07. Fantasmas
Por la mañana, el azoramiento por lo ocurrido la noche anterior había bajado hasta sus pies. No había sido para tanto. Tenía que comportarse con naturalidad. Por Dios, que todos eran adultos. Y ellos no habían leído a su estúpida mente y sus más que estúpidas fantasías. Ariel bajó a desayunar. Owen y Jesús se estaban preparando, en la cocina, para el fin de semana con sus amigos. Jules aún dormía cuando ella se preparó su café con leche. David estaba sentado en el jardín jugando con el móvil. Supuso que esperándola para su mañana de piscina.
—¿Te encuentras mejor? —le preguntó Jesús cerrando su mochila. Él la miró con atención. Su corazón latió desbocado al recordar su cuerpo en tensión la noche anterior. Sobretodo por encontrarla en brazos de Jules. No había pasado nada, pero era... íntimo. Ariel asintió. Maldijo por dentro por su rubor—. ¿Seguro que no te importa quedarte con David?
—Para nada. Pasaremos el día en la piscina, y jugando a videojuegos. Por la tarde he pensado llevármelo al centro comercial. Además, Jules no se va hasta después de cenar. Quedamos en ir juntos. Lo pasaremos genial.
—Deja de agobiarles. Estarán bien, pesado —le dijo Owen regañándole. Supuso que ya lo debían haber estado hablando antes. Tanto por su molesto tono, como su mirada reprobatoria hacia Jesús. Owen se giró y le guiñó un ojo con picardía. Ella divertida le devolvió el gesto.
A esa hora de la mañana ya hacía un calor insoportablemente pegajoso. Por lo que, tras desayunar con los dos hombres que no paraban de discutir, les deseó buen viaje y se fue. Acabó quitándose la bata. Saliendo en bañador para disfrutar de la mañana con David en la piscina. Divertido, se tiró en bomba en cuanto la vio llegar, salpicándola. Ella no tardó en zambullirse.
Jesús observó a Ariel levantarse, quitarse el fino batín y quedarse en bañador. No llevaba bikini, ni siquiera era un bañador hecho para lucirse. Sin embargo, a él se le hizo el estómago un nudo. Lo hermosa que estaba con el pelo suelo, sin maquillar, con el bañador negro deportivo. Ariel no tenía un cuerpo perfecto, como muchas de sus amigas y conquistas, que solo se dedicaban a eso. Tenía curvas, una cadera ancha, un pecho... paró el pensamiento. No era momento para pensar así, y menos cuando vio como Owen le miraba con una ceja levantada. Los tres lo habían hablado al mudarse aquí. Sus pulsiones debían ser controladas. Era una mujer hermosa, pero no podía ser. Jesús se mosqueó cuando oyó la risita de Jules, que acababa de llegar a la cocina. Él la observaba con descaro y deseo, mientras ella entraba en el agua. Su mente le traicionó, al recordarla la noche anterior, en brazos de su hermano. En una escena tan cómoda y plácida, que no quiso interrumpir. Jules parecía diferente en ese momento, pero no quería pensar en ello. Parte de él sentía unos terribles celos, de que él tuviera algo que él necesitaba tanto. Esa intimidad, confianza y cariño. No porque lo tuviera con Ariel, claro que no. Pero era extraño. Jules le miró divertido.
—Va a ser un buen fin de semana —su mirada lucía pícara, mientras se servía un café.
—No puedes acostarte con ella —le dijo Jesús. Su voz sonaba demasiado grave y severa—. Es nuestra empleada. No quiero que compliques... las cosas.
—Ya, claro. Será eso —dijo Jules cruzándose de brazos. Owen le miraba interrogante, pero él no les iba a dar explicaciones. Ariel no le gustaba, como todo el rato le insinuaban. Simplemente, le tenía aprecio. Quería que las cosas funcionarán entre ellos a nivel laboral. Además de... intentar tener su amistad. Sentía algo especial por ella. Una confianza inquebrantable. Además, le recordaba a su otra Ariel. La compañera del instituto, con quien había hecho las cosas tan mal. Parte de él quería recuperar eso. Esa amistad, aunque fuera con otra Ariel. Porque, aunque ella pareciera tener recelos sobre ser su amiga, no podía ser la misma. La misma jamás podría perdonarle la traición que le hizo.
Molesto por sus pensamientos, se marchó con Owen sin despedirse. Su corazón volvió a retumbar cuando vio como Jules cruzaba el salón, quitándose la camiseta para meterse en la piscina con ella. La mirada de Jules relucía de diversión. Él dejó caer las bolsas sin darse cuenta. Owen señaló:
—Quédate. ¿Por qué vienes si no vas a divertirte? —le preguntó Owen sonriente con descaro—. Vamos, Laurent lo entenderá. Además... eso me deja con dos estupendas mujeres que...
