cinco

Me aferro a la baranda de las escaleras con fuerza. Me está costando demasiado subir cada escalón. Al menos, vivo en el segundo piso.

Después de aproximadamente diez minutos, llego a la puerta muy agotada. Sé que jamás le pasa seguro al picaporte y, esa era una de las razones de nuestras peleas. Solo la giro y me adentro.

Pareciera como si nadie habitara en la zona. Hay desorden por todas partes y las botellas de alcohol que nunca faltan.

—¡Estás aquí! —chilla al verme. Hipócrita.

Se acerca y me abraza. No hago más que quejarme, aprieta fuerte y duele.

—¡Aléjate! Me estás lastimando.

—Lo siento, lo siento —se separa—. Supongo que si estás aquí es porque me perdonaste —sonríe.

—Supones mal. Aquí vivo —digo amargamente.

—¿Por qué no me llamaste para ir a buscarte?

¿Cómo puede actuar como si no hubiese pasado nada? ¿Acaso se le olvidó que me vendió y por su culpa casi muero?

—Gissel... —me llama mientras voy a la habitación. —Perdóname —no sé si es mi imaginación o sus ojos están cristalizados.

—Deja de joder, que necesito descansar.

***

«¿Cómo estará ese chico que salvó mi vida? Aquel que fue mi luz en un día tan obscuro.»

Aquella mañana volví al hospital, pero me encontré con la sorpresa de que a él también le habían dado de alta. Me desespera haber dejado las cosas así. Me hubiese encantando saber cómo sigue después de los golpes en su cuerpo.

Ya estoy bastante recuperada. Un mes y medio ha sido suficiente para aminorar el dolor. Sin embargo, cada fin de semana recibo un nuevo moretón. Su paciencia duró poco, y los días tranquilos se esfumaron. El alcohol lo tiene loco y sus golpes cada vez son más incontrolables.

Pero, cada vez que está sobrio parece ser otra persona. Solo son los malditos sábados y domingos que echan a perder la fiesta.

Son las cinco de la tarde y estoy esperando a que entre por la puerta como una bestia. ¿Cómo puedo llamarle a esto...? ¿Masoquismo?

Mi vello se eriza al escuchar el portazo. Está más que inconsciente.

—¿Dónde estás, Gissel? —escucho sus pasos—. Contéstame, maldita —grita—. Oh... Aquí estás.

Se acerca y me agarra de la cintura. Su olor a alcohol me causa náuseas. Solo quiero que se aparte.

—¡Suéltame! —exijo.

—A mí no me des órdenes, puta. Yo hago contigo lo que se me de la gana.

—¡Que me sueltes he dicho! —lo empujo tan fuerte que cae al piso.

—Muy graciosa...

Trago grueso. Mi corazón late tan fuerte que soy capaz de oírlo.

Sus manos impactan en mi cuerpo y caigo en la cama. Veo cómo se quita el cinturón y este, se estrella en mi espalda...

***

Se ha quedado dormido. 

No puedo parar de llorar, me siento muy adolorida y mi espalda está un poco húmeda. ¿Por qué no soy capaz de irme y dejarlo? Por supuesto, no tengo a donde ir.

Estoy cansada. Los días son una película que se repite una y otra vez. Me dirijo al baño y lavo mi rostro. Con esfuerzo, me cambio la ropa.

Tomo mi cartera y salgo del apartamento.

Más que las heridas, duele estar a su lado. Prefiero tragarme las ganas de llorar por los golpes, que verlo despertar y escuchar cómo se disculpa.

Camino a paso de tortuga unas cuadras y entro en una cafetería. Me siento en una mesa sin poder apoyarme al respaldar de la silla.

Pido un chocolate caliente y observo el cielo. A pesar que son las siete de la noche, está muy gris. Una tormenta se acerca.

—Pero qué sorpresa —reconozco esa voz—. ¿Cómo olvidarla?

—Richard... —le sonrío cuando se sitúa enfrente de mí.

—¿Cómo has estado, Gissel? 

—Bien... —susurro—. ¿Y tú? ¿Qué tal va tu recuperación? Fui a verte al hospital, pero ya no estabas.

—Estoy de maravilla. Las heridas ya están cicatrizadas. Por fin puedo caminar —se ríe. No le encuentro lo gracioso—. Y sí, el mismo día que te dieron el alta, a mí también.

Llega mi chocolate y él ordena algo.

—Entonces..., ¿todo está bien? —frunce el ceño.

—Sí... ¿Tus amigos cómo están? —cambio el tema.

—Bien, fueron mis enfermeros. Prácticamente vivimos juntos.

—Me alegra...

El silencio se apodera de la estancia. Hace mucho quería saber de él, pero tenerlo aquí me pone muy nerviosa, porque temo que pueda darse cuenta de que no estoy tan bien.

—¡Carajo, ¿pero qué tienes en el cuello?!

Demasiado tarde.

···


Me gusta dejarlas con la intriga, ¿se han dado cuenta?

Las quiero, lo saben.

Me dejaron boquiabierta, muchas de ustedes fueron a nominarme en los premios. De verdad muchísimas gracias, no lo esperaba.

Esto se empieza a poner bueno. No abandonen la lectura.

Besos...

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