V
"Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas" Marcos: 12-30
Una vuelta a la derecha, otra a la izquierda. Boca arriba, Boca abajo y en posición fetal. Cristian se había posicionado de todas las maneras posibles para intentar dormir, era incapaz.
Tampoco había podido orar. Al arrodillarse su mente no proyectaba nada. No podía organizar sus ideas. ¿Por qué todo estaba saliendo tan mal? Cristian había pensado que su única preocupación en esos tres días sería lograr al fin proponerle matrimonio a su novia, y no tener pensamientos lujuriosos con ella. Sin embargo había tenido que lidiar con los celos, tirarse de un acantilado, perder el anillo de compromiso, pelear con Ana Elizabeth, humillarse ante Daniel y ahora pelearse no solo con su novia si no con todos los demás.
Estaba arruinando la tan esperada luna de miel que habían preparado para disfrutarlo juntos. Él había dicho que hubiera sido mejor que Daniel no hubiera estado, pero en realidad él era quien no debía estar ahí ¿Sería que nunca iba a poder cambiar?
Sin poder conciliar el sueño decidió ir a la piscina. Tal vez el ejercicio le ayudaría a dormir.
Aunque era de madrugada el agua estaba tibia. En cuanto Cristian sumergió el cuerpo en el agua sintió como sus músculos se relajaron. Eso era lo que necesitaba. La villa estaba silenciosa y se escuchaba a lo lejos el sonido de los insectos en el bosque. Cristian dejó su cuerpo flotar sobre las aguas de la piscina permaneciendo en total quietud. El cielo se veía inmenso, parecía como si hubiera un millón de estrellas sobre él. ¡Cómo le hubiera gustado disfrutar de ese momento y con una vista así al lado de su mejor amiga!
De repente escuchó unos pasos provenientes de dentro de la villa. Y como si la hubiera invocado, Ana Elizabeth bajaba por las escaleras con una bata blanca puesta y una toalla en su mano al parecer con la misma idea que a Cristian se le había ocurrido.
Escondiendo su cuerpo bajo el agua, contempló a la chica que se estaba aproximando a hurtadillas. Ana Elizabeth se acercó silenciosamente hasta las sillas de playa dejando la toalla y la bata sobre ella. Como era de esperarse, Ana Elizabeth en vez de vestir un sexy bikini de dos piezas llevaba un camisón ligero hasta encima de las rodillas sobre el traje de baño.
Se acercó y se sentó en la orilla de la piscina introduciendo las piernas en el agua. Se miraba pensativa mientras observaba a su alrededor. En eso, Cristian salió repentinamente del interior de la piscina y se sentó junto a ella. Ana Elizabeth se espantó sobremanera cuando éste salió del agua sin aviso alguno.
—¡Cristian! ¿Qué haces aquí? —preguntó aún conmocionada, soltando una respiración ligeramente agitada.
—Eso te pregunto yo, por qué no estás teniendo esas largas sesiones de oración que tienes antes de dormir —dijo Cristian mientras contemplaba el movimiento del agua provocado por sus pies.
—No me sentía en paz, estaba inquieta —contestó
—Supongo que yo soy el culpable de ello — Cristian puso la mirada en ella quien contemplaba las estrellas.
—Cristian... ¿Alguna vez te has preguntado para qué estás en este mundo? Más allá de nacer, crecer, reproducirse y morir ¿Te has preguntado si en realidad habrá un propósito específico para ti? —dijo pensativa.
Cristian se echó hacia atrás recostando la espalda del piso adoquinado, colocando una mano detrás de su cabeza.
—Es el enigma de mi vida. —contestó.
—A veces siento esta inquietud en mi corazón, como si escuchara sollozos en mi mente de gente que sufre, esperando a que ore por ellos o les hable de Jesús. Gente encerrada en su mundo de depresión y autocompasión, gente cautiva por la falta de entendimiento acerca de su creador y el amor de Jesús.
Fugazmente a la mente de Cristian vino el recuerdo de lo sucedido en el año que Ana Elizabeth reapareció. Se había iniciado un incendio en la sala de cómputo en la escuela y sin importar el peligro, con tan solo saber que posiblemente había alguien atrapado en medio del fuego, no dudó en arriesgar su vida por alguien que la necesitaba.
Era cierto. Cristian sentía esa ansiedad en Ana Elizabeth de, en alguna forma, hacer hasta lo imposible para ayudar y que todo el mundo sepa que Jesús los amaba y podía cambiar sus vidas. A veces le frustraba que la persona que más amaba en su vida siempre priorizara el cristianismo por encima de él, pero por otro lado esa misma pasión también lo había rescatado.
