Capítulo 5
Cuando me desperté esa mañana, inmediatamente supe que estaba en graves problemas. Me encontraba desnuda, tirada sobre el sofá, solo con mis zapatos puestos. Mi vestido estaba en el suelo y, a su lado, mi tanga deshecha. Mi madre estaba parada delante de mí con una manta en sus manos. Nunca la había visto tan seria. Yo sabía lo que ella estaba pensando. No había forma de explicar que realmente no era lo que parecía. ¿Qué diría? ¿“Mami, un demonio me desnudó y me manoseó, pero todavía soy virgen”? No. No había forma de decirle eso a mi madre, nunca me creería.
Ella me había dado “la charla” la noche anterior, pero yo sabía que no se esperaba eso de mí y menos tan pronto. Ella lo hacía solo por prevención. Y ahora se veía muy decepcionada.
—¿Me puedes explicar qué es esto? —preguntó.
—No es lo que parece —me defendí. Mi madre sacudió su cabeza en desaprobación.
—Nunca pensé era que mi propia hija perdería su virginidad en la sala, sobre el sillón en nuestra propia casa. ¿No te da vergüenza?
—¡Mamá, todavía soy virgen! —exclamé a toda voz, aunque no tenía forma de comprobarlo a no ser que me hiciese ver con un médico. Vaya uno a saber qué podría haberme hecho ese demonio mientras estaba inconsciente.
—Esta escena dice otra cosa, querida —me reprochó mi madre, aún muy enfadada—. ¿Bebiste anoche? ¿Estabas borracha?
—No, mamá. No. ¡Dios! Solo bebí agua.
—Envuélvete en la manta y vete ya mismo a tu habitación. Báñate y prepárate para ir al instituto. No quiero que tu hermano te vea así. Vamos.
No valía la pena discutir con mi madre. Ahora solo rogaba que no llamase a la casa de Ned para discutir con él sobre qué había sucedido, o peor aún, para hablar con su madre. No podría lidiar con esa situación. Subí rápidamente a mi habitación, y encontré un papel doblado bajo la puerta. Lo abrí y era otro mensaje de Devin.
“¿Ves lo que sucede por tener un crucifijo en tu habitación?”
Claro, no me había llevado de vuelta a mi cama cuando perdí el conocimiento porque él no podía entrar a mi habitación, por eso me había tenido que dejar en el sofá.
Comencé a ducharme rápidamente, pensando en cómo me desmayaba cada vez que él se “alimentaba” de mí. Seguramente me quitaba energía y eso hacía que perdiese el conocimiento.
Nuevamente me sentía débil, pero no tanto como la mañana que había ido a la iglesia. Seguramente como había podido descansar bastante bien la noche anterior, no me había afectado tanto esta vez.
No sabía cómo terminaría todo eso pero ya no estaba tan desesperada como cuando todo había comenzado. ¿Acaso me estaba acostumbrando a que un demonio fuera mi acosador? No, no hay forma de acostumbrarse a eso, pero de a poco me estaba resignando. No había manera de sacármelo de encima, debía lidiar con eso de alguna forma sin enloquecerme y también debía dejar de llorar por los rincones todo el tiempo.
Bajé ya lista para ir al instituto, y fui directo a desayunar, aunque no quería ver la cara que tendrían mis padres. Ambos estaban muy serios y evitaron hablarme, mi hermano tenía los auriculares puestos mientras desayunaba, por lo que no tuve que hablar con ninguno de ellos.
Me apresuré a salir, aunque estaba a tiempo para la escuela. Ya se me hacía insoportable estar dentro de mi casa. Caminé un par de cuadras, y me percaté que el búho gigante de nuevo me estaba siguiendo. Según lo que me había dicho el sacerdote, lo más probable era que esa maldita ave fuera ni más ni menos que el propio Devin; y ahora me estaba siguiendo bien de cerca, volando lentamente, casi a mi lado.
“Nada más falta que se pose en mi hombro”, pensé. Me sobresalté bastante cuando el maldito animal se acercó más a mí, como queriendo hacerlo, por lo que comencé a correr. “¡Dios! ¿Acaso me puede leer los pensamientos?” Qué tonta que era. ¡Claro que podía! ¡Y cómo le gustaba atormentarme al desgraciado!
Finalmente logré entrar a la escuela sin sufrir daños de parte del pájaro, y caminé hasta mi casillero. En el mismo pasillo se encontraba Ned, quien me sonreía. Guardé mis cosas y luego caminé hacia él. No podía actuar distante en la escuela después de todo lo que había pasado la noche anterior, aunque no dejaba de preguntarme qué dirían mis amigas al vernos juntos.
Dicho y hecho. Justo cuando le daba un beso en la mejilla, aparecieron Jessica y Mary, ambas mirándome con gran asombro. Seguramente ninguna de ellas entendía por qué había cambiado mi opinión sobre Ned de manera tan brusca. Yo les debía una explicación, aunque no podía decirles toda la verdad.
—Hola, chicos —nos saludó Jessica con una sonrisa cómplice—. Celeste, queremos hablar contigo un segundo. —Ned entendió la indirecta y se despidió, diciendo que nos veríamos luego en la clase de biología.
—¿De qué quieren hablar? —pregunté.
