12.El último vals
Había llegado el día. Al fin, había llegado. Ariel se levantó al amanecer. No pudo evitarlo. Al primer rayo de sol sus ojos se abrieron de par en par emocionados. Era el viernes de la inauguración. El hotel Xubec abría sus puertas. Los nervios de su cuerpo crepitaban sin que ella pudiera hacer nada por pararlos. Estaba ilusionada, emocionada, feliz, nerviosa. Eran nervios buenos. De esos que aletean por tu cuerpo dándole energía.
Llevaba casi dos semanas en una especie de limbo con multitud de trabajo. Aunque Jesús le había dejado tiempo de sobra para pasarlo con su familia. Donde entre improvisadas cenas y planes, también hablaba mucho con su hermano Tonik y jugaba más con su sobrino. A pesar del ajetreo laboral, vivía momentos felices. Igual que Jesús. Ambos anhelantes de que llegará finalmente ese día, pero temiendo a la vez que llegará.
Anduvo silenciosa hacia la cocina, dónde Jesús se tomaba su asqueroso iougrt con muesli. En silencio, se sentó a su lado y le cogió de la mano. Él se la apretó suavemente. En un comprensivo silencio, desayunaron, mientras salía el sol. En un susurro preguntó:
—¿Estás nervioso? Yo estoy hecha un manojo de nervios y miedo. Aunque sé que irá todo fantástico... no puedo evitarlo —dijo Ariel escondiendo la mirada. La risa grave de él le aligeró la tensión.
—Siempre lo estoy, por muchas veces que lo haga. En fin... el miedo al fracaso, la inseguridad. Todo eso. Supongo que siempre está ahí, acechando —Jesús apartó la mirada cuando ella escudriñó su rostro. En silencio, volvió a apretar su mano entre las suyas—. Pero, contigo a mi lado, estoy más tranquilo. Sé que saldrá bien. Tenemos todo reservado, Marina y tú habéis preparado una fiesta de inauguración increíble. Va a ser genial. Nos toca disfrutarlo.
—Va a ser fantástico —mirando la hora, Ariel suspiró. Musitó levantándose y desperezándose—. En fin, tengo que ir a buscar a Eva al aeropuerto. Nos vemos en un rato
Se duchó y vistió apresurada, para luego conducir con tranquilidad hacia el aeropuerto. Esperándole se compró un croissant de chocolate y lo devoró como si fuera un trozo de cielo. Incluso creía haber puesto los ojos en blanco de placer. No había nada más rico en el mundo que un buen tazón de café con leche y un croissant de chocolate. En eso estaba, cuando oyó sus gritos de alegría. Ariel se levantó y le dio un fuerte apretón entre sus brazos. Eva sonrió encantada, y más cuando salieron del aeropuerto dirección a la casa. Cuando llegaron, alegre, abrazó primero a Tonik. Que le revolvió el pelo como cuando eran crías. Ariel no sabía cuantas veces se había quedado Eva en casa a dormir. Habían desayunado los tres en la destartalada mesa de la cocina. Cuatro, antes de que su hermana se marchará. Hablando del mundo y como arreglarlo. Entre risas y gestos cariñosos, ambos se pusieron al día. Owen se sentó con ellos a desayunar y comentar un poco sobre el día que les esperaba.
Ariel, instintivamente, buscó a Jesús. Supuso que debían bajar al hotel. Subió a la segunda planta, él ya trabajaba en su despacho. Se levantó cuando la vio y bajó para saludar a Eva. Que se mostró un tanto arisca con él. Eva no parecía tenerle mucho cariño, se anotó preguntarle porqué a su amiga. Sin embargo, Jesús no estaba muy pendiente. Juntos se fueron al hotel y pasaron el día ultimando detalles. Desde las habitaciones, la visita guiada, el espectáculo del jardín, la comida. Todo. Y, por suerte, todo estaba listo y preparado. Sin ningún gran imprevisto. Jesús parecía relajarse al verlo todo listo. Parte de ella también se sentía mejor al tenerlo todo controlado. Comieron con Marina y Sandra, que estaban eufóricas de felicidad. Empezaban una parte muy importante en sus vidas. Una nueva etapa. La ilusión impregnaba sus miradas. Los miedos hacía tiempo que los habían dejado atrás. Ariel se alegraba de contar con ellas en el equipo.
