10. Un año más

Ariel no soportaba en lo que se había convertido su vida, tras ese nuevo golpe. Los dos días siguientes se levantaba llorando, se acostaba llorando. Le echaba de menos. De una forma tan profunda, tan dura, tan cruda. Amaba a Jules incondicionalmente, y tras el ardor de lo ocurrido, creía en su palabra. Él no la había engañado. Claro que no. Pero... había algo cierto. No podía vivir con él, con el miedo continuo a perderle. Una relación no podía ser así. Ella no podía sentirse siempre insuficiente. Y no era algo que él pudiera hacer, era algo que ella sentía. Lo típico de «no eres tú, soy yo», pero de verdad. No podía vivir siempre sintiendo ese miedo y tristeza. Esa sensación opresiva de no saber cuando acabará.

Jules se había marchado esa vez sin despedirse. Sin decir nada. Dejando su ropa allí. Ropa que ella guardó en su armario. Sintiendo que no tenía fuerzas suficientes para devolverle. Se pasaba el día entre lágrimas, escuchando su música. En bucle continuo. Helena regresó de su viaje, y junto a Tonik, la acompañaron esos días. Eva también vino al rescate. Ella no llamó a Jesús, ni tampoco fue a visitarlo. No quería ponerle en una tesitura incómoda con su hermano. Además, en parte, le recordaba a Jules. A lo que habían vívido. Solo  necesitaba a sus hermanos y Eva ahí, juntos como una unidad. Se estaba permitiendo su duelo. No podía parar de llorar. A veces se avergonzaba de la imagen que el espejo le devolvía, con los ojos rojos y profundas ojeras.

No soportaba lo que estaba siendo su vida esos días. El amor, tan profundo y ciego que había sentido, se le clavaba como cristales por todo su cuerpo. Rompiéndola y dañándola. Incluso el despreciable de Liam le había escrito para burlarse de ella. Aunque no había sido el único. Sus redes sociales quemaban, de gente que le escribía. Ariel no las había abierto ni publicado nada. Los mensajes de apoyo, de burla o de cariño, seguían llegando.

El treinta de diciembre, Z-Lech rompió su silencio, para demostrar mediante pruebas que las imágenes habían sido una manipulación. Orquestada por Laura Conde. Incluso llevó como testigo al modelo que se hizo pasar por él. Laura acosada por los medios, salió esa misma noche, alegando que las acusaciones eran ciertas. No se avergonzó de aceptar las consecuencias de esa fatal broma. Como ella misma la llamó. Sin embargo, el grupo Larraga y Conde, era una unidad. Había pocas posibilidades de que ambas familias se enemistaran. Todo quedó rápido en un segundo plano, al salir a la luz, imágenes de dos famosas modelos que eran pareja. Ariel la reconoció como la modelo con la que, unos meses atrás, había sido relacionado Jules. Parecía que estaba haciendo lo imposible por limpiar su nombre. Asqueada, intentó no mirar la tele lo que restaba de horas antes de acabar ese fatal año.

Jesús y Owen no se habían acercado a visitarla. Estaban avisados por Eva y Helena, de que si se acercaban con malas intenciones, se arrepentirían. Ambos les tenían tanto miedo, que claudicaron. Sin embargo, Jesús sí le había llamado tras la entrevista. Varias veces, de hecho. Aunque Ariel no cogió la comunicación. No quería ver a nadie, ni hablar con nadie. No quería explicar cómo se sentía. Quería descansar, quería entender lo que sucedía en su mente. Quería recomponer su historia y aceptar que se había acabado. Ella no volvería a acercarse a Jules. Y para ello, tenía que volver a comenzar. Ariel tenía que dejar su trabajo para su hermano, marcharse de la ciudad. Quería huir. Pero, de momento, únicamente, podía llorar. Llorar escuchando su música, hasta que agotada se quedaba dormida. En vísperas de empezar un nuevo año que se le antojaba triste y vacío.