—Pero... —empezó Jesús dubitativo. No sabía qué hacer. ¿Cuál era la decisión correcta?
—¿No quieres quedarte? —Owen le conocía mejor que nadie en el mundo. Era su primo, su mejor amigo, su hermano. Le conocía mejor que Jules. Jesús sonrió. Owen pasaría un estupendo fin de semana con dos mujeres impresionantes y saldría poco del hotel. No le estaba condenado al infierno. Le dio un fuerte apretón en el hombro y salió corriendo para dentro. Cuando llegó al jardín, Ariel y Jules jugaban con David, salpicándolo todo. Carraspeó para hacerse notar y señaló:
—Aún no me he ido y ya se estaban quejando los vecinos —Jesús vio como David bajaba la mirada con culpabilidad y se sintió mal por la pesada broma. Pero Ariel, rebelde, le sacó la lengua. Haciendo reír a Jules. Ese gesto le encantó. Que ella se comportará con tanta naturalidad..
—Nos portaremos bien, te lo prometo —le dijo. Su corazón se sintió mucho menos pesado. Mucho más ligero.
—No me iba a ir tranquilo, por lo que... me quedó —David le miró con ilusión en los ojos. Sí, esa era la decisión correcta. Jules resopló y se alejó nadando. Pero, fue la mirada de Ariel la que retuvo, esa mirada entre alegre y confusa. Como si también deseará que se quedará ahí.
La mañana había sido fantástica. Sin embargo, a Ariel le molestó que Jesús no se uniera a ellos en la piscina. Se quedó sentado trabajando en el jardín, mientras ellos nadaban, jugaban y se salpicaban. Hubiera sido divertidísimo que él también participará. Un par de horas después, David entró a secarse y ducharse. Quería llamar a su tía y prepararse para ir a comer. Jesús observó a su hijo. Esa mirada a ella le enterneció el corazón. Se notaba que Jesús estaba feliz de verle tan contento. Sin embargo, enseguida volvió a sus papeles. ¿Por qué se había quedado? ¿Para trabajar? Era un bobo por perdérselo. Jules se acercó desafiante hacia ella, distrayéndola de sus pensamientos.
—Ahora podemos jugar más bruto —su sonrisa era peligrosa y su tono le hizo arder el cuerpo. Ella alzó un dedo en advertencia..
—Recuerda que no soy buena nadadora —pero sus palabras se perdieron entre el agua, cuando la agarró y le tiró del pie. Molesta, entró en su juego. Jules era mucho más fuerte que ella y un experto nadador, por lo que acabó agotada y más remojada que nunca. Era un bruto. Jules reía fuerte con ella en brazos, cuando un resoplido les separó.
—Sois peores que críos —musitó Jesús, que les observaba entre molesto y divertido. Vio que sus ojos chispeaban, y su postura, madre mía. Así sentado, con las piernas estiradas y los brazos cruzados. Mirándoles desafiante y reprobatorio. Su rubor creció. Jesús era increíblemente atractivo. Tanto como Jules y Owen. Sin embargo, su atractivo la ponía nerviosa. Porque le recordaba a su pasado en común, a su enamoramiento absurdo. Y, encima, no le había dicho nada. No se sentía cómoda con seguir guardando esa mentira. No con los fuertes brazos de Jules, a su alrededor. Apretados el uno contra el otro. Jules era como un imán, no podía resistirse y se dejaba llevar. Le gustaba tontear con él , porque no era en serio. Jules le aguantó la mirada a su hermano, pero acabó desistiendo. Ella no entendió ese cruce miradas y no dijo nada. Jules salió de la piscina, cogiendo su toalla. Ninguno de los dos dijo una palabra. Ella observaba a Jesús, que preguntó— ¿No vas a salir?
—Un rato más —dijo como una niña pequeña. Se tumbó en el agua y disfrutó—. Nunca he tenido piscina. Cuando era más pequeña, mi hermano solo podía permitirse llevarnos un día en todo el verano. Así que no he disfrutado mucho de ello. Por lo que... me gusta comportarme como una cría, ¿sabes? —no se había dado cuenta de que él se había acercado hasta el borde. Nadando ella se acercó hasta él—. Aunque eso te enfade.
—No me enfada —riendo. Si no se iba a enfadar, podían jugar un poco. Podía divertirse. Ella le cogió de los tobillos y le tiró, vestido y todo, a la piscina. Jesús salió enseguida a flote, pero su mirada de enfado quemaba. Supuso tanto por su camisa como sus zapatos. Seguramente era todo caro. Molesto, aunque divertido, la cogió por los hombros y entró en su juego. A ella le gustaba verle fuera de su zona de confort, fuera de lo que controlaba. Jesús era alguien acostumbrado a que nada la sorprendiera, a que nadie le replicará. A que todos supieran que era él quien mandaba, quien tenía el dinero, quien tenía el poder. Eso a ella ni le importaba, ni le impresionaba. A ella le interesaba quién era él debajo de todo eso. El amigo que un tiempo fue. Rió, intentando calmar su respiración. ¿Qué estaba haciendo? ¿Es que quería repetir el pasado?—. Eso me ha enfadado un poco. Esta camisa no se va a recuperar.
