08. El día que tú te marches

Ariel abrió la puerta de su piso, mientras escuchaba los gritos de su hermana, que corría por el pasillo. Sin darle tiempo a entrar, Helena ya la estaba abrazando. Su hermana era más alta que ella, espigada, con un largo y sedoso pelo oscuro. Compartía los ojos oscuros de Ariel, pero los suyos brillaban con más fuerza. Tonik estaba sentado en el salón de su hogar y se bebía su taza de café. Ariel y Helena se abrazaron. Entre risas y bromas llegaron al comedor. Comentando todo lo que había pasados en sus vidas atropelladamente. Jules la había dejado para visitar a su hermano Jesús. Helena sonriente le preguntó todo tipo de detalles sobre su relación, mientras, ella también ponía al día a su hermano Tonik de todo lo sucedido. Desayunaron y estuvieron sentados hasta media mañana. Helena la miró muy sonriente, cuando Ariel acabó de relatarle todas sus novedades e ilusiones.

—Me alegro tanto de que seas tan feliz, hermanita. Te mereces estar con un hombre que te quiera de verdad —a Helena se la veía emocionada. Contenta. Feliz. Sorprendiéndola, su hermana se echó a llorar y dijo—: Ay, perdonadme, estoy muy sensiblera estos días. Debe ser el jet lag.

—Si ya lo has superado —musitó Tonik, que estaba revisando su teléfono algo distraído—. Siempre has sido una llorona. Anda, dile también tus noticias.

—Ariel... voy a casarme —Ariel abrió los ojos muy sorprendida y miró a su hermano. Él ya negaba por lo bajo. Helena siempre había sido una romántica empedernida, que no paraba de enamorarse continuamente. Aunque, sabía que hacía algunos meses que salía con un compañero de su grupo de ballet, era todo muy precipitado. No sabía qué decir o pensar.

—Pero... yo...

—Lo sé, es muy precipitado. Pero, ya me conoces. Estoy muy enamorada. Llevo enamorada de él mucho tiempo. Es como una historia preciosa de película. Jacob es segundo bailarín en mi grupo. Dice que se enamoró de mí, al instante, pero... que le daba pavor enfrentarme. Ya sabes como soy, hermanita... —Ariel resopló divertida. Su hermana era todo carácter y portento, normal que tuviera miedo el pobre. A todos les debía pasar lo mismo—. En fin, hace seis meses se me declaró y hace una semana me pidió matrimonio. Ahora él es primer bailarín conmigo. Somos la pareja perfecta, Ariel. Es como un cuento precioso y deseo disfrutarlo. Es lo que siempre soñé. No hemos puesto fecha, no tenemos prisa. Queríamos solo saber que ambos compartíamos el mismo objetivo. Estoy muy ilusionada. Tendremos una vida de ensueño.

—Me alegro mucho, cariño —Ariel abrazó a su hermana, que volvía a llorar de alegría.

—Ahora solo queda que encontremos a una mujer preciosa para nuestro hermano —dijo Helena con perversa mirada. Ariel se echó a temblar por el pobre Tonik.

—A mí dejadme en paz, que estoy muy bien soltero —dijo su hermano, levantándose para ir a buscar a su hijo. Se despidió de sus hermanas con un beso para cada una. Luego, desapareció silbando. Es cierto, que parecía que le iban las cosas bien. Pero Ariel también quería que Tonik tuviera a alguien especial, como lo era Jules para ella.

Tras la marcha de su hermano, ambas dedicaron lo que quedaba de mañana en hablar de su vida. Decidieron salir a comer y de compras. Era ya plena temporada navideña, aunque lucía un sol radiante. Hacía incluso calor. Las tiendas estaban llenas de decoraciones, e incluso, se animaron a ir a la feria de Navidad. Por la noche, ya en el hogar, recuperaron una de sus tradiciones favoritas. Ponerse un grueso pijama, un chocolate caliente, y una película divertida. Eligieron «El diario de Bridget Jones». Las dos se pasaron el rato desconectando, riéndose y comentando la película. Sin duda, Bridget Jones fue referente para toda una generación. Ambas se fueron a la cama, momento que Ariel aprovechó para escribir Jules. 

Ariel sonrió como una boba a la noche estrellada que se veía por su ventana. Estaba completamente enamorada de ese hombre. Sin ningún tipo de duda o pregunta. Nunca había amado así, de forma tan completa, tan segura, tan certera. Quería llamarle, sentir su voz, dormirse sabiendo que él estaba ahí. Pero, el sueño le venció antes de volver a coger el móvil. 

Jules sonreía observando el fuego de la chimenea del hogar. Jesús también sonreía. En tres días, David estaría también en casa, para pasar las Navidades. Owen había salido a cenar con unos amigos, pero ya había regresado. Era de las pocas veces que coincidían los tres sentados tras varias semanas. Era una sensación agradable, estar con sus hermanos en casa. Sentir que, más o menos, eran todos felices. Owen fue quien habló dejando su copa de whisky en la mesa.

