🐌PUENTE MUSICAL: CUANDO AMANECE
Como le había dicho Tonik, aquella lejana noche de reyes, cuando decidió apostar por todo: la vida era un tiempo relativo. Habían pasado dos años desde esa noche mágica de víspera de reyes, donde Jules y Ariel se habían convertido en pareja. Dos años en los que no se habían separado más de unos pocos días. Dos años de máxima felicidad, aunque por supuesto, tenían sus altibajos. Jules y Ariel no eran la pareja perfecta. Discutían, sobre todo, en temas de convivencia. Podía decirse que Jules era demasiado tiquismiquis, y ella demasiado poco ordenada. Se enfadaban el uno con el otro, pero también se perdonaban con la misma facilidad. Siempre con las palabras: «Tienes razón, mi nakama».
De esos dos años, Ariel había guardado multitud de recuerdos. Su increíble viaje a Japón, la promoción y gira del disco «Tu canción», la inauguración del nuevo hotel en Mallorca, el mes que habían pasado con Tonik e Iván en Canarias. Su vida se había llenado de música, buena comida y maravillosos amigos. Lo que hacía muy feliz a Ariel. Y también a Jules. Lo que les había reafirmado en su decisión. Porque a pesar de los altibajos, seguían eligiéndose cada día. Seguían siendo música para el otro. Allí donde iban, se les veía enamorados. Por lo que a nadie sorprendió cuando anunciaron su compromiso. La prensa y redes se volcaron en alabarlos y quererlos, como hasta ahora habían hecho. Habían organizado su boda con calma e intimidad, cuidando cada detalle. Pero, también, por qué tenían el equipo de organizadoras más perfeccionista del planeta. Ariel y Jules les dejaron hacer. Sin embargo, había llegado el momento. Se casaban el nueve de enero.
Su hermana Helena había podido venir un mes entero para Navidad. Sin embargo, se tenía que marchar el once de enero para su tour en Francia. A pesar de que seguía prometida, ella aún no había organizado su boda. Decía que no tenía tiempo con su trabajo. Ariel le creía. Su hermana llevaba una vida agotadora, tantos ensayos y giras. Pero, por supuesto, el panorama actual la situaba cerca de la cima del ballet. La bailarina más excepcional de su generación a la que faltaba poco por ver florecer. Llegar a su cumbre. Ariel, aunque pensaba que debía relajarse, sabía que Helena estaba cumpliendo su sueño. No había nada que pudiera hacerse.
Tonik seguía trabajando como freelance, aunque, desde hacía unos meses, también había empezado a trabajar en el grupo Larraga. Como asesor externo en cuestiones de informática y nuevas campañas. Verle vestido con traje aún le sorprendía, pero su hermano era el mejor en su trabajo y le gustaba dirigir proyectos. Ella le admiraba muchísimo, pero su hermano seguía empecinado en vivir como hasta antes de que todo cambiará. Aunque se ganaba bien la vida, no quería cambiar su antiguo y pequeño piso por uno mejor. También, a Ariel le gustaría que su hermano se enamorará, pero no parecía estar por la labor. Aunque ella era consciente de que su hermano levantaba pasiones por la oficina, su hermano se negaba a que le organizará ninguna cita.
Otra que tampoco estaba por la labor de compartir su vida con alguien era Eva. Ella seguía de flor en flor como decía. Escandalizando al grupo de amigos con sus desvergonzadas aventuras. Sin embargo, parte de ella sabía que su amiga ansiaba encontrar la misma felicidad que sus amigas compartían. Sabía que algún día, la encontraría. Sandra iba a ser madre por tercera vez, su ansiada niña, como les decía. Estaba ya de siete meses. Todos esperaban ya a conocerla. Aunque sabían que con su llegada, el matrimonio se iba a mudar más cerca de los padres de él. En fin, el tiempo pasaba, pero para cada uno de ellos a su particular manera.
