Rocío ni de lo que a ella le había pasado ahora, sólo quería disfrutar de ese momento y del amor de Daniel. Lo abrazó y le pidió que se sacara el pantalón, le dijo que no le parecía justo que ella estuviera desnuda y él no. Daniel sonrió al recordar su primera vez. Se levantó para desnudarse y se quedó allí parado para que ella lo viera, giró sobre sí mismo dejándola observarlo, sabía que le gustaba eso.

—Estás más hermoso que antes —señaló Panambí y él sonrió. Se arrojó entonces en la cama a su lado y comenzaron a besarse con pasión mientras sus manos recorrían de forma acelerada, desenfrenada y desesperada todas las partes de sus cuerpos.

No pudieron aguantar mucho la necesidad de fundirse en uno sólo, así que Daniel se colocó sobre ella y sin mucho preámbulo se adentró de un movimiento. Panambí disfrutó de aquel dolor mezclado con placer, hacía mucho tiempo que no tenía relaciones y menos con el chico de sus sueños. Empezaron a moverse frenética e intensamente, Daniel leyó en el rostro de su compañera los gestos aquellos que conocía a la perfección y se dejó ir justo cuando ella estaba llegando a la cima. Quedaron recostados uno sobre el otro, agitados y sudorosos, enamorados y envueltos en ese halo de placer y de paz que los acompañaba mientras se miraban a los ojos perdiéndose en el alma del otro profundamente.

Pero aquello estaba lejos de terminar, unos minutos después la danza empezó de nuevo, sólo que una vez saciados los instintos más básicos, primitivos y esas ansias de años acumuladas, ahora había espacio para la ternura, la lentitud, la cadencia y la suavidad. Y así fue como repitieron la escena, ya más tranquilos, ya más relajados, más calmados y con ganas de probar despacio y hasta lo último, el sabor del placer.

Daniel se quedó dormido luego de aquel arrebato de pasión, Panambí aunque estaba cansada no lo hizo, su cabeza no podía parar de pensar en aquello que acababa de suceder. De alguna u otra forma sabía que no era lo correcto. Lo observó dormir mientras acariciaba con suavidad sus cabellos. Daniel era la música de su alma, todo vibraba de nuevo desde que él había regresado a su mundo, ella colocó la mano sobre su pecho para sentir el latido de su corazón, le encantaba hacerlo, imaginarse su sonido, imaginarse que latía por y para ella. Observó sus facciones, aquella nariz un tanto respingada, sus labios carnosos y sabrosos, pasó su dedo índice acariciando sus cejas pobladas y él frunció el ceño en sueños al sentir el tacto.

Se levantó de la cama y se sentó en una de las sillas que se encontraba al lado de la pequeña mesa en ese cuarto de hotel. Miró por la ventana, estaba anocheciendo ya. Tomó su celular y mensajeó a Anita para avisarle que estaba bien, su amiga iba a preocuparse. Le preguntó si estaba con Daniel pues la había ido a buscar a la casa y ella le respondió que sí. Anita le mandó unos emoticones de corazones y le dijo que se alegraba por ella y que la esperaba para que le contara todo. Panambí sonrió y miró de nuevo a Daniel.

Los recuerdos fueron cayendo uno sobre otro, las cosas lindas, las cosas feas, todo aquello que vivió en su ausencia. Amaba a Daniel pero de alguna forma aun sentía el dolor de su partida, no era lógico y lo sabía, él era sólo un chico que no podía haber hecho otra cosa pero su corazón no lo quería entender de esa forma. Tenía miedo, Daniel le había sido infiel a Rocío estando con ella esa tarde y Panambí pensaba que los hombres infieles siempre lo seguirían siendo, no cambiaban nunca. Estaba harta de conocer historias de mujeres que vivían con hombres que la engañaban y hacían la vista gorda para no quedarse solas, no entendía como una mujer podía tolerar la infidelidad.

Pero entonces pensó en lo que acababa de hacer, aquello la convertía en «la otra», un título que odiaba y al cual nunca había aspirado. No entendía como en el mundo existían mujeres que se metían con hombres casados, comprometidos o con novia. Ella se había prometido a sí misma nunca hacerlo, era como patear en contra de su propia olla, era alimentar la infidelidad y el machismo mientras se dañaba a personas de tu mismo género. Se sintió sucia, ni siquiera el amor era suficiente aliciente para hacer lo que ella acababa de hacer. Además pensaba que si él era capaz de hacerle eso a una mujer con la que estaba saliendo, podría ser capaz de repetirlo cuando se cansara de ella... ¿Acaso no fue algo similar lo que sucedió hacía años atrás?

Panambí se sintió confundida ante esos pensamientos. Ciertamente ella lo amaba y él ahora decía amarla también, pero se habían convertido en distintas personas, el tiempo y la vida los había hecho cambiar porque todos cambian con el pasar de la vida y sus embates. Ella no sabía quién era él en realidad, no sabía en qué clase de hombre se había convertido. Amaba al chico de 15 años y a la ilusión que se había creado en torno a su ausencia y le daba miedo que lo que estaba sucediendo no fuera real, o que un día se vieran y se dieran cuenta que ninguno de los dos era ya aquel que conocieron años atrás.


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