Jules no se soportaba a sí mismo, ni lo que le había ocurrido. A penas dormía, ni comía. Su mente no dejaba de pensar en Ariel. De verla durmiendo entre sus brazos. Lo había tenido todo. La felicidad que siempre había buscado. Arrebatada por una venganza estúpida de una persona mezquina. No podía creerlo, no podía entenderlo, no podía procesarlo. Se sintió más tranquilo cuando se demostró la verdad, y los fans que le estaban dando la espalda, también volvieron a acercarse a él. Le alegraba darse cuenta de lo mucho que su gente quería a Ariel. Casi como si ellos se hubieran enamorado también. De esa forma, que él sabía, que nunca volvería a sentir.

Él la amaba. Amaba su forma de hacerle reír cuando menos lo esperaba. De recordarle que era un hombre normal, aunque siempre le dijera lo increíble que era. Amaba como ella sin pretenderlo, creaba música a través de él. Su caracol. Su pequeño caracol, que le había dejado entrar a vivir en su hogar. La echaba tanto de menos, que se levantaba a media noche ahogado de recuerdos. Y ya no podía dormir. Más de un día se había encontrado en su coche, frente a su portal. Pero, no se atrevía a cruzar. No se atrevía a salir y subir. Ella tenía razón, el amor no podía ser tan complicado. No podía generarle ese miedo. Pero él lo había intentado todo para demostrarle lo mucho que la amaba. Y, sin embargo, ella seguía dudando. Quizá, fuera momento de dejarlo. De desaparecer de su vida y no hacerla más infeliz. O quizá, debía intentar una última vez, convencerla de lo mucho que la amaba. Aunque no sabía cómo. Ni cuál era la decisión correcta a tomar.

El fin de año llegó con rapidez. En esa bruma de tristeza, Ariel se levantó el treinta uno de diciembre. Salió a su comedor y vio como salía el sol. Los ojos rojos e hinchados de la noche mal dormida le protestaron, pero, simplemente, se sentó. Se tomó un capuchino que le calentó el cuerpo, pero no el corazón. Seguía fría por dentro. Su hermana aún dormía. El móvil le vibró. Ya sabía quién la llamaría y decidió que no podía postergarlo más. Tras días de silencio, descolgó:

—Buenos días, bella durmiente —dijo, intentando sonar animada, aunque fracasó estrepitosamente. Su voz sonaba rota y cansada— ¿Sabes que se puede dormir más tarde de las ocho?

—Ariel, dime la verdad, ¿cómo estás? —dijo Jesús. Su voz sonaba preocupada y apagada—. No quiero que me cuentes nada si no lo deseas. Y si solo deseas hablar de banalidades que así sea. Pero, te echo de menos. Necesito saber que tal estás y no sé... recuperar algo de normalidad.

—Estoy bien. Cansada, un poco confundida por todo lo que ha pasado, Jesús —el nudo le oprimía el pecho, pero continúo hablando—: Pero, bueno, a veces las cosas no pueden ser. Hay que pasar página y seguir. No podemos estar todo el rato haciéndonos daño.

—Ariel, sabes que respetaré cualquier decisión que tomes y siempre seré tu amigo. Por eso mismo, debo decirte que Jules es inocente. Que te ama de verdad —las lágrimas brotaron de los ojos de Ariel, que las secó con rabia. No necesitaba oír nada más. Necesitaba que la entendieran. Y respetarán lo que decía.

—Eso ya lo sé. Pero... Jesús no puede ser —no quería darle explicaciones, no quería hablar de esos sentimientos que la ahogaban. No podía soportarlo.

—De acuerdo. Solamente te digo, que yo me digo muchas veces eso de «no puede ser», pero gracias a ti he descubierto que a veces, sí que se puede. Tú haces de lo imposible algo posible, Ariel. Esa es tu magia —señaló y ella se dejó caer de lado, sollozando—. No llores, cariño. ¿Quieres que venga?

—Por favor...—suplicó. Necesitaba verle. O no. No lo sabía. Ya no sabía ni pensar.

