13- Kaldor.
Kaldor no iba a soportar que todos los adolescentes se levantaran de sus asientos, fueran aplaudidos por acalorado público, subieran a la fuente, cogieran su destino, esperara que las putas y perezosas letras se escribieran con esa caligrafía cursiva de acosador tratando de ser romántico y leyera a la multitud curiosa cómo sería su vida.
Él ya sostenía su destino en la mano, que era una mierda, por cierto, era incierto y corto, también un poco insípido y abrumador, como sostener hielo con la lengua. No especificaba la forma en que moriría ni cuándo, mucho menos de qué trabajaría, con quién se casaría, en caso de hacerlo, no le ordenaba cuántos hijos tener, si escribir un libro, ni le decía dónde viviría, como todos los demás sabían. Mejor así, a Kaldor no le gustaban las ordenes.
Nadie le había sacado las esposas ni se las sacaría. Si hubiera recibido como futuro ir a la universidad un profesor ya se hubiera hecho cargo de él, como se estaban haciendo cargo de la tercera persona que pasó después de él: un muchachito pecoso que sería un presentador de televisión.
Él podía ser presentador de televisión también, soltaría algunos chistes para la audiencia, tendría el cabello engominado y llevaría una sonrisa en el momento que hubiera que tenerla, como esa reina boba. Pero nadie querría ver tus vomitivas manchas, costal de porquería, se recordó. Si él aparecía en la televisión seguro cambiarían de canal.
Fue por esa razón que ningún tutor se acercó hacia su banco, le ofreció su número de teléfono y le pidió que lo buscará al concluir el Ritual.
Cer, inmediatamente luego de que Kaldor se sentara con el papel, le dijo que Olivia era la hija de la reina, la llorona que se convertiría en un puente. La noticia fue como un disparo a su cabeza.
Le costaba concentrarse, al ver a reflejo por primera vez en años sentía abstinencia, era como una droga, quería más. Sentía el cuerpo crispándosele bajo la piel, las manos sudorosas y las manchas candentes como fuego danzante sobre su carne inmunda.
Resultaba gracioso que fuera dueño de su vida hasta abril, faltaba poco para eso. Estaban a veinticuatro de marzo. Solo siete días.
¿La fuente querría que se vengara de todo lo que le habían hecho? ¿Si la vida de la princesa le pertenecía podía acabarla de una forma dolorosa para pactar con las injusticias que él había padecido? ¿Por qué la fuente le pedía que la protegiera? Él no deseaba proteger a la hija de la reina, solo quería matarla a ambas, de ser posible a los demás también.
Pero no tenía idea de cómo ejecutar la matanza de toda una familia, nunca había asesinado, primero quería practicar. Debía descubrir si era un asesino organizado o uno salvaje, animal, que tratara a los cuerpos de sus víctimas como si fueran juguetes que quiere desmembrar.
De hecho, esa mañana mientras afilaba su hueso, se le había ocurrido que quería asesinar a la reina por simple capricho, le había fascinado aquella divertida idea y por qué no hacerla si moriría dentro de poco por una maldita enfermedad. Pero ahora, las cosas eran diferentes. Se había enterado que la reina y su familia de palurdos reales eran las personas de allá arriba, los que habían movido los hilos para que Kaldor, a su corta edad, cayera en una red de locura.
Ahora las cosas habían tomado profundidad como ver que un pozo superficial llega al centro de la tierra, ese hueso que tenía guardado en la manga de su uniforme de preso ya no serviría. Era necesario que planeara sus movimientos. Pero Kaldor no era bueno trazando planes, no sabía si esperar a abril, si chantajear a la familia real al terminar la ceremonia, no tenía claro muchas cosas.
Lo único que conocía bien era su carta ganadora: Olivia.
Pero todavía no sabía utilizarla.
La mente le bullía frenética, era difícil seguirla, sobre todo si temblaba. Todo su cuerpo se revelaba por un poco más de reflejo, si no se paraba frente a una superficie reflectante le daría un colapso. Pasó una mano sobre su rostro.
Necesitaba un trago ¿No era lo que la gente normal bebía para olvidar sus asuntos? El alcohol era el único veneno legal, si existían aguas de vida aquella era agua de muerte. Y si había algo que a Kaldor le gustaba hacer era matarse de a poco.
Miró sobre su espalda. Filas de rostros, todos diferentes, esperando lo mismo. Mierda santa ¿Tantos faltaban? Que la fuente esperara por ellos, él había acabado.
Guardó enervado la papeleta en su bolsillo, con torpeza porque aún tenía las manos atadas, se levantó y se marchó. El sonido de sus pasos provocó más ruido del que esperaba. Todas las miradas se posaron en él, ignorando el turno de la chica de vestido negro y ojos rasgados que se inclinaba hacia la fuente con preocupación. Algunos incluso se giraron para ver a Kaldor irse y dieron la espalda al escenario y a la chica. Sonrió de lado, le había robado la atención del momento más importante de su vida.
Él caminó tranquilo hasta la salida sin despedirse de Cer o Río, buscaría un espejo y luego iría al bar. Si ellos recibían un destino prometedor marcharían al bar a celebrar y si no irían a beber para olvidarse de su mala suerte, no tenían apariencia de acabar en otro lugar, eran como un imán o un boomerang a los sitios ruinosos.