Dos horas antes de la inauguración se disponían para ir a casa y cambiarse. Tenían tiempo de sobra. Estaban en el vestíbulo, admirando el lugar, cuando una voz gutural llamó a Jesús. Él se giró sorprendido. Un gran hombre se fundió en un fuerte abrazo con su jefe.
—Ariel, madre mía, te presento a Enrique. El arquitecto que ha planeado toda la reforma del hotel —ella le dio un fuerte apretón de manos y el hombretón le sonrió. Era muy alto, casi dos metros. Fuerte y con unos impresionantes ojos azules. No era muy guapo, pero tenía cierto carisma encantador. Una chispa que le hacía diferente e interesante. Estuvieron hablando del hotel, de la reforma y de la inauguración. Él había reservado una suite para pasar la noche. Se despidieron de él, cuando subía a la habitación a cambiarse. Había querido observar el hotel ultimado, disfrutar de la tranquilidad de ese lugar tan especial.
—Parece que le has caído bien a Enrique —murmuró Jesús. Ella se encogió de hombros algo nerviosa. Sin duda, parecía haberse fijado en ella. Sobre todo cuando le indicó donde dormiría con sutileza. Sin embargo, ella no tenía ganas de pensar en eso. No al menos, hasta disfrutar de esa noche. No, sin aclarar lo que sentía realmente en su interior.
Durante el trayecto hablaron de la inauguración y los detalles con mucha ilusión. Al fin había llegado ese día. Cuando llegaron a casa, Ariel agradeció que Eva, estuviera ahí para arreglarse juntas. Se metieron en su cuarto entre risas, bromas y alegría. Había comprado los dos vestidos por adelantado en la tienda, recomendación de Marina. Ella los había elegido, en verdad. Por lo que no los había visto. Ariel le sorprendió que le quedará tan bien. Era perfecto. Eva se había negado a ir de otro color que no fuera negro, al menos desde que tenía memoria. Y ella respetaba su decisión. Marina le había comprado un mono de tirantes, de pantalón acampanado y escote en uve. Se peinó en un desenfadado moño, a diferencia de ella que se dejó el pelo suelto. Se maquillaron de manera sencilla. Al menos, así podían disfrutar sin tener que retocarse o preocuparse. Ariel no era muy de arreglarse. En fin, siempre solía ir bastante sencilla. Además, seguramente tuviera que conducir, moverse por el hotel, atender a gente. Quería ir cómoda..Ya maquillada cogió su delicado vestido y se lo puso. Al haber ganado algo de bronceado, había elegido el color blanco. No solía vestirse de ese color mucho, pero le gustó ver que su piel no se veía tan transparente como de costumbre. El vestido era corto, no largo hasta el suelo, puesto que el dresscode no era formal. La tela era parecida al satén y se pegaba al cuerpo, aunque no de forma escandalosa, sino elegante. Se notaba que era un vestido caro. Nunca se había comprado un capricho de ese estilo. Lo más bonito del vestido era el escote de la espalda, que se perdía justo al empezar la cadera. Solo finas tiras de algo parecido a diamantes cruzaban la espalda para no dar la sensación de total desnudez. Aunque ella no podía llevar sujetador. Pero no tenía escote como para preocuparse. Era bastante tapado por delante. No como por atrás, que se veía toda su espalda, incluso llegaba a mostrar el tatuaje que tenía en su baja espalda. Una simple frase que su hermana tenía en el tobillo y su hermano en el interior del brazo. «Más allá de las estrellas, de la luna y el sol. Hasta allí». Eso era lo mucho que se querían. Ariel sonrió mientras se ponía los zapatos pensando en su hermana Helena. El pelo se lo había dejado suelto y liso. Los zapatos eran bonitos, aunque tenía un buen tacón, pero al llevar plataforma podría conducir con comodidad. Cogió el bolso, donde en verdad solo le entraba el móvil y el carnet. Eva, sonriente, le pasó el brazo y fueron a buscar a su hermano.