Jesús no tardó ni media hora en presentarse en su hogar. Iba en chándal y desaliñado para lo que normalmente era él. Eso le encogió el corazón. Entró y abrazó a Ariel fuerte entre sus brazos. Como si ambos necesitarán recomponerse. Luego, se acurrucaron en el sofá. Ella consiguió sonreír cuando vio que le había llevado croissants de chocolate. Él siempre se acordaba de todo. Siempre. Era detallista, dulce y su amigo. No dijeron nada. En la amistad, a veces, no hace falta decir nada. Jesús la meció con suavidad, mientras ella lloraba y el último día del año empezaba. Pero, tras un buen rato de silencio, Ariel se desahogó con Jesús. Le contó todo, todo lo que sentía por su hermano, sus dudas, sus miedos, sus inseguridades, incluso sus dudas sobre su trabajo. Jesús la consoló, la aconsejó como un amigo e intentó que ella volviera a sonreír. De todas las formas que sabía. Y Ariel sonrió. Lloró. Y consiguió reír. Tras dos horas hablando, hasta que ella casi se quedó sin voz, él la apretó contra su pecho.

—Eres lo mejor que me ha pasado este año, Ariel —musitó compungido—. Desde los dieciocho años llevo viviendo arrepentido por lo sucedido entre nosotros. Cada vez que lo pensaba me sentía terriblemente avergonzado de la persona que era, de lo que había hecho y de cómo lo había hecho. Y, cuando nos reencontramos este verano, fue como si no hubiera pasado un solo día, desde que fuimos amigos. Y eso es lo más especial que he tenido nunca. Soy feliz de la familia que hemos creado, de formar parte de la tuya junto a Tonik y Eva. Y aunque sé que esta noche necesitas pasarla con ellos, guarda un lugar especial para mí, en tus deseos para este nuevo año —Jesús la abrazó con fuerza y Ariel se quedó muda de palabras.

Si a la Ariel de dieciséis años le hubieran dicho todo eso, se hubiera quedado de piedra. Incapaz de entender que alguien la quisiera de verdad, por quién era ella. Pero, ahora, cada paso que daba la situaba más cerca de la mujer que anhelaba ser. Alguien como su madre, que resplandecía con luz propia. Porque en un mundo donde todo era oscuridad, su madre había elegido ser luz para los suyos. Y le había enseñado a serlo también a ella. ¿Por qué no podía intentarlo? ¿Por qué no podía hacer lo que su madre le había enseñado? A seguir su corazón, a buscar su felicidad.

Jules se levantó alicaído y fue a la cocina a prepararse algo de comer. Con un pinchazo recordó esas primeras veces en Ibiza, tras sus shows. Como Ariel preparaba comida en la cocina. La vida era tan sencilla entonces. Tan plena y feliz. Llena de ilusiones y posibilidades. Ahora estaba todo roto. Agobiado se preparó una tortilla, pensando solo en el siguiente paso. Cuando se sentó a comerla, el teléfono sonó. Era Óscar.

—¿Estás preparado para esta noche? —Jules asintió. Era fin de año y como sus planes se habían cancelado, había aceptado actuar en uno de los mejores locales de la ciudad. No le apetecía, pero era mejor que quedarse encerrado en casa, planteándose como había destrozado su relación. Como había acabado todo tan rápido, de forma tan absurda.

—Deberías ponerte una de las sudaderas nuevas —le dijo Óscar. A él le pareció que su amigo también parecía cansado y decaído. Pero sabía por experiencia que no le contaría nada, ahora estaba en modo profesional. Hablaron del show, de la marca y del próximo disco. De los planes que tenían. Jules escuchó las llaves de la entrada. Era Jesús que regresaba. Tras colgar contando banalidades, esperó a que su hermano entrará en la cocina.

—¿Con quién hablabas? —le preguntó entrando. A Jules le pareció extraño que su hermano fuera en chándal y tan desarreglado, pero quizá venía de hacer deporte.

—Con Óscar, para la actuación de esta noche —dijo Jules indiferente— ¿Dónde has ido? —Jesús se removió incómodo y a Jules no le hizo falta que le dijera nada más. Él jamás mentía y se lo leyó en la mirada— ¿Cómo está?

