11. Muero de amor
—Me ha llamado Tonik. Me ha dicho que ha reservado para cenar mañana en el restaurante del barrio. Será una noche especial, ¿vendrás Eva? —Eva la miró entre sorprendida y divertida, pero asintió. Ariel las miró suspicaz. Algo tramaban. Desde el día anterior, las había pillado más de una docena de veces, cotilleando entre ellas. Además, de intercambiar esa mirada, de dos personas que saben algo y no quieren que te enteres.
—¿Qué estáis planeando? —dijo Ariel con la mosca tras la oreja. Ambas volvieron a mirarse intercambiando esa mirada que ella empezaba a conocer.
—Nada. Pero, creo que necesitas una buena ducha, airear un poco esto y venirte a comer a un italiano con nosotras —le replicó Eva haciéndola callar. Si era una maniobra de distracción, tampoco le importaba. Las tres adecentaron un poco el desordenado piso, y Ariel se arregló para salir. Fueron a un restaurante cercano, italiano, por supuesto. Comida que adoraba Helena. Ambas intentaban distraer a Ariel, de sus lúgubres pensamientos, en torno a su reciente fracaso amoroso. Entre risas, alegría y confidencias, Eva y Helena intentaron levantarle la moral. Aunque ella se mostró participativa, su vivaz mirada no se iluminó como otras veces. Sin embargo, ambas amigas parecían seguras de que todo eso pronto cambiaría. Tras la comida, las tres se fueron de compras. Eva conducía divertida, escuchando a su grupo favorito: «Estopa». Cantando como si no hubiera un mañana, desafinada y despeinada. Ariel no pudo evitar sonreír, a pesar de sentirse extraña con su vida.
—¿Por qué tenemos que comprarnos ropa? —se quejó Ariel entre canciones, intentando sacar la verdad a esas dos. Tarde o temprano, alguna tenía que flaquear—. Nunca nos hemos arreglado para la cena de Reyes, ni tampoco es que vayamos a un restaurante de lujo. Es una cena normal en el barrio, con la familia.
—Porque es hora de que empieces a cuidarte, hermanita. Eres una mujer preciosa. No sé por qué no te gusta ponerte guapa y mimarte. Es importante para la salud mental verse guapa. Es más, creo que deberíamos ir a la peluquería. No fui antes de venir de Nueva York y tengo las puntas fatal —se quejó Helena divertida. Ariel no encontró argumentos para contradecirla, así que guardó silencio.
—Uff pues, ya que vamos, debería hacerme las uñas, las tengo todas mordidas del estrés —replicó Eva. Ariel confirmó la sospecha de que esas dos planeaban algo. Algo importante..Pero, tranquila porque su hermano estuviera involucrado, se relajó.
Si solo querían ponerla guapa, darle buena comida y animarla, ella se dejaría hacer. Hacía años que no dejaba que el resto vieran sus sentimientos tan a flor de piel, pero esa vez estaba convencida de no esconderse dentro de su caparazón. Quería ser ella misma y estar triste era parte de ello. Le había prometido a Jules que no escondería más sus sentimientos y estaba segura de cumplir con esa promesa. La única que podía hacerlo. Llegaron a media tarde, al centro comercial de la ciudad, que aglutinaba todos sus planes para el día. Hicieron una primera parada, para comprar diferentes conjuntos para la cena. Helena aprovechó parar comprarse un precioso vestido negro con destellos dorados. Era de corte recto, pero con el cuerpo tan precioso que se gastaba su hermana, le sentaría de infarto. Además, se compró unos preciosos pendientes a juego y unos tacones de al menos quince centímetros. Lo que escandalizó a Eva.
—¿No te da miedo caerte con semejantes zapatos? —le preguntó horrorizada.
