54- Olivia.


 El silencio los enmudeció a ambos, como si les cociera la boca. Se miraron con fija fiereza. Olivia sintió que su labio temblaba y la vista se le empañaba. Oh, no, aquí no, pensó.

 Olivia se echó a llorar, se sentó en el suelo dándole la espalda y contemplando el río y el paisaje blanco ¿Dónde estaban? Se abrazó a ella misma. Odiaba verse así de frágil, pero lo era y ya no tenía sentido aparentar con Kaldor ¡Porque el jodido lo sabía todo!

 Él refunfuñó, un poco arrepentido de la conversación que habían tenido y se sentó a su lado. Estuvieron varios minutos en silencio, tal vez horas o días, el tiempo no importaba cuando eras miserable, era simplemente una de las tantas cosas que padecías. Olivia sollozaba, pero no sabía por qué, ya no estaba segura de qué era lo peor que le había pasado, había tantas cosas que se disputaban por el primer puesto como su destino, el sicario, el abandono, sus nuevos amigos muertos...

 ¡Quería regresar a casa y convertirse en un puto puente!

 El destino que antes le había parecido despiadado ahora era una promesa piadosa ¿Por qué no tenía la suerte de convertirse en un puente donde circularan autos y carretas, caminantes y perdidos? ¿Por qué tenía que sufrir y ser una humana solitaria donde no habitara nada más sangre olorosa y el fantasma de un deseo?

Él le dio un empujón con el cuerpo, regresándola a la realidad.

—Deja de llorar ¡Me haces sentir culpable!

¿Esa era una disculpa? Daba lastima, era la peor disculpa que había escuchado en su vida. Como todo en él era decepcionante.

—Pues lo eres —Se sorbió la nariz—. ¿Y porque no lees una corteza que te diga que me dejes sola de una vez?

—Porque Cratos Jarkor todavía no la talló.

Olivia se quitó las lágrimas a manotazos, atragantándose con la noticia. Lo observó atónita.

—¿Qué dijiste?

Kaldor enarcó una ceja, estaban cerca, como cuando ella y sus amigas cuchicheaban en clase, casi hubiera creído que eran dos amigos confesándose secretos.

—Antes de matar a Sillo —pronunció esa oración con un dejo de orgullo— le pregunté por qué había escrito en un árbol que regresara y me contestó que no fue él. Que fue Cratos Jarkor, alguien que da vuelvas —Giró su dedo por el aire, trazando círculos—, por Sombras y sabe de nosotros, tal vez fue su destino dejarnos mensajes.

Olivia tragó saliva.

—Cratos Jarkor era el mejor amigo de mi hermano Darius, pero hace diez años recibió como destino ser devorado por una familia de trastos.

—O los trastos demoran en comer o no lo cumplió con su destino —admitió Kaldor encogiéndose de hombros, poco impresionado—. Y se desterró aquí.

Olivia meneó la cabeza.

—Ya debería estar muerto por la maldición ¡Nadie vive tanto sin cumplir su destino! Y si se desterró aquí ¿Cómo es que lo escuché en el castillo en más de una ocasión? ¿Y si escribió aquí en las cortezas cómo logró salir y aparecer en mi casa? Aún más importante ¿Cómo sabía qué escribir? ¿Cómo sabe de ti, de que estaríamos aquí buscando al cambiaformas?

Kaldor se mordió el labio.

—¡Deja de preguntarme como si supiera! Lo único que sé es que reflejo me dijo que hay un mundo entero de cambiaformas, pero no sé si es verdad. Lo dudo mucho, lo dijo en la taberna, en el charco de sangre de Melvin...

—¿Melvin está muerto? —chilló Olivia—. ¿El cantinero? ¿El hombre rinoceronte?

Kaldor asintió.

—¿Quién lo mató?

—No sé, pudo ser el sicario o Calvin. Por un momento creí que él nos estaba tendiendo una trampa.

Olivia consideró que las dos opciones eran improbables y horribles.

