07. Burbujas de amor
El vuelo había sido tranquilo. Se le había pasado muy rápido. Había pasado un suspiro, literalmente. Ariel ya estaba esperando en la salida, cuando lo vio llegar en su deportivo. Por suerte, no había prensa. Algo que parecía estar empezando a asociar siempre a él. Pero claro, nadie sabía realmente que él estaba allí. Era como en verano. La gente le conocía, pero seguían respetando su anonimato. Ella deslizó a sus gatos en el asiento trasero y los aseguró bien. Tras ello, se sentó en el asiento del copiloto. Antes de poder decir nada, Jules ya la había abrazado y ella rió quedamente. Sorprendida por su efusividad. Aunque, ella también le dio un fuerte beso en la mejilla. Jules se incorporó al tráfico y conectó la música del coche. No le extraño que sonará un jazz suave, él raramente escuchaba su música, o la música del panorama actual. No por dejadez o prepotencia es que, simplemente, le gustaba más ese tipo de música. Se relajó con las notas, y se dejó mecer por el ronroneo del coche, cansada.
—Me alegra tenerte aquí —señaló él. Ella le sonrió encantada. Dedicaron el trayecto hasta su casa a ponerse al día. Jules le preguntó por lo sucedido, y Ariel le respondió con sinceridad. Sin dejarse ningún detalle. Le contó todo lo que había sucedido con Liam. Con Jules nunca había necesitado tener secretos. Y eso iba a seguir así pasará lo que pasará. Le observaba conducir, concentrado, y la verdad es que no veía nada más. Solamente le veía a él. Estaba más delgado. A pesar de las gafas, pudo ver que tenía ojeras. Parecía cansado y desanimado. Así que cuando acabó de contarle lo que necesitaba desahogar, le preguntó—: Y tú, ¿cómo estás? Pareces cansado.
—Estoy trabajando mucho, Ariel. La verdad es que me va a venir bien desconectar unos días —ella le miró arqueando las cejas, suspicaz ante su tono defensivo—. Estoy bien, de verdad. No me mires así —él sonrió de medio lado, de esa forma que a ella tanto gustaba; pero, cuando no llevaba ni gorra ni gafas. Con el disfraz no era lo mismo—. Ahora que estás aquí, mucho mejor.
Ariel no se fijó en que ya habían llegado a su destino. Estaban ante una verja enorme, que abría un camino. Este ascendía por lo que parecía un bosque tropical. El coche ascendió pocos metros y entró en un garaje. Lo que parecía bosque, en verdad, era un cuidado jardín. Recordó que en la inauguración del hotel Xubec, el arquitecto, le había hablado del hogar de Z-Lech. Íntimo, cálido, acogedor. Como él. Jules no le dijo nada y la dejó descubrir el lugar por sí misma. El garaje era amplio, y ascendiendo por unas escaleras de madera, se llegaba a un precioso vestíbulo. Todo el lugar tenía suelos de madera oscuros, paredes claras y decoración en tonos verdes y grises. Sin embargo, aunque todo estaba pensado al milímetro como en las revistas, no era impersonal. El lugar parecía acogedor. No esperaba una gran mansión, pero si un lugar más grande. Parecido al de Jesús. Sin embargo, el hogar era más bien pequeño. En el vestíbulo de entrada, había dos grandes puertas. Jules le indicó que la derecha llevaba al pasillo de los dormitorios. Había tres habitaciones, cada una con su propio baño. La puerta de la izquierda llevaba al salón y la cocina. En los pisos superiores había un despacho, otra habitación y su estudio de grabación. El jardín estaba equipado con una terraza con piscina, y bastantes zonas de árboles. Lo que le proporcionaba una total intimidad. Era casi como tener tu propio bosque, le confesó divertido. Jules torció a la derecha y le indicó:
—La puerta del final es mi dormitorio. He preparado este para ti —dijo abriendo la puerta de la primera habitación. El dormitorio era sencillo. Había una gran cama king size, con sábanas limpias y muchos cojines variados. Aunque todos en colores verdes y malvas. Un ventanal era casi toda la pared izquierda y mostraba el bosque. Daba la sensación de estar inmerso en él, sobre todo al no haber cortinas. La puerta del baño quedaba a la derecha. La habitación era pequeña, pero muy acogedora—. Sé que te gusta el bosque —Ariel asintió incapaz de decir nada más. Se giró para darle las gracias, pero Jules había desaparecido pasillo arriba.