—Me alegro mucho por ti, Jules —musitó sincero, mirándole con cariño—. Ariel es la mejor. Me da un poco de pena que acabé contigo.

—Eres lo peor —murmuró sacándoles una sonrisa. Jules les había contado todo. Lo que había sentido, cómo había actuado y cómo pensaba actuar. Habían escuchado todas las canciones en que había estado trabajando. Se habían maravillado de lo compuesto por su querido hermano. Solamente le faltaba encontrar quién pusiera letra a lo que la música transmitía. Aunque tenía algunas ideas, les había comentado. Jesús sorbió de su vaso y preguntó—. ¿Mañana te reunirás con Óscar?

—Sí, planearemos la estrategia, el marketing y por supuesto, la gira posterior. Aprovecharemos estas semanas, ya que ella está de vacaciones —divertido, señaló—: Tras la reunión, iré a comprar regalos de Navidad.

—En menos de una semana, Nochebuena y Navidad, este año ha pasado volando —Owen chasqueó la lengua y señaló, mirándole a él—: ¿Pensáis hacer regalo a los Conde? —Jesús se removió molesto, aunque asintió. Comentándoles que les harían un regalo conjunto. Ya lo había encargado. Como siempre, él se encargaba de ese tipo de cosas. Jules preguntó, como de pasada, algo que todos pensaban:

—¿Cómo está Laura? ¿Sigue enfadada?

—La verdad es que no lo sé. Ya sabéis que ella es... bueno, es ella —se levantó arisco y señaló—: Ya tengo todo preparado para esa noche. Además de los regalos impersonales y vacíos de cada año, también toda la cuestión de la cena. No me apetece, pero es lo que toca. En parte, son familia.

Jesús se marchó. No quería empañar la felicidad de su hermano menor con las sombras de ese pasado y esa mujer. Quizá, con suerte, todo saliera bien esa cena. Fuera una noche tranquila y silenciosa. Sin rencillas, ni batallas. Ascendió hasta su dormitorio y cerró la puerta. Sonrió al leer el mensaje de Ariel pidiendo que cuidará de su nakama. Ellos merecían ser felices. Molesto, se tumbó en la cama y miró al techo. Esa felicidad que habían encontrado era muy escasa. Él pensó poseerla una vez, pero era mentira. Le habían engañado de una forma tan dura, que no había llegado a recuperarse. Pero, eso no importaba. No sentía rencor, ni deseo de poseerla. Pero, si uno de su familia lo encontraba, él lo protegería con uñas y dientes. 

La semana previa a Navidad pasó volando. En una nube de felicidad, Ariel disfrutó de esos días con Helena. Habían decorado su piso, visitado la ciudad, salido de compras, a comer a restaurantes, visitado a antiguas amigas de su hermana. Habían ido varias veces a cenar con Eva y Sandra. Incluso habían disfrutado de una noche de fiesta. Una improvisada despedida para la soltería de sus amigas, les gritó Eva. Helena había disfrutado, había reído y se había divertido. Y Ariel, había aprovechado el tiempo con su hermana, con su hermano, con sus amigas. Aunque no había podido ver a Jules esos días, igualmente se sentía muy conectada a él. Se llamaban a primera hora de la mañana. También por la noche. Se contaban todo lo que habían hecho. Él estaba trabajando mucho, tras estar parado un tiempo. Planificando muchas cosas con Óscar, cosas que le encantarían le decía. Pero que debía guardar en secreto por el momento. Ariel le chinchaba, pero Jules guardaba mucho silencio. Un silencio que la ilusionaba. Ariel se sentía muy feliz, tanto que pensaba que era inmerecedora de ello. Pero, intentaba disfrutarlo.

Finalmente, llegó la víspera de Navidad. Su hermana Helena se había levantado temprano y le había indicado que pasaría el día de compras con su hermano. Aún no había comprado los regalos para Ariel. No quería que ella los viera. Así que, Ariel dedicó la mañana a limpiar y arreglar su hogar. A media mañana decidió llamarle, pero Jules no le respondió. Extrañada, probó suerte con Jesús, que respondió a la primera. Él estaba trabajando, pero plegaba en poco rato. Le comentó que iba a comer con Owen y unos amigos. Luego, esa noche cenaban con los Conde. Una tradición que conservaban de la época de sus bisabuelos. Ambas familias eran como una sola. Aunque su voz sonaba tranquila, Ariel le notó un cierto tono de preocupación. Colgó algo nerviosa y decidió salir a comprar. Estaban acabando con la existencia de dulces en su hogar. Paseó por el supermercado, y antes de regresar a casa, decidió intentar volver a llamarle. Por si quería comer con ella o verse un rato antes de la cena. Jules siguió sin contestar. Sorprendida, condujo de vuelta a su piso. Un semáforo la mantuvo parada. Su vista vagó por la calle. Le llamó la atención una pareja que entraba en un restaurante. Su corazón se aceleró cuando lo vio. Jules iba muy guapo, vestido con una chaqueta negra, solo las gafas. A su lado, una impresionante mujer pelirroja, alta y muy bien vestida, le llevaba del brazo. Ambos reían con complicidad. Entraron en el restaurante y no fue hasta que el coche de atrás pitó, que Ariel se puso en marcha. Su respiración se había acelerado.