—¿Cómo es eso que no te gusta Ned y ahora estás con él? —preguntó Mary con una mirada inquietante.
—Bueno… he cambiado de opinión. Durante la clase de matemática que me dio, me he dado cuenta que me gusta mucho así que anoche salimos… y bueno… —Jessica sacudió la cabeza mientras se reía.
—Pues me alegro por ti —dijo—, aunque siendo tu mejor amiga, la verdad que no te entiendo como tampoco entiendo por qué no me contaste que saldrías con él.
—Se dio todo muy rápido —dije en mi defensa—. Lo siento mucho.
—Está bien —dijo—. Ah, queríamos decirte también que la madre de Rose llamó y dijo que anoche se despertó. Aún no está del todo bien, pero ha comenzado a mejorar y de a ratos está despierta, aunque alucina a causa de las fuertes drogas que le están dando.
—¡Qué bueno! —contesté, aliviada que el demonio había mantenido su promesa de mejorar el estado de Rose si yo hacía todo lo que él me decía.
—Esta tarde podremos ir a verla —anunció Mary, con una gran sonrisa iluminando su rostro—. Espero que pronto pueda salir de esa mierda de hospital. —Pude notar que ambas llevaban sus crucifijos puestos, aunque yo me había olvidado volver a ponerme el mío. Jessica se dio cuenta rápidamente, abriendo sus ojos grandes como platos.
—¡Celeste! ¿Qué has hecho con tu crucifijo? Sé que el demonio dijo que no te mataría, pero es lo único que puede protegernos. ¡Ponte uno ya!
—Es que… lo he olvidado en casa —dije, un poco cabizbaja.
—No importa —replicó ella—. Tengo algunos de repuesto, por las dudas.
Rápidamente, Jessica sacó un pequeño crucifijo dorado de su mochila y me lo dio. Me lo puse alrededor del cuello, y no pude evitar sentir un leve ardor cuando se puso en contacto con mi piel, pero podía soportarlo. Disimulé la molestia y esbocé una tenue sonrisa para dejar conforme a mis amigas.
—Listo —dije, justo a la vez que sonaba el timbre para entrar a la clase de biología.
Estuve cerca de Ned casi toda la mañana. Nos sentamos juntos durante la clase, como de costumbre, e intercambiamos miradas de tanto en tanto durante las demás clases en las que nos sentábamos separados.
—Tienes un crucifijo distinto al de ayer —se percató Ned mientras nos sentábamos en la misma mesa para almorzar. Claro, ¿cómo no se me había ocurrido que él podía llegar a notarlo?
—Es cierto —confesé—. Me lo ha regalado Jessica en el recreo.
—Me extraña mucho que las tres anden con crucifijos, y que todavía te regalen uno cuando ya tienes otro —Ned hizo una pausa antes de proseguir, ahora en forma más seria—. ¿Sucede algo, Celeste? —Tragué saliva.
—No, ¿qué podría suceder?
—No lo sé. Pero si ocurre algo malo puedes decírmelo. Puedes confiar en mí. Para lo que sea.
—Lo sé —le dije dulcemente, tomándole la mano sobre la mesa—. No te preocupes. Está todo bien.
Ned no me creyó, pero al menos no preguntó más al respecto. No podía contarle lo que estaba sucediendo, por más que lo quisiera. Igualmente, él sospechaba que algo estaba mal, y yo estaba segura que no se conformaría con mi respuesta.
***
—Ned está sospechando que algo anda mal —le dije a Jessica mientras íbamos rumbo al hospital después de la escuela.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Por lo de los crucifijos… su familia es muy religiosa y me ha visto con el mío ayer, y con otro distinto hoy. Además también las ha visto a ustedes usarlos.
—Tal vez él sepa cómo deshacernos de un demonio —comentó ella—. Puede que no sea tan mala idea contarle lo de la ouija.
—No. No sé, Jessica. Creo que debe ser un secreto entre nosotras.
—Como quieras. Pero si las cosas empeoran, necesitaremos ayuda, Celeste. Lo sabes.
Si Jessica supiera lo que había ocurrido cuando había intentado buscar ayuda… La verdad, yo ya había perdido las esperanzas de que alguien pudiera ayudarme con el demonio. Lo único que esperaba era que no dañase a nadie más. Eso era lo único que me importaba, y aparentemente, era la única que podía prevenir que él lo hiciera.
Entramos al hospital, y nos dijeron que solo podríamos ver a Rose de a una. Mary estaba adentro en esos momentos, así que debimos esperar unos minutos. Ambas nos quedamos paradas afuera de la habitación hasta que Mary salió.
—Celeste, Rose quiere verte —anunció ella.
Estaba sorprendida. Yo era su tercera mejor amiga. Supuse que primero ella querría ver a Jessica y luego a mí. De todos modos, no le di muchas vueltas al asunto y entré, esbozando una sonrisa en mi rostro, tratando de ocultar la culpa que me invadía porque mi amiga estuviese allí.
El siempre hermoso cabello de Rose ahora era un tremendo desastre. Tenía vendas en todas partes de su cuerpo. Se me hizo difícil reconocerla, parecía otra de lo cambiada que estaba.
—Hola, Rose —dije tímidamente.