—Triste —Jules también sabía que su hermano no le contaría nada que ella le hubiera contado en intimidad, así que no insistió—. Como tú. Aunque, creo que necesitáis un tiempo. Necesitáis pensar en todo lo que ha ocurrido y ver cómo seguir —Jules asintió. Él no necesitaba tiempo. La amaba y quería estar con ella, pero no insistió. Si era lo que ella quería, se lo daría. Cuando pasará Nochevieja, podía regresar a su hogar. Trabajar un tiempo, luego vendría la gira. Estaría tiempo fuera. Eso le vendría bien. Siguió pensativo, cuando su hermano indicó—: Mañana me marcho a Canadá.

—¿Qué? —dijo Jules alzando la mirada preocupado— ¿Por qué?

—Voy a reunirme con los Conde esta tarde y tomar una determinación. Lo que ha sucedido, no puede quedar como si nada. Roberto está enfadado con su hermana. Cree que ha puesto en peligro los negocios con su estupidez. Ya hace tiempo que quiere dejarla fuera de la ecuación. Al fin y al cabo, ya no es una Conde.

—¿Qué vais a hacer? —murmuró preocupado. La mirada de su hermano era como el acero.

—Lo que debió hacerse cuando se casó —dijo Jesús imperturbable. La mirada de Jesús era fría y pensativa. Cuando la ponía, a Jules, le recordaba a su padre. Solamente que su hermano era diferente, jamás la usaría si no fuera por su familia. En verdad, todo lo contrario a su padre. Jesús daba algo de miedo. Se estremeció —. Laura debe salir de nuestros negocios. Ella tiene los suyos propios. Los Conde están de acuerdo, sobre todo Roberto, que es quién manda e importa.

—No lo hagas por mí —dijo Jules alicaído. Aunque parte de él necesitaba olvidarla. Sentir que ella ya no era parte de su vida. Ni amiga, ni compañera de negocios. Nada. Laura era alguien del pasado y podía olvidarla.

—No lo hago por ti —Jesús parecía divertido y señaló con ironía—: Lo hago por qué es lo mejor para mi dinero. Más acciones, más control, más todo.

—Te acompañaré —Jules se levantó de la mesa. Le esperaba un largo día. Pruebas de sonido, el show y un viaje a Canadá. Lote completo. Al menos, así podría no pensar. 

Ariel se arregló obligada por su hermana. No le apetecía demasiado celebrar el fin de año, cuando sentía que su vida estaba anclada entre dudas, miedos e inseguridades. Helena la maquilló, la peinó y se sintió como cuando tenía quince años y lo hacían a la inversa. Porque a su hermana le encantaba que ella la maquillará. Y a Ariel, secretamente, aunque se quejará mil veces, también le gustaba. Echaba de menos vivir con ella, sentirla cerca y poder verla cuando quisiera. Jugar juntas. Volver a ser niñas. Pero, su hermana era independiente y jamás dejaría su amado Nueva York. Cuando acabaron, al menos Ariel sintió que se relajaba y se sentía más alegre.

A pesar del día que era, se sintió algo rara vestida tan formal en su piso. El pelo recogido en un precioso moño, y con un vestido plateado algo ajustado. Su hermana Helena estaba impresionante con los pantalones acampanados negros y el top plateado. Su largo pelo planchado y suelto. Tonik llegó a las siete con la cena. Su hijo pasaba la noche con su madre y, por tanto, él le echaba de menos. Ariel sabía que su hermano la entendía mejor que nadie. Él había perdido a su amor y eso le había cambiado para siempre. Pero, esa noche, no debían dejar que ese pensamiento triste les acompañará. Ambas rieron cuando vieron que se había puesto una corbata de dinosaurios, haciendo que él se sintiera más ligero. Regalo de su hijo, había comentado orgulloso. Haciendo que Helena le indicará que así nunca iban a volver a casarlo. Tonik puso los ojos en blanco.

Tras él llegó Eva, algo tarde, como de costumbre. Pero impresionante en un mono de lentejuelas negro. Intercambiaron cumplidos, y Ariel se sintió más relajada. No entendía por qué se habían arreglado tanto, si iban a cenar  en su piso y no salir. Pero, en parte, le gustó verse así. Recuperar su vida. La charla con Jesús de esa mañana le había venido bien. Se sentía más segura, tranquila y confiada. Debía vivir su pena, pero también retomar su vida. Retomar su esencia y felicidad. Cenaron como lobos, y cuando acabaron satisfechos, se dejaron caer en el sofá. Se sentaron para ver la televisión que recordaba los mejores sucesos del año. A Ariel le atravesó un pinchazo el corazón cuando vio la entrevista de Jules al descubrir su identidad. Pero se relajó a medida que la noche fue avanzando y los recuerdos de ese año, se difuminaron con otros más lejanos de su infancia y adolescencia.