El día ocho se reunió el conocido «equipo novia», como les gustaba llamarse. Simplemente, para ultimar detalles en su casa. Sandra estaba ya enorme. Sin embargo, aunque el motivo de la reunión era la boda, se pasaron la mañana comiendo cupcakes y criticando los outfits de la fiesta de fin de año que habían organizado en casa de Jesús. También soltero de oro, al que Ariel no conseguía concretar ninguna cita. En fin, quizá mejor que nunca se hubiera dedicado al negocio de hacer de celestina. Porque no tenía ningún éxito.
—Mañana a esta hora estarás casada —le dijo Sandra divertida, relamiendo uno de los cupcakes de fresa con voracidad.
—¿Cambia algo la cosa? —preguntó Helena. Ella negó y solo se echó a reír algo misteriosa.
—¿De verdad que no puedo ir de negro? Es mi último día para convencerte... —se quejó Eva mirando a su hermana con insistencia.
Helena y ella eran sus damas de honor. Eva llevaba intentando los dos últimos meses, convencer a Helena, de que no podía ir del color elegido. Ariel suspiró de nuevo. Ella aceptó, pero fue Helena quién se negó. Y como Eva no quería revelar el verdadero motivo de su decisión de ir de negro, seguían en el mismo punto muerto. Había sido una organizadora excelente en la distancia, pero firme como una roca. Junto a Sandra y Marina, lo habían hecho todo. Eva y Ariel, en verdad, solo habían puesto pegas. Pero, el tema del vestido, por mucho que su amiga hubiera rogado, contado e insistido, no había hecho cambiar a Helena de posición. Es más, al no saber el motivo de la elección del negro, solo se había reafirmado en que debía ir de otro color. El motivo de la reunión de esa tarde era que tenían la última prueba del vestido. Por lo que, tras hartarse de comer cupcakes, salieron para la tienda de novias. Sitio en el que Ariel nunca se hubiera imaginado que se lo pasaría tan bien. Ni que le resultaría tan emocionante. Ya había anochecido cuando dejaron a una agotada Sandra en su casa.
Las tres se fueron a cenar con los hombres. Jules le había mandado la ubicación de uno de esos restaurantes que a ellas tan poco les gustaba, pero que su querido Jesús adoraba. Cuando llegaron, ya estaban sentados. Su futuro marido estaba muy guapo con su chándal negro de su marca, las gafas y su gorra. El disfraz de Z-Lech que le ocultaba de todo el mundo, menos de ella. Jesús y Owen iban con jersey y camisa. Más formales. Puso los ojos en blanco en dirección a Jules que resopló. Jesús no cambiaría nunca. Si por él fuera, vivirían siempre de traje y en restaurantes de moda.
Owen las saludó con un fuerte abrazo. Acababa de llegar de su último rodaje. Esas Navidades, las había pasado fuera de casa. Estaba grabando una telenovela en Argentina y si quería estar para la boda, debía grabar antes todo lo que pudiera. A ella le había emocionado que se esforzará tanto para poder estar ahí. Estaba muy bronceado, resaltando sus increíbles ojos grisáceos. Dos años y seguía siendo el rompecorazones del mundo de la televisión. Cada día era más atractivo, a medida que ganaba años.
Jesús también le dio un fuerte abrazo y Ariel se sentó a su lado con complicidad. Si Sandra y Helena habían sido unas pelmazas con la boda, Jesús no se había quedado atrás. Se había tomado muy en serio su papel de padrino e insistido mucho en todos los detalles. Cenaron comentando la boda y los nervios que atenazaban el estómago de los implicados. Tras la cena, Eva y Helena se marcharon junto a Owen hacia su coche. Jesús les acompañaba en esa dirección. Ellos se quedaron solos y fueron en el precioso deportivo de Jules. Desde hacía un año, Jules y Ariel se habían mudado a aquella casa tan preciosa, que habían visto antes de su viaje a Japón. Habían hecho pocas reformas, puesto que les encantaba ese hogar. Además, su ubicación era perfecta. Muy cerca de Jesús, siendo prácticamente vecinos. Eva se había instalado en el antiguo piso de Ariel de alquiler. Llegaron a su hogar como solteros por última vez. ¡Qué extraño era pensarlo! Entró encendiendo las luces, cuando él la agarró por detrás, besándola con intensidad.
