XXXII
Un año después
Ante la pregunta de una de sus alumnos Cristian se levantó de la silla y colocó sus manos cerca del estómago tomando aire —Cuanto más aire saquemos —comenzó a soltar el aire despacio—, más grave saldrá la nota porque al mismo tiempo hay más espacio para que la cuerda vibre y haya menos vibraciones, lo mismo que sucedería con una guitarra. Mientras menos aire saquemos, la nota será más aguda porque al no haber mucho espacio, la cuerda no vibra demasiado. De esta forma, cuando sacamos más aire, la nota será más grave, por el contrario, será más aguda cuando se saque menos aire ¿Entiendes Mary?
Mary asintió y detuvo la nota de grabación que estaba tomando mientras el maestro hablaba.
—¿Alguien más tiene una pregunta? Nos quedan dos minutos —levantó dos dedos.
— ¿Tiene novia? —Aunque solo Ruth preguntó muchas otras querían saber.
Cristian se rascó la escasa y bien definida barba en su mejilla derecha. —Ruth, eso no tiene que ver con la clase.
— Vamos maestro, díganos —insistió Keren sentada junto a Ruth.
Shannon apareció en el marco de la entrada del salón y dio dos toques a la puerta de vidrio abierta.
Cristian la vió y sonrió. —Bien chicos, se acabó la clase, nos vemos el próximo Miércoles.
Gestos de desilusión se escucharon entre las chicas que esperaban una respuesta de su apuesto maestro de música.
Uno de los chicos sentado en la primera fila llamado Riqui se le acercó —disculpe maestro, ¿me da su autógrafo? —levantó su libreta abierta con un bolígrafo dentro.
Cristian le sacudió el cabello al adolescente y tomó el cuaderno — ¡No soy una celebridad! —contestó mientras firmaba.
—¡Claro que sí! ¡Tiene miles de seguidores en las redes sociales! Ha estado en una película y en varios videoclips con cantantes famosos del país.
Cristian puso un dedo sobre sus labios y le devolvió el cuaderno a Riqui —Por favor no le digas a los otros chicos, la clase es nueva y no quiero que desde el principio se distraigan ¿De acuerdo?
Riqui asintió y salió con una sonrisa de oreja a oreja al ver la firma de Cristian plasmada en la hoja de su cuaderno.
Shannon se acercó a él abrazando una carpeta contra su pecho mientras él borraba las letras con el marcador azul escritas en la pizarra .
—¿Qué te pareció el nuevo grupo? ¿Prometedores?
—Y bastante curiosos
—¿Qué tiene de malo? Podrías haberles respondido si tenías novia o no. Celebridad. —dijo Shannon en tono chistoso.
Cristian levantó la comisura izquierda de sus labios y colocó el borrador en la parte inferior de la pizarra, guardó los marcadores en un estuche sin decir nada. Shannon se acercó y lo abrazó. —Disculpa, sé que día es hoy ¿Irás al cementerio?
Cristian asintió y se separó —Solo a limpiar. Ya hace un año de ello, sé que ahí no quedan más que huesos —tomó su maletín de tela para laptop.
—De acuerdo. Te veo el domingo. ¿Sabes que papá es puntual cierto? No llegues tarde a la ceremonia. Las que llegan tarde son las novias. —le guiñó un ojo.
Cristian asintió. Tomó su bastón y caminó cojeando hasta el estacionamiento.
El trayecto al cementerio fue silencioso. No quiso encender la radio. Muchos pensamientos del año pasado le habían invadido por las fechas. Después de todo ello muchas cosas habían cambiado, una detrás de la otra.
Al llegar al cementerio caminó por los senderos, y vió a lo lejos una familia llorando la pérdida reciente de un familiar, todos vestidos de negro y blanco. El corazón se le agitó momentáneamente. Luego de una caminata de veinte minutos, Cristian llegó a la lápida. Colocando el balde con las herramientas en el suelo, se sentó en la tierra ayudado del bastón tratando de extender su pierna izquierda sin que le incomodara.
Con una tijera que tomó del balde comenzó a cortar la maleza alrededor.
