12. Para toda la vida

El viaje a Japón se tuvo que posponer, un poco de manera indefinida, tras finalizar esos días festivos. El abrumador éxito de «Tu canción» había hecho que Z-Lech se convirtiera en el artista más cotizado y de moda. Lo invitaban a todos los shows, programas y eventos. Algo que, tanto Ariel como Jules, disfrutaban. Llevaba seis meses asistiendo a todos estos eventos junto a él, compaginándolo con su gira por toda Europa y Latinoamérica. También había concedido muchas entrevistas, dónde, una y otra vez, relataba su historia de amor. Sin dar muchos detalles, pero emocionando al público como solo él podía hacer. De la noche a la mañana, todo el mundo les conocía, pero también respetaban su intimidad con una celosía y cariño, que ella admiraba profundamente. Eso les permitía sentir que, a pesar de todo, llevaban una vida normal. Cotidiana. Como cualquier otra pareja, aunque con un trabajo algo más complicado.

Ariel, pensaba que Jules debía estar cansado de tanto trabajo, pero siempre parecía radiante de energía y felicidad. Ella le había acompañado a casi todas las actuaciones, como parte de su equipo. Había visto de primera mano todo su trabajo. Lo que era mucho y agotador, pero Jules estaba muy feliz de ello y eso, casi siempre, compensaba.

Aunque, ella estuviera trabajando a tiempo completo para él, tampoco descuidaba su trabajo con Jesús. Disfrutaba enormemente de los proyectos que iban a empezar ese año. Además, poder teletrabajar desde dónde pudiera era lo mejor. También, a veces, pensaba que ella misma debería estar cansada. Pero no lo estaba. Para nada. Se levantaba llena de energía y felicidad, sobre todo por estar compartiendo la vida que quería, al lado de la persona que más amaba en el mundo. El invierno había dado paso a una radiante primavera, que les había llevado a empezar un caluroso verano, mientras ellos, vivían en su preciosa burbuja de amor. 

Sin darse cuenta, ya estaban en junio. Aunque el sol calentaba como si estuvieran en pleno agosto. Por lo que Ariel dormía poco. Llevaban una semana en Gran Canaria, descansando un poco al fin, tras todo ese ajetreo de los últimos meses. Aunque, en menos de seis días, se marchaban de vuelta a Ibiza. De nuevo, Z-Lech tenía contratado un mes de shows exclusivos en la isla. Esa vez, como solo iban a ir ellos, se alojarían en la suite del Hotel Xubec. Ariel había aprovechado su estancia para preparar un evento muy especial para el año de apertura que llevaban. Junto a Marina, ya estaban acabando de pulir todos los detalles. Aunque, esa mañana, mientras salía el sol, estaba sentada pensando en otras cosas. Recordando lo rápido que había cambiado todo en pocos meses. Sintiendo que aún lo estaba soñando. Que nada de eso podía ser real. Al fin y al cabo, ¿quién podría creerse todo eso? Era incapaz. Sin embargo, bueno, había pasado. Jules apareció con Toulouse en sus brazos y sin camiseta. Estaba tan hermoso con esa mirada de sueño. Aunque era imperfecto, por supuesto, a ella no se lo parecía.

—¿Te he despertado? —le preguntó Ariel levantándose, Jules soltó a su mascota que salió corriendo en busca de su hermano, probablemente para pelearse. Eso no había cambiado, ni cambiaría—. Pareces cansado, cariño. Deberías aprovechar para dormir algo más.

—Estoy bien, no tengo más sueño. Me ha despertado Óscar. A veces, con su manía de madrugar, me dan ganas de despedirle ¿Crees que puedo alegar eso como motivo? Él me ha dicho que no —ella sonrió y él la abrazó divertido —. Me han invitado a actuar en el Coachella del año que viene. Dos noches y dos shows. ¿Qué te parece?

—Eso es maravilloso, nakama. Más que maravilloso. Es increíble. Asombroso. Eres el mejor —dijo Ariel intercalándole besos divertida—. Estoy muy orgullosa de ti.

—No seas pelota para que te haga el desayuno —le dijo divertido, apretándola contra él—. Cuando acabemos el show de Ibiza, tú y yo nos metemos en un avión a Tokio. Mínimo nos merecemos un mes de descanso. Ya tengo cerradas algunas colaboraciones para otoño, pero voy a dejarme vacía Navidad para estar en casa.