—Mañana, a esta hora, estaremos casados. Será nuestra primera noche de luna de miel —él sonrió misteriosamente. Le había regalado un viaje, pero no quería decirle dónde. Ella sonrió contra su boca. A pesar de que siempre se quejaba de las sorpresas, él no se cansaba de hacerlas. Y, debía decir, que siempre acertaba. El paso felino de sus dos gatos les entretuvo en el pasillo.
Jesús y Eva charlaban por delante de ellos sobre la boda. Su conversación y risas amortiguaban el sonido. Como siempre, ambos se entendían de una manera muy particular. Owen acomodó su paso al de Helena, que tras todo el día en tacones, le dolía un poco el talón. Sin embargo, ya estaba acostumbrada.
—¿Cómo estás? ¿Qué es de tu vida? —le preguntó él. Helena se estremeció al sonido de su voz aterciopelada. ¿Es que todo lo tenía perfecto, ese divo del mundo de la actuación?
—Bastante bien. Empiezo gira en tres días, pero me hace mucha ilusión —ella no le miró mientras hablaba. Owen se detuvo cuando sus amigos giraron en la esquina. Ella hizo lo mismo sorprendida— ¿Qué ocurre?
—Nunca hablamos de lo sucedido en la estación de esquí. Pero... no puedo dejar de pensarlo. Yo... —ella le cortó con un mal gesto.
—Pasó y ya está. Voy a casarme, Owen. Y tú eres... bueno, ya lo sabes. Así que pasemos página —las voces de sus amigos les avisaron. Ellos se acercaron y su conversación quedó ahí. Como las últimas veces que se habían visto. Helena no quería recordar esos cinco días que habían pasado esquiando dos años atrás. Solo había sido un extraño momento, nada más. Ella se había negado a hablar de nada más, que no fuera la relación, que mantenían con sus amigos. Owen anduvo silencioso tras ellos, pero Helena se mostró animada.
Al día siguiente, a pesar de lo mucho que lo deseaban ambos, empezó la terrorífica locura. Jules se marcharía temprano a casa de Jesús. Huyendo, por supuesto, de la locura más aterradora que iba a entrar en su precioso y tranquilo hogar. Solo pudieron tomar un café juntos, antes de que llegará la peluquera. Se despidieron con nervios y ganas.
—Recuerda, seré la del vestido de novia —como siempre, le sacó una sonrisa. De esas que ella tanto adoraba.
Jules se marchó para prepararse. Ella se duchó y se dejó peinar, maquillar y vestir. La imagen que le devolvió el espejo era sobrecogedora. Su precioso pelo caoba recogido en una desenfadada trenza. Había decidido no llevar velo, le parecía demasiado para su propia y sencilla boda. Aunque le habían pegado algunas perlas en su cabellera que le daban otro aire. El maquillaje era dulce, sutil y para nada recargado. Era cómodo y se sentía ella misma. Lo más impresionante era el vestido. Era un vestido de corte midi, el escote en forma de corazón de estilo corsé. La tela era como de tul y simulaban ser rosas. La falda era, también de tul, y llegaba hasta un poco más allá de los tobillos. Sus zapatos eran cómodos, de plataforma. Pero no muy altos, para horror de su hermana Helena. Pero en algo debían ceder. Era su día. En la muñeca se puso la única joya que quería llevar, una pulsera regalo de Helena y Tonik, junto al reloj de David y Jesús. Sonrió cuando la puerta se abrió y entro su hermano con su precioso esmoquin.