Abrió los transportines de sus gatos que se pusieron a explorar el lugar. Fuera ya estaba anocheciendo. Aprovechó para llamar a Tonik y a Jesús. Solo para indicarles que ya estaba en el hogar y que iría a descansar. Se cambió y puso un fino pijama color lavanda. Sin dibujos ni nada. Se lo había comprado para esa ocasión. Era sencillo y recatado. Algo más bonito que sus pijamas infantiles y grandes sudaderas. Se recogió el pelo en una coleta y salió al pasillo. Anduvo hasta el vestíbulo, pero no había nadie. La casa estaba silenciosa y oscura. Desanduvo sus pasos y vio luz en su dormitorio. Nerviosa, se acercó hasta allí. La verdad es que no sabía qué hacer. Pero, realmente, estaban solos en su hogar. Por Dios, no eran dos desconocidos. Se conocían muy bien. Tímidamente golpeó la puerta. Él la instó a pasar. La habitación de Jules era parecida a la suya. Madera oscura, paredes blancas, un gran ventanal. Aunque este se abría con vistas al mar. El sonido se colaba hasta allí. Su cama, también king size, estaba deshecha. Los cojines tirados por todos lados. Él salía del baño con solo una toalla. Ariel enrojeció hasta la raíz del pelo y más cuando él le sonrió. De esa forma que secaba todo su intelecto y la dejaba deshecha. De esa forma, que era toda suya, y adoraba.
—¿Me buscabas? ¿Quieres cenar? —ella asintió incapaz de decir nada más. Él cerró la puerta y salió poniéndose solo un pantalón. Ella supo que no llevaba nada debajo, y que tampoco se iba a poner camiseta. Sintió calor por todo el cuerpo. Observó su pecho. Jules no estaba musculoso, es más, tenía un poco de flotador. Lo que le hacía más humano, más real, más vivo. Tenía pelo en el pecho, ese que desaparece por la cintura de los pantalones y que ella no pudo dejar de observar. Sus brazos no estaban musculosos, pero tampoco eran delgados. Él era real. Ella le veía como era. Un hombre atractivo, que a ella le encantaba. Ambos se miraban en la entrada de su dormitorio. Él se acercó despacio, un depredador. Sus ojos verdes chispeantes— ¿Qué miras?
—Nada. Es solo que... —por el rabillo del ojo vio como Berlioz y Thoulouse se peleaban en la revuelta cama. Dejándolo todo patas arriba. Azorada y nerviosa, los separó y bajó de la cama. Los gatos salieron correteando por el pasillo. Ella se giró para disculparse, pero vio que Jules también salía riendo de la habitación. Gritando le dijo:
—¿Qué te apetece comer? —ella le siguió algo más relajada. Él ya había cruzado el salón y había encendido las luces a su paso. Ariel no pudo más que abrir los ojos asombrados.
Si ella pudiera tener cualquiera hogar del mundo, y diseñarlo a su gusto, así sería su salón. A la derecha había una mesa con seis sillas, la única decoración era un jarrón con flores secas y un gran reloj. Justo delante de la mesa se abría una puerta doble para la cocina. Donde Jules ya estaba trajinando. Tras un escalón, había un gran sofá en forma de ele. Oscuro y repleto de cojines. Un gran televisor coronaba la estancia. Había una mesa baja, cómoda para cenar sentado en ese gran lugar. Se detuvo y se fijó en que bajó el televisor, había algunas fotografías. Se veía a Jules y Jesús de pequeños, también a un Jules muy joven sosteniendo a David, cuando era un bebé. Otra con Owen y Jesús en una especie de barbacoa. Jules con Óscar. Alguna de su show. Con otros amigos de profesión. Una sonrisa se formó en su rostro cuando vio la fotografía que se tomaron en Ibiza el día de la inauguración de Xubec, en ella aparecían Jesús y Owen. Pero, también, Tonik con Iván, su hermana Helena con Eva haciendo muecas, y ella en medio de todos sonriendo. Él la miraba, aunque llevaba las gafas, pero su rostro estaba vuelto hacia ella. Era una fotografía preciosa. Con esa sonrisa tonta en los labios regresó a la cocina, donde Jules ya cocinaba. Se había puesto una camiseta que le quedaba algo estrecha. El delicioso aroma llegó hasta sus fosas nasales. Él le estaba preparando una gran hamburguesa. Su comida favorita en el mundo.