—¿Aquí o en...? —empezó preguntando ella.

—En casa —respondió él, sin necesidad de aclarar nada más. Esa palabra era todo para ellos. Su familia estaba en la península. Canarias era su escape. Ese lugar donde querían estar solos y disfrutarse. Pero, sus hermanos, sus amigos, su familia, estaban en la ciudad. Ella le besó y Jules se fue a preparar el desayuno, aunque dijera que no iba a hacerlo. Mientras Ariel seguía trabajando con una sonrisa en el rostro. 

Owen y Jesús estaban saliendo del gimnasio, se habían levantado temprano y habían decidido ir a machacar algo de músculo. Owen llevaba unas semanas distraído y Jesús había intentado animarle yendo a entrenar. Recuperando un poco lo que era su habitual rutina. Owen se había comprado hacía poco un nuevo apartamento en el centro. Un loft recién reformado que había convertido en su guarida de soltero, como le gustaba decir. Acababa de finalizar el rodaje de una telenovela llena de romance, dónde él interpretaba al antagonista por el que la protagonista sufría. A pesar de ser el malo, sin embargo, se había convertido en la estrella de la serie. Y eso que, aún no se había estrenado oficialmente. Pero, las fans no paraban de subir edits y collages alabándolo. Adorándole en el papel del villano. Sabía que, dentro de poco, la serie se estrenaría y su hermano estaría en todas las pantallas. En ese momento, Owen rebufó al ver otro de esos videos donde, con música seductora, salían diferentes imágenes de él en diferentes series. A Jesús esas cosas les parecían abrumadoras. Le daban mucha vergüenza. Pero, sus hermanos llevaban bastante bien la fama.

—Tu horda de fans es incansable —murmuró aparcando el coche y entrando en su casa. Owen puso los ojos en blanco ante su tono.

—La verdad es que si no fuera por ellas, no estaría donde estoy, así que les debo todo. Aunque me dé un poco de corte ser un sexsymbol, es normal, ¿tú me has visto? —Owen sonrió con picardía. Jesús puso los ojos en blanco.

Aunque le diera un poco de vergüenza admitirlo, Owen era de otro mundo. Y, Jesús estaba seguro de que a él le gustaba que le admirarán de esa manera. Sin embargo, también sabía que él quería ser un actor más prestigioso. Por eso no se tragaba ese tono de chulo que empleaba. Pero no quería ahondar más en la herida, si su hermano no quería hablar de ella. Owen llevaba esperando tiempo  hacer algo que le llevará, no más alto quizá, pero más serio y real. Sentir que era más que el hombre por el que suspiraban las féminas. Que interpretaba a alguien. Owen se sentó en la mesa de la cocina y siguió mirando las redes concentrado. Jesús se dio cuenta de que miraba el Instagram de Helena, la hermana de Ariel, con mucha intensidad.

—¿Qué miras tan atento?—le preguntó con curiosidad. Él había estado con ellos en aquella fugaz escapada a la nieve y recordaba que les había visto... muy cercanos. Sin embargo, luego no les había visto más. Quizá, había sido algo puntual debido a esa extraña escapada.

—Nada, me gusta verla bailar. Es como si... fuera otra persona. Delicada y etérea, no la fiera que es en realidad —Owen sonrió y Jesús no pudo evitar reírse. Helena era todo fuego y carácter. No parecía nada ser una delicada bailarina de ballet. Sin embargo, cuando la veías bailar, era como si mudará a otras personas. Se convertía en el personaje que interpretaba y dejaba de ser ella. Era un ser de otro mundo, sin duda. Llegaría muy alto, lo sabía.

—Las personas tenemos muchas capas, solo mostramos lo que nos interesa a quién nos interesa. Tú eres actor, deberías saber lo que es eso —dijo, sirviendo las tortillas y otro café.

—Todos somos personajes, hasta que encontramos a quién nos quita todas las máscaras, ¿no? —ambos pensaron en su hermano Jules. Lo que tenía con Ariel era algo único. Algo que ellos dos, alguna vez pensaron poseer, pero no había sido real.  Los dos fueron engañados, y lo peor es que habían sido ellos quienes sujetaban la venda del engaño. Ese era también el riesgo del amor. Ser tú mismo, con alguien capaz de mentirte. Jesús suspiró y desayunaron hablando de la vida, del amor y de muchas cosas, pero no de verdad. Solo interpretando cada uno su personaje: el ligón bromista y el serio solterón. Sin ganas de mostrarse sin máscaras. Al menos, no ese día.