—Calvin admitió que nos engañó y nos ocultó que estaba maldito, pero debería estar muerto porque tenía veintidós años, aunque no sé qué lo maldijo si no nació en Reino... Dijo que venía de más lejos. No se me ocurre qué pueda haber más lejos que este lugar. Si quieres mi opinión —Vaya que no lo quería—, reflejo me mintió. También quiso confundirme con Calvin, pero siempre fue en proyecciones que no son nítidas, y cuando no son nítidas mienten. Dudo que haya un mundo repleto de cambiaformas. Podríamos averiguarlo, pero acabas de destruir el único charco que hay aquí.

Olivia hundió su cabeza en los hombros.

—Lo siento.

—Supongo que yo también... por tratar de usarte como carnada.

—Lo siento por tratarte como un bicho raro... en mi mente.

Él balanceó el cuerpo hasta chocar con el de ella.

—Quedamos a mano porque te maté miles de veces en mi mente.

Olivia arrugó la nariz y se quitó su cabello pelirrojo de los hombros para no pellizcarse los muslos.

—Yo solo te insulto en mi mente, no te mato. Dudo que quedemos a mano con eso.

Kaldor agarró un guijarro del suelo, lo arrojó al aire y lo cazó con una sonrisa triunfante.

—Sí que quedamos.

Ella entonó una risa agotada, casi como un resoplido. Esa disculpa estaba un poco mejor.

Miró la habilidad con la que Kaldor movía el guijarro entre las manos, lo hacía montar sus dedos y surfear sobre los nudillos y notó que era práctica, tal vez ese había sido su único juguete en toda la infancia: una roca. Intercambiable, que encuentras en cualquier lado, única y a la vez vacía de historia, deshabitada.

—¿Siempre te entretienes con las manos?

Kaldor sonrió de forma pervertida.

—Preciosa, no tienes idea de lo que puedo hacer con las manos.

Ella puso los ojos en blanco.

—Preguntaba porque de chica me enseñaron juegos de manos, ya sabes, para pasar el rato.

—A mí también —agregó él, arrojando la piedra y cazándola otra vez—, pero no creo que estemos hablando de los mismos juegos, osita linda.

Olivia resopló cansada de la broma y tomó sus dedos, juntó los pulgares manchados de él, notó que su piel era caliente, como si estuviera muriendo de fiebre, pero sus manchas eran gélidas como el hielo. Cuando las manos estuvieron unidas las alzó y las posicionó contra el sol. Señaló la sombra, él siguió con los ojos la proyección.

—Mira, es una mariposa ¿lo notas? Tus palmas son sus alas al igual que los dedos y los pulgares el tronco con la antena ¿No es maravilloso?

Los ojos de Kaldor se iluminaron.

—¡Sí, es maravilloso!

Olivia se entusiasmó, pero no impresionó, ella tenía practica en tratar con la gente. Kaldor podía ser un monstruo, un huraño y gruñón, pero tarde o temprano era evidente que ella encontraría su lado humano, su parte civilizada. Porque, siendo sinceros, se trataba de Olivia, nadie mejor que ella para hacer relucir a la gente, para sacar su bondad y utilidad.

—Estaba bromeando —desunió sus pulgares—. Es la mierda más aburrida que vi en mi vida.

—Oh.

Lo soltó bruscamente y se hundió en la roca donde estaba sentada.

—¿Por qué habría de entusiasmarte una mariposa de sombra? De seguro que tenías juegos más interesantes, eras la niña más afortunada de todo Reino.

Olivia lo pensó. Sí lo era. No solo tenía juguetes, contaba con sirvientes que jugaban con ella, establos, vacaciones, amigos y miles de actividades entretenidas o recreativas.

Siempre le había gustado ese truco, pero ahora que lo escuchaba de Kaldor era un pasatiempo aburrido, se guardó para sí que sabía proyectar con los dedos pájaros, conejos, árboles, humanos, centauros y demás figuras.

—Es que me lo enseñó papá, a él le gustaban las sombras. Lo oscuro. Ese era nuestro... —secreto—. Siempre me dijo que era su mariposa —sonrió alzando la barbilla con orgullo para ocultar su nostalgia.