Comieron las uvas en su sofá, con unas más que animadas Helena y Eva, que gritaron «Feliz año» asustando a todo el vecindario. Tras ello, pusieron música y se dedicaron a bailar y cantar en el salón. Ariel no necesitaba más. No necesitaba salir, ni compartir con más gente. En esa habitación estaban quiénes más quería. Excepto por la gran ausencia de la noche: Jesús, Owen y Jules. Parte de su corazón. Les había enviado un mensaje a los tres, formal y poco alegre, pero era un pequeño paso. Intentó empezar feliz el nuevo año. Buscando atraer lo que quería para sí y los suyos: alegría. 

Jules había disfrutado del show. En medio del escenario, con la música, podía olvidarse de lo que estaba sucediendo en su vida. Dedicado a disfrutar con sus fans, a que los demás olvidarán sus penas mediante su música. Poniendo su máscara de tranquila alegría. Como si estuviera esperanzado por el nuevo año que se venía. A las cuatro de la mañana llegó a casa, se duchó y se preparó para marcharse al aeropuerto. Tenían por delante dieciséis horas de vuelo, ya tendría tiempo de dormir entonces. Total, cuando llegarán a Canadá, solo serían las once de la mañana. Salió al pasillo, y se sorprendió de ver a Owen con su maleta.

—¿Vienes? —le preguntó extrañado.

—Por supuesto. Yo no dejo solos a mis hermanos —respondió. Owen había celebrado el fin de año con unos amigos en su apartamento. Supuso que con algún ligue, aunque Jules no preguntó. Owen no solía compartir mucho de su vida amorosa, aunque fuera un fanfarrón cuando quería. Pero, estaba seguro de que Owen amaba. Con más intensidad que nadie. Cuando quería, lo hacía con toda su alma. Quizá, por ese motivo, esquivaba al amor. Por qué había amado y le habían dañado tan profundo. Jesús había estado también con amigos y les interrumpió poco después, para empezar su viaje. La cara de sueño de los tres, era de poema. Hubiera sido una situación cómica si no fuera por lo que debían afrontar.

Llegaron con tiempo al aeropuerto y su vuelo salió puntual. Por supuesto, los tres durmieron todo el viaje. A su llegada a Canadá les sorprendió el frío intenso que les tocó los rostros, pero les ayudó a despertarse. Iban a estar poco tiempo allí. Solo cuatro días. Pero eran suficientes. No iban a hacer turismo, era un viaje de negocios. Llegaron al hotel y se dirigieron a la suite compartida. Los tres se volvieron a duchar, y esa vez se vistieron diferente. Jesús calculaba todos esos aspectos. Les había indicado que se pusieran traje y abrigo, Jules sin las gafas ni su máscara. Iba como Julián Larraga, no como Z-Lech. Tenían la reunión antes de la comida. Laura solo esperaba que fueran él y su hermano Roberto Conde, que ya estaba en el país. Trajeados y seguros de sí mismos, se encontraron con Roberto en las oficinas del marido de Laura. Allí ya les esperaban ambos en la sala de reuniones. A ninguno de los tres les sorprendió que ella ya hubiera llegado. A Laura le gustaba ser la primera en todo. Incluso en esas tonterías. Vestida con elegancia, su precioso pelo pelirrojo recogido en un desenfadado moño, sorbiendo de la taza de su té. Fuera empezaba a nevar. Agrandó los ojos sorprendida al verles, si había miedo o duda en su mirada no se reflejó. Intercambiaron amables saludos y cordialidades, un rato, antes de que Jesús carraspeará.

—El motivo de la reunión, Roberto, como anticipamos mediante correo, es la compra de una parte de las acciones del grupo Conde, para que sean del grupo Larraga. Estamos deseosos de tener más poder en el grupo, además de necesitar distribuir mejor nuestro capital —Jesús sonrió frío y señaló—: Un mero trámite legal.