Ariel abrió los ojos sorprendida. Estaba realmente guapo con pantalón negro y camisa. Hacía tiempo que no le veía tan formal. Eva y Tonik agarrados del brazo bajaron a la cocina entre risas, ella llevaba a su sobrino de la mano. Algo mustio le indicaba que no le gustaba su camisa. Sin embargo, como Ariel le dijo lo guapo que estaba, Iván pareció más contento. Cuando bajaron, Jesús ya les esperaba en su elegante traje. Réplica que llevaba David. Aunque a él se le veía algo incómodo en esa posa tan formal. Intercambiaron cumplidos, antes de que llegará Owen. Todos le soltaron un fuerte silbido de admiración. Estaba realmente impresionante en su traje. Sin duda, era tan atractivo que dolía verle. Jules fue el último en llegar y a ella le sorprendió al verle en traje, también. Él solía vestir más informal. Pero, se había puesto un traje de Armani gris que le quedaba demasiado bien. De infarto diría ella. Ese día, también llevaba su gorra y las gafas. Su máscara. Esa que no se había quitado, desde su último encuentro aquel lejano domingo. Tras el que no había vuelto a ver a Malin, pero tampoco había pasado tiempo con él. Jules parecía evitarla desde entonces y ella casi lo había preferido. Sin embargo, al encontrarse en la cocina, Ariel notó como su mirada se detenía en ella. Más de lo necesario. Mucho más. Y como ella deseaba que no se despegará.
Salieron en dos coches. Jesús insistió en conducir, igual que Jules. Agradecida, ella se sentó en la parte de atrás del coche de Jesús con Iván y David. Tonik iba delante charlando sobre el hotel con su jefe, su amigo. Ariel le miró con admiración. Era muy importante para ella que su familia estuvieran allí ese día. Aunque hubiera formado poco tiempo del hotel, ya que ella había llegado casi al final, sentía que el proyecto había sido muy importante en su vida. Había cambiado algo trascendental en ella. Más allá del tiempo, era la profundidad del impacto, que había generado en Ariel. Ella no era la misma Ariel. Algo se había despertado. Se sentía vulnerable, pero fuerte otra vez. Casi como, si durante mucho tiempo, se hubiera refugiado del viento dentro de un muro, de una casa. Feliz, pero impenetrable. Nadie lograba realmente entrar. No desde que Jesús hubiera entrado y hubiera dejado la puerta abierta para que todos se rieran, vulnerando su confianza. Ella se había escondido como un... bueno, como un caracol. Se rió por lo bajo sin poderlo disimular. Pero, ahora estaba fuera y se sentía bien. Aunque cargará con esa casa, con ese lugar donde se sentía cómoda. Ya no tenía miedo a mostrarse. Reencontrarse con Jesús había sanado esa herida. La herida que le había hecho temerosa de conocer a nadie más. La inseguridad de ser ella misma. Aunque no podía culparle de todo a él, obviamente tras Jesús se había llevado muchos más chascos. Pero no iba a malgastar más tiempo pensando en eso. Aparcaron cerca del hotel. Ella se sorprendió al ver una figura esperándoles. Una figura delgada, con un cuerpo precioso, una postura elegante. Demasiado formal. Típica en una... bailarina. Salió corriendo, y se tiró a sus brazos. Helena rió contra su oreja. Ella se giró hacia su hermano, que alzó las menos en señal de culpabilidad.
—No podía perdérselo —dijo. Emocionados se abrazaron a los tres. Y su hermana se deshizo en besos hacia su sobrino que se reía con las bromas de su loca tía extranjera. Su tía favorita del mundo mundial. Ariel le presentó a sus nuevos amigos. Helena miró con intensidad a Owen.
—Yo te conozco —dijo, y dándose un elegante golpe en la cabeza, señaló—. Tú eres ese actor que tiene locas a todas las chicas de la compañía. La mitad están enamoradas de ti.
—¿Y tú? —preguntó Owen con un tono seductor, que se ganó un codazo de Jesús y una mirada reprobatoria de Tonik.
—A mí nunca me impresionan los tíos guapos. Yo siempre he sido más de... buen corazón —Helena sonrió como un diablo. Pero, Ariel volvió estrecharla entre sus brazos. Alegres, felices e ilusionados entraron en el hotel antes que nadie. Marina se lo mostró encantada a todos. Mientras, Jesús y ella se tomaban una copa.
—¿Sabías lo de mi hermana, verdad? —él se puso rojo y asintió—: ¿Me has podido guardar un secreto?
—Alguno te guardo, listilla —Jesús río. Sin poderlo evitar, Ariel le dio un fuerte abrazo. Un abrazo que implicaba muchas cosas para ambos, pero que era muy importante para los dos.