—Pareces otro —le dijo, él dio una vuelta apreciativa, para que ella pudiera adularle. Se giró divertido—. Estás muy guapo, de verdad.
—Tu infernal equipo no me han dejado elegir nada diferente —Tonik puso los ojos en blanco y se acercó con cariño—. Tú estás increíble -dijo mirándola de arriba a abajo—. Mi niña hermosa —dijo, dándole un beso en la frente. Helena entró poco después. Si ella estaba guapa, su hermana era cosa de otro mundo. Era tan hermosa como el fuego. El vestido de satén rojo se deslizaba por su cuerpo como si fuera una segunda piel. Sus zapatos dorados eran de otra dimensión. Iba maquillada muy elegante y su largo pelo recogido en un moño le dejaba su perfecto rostro iluminado. Ella se acercó y los tres se abrazaron—. Sois lo mejor que me ha pasado en la vida, mis princesas. Lo mejor que pudieron dejar mis padres en este mundo. No me arrepiento de nada de lo que hemos vivido. Porque nos ha llevado hasta aquí. Os quiero, mis preciosas niñas.
—Tonik —dijo Ariel cogiéndole la mano, intentó parpadear para quitar las lágrimas de sus ojos—. Te quiero infinito. Gracias por cuidarme, por protegerme, por ser el mejor hermano del mundo. Pero también por ser el sostén de esta familia, nuestro apoyo, nuestro pilar. Sin ti no sería nada.
Los tres se miraron con cariño. Habían sido náufragos un tiempo, hasta encontrar la isla de su vida. Sin él, nada de eso hubiera sido posible. Él había aprendido a navegar, a llevar el barco, a enfrentarse contra cualquier ola que quisiera volcarles. Siempre con una sonrisa, con cariño, con paciencia. Enseñándoles a creer en sí mismas. Lágrimas acudieron a sus ojos, pero parpadearon rápido para evitarlas. Era pronto para llorar y estropearse el maquillaje. Eva entró para meterles prisa. Ella también estaba impresionante con el vestido rojo, los zapatos dorados, planos, eso sí. El pelo recogido. Se la veía muy hermosa. Aunque, mientras, su hermana era etérea como una rosa; Eva parecía salvaje como el fuego. Ambas igual de feroces y peligrosas. Ariel sonrió. Ciertamente, muchos hombres caerían rendidos rápidamente. Subieron al coche y Eva condujo la distancia hasta la capilla. El resto de la familia ya debía estar allí. La familia Larraga que Jules había querido invitar, sus amigos en común, algunos de sus amigos de la industria de la música. Su gente. La de Ariel también estaba. Su sobrino Iván, sus amigas, algunos compañeros de trabajo. Toda mezclada, pero lo más importante, unida para disfrutar su amor.
—Recuerda, si tú me dices que nos vamos, nos vamos —le dijo Helena sonriendo con cariño, Eva asintió divertida. Había pasado tanto tiempo de esa noche, pero le embargó la misma sensación. De estar protegida y cuidad. Le devolvió la sonrisa con alegría. Ese día, no temía lo que pudiera pasar.
Ellas entraron antes, una de la mano de Jesús y la otra de Owen. Tonik y ella se detuvieron en la entrada. Su hermano le tendió el brazo. Se miraron con cariño recordando tantos momentos compartidos. Tantas emociones contenidas..La música sonó. No cualquier música. Esa había sido su petición. «Tu canción» sonaba en versión piano, mientras ella avanzaba por el pasillo. Solo entonces, le miró. Jules, su Jules, estaba ahí, con un traje precioso, con esa gorra que era su sello. Sin gafas, por supuesto. Su rostro ante ella. Iluminado por ella. Vio qué lágrimas acudían a sus ojos, pero no se derramaron. No cuando ella le sacó la lengua divertida. Llegó ante sus pies sonriendo.