Cuando llegó a casa se sentía algo tonta. ¿Por qué estaba reaccionando así? Podía ser una amiga, alguien con quién estaba trabajando. Habría quedado en comer con ella. Quizá fuera una comida de negocios. Nada más. Sin embargo, su mente no paraba de advertirla de algún peligro absurdo. Le puso un mensaje, él pareció verlo, pero no respondió. La ansiedad volvió a crecer en su pecho. Absurdamente. Estaba reaccionado como una persona absurda, insegura y celosa. ¿No estaba segura de que la quería? Claro que sí. Jules la quería. Esa mujer sería una amiga. Una compañera. Tenía que controlar su mente. Esos pensamientos que le aseguraban de que sentirse así era más normal que ser feliz. Que era así como debía ser. Pero no. Ariel no iba a dejar que esa parte la dominará. Ya más sosegada, se dispuso a comer. Pero apartó el plato asqueada. No tenía hambre. Su estómago se había hecho un nudo. Pensó en llamar a Jesús y preguntarle, pero se sintió absurda y celosa. ¿Qué estaba haciendo? ¿Es que no confiaba en él?

A media tarde, los nervios, ya le habían hecho devorarse todas las uñas. Su hermana Helena le indicó que, como habían llegado bastante tarde de sus compras, se quedaba en casa de Tonik. Quedaban allí sobre las siete. Hora en que cenarían los tres como cada año. Verían, además, su tradicional película de Navidad. Ese año le tocaba elegir a Helena, algo que parecía disfrutar perversamente. Siempre les obligaba a ver una de esas románticas, que eran tan parecidas unas a otras. Helena le recordó que se pusiera el jersey a conjunto que se habían comprado. Un jersey navideño de renos muy cuco. El de Helena era verde, el suyo morado. Sus colores favoritos, pero invertidos. Ariel nerviosa, se sentía cada vez más insegura. Jules no había respondido ni a sus mensajes, ni le había devuelto las llamadas. Finalmente, optó por actuar. Necesitaba verle y saber que estaba todo bien. Solamente eso. Llevaban demasiados días separados, y la verdad es que, eso la estaba afectando. Es como si lo pasado en la isla se estuviera diluyendo. Y, además, no tenía que buscar ninguna excusa para ver a su novio, ¿no?

Nerviosa, se duchó, se puso el grueso jersey y unos leggings calentitos. Se soltó el pelo y cogió el coche para ir hasta la casa de Jesús. Quedaban un par de horas antes de la cena. Le apetecía verle, verles a todos. Avisó a su hermano que le indicó que la esperarían si llegaba un poco tarde. Que no se preocupará. Sentía una extraña intuición en el pecho y agobiada, aparcó en casa de Jesús. Él la recibió sorprendido en la entrada. Estaba claro que no esperaban su visita. 

—No esperaba verte —dijo, confirmando lo que ella pensaba. A pesar de su efusivo abrazo y la alegría, su mirada traslucía algo parecido a la preocupación. Ariel sintió que había acertado en algo, aunque aún no sabía en qué—. Ven pasa, estamos todos en el salón —cuando entraron en el gran salón, David se levantó sorprendido y corrió a abrazarla, Ariel se recreó en ese abrazo. Luego, observó al resto. Owen estaba allí muy guapo en traje, charlando con una preciosa joven de pelo oscuro y ojos verdes. Esta tenía una mano en su abultada tripa. Su marido, supuso Ariel, estaba sentado cerca, con una copa. Charlaba con otro animado hombre, desconocido para ella, en inglés. Otra mujer jugaba con dos niños cerca de la chimenea. En el sofá, estaban sentados un hombre anciano y su esposa, junto a una pareja algo más joven. La edad que deberían tener ahora sus padres, pensó Ariel. Algo alejados, cerca de la ventana, la mujer pelirroja estaba junto a Jules, que miraba hacia Ariel, muy sorprendido, pero sin acercarse. Esa mujer, era la misma con quién entraba en el restaurante—. Ariel, te presento a la familia Conde —Jesús le presentó uno por uno, hasta llegar a la mujer pelirroja que la miraba con avidez y curiosidad—. Ella es Laura Conde, también de la junta directiva, además de una muy buena amiga.