En el aeropuerto de Ibiza, David y Marina, salieron a su encuentro. Ariel se lanzó a los brazos de su sobrino. ¿Era posible que hubiera crecido otros cuantos centímetros? Ya era mucho más alto que ella, casi de la altura de Jules. Lo que les hizo reír y bromear entre ellos. Maldita sea, ¿Qué les daban a esos hombres Larraga? Marina también le dio un fuerte achuchón. Ambas, se enfrascaron en hablar del proyecto del hotel, de las novedades, del equipo. Al menos, estar ahí era como volver a tierra firme, tras un tiempo de ir flotando a la deriva. Ariel empezaba a sentir que se daba cuenta de que era real. De que todo lo sucedido había sucedido de verdad. Qué mejor manera que volver a los inicios de todo, un año después. Comieron en el restaurante del hotel. Donde Jules casi devoró toda la despensa de Sandra, que divertida, se aprovechaba de tener tan buen cliente y comensal. Le hizo probar nuevos platos con los que quería ampliar la carta. Jules se mostró encantado de opinar.

Habían llegado un lunes y hasta el viernes, no tenían el primer show. Sin embargo, Jules debía ensayar. Al día siguiente, volvería al local dónde había actuado el año anterior. Era precioso pensar en la de recuerdos que tenían. Óscar llegaba el jueves, y ya tenía ganas de realizar cambios en el primer ensayo. No obstante, ese día lo tenían para ellos solos. Cuando se despidieron de Marina y David, subieron a la impresionante suite de Xubec. Esa suite estaba pensada para parejas enamoradas y se notaba en cada detalle. La impresionante cama king size con cabezal de hierro forjado. La enorme bañera de mármol con vistas a la playa. El pequeño salón con chimenea para el invierno, con un agradable sofá con televisión. Todo decorado en los colores grises y azules del hotel. Jules le besó en el hombro. Jesús había realizado un trabajo impresionante. Algo así quería ella para el nuevo proyecto de Mallorca, que empezarían en menos de cuatro meses.

—Hemos vuelto —dijo en su oído, distrayéndola de sus pensamientos. Ibiza tenía un lugar muy especial en su corazón. Allí se habían conocido, se habían encontrado en ese mundo tan extraño, donde las cosas especiales a veces suceden. Era mágico. Ariel se giró entre sus brazos— ¿Quieres salir a dar una vuelta? —Ariel negó besándole. Sus pensamientos vagaban hacia esa hermosa bañera. Desnudándose se metió en el agua tibia y contempló la playa. Jules no tardó en acompañarla, ella se tumbó contra su pecho y dejaron que sus cuerpos se relajarán sin tener que rellenar el silencio. Como siempre les pasaba. Finalmente, Jules musitó—. Cuando te vi por primera vez, pensé que eras una persona muy rara.

—¿Por qué? —dijo Ariel algo tensa. No por lo que pudiera decirle, ella ya no tenía ninguna duda sobre su amor. Sabía que Jules estaba plenamente enamorado de ella, como ella de él. Pero, a pesar de eso, le preocupó que pudiera decirle.

—Bueno, no parecías nerviosa por estar con tres hombres en una misma casa. Además, yo era una estrella —dijo presuntuoso, Ariel le dio un cariñoso pellizco en el brazo que le hizo reír.

—Qué vanidoso eres. Por supuesto que estaba nerviosa, pero soy muy orgullosa. No quería que se me notará —dijo divertida.

—Es verdad. Pero, yo ya estaba acostumbrado a que la gente me tratará rara. Que se pusieran nerviosos o no supieran qué decirme. Por eso me extrañó, que tú me tratarás con total normalidad, como si fuera yo mismo. Y que, estuvieras tan cómoda cerca de mí. Me encantaba, no me malinterpretes. Me hacía volver a sentir que era solo Jules. Lo que me volvía loco. Sobre todo cuando te mordías el labio. Eras un misterio y eso me gustaba y... me ponía a cien —susurró él contra su oreja, erizándole toda la piel.