—Te compraré una igual —dijo culpable, él volvió a reír. Seguramente la camisa costaba más que su sueldo. Vaya asco ser pobre. Él la miró algo serio. Estaban muy cerca y entonces, dijo:
—Ariel...—pero sus palabras murieron en sus labios, cuando el carraspeo de Jules les separó. Divertido, les miró y señaló:
—¿Vamos a comer algún día? —sonriente Ariel se separó de Jesús. Salió por la escalera. El agua deslizándose por su cuerpo. Cogió la toalla, se secó apresurada y les indicó que le dieran diez minutos. No se detuvo a contemplar ninguna de sus miradas.
Quince minutos exactos después, los tres esperaban a Jesús en la cocina. David y Ariel jugaban con el móvil. Cuando Jesús llegó, vestido impecable, casi como esa misma mañana, ella no pudo evitar resoplar al verlo tan arreglado. Ariel llevaba un simple mono corto de color verde, con dibujos de caracolas de mar. Se había recogido el cabello en un moño desordenado. La mañana de piscina le había quemado un poco la cara. Sin embargo, se sentía cómoda en su piel. Se sentía ella misma. Jules llevaba un simple tejano claro y una camiseta blanca, igual que David. ¿Por qué insistía Jesús en ir tan formal? Era un clásico. A ella le extrañó, que esa vez Jules, no cogiera sus gafas ni su gorra. Pero no dijo nada. No quería ser una entrometida.
Juntos, en el coche de Jules esa vez, fueron al centro comercial. David y ella, sentados en la parte de atrás del precioso deportivo, comentaban la jugada y como pasar de nivel. Jesús no le dijo nada ese día a su hijo, aunque su mirada divertida, recaía en Ariel. Cuando llegaron, Jules no les permitió ir a ningún sitio antes. Lo primero era la comida. Indecisos, entre varias opciones, fue Jesús quién indicó que debían ir al restaurante más pijo del lugar. Pero, sobre todo, no a esos sitios de comida rápida. Todos se sintieron chafados por su pijo plan, aunque los tres le siguieron en silencio.
La camarera se mostró encantada de atender a los dos atractivos hermanos, lanzándoles un coqueteo constante. Ella puso los ojos en blanco ante sus nada discretos comentarios. Junto con David, miraron los platos con escepticismo. Ella quería una hamburguesa grasienta y patatas con kétchup. Finalmente, escogió lo mismo que David. Se dedicó a observar a Jules. Nadie parecía reconocerle sin su particular atuendo. Era curioso. Como la gente ve, pero no ve en verdad.
—¿Por qué el menú infantil? —le preguntó Jesús, sacándola de su ensoñación. Se encogió de hombros.
—No soy de comidas tan sofisticadas —Jules la miraba divertido—. En fin, no es como si pudiera ir a restaurantes así todos los días.
—¿No te llevaba el señor Miró con él? —Jesús le miraba con intensidad. Ella negó incómoda.
—Le llevaba, pero yo comía fuera. Bocadillos o ensaladas normalmente. Realmente, la comida de estos sitios... no me impresiona mucho. Si estoy en casa, siempre voy a comer al mismo bar de siempre. Ese es el lugar donde mejor se come del mundo —Ariel se relamió feliz pensando en el hogar, mirando a Jules señaló—. Tienes que venir conmigo.
—Te lo prometo —dijo en tono dulce. La mirada de Jules se iluminó, de esa forma especial que a ella le gustaba. Sus ojos la hacían perderse. De una manera especial y salvaje. Es que eran de un verde muy diferente.
No tardaron en traerles la comida. Jules había pedido una carne que se deshacía en la boca, especiada y condimentada, con salsas de nombres impronunciables. Él se la dejó probar, pero no le gustó mucho. Ella se comió su carne empanada, con patatas fritas. Aunque era algo insulsa, estaba buena. Pensó en su hermano, lo que le hizo sonreír. Sin poderlo evitar, sacó su teléfono y le mandó una fotografía. David le preguntó, casi como si le leyera la mente:
—¿Le hará gracia a tu hermano? —ella asintió divertida por su deducción y dijo:
—Siempre se queja de que tengo un paladar de niña pequeña. Además, como según él no he crecido desde los diez años, sigue llamándome pequeñaja. Mi hermano siempre se ríe de mí, pero... le quiero por eso —David le miraba, divertido y señaló:
—¿Cómo se llama tu hermano? Siempre hablas de él.