—Tú… —dijo Rose en tono acusatorio. Pude notar que le costaba mucho hablar—. Tú… ¡desgraciada! —logró proferir. Me sorprendió mucho que ella me estuviera tratando así. Me miraba como si yo fuera el diablo encarnado.
—¿Qué dices, Rose? —pregunté sorprendida.
—Todo… todo es tu culpa —alcanzó a decir con dificultad. Pude darme cuenta que estaba muy alterada.
—Lo… lo siento mucho —murmuré. Un par de lágrimas comenzaban a caer por mi rostro.
—Lo único que me consuela —continuó Rose—, es que él pronto acabará contigo. Muy pronto… —Parecía que Rose iba a decir algo más pero, de repente, cerró los ojos, y comenzó a tener violentas convulsiones. Salía espuma de su boca mientras su cuerpo se sacudía, y los aparatos a su lado comenzaron a emitir todo tipo de sonidos alarmantes.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué le estaba pasando a mi amiga?
—¡Enfermeras! —grité, presa del pánico. Las convulsiones pronto cesaron, y Rose quedó inmóvil… completamente inerte. Una línea se formó en el monitor al lado de la cama.
Las enfermeras pronto entraron y me obligaron a salir de allí, mientras llamaban apresuradamente a los doctores. Algo muy malo había sucedido, pero me negaba a creer que era lo que sospechaba.
Las tres nos quedamos sentadas afuera en la sala de espera. No podíamos hablar de los nervios que teníamos. Una media hora más tarde, un doctor de sombrío semblante salió de la habitación y pidió hablar con la madre de Rose.
La pobre mujer entró en shock al recibir las malas noticias, y se desplomó en el suelo, llorando y gimiendo por su hija.
Rose había muerto… Devin había acabado con ella.
***
Todo se estaba derrumbando a mí alrededor. Había hecho caso al perverso demonio. ¿Pero para qué? Si de todas formas él haría lo que se le cantaba la maldita gana.
Las tres estábamos devastadas. Habíamos recuperado la fe en que Rose se pondría bien después de todo. Pero ahora no había nada que se pudiera hacer. Rose estaba muerta, y ya no volvería.
Salimos del hospital y nos fuimos a la casa de Mary. No podíamos quedarnos más en ese lugar. Ya no tenía sentido, y no podíamos ver cómo sufría la madre de nuestra amiga ante la pérdida de su hija.
Tomamos un poco de té, tratando de tranquilizar nuestros nervios destrozados.
—Nosotras seremos las próximas. Cualquiera de nosotras dos —anunció Jessica, refiriéndose a Mary y ella.
—No sean tontas —dije, intentando calmarlas—. ¿No se les ha ocurrido que tal vez haya sido todo nuestra imaginación, que tal vez no haya ningún demonio después de todo? —Mi intento fue en vano. Jessica sacudió la cabeza.
—No, Celeste. Sabemos que Rose no hubiera saltado de su ventana así porque sí.
—Cuando estuve adentro, con ella… Rose me dijo que hubo una fuerza que la llevó a hacerlo, que ella ni siquiera sabía por qué lo estaba haciendo —dijo Mary, quien había estado con Rose en el hospital justo antes que yo la visitara, justo antes de que nuestra amiga muriera.
—¿Te dijo algo a ti, Celeste? —me preguntó Jessica. Sacudí mi cabeza y mentí.
—No. No me dijo nada importante. Parecía estar delirando. Eso es todo. —Mary frunció el ceño.
—A mí no me parece que haya estado delirando. Pero como sea… Jessica tiene razón, y ese demonio volverá por nosotras. Debemos andarnos con mucho cuidado.
Las tres estuvimos de acuerdo en que no debíamos quitarnos nuestros crucifijos de encima por nada del mundo. Yo sugerí que ambas pusieran crucifijos grandes en las paredes, especialmente en sus habitaciones, pero en lo posible en toda la casa y que tuvieran siempre agua bendita con ellas. Como no tenían, tomé las dos botellitas que tenía en mi bolso y se las entregué, diciéndoles que no se preocupasen por mí, que tenía más en casa.
Nos quedamos allí un rato más. Luego me fui. Ya era casi la hora de la cena, y fue allí que me acordé del momento incómodo que había pasado con mi madre esa mañana. ¿Qué estaría pensando de mí? Aunque, pensándolo bien, lo que mi madre pensase de mí en esos momentos era el último y más pequeño de mis problemas.
Subí a mi habitación y dejé allí mis pertenencias. Mamá parecía haberse ya enterado de la muerte de Rose, porque me dio un abrazo fuerte, a pesar de seguir estando enojada conmigo.
—Lo siento mucho, hija —me dijo. El único punto positivo de esta situación era que mi madre ahora me dejaría en paz. O al menos por un tiempo. Sabía que la pérdida de mi amiga era un verdadero trauma para mí.
Me desplomé en mi cama una vez que ella se fue, mirando al techo. Allí podía ver los cientos de pequeñas estrellitas de neón que de niña había pegado para que brillasen en la oscuridad. En una época solía contarlas antes de dormirme, pero ahora ya no les prestaba ninguna atención. Quise llorar, pero no pude hacerlo. A esta altura las lágrimas se negaban a salir por mis ojos, mas no podía quitarme el profundo dolor en el pecho que me agobiaba.