—Eras Increíblemente atractivo, incluso cuando comías como un lobo —le respondió Ariel girándose con cuidado para que no desbordará el agua, pero queriéndole ver la cara—. Sobre todo, cuando comías como un lobo y me guardabas lo mejor para mí. Nunca me pareciste una estrella, nakama. Eras simplemente tú y eso me encantaba —Jules la besó con ternura—. Te quiero. 

—Yo sí que te quiero, caracol —se besaron, se tentaron, jugaron hasta que el cuerpo les picó y se salieron del agua. Ya secos, pero no vestidos, se metieron en la cama y se dedicaron a hacer lo que más necesitaban. Estar el uno con el otro, mientras el sol se escondía por el horizonte. Sin prisa. Relajados y satisfechos, ambos se miraron divertidos, tumbados en esa enorme cama—. Aunque me duela decirlo, vístete. Tengo una sorpresa para ti.

—¿Qué es? —dijo ella nerviosa. Seguía recordando las palabras de su hermana Helena, pero a ella seguían sin gustarle. No saber que le deparaba la ocasión y tener miedo de decepcionar al otro, la agobiaban—. Sabes que no me gustan las...

—Sorpresas, lo sé. Pero empieza a acostumbrarte, a mí me encanta hacerte sorpresas —dijo con suficiencia Jules. Ella le dio en el hombro cariñosamente, ocasión que él aprovechó para volver a besarla y hacerla olvidar los nervios en el fondo de su mente. Ambos se arreglaron y se marcharon andando por las preciosas calles de Ibiza. El cielo violeta y la agradable temperatura, hicieron que Ariel se diera cuenta de que la felicidad era demasiado sencilla. Estaba en cosas tan pequeñas y ocultas, que de golpe, te sorprendía como unq avalancha y te dejaba sin aliento. Esa noche no iba a ser diferente.

Sorprendida, miró el restaurante al que se encaminaba su precioso novio. Habían estado allí en dos ocasiones en su pasada visita. Una con sus hermanos y otra con sus amigas. Ambas habían sido ocasiones extrañas, pero ella había disfrutado mucho de la comida. Entraron, y de nuevo, gozaron de una agradable cena. Jules recordaba todos los platos que le habían gustado e incluso decidió cosas que sabía que a ella le gustarían. Era increíble la capacidad que tenía ese hombre de recordar todo lo que le gustaba. Cuando acabaron, antes de regresar al hotel, decidieron caminar por la playa y fueron a comerse un helado. Recordando anécdotas de su infancia con Tonik. Jules se echó a reír.

—Aún recuerdo como estropeaste la camisa de mi hermano ese día. Aunque no lo dijera, estoy seguro de que le dolió una barbaridad, pero ver a David reir de esa forma, creo que pudo con él. Ese día supe que podría enamorarme de ti —dijo divertido. Ariel le dio un codazo juguetona. Y él le pasó el brazo por los hombros con cariño—. Quiero hacer esto toda la vida, Ariel.

—Pues ya sabes lo que hay que hacer para estar siempre juntos —dijo solo por picarle. Sin embargo, cuando lo vio pararse y arrodillarse, a Ariel le cambió el rostro. Él se lo había hecho venir bien, para crear ese momento.

—Pues sí. Lo sé. Sé lo que quiero hacer desde ese pasado verano en que te conocí. Porque, desde ese momento, supe que estaría enamorado de ti toda la vida. Tú eres mi nakama, mi mitad y mi caracol. Por tanto, sin ser un pesado, solamente quiero confirmarlo. ¿Quieres casarte conmigo y pasar el resto de tu vida a mi lado? —Ariel vio el precioso anillo que habían visto una lejana tarde de lluvia. Recordaba esos días. Se habían quedado en casa tres días, antes de marcharse a Mexico, por la gira. Ella le había insistido en poner la saga «Crepúsculo», aunque él la odiaba. En tres días las habían visto todas. Ella vio el anillo y sus ojos se llenaron de lágrimas. Era el anillo. El anillo de Bella Swan. 

—Claro que quiero, cariño —dijo arrodillándose a su lado—. ¿Cómo no voy a querer? Eres el hombre perfecto. No eres real. A veces pienso que te he inventado. Porque tienes todo lo que una mujer podría desear. Talento, inteligencia y belleza. Pero además, eres atento, cariñoso y detallista. Quizá esté loca y seas un producto de mi imaginación. Quizá estoy en coma porque me caí por el hueco del ascensor —dijo haciéndole reír. Jules la besó con ganas, sentados en la arena le puso el anillo—. Te amo, mi nakama.