—Siempre voy de puntillas, mis pies están acostumbrados a sufrir —le replicó Helena indiferente—. Me encantan los zapatos así. Mi lema en la vida es nada de menos de quince centímetros —Eva la miró con picardía y ambas se rieron como dos locas. La gente las miraba en la zapatería. Ariel puso los ojos en blanco, aunque tampoco pudo evitar echarse a reír. Su hermana siempre había preferido llevar tacones que ir plana. Adoraba que los zapatos la hicieran sufrir. Decía que era mejor eso, que sufrir por los hombres. Tenía razón. Helena no cambiaría nunca. Eva también se compró un precioso traje chaqueta negro que combinó con un top negro drapeado, pero brillante. Fuera de su zona de confort. Lo que les hizo reírse bastante, esa vez en la tienda de ropa. Provocando nuevas miradas de los clientes. Aunque daban la nota, agradecieron que nadie se parará a hablar con ellas. Excepto algunas personas que le pidieron fotos a Helena, ya que la conocían del mundo del ballet. Aunque, ella sabía que había gente que le hacía fotos a escondidas e incluso algunos se pararon para saludarla. Pero nadie le pidió fotos, ni le preguntó por Jules. Cosa que agradeció.
Ariel estaba indecisa, pero acabó haciendo caso a su hermana y se compró un vestido negro con destellos morados. Era de terciopelo y le quedaba ajustado. Tenía un escote corazón muy bonito, aunque era algo más corto que de costumbre. Además, su hermana le regaló unas botas hasta la rodilla con plataforma, bastantes cómodas. No eran de quince centímetros, pero no llegaban por muy poco. Lo que encantó a Helena. Tras las compras, fueron a la peluquería. Doblemente sospechoso, fue que ya tuvieran hora, pero de nuevo, Ariel se dejó mimar. Ella llevaba tiempo llevando el cabello largo y teñido de caoba. Por suerte, no tenía muchas canas, solo se había ido oscureciendo en las raíces. Le dieron color y le cortaron las puntas. Tras la peluquería se hicieron las uñas. Eva, de su precioso color negro, aunque para ir combinada, se dejó hacer una estrella plateada en una uña. Su hermana Helena, de un precioso color rojo sangre, que aumentaba más la sensación de su palidez. Parecía una vampira. La sensación de que era terroríficamente hermosa aumentó. Finalmente, Ariel se decantó por un suave color rosa pastel. Salieron cuando ya anochecía y decidieron pedir pizza. Comieron las pizzas en el sofá, y las remataron con un gran helado de chocolate. Vieron comedias desternillantes, hasta que Ariel agotada se quedó dormida en el sofá. En la soledad de la noche, sin que Ariel se enterase, ambas amigas y hermanas, se sonrieron. Le esperaba un gran día.
Jules se levantó nervioso. Pero, acababa de salir el sol y le esperaba un día muy largo. Cogió sus llaves y se dirigió al estudio. Óscar ya estaba allí, también varias personas muy especiales a las que él agradeció y sonrió. Ejecutó su papel a la perfección, pero también era consciente de que la gente se daba cuenta de que parte de su máscara había caído. Él ya no era tan frío ni distante, Ariel había deshecho un poco de ese hielo en él. Estaba hablado con Óscar cuando una voz familiar le hizo girarse. Se fundió en un sonoro abrazo con Narkye, que venía acompañado de su esposa. Ella tardó dos segundos en buscarla. Jules negó nervioso e indicó que no estaba. Es más, con ellos pudo sincerarse. Fue a los únicos a los que contó la naturaleza de tal acción, en un día tan señalado. De todo el trabajo que le esperaba por delante y el que llevaba a la espalda. Narkye le sonrió con confianza, pero fue su mujer la que dijo, algo que se clavó muy dentro de Jules. Y que él tenía claro que iba a recordar para siempre. Luego, se enfrascaron en un día de trabajo tan intenso, que tras comer, algo que nunca solía hacer en el estudio. Se echó a dormir. Durmió dos horas seguidas, pero se levantó con energías renovadas. Habían sido días intensos, pero reprodujo la pista y los ojos se le llenaron de lágrimas. Era el último paso. A ver como iba todo.
