24. Te extrañé
Daniel estaba de malhumor por tener que estar parado en el aeropuerto esperando a Rocío cuando que en realidad quería estar con Panambí. Pero estar con ella tampoco era como lo recordaba. Él quería volver con la Panambí de catorce o quince años, con esa que confiaba ciegamente en él, que sonreía, cuyos ojos puros lo miraban profundamente, aquella con la que había experimentado miles de cosas, con la que nunca había hablado pero sin embargo la entendía y comprendía con solo mirarla.
Esa Panambí ya no estaba en el cuerpo de su amiga, ahora parecía atemorizada, reservada y sobre todo, no podía encontrar aquella mirada de confianza que ella tenía solo con él. Todo eso y la idea de recibir la agobiante visita de su novia por dos semanas y escuchar su irritante parloteo, lo tenía enfadado.
Rocío no iba a quedarse aún como habían decidido en un principio, noticia que a Daniel lo ponía muy contento, venía solo un par de semanas y luego se volvería al Brasil para regresar en un mes.
La vio salir de la sala de embarque sonriente y cargada de dos inmensas maletas. Se preguntó por qué traía tanta ropa para pasar un par de semanas pero así era ella, exagerada, sobrecargada, extrovertida y alegre. Cosas que en realidad a Daniel le agradaron de ella en un principio, porque a él le encantaban las personas alegres y optimistas, pues le recordaban a Panambí.
Rocío se aferró a su cuello y le dio un beso en los labios. Daniel no pudo reaccionar ante aquella efusiva muestra de cariño y solo se dejó llevar. La acompañó al departamento mientras escuchaba los detalles del vuelo y algunos recados de familiares y amigos, sin embargo él solo pensaba en lo mucho que le hubiera gustado que fuera Panambí la que estuviera en su departamento y no sola en aquel hotel. Se regañó a sí mismo pensando que aquello era una tontería, Panambí había pasado demasiado tiempo sola, sin él.
Al llegar al departamento Rocío inició un ritual de besos, extrañaba a su novio y quería compartir con él un momento íntimo como hacía tanto tiempo no tenían. A Daniel no le interesó y se excusó diciéndole que tenía guardia en el hospital. Rocío negó con la cabeza pero aceptó aquello, ella también era médica y sabía que eso era parte de sus vidas. Le dijo que se daría un baño y descansaría y le preguntó qué hora volvería.
Daniel iniciaba su guardia recién a las ocho de la mañana del día siguiente, y debía quedarse por doce horas. Si le decía a Rocío que tenía que ir ahora ella se daría cuenta que no era cierto, no iba a hacer una guardia de más de veinticuatro horas. Le contó entonces el horario real, pero le inventó que había una importante cirugía en un par de horas y que quería estar presente en ella para aprender sobre un procedimiento que le interesaba mucho. Eso ella se lo creyó sin dudarlo, Daniel siempre hacía aquello.
Cuando ella ingresó al baño Daniel se escapó sintiéndose culpable por unos segundos, después de todo ella venía solo por él y él la estaba dejando sola. Fue a comprar algo para comer y unos chocolates y se apareció por el hotel. Apenas vio a Panambí toda la culpa por haber dejado a Rocío se esfumó, tantos años sin ver a esa chica valían mucho más que un viajecito en avión de un par de horas para una persona de suficientes recursos económicos como lo era Rocío.
—No aguantaba la necesidad de venir a verte —dijo pero Panambí no respondió, solo lo dejó entrar. Ella no podía describir sus sentimientos, estaba feliz de verlo y de saber de él, sentía que aquello tenía que ver con la señal que le había pedido a la Virgencita. Pero por otro lado ya no se sentía parte del mundo de Daniel.
—¿Cómo estuviste todo este tiempo? —le preguntó luego de que él dejara lo que trajo en una pequeña mesa y se sentara en la cama. Ella tomó asiento en una silla frente a él.
—Bien, me metí de lleno a la carrera, estudié sin descanso por muchos años, primero el idioma después medicina. Encontré mi vocación en ello, soy pediatra, adoro a los niños y me encanta lo que hago. ¿Y vos? —le preguntó.