Pero Kaldor era como un pozo sin fondo, todo lo que guardabas en él se perdía para siempre. Supo que él notó su melancolía porque endureció la voz y se puso serio como si hablaran de algo por lo que valía la pena no volver a reír. Solidaridad.

—¿Por qué te llamaba Mariposa?

—Porque era hermosa...

—Debí haberlo adivinado.

—No solo por eso, tonto, porque era silenciosa, una mariposa no emite sonido, solo la notas cuando ya está sobre ti y no le temes... —Olivia apoyó sus dedos sobre el antebrazo de Kaldor como si se posara allí una mariposa— de alguna manera podría ser el ser más maligno del mundo, pero es tan bonita, no hay nada que se le parezca, por eso no le temes. Supongo que te dejas llevar por la primera impresión cuando se trata de una mariposa.

Se alejó unos centímetros de él, continuaban ambos sentados en la misma roca, pero ella le dio la espalda y miró el río.

—En ese sentido todos somos mariposas —asumió Kaldor—. No somos como nos vemos.

—Tal vez sea así —unió sus dedos formando una piedra sólida, igual a la que sentía en su estómago.

—En donde me críe ser un mariposón en un insulto, querida.

Olivia lo pensó. Papá nunca había sido afectuoso. Para ella solo había tenido secretos y una muerte horrible.

—Tal vez sea un insulto en todos lados.

Kaldor chasqueó la lengua.

—Debe ser cosa de padres e hijas. Yo nunca tuve un padre.

Olivia apretó los labios.

Yo tampoco, pensó.

Ella no tuvo un padre, tuvo un sargento que la entrenaba para salvarlos a todos. Sin compasión ni misericordia, porque esos sentimientos no eran necesarios para personas como Olivia, por eso él se aseguró de quitárselos.  

—Debe ser cosa de padres e hijas —concedió, repitiendo sus palabas, pero sin tanta convicción. 

Un aullido atronador abrumó el paisaje pálido y triste. Alguien gritaba por ayuda.

Kaldor se puso rapidamente de pie y corrió en esa dirección, como el cotilla que era. Olivia tardó en acudir. No quería levantarse y correr, porque eso implicaría seguir. Y seguir involucraba aceptar que Calvin, Río y Cer estaban muertos.

Olivia había dejado muchas cosas atrás, a papá, a su hogar, su buen nombre, familia, sus amigas y su honor, pero nada le dolió tanto como dejarlos a ellos. Porque siempre había dejado, pero no abandonado, y en ese preciso instante continuar, vivir sin que ellos estuvieran vivos, era como una blasfemia amarga.

Pensó que vivir sin tus amigos no era en honor a ellos, no era un tributo, era un insulto, una falta de respeto.

Sin embargo, el destino era una línea recta, con principio y final y cuando algo termina, el resto sigue hacia delante. No es egoísmo, es la ley de la vida, y Olivia estaba atada a esa injusta ley. Así que los dejó atrás. Porque ya habían adivinado algo de todas esas historias retorcidas: da igual lo que hagas, las cosas siguen con o sin tu aporte.

El mundo es una orquesta y la sinfonía se oiría igual de bien sin sus voces.

Si vivir era sufrir tal vez sus amigos podían ser felices ahora que estaban muertos, por eso se aplaudía al final de las obras, porque las cosas se vuelven mejores cuando terminan. Los pañuelos se agitan a los barcos que se van y los homenajes se hacen a los recuerdos. En lugar de llorar a muertos, los muertos deberían llorar a los vivos.

Siguió al monstruo hacia la espesura blanca y siguió al grito y siguió ese destino detestable que le tocó vivir. Fue en busca de muchas cosas sin saber que se dejaba atrás, en el camino, y de haberlo sabido se hubiera alegrado, se habría ido más rápido. Por todos los mares, ya estaba harta de ella.

Se fue al bosque sin titubear y sin llorar. Porque Olivia no era de llorar.









¡Buen viernes a todos! ¡Espero que puedan disfrutar su fin de semana! Yo me la voy a pasar en clases que grabé pero a las que no asistí por perezosa :')

¡Abrazote!

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