—La mejor —dijo sonriéndole a Jesús, se acercó hasta ella y le dio dos besos—. Nos moríamos de ganas de conocerte. Todos ponen tu trabajo por las nubes. Quería conocer a quién está haciendo que nuestros negocios prosperen tanto. Pero, Jesús no quería darme tu teléfono. A veces es un chiquillo con esas cosas —ella sonrió, tenía una sonrisa bonita, que le hizo esbozar una sonrisa tensa a Ariel—. Me encanta tu jersey, es muy festivo.

—Sí, mi hermana... bueno... es una tradición —Ariel se sentía intimidada por esa extraña mujer. Ella la miraba con  inquisición y curiosidad, nada agresivo. Pero a pesar de ello, Laura era una mujer impresionante, y ella se sintió ridícula. Con su jersey y su pelo enmarañado, sin maquillar. Una usurpadora, pensó. Eso es lo que seguía siendo—. En fin, solamente quería felicitarles por las fiestas. 

David volvió a acercarse y abrazarla durante un rato. Como si supiera que necesitaba su fuerza y su compañía, ella se lo agradeció en silencio. Ariel se puso a charlar con Jesús y el patriarca de los Conde, Carlos, con su mujer Patricia. Hablaron del trabajo, de negocios y del próximo año. Algo en lo que se sentía cómoda y segura. Los temas laborales, la mantuvieron de una pieza.Jules no se acercó. Laura le mantenía distraído. Por el rabillo del ojo, ella vio que varias veces le tocaba el brazo en confianza, y él le sonreía. Esa sonrisa que le encantaba a ella, aunque no era igual. Ese día se veía forzada. Su frialdad y su lejanía la puso nerviosa. Incómoda, acabó levantándose alegando que iba tarde y se dispuso a marchar. Ya en el pasillo, Jesús le dijo en un hilo de voz:

—No lo tengas en cuenta. Está muy nervioso. Laura... bueno, él y Laura, tuvieron una historia en el pasado —su mirada debió cambiar, porque Jesús le dijo rápidamente—: Nada romántico. Te lo aseguro. Ella... Bueno, él te lo contará mejor. Confía en él —los pasos les alertaron. Ya en el vestíbulo, Jules se acercó. Ella le vio nervioso. Se acercó rápido y su beso le cortó la respiración. Ariel se quedó sin qué decir.

—Ariel, ¿por qué has venido? —dijo cogiéndole el rostro con fuerza. Ella le miró entre confusa y sorprendida. De golpe, era su Jules. El de siempre. Cálido y cariñoso.

—No lo sé, quería verte esta noche. O, al menos, poder hablar contigo. Pero se me hace tarde, tengo que irme —musitó ella, apartándose. Se sentía algo insegura y su contacto le quemaba. Se sentía... rara y necesitaba pensar—. Nos vemos mañana. 

—Ariel, no lo entiendes. Ella... es... —Jules negó por lo bajo. Ariel, asqueada, salió al aire frío. Él la siguió hasta el coche en silencio—. Ariel, no quiero que Laura se acerque a ti. No lo entiendes. Solo intentaba que ella no viera lo especial que eres para mí —Ariel le devolvió la mirada sorprendida y confusa—. Ella siempre destruye las cosas que quiero. Laura es...

—¿Que es Laura? —dijo una voz divertida, acercándose. Luego le tendió su arrugada bufanda—. Me he fijado que se te había caído —Ariel la cogió agradecida y Laura miró a Jules sonriendo—. Va, ya sé que sois pareja. No sé por qué tanto secretismo. Leo la prensa, ¿sabes? —Laura le sonrió con alegría y Ariel sintió que era una buena persona. Alguien que quería a los Larraga. Una mujer dulce y atenta. No cómo se la estaba pintando Jules—. Eres una más de la familia, Jesús me ha dicho que no puedes quedarte, que vas a ver a tus hermanos. Pásalo muy bien —Laura le guiñó un ojo y Ariel sonrió—. En fin, os dejo solos. Cuídala, Jules. Esta chica es especial. No la dejes escapar como te pasó conmigo.

Dejó colgando esa frase entre ellos. Sus palabras se volvieron sólidas. Una compañía más entre ambos. Las piezas conectaron en su mente y Ariel entró en el coche enfadada. Por supuesto, pasados románticos. Jules seguía mirando hacia la casa entre sorprendido y confundido. Ariel se alejó, antes de ver su triste mirada. Llegó a casa de su hermano. Aparcó y se secó las lágrimas. Luego, pintó una de sus deslumbrantes sonrisas y entró. No quería, ni debía pensar en lo ocurrido. Quizá Laura fuera el pasado y ella su presente. Sin embargo, parecía que Jules, seguía interesado en ella. Al ocultarle su interés en ella, había dejado patente, que quería mantenerse libre para Laura. Todos los gestos lo delataban. O quizá no. Quizá había una explicación, pero no la encontraba. Y no le apetecía buscarla. Cenó sin hambre, y vio la película con sus hermanos. Como había supuesto, una empalagosa historia, que le recordó a Ariel que las cosas no sucedían así en la vida real. La felicidad, de la que se había sentido inmerecedora, no existía. Existía el dulce engaño, que siempre acababa siendo su refugio.