—Tonik —ella lo dijo sin pensar, pero fue consciente de la mirada de Jesús. Algo brillo en sus ojos, ¿reconocimiento? Sin embargo, no dijo nada y siguió comiendo observándoles—. Mi otra hermana, Helena, es bailarina en Nueva York. Hace dos años que no ha podido bajar a vernos, pero este año, viene por Navidad. Tengo muchas ganas de verla y achucharla.
—Yo siempre he querido tener un hermano —dijo David. La mesa se quedó en silencio, más cuando señaló—, pero, mamá, no puede tener más hijos —David no miró a su padre, Jesús no dijo nada y la conversación retomó otro ritmo cuando trajeron el postre. Del que Jules encantando disfrutó, aunque por supuesto, le ofreció probarlo. Era una especie de pastel de coco y mango, exquisito.
Durante el postre, y algo más cómoda, le preguntó como es que nadie le reconocía. Él, divertido, señaló que la gente solo ve lo que quiere ver. Su icónico vestuario había creado el personaje. Así él podía disfrutar de su intimidad. Excepto, cuando iba con Owen. Que al ser famoso, inevitablemente, podía atraer a la prensa. Todo el mundo conocía en cierta forma su amistad, y entonces, podían llegar a atar cabos. Pero así, era uno más. La tarde se pasó en un suspiro. Sobretodo cuando fueron de compras. Divertidos y encantados, visitaron tiendas de todo tipo: ropa, videojuegos, libros. En la librería se gastó una cantidad indecente, pero con tantos libros bajo sus manos se sentía dichosa. Finalmente, cuando pasaron ante una tienda un poco más elegante, repleta de vestidos de gala, señaló:
—Debería comprarme algo para la noche de inauguración del hotel, pero la verdad es que.... no se me da muy bien la moda —dijo mirándose a sí misma, como si eso fuera algo evidente. Jules resopló, Jesús rió y le dijo:
—Le diré a Marina que la misma estilista que la vista a ella, te elija algo para ti. ¿Te parece bien? —Ariel se sintió algo incómoda, pero asintió. Eso era lo correcto. Sintiéndose algo desastre e incómoda en su piel, se acercó hasta David que observaba a unos chicos de su misma edad que jugaban en el piso de abajo. Los hermanos entraron a la elegante tienda de ropa cara que a ella no le interesaba.
—¿Son tus amigos? —preguntó. David resopló, un gesto muy parecido al que hacía su tío Jules, cuando algo le divertía y molestaba a la vez. A ella le sacó una sonrisa.
—Yo no tengo amigos. Mamá viaja mucho, por lo que siempre estudio desde casa. No conozco mucho a la gente, y los demás piensan que soy... bueno, raro —les miró desde la distancia y le dijo en confidencia —. Algunos de la isla se meten conmigo por eso. Y porque yo... bueno... porque a mí... me gustan los chicos. Nunca se lo he dicho a nadie, pero... es así. Mamá y la tía Marina lo saben. No se lo digo a papá porque él... bueno, no sé si se lo tomaría bien. Bastante raro cree que soy ya con mis cosas. Entonces, mamá, siempre me dice que intente pasar desapercibido o se reirán de mí —ese era un terrible consejo. Aunque, ella no debía meterse donde no la llamaban. Sin embargo, haciendo acopio de valor, señaló:
—Cuando tenía tu edad, la gente también se reía de mí. Yo era... bueno, sigo siendo, muy lista. Altas capacidades le dicen ahora, así que me enviaron a un colegio elitista lleno de malas personas que me hicieron la vida imposible —señaló Ariel, sintiendo que el nudo de la garganta le oprimía. Maldijo cuando los ojos se le llenaron de lágrimas—. Fueron muy crueles conmigo. Por lo que entiendo que tu mamá no quiera que te hagan eso, pero si no hubiera sido así, nunca hubiera conseguido salir de mi cascarón. Nunca me hubiera atrevido a ser quién soy hoy. A tener la seguridad de saber que no me importa lo que los demás piensen de mí. Ser raro, ser diferente, ser especial, es lo mejor que tienes, David. Ocultarlo o dejar que te lo roben, es lo peor que puedes hacer —David la abrazó. Con sorpresa, fue su contacto el que le ancló a la tierra. El que la hizo darse cuenta, de que había valido todo la pena. Y de qué, por primera vez, se sentía un poco más sabia. Cuando se separaron, no le sorprendió ver a ambos hombres mirarles fijamente. Por la mirada de Jesús, supo que lo había escuchado todo. Al menos, lo último que ella había dicho. La había reconocido. Finalmente, había atado todos los cabos.