Sorprendiéndoles, Enrique les encontró y se pusieron a charlar. Se notaba que estaba muy interesado en ella, pero Ariel estaba ocupada pensando en su familia y amigos. En eso llegó su grupo, junto con mucha otra gente. La inauguración comenzaba oficialmente. La comida se empezó a servir, las visitas se empezaron a suceder. Ariel habló con mucha gente junto a Jesús, pero sobre todo, siempre que pudo aprovechó para estar con sus hermanos y su amiga. Helena le sorprendió al decirle que se alojaría esa noche en el hotel, aunque al día siguiente tenía que marcharse temprano. Solo había parado para poder verlo. Pero, volaba a Hong Kong para un pase de temporada. Luego, regresaba a Nueva York, donde tendría dos semanas de vacaciones. Se la veía agotada, pero parecía muy feliz. Con su vida, su trabajo y consigo misma. Eva no había reservado habitación en ningún hotel, por lo que se ilusionó cuando Helena le propuso dormir con ella. Ambas se marcharon a inspeccionar la suite con su hermano y su sobrino. Dispuestas a disfrutarla a tope. Desde la distancia, en soledad, observó a Marina, Jesús y David, los tres hablaban con uno de los accionistas del hotel. Bebió de su copa alegre, cuando un brazo le tocó el hombro. Se giró sorprendida.
—Una noche maravillosa, ¿verdad? —musitó Enrique chocando su copa con la de ella—. ¿Has podido disfrutar del jardín?
—La verdad es que no, me encantaría —Enrique le tendió el brazo. Divertida y agradecida, salió a pasear con él. La música de la orquesta sonaba melodiosa, dulce y romántica. Muchas parejas se besaban en ese paraíso que era la zona de piscina. Decorado con jarrones de flores blancas, recreando un escenario seductor y romántico. Algunos hombres estaban tomando un cóctel en el bar central—. Este lugar es precioso.
—Parece un paraíso tropical —susurró con voz ronca Enrique. Divertida, ella se observó en un reflejo. A pesar de llevar unos buenos tacones, era muy bajita comparada con él—. ¿Te gusta lo que ves?
Ariel no le respondió, solo se dejó guiar. Ese hombre sabía lo que se hacía, y la verdad, es que no le importaba sentirse halagada por él. Seducida por él. Era interesante. Y quería comprobar si de verdad... bueno, si de verdad, pensaba en Jules. Él la acercó hacia su cuerpo. Sin embargo, esa noche no iba a hacer nada de eso. Se dijo que no era por él. Era una noche para estar con los suyos. Carraspeando, se alejó un paso, cuando una voz familiar, dijo:
—Señor Enrique Lustro, un placer verle —su voz sonaba hastiada, aunque vacía. Jules llevaba su máscara perfecta. Sonaba aburrido, como acostumbrado a esa vida. Cansado de ella. Llevaba un cóctel en la mano—. Hacía mucho que no coincidíamos.
—Cierto. Es un placer verle, Z-Lech. ¿Disfruta de su hogar en las Canarias? —Enrique se giró en deferencia a ella y señaló—: Hace poco más de un año que finalicé la reforma de una preciosa casa en Canarias para Z-Lech. Fue un honor para mí trabajar para usted.
—Me alegra saberlo. Sí, mi hogar es muy confortable —Jules sonaba de repente, algo nervioso y preocupado. Ella le miró alarmada—. Ariel, podrías acompañarme a...
—¿Se conocen? —musitó Enrique, mirándoles con suspicacia. Z-Lech asintió. Muy poca gente conocía la relación entre el empresario Jesús Larraga y Z-Lech. Enrique asintió e indicó—: Entonces, si te parece, la esperaré aquí.
—Ella no va a regresar —le dijo Jules. Ariel le miró sorprendida, pero su mandíbula estaba muy tensa. Más cuando deslizó su mano bajo su cadera. Gesto que no pasó desapercibido para Enrique, que travieso señaló:
—Los rumores son ciertos, entonces. Su corazón se ha ocupado al fin, Z-Lech —sin embargo, él no respondió a la pulla. Si no que la agarró con fuerza de la mano y la llevó de regreso al hotel. Dónde, tras varios giros confusos, se metieron en una habitación vacía. Un cuarto de limpieza supuso, o una sala para los trabajadores. Jules la miraba a través de las gafas, pero no dijo nada. Ariel, molesta tanto por su trato frío durante las pasadas semanas, como por su interrupción maleducada, señaló:
—¿Se puede saber que...?
—Tienes un tatuaje —dijo muy serio. Su voz sonaba grave y algo triste—. Es bonito. Estás muy hermosa hoy. Siempre lo estás, pero hoy... —Jules no parecía saber qué hacer con sus manos, ella se fijó que le temblaban. Asustada se las cogió entre las suyas—. Ariel...