La cena en casa de los Larraga fue diferente. Laura ya no le dirigió más la palabra a Jules. Jules, que estaba cada vez más callado, mirando su teléfono. Jesús se dio cuenta de que algo había pasado, pero no sabía el qué. La mirada de su hermano, se había entristecido, cuando entró tras la marcha de Ariel. Laura los había seguido para llevarle la bufanda. ¿Que había podido pasar? Tras la cena, los padres se marcharon, igual que Anabelle, la hermana de Laura. Solo quedaron Laura y su marido, Daniel. Además, de Roberto, el mayor de los Conde, que charlaba con Owen sobre cine. Laura se acercó hasta donde Jesús y Jules charlaban con David, antes de que se fuera a dormir. Cuando Laura llegó, David ya se había levantado. Nunca había soportado a los Conde, y Jesús lo sabía. Le hacían sentir incómodo y sobrante, como si no mereciera ese lugar.

—Lamento si dije algo inoportuno, rompecorazones. Esa chica se ve muy enamorada de ti —Jules negó, dispuesto a marcharse, pero ella le retuvo—. Como yo lo estuve en su día. Hasta que todo salto por los aires. No querrás que vuelva a pasar. En fin, todos sabemos que eres como tu padre... un tanto caprichoso —Jules crispó las manos y se giró para observarla. La rabia hervía en sus ojos. Fría y dura. Jesús se tensó—. No me mires así, cariño. Te cansarás de ella y le harás daño. Estoy segura —Laura le miraba con odio.

La amistad que años atrás habían compartido quedaba muy lejos. Jesús lo recordaba. Todas esas cenas con sus padres, y ellos tres jugando. Compartiendo confidencias. Laura, escuchando la música de Jules. En algún momento, esa amistad para ella fue amor. Pero nunca para su hermano. Él nunca la amó y jamás hizo ningún gesto que llevará a confusión. Él siempre la trató como una amiga. Pero eso fue lo que dinamitó la historia. Sus padres hubieran querido ese matrimonio, pero él se negó. Jules y ella ya no eran amigos. Jesús tampoco. Pero, seguía siendo una parte importante de sus negocios. Laura se fue divertida con su marido. Ellos siguieron charlando con Roberto. 

Jules subió a su cuarto. El agobio creció en su pecho. Le escribió, pero ella no respondió. Llevaba una semana soñando con verla y había tenido que salir todo así de mal. Al menos, al día siguiente podría verla. Contarle la verdad. Había sido un tonto por callarse quién era esa mujer. Y, por culpa de sus manipulaciones, ahora Ariel creería cosas que no eran verdad. La noche la pasó en un duermevela inquieto. Nervioso y agobiado. Además, se sentía con mal cuerpo. Se levantó sintiéndose enfermo. Un enorme catarro había decidido apoderarse de él. Perfecto. Lo que le faltaba para completar su desprecio. Se arregló con el traje que su hermano le había regalado y se sintió un mono de circo. Tenía mal aspecto, pero no podía hacer nada. Bajó para esperarles. Ese día, venían también Tonik y Helena a comer. A él le apetecía tanto ese día, pero ahora... se sentía confundido. Cansado, triste, molesto. Todo había salido fatal..Se sentó cerca de la chimenea.

—Tienes mala cara, ¿estás bien? —le preguntó Owen. Negó y dijo:

—Es solo un resfriado —musitó con la voz rota. Por suerte no tenía mocos, solo sentía la garganta irritada y dolorida. Tosió un poco y cogió un caramelo de menta—. Estoy bien. 

Jesús le miró e iba a decir algo, cuando llamaron al timbre de la puerta. Nervioso como un niño pequeño, siguió a Jesús al recibidor. Tonik ya estaba en la puerta. A pesar de cómo se encontraba, Jules no pudo evitar sonreír. Tonik llevaba un grueso jersey azul de copos de nieve y unas orejas de reno. Divertidas, ambas hermanas, aparecieron detrás de él. Helena llevaba a su sobrino de la mano. Como la otra vez, le asombró que apenas se parecieran entre ellas. Pero, algo las hacía ser muy semejantes. Helena sonreía con un idéntico jersey azul al de su hermano, aunque sin orejas de reno. El peinado que llevaba de trenzas y moño lo haría complicado. Llevaba unos pantalones oscuros y unos tacones altísimos. Podría ser portada de cualquier revista de moda. Ariel, también, estaba detrás de Tonik. Llevaba su pelo recogido, el mismo jersey azul, orejas de reno y falda. Jules sintió unas terribles ganas de besarla cuando vio sus mejillas sonrojadas por el frío. Tonik puso los ojos en blanco.