Ariel aprovechó la mañana para limpiar el piso. Se había levantado con energía y agradeció que se hubieran borrado bastante sus ojeras. El día anterior había sido terapéutico y la mejor manera de curar su corazón. Lo único que necesitaba era espacio y tiempo para recuperar su alegría de siempre. Aunque, se notaba mucho más feliz. A veces, las cosas no podían ser, pero era bonito haberlas vivido. Siempre tendría el hermoso recuerdo de ese tiempo y estaba segura de que con los días, llegaría a reírse con humor de lo sucedido. Helena se marchó temprano a llevar los regalos a casa de su hermano, para que Iván no sospechara nada de la magia de esos días. Cuando regresó, ambas comieron ligero en la cocina. Divertidas e ilusionadas. Esa tarde irían a ver la cabalgata con su sobrino. El timbre las sorprendió, y Ariel abrió algo nerviosa. Hasta que vio la cara del otro lado. David venía cargado con un regalo y una sonrisa preciosa.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó Ariel tras achucharle. Y más cuando, tras él aparecieron dos personas que no esperaba para nada ver. Ariel corrió a abrazar a Sandra que le respondió con alegría al apretón. Marina ya le empujaba para su turno de abrazarla, quejándose de que la dejarán fuera—. ¡Qué sorpresa! ¿Qué hacéis aquí todos? No os esperaba para nada.
—David nos pidió que viniéramos a pasar esta noche y mañana con él. No podía decirle que no. El hotel está en temporada baja y es buena época para cumplir esos caprichos —señaló Marina, mirando con cariño a su sobrino. Sandra sonrió divertida, cruzada de brazos—. El restaurante...
—Podrá pasar sin mí una noche. Tampoco es que no me fíe de mi segunda —señaló quitando importancia. Luego, con cariño, ambas pasaron dentro del piso. Marina y Sandra se pusieron a hablar con Helena, a la que no veían desde la inauguración del hotel. Las tres estaban enfrascadas en su conversación. Así que Ariel abrazó a David. Él le devolvió el apretón y divertidos se pusieron a jugar un rato a Pokémon. Finalmente, él le tendió un paquete. La miraba con seriedad, pero la ilusión se desbordaba por sus ojos.
—Es un regalo adelantado de Reyes mío y de papá —Ariel abrió los ojos sorprendida. Emocionada abrió el paquete y más cuando encontró un precioso reloj, con su Pokémon favorito grabado. Las lágrimas acudieron a sus ojos y ella miró a David emocionada. Él le sonrió con tanto cariño que el corazón de Ariel se estrujó—. Te quiero mucho, Ariel. Eres mi mejor amiga —incapaz de decir nada más. Ella le abrazó. David le devolvió el apretón.
A veces no eran necesarias las palabras. El resto les miraron emocionados, y más cuando Ariel, les invitó a ir con ellos a la cabalgata. Se puso el preciado reloj, del cual ya no se iba a separar nunca. Era el mejor regalo que le hubieran podido hacer nunca. Emocionada, feliz y alegre se abrigó y bajaron a su portal, donde Tonik e Iván ya les esperaban. Su sobrino se mostró entusiasmado de encontrarse con David. Los dos de la mano se dedicaron a coger caramelos y disfrutar de los reyes. Fue David quien le acompañó a entregar la carta y luego se fueron a merendar. Su tradicional chocolate deshecho con dulces. Pasaron una tarde preciosa y se despidieron de David, Marina y Sandra, cuando el sol ya se escondió.
Su hermano les indicó que quedaban a las nueve para cenar. Eva llegó a las ocho a su piso, lista para arreglarse con ellas. Se ducharon y desnudas se pusieron a ponerse cremas y cotillear sobre al noche. Estaban decidiendo si salir o no. Ariel no quería salir de fiesta, aunque le apetecía mucho cenar con los suyos. Se puso unas medias negras, las altas botas y el vestido comprado el día anterior. Su ondulado pelo estaba rebelde, así que se hizo una coleta algo desaliñada, pero que la hizo sentir cómoda. La hizo sentir ella misma. Su hermana Helena estaba impresionante con sus altos tacones y su pelo perfectamente liso. Insistió en maquillarla y ella se dejó hacer. Cuando eran pequeñas, siempre era al revés. Eva también estaba muy guapa y más cuando Helena la maquilló también. Las tres salieron algo justas de tiempo, pero así llegarían puntuales. Eva aparcó delante del restaurante. Nerviosa, Ariel miró alrededor. Pero no había ningún coche conocido. Finalmente, intuyendo que la cena podía ser una trampa y teniendo que decirlo, preguntó:
—Por favor, si me queréis, decirme la verdad. ¿Voy a entrar y va a haber algo ahí... verdad? —dijo Ariel nerviosa. Su estómago estaba cerrado y las manos le sudaban.