—¿Qué te ocurre? ¿Te encuentras bien? —musitó, sus manos estaban ardiendo. Preocupada, señaló soltándole—: Quítate las gafas —como siempre, él no lo hizo, pero no impidió que ella lo hiciera. Sus ojos se encontraron y vio los de Jules. Sin sombras, sin máscaras. Mostraban tal tristeza, que se le apretó el corazón. Se apresuró a cogerle el rostro entre sus manos—. ¿Qué ocurre, Jules?
—No puedo... Yo no puedo... Ariel —ella esperó, esperó que sacará eso que tenía dentro. Sin embargo, solo la acercó contra sí mismo. La abrazó. Tan fuerte, tan intenso que se quedó sin respiración. Empezó a empujarle, pero era imposible. Divertida susurró:
—Me ahogas, Jules —él aflojó, pero la mantuvo contra él. Cerca, demasiado cerca. Aunque había logrado hacerle sonreír. Levantó la mirada, buscando entenderle.
—¿Qué te ocurre? Somos amigos, eso creo. Puedes contarme lo que sea —dijo ella. Él apartó la mirada.
—No puedo ser tu amigo, Ariel. Ni tu nakama. Yo siento... siento algo por ti —las mariposas flotaron en su estómago, en su corriente sanguínea, en su corazón. ¿Era posible? Todo lo que había imaginado esas semanas, ¿estaba sucediendo? ¿O estaba soñando? ¿Le habían echado algo en la bebida? Seguro. Seguramente había escuchado mal—. Me atraes. Muchísimo. No puedo no mirarte cuando estás en una habitación. No puedo dejar de verte. Sé que, como tú dices, soy tu jefe y es imposible. Pero... no soy tu jefe, Ariel. No me comporto como tal, no te pago. Yo no quiero ser tu jefe.
—No eres mi jefe —le susurró ella. Su cuerpo se derretía contra sus manos. Que de golpe, bajaron acariciando su espalda desnuda—. Pero... Jules, esto...
—Lo sé. No debería ser así. No puede ser. Pero llevo toda mi vida perdido, sintiendo que nada tenía sentido. No me ha importado nunca el dinero, ni mi trabajo, ni mi... vida, realmente. Hasta que ... bueno, hasta que te sentaste conmigo esa noche a comer sushi y me divertí. Tú me diviertes. Me haces reír. Me haces sentir... vivo —murmuró contra su frente, Ariel se había quedado sin palabras. ¿Estaba en un sueño? Era eso posible. Seguro que se había caído contra el suelo por culpa de esos malditos tacones al salir del coche—. Quiero protegerte, quiero divertirte, quiero hacer música para ti. Toda la que pueda. No puedo mantenerme alejado, por mucho que todos insistan. Porque tú eres... mi caracol.
La besó. Jules le besó con fuerza. Sus labios eran dulces, tiernos, precavidos. Pero también sinceros. Ariel no tenía palabras para expresar lo que sentía. Por lo que abrió sus labios a su sabor y su lengua, exploró cada parte y recoveco de su boca. Ansiando memorizarla. Las manos de ella se aferraron a su camisa y él gruñó cuando las gafas cayeron al suelo. La apoyó contra la pared y la besó con más fuerza. Posesivo, dulce, anhelante. Todo eso era demasiado. Él era demasiado. Ariel acarició su rostro. Su nuca. Su pelo. Él no parecía querer soltarla. Sin embargo, debían volver. Estaban en un lugar público. Su familia estaba ahí. La de él también. Pero su cerebro, algo abotargado, se quedó vacío de todo. Sentía que sus manos se deshacían contra él. Y, cuando, tiernamente la soltó. De todos los besos compartidos en ese instante, se hubiera quedado con ese. El último. Fue dulce, pero sobre todo fue real. Como si siempre hubiera sido así y siempre fuera a serlo.
Jules se había separado de ella para dejarla ir con sus hermanos y amigas. Sin embargo, sus ojos se recrearon observando como la tela del vestido jugaba con su trasero. Esa noche la iba a hacer suya. Lo había decidido. Tras la última semana, donde solo habían compartido un absoluto silencio, no había creado nada. No había podido sentarse un solo día en el estudio y componer. La música había dejado de hablarle. Su cerebro solo buscaba una cosa. A Ariel. Era pensar en ella y las notas fluían. Pero sin ella... no. Se estremeció. Había planeado hablarlo con Jesús primero, quizá con Owen. Pero, había sido verle con Enrique lo que había alterado todo sus planes. Verla reír con otro hombre, cerca de otro hombre. Eso le había hecho sentir un imbécil. Estaba encontrando el amor y lo iba a dejar escapar por miedo a su pasado. A un miedo absurdo. Estaba seguro. Él nunca jamás le haría daño. Jamás. Antes prefería cortarse una mano.