—No te diré que la cuides, porque sé que lo haces —le dijo Tonik pasando su mano a la de Jules—-. Solo quiero que sepas que eres como un hermano para mí —las palabras humedecieron sus ojos y Tonik se alejó para sentarse entre David e Iván. Luego, empezó la ceremonia. Lugar donde se dieron el «sí quiero» y pasaron a ser marido y mujer. Salieron de la capilla para que una lluvia de arroz y flashes les envolviera. Rápido subieron al coche, donde Jules la besó antes de arrancar. Divertidos, no podían parar de hablar y reír. Llegaron hasta casa de Jesús, donde aparcó y le miró divertido.
—Me encanta tu vestido. Será un placer verlo en el suelo de la habitación esta noche —musitó Jules con picardía, besándola de nuevo. Ella le apartó las manos de su pelo.
—Vas a despeinarme —él se quejó y luego, cogió su barbilla con ternura y cariño.
—Soy el hombre más feliz del mundo, mi nakama —musitó antes de besarle y luego añadir—. Hace dos años, cuando estaba grabando «Tu canción», Zaira me dijo: el amor no golpea siempre, pero cuando lo hace deja marca. Tú has dejado marca en mi vida, Ariel. Me noqueaste de tal forma que no sé si alguna vez vuelva a ser el mismo. No dejes nunca... jamás... de golpearme con tu amor.
—Te amo, Jules —dijo ella con la mirada fija en sus ojos. Esos ojos verdes que la volvían loca. Que le decían más que cualquier palabra del mundo. Ella no necesitaba decir nada más—. Nos esperan —él asintió.
Sin más, salieron a celebrar con su familia el amor que les unía. La comida, elegida por Sandra y Jesús, no fue lo que ellos hubieran elegido. Un menú demasiado formal y recargado. Río con ganas cuando a media comida, les trajeron una espuma de limón. Jesús río muy fuerte al ver la cara de confusión de ambos. Ahora su cuñada, además de su mejor amiga. Sin embargo, era un intermedio. La comida prosiguió. Todos adoraron la tarta de postre que había elegido Helena. Tras la comida, llegaron los brindis. El padrino se levantó.
—No quiero alargarme mucho porque imagino que estáis deseosos de disfrutar la fiesta. Pero... antes de ello, solo quiero que sepáis que hoy es un día muy feliz para mí. Mi hermano se ha casado con una persona excepcional. Mi mejor amiga. Una mujer perfecta para él. Creo que en el mundo, ellos dos serían la definición perfecta de amor. Espero y os deseo una gran vida larga y feliz..y espero poder compartirla con vosotros —todos brindaron y salieron a celebrar la dicha que les envolvía. Ariel dio saltos de felicidad cuando vio una mesa llena de hamburguesas, patatas fritas y comida basura. De esas que tanto les gustaban. Jesús sonrió cuando vio su cara de felicidad—. Sabía que hubierais preferido esto.
Jules que no era muy efusivo con su hermano, pero ese día, le dio un fuerte abrazo. Con tanto cariño y alegría, que ella sonrió emocionada. Ambos rompieron a reír. Luego, se puso nerviosa. Ellos debían abrir el baile. Pero... no le habían dicho si sonaría un vals o... que debían bailar. Ariel estaba histérica, porque ella no era muy buena bailarina. Las notas empezaron. Sus ojos se humedecieron, pero cuando los vio en el escenario estuvo a punto de desmayarse. «Estopa» estaba en el escenario. Cantando una de sus canciones favoritas. Jules le tendió la mano y salieron a bailar, invitando a todos sus amigos a su paso. En la pista le susurró:
—No podía evitar invitarles. ¿He acertado con el primer baile? —con lágrimas en los ojos, ella se lanzó a sus brazos para besarle. Disfrutaron del concierto privado que les dedicaron con sus éxitos. Cuando acabó su música, la de Jules llenó la pista. Todo el mundo bailaba feliz y ellos no se despegaron en ningún momento.