Mi móvil comenzó a sonar. Tenía una llamada entrante.
—¿Hola? —dije, esperando que no fuera Devin, el depravado demonio; por suerte no lo era.
—Hola, Celeste —contestó una voz masculina del otro lado. Era Ned.
—Hola, Ned. ¿Cómo estás? —respondí, un poco sorprendida de que él me estuviese llamando.
—Bien. Me he enterado lo que sucedió con Rose… Lo siento mucho.
—Gracias —dije—. Parecía que se estaba poniendo bien, cuando de golpe… todo comenzó a andar mal y murió.
—¿Hemorragia interna, tal vez? —insinuó Ned—. Esas cosas pasan, Celeste. No dejes que te deprima todo esto. La vida sigue.
—Eso intento —dije, sintiendo un nudo en el estómago. No era tan fácil como sonaba.
—¿Quieres que vaya a verte esta noche? —preguntó él. Seguramente quería venir a consolarme, lo cual era muy dulce de su parte.
—No, gracias. Estaré bien. Mañana hablamos, ¿sí?
Había recordado que mi madre pensaba que él y yo habíamos tenido relaciones en el sillón de la sala. Podría volverse un tanto incómodo si Ned venía a verme. Era preferible que no lo hiciera hasta que pudiese aclarar las cosas con ella.
—Está bien —replicó—. Nos vemos mañana. Un beso.
Terminamos la llamada, y bajé a cenar. El silencio reinaba la mesa, tal como en el desayuno. Pero al menos nadie me miraba de manera acusadora en esos momentos, y pude cenar algo. Aunque no mucho ya que el nudo que volvía a tener en el estómago me había quitado el apetito considerablemente.
Ayudé a mi madre a limpiar los platos. Ella me dijo que a la mañana siguiente sería el velorio de Rose, por lo cual no tendríamos clases ya que la escuela estaría de duelo, pero debería levantarme temprano igual para vestirme e ir allí.
Subí a mi habitación ni bien pude. Vi los libros sobre mi escritorio y sacudí mi cabeza. Pensar que pronto tendría mis exámenes finales y casi no había estudiado nada. Pero después de todo, tendría suerte si estaba viva para la fecha de los exámenes; ya había aceptado mi inminente futuro. Al diablo se iban todos mis planes. Ya nada tenía sentido y no sabía qué hacer al respecto. Me preguntaba si era posible que hubiera alguna forma de luchar contra este demonio que había arruinado mi vida, pero ya estaba bastante convencida de que aquello era imposible.
De pronto tuve un pensamiento esperanzador: “¡el cazador de demonios!” Claro, el padre FelipeCuando me desperté esa mañana, inmediatamente supe que estaba en graves problemas. Me encontraba desnuda, tirada sobre el sofá, solo con mis zapatos puestos. Mi vestido estaba en el suelo y, a su lado, mi tanga deshecha. Mi madre estaba parada delante de mí con una manta en sus manos. Nunca la había visto tan seria. Yo sabía lo que ella estaba pensando. No había forma de explicar que realmente no era lo que parecía. ¿Qué diría? ¿“Mami, un demonio me desnudó y me manoseó, pero todavía soy virgen”? No. No había forma de decirle eso a mi madre, nunca me creería.
Ella me había dado “la charla” la noche anterior, pero yo sabía que no se esperaba eso de mí y menos tan pronto. Ella lo hacía solo por prevención. Y ahora se veía muy decepcionada.
—¿Me puedes explicar qué es esto? —preguntó.
—No es lo que parece —me defendí. Mi madre sacudió su cabeza en desaprobación.
—Nunca pensé era que mi propia hija perdería su virginidad en la sala, sobre el sillón en nuestra propia casa. ¿No te da vergüenza?
—¡Mamá, todavía soy virgen! —exclamé a toda voz, aunque no tenía forma de comprobarlo a no ser que me hiciese ver con un médico. Vaya uno a saber qué podría haberme hecho ese demonio mientras estaba inconsciente.
—Esta escena dice otra cosa, querida —me reprochó mi madre, aún muy enfadada—. ¿Bebiste anoche? ¿Estabas borracha?
—No, mamá. No. ¡Dios! Solo bebí agua.
—Envuélvete en la manta y vete ya mismo a tu habitación. Báñate y prepárate para ir al instituto. No quiero que tu hermano te vea así. Vamos.
No valía la pena discutir con mi madre. Ahora solo rogaba que no llamase a la casa de Ned para discutir con él sobre qué había sucedido, o peor aún, para hablar con su madre. No podría lidiar con esa situación. Subí rápidamente a mi habitación, y encontré un papel doblado bajo la puerta. Lo abrí y era otro mensaje de Devin.
“¿Ves lo que sucede por tener un crucifijo en tu habitación?”
Claro, no me había llevado de vuelta a mi cama cuando perdí el conocimiento porque él no podía entrar a mi habitación, por eso me había tenido que dejar en el sofá.
Comencé a ducharme rápidamente, pensando en cómo me desmayaba cada vez que él se “alimentaba” de mí. Seguramente me quitaba energía y eso hacía que perdiese el conocimiento.
Nuevamente me sentía débil, pero no tanto como la mañana que había ido a la iglesia. Seguramente como había podido descansar bastante bien la noche anterior, no me había afectado tanto esta vez.