—El hombre perfecto te regalaría ese Porsche amarillo canario, pero aún me queda algo de dignidad — dijo besándola. Ariel se echó a reír contra sus labios. Sí, la felicidad era algo así. Y se la merecía. No más que otros, claro que no. Todo el mundo se merecía semejante felicidad, pero ella también. Y se merecía disfrutarla. 

Jesús sabía que el show de Jules de ese año había sido el más exitoso de su carrera. Todas las noticias de la industria, hablaban de su éxito. Sin embargo, él también veía que todo ello, no era tan importante para Jules como lo era su vida personal. Sabía que su hermano y Ariel se habían comprometido. Lo que le hacía muy feliz. También sabía que Marina, Helena y Sandra ya estaban organizando la boda. Algo que le hacía temblar un poco. Esas tres mujeres eran de armas tomar. Pero, ver a su familia y amigos tan unidos, tan felices, tan llenos de alegría, le hacía sentir que lo había hecho bien. Que en algún punto, se había deshecho de las sombras de su infancia, y habían agarrado la plena luz. Jules, y su ahora futura cuñada Ariel, llegaban para pasar tres semanas, antes de marcharse a su esperado viaje a Japón. Con ellos venía su hijo, que se iba a quedar, casi de forma más o menos permanente. Algo que le llenaba el pecho de alegría y orgullo. Aunque le gustaría tenerle mas. Tenerle siempre. La relación con David le había hecho comprender que nunca había tiempo perdido, si se lograba recuperarlo. Había logrado entender a su hijo y que él entendiera cuánto le quería. Había sido padre joven, y había cometido muchos errores en el camino. Pero, al menos, había logrado resolverlo. Había logrado serle sincero y que su hijo le perdonará.

Owen vino a buscarlo esa mañana para irse al aeropuerto. A Jesús siempre le sorprendía su coche. Todos creerían que, por como era en la televisión, llevaría un deportivo veloz o un descapotable vistoso. Algo que dijera: «Soy un actor de éxito, rico y guapo». Pero, qué va. Su hermano llevaba un coche sencillo y nada ostentoso. Algo más bajo que el resto, de aspecto felino, pero elegante. El deseo de ser simplemente eso. Un hombre normal. Subió con dos cafés, algo que Owen agradeció con la mirada, mientras se dirigían al aeropuerto.

—Me has salvado la vida. Aún no me he comprado cafetera —señaló. Jesús suspiró.

—Depende de la que compres es una porquería. Vale más la pena comprarlos —dijo Jesús con mirada soñolienta— ¿No has pasado a recoger a Eva?

—No, ha dicho que iba a ir con su coche. Tiene que secuestrar a su amiga y hacerla entrar en razón —Owen puso los ojos en blanco.

—¿Sobre qué? —preguntó Jesús confuso.

—Sobre el matrimonio. Dice que destruye el amor —Owen se echó a reír divertido. Sabía que Eva le caía bien, pero la encontraba desconcertante y algo alocada. Jesús no podía más que darle la razón, aunque la consideraba casi su mejor amiga, solo por debajo de Ariel, era una persona extraña. Demasiado hermética y con comportamientos inexplicables, pero realmente sincera. No se podía explicar—. Está loca.

—Lo está, pero la queremos igual —Jesús sonrió e imaginó la conversación entre las dos amigas. Mejor quedarse lejos de esa contienda.

Llegaron al aeropuerto algo justos. La sorprendió verla ya estaba sentada allí. Cuando ella siempre llegaba tarde. Llevaba un vestido corto negro y sus converse viejas. Tonik estaba sentado a su lado y ambos hablaban con confianza. Se conocían desde hacía muchos años, por supuesto, pero a Jesús siempre se le hacía extraño verles juntos. Tonik se levantó cuando les vio y les saludó con cariño. Ahora, ya iban a ser oficialmente familiares. Jesús preguntó por su hijo.

—Iván está con su madre hasta mañana —siempre que su hijo se ausentaba, Jesús veía que Tonik se apagaba un poco, algo que él también entendía. Ser padre cambiaba tu forma de ver la vida, y siempre pensabas, sin poderlo evitar, en ese pequeño ser que era parte de ti sin ser tú.