—Sé que te apetece comer, aunque no me lo digas, nakama —señaló sin mirarla. Antes de que ella pudiera decir nada, interrumpiéndola, dijo—: Busca si quieres algo que ver en la televisión y cenamos en el sofá —ella con timidez se acercó hasta él y le tocó la espalda. Jules se giró sorprendido y ella sin más le abrazó. Necesitaba abrazarle. Él dudó, pero la rodeó con sus brazos, y apoyó su frente contra ella. Ariel murmuró un tímido «gracias» y fue hacia el salón. Ese contacto, había suavizado sus nervios. A pesar de sus tropiezos, seguían siendo ellos. Seguían siendo importantes el uno para el otro. Eran amigos y ese lugar era muy especial. Jules lo era para ella. Distraída, se puso a elegir algo que ver. Encontró un par de series que tenía ganas de empezar, pero no puso ninguna de ellas. Los pasos de sus gatos, correteando por la casa, inundaron la estancia. Ella respiró tranquila y satisfecha, se sentía tan a gusto. Como si ese fuera su hogar. Finalmente, Jules llegó con una bandeja repleta de comida. A ella le alegró verlo comer y más cuando pegó un mordisco a su hamburguesa. Estaba deliciosa, hecha como a ella le gustaba. Cerró los ojos con satisfacción y oyó su risa—: ¿Te gusta?
—Me encanta —ambos rieron divertidos. Cuando él fue a encender la televisión, en las series que había dejado seleccionadas, ella le detuvo—. Quiero que me digas la verdad.
—¿Que verdad? —ella notó como se tensaba a su lado. Nervioso, pensó Ariel.
—Lo que te ocurre —él se removió incómodo. Ahora que se fijaba mejor en la camiseta, la reconoció sorprendida. Era una de sus favoritas. Creía que la había perdido en Ibiza. Pero, él la tenía. Se preguntó cuándo la habría conseguido. Era de su hermano Tonik, a ella le gustaba porque le iba enorme, pero a él le quedaba ajustada. El gesto de que la llevará puesta, le enterneció el alma a Ariel. Su corazón se dulcificó, el caparazón desapareció. Estaba solo ella y se sentía vulnerable. Pero dispuesta a ello.
—Te echo de menos, Ariel. Esa es la verdad —Jules no la miró. Dejó la hamburguesa y miró hacia el bosque que se reflejaba en las oscuras ventanas—. Cuando te conocí en Ibiza, sentí que podía ser yo mismo con alguien. Desprenderme de ese personaje que soy para todos. El productor, el amigo, el hermano, la estrella. Contigo pude ser, simplemente yo. Jules, sin ni siquiera mi apellido. Pero... tras todo lo que ha pasado. Yo... te he puesto en una situación muy complicada y horrible. Por mi culpa, te han seguido por la calle, te han hecho fotos sin tu consentimiento, han opinado de ti. Y... no me hagas hablar del despreciable e innombrable de tu ex —Jules la miró con intensidad. Ella vio tanta tristeza en sus ojos, que su corazón retumbó con un sordo dolor. Lo que él sentía era tan abrumador y ella no sabía como sentirse al respecto—. Todo por mi culpa.
—Nada de eso fue tu culpa, Jules. Tú eres quién eres. Eres una persona maravillosa, una estrella increíble, uno de los mejores. La gente lo ve y te respeta. Tú mismo lo has visto tras la entrevista. Obviamente, hay gente que se ha portado fatal, pero eso no es consecuencia tuya. Lo que ha ocurrido es consecuencia de que la prensa sea una cotilla y que Liam sea un trepa insufrible —puso los ojos en blanco para aligerar su tono—. Pero, tú, no me has hecho daño.
—¿Y por qué te sentiste como te sentiste, Ariel? Parte de ser un Larraga, siempre ha sido sentir que estábamos por encima del resto. Lo que me dijiste en parte era verdad, nosotros hemos hecho de menos a mucha gente que no lo merecía. Nosotros no nos merecemos estar por encima de nadie.