Aunque Cristian había escuchado los pasos acercándose detrás de él no se dio vuelta —¿Se dio cuenta señora Martinez? Le dije que sería fácil llegar, solo tenías que caminar recto y doblar a la derecha en la primera colina.
—Señora Martínez... ¡Se escucha lindo! —contestó Ana Elizabeth y se arrodilló para abrazarlo por la espalda.
—Pensé que no vendrías... Hoy era la última prueba del vestido.
—Si, pero tu madre me pidió que viniera por ella. Quería ir al mercado a comprar algunas cosas para la cena familiar con mis padres, y los abuelos que llegan esta noche.
Ana Elizabeth se levantó de la espalda de Cristian y tomó una escobilla del balde, se acercó a la lápida para sacudir la tierra y el polvo, la escobilla se paseó alrededor de las letras cinceladas en el cemento que decían:
CRISTOFER MARTÍNEZ
Cuando ya todo estaba limpio Cristian colocó un ramo de pequeñas flores blancas sobre la tumba. Después de una caminata tranquila de regreso, agarrados de manos, llegaron al auto. Mientras Cristian conducía tomó la mano de Ana Elizabeth y le dio un beso en el dedo donde llevaba el anillo de compromiso que Gregorio, Daniel y Máximo le habían regalado como reemplazo del perdido. Mirando la sonrisa de Ana Elizabeth ante el gesto, Cristian analizaba que por esas fechas casi la perdía para siempre...
***
Con la cara empapada de sudor y llanto Cristian podía ver a Camilo apretando el cuello de Ana Elizabeth mientras ella se retorcía en sus manos. El cuerpo completo de Cristian temblaba y al mismo tiempo estaba inmovil, sentía que el corazón se le partía en mil pedazos, apretando el puño en su pecho, el teléfono se le cayó de la mano cuando vio que Ana Elizabeth había dejado de moverse. En esos segundos, los ojos de Cristian se ampliaron cuando escuchó claramente una declaración:
He aquí, yo soy el Señor, el Dios de toda carne,
¿Habrá algo imposible para mí?
En un momento de frenesí Cristian se arrancó el yeso de la pierna con las manos, las uñas comenzaron a sangrarle cuando éste las enterró en la dura cobertura. Todavía faltaban unas semanas para que se lo retiraran por lo que probablemente ese acto iba a provocarle una lesión permanente pero ese momento ameritaba que Cristian doblara sus rodillas. Cuando el yeso había sido completamente arrancado, aún con el dolor que la pierna le provocaba, Cristian se arrodilló en la orilla de su cama a rogar un milagro, y se quedó ahí por tres días.
Gregorio tocó la puerta de la habitación de Cristian fuertemente con el puño —Cristian necesito que hablemos. ¡Necesito una explicación!
—Es inutil Gregorio, Cristian no ha salido desde hace tres días —dijo la señora Martinez intentando detener a Gregorio pero él siguió golpeando la puerta. Después de unos minutos Gregorio deslizó la espalda en la madera sollozando. —Mi hermanita... ¿Dónde estás?
El corazón de la señora Martinez se comprimió al verlo tan devastado.
Los padres de Cristian estaban abajo esperando alguna respuesta de la policía o de Camilo. Nadie sabía que Camilo había llamado a Cristian por video llamada y entendían que si Camilo se contactaba con alguién sería con Cristian a quién le había enviado esos mensajes amenazantes. La policía no había tenido ningún avance con la investigación por lo que no se sabía nada hasta el momento del paradero de ambos.
El teléfono del padre de Ana Elizabeth sonó. El señor de la Cruz lo tomó de inmediato cuando identificó que el número era del agente a cargo del caso de secuestro de su hija.
—Diga oficial
Todos los presentes quedaron a la expectativa de la llamada pero el señor Martinez con cara de asombro no dijo nada hasta que colgó.
—¿Qué dicen Papá? —preguntó Gregorio impaciente.
—Ellos... ellos dicen que... encontraron a Camilo —contestó atónito.
—¿Y Ana Elizabeth? —dijo su madre con cara de angustia. Entonces el timbre de la puerta sonó.
Patricia se levantó para que el señor De la Cruz diera el informe a la familia sin interrupciones, al abrir la puerta no podía creer lo que veía, Ana Elizabeth estaba del otro lado.
