21. Bebé

Panambí decidió dejar la casa de Raquel para vivir con su amiga. La profe no dijo nada porque ella pronto debería marcharse, hacía un par de meses se le había detectado un cáncer en el estómago y su hijo le había prometido que la llevaría a los Estados Unidos para tratarle. Ella ya había vivido lo suficiente y no le importaba tratarse, pero si le importaba compartir sus últimos días con su familia. Se despidió de Panambí y de Anita diciéndole que iría a vivir con su hijo y ellas sin saber de su enfermedad se alegraron mucho por ella, sabían cuánto extrañaba a su hijo y a sus nietos.

Vendió sus cosas, sus pianos y su casa, y un día cualquiera voló al norte. Las chicas fueron a despedirla al aeropuerto y se abrazaron entre lágrimas y mucha tristeza.

—Vos valés mucho, no te olvides de eso nunca. Tu talento tenés que mostrárselo al mundo, no decaigas, todo va a pasar, las dificultades solo nos hacen más fuertes y Dios no nos manda nada que no podamos superar —le dijo a Panambí antes de irse—. No te olvides de Santa Teresa: «Todo se pasa, sólo Dios basta» —recordó entonces una de las oraciones que le había enseñado alguna vez.

—Gracias por haber confiado en mí, por haberme dado tanto —gesticuló Panambí llorando.

Antes de embarcar la profesora le dio un papel y luego se alejó. Panambí abrió el papel y leyó la nota.

«Mi querida niña hermosa, te dejé parte de lo que gané vendiendo mis cosas en tu cuenta de la cooperativa. No te lo dije antes porque me ibas a negar la ayuda. Yo no quiero ese dinero, a donde voy no lo voy a necesitar. A vos te hace más falta, usalo para estudiar, para salir del pozo. Vos sos una mariposa, ya basta de ser oruga, tenés que elevar las alas y volar por tus sueños mi querida Panambí, tu mamá tuvo que haber elegido ese nombre por algo. Te quiero y te recordaré por siempre. Con cariño, Raquel».

Panambí se puso a llorar y le mostró la nota a Anita quien la abrazó y lloró con ella.

La calma pareció volver a la vida de Panambí, los recuerdos feos fueron sepultándose en el pasado y ella se enfocaba en eso que le dijo la profe. La jovencita se transformaba, cambiaba, evolucionaba, y de ser una fea oruga se convertía en una bella y colorida mariposa. Quizás ella podía lograrlo también, quizás su mamá le había puesto ese nombre por algo. Por primera vez le gustó su nombre.

Con parte del dinero se compró un nuevo teclado y volvió a las calles a tocar. Sin embargo era la vida de Anita la que se había complicado, estaba embarazada y se lo había contado llorando. No se creía capaz de tener un hijo a los diecinueve años, tampoco se creía capaz de criarlo, ni siquiera de amarlo. El padre era uno de sus clientes y ella ni siquiera sabía cuál. Se sentía horrible y se había deprimido quedándose varios días sin salir de la casa.

Aquella tarde cuando Panambí llegó de tocar muy contenta porque una persona se le había acercado y le había ofrecido un posible trabajo, encontró que su amiga había salido. No sabía a donde había ido pero se sintió preocupada. Hacía días que estaba deprimida y por más que ella le había tratado de levantar el ánimo no lo había logrado.

Preparó una cena para ambas esperando que volviera pronto mientras meditaba acerca de lo que le habían propuesto, tocar todos los jueves, viernes y sábados en un hotel en el centro de la ciudad. Le parecía hermoso, pero pensaba que tendría que usar sus ahorros para comprarse algo de ropa adecuada. El lunes debía asistir a la entrevista en el hotel.

Anita regresó con una bolsa en la mano, solo la miró y luego se sentó a la mesa llorando. Panambí no supo qué le sucedía, pero se quedó a su lado abrazándola mientras su amiga decidía contarle qué le pasaba. Durante todo ese tiempo que vivieron juntas, ambas se contaban todo, al principio Panambí intentó que ella dejara ese trabajo pero Anita le decía que no sabía hacer nada más que eso y que nadie la contrataría, ella ni siquiera tenía estudios culminados. Panambí dejó de insistir, después de todo ella no la juzgaba, solo quería lo mejor para ella y pensaba que aquello no era algo bueno.

—Me fui a casa de Ña Chona —gesticuló entonces Anita, Panambí sabía que Ña Chona era la partera de un barrio humilde donde Anita vivía de chica —. Me dio estos yuyos* me dijo que son abortivos. Si los tomo esta noche mañana voy a... sangrar y se va a acabar mi problema.

Panambí pensó que debía hacer o decir. Observó a su amiga y pudo ver sufrimiento en su mirada, también vio miedo y angustia.

—¿Es peligroso? —le preguntó y Anita solo se encogió de hombros.

Panambí se giró mientras pensaba, mientras recordaba y le sirvió la cena a Ana. Se sirvió para ella y comieron en silencio. Cuando terminaron Ana recogió los platos y los lavó, después de eso Panambí le pidió que se sentara, quería decirle algo.

—¿Sabés?, a los pocos días de que mi mamá supiera que estaba embarazada de mí, ella se enteró también de que tenía cáncer. Mi tía Reyna, la que ahora vive en Buenos Aires, que es su hermana de padre, le dijo que abortara para poder tratarse, ella le iba a llevar junto a una señora que le iba a ayudar. Mi mamá era muy creyente, se fue llorando a la iglesia a rezar y a preguntarle a Dios qué tenía que hacer.