No sabía cómo terminaría todo eso pero ya no estaba tan desesperada como cuando todo había comenzado. ¿Acaso me estaba acostumbrando a que un demonio fuera mi acosador? No, no hay forma de acostumbrarse a eso, pero de a poco me estaba resignando. No había manera de sacármelo de encima, debía lidiar con eso de alguna forma sin enloquecerme y también debía dejar de llorar por los rincones todo el tiempo.
Bajé ya lista para ir al instituto, y fui directo a desayunar, aunque no quería ver la cara que tendrían mis padres. Ambos estaban muy serios y evitaron hablarme, mi hermano tenía los auriculares puestos mientras desayunaba, por lo que no tuve que hablar con ninguno de ellos.
Me apresuré a salir, aunque estaba a tiempo para la escuela. Ya se me hacía insoportable estar dentro de mi casa. Caminé un par de cuadras, y me percaté que el búho gigante de nuevo me estaba siguiendo. Según lo que me había dicho el sacerdote, lo más probable era que esa maldita ave fuera ni más ni menos que el propio Devin; y ahora me estaba siguiendo bien de cerca, volando lentamente, casi a mi lado.
“Nada más falta que se pose en mi hombro”, pensé. Me sobresalté bastante cuando el maldito animal se acercó más a mí, como queriendo hacerlo, por lo que comencé a correr. “¡Dios! ¿Acaso me puede leer los pensamientos?” Qué tonta que era. ¡Claro que podía! ¡Y cómo le gustaba atormentarme al desgraciado!
Finalmente logré entrar a la escuela sin sufrir daños de parte del pájaro, y caminé hasta mi casillero. En el mismo pasillo se encontraba Ned, quien me sonreía. Guardé mis cosas y luego caminé hacia él. No podía actuar distante en la escuela después de todo lo que había pasado la noche anterior, aunque no dejaba de preguntarme qué dirían mis amigas al vernos juntos.
Dicho y hecho. Justo cuando le daba un beso en la mejilla, aparecieron Jessica y Mary, ambas mirándome con gran asombro. Seguramente ninguna de ellas entendía por qué había cambiado mi opinión sobre Ned de manera tan brusca. Yo les debía una explicación, aunque no podía decirles toda la verdad.
—Hola, chicos —nos saludó Jessica con una sonrisa cómplice—. Celeste, queremos hablar contigo un segundo. —Ned entendió la indirecta y se despidió, diciendo que nos veríamos luego en la clase de biología.
—¿De qué quieren hablar? —pregunté.
—¿Cómo es eso que no te gusta Ned y ahora estás con él? —preguntó Mary con una mirada inquietante.
—Bueno… he cambiado de opinión. Durante la clase de matemática que me dio, me he dado cuenta que me gusta mucho así que anoche salimos… y bueno… —Jessica sacudió la cabeza mientras se reía.
—Pues me alegro por ti —dijo—, aunque siendo tu mejor amiga, la verdad que no te entiendo como tampoco entiendo por qué no me contaste que saldrías con él.
—Se dio todo muy rápido —dije en mi defensa—. Lo siento mucho.
—Está bien —dijo—. Ah, queríamos decirte también que la madre de Rose llamó y dijo que anoche se despertó. Aún no está del todo bien, pero ha comenzado a mejorar y de a ratos está despierta, aunque alucina a causa de las fuertes drogas que le están dando.
—¡Qué bueno! —contesté, aliviada que el demonio había mantenido su promesa de mejorar el estado de Rose si yo hacía todo lo que él me decía.
—Esta tarde podremos ir a verla —anunció Mary, con una gran sonrisa iluminando su rostro—. Espero que pronto pueda salir de esa mierda de hospital. —Pude notar que ambas llevaban sus crucifijos puestos, aunque yo me había olvidado volver a ponerme el mío. Jessica se dio cuenta rápidamente, abriendo sus ojos grandes como platos.
—¡Celeste! ¿Qué has hecho con tu crucifijo? Sé que el demonio dijo que no te mataría, pero es lo único que puede protegernos. ¡Ponte uno ya!
—Es que… lo he olvidado en casa —dije, un poco cabizbaja.
—No importa —replicó ella—. Tengo algunos de repuesto, por las dudas.
Rápidamente, Jessica sacó un pequeño crucifijo dorado de su mochila y me lo dio. Me lo puse alrededor del cuello, y no pude evitar sentir un leve ardor cuando se puso en contacto con mi piel, pero podía soportarlo. Disimulé la molestia y esbocé una tenue sonrisa para dejar conforme a mis amigas.
—Listo —dije, justo a la vez que sonaba el timbre para entrar a la clase de biología.
Estuve cerca de Ned casi toda la mañana. Nos sentamos juntos durante la clase, como de costumbre, e intercambiamos miradas de tanto en tanto durante las demás clases en las que nos sentábamos separados.
—Tienes un crucifijo distinto al de ayer —se percató Ned mientras nos sentábamos en la misma mesa para almorzar. Claro, ¿cómo no se me había ocurrido que él podía llegar a notarlo?
—Es cierto —confesé—. Me lo ha regalado Jessica en el recreo.