—Ariel... yo... —empezó Eva y Helena le miró molesta. La cortó con un gesto y se giró hacia su hermana.
—¿Por qué eres así? ¿Y qué si hay algo que te va a sorprender? Queremos hacerlo. ¿Por qué debes saberlo?
—Para reaccionar como se supone que debo reaccionar —dijo Ariel nerviosa y asustada—. No quiero decepcionar a nadie.
—Pues, entonces, empieza por no decepcionarte a ti misma, hermana —le contestó Helena muy seria, Ariel la miró sorprendida y le dio un vuelco el corazón—. No me importa si pones mala cara o te enfadas. Incluso si coges y te das media vuelta y te vas. Siempre y cuando sea eso lo que desees hacer. Basta de hacer lo que los demás esperamos de ti. Nunca vas a ser insuficiente para mí. Eres la mejor hermana del mundo, para mí y para Tonik. La mejor amiga de Eva y de David. Te queremos infinito. Haz lo que te diga el corazón. Y si estás triste, no pasa nada. Pero no finjas algo que no sientes. Y si quieres irte, me lo dices y nos vamos.
Ariel miró con sorpresa a su hermana y le tendió la mano. Su hermana se la apretó con cariño y Eva asintió aceptando sus palabras. Ambas estaban allí para ella. Como hermanas, como su familia. Fuera lo que fuera que hubiera allí dentro, era importante. Para ellas y para ella misma. Ariel debía descubrirlo. Nunca se perdonaría ser tan cobarde de no hacerlo. Aparcó sus nervios y respiró profundamente. No dispuesta a esconderse nunca más. Ni a fingir alegría si no la sentía. El caracol quedaba atrás. Ella sería Ariel. Ellas entraron primera, y Ariel traspasó la última el restaurante que estaba lleno de gente. Abrió los ojos sorprendida de ver allí a Sandra con su marido y sus hijos. También estaban David, Marina y Sandra. Su hermano Tonik. Además, también estaba Óscar, Narkye y su mujer. Incluso Jesús y Owen. Y por supuesto, él. Jules estaba allí de pie. Con sus gafas, su gorra y con aquel traje que a ella le gustaba. Ella se quedó en la puerta indecisa. Él se acercó como si temiera asustarla y que saliera corriendo. Algo imposible, no se daba cuenta de que con esos malditos zapatos no podría correr. Ese pensamiento la divirtió. La llenó de una alegría inesperada. Y verle ahí, era tan preciado para ella.
—Me dijiste que este lugar era muy especial para ti. Que era el lugar donde mejor se comía del mundo y que esperabas poder compartirlo conmigo algún día —su voz sonaba grave y algo nerviosa. Ella vio que le temblaban las manos, enterneciendo su corazón—. La verdad es que no quería esperar ni un solo día más para venir. Para venir contigo, y con todas las personas a las que queremos —sorprendiéndola, Jules se quitó las gafas y la gorra y la miró. Esa mirada que ella adoraba, esa media sonrisa que le rompía el corazón y lo reconstruía más grande—. Para disfrutar de lo que un día me dijiste que nunca faltaba en tu hogar, buena comida y música. Siendo simplemente yo. Jules. El hombre que se ha enamorado perdidamente de ti —ella no podía decir nada. Él se acercó un paso más y otro, dejó que él le cogiera el rostro entre sus manos y fue entonces, que vio que estaba llorando. Él recogió una de sus lágrimas con sus dedos. A pesar de que estaba ahí, se le veía cansado y ella no pudo evitar preguntarle. Preocuparse por él.
—¿Estás bien? Pareces cansado... —él rio. Esa risa que ella amaba por encima de cualquier otro sonido.