Sin decir mucho más, se dirigieron hacia su hogar. Jules estaba extrañamente callado, Jesús peor. Era una tumba. Su mirada era algo que ella intentaba evitar. Nada de la calidez que habían compartido durante todo el día. Cuando llegaron, Jules se bajó del coche juntos a David, pero Jesús aún se quedó sentado, mirando al frente. Les dijo que le dejarán solo. Jules tenía que arreglarse para su show, pero aún tenía tiempo de jugar un rato con David. Que parecía preocupado de que su padre hubiera oído lo suyo y estuviera enfadado por eso. David estaba agobiado y su tío parecía querer encargarse. Hablar con él. Ella subió a cambiarse, a ponerse cómoda, pero en cuanto cerró la puerta, alguien la abrió tras ella.
—¿Eres la misma Ariel? —le gritó Jesús—. ¿Tú eres esa chica del colegio Conde y Larraga?
—Yo... no sé de qué hablas —dijo Ariel mintiéndole, él le miró fijamente, enfadado.
—Estudiaste en el instituto Conde y Larraga. Tú eres Ariel, no recordaba tu apellido. Estudiábamos juntos, pero tú eras más pequeña. Te adelantaron tres cursos por tus altas capacidades. Eras la más lista y, sin embargo, siempre te quedabas callada. Nunca respondías, ni te alegrabas cuando tenías diez en todo —Jesús la miró y se quedó pálido. Parecía que una avalancha de recuerdos le golpeará—. Yo... fuimos amigos. Bueno, yo...
—Jesús, yo... Vale, es verdad —dijo Ariel, el nudo en la garganta le apretó y se quedó callada.
—Dejé que te hicieran la vida imposible —señaló Jesús. Su mirada era difícil de aguantar. Tanta tristeza en sus ojos, desprecio hacia ese pasado. Parecía necesitar explicarse cuando dijo—: Rose se enfadó contigo tras lo que ocurrió con tu hermano. Me pidió que te conquistará. Que te engañará. Yo estaba tan aburrido de mi vida, de lo que era mi vida que... acepté. Cuando tienes tanto te sientes tan vacío. Era un imbécil. Tú... eras una buena chica. Te juro que intenté que no lo hicieran. Llegué a apreciarte cuando te conocí. A sentirte como una amiga. Sin embargo, no supe hacer nada. Era un capullo asqueroso, incapaz de ver esas gilipolleces. No tengo perdón, Ariel. Lo que dejé que pasará... yo... —Jesús le miraba agobiado y sin querer, ella se echó a reír.
—Éramos críos, Jesús. Es cierto que, al principio, os odiaba. Muchísimo. Pero luego, entendí que la vida era así. La gente que tiene... bueno, es normal que machaqué a la que no. Como has dicho estabas vacío. En fin, no es nada personal. ¿De qué valía luchar por tener un hueco o una aceptación que nunca iba a tener en ese sitio? Es cierto, lo que le dije a David, no iba a dejar que nadie me arrebatará el ser yo misma. Me daba igual que os burlarais de que me gustaba el anime, o de que era una friki. Yo seguí siendo yo. Al menos, he vivido tranquila y libre —dijo Ariel. No pudo evitar que una lágrima se le escapará. Maldijo ese sentimiento de inferioridad que siempre la perseguía y la hacía insegura a pesar de su discurso. Él se acercó un poco.
—¿A qué te refieres? —musitó Jesús, mirándola fijamente.
—A que la vida es así, Jesús. Soy más inteligente que la mayoría de las personas, pero vivo sirviendo al resto. Nunca traspasaré ese techo de cristal que me aprisiona como ayudante, por debajo de ti. Tú eres hombre y de clase alta, yo soy mujer y pobre. Haz los cálculos, y lo entenderás —musitó enfadada. ¿Es que no lo entendía? Estaba claro que no. Rió con amargura—. Es cierto que en ese momento me dañaste, pero no has sido el único. Ha habido otros como tú. Tíos con poder que se creen mucho.
—¿Por eso no te rebelabas contra Miró? —le preguntó enfadado.
—¿Qué más daba? Si no era él, sería otro —dijo y se arrepintió de la mirada de Jesús.
—¿Crees que yo pueda ser cómo él? —preguntó. Sonó destrozado y furioso. Una mezcla peligrosa. Ella negó, aunque dijo:
—Me hiciste trabajar para ti, venir aquí, ¿no? —la rabia subió a sus ojos, Ariel suspiró contenida. No era su culpa. No podía seguir hablando del pasado. Ellos eran otros. Ella había elegido ir, aceptó una oferta—. Pero, no eres como él, claro que no, has cambiado Jesús. Sigues estando por encima de mí. Yo nunca podré tener lo que tú tienes, por mucho que sea capaz de llevar tus empresas. Mientras con mi mente analizo el trimestre, hago cálculos de física y decido qué hacer para comer; sigo siendo insuficiente. Entiéndelo. No importa lo lista que sea, tú tienes el control. Así funciona el mundo. Y si meterte conmigo te satisfacía y llenaba tu vacía vida, a mí no me importaba. Porque soy feliz. Mientras, esto —dijo Ariel tocando su frente—, siguiera siendo mío. Encontraría la forma de ser feliz. Me hiciste daño, no te lo voy a negar, pero hace años que dejó de importarme.