—Pero lo estáis. Sois increíbles. Eres increíble. No debes menospreciarte —empezó ella.
—Ariel no soy mejor que tú —Jules se enfadó y se levantó. Se alejó de ella como si quemará, como si le molestará su presencia—. Es más... comparado contigo, soy una mierda.
—No digas eso —ella se acercó hacia él, para tocarle el rostro. Jules se quedó muy quieto ante su tacto. Como si no supiera cómo reaccionar.
—Ariel, no puedo hacer esto. No puedo hacerte daño otra vez. No quiero que vuelvas a sentirte como esa noche. Nunca más. Tú eres luz. Mi luz —él puso una mano en el rostro de ella—. Mi música. Ariel, por favor, entiéndeme. Entiende lo que siento.
—¿Qué quieres que entienda? —preguntó ella susurrando, cerca del rostro de él.
—Que no pudo dañarte otra vez —musitó contra su frente. Jules se dejó caer contra ella, agotado—, que no puedo ser tu pareja, si con ello puedo destrozarte. Aunque eso me parta el alma. Nunca podría hacerte sentir que... sentir como te sentiste esa noche. Tan triste y metida dentro de tu caparazón.
—Jules, ¿qué estás diciendo? —ella le cogió el rostro y él la miró. Sus ojos estaban serios, clavados en ella.
—Te amo, Ariel. Te amo de verdad. No sé si no me crees, como dices. Pero te amo. Y si tengo que demostrártelo cada día, lo haré. Pero... si eso va a dañarte, solo puedo ofrecerte mi amistad, aunque eso me destroce —Ariel estaba sin palabras. Ese hombre se estaba abriendo en canal ante ella y ella se sentía incapaz de decir nada. No podía ser verdad. Jules apartó la mirada, miró hacia otro lado, incómodo ante su silencio—. Dime algo, por favor.
—Te... Yo... Te amo, Jules —él la miró, sus ojos refulgían brillantes. Abiertos. Sinceros. Puro y cegador amor, el mismo que ella sentía en su interior desde hacía tanto tiempo, desde que se habían conocido en Ibiza, desde que comieron sushi y se conocieron de verdad—. Por supuesto que te amo, pero no por quién eres. No como Z-Lech o como Julián Larraga, ese hombre no me impresiona, aunque sea parte de ti mismo. Te amo, porque eres una suma de ellos. Eres más que todo eso. Eres Jules, mi Jules. Ese Jules que me saca una sonrisa, que sabe lo que me gusta, lo que me apetece comer y que me entiende. Mi nakama.
—Mi caracol —Jules la abrazó contra él. Fuerte y con cuidado. Con calma, la besó. Lenta y profundamente, un beso que les robó la respiración, pero les dio aire. Su estómago gruñó rompiendo el momento, ella se removió avergonzada. Rieron apoyados el uno contra el otro—. Vamos a comer, nakama —se volvieron a sentar en el sofá y saborearon la hamburguesa. Jules se había esmerado en hacerla feliz. En hacerla sentir en su hogar, aunque no hiciera falta. Todo lo que había allí era él y él era su hogar. Por lo que cuando acabaron de comer, se tumbó contra él en el sofá, y disfrutaron de una película. Al día siguiente tenía que madrugar para ir hasta Puntal, pero no le importaba. Necesitaba estar con él. Sentirle cerca tras ese tiempo separados. Necesitaba disfrutar de lo que nunca había creído posible. Jules la apretó contra sí— ¿Recuerdas una noche que te quedaste dormida en el sofá, y nos pillaste a Jesús y a mí, hablando? Te marchaste corriendo nerviosa y me pareció muy divertido.
—Me acuerdo —dijo ella avergonzada. Recordando aquella extraña noche en Ibiza.
—Esa noche, cuando me fui a dormir, soñé contigo. Con algo así, en verdad. Nunca deseé esta calma, pero... ahora es así como quiero estar —ella le observó a la luz de la noche y acercándose hasta él le besó. Él recibió su beso con calma, y más cuando se sentó a horcajadas sobre él. Jules apretó sus manos contra su espalda. Ávido, hambriento. Su mirada quemaba—. En verdad, así es mejor —sus manos se deslizaron sobre el cuerpo de Ariel con tranquilidad, con parsimonia, con calma. Jules accedió a su cuello y deslizó su lengua por él. Ella se estremeció bajo sus manos y dejó que su corazón le guiará. Buscó su rostro y lo agarró con sus manos. Instándole a que la mirará.