Fuera de Catedral el clima festivo continuaba intacto. Había carritos de comida que despedían un aroma embriagador y grasoso, niños correteando y burbujas de colores en el aire.
Kaldor bajó la colina escalonada y rocosa hasta los jardines reales. Allí el festival era todavía más grande, para su desgracia.
Puestos con juegos de tiro al blanco y demás atracciones recreativas que él no conocía se esparcirán como arroz en una boda. Un hombre pintaba retratos sentado sobre un tarro de pintura, cobraba sus cuadros diez centavos. Una mujer podía encogerse y meterse en una caja de zapatos plástica, era aplaudida por un centauro con frac. Incluso había una rueda, parecía a la de una carreta de tamaño descomunal, tachonada con luces de colores centelleantes y alegres que giraba lentamente. La rueda tenía música y la gente se subía allí en bancos flotantes, tan ufana y extasiada ¿Eso era un carrusel? Un letrero figuraba a un lado de un muchacho que recibía monedas e intercambiaba tickets «Prohibido enanos y gigantes»
Y seguro Kaldor estaba prohibido también.
Intermitentemente se alzaban árboles robustos, frutales, luminosos, con forma humana, cantores, arbustos de hielo o roca, cosas exóticas y para nada interesantes.
Cuando encontró un callejón Kaldor se coló a él, sacó su hueso y esperó a la primera persona que entró.
Era una arpía. La hermosa mujer alada de piel café y cabello esponjado y disperso se había apartado de la multitud para fumar un cigarrillo en la oscuridad. Se cernía sobre el tabaco como un árbol cansado y marchito, el encendedor chasqueaba y soltaba una chispa negligente y sutil que no alcanzaba a iluminar su cara. Finalmente, con sumisión escupió una llama que dibujó hermosos rasgos en la mujer.
Tenía rostro humano, sin pico, mejor, Kaldor estaba cansado de los animales. En lugar de contar con una cabellera a la arpía le creían un plumaje sedoso y ambarino. Además, cargaba sus enormes alas debajo de los brazos, eran una extensión de piel repleta de plumas. El resto de su cuerpo era cubierto por un vestido negro de fiesta.
Kaldor permaneció quieto. No le convenía meterse con ella, podría cogerlo con esos pies descalzos pero enfundados de garras, elevarlo por los aires y asesinarlo.
Suspiró de mala gana y graznó hasta que se aclaró su voz. No salió de su escondite de sombras, pero aun así dijo:
—Oye, tú ¿Te maquillas?
Es así, con esa simpleza, que una persona se convierte en víctima.
La chica elevó rapidamente la cabeza y observó alarmada, con los ojos abiertos como platos, las densas sobras del callejón. El callejón lo habían formado con placas de metal que marcaban las manzanas de los juegos, los carros de comida o las caravanas, las paredes estaban forradas de anuncios o lonas coloridas, pero incluso el más intenso amarillo y chispeante naranja era lúgubre en aquel pasillo sin salida.
Retrocedió un paso con el cigarrillo entre los dedos, erguida medía casi dos metros de alto. Estaba tan asustada que Kaldor reconsideró atacarla.
—¿P-perdón? —inquirió.
—¿Tienes un espejo? Por favor, de verdad necesito uno.
—¿Quién eres? ¿Por qué quieres un espejo?
Plató sus patas en el suelo. Al menos no huiría, en Reino no solía existir la gente maligna, la que existía era encerrada para nunca salir, Kaldor lo sabía por verdadera experiencia. Ella no conocía el peligro, tal vez ni siquiera se había percatado de que era poderosa y pudo ser una matona si se lo proponía.
Kaldor no respondió.
—¿Por qué no sales de las sombras? —inquirió ella.
—Siento que podría asustarte.
Ella sonrió débilmente, solo una mueca gentil.
—No lo creo.
—¿Cómo te llamas? —preguntó por ansiedad, casi hambre, tal vez sería su primera víctima.
—Víctoria.
—¿Por qué?
—Porque mi madre me dijo que ganó conmigo —respondió entornando los ojos y avanzando un paso, intentando develar el misterio—. ¿Cómo te llamas tú?
—Kaldor.
—¿Por qué? —inclinó ligeramente la cabeza.
—Porque fue ruido inarticulado que soltó mi amigo Fany antes de morir.
El viento susurró hacia ellos.
Llevaba perfume de madreselvas, la fragancia se precipitó hacia Kaldor y le erizó la piel. Sus manchas, por primera vez en su vida se quedaron quietas, las notó, estaban saciadas, en paz, repentinamente se percató de que siempre le habían dolido, tal vez por eso creía que no sentía el dolor, porque la agonía de las palizas o las quemaduras eran calladas por una interferencia más fuerte.
—Lamento eso —se disculpó ella por su amigo.
—Yo esto.
—¿Por qué?
Victoria, cuándo averiguarás que el mundo no tiene por qués, pensó Kaldor al momento que se abalanzó hacia la luz, hacia ella.
❤❤
Me tome como meta actualizar todos los viernes, ya van dos seguidos y espero seguir con la rutina (aunque me llamo Constanza, irónicamente, lo que menos tengo es la constancia y siempre me olvido de seguir mis planes)
¿Ustedes creen que Kaldor mato a la chica? ¿Les resulta interesante la obra o no entienden nada y lo único que tienen es dudas?
Los leo y nos vemos el próximo viernes ;)
❤❤
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