Charlaron de todo un poco, mientras esperaban. Eva parecía más callada que de costumbre. Incluso algo nerviosa. Jesús no le preguntó nada. Les vieron llegar, corrieron para abrazarse con cariño, felices. Hacía algo más de un mes que no se veían, pero parecía que hiciera años. Ariel apretó con fuerza a su hermano Tonik, que le cogió el rostro con cariño. Luego, fue el turno de Jesús, de Owen, de Eva. Ambos parecían tan felices, que Jesús creyó que Eva desistiría, sin embargo, dijo con tono de ultratumba:

—Tú y yo tenemos que hablar, amiga —Ariel asintió divertida y ambas se marcharon. Jesús no entendía nada, pero Tonik solamente negó divertido, por lo ocurrido.

—Algún día, nuestra pequeña Eva, despertará. Recordará que la vida tiene más colores que el negro —musitó. Jesús le miró extrañado, pero luego, los cinco hombres se fueron a desayunar y se pusieron al día. A todos les alegró que Tonik, con su forma de ser tranquila, amable y reflexiva les acompañará. Entrará a formar parte de su universo de forma tan sencilla. Como si siempre encajará ahí.

—No puedes decirlo en serio, Ariel —refunfuño Eva molesta, mientras devoraba su croissant relleno de pistacho. Ariel mordisqueó el suyo de chocolate con gusto. Le faltó relamerse. ¿Es que había algo mejor que eso? Lo dudaba.

—Eva, sé que el matrimonio es una institución que te repele. Pero, mira a Sandra, su matrimonio va preciosamente bien —musitó con seguridad.

—Motivo de más para negarte a casarte. Sandra es el ejemplo de que el matrimonio no tiene que ver con el amor —dijo Eva más que enfadada, algo disgustada y asqueada.

—Claro y tiene dos hijos del espíritu santo —Eva puso los ojos en blanco. Ariel sabía el dolor que la separación de sus padres había provocado en Eva. Sabía lo que su amiga tanto temía. Le tendió la mano con cariño—. Sé lo que te da miedo, cariño, pero Jules me ama de verdad. Y eso no cambiará firmar o no un papel, pero nos hará felices. Nos apetece dar este paso y celebrarlo con nuestras familias, con nuestros amigos. Y quiero que tú formes parte de él...

—No quiero ser...—susurró por debajo de Ariel.

—¿Quieres ser mi dama de honor? —Eva renegó y señaló:

—Solo si puedo ir de negro.

—Es una boda... —se quejó Ariel, pero al ver la mirada de su amiga desistió. Era una promesa muy seria. Eva no había decidido, de forma caprichosa, vestirse de negro. Era algo que iba más allá. Una promesa tan lejana y profunda, que su amiga no iba a decir nada. Asintió—. De acuerdo —Eva sonrió y dijo divertida, cambiando de tema—: Será divertido ver a Sandra y Marina organizar ese sarao —ambas hablaron de la boda, de algunos detalles que le hacían ilusión. Ariel sabía que, a pesar de todas las capas que envolvían a su amiga, en el fondo era una romántica que adoraba el amor y la vida, aunque rechazará ambas cosas. Ella no podía juzgarla, solamente comprenderla hasta que llegará el día que todo cambiará. Porque ese día llegaría tarde o temprano.

Pasaron un mes precioso, de ese final de verano. Disfrutaron de su familia. Junto a Jesús y David, yendo de compras, al cine y pasando agradables veladas en la piscina de Jesús. Cenando también con Owen y yendo a los locales más de moda. Pero, también junto a Tonik e Iván, yendo a comer a casa Roberto, a la piscina con el pequeño. Incluso fueron, para gran alegría de su sobrino, a ver una exposición solo de dinosaurios en familia. El pequeño lloró al ver a un T-rex de verdad, como él dijo. Jules no sabía cómo podía ser tan feliz. Pero así era. La música no dejaba de fluir y ya tenía varias bases nuevas y nuevos proyectos. Su vida estaba infinitamente llena de grandes éxitos, pero su éxito real había sido conseguir eso. Tener a la mujer que amaba cerca, con una familia feliz y llena de amor.

Esa mañana se había levantado temprano y había decidido salir a pasear por el barrio. Quedaban menos de veinticuatro horas para coger el vuelo a Tokio y disfrutar del viaje de sus sueños. No estaba nervioso, solo ilusionado. Sin embargo, también hacía días que rumiaba sobre varias cosas a la vez. Por eso necesitaba pasear.