—Te quiero, Jules, desde hace mucho tiempo. Me da vergüenza admitirlo, pensaba que ... pensaba que tú nunca podrías quererme —él le sonrió, cogiéndole el rostro. Esa sonrisa que la rompía por dentro. Que rompía cualquiera caparazón que hubiera en ella. Él lo notó y acercó su nariz a su cuello, su lengua se deslizó haca arriba para mordisquearle la oreja.
—Te amo, Ariel, desde hace mucho tiempo la verdad. Desde antes de ser consciente de ello. Y si no me crees, haré que me creas. Porque te quiero, como nunca he querido a nadie —el cuerpo de ella se arqueó contra él. Y, lentamente, se dejó acariciar por sus manos. Jules sonrió alegre, cuando fue liberando su cuerpo. Las prendas fueron cayendo al suelo y se alegró de que no hubiera nada entre Jules y ella. Él la observaba feliz, y se giró para qué ella también pudiera observarse en los ventanales. Todos reflejaban una imagen de ellos desnudos en el sofá. Ella encima de él. Cálido y excitante. Era muy excitante verse así—. Esta vista es la mejor.
—Seguro que ha habido muchas —Jules se puso serio y le hizo mirarle. Cogiéndole el rostro muy fuerte entre sus manos, muy serio, indicó:
—No te negaré que he pensado muchas veces en como se vería. Pero, tú has sido la única aquí —musitó, mientras, lentamente tras ponerse el condón, entraba en ella. Muy lento, muy profundo, concentrado en su rostro—. Tú y solo tú, te lo juro —Jules le hizo el amor con pasión, con ternura, con delicia. Ariel se dejó guiar, se dejó llevar. Y no tardó en tocar el cielo bajo la atenta mirada de Jules. Que, la besó con fuerza, mientras seguía con ella. Sin pausa, sin descanso. Parecía poseído por una especie de fiebre que ella no entendía. Pero, que también sentía. Ariel le besaba y él correspondía con tanto amor, que ella no tardó en volver a perderse. Entonces, él fue con ella. Abrazándola, con fuerza. Se quedaron inmóviles en la oscuridad y luego, como si estuvieran locos, se echaron a reír. Sus risas llenaron el espacio. Él volvió a besarla. Y se miraron. No necesitaban más. Era tarde, así que se metieron en la cama. Jules se acostó con ella, la abrazó mientras se dormía. Aunque él no durmió. Jules solo podía contemplarla.
Jesús se levantó temprano esa mañana, algo que no era novedad en su vida. Siempre le había gustado madrugar. Estuvo tentado de llamar a Jules para ver cómo iba todo. Pero al ver que parecía que aún no se había conectado, decidió esperar hasta que él le dijera algo. Se vistió y se arregló para la reunión de ese día. Junta de accionistas de la escuela privada Conde y Larraga. Convocada por Laura, por supuesto. Supuso que su vuelta significaba poner algunas cosas sobre la mesa. Se tomó su inseparable yogur con muesli, y se dirigió hasta la oficina. Aunque parte de él le hubiera gustado ir a tomar un café con Eva. Compartir un rato de confidencias y chismorreo sobre sus amigos. Sin embargo, ese día no tenía tiempo. Media hora después, se sentó al lado de Laura, que le deslizó un insípido té. Él no era muy fan de esas bebidas, por lo que no lo tocó. Ella le sonrió de medio lado, y la reunión soporífera, dio comienzo. Le hubiera gustado estar con Ariel. Haber oído sus ingeniosas ideas. Pero, por otro lado, le agradaba pensar que no estuviera allí. A media mañana hicieron un receso y salió a tomar el aire. Sus tacones resonaron tras él. Laura fumaba un largo cigarrillo.
—Pensaba que vendría contigo la nueva ayudante de dirección. Todos hablan muy bien de ella. ¿Ariel Carjéz, verdad? —Jesús asintió. Ante su silencio, Laura insistió—. Me hubiera gustado conocerla.