—Ahora estoy mejor —le dio un beso en la frente. Y Ariel, haciendo caso de su hermana, le abrazó. Jules apoyó su rostro contra su cabeza. Esa sorpresa era tan bonita que Ariel estaba aún procesándola. Sintiendo que él había creado eso tan especial para ella. Recordando todo lo que le gustaba, le importaba o quería. Luego, saludó a todos. Y ella supo que no tenía que fingir. Con toda esa gente ella podía ser simplemente ella. Ariel y Jesús se miraron a través de la sala. Fue él quien se acercó, mientras el resto se sentaban. Ella le pidió salir un momento y él lo hizo. Lejos de miradas, Ariel le abrazó. Jesús la apretó con fuerza contra sí mismo. Entonces, solo entonces, él se permitió llorar. Ella le miró.
—¿Por qué lloras? —le preguntó ella preocupada. Él le acunó el rostro entre sus manos.
—Ariel... —dijo él, pero no pudo continuar. Otro sollozo le asaltó y ella le abrazó. Muy fuerte. Jesús sonrió sin poderlo evitar contra su pelo—, siempre quise venir aquí a comer contigo, ¿sabes? Cuando éramos chavales siempre me hablaste de este lugar. Paseábamos y me hablabas de tu casa, de tu gente. Y yo te quería mucho, pero hice lo peor que se podía hacer. Era un imbécil envidioso que quiso hacerte infeliz, porque también lo era. Y la vida, me dio tantos golpes hasta reencontrarme contigo. Me has devuelto todo lo que soñaba. Te quiero mucho, Ariel. Eres... mi mejor amiga. Como una hermana para mí —ambos se abrazaron y recordaron el pasado. El pasado que les había separado. Se dio cuenta de que le había echado de menos todos esos años separados. Había echado de menos, lo que ahora habían recuperado.
—Yo también te quiero, Jesús. Cuando nos conocimos era una cría y te quería tanto. Eras tan importante para mí. Te veía siempre triste, creo y solamente quería hacerte feliz. Como a todo el mundo. Todo este tiempo, nunca te olvidé. Pensaba en ti. Y creo que de tanto pensarlo, el deseo de verte nos llevó a encontrarnos y encerrarnos en ese ascensor. Y nunca hubiera podido decir que no a volver a tenerte en mi vida. Estaba claro que esto es lo que tenía que ser. Debíamos ser familia —de la mano, entraron de nuevo y se sentaron. Ella al lado de Jules, Jesús al lado de su hermano. Tonik la miró con cariño, y más cuando ella, sin poder contenerse, le dio la mano a Jules. Él aún temblaba nervioso. Se acercó a su oído y le dijo:
—Déjame pedir hoy a mí, te sorprenderé —Jules sonrió alegre y relajado. Con comodidad, le pasó el brazo por detrás de la silla y sonrió. Ella pidió sus platos favoritos. La comida no tardó en llegar y todos comieron con voracidad. Estaba todo delicioso. Jules admiró todos los platos y ella se rio divertida al verlo pelearse por las últimas raciones. Ese era su hombre. Ese pensamiento la reconfortó y la hizo reírse. El gesto de verle sin su máscara, con su gente, en su barrio. Eso le hizo tan feliz. Las dudas planeaban sobre ella. Era un gesto precioso, sin embargo, no cambiaba nada, ¿no? Pero, quizá, no era momento de pensar. Solo momento de sentir. Estaban enamorados y quizá uno no podía separarse así sin más. Tras la comida, se sirvieron los postres. Deliciosos postres. Ella le recordó divertida a Jesús la espuma de limón de su fiesta. Sacando una risa a Eva, que hizo que él la mirará enfadado. Tras los postres se sirvieron bebidas. Los niños jugaban, sus amigas charlaba entre ellas y ella se quedó sentada con su hermano. Necesitaba hablar con él, que la ayudará a entenderse. Tonik le indicó:
—La vida es demasiado corta y a la vez muy larga, ¿sabes? —le dijo Tonik, ella le miró sorprendida. No esperaba que su hermano le hablará de forma tan sincera. Pero, ambos eran ya adultos. Ella ya no era más la niña a quién debía cuidar, Ariel era una mujer—. Vivirás muchas cosas, y a veces, te parecerá que todo pasa muy rápido. Pero, luego miras a atrás y te das cuenta de que ha pasado mucho tiempo. A veces, pasarán los días como segundos y otros se harán eternos. La vida es mágica. Pero, Ariel, la vida es esto —Tonik se giró y le dio la mano—. Sé que dudas sobre él y sobre como podría llegar a funcionar vuestra relación. Pero te pasan siempre cosas increíbles, ¿quién consigue un trabajo atendiendo a su jefe? ¿Quién te iba a decir que te quedarías encerrada en un ascensor y te librarías de ese esclavo trabajo? Nadie, pero pasó. Las cosas pasan. Las buenas y las malas, aunque no te las esperes.