—¿Lo sabías cuando me viste? ¿Cuándo nos volvimos a ver? ¿Sabías quién era yo? —preguntó, cruzándose de brazos. Tenía dos opciones: mentirle y negarlo, o decirle la verdad y aceptar las consecuencias. Escogió la segunda opción.
—Lo sabía y...
—¿No te importó? —la cortó. Jesús le miró y leyó sus facciones. La tristeza subió a su rostro. El enfado y la comprensión—. Decidiste que pesaba más tu libertad que lo ocurrido en el pasado.
—Como he dicho, no es ya importante. Has cambiado, Jesús. Tú eres otro y yo también. Somos adultos ahora y esto funciona —dijo señalando hacia ambos— El pasado, pasado está. Podemos volver a empezar.
—Para mí fue importante —Jesús la miró. Su mirada quemaba, ardía de rabia. No hacia ella, eso lo percibió, sino hacía ese pasado—. Cuando acabó el instituto y empecé la universidad, no podía parar de pensar en lo que te había hecho. Acostumbrado a ser el rey en esa mierda de instituto, en la universidad fui uno más. Cambié y maduré. Fue cuando empecé a pensar en lo que te había hecho. A ti y a otros. Sentí... vergüenza de quién era. Me avergüenza quién era en el pasado. Nunca llegué a perdonarme por ello. Cuando pienso en esos años se me cierra la garganta y... —Jesús la miró y sus ojos brillaban—. Nunca me perdoné, pero tú lo hiciste. No entiendo cómo.
—Te perdoné, porque éramos críos. Si lo hicieras ahora, probablemente te odiará. Pero, creo que parte de mí siempre ha sabido que no éramos más que seres aún en formación. Yo debía aprender unas cosas, tú otras — Ariel se acercó cuidadosamente—. No nos habríamos convertido en quiénes somos ahora, sin que eso pasará. Debes perdonarte. Porque eso me hizo crecer y madurar, me hizo prepararme para el futuro. Y, creo que la vida nos ha dado una segunda oportunidad, porque nos llevamos bien. Encajamos genial. Nos ha dado la oportunidad de recuperar nuestra amistad.
—Tú no eres rara, ni un desastre —dijo, sorprendiéndole, mientras le acariciaba el rostro—. Por eso no confías en mí como con Jules u Owen, ¿verdad? Parte de ti teme que vuelva a hacerte daño.
—Yo... —Ariel quiso negarlo, pero la garganta se le cerró. Claro que temía que Jesús volviera a quitarle la felicidad, como en el pasado. Pero, sabía que no pasaría. Parte de ella lo sabía. Sabía que confiaba en él.
Ambos se miraron, pero no dijeron nada más. Jules les avisó de que se iba y ellos le despidieron con una alegría fingida. Ella se duchó, se puso cómoda y bajó al salón. David y ella vieron una película, mientras Jesús cocinaba. Esa cena fue rara. Había verdades que habían enfrentado ese día, que no eran cómodas. Pero la vida era así. Cuando David se fue a la cama agotado, ella se levantó para recoger. Jesús le cogió del brazo para mirarla.
—Perdóname —dijo, su mirada era tan clara, tan sincera. Ella se quedó paralizada—. Perdóname por quién fui.
—Ya te he dicho que te perdoné hace tiempo. Si no, no estaría aquí —ella le sonrió y él insistió:
—Dímelo. Dime que me perdonas —le acercó a él. Jesús estaba sentado, su mirada alzada hacia ella. Ariel supo que decía la verdad, que le había perdonado hacía tiempo. No mucho. Pero si desde que le había conocido de nuevo. Y odiando ser tan confiada, sentía que volvía a poder cerrar los ojos ciegamente con él. Tras volver a conocerse, ella, que se había cubierto con un fuerte caparazón protector durante años y desengaños, volvía a mostrarse al mundo. Lo que le había dicho a David era verdad. Ser raro era lo mejor, pero se había encerrado. Un poco desde Jesús. Aunque, sobre todo, desde el innombrable de su ex. Claro que Jesús le había dañado, pero nada comparado con él. Sin embargo, a Jesús había podido perdonarle de verdad. Porque, en todo instante, sintió que él se dañó tanto como ella. Jesús la había hecho salir de su caparazón protector tras tantos desengaños. Él había curado algo que habían roto en el pasado. La piel sensible se estremeció como si supiera que ese escudo mental, había caído.