—lamento no haber considerado tus sentimientos al proponerte lo de la película, lo siento... es solo que me gustaría que a veces compartiéramos la misma pasión por cambiar a la gente en nombre de Jesús como Daniel y yo lo hacemos.
Daniel...
Cristian torció el labio.
De forma repentina Ana Elizabeth al notar la mirada distante de su novio, se volteó hacia él poniendo los brazos extendidos en cada lado quien aún tenía medio cuerpo recostado.
—Quiero compartir todas mis pasiones contigo Cris y que superemos nuestros miedos juntos. No quiero hacerlo con nadie más si no contigo, aún así, lo siento si te herí, si no quieres hacerlo no somos quienes para obligarte —dijo con una sonrisa dulce. ¿Lo estaba sobornando?
Las luces amarillas que iluminaban el jardín hacían brillar el cabello de Ana Elizabeth sobre él. El corazón de Cristian se estaba acelerando de una manera descontrolada. A veces se preguntaba si Ana Elizabeth sabía lo que provocaba en él con sus pequeños atrevimientos. Ella era tan prudente y recatada que cuando actuaba dulce o traviesa, descolocaba completamente el dominio de Cristian.
Se levantó rápidamente tomando a Ana Elizabeth de los brazos y la recostó tal y como él se encontraba hacía unos segundos, apoyando los antebrazos a los lados de ella y quedando los dos bastante cerca. Antes de que ella pudiera decir algo, Cristian se acercó y la beso, un beso lento que le erizo la piel y desató un hormigueo desde la punta de sus pies hasta la punta de sus cabellos mojados. Que nuestro sistema no responda al entendimiento, dos seres que deseen absorberse entre sí. Eso era estar enamorado.
Ana Elizabeth volteó el rostro a un lado cuando Cristian utilizó un instante para cambiar la posición de su rostro y respirar —creo... que... debería irme a dormir —dicho esto se levantó obligando a Cristian a alejarse y se apresuró a irse.
Cristian se quedó sentado mientras veía a su novia tomar la toalla y la bata que ella había dejado en la silla. Luego de unas lejanas buenas noches entró a la villa y se dirigió hacia su habitación casi corriendo.
Cristian se tumbó nuevamente sobre los adoquines, esta vez con ambas manos detrás de su cabeza. Cerró los ojos y quiso rememorar todas las sensaciones que acababa de experimentar. Con Ana Elizabeth todo era diferente. Todo lo que sentía al acercarse a ella, no se comparaba ni una milésima con ninguna de las tantas chicas con las que había estado. Y solo Ana Elizabeth era capaz de atreverse a frenarlo. En su larga lista de casos en los que hubo momentos íntimos con otras chicas, ni una sola chica mantenía la resistencia por miedo a que él perdiera el interés y si por hacerse las difíciles lo detenían por un momento no tardaban en cambiar de opinión y entregarse por completo, pues él mismo las hacía vacilar ¿Cuál era la diferencia? El compromiso que Ana Elizabeth tenía con Jesús y consigo misma. Saber quien eres en Jesús te hace fuerte a las tentaciones. ¿Todavía Cristian no sabía quién era en Jesús? Aveces se lo preguntaba.
Con sus ojos aún cerrados, Cristian oro:
Amado Jesús. Ayúdame a ser tan fuerte como ella. Quiero comprometerme contigo como debería, porque sé que si me pides que haga algo es para mi bien y si me impides hacer algo también es para mi bien. Jesus te amo, pero no como ella, te conozco pero no tanto como ella te conoce. No soy fuerte ni valiente como otro de tus hijos. A veces me pongo celoso cuando noto que ella te ama más que a mí, pero reconozco que mereces que te amemos más que a nada en el mundo y también quiero priorizarte y amarte por encima de todo y todos. Enséñame a saber quién soy en ti y encontrar mi propósito, y a considerar lo que quieres para mí. Amen.
Al abrir los ojos, Cristian bostezó, se sintió somnoliento. Sacó los pies de la piscina y se fue a dormir.
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Cuando escuchó la puerta de su habitación abrirse, Cristian se despertó. Los pasos que se acercaban le avecinaba una lucha acalorada. Aferró los dedos a la manta que lo cubría de pies a cabeza. No se quería levantar. Una fuerza opositora comenzó a propinar una violencia que sus dedos no pudieron aguantar. Descubierto no pudo hacer más que tomar la almohada y colocarla sobre su cabeza.
—¡Levántate dormilón! Ya son las once y quedamos de ir cerca del río a jugar, también vamos a pescar los peces que asaremos en la cena.