—Así es. Como hablamos en varias reuniones pasadas, Laura y yo, disponemos del cincuenta por ciento de las acciones. Siendo el treinta por ciento de mi propiedad. Sin embargo, sabes tan bien como yo, que no es posible comprar las mías, como yo, no puedo comprar las tuyas. Primero, porque somos los herederos reales del total. Además, de por el contrato blindado de nuestros antecesores. Contrato que asegura, que el grupo siempre se va a mantener unido, en un cincuenta por ciento cada uno. Siendo tú Larraga y yo Conde los que tengamos el mayor porcentaje; el resto distribuido en nuestros familiares. Ninguno de los dos puede vender su parte —indicó Roberto. Su mirada era divertida. Hacía tiempo que quería el control total de los Conde, sin la continua presencia molesta de sus hermanas. Roberto y Jesús se entendían, pero no así le sucedía, con el resto de su familia.

—Sin embargo, Laura dispone del otro veinte por ciento, sin ser heredera y sin ya ostentar el apellido Conde —musitó Jesús, divertido y algo pasota. Como si todo eso no estuviera ya orquestado. Como si no supiera cuál era su resolución. Roberto pareció pensativo y asintió.

—No voy a vender mis acciones, ni os las voy a ceder —indicó Laura en voz muy baja. Jules vio que no miraba a Jesús, le miraba a él. Jules no la había saludado, ni le había dicho nada. No pensaba hacerlo. Ella no se merecía ni su rabia, ni su desprecio. Solo esa fría indiferencia. No le iba a dar más—. ¿Qué pasa, rompecorazones? ¿No te alegras de verme? Pensaba que me dirías algo al respecto.

—No tengo nada que decirte, Laura. Hemos venido a hablar de negocios —la rabia bullía en su interior, pero Jules se mantuvo hierático. Eso le iba a doler más que cualquiera otro gesto. Laura le miró con rabia, rompiendo algo de su máscara de perfecta apariencia.

—No voy a vender mis acciones —repitió segura de sí misma. Haciendo caso omiso de su marido, miró a su hermano de frente—. Papá te eligió heredero por ser hombre. Pero, todos sabemos que fue una decisión machista. No quiero que apartes a tus hermanas por lo sucedido. Ya lo hiciste con Mimi, no voy a dejar que hagas lo mismo conmigo. Fue una broma que se me fue de las manos. Jamás le haría dañado a posta. Sabes tan bien como yo, que Jules merece algo mejor. Es mi mejor amigo y quería protegerle. Esa muchacha solo se ha acercado a él por la fama —Jesús apretó la pierna de Jules para que se mantuviera callado y quieto. Él apretó los puños con rabia. Esa no era su discusión, aunque les doliera debían esperar a Roberto—. Hermano, sabes que siempre hago lo mejor por la familia y los negocios. Aunque me duela. Alguien tiene que hacerlo. 

—Esa no es tu decisión, Laura. La familia no te ha pedido nada. Además, las decisiones amorosas de Jules no sé qué tienen que importar para nuestros negocios. Él es libre de hacer lo que desea y no aguantar tus bromas sin gracia. Sin embargo, tienes razón, si no quieres vender tus acciones lo comprenderemos y no podemos obligarte por la fuerza —replicó Roberto sibilino—. Sin embargo, al cambiar tu apellido, esas ya no son tus acciones solas. Os casasteis con reparto de bienes. Son también las de tu marido y él ya ha firmado su consentimiento. Algo que te haría quedar muy mal si no le respaldarás y te enfrentarás directamente con él. Te guste o no, creo que para ambos será mejor que os dediquéis solo a vuestros negocios y matrimonio. Deja el negocio familiar y crea el tuyo propio al lado de tu marido. Tu propia familia—Laura le miró iracunda, pero manteniendo la dignidad y apariencia, firmó el documento. Se levantó y se marchó con calma, aunque al pasar por el lado de Jules indicó:

—No has ganado, rompecorazones. Quizá, yo haya hecho el ridículo a nivel internacional al fingir un affaire contigo, incluso mi familia me haya apartado de los negocios. Pero tú has perdido. Serás tan infeliz como yo —Jules sabía que tenía razón, pero se sentía más ligero sin la sombra de ella cerca de sus negocios.