—Me extraña mucho que las tres anden con crucifijos, y que todavía te regalen uno cuando ya tienes otro —Ned hizo una pausa antes de proseguir, ahora en forma más seria—. ¿Sucede algo, Celeste? —Tragué saliva.
—No, ¿qué podría suceder?
—No lo sé. Pero si ocurre algo malo puedes decírmelo. Puedes confiar en mí. Para lo que sea.
—Lo sé —le dije dulcemente, tomándole la mano sobre la mesa—. No te preocupes. Está todo bien.
Ned no me creyó, pero al menos no preguntó más al respecto. No podía contarle lo que estaba sucediendo, por más que lo quisiera. Igualmente, él sospechaba que algo estaba mal, y yo estaba segura que no se conformaría con mi respuesta.
***
—Ned está sospechando que algo anda mal —le dije a Jessica mientras íbamos rumbo al hospital después de la escuela.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Por lo de los crucifijos… su familia es muy religiosa y me ha visto con el mío ayer, y con otro distinto hoy. Además también las ha visto a ustedes usarlos.
—Tal vez él sepa cómo deshacernos de un demonio —comentó ella—. Puede que no sea tan mala idea contarle lo de la ouija.
—No. No sé, Jessica. Creo que debe ser un secreto entre nosotras.
—Como quieras. Pero si las cosas empeoran, necesitaremos ayuda, Celeste. Lo sabes.
Si Jessica supiera lo que había ocurrido cuando había intentado buscar ayuda… La verdad, yo ya había perdido las esperanzas de que alguien pudiera ayudarme con el demonio. Lo único que esperaba era que no dañase a nadie más. Eso era lo único que me importaba, y aparentemente, era la única que podía prevenir que él lo hiciera.
Entramos al hospital, y nos dijeron que solo podríamos ver a Rose de a una. Mary estaba adentro en esos momentos, así que debimos esperar unos minutos. Ambas nos quedamos paradas afuera de la habitación hasta que Mary salió.
—Celeste, Rose quiere verte —anunció ella.
Estaba sorprendida. Yo era su tercera mejor amiga. Supuse que primero ella querría ver a Jessica y luego a mí. De todos modos, no le di muchas vueltas al asunto y entré, esbozando una sonrisa en mi rostro, tratando de ocultar la culpa que me invadía porque mi amiga estuviese allí.
El siempre hermoso cabello de Rose ahora era un tremendo desastre. Tenía vendas en todas partes de su cuerpo. Se me hizo difícil reconocerla, parecía otra de lo cambiada que estaba.
—Hola, Rose —dije tímidamente.
—Tú… —dijo Rose en tono acusatorio. Pude notar que le costaba mucho hablar—. Tú… ¡desgraciada! —logró proferir. Me sorprendió mucho que ella me estuviera tratando así. Me miraba como si yo fuera el diablo encarnado.
—¿Qué dices, Rose? —pregunté sorprendida.
—Todo… todo es tu culpa —alcanzó a decir con dificultad. Pude darme cuenta que estaba muy alterada.
—Lo… lo siento mucho —murmuré. Un par de lágrimas comenzaban a caer por mi rostro.
—Lo único que me consuela —continuó Rose—, es que él pronto acabará contigo. Muy pronto… —Parecía que Rose iba a decir algo más pero, de repente, cerró los ojos, y comenzó a tener violentas convulsiones. Salía espuma de su boca mientras su cuerpo se sacudía, y los aparatos a su lado comenzaron a emitir todo tipo de sonidos alarmantes.
¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué le estaba pasando a mi amiga?
—¡Enfermeras! —grité, presa del pánico. Las convulsiones pronto cesaron, y Rose quedó inmóvil… completamente inerte. Una línea se formó en el monitor al lado de la cama.
Las enfermeras pronto entraron y me obligaron a salir de allí, mientras llamaban apresuradamente a los doctores. Algo muy malo había sucedido, pero me negaba a creer que era lo que sospechaba.
Las tres nos quedamos sentadas afuera en la sala de espera. No podíamos hablar de los nervios que teníamos. Una media hora más tarde, un doctor de sombrío semblante salió de la habitación y pidió hablar con la madre de Rose.
La pobre mujer entró en shock al recibir las malas noticias, y se desplomó en el suelo, llorando y gimiendo por su hija.
Rose había muerto… Devin había acabado con ella.
***
Todo se estaba derrumbando a mí alrededor. Había hecho caso al perverso demonio. ¿Pero para qué? Si de todas formas él haría lo que se le cantaba la maldita gana.
Las tres estábamos devastadas. Habíamos recuperado la fe en que Rose se pondría bien después de todo. Pero ahora no había nada que se pudiera hacer. Rose estaba muerta, y ya no volvería.
Salimos del hospital y nos fuimos a la casa de Mary. No podíamos quedarnos más en ese lugar. Ya no tenía sentido, y no podíamos ver cómo sufría la madre de nuestra amiga ante la pérdida de su hija.
Tomamos un poco de té, tratando de tranquilizar nuestros nervios destrozados.
—Nosotras seremos las próximas. Cualquiera de nosotras dos —anunció Jessica, refiriéndose a Mary y ella.
—No sean tontas —dije, intentando calmarlas—. ¿No se les ha ocurrido que tal vez haya sido todo nuestra imaginación, que tal vez no haya ningún demonio después de todo? —Mi intento fue en vano. Jessica sacudió la cabeza.