Owen bebió de su copa y observó la pista de baile. Había bailado un montón, más que nunca. Había disfrutado con «Estopa», con sus amigos, con su familia. Incluso se había permitido bailar una bonita canción con su madre. También había bebido demasiado. Los pies le dolían un poco. Pero, la observó de lejos. No sabía como podía aguantar con esos zapatos de infarto. Quizá eran casi veinte centímetros de altura. Como un resorte, Helena se giró y le devolvió la mirada. El tiempo volvió atrás dos años y Owen se quedó paralizado. No fue consciente de como había pasado, pero de golpe estaban dentro de la casa, besándose y marchándose hacia la habitación.
Jesús bailaba divertido con Eva y Ariel. La fiesta estaba siendo excepcional. Vio a Jules observarles, y se alejó divertido, de sus amigas. Había bebido más que otras veces, pero Jules seguía sobrio. Algo que admiraba de él, es que nunca le veía borracho. Las observó bailar desde la posición de su hermano. Jules dijo con la voz algo grave por la emoción:
—Espero que algún día puedas encontrar a tu nakama —le dijo Jules, mirando a Ariel—. Hemos pasado toda la vida solos, merecemos una segunda oportunidad.
Jules le apretó el hombro con cariño, derritiendo el pensamiento de Jesús. Ojalá fuera tan fácil, pensaba. Y, en verdad, el amor lo era. El de verdad..lo difícil era encontrarlo. Jules se acercó a su mujer que le hacía señas. Se acercó y Jesús les vio besarse. Eva se acercó a él en ese instante, dándoles su intimidad y espacio. Quejándose de sus zapatos. Ella se sentó a su lado. Estaba muy hermosa en ese color rojo, y más ahora que tenía las mejillas sonrojadas y se había soltado el pelo.
—Me están matando los zapatos —ella miró a su amiga y a Jules sonriendo—. Aunque les adoro, les tengo un poco de envidia. Qué suerte encontrarse, ¿no crees? —Jesús no dijo nada. Solo observó algo alicaído la escena. Eva le miró divertida y él acabó poniendo los ojos en blanco. Esa mujer siempre acababa sacándole una sonrisa. Le gustaba contarla entre sus amigos, aunque no sabía por qué nunca acababa de poder mostrarse al cien por cien con ella. Como si le diera un poco de miedo. La temía un poco, sí. Ella le tendió la mano y salieron a bailar juntos. La temía, pero le gustaba temerla.
Cuando amaneció se fueron por fin a casa. Jules la abrazó por detrás y como prometió, el vestido se vio mucho mejor en el suelo de la habitación. Disfrutaron de un buen sexo, pero no podían dormir tras él. Seguían demasiado eufóricos. Entonces, él preguntó:
—Nadie se ha dado cuenta, ¿verdad? —ella sabía a qué se refería y le sonrió.
—No, nadie se ha fijado. Mejor, ¿no crees? —Jules le puso una mano en su vientre plano, aunque pronto dejaría de estarlo. Hacía pocos días que sabía que estaba embarazada. Era pronto para dar la noticia. Pero ellos sabían que, aunque su boda había sido el día más feliz de su vida, el siguiente estaba muy cerca. Jules besó su vientre y sus hormonas revolucionadas se alteraron.
—Soy tan feliz, mi nakama. Tengo todo lo que siempre soñé. Un trabajo que me apasiona, un hombre al que amo y ... —tocó su estómago—, un motivo por el que luchar cada día.
—Tú me haces feliz, mi caracol. Pronto, seremos uno más —el sol acabó de salir por el horizonte y ellos se abrazaron en su cama. Escuchando los latidos de su corazón, el ronroneo de sus gatos y la ilusión de su vida. Amanecían en su vida juntos.
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