Comieron con Roberto y pasaron el día hablando de negocios con él. Tras ese extraño día, se relajaron. Dedicaron los primeros días de año a descansar en Canadá. Sabía que sus hermanos intentaban animarle y que disfrutará de ese tiempo nevado que le gustaba. Pero Jules la echaba de menos. Echaba de menos su sonrisa, acurrucarse con ella. Le encantaría que ella estuviera ahí disfrutando de la nieve. Le había hecho feliz, de una forma tan bonita y sincera, que no entendía por qué debía no serlo nunca más.

Al día siguiente de empezar el nuevo año, Ariel les pidió a su hermana y Eva, que la dejarán sola unos días. Ellas, aceptaron. Helena y Eva se fueron a pasar los primeros días del año a un precioso pueblo costero. Y Ariel, tranquila, se estaba permitiendo su duelo. Se estaba permitiendo estar en silencio y entender lo que había perdido. Le echaba de menos. Tanto que su corazón le dolía de tristeza. Sabía que estaban en Canadá y que habían ido por negocios. Nada más. No había preguntado..

Esos días había visto su actuación en ese show de fin de año miles de veces. Seguía llorando cuando sonaba su canción. O cuando escuchaba el tema con Narkye. Todo le recordaba ese tiempo tan feliz que habían compartido. Se entendían de una forma única. Eran amigos, amantes, familia. Pero, no podía ser. Porque mientras ella le amaba con todo su corazón, también sentía pánico a cada momento a su lado, sintiendo que iba a perderle. Pasó esos primeros días de año, llorando, escuchando su música, hasta que agotada se quedaba dormida. Sumida en ese extraño tiempo de tristeza y pausa. Aunque intentará por todos los medios recuperar su alegría. Intentaba entenderse, cuando todo su cuerpo estaba en duda. Quería llamarle y pedirle perdón. Quería volver a verle. Quería olvidarle. Quería seguir adelante.

Helena y Eva llegaron, días después, cargadas de regalos. Ella seguía en pijama, no con el lila de alienígenas que tanto le gustaba. Ese lo había guardado bien dentro de su armario, incapaz de volver a ponérselo. Le recordaba a Jules, como tantas cosas, pero volvería a recordarle sin dolor. Algún día. Estaba tumbada en el sofá y comía galletas de chocolate, viendo «Shrek». Película de culto para el corazón roto y la tristeza. No sabía cómo los médicos no la recetaban. Se levantó a medias cuando entraron.

—Te estás convirtiendo en un zombi —dijo Eva, a modo de saludo—. Tendrías que haber venido con nosotras. Te hubiera ayudado a desconectar. Ha hecho un tiempo fantástico. Paseos por la playa, buena comida, compras y tiempo de calidad.

—¿Para qué? Solo os hubiera amargado. Estoy bien —Ariel se levantó y se fue hacia la cocina. Helena y Eva se miraron con complicidad. Su hermana volvió al ataque:

—¿Cuántos días hace que no te duchas? —Helena removió las mantas e indicó—: ¿Ni limpias? Estás hecha un desastre.

—Bueno, he estado ocupada. Autodespreciándome, maldiciendo el mundo y llorando; sumida, en un estado de duda perpetua, entre que deseo hacer y que debo hacer —musitó Ariel y señaló—: ¿Qué lleváis en esas bolsas?

—Ropa, regalos, cosas para ti. Pero no te voy a dar nada si no te duchas primero —dijo Helena haciendo un mohín. Ariel molesta replicó:

  —Que sepas que me duché ayer y me cambié el pijama, lista. Dejad de molestarme. ¿Son mis regalos de reyes? —dijo con ilusión. Ellas asintieron y Helena indicó divertida, al ver a su hermana algo más recuperada y decidida:

—¿Te apetece que salgamos a comer sushi e ir al cine? Creo que deberías, de verdad, recuperar tu vida normal y aprovechar tus vacaciones —Ariel asintió convencida. Quizá su hermana tenía razón.