—Pero, ¿y si se acaba? —Ariel tenía un opresivo nudo en la garganta. Su hermano no veía como era Jules. Lo especial que era.
—Pues, al menos, habrá sucedido. El amor no dura para siempre, a veces. Ya lo sabes. Pero, eso no significaba que no se deba amar. Pero, no se puede negar el amor, Ariel. ¿De verdad vas a desaprovechar la oportunidad de estar con la persona que te hace feliz solo por miedo a que un día dejé de hacerlo? —Tonik se levantó divertido, arremangándose, señaló—: Voy a fregar los platos.
—No tienes por qué hacerlo —dijo Ariel divertida. Él se encogió de hombros. Miles de recuerdos se agolparon en su mente. Tantas comidas así, ellas sentadas a la mesa y él fregando en la cocina para pagar la comida. Las lágrimas surgieron sin poderlo evitar. Lágrimas de felicidad, que su hermano le recogió con cariño. Ambos sonrieron cuando dijo:
—Lo sigo haciendo porque me gusta —Ariel se rio. Vio como Jules la observaba desde donde estaba hablando con Owen y el marido de Sandra. Le había dado espacio para estar con los suyos. Sin agobiarla, sin pretender que ella tuviera que decir delante de nadie algo que no se sentía. Ella se levantó y se acercó. Él se acercó a su vez y quedaron solos. Con un gesto, salieron a la noche estrellada. Él la abrazó por detrás.
—Estás muy hermosa —le susurró al oído—, me gusta mucho este sitio.
—Jules... siento lo que te dije. Siento no haber confiado en ti respecto a lo de las fotos. Y, haberte largado de mi casa sin darte tiempo a explicarte. Incluso, siento haberme enfadado e indicado que debíamos dejarlo. Quizá... aunque tengo mucho miedo, todo esto sea lo más auténtico y real del mundo. Es una locura que me quieras, pero siempre me pasan cosas así, se ve. Yo siento haberlo hecho todo mal y... —él la besó. Sonriendo contra sus labios. Divertido señaló:
—No te perdono —musitó—, no te perdono si no dices las palabras mágicas.
—¿Cuáles? —ella se giró entre sus brazos y puso los ojos en blanco, preguntando— ¿Tenías razón?
—Tenías razón, mi nakama —dijo él sonriendo. Luego, la abrazó más fuerte e indicó con picardía—: Tenías razón, mi nakama, me amas más que a nada.
—Tenías razón, mi nakama, me amas más que a nada. Excepto quizá al sushi —él rio divertido, relajado. Nadie diría que era la misma persona que sobre un escenario, pero lo era. Y era para ella. Su destino— Yo sí que te amo —dijo Ariel atrayéndole hacia ella. Ambos se besaron, profundamente. Narkye les avisó de que entrarán. Así lo hicieron. Todos estaban reunidos en la pantalla del restaurante—. ¿Qué es esto? —preguntó nerviosa.
—Tu mira muy atentamente, caracol —le dijo al oído Jules. El cuerpo de ella se erizó. Roberto subió el volumen de la tele.
—Así ha sorprendido a la industria el compositor y productor Z-Lech, lanzando su primer CD lleno de colaboraciones. Desde hoy ha entrado en preventa, y cuenta con cantantes de la altura de Narkye con quien ya colaboró el famoso productor, hasta cantantes internacionales. Todos ellos, como ha confesado el productor, cantantes favoritos de su pareja. La ahora conocida por todos Ariel Carjéz. El disco titulado «Tu canción», ya ha sido éxito mundial en ventas en su primer día, en varias plataformas de descarga.
