diecinueve

Gissel:

Me sobresalto cuando Richard sale corriendo al baño.

Tengo el corazón en la garganta por su manera tan brusca de levantarse.

Me pongo de pie aún somnolienta, y voy hasta donde él está. Sus rodillas se apoyan en el suelo, mientras bota todo por la boca; bebió demasiado. Cuando acaba, lo noto muy exhausto. Se lava los dientes y yo también rápidamente.

—Iré por una pastilla para el dolor estomacal. Quédate aquí, descansa un poco más...

Solo asiente y vuelve a la cama. Son las 10:57 a. m.

Bajo a la cocina y abro una gaveta con muchos medicamentos, sirvo un vaso de agua  y tomo la pastilla.

Me detengo cuando el timbre suena, así que dejo las cosas en el mesón y voy a la puerta. Me encuentro con una gran sorpresa: es un ramo de rosas de muchos colores, es precioso. Tiene una carta, la agarro y leo el destinatario:

Para: Gissel.

De: Ben.

Frunzo el ceño y abro el sobre.

"Quiero disculparme contigo, por ser un completo tonto. Lo pensé mucho y tienes razón, lo nuestro no puede ser. Pero necesito una oportunidad, esta vez para ser amigos. No me gustaría dejarte de hablar. Si aceptas, lo mejor será iniciar esta nueva etapa con estas bellas rosas como tú. Haré que valga la pena. ¿Qué dices..., amigos?"

Sonrío al terminar la lectura. Por supuesto que acepto, siempre y cuando sepa respetar mi espacio.

Cojo el arreglo floral y lo coloco entre mis brazos. Al darme vuelta, varias miradas están sobre mí: Leo, Melisa y... Richard, quien está de brazos cruzados.

—¿Qué es eso?, ¿quién lo mandó? —dice con ese tono amargo que odio.

—Es para mí y lo envió... —estoy nerviosa.

—Ben —completa él.

—Sí... —no sé qué decir.

—Bueno, están muy lindas, entra ya —Leo intenta bajar la tensión.

Las coloco en la mesa de centro y voy por la pastilla de Richard.

—Ten, olvidé dártela.

—Sí, tranquila, igual ya estoy mejor.

—Deja de ser terco y tómala, tienes una horrible resaca.

Gruñe y me la arrebata de los dedos.

—Nosotros nos vamos —habla Melisa.

—¿No se quedan a almorzar?

—No, tendremos un almuerzo con mis papás. Fue lindo compartir con ustedes.

Me da un abrazo y Leo también.

—Adiós, pequeña —y me susurra en el oído—: Suerte con el negro

—Te escuché, Leo —le dice—, nunca aprendiste a hablar en voz baja —medio ríe.

—Sí, es verdad. Los quiero, adiós.

Le da un beso en la mejilla a su amigo y suelta una carcajada, adoro a ese chico. Finalmente se van y quedamos a solas.

—Y bien..., ¿te volvió a pedir otra oportunidad?

—Así es...

—¿Vas a aceptar?

—Desde luego, ¿por qué no?

Su rostro se transforma, ahora es más serio que nunca. Es como si tuviese a su enemigo enfrente. Pero, luego recuerdo que no le conté qué clase de oportunidad.

—Pero como amigos, solo eso.

—Ah... —se ríe irónicamente—. Lo conozco, así que va a querer hacerte pensar que va a cambiar y se acercará mucho a ti, luego te va a atrapar y conseguir lo que quiere.

—¿Por qué dices eso?, todos tenemos derecho a otra oportunidad.

—Sí, está bien, no voy a pelear contigo.

Creo que ni siquiera recuerda la confesión que le hice anoche, tal vez ni siquiera se acuerda de las cosas lindas que me dijo. Si estaba ebrio cuando me habló, lo supo disimular muy bien.

—Cada vez te entiendo menos, no sé cuál es tu problema.

—Es que... —se silencia.

—¿Es que, qué? Necesito saber por qué ahora todo te molesta. No tenías que haber jugado conmigo ayer.

—¿Jugar contigo? Yo me acuerdo perfectamente de lo que te dije.

—¿Y entonces por qué vuelves a tratarme así, en ese tono tan obstinado?

—Porque...

—¡¿Por qué, qué?! ¡Dímelo ya!

Me acerco más a él. Estoy molesta. Ayer era alguien, hoy otro. Su estado de ánimo me confunde.

—¡Porque Ben solo quiere alejarte de mi lado! —grita.

—¡Ben no me gusta, maldita sea! —lo miro.

—¿Quién te gusta? 

—¡Tú, idiota! ¿Es que no lo ves? ¡Ya me tienen cansada tus juegos mentales: hoy me dices algo, mañana otra cosa...!

—Cállate —susurra a escasos milímetros de mí.

Me besa.

Eufórico toma mi rostro entre sus manos y esta vez juega, pero con mis labios. Mi respiración se agita, tanto como la suya. Anhelaba volver a sentirlo así de cerca. Acaricio su pecho desnudo y él mi cintura.

Muerde mi labio inferior y ahogo un gemido. Besa exquisito.

—Ya no puedo seguir resistiendo, te necesito conmigo, Gissel —susurra con la voz entrecortada.

Lo silencio con más besos. Eleva mis piernas y las enrollo en su cintura. Camina conmigo y entra a la habitación.

Caigo en la cama. Coloca sus brazos en mis costados y continúa. El roce de sus dedos envía corrientes eléctricas en todo mi cuerpo.

—Perdóname... —masculla.

Lo necesito.

Richard se ha metido en mi corazón las últimas semanas, es imposible verlo y no sentir nada. Cada vez que me habla lo único que quiero es lanzarme a sus brazos.

Me gusta mucho. Tenerlo tan cerca y no poder hablarle como me gustaría, se convirtió en un tormento.

Pero ahora... Parece que mi luz ha vuelto.

···


Gracias por leer, en serio.

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