Sí, por supuesto que tenía carácter. Sí, tenía que reconocer que a veces se pegaba con sus hermanos. Pero, solo porque ellos, también le devolverían el golpe. Desde los dieciséis no había estado en peleas. Nunca perdía su temperamento. No, él nunca le haría daño. Jamás sería como su padre. La miró a través de la sala, bromear con su sobrino. Su corazón se hinchó. Daría su vida por ella, ¿cómo iba a poder hacerle daño? Suerte que nadie podía escuchar esos pensamientos. Óscar observó el trazo de su mirada y le dijo:
—Quieres quitar esa cara de petardo enamorado —cogió uno de los cócteles, mientras Jules se giraba sorprendido. ¿Es que lo había dicho en voz alta?
—¿Cómo lo sabes? —le dijo preocupado y ansioso.
—Es evidente. Al menos para mí que te conozco, Z-Lech. Además, oí tu canción —Óscar le miró y la miró—: Es alguien especial. Me gusta para ti, sabes. Me gusta más para mí, pero... —Z-Lech rió. Con Óscar siempre era fácil. Era bueno tener a alguien así en su vida, un buen profesional y un hermano fuera de la sangre. Alguien en quien confiar. Él le señaló—: Le gustas. Incomprensible, por supuesto.
Jules volvió a reír con facilidad y ganas. Sí, lo tenía claro. Era el momento de dar el paso. Ya no era un chaval. Tenía ya una edad para tomar las riendas de su vida y compartirla si es lo que deseaba hacer. La observó con un plan formándose en su mente. Sonrió al ver a su hermano acercarse. Se acercó al grupo como si pasará por allí.
—Me sabe mal, pero tendría que llevarme al pequeño y... —Tonik parecía agobiado. Ariel le sonrió con tranquilidad, apretándole el hombro.
—No te preocupes —Jesús se giró buscando a Marina, pero Jules acababa de llegar—. ¿Todo bien? —le preguntó Jesús.
—¿Qué ocurre? —dijo a modo de saludo. Ella evitó mirarle o se pondría roja.
—Tonik tiene que llevarse a Iván, está que se cae de sueño. Y... —comentó Jesús, Marina ya se había acercado.
—Vamos, yo los llevaré. Quedaos en la fiesta, sois los protagonistas —Jules la miró con un significado y Ariel asintió.
—Yo os acompaño. Estos zapatos me están matando. Además, mañana quiero madrugar para despedirme de Helena —Jules asintió. Se despidieron del grupo con cariño y dejaron a Eva y Helena dispuestas a disfrutar de la habitación. Y de la enorme bañera. Jules condujo de vuelta a casa. Tonik le agradeció el gesto, aunque él le restó importancia con un gesto. Iván ya se había quedado dormido en el asiento de atrás. Cuando llegaron, su hermano se perdió escaleras arriba. Ambos se giraron en la cocina, ávidos y hambrientos. Sin embargo, tras cuatro o cinco besos más, Jules se quitó la chaqueta y cogió una de esas cajas con sus dulces favoritos.
—Ven, quiero enseñarte algo —sin más, Jules la dirigió al ala de la casa que él ocupaba. Su estómago se tensó al pasar por la puerta de su habitación, pero entró dos más para allá. En una especie de estudio. No era un estudio convencional de música, pero había parte de sus aparatos. El suelo tenía moqueta y las paredes estaban insonorizadas. Así podía seguir trabajando, le comentó. La sentó con dulzura en el sillón y en silencio, le puso unos cascos. Una dulce melodía sonó a través de ellos. Era un piano. Un piano clásico. La canción hizo que le picarán los ojos y se le pusiera la carne de gallina. Jules la miraba, apoyado en su mesa de trabajo. Algo desaliñado.
—¿Te gusta? —musitó inseguro, nervioso. Ariel asintió incapaz de decir nada más—. La he titulado: Musa caracol.