—Te perdono —susurró. Ambos se miraron. De golpe, volvía a tener dieciséis años y el dieciocho. Se miraban de vuelta a casa y hacía frío. Compartían una extraña sonrisa y el deseo de algo más. Él nunca fingió aprecio por ella, la apreciaba de verdad. Esa verdad había sido la última parte del perdón.
Esa noche también se miraron y Ariel sintió que su corazón se henchía de alegría. Cuando él le devolvió esa misma sonrisa, tantos años después. Esa noche, sacó la foto de sus padres y le habló de lo que sentía. Sabía que Jesús era su primer amor, pero también su primer amigo. Un amigo de verdad. Y lo estaba recuperando. Estaban volviendo a empezar. Su piel frágil y vulnerable sentía dolor. Esa mirada compartida tras la cena la absorbió. Más cuando él le acarició el brazo con cariño, mientras hablaban. Ella había apartado la mirada nerviosa, pero no dijeron nada. Ninguno de los dos dijo nada cuando se separaron. Él se quedó en el salón para ver una película, aunque notó como observaba su marcha hacia la habitación.
Ya en la oscuridad de la noche, se estremeció. ¿Qué estaba haciendo abriendo su corazón de esa forma? ¿Y si ahora que había salido volvían a dañarla? Hizo un esfuerzo por recuperar ese caparazón, y solo sentir que asomaba la cabeza. Protegida y segura. Toda la noche se removió inquieta en la cama. Molesta, absurda y tonta se sentía. De nuevo, estaba cayendo a dónde dijo que nunca caería. Confiando en alguien que le había roto el corazón, que la había aplastado contra ese techo de cristal para que no lo rompiera. Sin embargo, lo que le había dicho era verdad. Confiaba en él. En Jules. En Owen. Era como despertar. Ella sabía que con ellos iría todo bien.
Asqueada por sus inseguridades, sudada e incómoda consigo misma, salió de la habitación, cuando el sol empezaba a salir. Bajó descalza, con solo la camiseta de pijama. Su favorita. Una enorme que le había robado a su hermano Tonik. Llegó hasta la cocina, antes de escucharle. Jules trasteaba en busca de comida. Le vio comerse sus chuches, pero no le importó. Su andar era algo inestable, y más cuando se apoyó contra la encimera y la miró. Su mirada no era como siempre. Parecía brumosa.
—¿Te he despertado? —su voz sonaba ronca. No supo por qué, simplemente, Ariel negó. Él se acercó sigiloso —. ¿Estás bien? Pareces asustada...
—Es solo que no te esperaba aquí... —indicó ella. Jules asintió. Su cuerpo olía a humo, sudor, alcohol. Supuso que acababa de llegar del show. Nerviosa cogió una de sus chuches. Fue consciente de cómo él la observaba. Una atención felina y descarada.
—Mi hermano fue un capullo contigo —dijo, su voz sonaba mucho más grave que nunca. Su mirada oculta por las gafas—, sin embargo, tú siempre has sido dulce con nosotros. ¿Por qué? —Jules nunca dudaba, siempre era sincero. Y siempre quería sinceridad del resto. Ella giró para enfrentar su mirada, cuando notó que su cuerpo estaba muy cerca. Abrió la boca sorprendida por su cercanía, él rió quedamente—. Supongo que eso es cosa vuestra, por supuesto. Pero, me caes bien, Ariel. Sin embargo, te pedí que fueras sincero conmigo y me has mentido. Eso no me gusta —su tono de voz, era tranquilo. Pero sus ojos chispeaban con molestia, incluso a través de las gafas. Ella quiso disculparse, decir algo, pero su dedo silenció sus labios—. No pasa nada. No es tu culpa, tranquila. Estoy borracho, probablemente debería irme a la cama antes de hacer cualquier tontería. Sobre todo, antes de que el gruñón se entere y tiemble la casa entera de furia —Jules sonrió de medio lado, como a le gustaba. Ella no pudo evitar sonreír con el dedo en sus labios.
—Buenas noches, Jules —le dijo, cogiendo otra chuche. Aunque él, no se movió del sitio, la observó comerla, su mirada muy fija. Nunca le había visto observarla así. Se sentía como si viera lo que ella era y no le preocupará. Solo se diera cuenta de que era lo que necesitaba—. Descansa. Lo necesitas.
—Ariel.... —su nombre en sus labios, hizo que ella se estremeciera. Pero Jules se giró como si se hubiera arrepentido de lo que iba a decir y se perdió en el pasillo.