Tenía que recuperar su manera de ser, su alegría, su forma de moverse por el mundo. Aunque le doliera, había tomado esa decisión por una buena razón. Estaba anteponiendo su salud mental, su felicidad y bienestar, su paz. Ella había elegido ese camino por una razón. Aunque le echará de menos, la razón no iba a desaparecer. No podía vivir siempre temiendo perderle, sabiendo que los demás se aprovecharían de esa debilidad. Sintiendo que había secretos entre ellos que en cualquier momento podían saltar, cambiando su vida. Jules la quería, por supuesto. Pero Ariel sabía que el amor a veces no era suficiente, y acabaría. Tenían vidas muy diferentes, sueños muy diferentes. Ariel era una persona normal, mientras que él era una estrella. Nunca habían tenido el futuro, aunque hubieran insistido. Fuera como fuera, esa soledad era mejor que vivir aterrorizada de amor. 

Fueron a comer sushi, pero Ariel sintió que le recordaba demasiado a Jules y no acabó de disfrutar. Entraron al cine a ver una de las nuevas películas de Jennifer Lawrence, una de las actrices favoritas de Helena. Aunque no le prestó demasiada atención. Disfrutó de ver a su hermana feliz, de ver a su actriz favorita. Emocionada por hablar de cine y música. Cuando salieron como era tarde, comieron una deliciosa y grasienta hamburguesa que hizo que Ariel volviera a sonreír de verdad. Si había algo en el mundo que podía curar un corazón roto, era eso.

Volvieron a casa, y como cuando eran niñas, Helena y Ariel compartieron su cama. Hablando de muchas cosas, y de nada, en verdad. Hablaron sobre todo de ballet, como siempre. Helena amaba hablar de ballet, enseñarle pasos, ver sus obras y criticar donde podía mejorar. Helena no era nada sin ello, pero en verdad, el ballet tampoco sería nada sin ella para Ariel. Ella le daba vida y luz. Ariel sabía que su hermana estaba disfrutando ese tiempo, pero echaba de menos bailar. Echaba de menos su mundo. Se durmieron soñando con el futuro. El mismo que habían soñado de pequeñas. Helena bailando como primera bailarina «El lago de los cisnes». Ariel en el público junto a Tonik. Ambos aplaudiendo con fuerza, mientras su hermana brillaba tan fuerte que iluminaba hasta el cielo. Donde sus padres, felices, miraban con orgullo y felicidad a sus hijos. Que habían convertido sus sueños de imposible en posibles. 

El cuatro de enero, tomó la resolución. El plan se formó sencillo en su mente. Habían llegado hacía pocas horas de Canadá y era de noche. Aunque para él era media mañana. Tumbado en la cama del hogar de Jesús. Con aquella camiseta que ella olvidó en Ibiza. Que él, siempre que la echaba de menos, se ponía. Sonrió. Tenía que intentarlo todo por ella. Y si aún así, no podía ser, entonces, debería aceptarlo. Pero, aún no estaba dispuesto a rendirse. Tenía que intentarlo una última vez.

Por la mañana se levantó, se arregló y se dispuso a irse. No había dormido, pero esa vez, por la esperanza e ilusión combinada. Condujo hasta el barrio que ella le había indicado. Jules no había ido nunca, pero encontró la casa con facilidad. La única que tenía flores en la ventana. Como Ariel siempre le decía. Salió del deportivo y cruzó para tocar el timbre. Tonik abrió en tejanos y jersey. Iba descalzo y se cruzó de brazos, molesto. Jules agachó la mirada y dijo, lo que había venido a decir, antes de que le abandonará el valor:

—Sé que no merezco ni tu tiempo, ni tu aprecio, ni tu comprensión. Pero, si algo he aprendido de Ariel, es que si amas algo, debes poner todo tu corazón en ello. Y sé que igual que ella, crees en el amor. Por eso, por favor, créeme cuando te digo que la amo. La amo con toda mi alma. Desde que la vi, no puedo ver a nadie más. No puedo oír a nadie más. Ella es la música de mi alma. Y si la pierdo... nunca podría perdonármelo. Tonik, por favor, necesito tu ayuda —Tonik no dijo nada, solamente le sonrió. 

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