»Los médicos le dijeron que no podía hacerse ningún tratamiento de quimioterapia ni nada mientras estuviera embarazada, y como el embarazo recién empezaba, probablemente para cuando yo naciera, el cáncer estaría muy extendido ya. Mi mamá decidió tenerme, ella no quiso abortarme. La tía Reyna le dijo que yo no era una persona todavía, le dijo a mamá que ella tenía dos células en ese momento invadiendo su cuerpo, una era buena y otra era mala, y que si salvaba la célula buena, ella no se salvaría porque la mala la invadiría. Y mamá decidió salvarme, le dijo a la tía Reyna que yo no era una célula, que era una persona y que era su hija, que ella no podía matarme, que si me mataba a mí sería como matarse a sí misma.

»Con eso no te estoy diciendo que no abortes si querés hacerlo, sólo te estoy contando mi experiencia. Yo ahora tengo muchos problemas, soy pobre, sorda, vivo al día, me pasaron cosas horribles y tuve que soportar muchísimas tristezas, pero cuando más mal me siento, pienso en mi mamá, pienso en que ella dio la vida por mí. Cuando yo nací, se empezó a hacer los tratamientos, pero no logró más que extender su agonía por unos años para poder disfrutar de mí y de Arandu un poco más.

»Ella murió para que yo viviera, quizá si me hubiera abortado su cáncer no hubiera crecido y hoy estaría viva; pero ella decidió que yo viviera, y por más cosas horribles que me sucedan, no le puedo fallar, yo tengo que seguir adelante.

»Si vos decidís abortar yo no te voy a juzgar, pero también podés decidir tener a ese bebé, podés darle en adopción a una familia que lo necesite y lo quiera, o podemos criarle juntas, yo te voy a ayudar. A mí todo esto me contó mi tía Reyna una vez que vino cuando yo tenía catorce años y esa vez decidí que de allí en más debía vivir y salir adelante en honor a mi mamá, por el sacrificio que ella hizo por mí.

—Mi mamá no me quiso a mí, ¿cómo voy a saber darle cariño a un hijo?

—Te va a nacer cuando lo veas, le vas a querer mucho y vos podés ser una buenísima mamá porque sabés lo que no hay que hacer.

—Tengo miedo...

—¿Quién no tiene miedo? Mi mamá habrá tenido muchísimo miedo también.

—¿Y si es sordo?

—Nosotras somos sordas, ¿qué problema habrá con eso?

—Lo voy a pensar esta noche.

—Me parece bien.

—Gracias por tus consejos. Realmente no sé qué hacer.

—Yo creo que un bebé siempre es una buena noticia, quizás ahora no lo parezca, pero más adelante lo será. Todos los seres humanos tenemos una misión, quien sabe cuál es la misión del bebé que crece en vos ahora.

Anita se fue a la cama con ese pensamiento, meditó acerca de lo que Panambí le había dicho y se imaginó un mundo sin su mejor amiga. Panambí era lo único que ella tenía porque era la única persona que se preocupaba por ella y le quería. Se conocieron cuando tenían ocho años en la escuela de sordos a la que paradójicamente su tío le había llevado a pesar de que a su mamá le parecía una pérdida de tiempo. Se hicieron amigas desde el principio y aunque luego sus mundos se volvieron muy diferentes, la amistad continuó y creció.

Anita dejó el colegio al terminar el sexto grado, su mamá pensaba que era una tontería que siga yendo. Aun así ella se las ingenió para seguir visitando a sus compañeros y amigos de la escuela. Ellos eran el respiro a su tortuoso mundo. Vivían cerca del río y siempre estaban mudándose de un lado al otro cuando éste subía. Además estaban los abusos que sufría por parte de su padrastro y los propios negocios que tuvo que empezar a hacer para traer dinero a la casa y llamar la atención de su mamá que solo así la tenía en cuenta. Una vez le contó a su mamá lo que le hacía su tío, pero su mamá le dijo que ella era la que le buscaba y que los hombres eran así, si ella le buscaba que después no se queje, que todo el mundo sabía cómo era ella y las cosas que hacía. Desde esa vez ya nunca dijo ni hizo nada en su casa más que juntar dinero para poder vivir sola.

Panambí representaba para ella el otro lado del mundo, lo que ella soñaba, lo que ella anhelaba. Por más de que no era una niña rica, al menos tenía gente que se preocupaba por ella y la cuidaba. Por eso sufrió tanto las cosas que le pasaron, por eso se encargó de ayudarla cuando el mundo se volvió en su contra, porque para Anita, Panambí no merecía eso, ella era diferente, ella era pura, dulce y soñadora. Ella le hacía reír y le mostraba un mundo optimista y divertido aunque todo fuera gris a su alrededor.

Si la mamá de Panambí hubiera decidido abortarla, ¿qué hubiera sido de su mundo? Su amiga no hubiera existido y ella estaría realmente sola en todo el universo. Pensó entonces en su hijo o hija, ¿y si en realidad tuviera una misión importante?, o al menos en unos años sería tan importante para alguien como lo era Panambí para ella... ¿Quién era ella para evitar que viviera? Se puso la mano en el vientre y lloró, sintió entonces que empezaba a quererlo, que eso que tenía adentro no era una parte de su cuerpo, era otro ser, uno distinto, que podría tener una suerte diferente a la de ella y que incluso le podría ayudar a arreglar algunas cosas de su vida, a hacer bien lo que hicieron mal con ella. Un sentido de protección la invadió, ella no quería que nadie le hiciera a su hijo o hija lo que le hicieron a ella. Esa noche Anita, decidió tener a su bebé.

10yuyos: hiervas medicinales.

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