—Pues diviértanse... —dijo la voz de Cristian opacada por la almohada.
Gregorio tomó a Cristian de ambos tobillos y lo arrastró hasta el pie de la cama. —¡Levántate! —le ordenó Gregorio.
—¡Déjame en paz! —replicó Cristian.
Gregorio tomó la almohada del rostro de Cristian y comenzó a golpearlo en la espalda. —¡Te dije que te levantes!
—¿Para qué? —se sentó en la cama sostenido de los brazos flexionados hacia atrás —¿Para seguir arruinando tu luna de miel? —volvió a recostarse poniéndose de lado y dándole la espalda a Gregorio —prefiero quedarme aquí hasta mañana cuando vayamos a regresar.
Gregorio se rio —¿De qué estás hablando idiota? Me he divertido como nunca. Jamás imaginé que una luna de miel pudiera ser tan divertida. Cuando le cuente a mis hijos de mi luna de miel te aseguro que quedarán impactados, además solo estás siendo impulsivo como eres.
—Oh gracias, ahora me siento mucho mejor, te agradezco los halagos... —dijo Cristian sarcásticamente.
—Quiero decir que tú cometes tus errores y nosotros los nuestros, esta vez fue nuestra culpa, si es así ¿Por qué te escondes? —Gregorio le lanzó la almohada golpeándolo en la espalda —así que deja tus idioteces y baja al río.
En cuanto Gregorio dejó la habitación Cristian lo pensó por un momento, luego se levantó y se preparó.
Ni siquiera se molestaría en analizarlo. Era un rotundo NO. No quería. Ni siquiera se imaginaba frente a un público mostrando en pantalla grande lo podrido que había estado su interior. Dios perdona, pero los seres humanos no. Le estaba pidiendo a Dios ser fuerte, pero aún no lo era. A pesar de las conmovedoras palabras que Ana Elizabeth le había confesado el día anterior, no eran suficientes para aceptar revivir en carne propia su pasado.
Cuando Cristian llegó a la ribera los chicos estaban en una intensa competencia de voleibol. Y claro, los equipos se conformaban así: Gregorio y Patricia de un lado y Ana Elizabeth y Daniel del otro. ¡Perfecto! Al acercarse a la hielera, sacó una gaseosa y se sentó en una de las sillas de playa que habían llevado de la villa. El clima era soleado, pero ese no era el motivo de colocarse los lentes de sol. En cierta forma sentía que de algún modo le ayudaba a ocultar sus emociones.
— ¡Cristian ven a jugar! —le gritó Patricia después de golpear la pelota con fuerza.
Cristian sacudió la mano en forma de negación, mostrándose relajado como si disfrutara la vista. —Estoy bien, jueguen ustedes —pero no estaba bien. Ver a Ana Elizabeth chocar las manos con Daniel con tanta emoción por anotar un punto, ponía su sangre en ebullición.
Jesús ayúdame con estos sentimientos... Rogó.
Él sabía que no era correcto pensar así, pero ¿Cómo evitarlo? Daniel tenía todas las cualidades que a él le faltaban para ser un cristiano perfecto y el esposo ideal para alguien como Ana Elizabeth. ¿Por eso tenía tanto miedo de proponerle matrimonio? ¿Aún no se sentía lo suficiente para ella?
Cuando el juego terminó Cristian sintió que su novia lo evitaba. Ana Elizabeth fue directo a la hielera por una botella de agua y ni siquiera lo miró. Cristian se levantó y fue hacia ella.
—Buen día preciosa —le saludó llevando la mano hacia algunos cabellos despeinados de Ana Elizabeth para acomodarlos.
—Ya es de tarde —contestó tapando la botella de agua vacía. Las mejillas de Ana Elizabeth se estaban tornando de un color sonrosado.
Cristian tomó a Ana Elizabeth de la mano —vamos a caminar
Ana Elizabeth no tuvo más remedio que dejarse jalar por Cristian, aún con la cara como un tomate.
—¿No me va a decir por qué estás tan sonrojada? —preguntó con sonrisa traviesa —dime ¿Qué esta ocurriendo en esa hermosa cabecita tuya? —le estampó un beso en la coronilla de la cabeza.
Ana Elizabeth ocultó con una mano el lado del rostro que se encontraba expuesto a la mirada analizadora de Cristian. —Preferiría que lo ignoraras... — contestó
—Creo que debemos tener la confianza suficiente para hablar de ciertas cosas ¿no lo crees? — le insistió.
Ana Elizabeth quitó lentamente la mano de su rostro y asintió. Parecía una niña pequeña avergonzada por alguna travesura. Por lo general siempre se miraba madura y templada pero cuando se trataba de sentimientos era tímida e inocente.