Agotada, se dejó caer en la mesa de la cocina y observó salir el sol. Una llamada de sus amigas le animó el día. Y más cuando le indicaron que el próximo fin de semana iban a ir a verla a la isla. Ilusionada, les colgó. Quizá gracias a Jesús su vida hubiera mejorado tan notablemente. Los pensamientos extraños fueron desvaneciéndose, y se dio cuenta de que Jesús le había dado una segunda oportunidad. Divertida, decidió ir a contárselo y romper la extraña neblina que les envolvía. Tocó la puerta cuidadosamente, pero cuando abrió Laurent, ella se arrepintió al instante. Sin embargo, a pesar de que estaba despeinada, se la veía divina. Laurent sonrió encantada y le dio dos besos.
—Perdón, no sabía que Jesús estaba acompañado. Iba a pedirle una cosa y...—empezó ella.
—No te preocupes, está en la ducha. Pasa si quieres —Ariel negó con la cabeza y ella sonrió. Luego se apoyó en el umbral. Ariel, incómoda, pero intentando parecer indiferente, charlóbun rato con ella. Laurent le contó que la noche anterior, aburrida de Owen, había decidido volver a la isla y buscar a Jesús. Este la recibió sin muchas explicaciones y habían culminado lo que ambos deseaban. Laurent era una chica dulce, amable y abierta. Le caía realmente bien, quedaron en desayunar todos juntos. Se notaba que estaba pillada por Jesús. Cuando llegó a la habitación, Ariel se echó a reír incómoda ante los latidos acelerados de su corazón.
Sin duda, estaba siendo absurda otra vez pensando en desconfiar de él. Jesús no le interesaba de forma tan intensa como antes, ahora eran muy diferentes. Eran amigos, lo que deberían haber sido siempre. Ilusionada con esa segunda oportunidad y sin que ya hubiera secretos, el ánimo le mejoró. Recordó la mirada de Jules en la cocina, y su corazón enloqueció. Sonrió sin poderlo evitar. Quizá, Jesús había sido su primer amor y le había roto el corazón. Pero... era el pasado. Un pasado extraño, que debía olvidar. Nunca hubo nada entre ellos, excepto una preciosa amistad. Él no fue como... su ex. No la dañó tan profundo. Iba a recuperar su amistad. Bajó a desayunar una vez duchada, arreglada para pasar otro día en la piscina. Cuando llegó a la cocina, se oía la conversación divertida de la pareja. Jesús la miró con intensidad, pero ignoró deliberadamente esa mirada sentándose con David. Que estaba visiblemente incómodo. Laurent intentaba hablar con él, pero David respondía en monosílabos. Finalmente, tras el extraño desayuno, la pareja se fue a la piscina. Ella llevaba un impresionante trikini, que le favorecía el moreno. David la miró con rabia y señaló:
—Papá siempre va con mujeres así, aburridas —quiso replicar algo, pero era mejor no meterse en la relación con su padre. Fueron a jugar a videojuegos. Con su bañador y pantalón corto estaba fresquita. Le ganó más de cuatro veces, al final David molesto, decidió darle el título de imbatible. Lo estaba celebrando cuando Jules con mirada resacosa se les unió en el sofá—. Haces mala cara, tío Jules.
—Solo estoy cansado —Jules se dejó caer entre almohadones—. Voy a pedir comida. ¿Qué os apetece?
—Voy a cocinar —anunció Ariel divertida. Jules le miró escéptico, pero sentándose con su sobrino al sofá, aceptó.
Ella se metió en la cocina a preparar una deliciosa lasaña. A Ariel le gustaba cocinar. No siempre tenía tiempo para hacerlo, pero su hermano le había pagado unas clases siendo más joven. Además, él era un cocinero notable y había aprendido observándole. Concentrada, no fue consciente de que Jules y David se habían unido a la cocina con ella, hasta que sacó la lasaña ardiente del horno. La sirvió en platos y Jules la miró sorprendido cuando la probó.
—Está increíble. Nunca había probado nada tan rico. Por favor, siempre que tenga show, cocíname algo así al día siguiente. Te lo suplico. Esto me está haciendo revivir.
—Hecho —le dijo ella sonriendo, sonriendo. David sonrió divertido.
—Tío Jules, tú siempre has dicho que te casarías con la mujer que cocinará mejor que tío Owen. Creo que Ariel podría ser una candidata.
Ambos se miraron a través de la mesa y rieron. Sin embargo, la mirada de Jules se detuvo examinando su rostro. Como si buscará entender algo de su expresión. Sonriente, Ariel pinchó y comió. Se sentía relajada y feliz, más ahora que la verdad se sabía. Cuando podía mostrarse tal cual era. Ella misma sin reservas. Sin miedos y sin secretos. Completamente sincera. Jules acabó sonriendo con algo muy parecido a la aceptación. Le interrogó con la mirada, pero solo negó.
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