El azar quiso que pasará cerca de una inmobiliaria y vio la propiedad. Era una pequeña casa de piedra con ventanales de oscura madera y mucha vegetación. No es que no le gustase el piso de Ariel, pero... esa casa. Tenía algo especial. Eran las flores bajo la ventana lo que le llevó a decidirse y esperar a que abrieran. La pobre mujer que le atendió estaba muy nerviosa por estar quien estaba delante. A pesar de que Jules intentaba mostrarse natural. Mostrarse como era. Pero bueno... la fama le estaba robando eso. El ser simplemente normal. Sonrió con alegría cuando salió con una visita programada de aquí una hora y media. Compró cruasanes de chocolate de regreso a casa y le sorprendió verla ya levantada. Ariel estaba enfrascada en un cuadro con muchos números. Algo de trabajo, por supuesto, que aunque ella le explicará, a él le costaría entender. Ella le decía que él era maravilloso, pero realmente ella sí que lo era. Capaz de usar el cerebro de una forma única.

—Tengo una sorpresa —dijo Jules divertido, encantado de verla hacer una mueca molesta.

—No me gustan...

—¿Quieres dejar de ser tan quejosa? —le dijo divertido. Apoyándose en el umbral, haciendo uso de su arma favorita. Esa sonrisa de medio lado que hacía que ella siempre se derritiera—. Vístete, te he traído el desayuno para el camino.

—Estoy trabajando —dijo señalando el ordenador. Esa mañana no estaba de muy buen humor, lo que a él le puso un poco nervioso. Quizá todo eso fuera un desastre. 

—Estamos de vacaciones —se quejó él haciendo un mohín que consiguió que ella sonriera—. Vamos, sé que te gustará, ¿cuántas de mis sorpresas te han molestado? —Ariel renegó, pero Jules consiguió convencerla. Una hora más tarde, aparcó delante de la vivienda dónde la joven comercial les esperaba hecha un manojo de nervios.

—¿Qué es esto? —Ariel, miró y pensativa, sacando sus propias conclusiones, indicó—: ¿No me habrás comprado una casa? Eso sería exagerado hasta para ti.

—Claro que no. Pero... me gustaría verla. Me parece que podría... gustarnos. Es muy... nuestra —Jules estaba nervioso. Sí, lo estaba. Ariel bajó del coche suspicaz. Quizá viera esa casa y le espantará. Fuera una sorpresa que odiará. En fin, lo hecho, hecho estaba.

La comercial se mostró más tranquila cuando la vio a ella. Jules se dio cuenta de que ese efecto lo causaba Ariel. Hacía que la gente se sintiera cómoda, cercana y feliz. La miró con adoración y más cuando entraron en ese hogar. Las fotos le hacían justicia. La casa no era enorme, era más bien pequeña. Todo en una sola planta. Tenía un jardín bonito en forma de ele. Con una pequeña piscina y barbacoa. Todo en pizarra y piedra de río. Las paredes blancas y la vegetación que la envolvía. Las ventanas con porticones y macetas llenas de flores. Flores preciosas y de vivos colores. Atravesaron la puerta principal para un precioso corredor con suelos de madera oscuros y paredes en color crema. La casa estaba sin amueblar y podían repintarla, pero a Jules le gustaba. Le encantaba el aire que se respiraba. La calidez que emanaba. Recorrieron el lugar. El amplio salón con dos alturas, que creaba dos zonas diferentes. La gran cocina rústica. Las habitaciones, tres en total, en las que podrían poner lo que quisieran. El gran dormitorio con lavabo incluido. Y lo que más le había gustado a Jules, el amplio sótano insonorizado. Podría montar su estudio allí. Además, tenía una entrada propia, ajena a la casa, a través del garaje. Sonrió. Ese lugar estaba hecho para ellos.

—En fin, les dejo un momento a solas —la mujer salió para hacer algunas llamadas. Ariel giró en la preciosa cocina.

—¿Dónde has encontrado algo así? —sus ojos brillaban emocionados. Jules respiró al fin tranquilo. A ella le gustaba.

—Lo encontré de casualidad mientras paseaba. Pensé que... —Ariel le besó y él sonrió contra ese beso, mientras la abrazaba con ternura— ¿Te gusta? 