Ariel se echó a reír. No lo pudo evitar. Sin palabras se lanzó a sus brazos y le besó. Jules recibió ese beso entre risas. Pero, el momento ganó fogosidad. Más cuando sus manos agarraron la tela del vestido que se deslizaba con suavidad por su piel. La espalda ronroneó bajo sus fuertes caricias. Sin pensarlo, ella le quitó la camisa y él sonrió de medio lado. Esa sonrisa que hacía que a ella le aleteará el corazón. Confiada y segura, lo sentó en la mesa de su estudio. Quitó los auriculares y reprodujo la canción por la sala. Insonorizada, por supuesto. No molestarían a nadie. Ella se sentó a horcajadas en él y apoyó su cabeza en su pecho. Él la meció. Silencioso, mientras ambos disfrutaban de ese tierno y caliente momento. Notó su erección contra ella y caprichosa la rozó. Él gruñó frustrado contra su oído, susurrando:
—No seas mala —la besó con fuerza y se clavó dolorosamente contra ella. Ariel no pudo evitar gemir y él sonrió. Volvieron a besarse, a morderse, a tentarse. La ropa voló por el estudio y cuando le tuvo frente a ella, desnudo, preparado, ávido. No se sintió nerviosa, ni asustada, ni incómoda. Era tan natural como respirar. Encajaban de una forma implícita. Como si el destino les hubiera creado para estar juntos. Jules se puso el preservativo y entró en ella, que estaba más que preparada para él. Montada encima de él, ella se movía, llevaba el ritmo. Mientras esa maravillosa canción la estremecía en lo más profundo de su ser. Él sonrió, cuando le comentó que debía incluirla en su próximo álbum. El cuerpo de Ariel se deshacía bajo sus embestidas, bajo sus caricias. Él la besaba con verdadera ternura. No fue como siempre. Había fuego, deseo y necesidad, pero también hablaban, y se hacían reír. Era más que placer. Era una conexión única e increíble. Cuando, finalmente, sucumbió a un estremecedor orgasmo, él la miraba con auténtica devoción. Tanto que tuvo que apartar la mirada algo avergonzada. Sin embargo, él le cogió el rostro y la besó. Con dulzura, la levantó y la tumbó en el mullido suelo. Jules era una amante tranquilo y dulce, sin prisa. Devoró su boca, la siguió devorando cuando minutos después otro orgasmo la dejó floja contra el suelo, mientras él se vaciaba. Satisfechos, miraron el techo del estudio, mientras las últimas notas de la canción en bucle sonaban.
Desnudos, allí mismo, se comieron los pastelitos en el estudio. Ariel se puso su camisa y disfrutaron de más música que él le enseñó. Música electrónica, bases, pianos. Todo lo que se le ocurría. Temas inéditos. Pero, sobre todo, hablaron. Hablaron de música, de las películas que les gustaban. Y, finalmente, pudo decirle lo mucho que le quería. Lo que ella también le deseaba y no había podido decirle por estar tan impactada. Por todo. Incluso, le hizo sonreír feliz. Tras muchas horas, acurrucada entre sus brazos, se durmió en su cama.
Jules se levantó temprano y se puso a preparar un delicioso desayuno. Ella no tardaría en despertar. La había visto ponerse una alarma. Habia dicho que quería despedirse de Helena y Eva. Se giró cuando oyó pasos, pero cuando vio a Jesús, apartó la mirada. Jesús le miraba con ira. Le había calada y no sabía cómo. ¿Es que lo llevaba escrito en alguna parte?
—¿Qué has hecho? —de alguna forma lo sabía. Su hermano lo sabía, maldito fuera— ¿Por qué has tenido que complicarlo todo?
—¿Cómo te has...? —quiso preguntarle, cómo lo sabía. Como siempre lo sabía todo.
—Subí a buscarla cuando regresamos. Toqué y me pareció raro que no se despertará, así que entré. Su habitación estaba vacía. Lo supuse, pero que apartarás tu mirada, me lo ha confirmado. Te dije por activa y por pasiva que...
—Buenos días, chicos —subió la voz de su hermano Tonik. Iván entró correteando poco después, olisqueando el delicioso desayuno. Jesús le miró con ira, pero se marchó de regreso a su cuarto.
—¿Está bien tu hermano? —le preguntó. Jules se giró para ocultar la mirada, sobre todo al recordar el rostro de su hermana la noche anterior.