—Tradiciones, ¿no os parecen agotadoras? —él llevaba una bandeja y señaló—: El postre.

—Es tarta de manzana de papá —replicó Iván que corrió a abrazar a David. Su sobrino le enseñó la montaña de juguetes que había preparado. Y ambos se marcharon al salón.

—Encantada de veros, otra vez —dijo Helena con cortesía y elegancia. Era muy hermosa, de una manera fiera y fría. Nada parecido a su hermana que era toda calidez.

—Espero que el viaje haya ido bien —le replicó Owen. Todos se saludaron con cariño y luego pasaron al comedor con sus sobrinos. Helena corrió a la chimenea, con la ilusión de una niña pequeña.

—Siempre quise tener chimenea —dijo calentando sus manos al fuego—, como en las películas americanas. 

—La verdad es que no sé vivir ya sin ella —Jesús se acercó. Ariel también se sentó al fuego, calentando las manos con alegría. Jules no soportaba más su distancia y se dispuso a ir, pero el timbre volvió a sonar. Sorprendiéndose. Ariel levantó la mirada para qué se encontrará con la de él. Esa mirada le estrechó el pecho.

—¿No abrís? —preguntó confundida. Sus ojos oscuros estaban algo reservados, pero no parecía triste. Jules deseaba hablar con ella. Deseaba decirle la verdad.

—Si, voy —dijo confundido Jesús. Fue a la puerta, y volvió a entrar, acompañado de Laura y su marido. Llevaban una preciosa caja de pastelería.

—Hemos pensado en pasar antes de visitar a mis padres y felicitaros la Navidad. Os he traído algo de postre —Laura miró hacia Ariel que se levantó para saludarla con alegría. Jules maldijo su suerte—. Este me gusta más —ambas rieron y hablaron de jerséis. A Jules le sorprendía siempre la capacidad de Ariel de entablar conversación con todo el mundo. Con comodidad y facilidad, con amabilidad. Ella relucía. Estaba tan hermosa. Mucho más que Laura con su precioso vestido rojo y maquillaje. Laura era fría y elegante, pero Ariel era real. Era su propio sol y él la amaba con todo su corazón. Helena se acercó también a Laura. Hablaron sobre ballet. Ella le había visto actuar en Canadá. Tras un rato de conversación, Laura señaló—: En fin, nos vamos. Me alegra veros —Laura y su marido desaparecieron por el vestíbulo. Él se fijó, pero su mente embotada, no reaccionó con suficiente rapidez. A Laura se le había caído la bufanda, en un gesto poético, y de irónica casualidad. Ariel la recogió y salió por la puerta con rapidez. 

—Laura, perdón. Se te ha caído —dijo Ariel tendiéndole la bufanda. Laura hizo un gesto a su marido que entró en el coche—. Vaya casualidad.

—La vida que es así de caprichosa —Laura le sonrió con confianza y comodidad, como si fueran amigas de toda la vida—, pero me alegra haber coincidido contigo, Ariel. Así podemos charlar a solas. ¿Va todo bien entre Jules y tú? Ayer parecía un poco...

—Bueno, estamos raros —dijo Ariel mirando hacia la casa nerviosa—. Le quiero mucho, no te lo voy a negar.

—Pero tienes dudas. Es normal. Es un rompecorazones, siempre le llamo así con cariño —Laura sonrió con nostalgia —. Salimos juntos un buen tiempo. Éramos jóvenes. Pero, un buen día, de golpe, todo su amor se desvaneció. Pasó de amarme a nada. Solo amistad. Es muy caprichoso. Siempre lo ha sido. Culpa de su padre, por cierto.

—No habla mucho de él —dijo Ariel, incómoda por el rumbo de la conversación. Por los miedos que se filtraban por su cerebro. ¿Era posible que Jules se hubiera cansado ya de ella? Tras conseguirla... quizá, ya no le interesaba. Quizá, una vez se tiene lo que se desea, todo desaparece.

—Julián Larraga era un hombre extraordinario, Ariel. Deberías haberle conocido. Ya no quedan hombres como él. Fue una pena verle marchar. Pero era demasiado blando con sus hijos. Les malcrió, sobre todo, a Jules. Pero bueno... eso son cosas de familia —Laura le sonrió con alegría y señaló—: De nuestro amor ha quedado una bonita amistad. Podría decir que es mi mejor amigo. Por eso no dudé cuando me envío las fotos.

—¿Qué fotos? —Ariel sintió que su mundo se tambaleaba. ¿De que estaba hablando?