—Es perfecta —dijo ella sin más. Jules no iba a hacer una oferta al momento. Se lo tenían que pensar. Pero, la comercial les indicó que la podía dejar reservada un tiempo. Ellos se iban de viaje, cuando regresarán, lo hablarían. Sin embargo, era un lugar perfecto para ellos, pero... quizá todo estuviera siendo demasiado precipitado. Se casaban en un año, tenían ya varios hogares, quizá no necesitaban uno más. Él no quería agobiarla. Porque era consciente de que todo eso era demasiado abrumador. Aunque ese lugar... era especial.

El viaje a Japón fue sin incidentes. Cuando Ariel tocó suelo japonés, se sintió tan increíblemente ligera y feliz, que no pudo más que girarse y besar a su increíble futuro marido. Escandalizando, por supuesto, a los otros pasajeros y a medio aeropuerto. Pero, claro, por supuesto, ellos eran españoles. Divertidos, antes de embarcarse en la aventura de descubrir ese país que adoraban y les fascinaba, fueron al hotel. Habían optado por un hotel de lujo, típico europeo. Nada tradicional. Aunque, sí que habían reservado una preciosa estancia de una noche en un lugar especial, que cumplía con las costumbres del país. Habían llegado a las doce del mediodía, pero el jet lag les tenía un poco K.O. Decidieron empezar el primer día de su viaje realizando planes más tranquilos. Dieron una vuelta por el centro, se impregnaron del ambiente de Tokio y comieron en un restaurante de la calle. Regresaron para descansar y se durmieron demasiado pronto. Agotados, pero ilusionados de estar allí.

Gracias a dormirse temprano, no les costó a madrugar al día siguiente. Tenían en mente visitar el templo Sensoji, el más antiguo de la ciudad. Entraron por su impresionante puerta Kaminarimon, justo cuando empezaba a amanecer. La mejor hora habían leído. Se tomaron cientos de fotografías y disfrutaron de ese lugar tranquilo y tan tradicional. Visitando los santuarios, el jardín e incluso el salón principal Hondo. También, pasearon un rato por la avenida comercial Nakamise, donde se compraron varios souvenirs. Decidieron arriesgarse y entrar a comer en un sitio tradicional, donde disfrutaron de un impresionante ramen que hizo que Ariel bailará de felicidad. A ella no le importaba que el resto del mundo la mirará como si estuviera loca. Estaba siendo un día impresionante. Era feliz. ¿Por qué no podía disfrutarlo? Jules reía y se hacían fotos cada poco rato.

Así empezó su impresionante viaje por su ciudad favorita del país nipón. Los días siguientes visitaron el Palacio Imperial, la torre de Tokio, Harajuku, el Parque Yoyogi, Shibuya e incluso hicieron una excursión privada al monte Fuji. Ese viaje fue imposiblemente increíble y de ensueño. Llevó a que Ariel y Jules, crearan un vínculo impresionante con ese país, que tanto significaba para ellos. La última noche, se quedaron en el hotel. Jules componía mientras observaba la ciudad. Su música, sus colores, todo, era impresionante. Ariel leía en la cama, escuchando lo que Jules creaba. Le sonrió a través de la habitación, cuando él se giró para mirarla. 

—¿Volveremos? —le preguntó como un niño pequeño. Ariel asintió riéndose. Él se levantó y se tumbó junto a ella.

—Cuando quieras podemos volver. Nos han faltado muchas cosas por ver —musitó divertida. Jules la acercó a él y ella se acurrucó contra su cálido cuerpo.

—Tengo que contarte algo, cariño —Ariel le miró preocupada, pero él rio divertido—. Estamos nominados a varios Grammy —Ariel no tenía palabras para expresar lo que sentía. Besó a su impresionante nakama. El artista, Z-lech. Pero, también besaba a su amigo, a ese que tantas noches le había contado cosas, mientras comían sushi en Ibiza. Mientras, hablaban de sueños y deseos imposibles, que iban a intentar hacer posibles. Ese hombre del que se había enamorado profundamente y la hacía estremecer con esa sonrisa de medio lado que tanto le gustaba. Que siempre la sorprendía, recordaba lo que le gustaba, y le hacía feliz. Besó a Julián Larraga, ese chico triste que no sabía expresar su tristeza, excepto a golpes, hasta que encontró la música. Esa música que le había llevado a conectar con medio planeta, y que ahora, ella oía a todas horas. Por el resto de su vida.

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