—¿Me has hecho un disco? —dijo ella girándose, él se encogió de hombros. Le tendió el CD, no iba envuelto ni nada. La portada era sobria. Negra con relieve en plateado. Ponía Z-Lech, y el título: «Tu canción». Dibujado en la portada había un caracol en espiral. Ella leyó a los cantantes que habían participado, incluso estaban los queridos «Estopa» de Eva. Las lágrimas volvieron a sus ojos. Tanto llorar se iba a deshidratar.
—La música ha dado sentido a mi vida. Siempre que he estado perdido, ella me ha devuelto al camino. Lo que no sabía es que el camino eras tú. Porque, tú eres música, Ariel —ella sostuvo el CD contra su pecho y como una fan boba, le dijo:
—¿Me lo firmarás? —todos rieron divertidos. Y entonces, él puso el CD.
La música sonó y las canciones vibraron por la sala. Haciéndoles bailar a todos. Se fueron tarde, dejando a un sonriente Paco que había disfrutado de ver su bar tan lleno de gente, y de colgar la preciosa foto con el productor. Ahora, todo el mundo querría ir allí. Helena se fue a dormir con su sobrino. Dándoles la intimidad que ambos necesitaban. Ariel y Jules fueron hacia su casa, entraron al piso y volvieron a besarse. No lo hubieran dejado de hacer en toda la noche. Sin embargo, él la detuvo, cuando fue a desabrocharle la camisa. Negó divertido y la llevó hasta al salón. Ella se sorprendió de ver la montaña de regalos que había allí. ¿Cómo lo había hecho?
—Tengo mis contactos con los Reyes Magos —cogió un pequeño paquete y se lo tendió. Ella lo abrió confusa. Un juego de llaves fue lo que encontró—. Son las llaves de mi casa en Canarias. Nuestra casa si así lo quieres.
—Pero...
—Podemos vivir aquí e ir a Canarias a temporada. También tengo un estudio en Miami y otro piso en Madrid. Hay más paquetes con sus llaves por todos lados —dijo riendo—. Sé que es una locura, pero quiero que vivamos juntos, Ariel. Quiero pasar cada día contigo. Y... —ella le silenció con un beso. Antes de irse a la cama, ella rebuscó entre sus regalos. Estaban aún en la habitación. Encontró lo que buscaba y se dirigió al salón donde él le esperaba nervioso.
—Me parece un regalo perfecto. Yo también quiero darte el mío —ella le tendió el sobre. Él la miró confuso y abrió el contenido. Sus ojos se abrieron como platos. Ella sonrió—. ¿Qué te parece, nakama?
—Nos vamos a Japón —dijo, la emoción desbordó sus ojos y ella le cogió de las manos—. Nunca pensé que tendría la suerte de enamorarme, y de poder disfrutar de ese amor. Pero... ha sido conocerte, Ariel, y mi vida ha cambiado hasta que nada de lo que creía saber sea cierto. Te amo, tanto que es imposible de medir. Solamente sé que tú eres mi música, mi alegría y mi nakama. La mitad de mi equipo. Y, aunque pienses que voy a irme, te demostraré cada día de mi vida, que voy a quedarme contigo.
—Siempre que te tocó, te abrazó, te besó, siento que es lo correcto. Desde el primer día, lo que me parecía muy raro. Pero creo que es lo que el destino quiere para mí. Desde el primer momento que encajamos, he sentido que no podría encajar con nadie más. Y aunque sé que será complicado, el amor es una elección, y quiero elegirte cada día. Estos días sin ti, he sentido que se podía llegar a morir de amor. Y me parece la sensación más horrible y preciosa del mundo. Porque cuando te veo, vuelvo a ser feliz. Eres el hombre más talentoso del mundo, y estoy orgullosa de que seas mi nakama. Y mi pareja —él la besó. Ariel se dejó mecer en ese beso. Un beso dulce, ardiente y fervoroso. Ambos se dejaron llevar y ese beso les llevó hasta la cama. Donde, entre besos, caricias e ilusiones, tocaron el cielo. Mientras de fondo, sonaba «Tu canción».
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