Panambí sonrió con sorna y tristeza al mismo tiempo, mientras él estudiaba medicina ella vivía las peores pesadillas. ¿Cómo le contaba todo lo que sucedió?
—Lo mismo de siempre, toco el piano en un hotel, así me gano la vida —dijo sintiéndose avergonzada, sintiéndose nadie ante Daniel que ahora era nada más y nada menos que un médico pediatra.
—Quisiera escucharte tocar de nuevo. ¿Tu papá? ¿Arandu?, contame de ellos —insistió.
—Mi papá falleció hace mucho y de Arandu llevo años sin saber nada.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Con quién estuviste todo este tiempo?
—Sola —dijo ella y su mirada llena de reproches le dolió a Daniel. Panambí sabía que no podía odiarlo por haberse ido, era solo un chiquillo menor de edad que dependía de su familia, pero odiaba que cuando cumplió la mayoría de edad no la hubiera buscado como había prometido en la carta.
Ella se encontró a sí misma pensando eso por primera vez. Jamás lo había culpado y en realidad le había perdonado todo, pero ahora que lo tenía en frente algo muy parecido al rencor nacía caliente y punzante desde el centro de su corazón. Él había sido feliz mientras ella lloraba y lo necesitaba, mientras ella estaba sola y abandonada por la vida.
—Lo siento —se disculpó Daniel y Panambí lo miró furiosa.
—¿Lo sentís? ¿En serio?... Oh... ya lo veo —enfatizó enojada.
—¿Por qué me tratás así? Yo no podía hacer nada para quedarme, te dejé una carta... ¿Te la dieron?
—Sí, una carta donde decías que me amabas y que ibas a volver... ¿Esa misma? —recriminó.
—Sí... —Daniel bajó la vista avergonzado—. No pude volver enseguida y cuando lo hice no te encontré.
Panambí no contestó, quería llorar y pegarle, quería echarlo de esa habitación por cínico. Pero a la vez quería abrazarlo y decirle que lo había echado de menos tanto que dolía, que le perdonaba todo y que simplemente lo necesitaba para respirar, para seguir viviendo.
—Bueno... pensé que podíamos hablar, que me habías extrañado tanto como yo a vos... Pensé que podíamos, no sé... acercarnos de nuevo. Pero veo que estás enfadada aún, que no me perdonaste nada... Y que para peor, ahora me culpas de más cosas.
—¿Vos no creés que tenés alguna culpa?
—Sí, por lastimarte hace tantos años, por ser cobarde y no darme cuenta de lo que sentía por vos. Pero teníamos quince años Panambí, era un pendejo boludo, no sabía nada de la vida. Estaba lleno de hormonas y calentura, no podía identificar nada... No sé, te pedí disculpas en esa carta y quería encontrarte para que me perdonaras a los ojos. Pero no me perdonaste eso y no perdonás que me haya ido cuando no pude hacer nada al respecto. Así no podemos hablar.
—Yo te perdoné eso, también fue mi culpa. Era una tonta soñadora que creía que dándote todo el sexo que necesitabas te ibas a enamorar de mí como sucedía en mis novelas. Pensé que me amabas y por eso pasaban todas esas cosas entre nosotros, creí que solo no te animabas a decírmelo. Pero entonces te vi con esa rubia y todo mi mundo colapsó, me enojé tanto que no te quise dejar explicarme nada... y ahí está mi error, debí haberte dejado hablar, debí haberte dado la oportunidad... Quizás así las cosas hubieran sido distintas. Igual te hubieras ido, pero a lo mejor podíamos terminar bien, a lo mejor podíamos hablar aunque estemos lejos por mail o algo y no hubiéramos perdido contacto. Actué de forma inmadura, es que vos sabés que tengo ese carácter, soy orgullosa y terca.
—Entonces, ¿nos perdonamos? No podemos hacer nada para cambiar eso, pero ahora somos grandes. Podemos empezar de cero, conocernos de nuevo, compartir todo eso que nos pasó en estos años y recuperar esa confianza que nos teníamos...