Ana Elizabeth se soltó de la mano de Cristian y se colocó frente a él.
—¡Lo lamento Cris!
—¿Qué lamentas? —Cristian guardó las manos en sus bolsillos delanteros, con las cejas levantadas.
—Lamento haberme comportado atrevidamente anoche. Lo hice sin darme cuenta y te provoqué.
Cristian se rió a carcajadas. —No entiendo a qué te refieres
—No es una broma. —contestó seriamente.
Era absurdo para Cristian ¡solo se habían besado! Aunque no podía negar que lo que había sentido había sido algo fuera de este mundo, no comprendía cómo, el incluso llegar hasta ahí, podría ser algo que ofendiera a Dios. ¡Eran humanos!
—No creo que sea para tanto Eli, solo nos besamos, ni siquiera te toqué. —se justificó.
—¿Si no me hubiera levantado hasta donde hubiéramos llegado? —preguntó Ana Elizabeth.
—No lo sé, pero... ¿no crees que eres un poco extremista? Solo fue un beso, linda.
Ana Elizabeth se mostró sorprendida ante el comentario de Cristian —Osea que solo fue un beso para ti... ya nos hemos besado antes, pero ayer...
Se veía afectada. Cristian comenzó a estudiar los acontecimientos ocurridos desde la boda de Gregorio. Estaba notando que tan solo tres días completos juntos, estaban llevando su relación en picada. Lo peor de todo es que siempre parecía que todo era su culpa. ¿Era alguna especie de señal?
—¿Por qué estás tan sensible en estos últimos días? ¿Estás en tu periodo o qué? ¿Por qué siempre te parece que todo lo que hago o digo está mal?
—Sé lo que has vivido y es por esa razón que tengo cuidado, porque sé que tienes grandes experiencias en este tema y sé que para ti debe ser mucho más difícil que para mí el abstenerte de hacer cosas que deseas. Siempre intento ponerme en tu lugar Cris, pero ¿Qué hay de ti? ¿Intentas comprenderme? A Veces pareciera que sientes que el mundo gira alrededor de ti, pero los demás también tenemos nuestras luchas y nuestros sentimientos. ¿Crees que soy una estatua que no siente la ardiente sensación de tenerte cerca? ¿Crees que no fui cautivada por ese beso de anoche? Por eso me preocupé porque lo sentí, sentí la advertencia de todo mi cuerpo gritándome por más, pero para ti solo fue un beso ¿no? ¿También soy solo otra chica más para ti?
Cristian se quedó en silencio. Fue difícil procesarlo todo de inmediato. Por un lado se sentía culpable, ciertamente estaba tan enfocado en sus propias luchas que había olvidado por completo las luchas que tenían los demás, que tenía ella. Por otro lado, le emocionaba saber que ella compartía su atracción, su deseo de estar aún más cerca y llegar más allá. Estaba tan confundido que no sabía a qué sentimiento inclinarse. Y no lo podía ocultar, a veces él se preguntaba si ella sentía lo mismo.
Cuando Cristian despertó de sus profundos pensamientos ya Ana Elizabeth estaba de regreso con los demás chicos. Con todo lo acontecido, Cristian había empezado a odiar ese lugar y deseaba regresar a su vida rutinaria cuanto antes, así todo volvería a la normalidad.
Antes de regresar a los chicos escucho un tono de notificación en su celular. Era el versículo diario de su biblia digital. Con su dedo tocó la notificación para leer el mensaje. Eso era lo que más necesitaba: Palabra de Dios.
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—¡Abraham!—lo llamó Dios.
—Sí—respondió él—, aquí estoy.
—Toma a tu hijo, tu único hijo—sí, a Isaac, a quien tanto amas—y vete a la tierra de Moriah. Allí lo sacrificarás como ofrenda quemada sobre uno de los montes, uno que yo te mostraré.
Génesis: 22 -1B, 2.
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A Cristian se le cayó el teléfono cuando escuchó como si una voz le susurrara al oído. Miró a su izquierda y a su derecha y no vio nada. Se agachó a tomar el celular y al mirar nuevamente la pantalla encendida escuchó nuevamente la voz:
Si, a Ana Elizabeth, a quien tanto amas...
Nota de la autora (yai)
Hola. Queridisimos lectores.
Me pregunto... Por qué las relaciones son tan complicadas? Es una guerra interna y externa. Quién ha sentido eso? Cuando Dios está... Qué diferencia habrá?
Gracias por leer. Espero lo esten disfrutando. No olviden mi estrellita
Un abrazote bien grande.
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