Ariel giró entre las sábanas para encontrarlas vacías. Estaban frías. La luz del sol ya entraba por la ventana, así que, molesta por su brillo, se tapó. Buscó su móvil, pero no lo encontraba. Sin más, cogió el de Jules solo para mirar la hora. Sin embargo, su mente se quedó helada al leer un mensaje en la pantalla bloqueada: «Espero que mañana podamos vernos. Me quedé con ganas de escuchar esa canción tan bonita que me dijiste que habías compuesto para mí. Tu musa mariposa. Tendré que pensar una forma ingeniosa de compensarte». Malin era el nombre. Sintiéndose una estúpida, se incorporó en la cama.
De golpe, la realidad de lo sucedido le dio un bofetón. Jules en el estudio, la canción. Todo. Había sido solo una estrategia del seductor. Un juego de niños. Algo que simplemente le apetecía tener esa noche. Cerró el móvil y lo dejó en su sitio. Era su culpa. Ella lo había complicado todo con sentimientos de amor y romance. Para él era un ligue. Un simple ligue de verano. Malin también, aunque supuso que, como ella, no quería entenderlo. O lo entendía y le daba igual. Se incorporó y se apretó el pecho con vergüenza. Sentía que parte de ella se rompía. Recordó esa mirada años atrás. La mirada de otra persona que le había roto el corazón. «¿Qué te creías?» ¿Qué se creía? Un idiota, eso era. ¿Cómo iba a fijarse él en alguien como ella? Se levantó buscando su vieja camiseta, pero no la encontró. Buscó alguna otra, como las suyas de pijama. Se recogió el pelo en un moño. Al mirarse a los ojos los vio distintos, rotos. Maldijo por dentro. Otra vez había dejado que la rompieran de esa forma. Negó con la cabeza y se volvió a mirar, a ponerse la máscara perfecta. A recomponerse. Esa Ariel que había practicado durante años. La puerta de entrada a su hogar. Vacía, superficial, menos feliz. Pero ella. Esa era ella. Y era mejor que esa otra. La otra boba a la que podían romper cuando quisieran. No era culpa de Jesús, ni de Jules, ni de ningún otro. Ahora se daba cuenta. Era solo suya por creerse algo. Alguien de quién gente como ellos pudiera enamorarse.
Salió del cuarto de puntillas y se fue hacia la cocina. No le sorprendió encontrarle cocinando. Su hermano ya estaba en la piscina con su sobrino. No se dieron cuenta de la presencia de ella en la cocina. Pasó por su lado y cogió una tostada. Él la miró con alegría, pero se congeló en su rostro. No supo si por su expresión o por algo más. Sin embargo, indiferente, Ariel le señaló:
—Tu móvil no paraba de sonar, quizá tengas alguna llamada importante que atender —se fue hacia su habitación. Solo cuando cerró la puerta, dejó escapar una sonrisa amarga. Triunfante. Él no la había a dañar.
Jules dejó todo y fue hacia su cuarto. ¿Quién le habría llamado? ¿Quién había borrado la luz de su rostro? Cogió su móvil y leyó el mensaje. Con furia lo estampó contra el suelo. Esa vez sí que se rompió, pero no le importó. Se dejó caer en la cama. Su estúpido juego de conquista. Ella lo había leído. Estaba seguro. Quizá de forma inocente, o quizás intencionada. Pero no importaba. Era su culpa. Él hubiera pensado igual que ella si hubiera descubierto algo así. Se dejó caer en la cama y se agarró el cabello frustrado. Siempre había fingido esas cosas que le había dicho a ella. Les decía cosas dulces, bonitas y perfectas a las mujeres. Siempre lo había hecho, pero nunca lo había sentido. No hasta ella. Y ahora... ella pensaría que... era otra más. Cualquiera lo pensaría. Cogió su móvil con la pantalla rota y bloqueó a Malin. Buscó a Ariel y suspiró cuando la vio en línea.
El mensaje fue leído, pero no hubo respuesta. Nada. Se levantó frustrado y empezó a andar como un animal enjaulado. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? ¿Cómo lo había podido estropear tan rápido? Su pantalla tintineó y ansioso leyó.
Sin embargo, las palabras le sonaron vacías. Quizá porque estaban hablando por chat y no cara a cara como personas. No podía verle los ojos. Cogerle la cara y forzarla a salir de esa fría distancia. Se disponía a salir, cuando otro pitido le alertó. Ese mensaje le disuadió de buscarla, de intentar hacer algo con ella. Ese mensaje le destrozó. Le dejó claro su lugar y lo que había hecho.
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