—No sé —dudó Panambí con miedo. Daniel era su debilidad, tenerlo cerca significaba peligro para ella y todo su ser se lo estaba advirtiendo, podría caer con facilidad de nuevo en sus brazos, y si de niños ya había diferencias entre ellos, ahora esas diferencias eran abismales. Panambí había dejado de soñar con príncipes azules hacía mucho tiempo y sabía que con él no podría pasar nunca nada serio.
—Bueno, no te voy a obligar a hacer algo que no querés y es obvio que me tenés demasiado rencor. Me voy ahora, si necesitás algo este es mi número, mándame un mensaje y vengo. —Él se levantó y se dirigió a la puerta y un terrible miedo a volverlo a perder se apoderó de Panambí.
Se levantó y corrió hacia él, la distancia no era mucha pero sus pulmones adoloridos le pasaban factura y respiraba agitada. Daniel se dio vuelta al oír sus pasos pero ella no se detuvo, se arrojó en sus brazos y lo abrazó, lo rodeó con tanta fuerza que sintió que lo iba a romper. Lo quería para sí, quería fundirse en él y no perderlo nunca más, quería morir allí mismo, pero abrazada a su chico, a aquel que era la música que llevaba tantos años sin oír.
Daniel sintió el choque de aquel cuerpo cálido que conocía a la perfección e instintivamente lo rodeó con sus brazos.
—Dios mío Panambí, no sabés cómo te extrañé —dijo aun sabiendo que ella no podía oírle. Acarició su espalda y la apretó contra sí para que no se le escapara, para retenerla por el mayor tiempo posible en su pecho, en sus brazos.
Panambí se alejó un poco para verlo y hablarle con gestos.
—Te extrañé mucho Daniel, te necesité tanto que llegó a dolerme demasiado. No te quiero perder nunca más.
Daniel la volvió a abrazar, levantándola entre sus brazos ahora, ella rodeó sus piernas en su cintura e instintivamente él la guio hasta la cama. Sus cuerpos parecían reconocerse y Daniel se sintió confundido ante lo que ella provocaba en él, se sentía igual que hacía tantos años, alocado, excitado, hormonal y lleno de adrenalina. Pero no tenía derecho a ese cuerpo que ya no era suyo, no tenía derecho a acariciarla ni besarla luego de tantos años, hizo un esfuerzo para recordarse a sí mismo que no tenían dieciséis años y solo se acostó a su lado mirándola a los ojos.
Panambí quería besarlo, quería decirle que nada en su corazón había cambiado, que ella lo seguía amando en su silencio, en su interior. Pero eso no tenía sentido, ellos ya no eran los mismos y la vida había puesto miles de kilómetros entre ellos, si se lo decía él saldría corriendo asustado. Ella ya no tenía derechos sobre aquel corazón que una vez fue suyo sin saberlo. Debía callar y mantener con él la relación que él quisiera, amigos, conocidos... debían empezar de nuevo, como él mismo le había planteado antes. Lo único que sabía era que no quería perderlo.
Se quedaron allí solo mirándose, recordando momentos sin decirse nada con gestos, pero sí con miradas, él por momentos le acariciaba la mano o le pasaba un dedo mientras dibujaba sus facciones, sus ojos, su nariz, sus pómulos. Ella acariciaba su brazo o entrecruzaba sus dedos mientras sus pies se tocaban y se entreveraban uno con otro en el inferior de la cama.
Esos contactos cortos, pequeños, íntimos, eran parte de lo que había quedado, de aquel permiso que se habían dado mutuamente hacía tantos años atrás para explorar sus cuerpos sin vergüenzas. Era parte de aquel cariño que se habían tenido, de aquella confianza ciega... y parecía abrirse paso a través del tiempo que estuvieron separados, a través de las diferencias que los alejaba hoy en día, a través de sus mismos cerebros que racionalizaban todo y que les advertía que aquello recién iniciaba.
—Te quiero —dijo entonces Daniel.
—Yo más —le respondióella.
Quería recordarles que no se olviden de darle Me Gusta a mi pagina del Facebook y entrar al grupo "Historias de Lunna" así estamos en contacto.
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