—No, Celeste. Sabemos que Rose no hubiera saltado de su ventana así porque sí.
—Cuando estuve adentro, con ella… Rose me dijo que hubo una fuerza que la llevó a hacerlo, que ella ni siquiera sabía por qué lo estaba haciendo —dijo Mary, quien había estado con Rose en el hospital justo antes que yo la visitara, justo antes de que nuestra amiga muriera.
—¿Te dijo algo a ti, Celeste? —me preguntó Jessica. Sacudí mi cabeza y mentí.
—No. No me dijo nada importante. Parecía estar delirando. Eso es todo. —Mary frunció el ceño.
—A mí no me parece que haya estado delirando. Pero como sea… Jessica tiene razón, y ese demonio volverá por nosotras. Debemos andarnos con mucho cuidado.
Las tres estuvimos de acuerdo en que no debíamos quitarnos nuestros crucifijos de encima por nada del mundo. Yo sugerí que ambas pusieran crucifijos grandes en las paredes, especialmente en sus habitaciones, pero en lo posible en toda la casa y que tuvieran siempre agua bendita con ellas. Como no tenían, tomé las dos botellitas que tenía en mi bolso y se las entregué, diciéndoles que no se preocupasen por mí, que tenía más en casa.
Nos quedamos allí un rato más. Luego me fui. Ya era casi la hora de la cena, y fue allí que me acordé del momento incómodo que había pasado con mi madre esa mañana. ¿Qué estaría pensando de mí? Aunque, pensándolo bien, lo que mi madre pensase de mí en esos momentos era el último y más pequeño de mis problemas.
Subí a mi habitación y dejé allí mis pertenencias. Mamá parecía haberse ya enterado de la muerte de Rose, porque me dio un abrazo fuerte, a pesar de seguir estando enojada conmigo.
—Lo siento mucho, hija —me dijo. El único punto positivo de esta situación era que mi madre ahora me dejaría en paz. O al menos por un tiempo. Sabía que la pérdida de mi amiga era un verdadero trauma para mí.
Me desplomé en mi cama una vez que ella se fue, mirando al techo. Allí podía ver los cientos de pequeñas estrellitas de neón que de niña había pegado para que brillasen en la oscuridad. En una época solía contarlas antes de dormirme, pero ahora ya no les prestaba ninguna atención. Quise llorar, pero no pude hacerlo. A esta altura las lágrimas se negaban a salir por mis ojos, mas no podía quitarme el profundo dolor en el pecho que me agobiaba.
Mi móvil comenzó a sonar. Tenía una llamada entrante.
—¿Hola? —dije, esperando que no fuera Devin, el depravado demonio; por suerte no lo era.
—Hola, Celeste —contestó una voz masculina del otro lado. Era Ned.
—Hola, Ned. ¿Cómo estás? —respondí, un poco sorprendida de que él me estuviese llamando.
—Bien. Me he enterado lo que sucedió con Rose… Lo siento mucho.
—Gracias —dije—. Parecía que se estaba poniendo bien, cuando de golpe… todo comenzó a andar mal y murió.
—¿Hemorragia interna, tal vez? —insinuó Ned—. Esas cosas pasan, Celeste. No dejes que te deprima todo esto. La vida sigue.
—Eso intento —dije, sintiendo un nudo en el estómago. No era tan fácil como sonaba.
—¿Quieres que vaya a verte esta noche? —preguntó él. Seguramente quería venir a consolarme, lo cual era muy dulce de su parte.
—No, gracias. Estaré bien. Mañana hablamos, ¿sí?
Había recordado que mi madre pensaba que él y yo habíamos tenido relaciones en el sillón de la sala. Podría volverse un tanto incómodo si Ned venía a verme. Era preferible que no lo hiciera hasta que pudiese aclarar las cosas con ella.
—Está bien —replicó—. Nos vemos mañana. Un beso.
Terminamos la llamada, y bajé a cenar. El silencio reinaba la mesa, tal como en el desayuno. Pero al menos nadie me miraba de manera acusadora en esos momentos, y pude cenar algo. Aunque no mucho ya que el nudo que volvía a tener en el estómago me había quitado el apetito considerablemente.
Ayudé a mi madre a limpiar los platos. Ella me dijo que a la mañana siguiente sería el velorio de Rose, por lo cual no tendríamos clases ya que la escuela estaría de duelo, pero debería levantarme temprano igual para vestirme e ir allí.
Subí a mi habitación ni bien pude. Vi los libros sobre mi escritorio y sacudí mi cabeza. Pensar que pronto tendría mis exámenes finales y casi no había estudiado nada. Pero después de todo, tendría suerte si estaba viva para la fecha de los exámenes; ya había aceptado mi inminente futuro. Al diablo se iban todos mis planes. Ya nada tenía sentido y no sabía qué hacer al respecto. Me preguntaba si era posible que hubiera alguna forma de luchar contra este demonio que había arruinado mi vida, pero ya estaba bastante convencida de que aquello era imposible.