—Las fotos. Mira —ella le mostró el correo. El remitente parecía ser Jules. En él le pedía que publicará las fotos de forma anónima para destapar su identidad. Así se haría más reconocido y ganaría algo de notoriedad. Su idea era usar el marketing para sacar el tema con Narkye. Además, añadir una historia de amor haría todo más jugoso. A la gente le gustaban esas cosas—. Le advertí de los daños colaterales para ti, pero... en fin, la fama es lo que hace. Ciega a veces —­Ariel se quedó muda, procesando toda esa información. No podía ser real. ¿De verdad Jules había podido hacer eso? Cuando Laura continuó, su cuerpo se empezó a revolver—. Ariel, te digo esto por tu bien. No eres como nosotros. Tu mundo... tu vida... nunca será como la nuestra. Nosotros nos traicionamos para crecer. Nos dañamos para seguir siendo poderosos. Y luego, nos tratamos bien y con cariño, para disimular el odio que sentimos. Estamos vacíos, ávidos de poder y destrucción. Nada nos llena realmente, ni nos hace felices. Aunque creas que tú no tienes nada, te equivocas. Tienes algo que la gente como nosotros nunca tendremos... felicidad —Laura se montó en el coche y desapareció, despidiéndose con una mirada triste.

La conversación no duró ni dos minutos, pero había sido suficiente. Regresó muda a su hogar. Sus hermanos la miraron algo preocupados. ¿Se notaba en su rostro la devastación que sentía por dentro? No conocía de nada a Jules. Ella le había abierto su corazón y su caparazón. Él era... no sabía quién era. Fue Jesús quien instó a todos a sentarse a comer. Ariel recompuso su sonrisa, su máscara, su caparazón. Solamente tenía ganas de irse. De desaparecer de allí. Él... él lo había hecho. Destrozó su privacidad para hacerse más famoso. Luego, puso distancia para fingir todo eso. ¿Tenía sentido enfadarse ahora? Quizá no importaba. Su hermano Tonik se acercó.

—¿Estás bien? —ella asintió, fingiendo una alegría que no sentía. Se sentó entre David e Iván, reclamando la comida, cantando. Su hermano la miró con tristeza. Ariel ocultaba su dolor, fingiendo ser el alma de la fiesta, como siempre. Era mejor así. Eso era ella.

Todos respetaron su postura. Comieron, se divirtieron y se rieron un rato. Aunque para ninguno, era ajeno que Ariel estaba interpretando un papel a la perfección. A pesar de todo la dejaron hacer, Jules tenía cada vez peor cara y cuando se fue a acostar, nadie se opuso. Jesús se acercó hasta ella. Ella se sintió frágil y quiso abrazarle. Preguntarle si todo era mentira. Que le dijera que Laura era un gusano. Pero no era su conversación. Ella no podía cargarle con ese peso. Al fin y al cabo, era su hermano. Jesús le sonrió.

—¿Por qué no hablas con él? —Ariel le miró con aprensión. No quería decirle nada. Pero,nerviosa subió hasta su cuarto. Golpeó y oyó un tenue «entra». Jules estaba sentado en la cama, mirándose las manos.

—¿Qué te ha dicho? —dijo levantándose. Su voz sonaba rota y supuso que le dolía la garganta. Él tosió e hizo un mal gesto—. Todo lo que ella dice es mentira, Ariel.

—No me ha dicho nada. Deberías descansar —dijo poniéndole una mano en el pecho. Su temperatura traspasaba la tela. Ella le miró alarmada. Debía encontrarse realmente mal—. Tienes fiebre. Venga, acuéstate.

—No quiero. Quiero que me digas que te ha dicho para que cambies otra vez. Para que te encierres. Me prometiste que...

—¿Por qué lo hiciste? —las lágrimas desbordaron sus ojos, pero Jules negó confuso. Pensativo añadió: 

—No estaba enamorado de ella. Era un matrimonio de conveniencia. Tuve que negarme a mi padre. Aunque ella diga que eso me hace un caprichoso y un egoísta, fue lo mejor. Yo quería encontrar a alguien especial, encontrarte a ti —Ariel le miró confundida. ¿De que le estaba hablando? ¿Laura había sido su prometida? Jules pareció irse enfadando—. Mi padre era un imbécil. Como él se casó por conveniencia, creía que eso era lo mejor. Y más con la hija de su mejor amigo. Pero Laura era una mujer mala, yo no podría quererla. Mi padre no lo entendía, Ariel. No lo entendía. Nada más que me decía que la hiciera buena. Que eso es lo que él hizo con mamá. Con todas esas palizas y... —un sollozo brotó de su pecho. Ariel le miró incrédula. ¿Que acababa de decir? Le cogió con fuerza las manos, mirándole a los ojos. Jules parecía roto y apartó la mirada.

—¿Qué has dicho? —le dijo ella en un susurro.

