0 "Infierno"
Recuerdo que cuando despertaba en la mañana, arrugaba su rostro por un rayo de sol que se metía en su cortina y pegaba justo en sus parpados. Siempre era el mismo. Y que yo, en vez de evitarlo, abría la cortina completamente, llenándose su cuarto gloriosamente de luz y calor.
Luego de despertar, se sentaba en su cama y yo me disponía a leerle la bíblia. Nuestra, bíblia. La que lo acompañaba toda la noche encima de su velador y que tenía el borde de las páginas subrayadas de color rosado.
Una cita cada mañana, un beso en la frente, un cálido abrazo. Recuerdo todas esas cosas.
Mi hijo, en su inocencia de seis años era incapaz de entender muchas cosas. Como porque su madre se maquillaba los pómulos de morado y no de carmesí o porque en el mueble había tanto vino, si no vendíamos.
Cuando lo iba a dejar a la escuela, con un dolor le soltaba su pequeña mano en la entrada. Veía cómo se mezclaba entre todos los otros niños, siendo él quien más destacaba siempre. Con sus enormes ojos negros, su piel trigueña, sus prendas tan formales y con su adorable intento de vocablo perfecto.
Un día, igual que todos esos, en la noche fui a su habitación.
Estaba en su escondite.
Tomé el pequeño pie que sobresalía debajo del ropero y de un solo jalón lo saqué. Le di una cachetada antes de que pudiera quejarse o patalear.
Se quedó quieto inmediatamente. Como un soldado.
Le ordené que se disculpara, que no volviera a escabullirse de la cena y que para la próxima se quedara a ver como le daba una lección a su madre.
Odiaba a mi hijo. Porque a diferencia de en ese entonces mi esposa, sentía compasión por sus gimoteos y por las lágrimas que salían de sus bellos ojos.
Lo tomé en mis brazos y lo llevé a la cama, y como si nada hubiera pasado comenzamos a conversar. Era fácil con él, era como conversar con un adulto.
Aquella noche de primavera le leí y hablé de los pecados.
—No dirás el nombre de Dios en vano, no desobedecerás a tus padres.
Él estaba pronto a quedarse dormido, pero aun así batallaba por estar despierto. Yo en un gesto de maldad lo zamarreé y él se sobresaltó.
»—No te masturbarás, no cederás a la lujuria antes del matrimonio.
Me miró hacia arriba, confundido. ¿Cuál era esa palabra que su sofisticado lenguaje no conocía?
—¿Qué es eso?
Solo lo ignoré, lo arropé y me fui. Ya más tarde en la oscuridad del bar de siempre me emborraché. Y el hábito de conducir ebrio que siempre creí tener dominado me falló. Esa noche hubo un apagón en Byllanbur, dejando a la pobre, sombría y pequeña ciudad sin luz de focos en las calles.
Impacté a un auto por detrás. Y esa misma noche morí.
No narro esto desde ese lugar donde le dije y expliqué a mi hijo que algún día lo estaría esperando. Porque él irá al cielo.
Yo estoy en el infierno.
♡
—Dolly
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