—¿Ana Elizabeth? —dijo su cuñada con lágrimas en los ojos
Todos se levantaron de prisa a comprobar.
Ana Elizabeth se conmovió al verlos. Gregorio no dejó que nadie más se le acercara antes, corrió hacia ella y se abalanzó en su hombro —Eli... —su llanto estremeció aquella sala.
Luego de abrazos y lágrimas por parte de todos. Ana Elizabeth tomó asiento en el sofá central del juego de muebles.
—Cuéntanos. ¿Estás bien? ¿Dónde estabas? ¿Cómo escapaste? —las preguntas de su padre salieron disparadas una detrás de la otra.
—Estaba en un lugar llamado el sótano. Según la policía era un local utilizado para actos ilegales. Estaba inconsciente cuando Camilo me llevó allí, desperté amarrada sobre una cama y luego él... me estranguló con sus manos hasta que... algo extraordinario ocurrió.
—¿Algo extraordinario? —cuestionó su madre.
—No sé cómo explicarlo... fue algo sobrenatural...
Mis ojos se abrieron en otro lugar, no podría decir que tan grande o pequeño era, es difícil de decir, en esa visión no tenía las muñecas ni los pies atados pero había algo en mi mano, estaba apretado la hoja afilada de un cuchillo, sin embargo lo más extraño era que aunque mis dedos eran los que sangraban, sentía el dolor en mi corazón. Mientras más apretaba el cuchillo y destilaba la sangre más mi pecho se hundía en ese sufrimiento. Entonces una voz que agitó todo el lugar dijo esto:
Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre Él, y por sus heridas hemos sido sanados.
Entonces un brazo se acercó a mí y me arrebató el cuchillo, empuñándolo. La sangre comenzó a gotear de aquella mano y al abrirse de repente el cuchillo no estaba. Ahí me di cuenta de que esa mano no sangraba por el corte de una hoja filosa, podía verse claramente la herida de un clavo en medio de esta. Y vi que mis dedos ya no estaban heridos y mi pecho no sentía dolor.
Así que lo entendí. Jesús me estaba sanando del odio que había en mi corazón el cual había estado empuñando como un cuchillo desde hace tiempo.
Desperté sofocada, recuperando el aliento. Cuando había cobrado fuerzas me percaté de que ya no estaba atada, y Camilo estaba en el piso inconsciente con una jeringa en sus manos. Supongo que me desató cuando me había dado por muerta. Llamé a la policía desde el teléfono de Camilo y notifiqué la situación, cuando la ambulancia llegó ya Camilo... estaba muerto.
—Oh, santo Dios —exclamó la señora Martínez
—No sabes cuánto nos alegra que Dios te haya protegido y que estés bien —expresó Patricia tomándole la mano.
Ana Elizabeth miró alrededor —¿Y Cristian? ¿Dónde está?
La señora Martinez la llevó al cuarto de su hijo y abrió la puerta con la llave maestra. Ella había estado ocultandola todo el tiempo hasta que Ana Elizabeth apareciera pues ella tenía fe de que sí lo haría.
Ana Elizabeth entró y Cristian estaba casi desmayado a orillas de la cama. Su pierna estaba sangrando. Se veía pálido y tembloroso, aún así parecía estar musitando palabras como si orara en voz baja.
Ana Elizabeth se colocó a su lado en el piso. Sus ojos se llenaron de lágrimas al verlo en ese estado. Había estado luchando espiritualmente por ella todo ese tiempo.
—Cristian...
Al escuchar la voz de Ana Elizabeth, Cristian dejó de mover sus labios y entre abrió los ojos, su mano temblorosa se levantó despacio para tocar la mejilla de Ana Elizabeth —Eres tú... ¿De verdad eres tú? —preguntó casi inentendiblemente.
—Te dije que volvería —Ana Elizabeth sonrió nostálgica.
Cristian sollozó y cerró los ojos nuevamente —Gracias Jesús... tú nunca... me defraudas... —al decir aquello se desmayó casi instantaneamente.