—Está organizando algunos eventos de Mondo. Es temporada de mucho trabajo —respondió indiferente. Incapaz de mostrar un ápice de debilidad ante ella.
—Ya imagino. Supongo que debe tener tu plena confianza. Siendo parte de la familia, ¿no? —Laura y sus dardos envenenados, por supuesto. No lo había echado de menos, la verdad. Esos juegos y manipulaciones nunca habían sido lo suyo. Le cansaban—. Mis padres me han dicho que estaba con tu hermano, aunque ahora parece que no. Pero, supongo que como siempre habrá mucho más que saber.
—No creo que eso sea de importancia. Ariel lleva más tiempo trabajando para mí que esos rumores —Jesús tensó las manos—. Además, son asuntos de familia.
—Pero, somos amigos, ¿no? Somos como familia, vaya. Os conozco desde que tengo memoria. Sabes el cariño que le tengo a Jules. No querría que le hicieran daño o se aprovecharán de...
—Ariel no es así —le replicó Jesús. Maldijo que su tono se hubiera vuelto tan fuerte y cortante. Laura era una cazadora experta y se dio cuenta, enseguida, de que le estaba dando lo que quería. Jesús se ocultó tras su impertérrita máscara.
—Rose dice que fuisteis amigos en el colegio, tú y Ariel, pero no guarda muy buen recuerdo de ella. Una trepa, vaya —señaló Laura con diversión—. Pero, ya sabes lo que pienso de Rose —dijo quitándole importancia, Laura tiró su cigarrillo y musitó—: Creo que fue bueno que esas imágenes salieran, y que tu hermano, se despojará de su máscara. Jules merece ser feliz sin ocultarse —aunque su frase era correcta, su tono dejaba que desear. Ella no deseaba su felicidad.
Laura y Jesús habían llegado a ser amigos en el pasado, justamente por la animadversión que ella parecía profesar hacia la gente como Rose. Incluso como él mismo había sido una vez. Pero, él ya se había dado cuenta de que ella era peor. Laura era como su padre Julián Larraga. Fríos, calculadores, viles, crueles y capaces de lo que fuera. Y eso le asustaba. No le inspiraba odio, ni asco. Le inspiraba puro y ciego terror.
La reunión en Puntal había sido maravillosa. Ariel disfrutó de poder reunirse con su equipo, poder verse sin una pantalla delante. El evento sería un éxito. Estaba segura. Se esforzaría al máximo para que así fuera. Eso les había motivo a todos. Verla a ella tan motivada y feliz. A la hora de comer, bajó a comprarse algo al restaurante del hotel, cuando le vio en el vestíbulo. Unos chicos se estaban fotografiando con él y él bromeaba divertido. Cuando se alejaron ella se acercó.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó dándole un fuerte abrazo. Jules resopló entre divertido y cansado.
—Asegurarme de que comes y descansas —ella puso los ojos en blanco ante su tono y él le acarició el rostro—. ¿Te apetece que vayamos a comer? —Ariel asintió. Por supuesto que le apetecía estar un rato con él. Fue a avisar a sus compañeros. Regresaría a las tres.
Ambos se fueron a dar un paseo. Jules caminaba ligero y cuando le pedían fotografías, se paraba para realizarlas. La gente con las que se topaban era muy amable y bromeaban con él. Todos saludaban con alegría y cariño a Ariel. Incluso, les pidieron una fotografía con Ariel. Se la tomaron divertidos. Aunque ella se quejó de lo fea que había salido, sacando una sonrisa a las dos fans. Tras un rato de paseo, se sentaron en un restaurante cerca de la playa. El camarero les llevó a un reservado. Jules se quitó las gafas y agradecido se masajeó el puente de la nariz.
—Estás muy guapo sin tu disfraz —le dijo Ariel. Él resopló y ella le hizo un mohín. Parecían dos tontos enamorados, lo que eran supuso. Su cuerpo se revolucionó ilusionado. Todas las inseguridades desaparecían al tenerle a su lado.
—Sabes que no —él abrió la carta. Ella dejó que pidiera lo que creyera correcto. Él siempre la sorprendía y esa vez no sería diferente. Le gustaba que lo hiciera—. Por eso me va bien usar gafas. Así nunca debo preocuparme de como quedó en las fotos.
—Vanidoso —le replicó ella, sacándole una sonrisa.