De pronto tuve un pensamiento esperanzador: “¡el cazador de demonios!” Claro, el padre Ignacio había prometido hablar con uno. Tal vez… tal vez ese cazador podría venir al pueblo antes de que fuese demasiado tarde. Mientras tanto solo tenía que aguantar y evitar a toda costa que alguien más muriera. Ese cazador, donde sea que estuviera, era mi única esperanza.
No tenía ganas de estudiar ni de hacer nada. Encima, a medida que pasaban las horas, sabía que cada vez estaba más cercano el momento en que vería a Devin, y detestaba con toda mi alma tener que verlo. Igual, en una de esas quizás ese día no vendría. Ese pensamiento era el único que me daba fuerzas.
Decidí no dormirme y quedarme en mi habitación. Si dormía, él entraría en mis sueños y si me quedaba en mi habitación, él no podría entrar ya que todavía tenía el gran crucifijo colgando de la pared. Pensé que estaría a salvo si no salía ni me dormía. Para pasar el tiempo encendí la televisión en mi cuarto y me puse a mirar mi serie favorita.
Pronto llegaron las doce de la noche. Comencé a oír claramente pasos en el techo, justo como había sucedido la segunda vez que había visto a Devin. Los pasos se acercaban más y más, hasta que de pronto la ventana de mi habitación se abrió de par en par.
Salté del susto. Me había tomado desprevenida ya que no había imaginado que él pudiese abrir la ventana. Un fuerte viento movía las cortinas, pero no me atreví a intentar cerrar la ventana; simplemente me quedé en la cama y me tapé bien para no pasar frío.
Pasaron segundos, minutos, media hora y nada sucedía. Claro, él no podía entrar a mi habitación por más que lo quisiera ya que el crucifijo me estaba protegiendo.
Me sobresalté de nuevo cuando mi móvil comenzó a sonar. Tenía un mensaje del mismo número desconocido. Quizás ya era hora de añadirlo a mis contactos. “¿Cómo diablos hace para enviarme mensajes de texto?”, me pregunté.
“Ve hacia la ventana”, decía el mensaje.
—No, no, no… —sollocé, abrazándome las piernas. No quería ir a la ventana, sabía que si lo hacía las cosas terminarían muy mal para mí. Simplemente no podía hacerlo.
“Muy bien. Tú ganas”, decía el siguiente mensaje que me llegó. Y ni bien lo leí, la ventana se cerró de repente con un estruendo.
—¡Dios! —exclamé, contenta que el demonio parecía haberme dejado en paz. Por suerte se había ido. Tenía miedo que él entrase en mis sueños, por lo que me mantuve despierta hasta las tres de la mañana, mirando el canal Animal Planet. Me atemorizaba la idea de encontrarme con algo escalofriante en los otros canales.
Ni bien se hicieron las tres, decidí dormirme. Ya no daba más del sueño.
***
Estaba caminando por un pasillo de la escuela. Todo estaba oscuro y yo me preguntaba qué estaba haciendo allí de noche. Mis pies caminaban aunque yo intentaba detenerme para darme la vuelta y salir de allí; no tenía control sobre lo que me estaba sucediendo.
—Celesteee… —canturreaba una voz a lo lejos. Era una voz femenina. No tenía ganas de encontrarme con quien fuera que estaba hablando, pero mis pies caminaban y me llevaban hacia el origen de esa voz, por más que yo no quería hacerlo.
—Celesteee…
De repente, estaba entrando al baño de mujeres, y la puerta se cerraba tras de mí. Fue allí que mis pies se detuvieron. Pero no había nadie a mi alrededor, nadie en los cubículos.
—Celesteee…
La voz parecía venir de arriba. Pero… ¿era aquello posible?
Miré hacia arriba, al techo del baño, y lo que vi me cortó la respiración. Era Rose pegada al techo. Sus manos y pies estaban clavados, y sus ropas estaban cubiertas en sangre. Su rostro se veía extremadamente pálido, y sus ojos que parecían estar fijos en mí, eran completamente negros. Quise correr, pero no podía moverme.
—¡Esto es tu culpa! —exclamó ella, con una voz gutural y escalofriante. Luego, comenzó a moverse, tratando de bajar del techo.
Inmediatamente supe que no podía permitirle alcanzarme. Me di la vuelta y, sorprendentemente, pude echarme a correr con todas mis fuerzas, hasta llegar a la puerta de entrada de la escuela. Allí, con letras mayúsculas escritas en lo que parecía ser sangre había un mensaje escrito.
“LA PETISA SERÁ LA PRÓXIMA”.
Quise salir, pero la puerta estaba cerrada. No había forma de abrirla.
—Celesteee… —cantaba la voz sobrenatural de Rose, cada vez más y más cerca de mí.
Comencé a golpear la puerta de la escuela con todas mis fuerzas, pidiendo ayuda. Miré hacia atrás y la vi, acercándose a mí, dejando su sendero recorrido marcado con sangre.
—¡Ayudaaaaa! —grité una vez más, antes de abrir los ojos en mi cama.
Mi corazón latía rápidamente. Me costó recomponerme y convencerme a mí misma que todo había sido una pesadilla. Respiraba con dificultad y mi frente estaba bañada en sudor . Y de pronto, me horroricé al darme cuenta de algo que se me había pasado: Mary era la próxima. Había desobedecido al demonio al no ir hacia la ventana, y ahora Mary sufriría las consecuencias.
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