—Mi padre, el famoso y honorable señor Julián Conde, pegaba palizas a mi madre. Por eso se fue, Ariel. Nos abandonó para huir de su maltratador. Incluso alguna vez nos pegó a nosotros. Pero... no somos como él. Nosotros no somos así, por mucho que él me lo dijera. Que hiciera eso con Laura. Yo no podría. Yo te esperaba a ti y... —Ariel le besó. Jules la apretó contra sí, con tanta fuerza. Con tanta necesidad. Él nunca le haría algo así, claro que no. Sin embargo, Ariel se separó y volvió a preguntar:

—Jules, eso lo entiendo. Yo hubiera hecho lo mismo, cariño. Lo que hizo tu padre es horrible y no quiero pensar como has debido sufrir. Siempre que quieras hablar del tema estaré para ti —él apoyó su cabeza en la frente de ella. Notó que su temperatura era muy alta. Decidida a dejar el tema y meterlo en la cama, solo indicó—: Debes descansar, estás enfermo. Solo quiero saber por qué lo hiciste. 

—¿El qué? —Jules se encontraba fatal, se notaba que no podía pensar. Ella le miró agotada. No era momento para hablar de eso, se dio cuenta.

—Lo de las fotos de la fiesta de tu hermano. ¿Por qué? —Jules la miró con confusión. Parecía seguro de que ya habían tenido esa conversación antes. No entendía por qué sacaba a relucir de nuevo. Ese iba a ser un malentendido que quedaría entre ambos. Ella hablaba de lo dicho por Laura, pero Jules le habló del dinero que pagó por ocultarlas.

—Creía que era lo mejor. Pagué una fortuna por tenerlas. Luego nada salió como pensaba y lo siento... Me siento falta por lo que pasó. Por eso te dije Ariel que nunca más querría hacerte daño y ... —ella parecía tan dolida, él no entendía nada. Creía que estaba todo aclarado. Pero ella no lo entendía. Estaba muy perdida— ¿Por qué me miras así? Creía que lo entendías.

—Pues no lo entiendo —le replicó Ariel enfadada—, pero ya da igual. Vamos, tienes que descansar.

—Quédate —le suplicó él, pero ella no podía mirarle a la cara. Él la había usado como otros para conseguir un objetivo. ¿Era eso amor? No entendía nada. Era todo una locura absurda. ¿Porqué había pagafo una fortuna para que no se publicarán? ¿Y luego pagar para ello? Era un mal negocio. Si era por marketing, la había pifiado bien. No sabía que pensar.

Ariel se quedó hasta que agotado, Jules se quedó dormido. Lo tapó con una manta y bajó para avisar a Jesús. Luego, se fueron. Dejó a Tonik en su casa, Helena se quedó con ellos. El pequeño le había pedido una noche tita-sobrino. Ariel fue hasta su piso y se acostó a las siete de la tarde. No pudo parar de llorar hasta las nueve, cuando cansada, como cada año abrió la caja. Esa caja que contenía cuatro fotos con su padre y dos pequeños botes con cenizas. Miró la foto de la boda de sus padres. Por detrás leyó: «Que el amor que nos hizo encontrarnos, nos salve de cualquiera, que quiera que nos perdamos».

Las lágrimas salieron de su rostro. Se veían tan felices. Solamente se habían tenido el uno al otro y les había bastado. Su madre había anotado tras su fotografía de recién nacida: «Ariel, que tu sonrisa ilumine siempre nuestras vidas cuando esta se hunda en la más dolorosa oscuridad». Y eso había intentado toda su vida. Ojalá estuviera su madre ahí. Ojalá poder llamarla y contarle sus miedos, sus dudas, sus inseguridades. Ojalá compartir con su padre sus temores respecto a su relación. Unos golpes en la puerta la hicieron dejar las fotografías y levantarse, secándose las lágrimas. Abrió la puerta. Tonik la abrazó y acunó entre sus brazos. Entre lágrimas le contó lo sucedido. Tonik no opinó ni dijo nada. Luego, cogió la fotografía de sus padres. 

—Les echo de menos —dijo él con la voz grave y cortada—. Desde aquel día, vivo cada día echándoles de menos. Sintiendo que estoy perdido, y que si les encontrará todo se resolvería.

—Lo siento. Siento no haber sido una hija mejor para ellos. Siempre me quejaba. Ellos siempre decían que mi sonrisa iluminaba sus vidas de tan poco que la veían. Siempre les pedía más. Una golosina, un pastel, un juguete nuevo, una mejor chaqueta. Nunca hice nada bien —dijo con el pecho hundido de dolor. Su hermano la miró con gravedad.

—Eras una niña, Ariel —él la miró comprensivo, la conocía mejor que nadie en el mundo. Sus luces y sombras—. Por eso ahora siempre sonríes cuando estás triste, ¿por qué no quieres dejar de iluminar a los que te rodean?

—Porque tenía todo y no me di cuenta. Lo perdí de un plumazo sin saber que lo perdería, Tonik. De golpe, experimenté lo que sería no tener nada y sabes, a veces creo que fue lo mejor que me ha pasado. Porque me hizo ver todo lo que podría soportar —él la abrazó y Ariel señaló—: ¿Crees que debo perdonarle?

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