***
Cristian y Ana Elizabeth llegarón al hotel donde celebrarían su luna de miel a media noche. La ceremonia dirigida por el Pastor Thimoty, padre de Shanon, había sido hermosa. La recepción llena de amigos y familia fue conmovedora y divertida. Muchos expresaron su admiración hacia una pareja que había luchado contra viento y marea, agarrados de Dios, para llegar a esa preciosa unión.
Cuando Cristian abrió la puerta de la habitación del hotel, se apresuró a tomar a su esposa entre sus brazos.
—¡Cristian, no! —Ana Elizabeth se exhaltó.—No puedes cargarle tanto peso a tu pierna.
—Es una tradición que no quiero dejar pasar. Quiero que te sientas como toda una princesa
A Ana Elizabeth le brillaron los ojos. —Está bien pero solo pasa el marco de la puerta.
Cristian asintió. Dio algunos pasos y luego de darle un beso en los labios la bajó.
La recién casada comenzó a admirar todo en la habitación, las paredes de vidrio tenían una hermosa vista a la playa. Las largas cortinas blancas se movieron cuando ella entre abrió la puerta del balcón. Al pie de la cama había una mesa preparada con chocolates, fresas, vino y champagne. Había pétalos de rosas blancas y rojas por toda la habitación incluyendo la cama. Mientras la castaña caminaba alrededor, Cristian la miraba nervioso.
Él se preguntaba cómo era posible que estuviera nervioso. Era más que un experto en el tema del sexo. Y aunque ya tenía varios años absteniéndose del acto debido a su compromiso con Dios y con su novia, él conocía cada paso del proceso.
Cristian se acercó a las botellas de vino, tal vez un poco de esa bebida lo relajaba.
—Voy a darme una ducha ¿Me ayudas?
A Cristian se le resbaló la botella dentro del balde lleno de hielo al escuchar a su esposa. El agua salpicó sus pantalones y parte de sus zapatos.
Tragó en seco— si-si tu quieres...
Ana Elizabeth se volteó—Si, por favor. Este vestido es muy incómodo de desabotonar.
Cristian suspiró una risa cuando se dio cuenta del significado real de las palabras de su inocente chica. Se acercó y comenzó a desabotonar el vestido hasta la parte baja de la espalda. Nunca antes Cristian había visto la piel descubierta de la espalda de ella, sin poder contenerse deslizó sus dedos para sentir su suavidad.
El cuerpo de Ana Elizabeth se estremeció al sentir el tacto de Cristian. Se dio vuelta despacio. Estaba sonrojada. Cristian se imaginó arrancarle el vestido, Agitó la cabeza fuertemente. Regresó a la mesa con las bebidas. Estaba tan acostumbrado a contenerse con ella que acercarse más le provocaba cierto temor.
Ana Elizabeth se quitó los sujetadores del pelo y el moño se desenredó haciendo caer su cabello sobre sus hombros. En vez de dirigirse al baño se sentó a la orilla de la cama. Su esposo la vio sentada mirándolo, rogándole con la mirada que se acercara. Despues de rápidamente terminarse el trago de vino que se había servido en una copa, se acercó a paso lento pero firme, se sentó junto a ella mirandola como lo más precioso que había visto en su vida. Acarició su mejilla y ella con ojos entrecerrados disfrutó su tacto suave y delicado. Sus labios se unieron con pasión, una llama ardiente se encendió sin intención de extinguirse. Cristian la hizo recostarse y sus inquietas manos comenzaron al deslizar la manga izquierda del vestido.
Ana Elizabeth lo detuvo, colocando su mano sobre la de él. Él separó sus labios de los de ella mirándola de manera interrogativa.
Tal vez no era el mejor momento ni la pregunta más oportuna pero Ana Elizabeth no podía dejar de pensar en ello —¿Con cuantas?
—¿Eh?
—¿Con cuantas chicas... hiciste el amor?
La pregunta llevó a Cristian a un análisis. Las veces que habia tenido intimidad habia sido desde el principio un acto egoista para satisfacerse a sí mismo, aún cuando creía haber amado, el sexo había sido un medio para curar sus heridas o para vengarse. Pero esta vez no era así, esta vez deseaba con todas las moléculas de su cuerpo que Ana Elizabeth sintiera cuanto la amaba. Sin vacilar y mirándola fijamente a los ojos le contestó a su esposa
—Tú eres la única.
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