—Práctico —el camarero les sirvió un zumo de guayaba, que ella saboreó sorprendida. Jules sonrió ante su mirada golosa—. Ahora, cuéntame algo de ti que no sepa.
—¿Qué quieres saber? —dijo como respuesta. Algo nerviosa.
—Un secreto, creía que estaba claro —musitó él, cogiéndole la mano y besándosela—. Algo que solo me contarías a mí y nunca me hayas contado.
—Nunca he probado el caviar —eso fue lo primero que se le ocurrió. Debería haber sido más imaginativa y picarona, ya que estaban empezando, pero bueno, es lo que había. Ella era así—. Ni el sake.
—Por lo primero, no te pierdes nada. Por lo segundo, es imperativo que hoy mismo, te lleve a un japonés y pruebes el mejor sake que conozco —Jules cogió su móvil y pareció hacer la gestión para reservar. Ella sonrió divertida ante su manera de ser.
—Ahora tú —dijo ella, comiendo del plato que habían traído. Papas con mojo, le indicó Jules. Eran increíblemente deliciosas.
—Tengo miedo de los elefantes. No sé porqué me aterran. Pero, casi como si fueran un monstruo de pesadilla. Sé que a mucha gente le gustan, pero a mí me dan miedo —ella no pudo evitar reírse con ganas ante semejante tontería. Eso sacó otra gran sonrisa de parte de Jules. Sobre todo por sentirse ambos tan relajados—. Nunca he visto One Piece.
—No sé qué haré contigo. Eres lo peor. ¿Cómo no has visto el mejor anime de todos los tiempos? —él resopló y señaló:
—Siempre que pienso en empezar me agobia que sean tantos capítulos. Pero conozco a todos los personajes —la señaló, comiendo de su plato, e indicó—: Dime algo que te da vergüenza admitir.
—No me gusta la música clásica. No la entiendo. Ni me conmueve. Quizá porque no soy de esa clase de gente... ya sabes, como tu mundo —Ariel le miró y señaló, antes de que él replicará—: Yo no soy de esas chicas que les gusta la ópera, ni van al teatro cada semana. Ni tampoco hago yoga ni pilates. Sandra hace esas cosas. Yo soy más de anime, de cómics, de jugar a videojuegos, y de ver mucha tele. Aunque eso digan que atonta las neuronas. A mí no me ha pasado nada y sigo siendo muy lista. Tampoco soy de ir arreglada siempre, ni... en fin, ya sabes como soy —señaló ella algo avergonzada. Añadió—: Liam, como mucha otra gente, se han dedicado gran parte de mi vida a decirme que no valgo nada. En fin, mírame —él la miró molesto con una ceja arqueada, sacándole una sonrisa—. Soy una persona normal.
—Tú no tienes nada de normal, Ariel, y me encanta. No he conocido a nadie más positivo que tú. Ni más fuerte. Ni más dulce —él se acercó y se sentó a su lado, tomándole las manos—. Sabes que a mí también me gustan esas cosas, sobre todo la tele. Odio el teatro y la ópera. Me gusta estar en casa, viendo series, y jugando a juegos. Tengo una vida tranquila, anónima y feliz. Y no quiero que eso cambie. Y, sobre todo, quiero que tú sigas formando parte de ella —ambos se besaron y siguieron comiendo y divirtiéndose.
Llegó algo tarde a la reunión y siguió trabajando hasta demasiado tarde. Pero Jules la recogió para ir a cenar como le había prometido. Fueron al mejor restaurante de sushi de la isla. Bebieron sake, bueno, ella lo bebió, ya que Jules conducía. Pero, pareció disfrutar viendo cómo ella se sorprendía. Divertidos, sonrieron a la prensa que se encontraron, cuando salieron. Ariel se quedó algo atrás, cuando preguntaron a Jules.
—¿Confirma su reconciliación con Ariel? —Jules se echó a reír divertido y señaló:
—No sabía que estábamos peleados, cariño —dijo mirándola. Sacando una de sus preciosas sonrisas reservadas solo para ella. Tanto su tono de voz, como ese «cariño», le subieron la temperatura a Ariel. Aunque llevaba la máscara, esa vez era su Jules. El periodista, incómodo y nervioso, volvió al ataque.
—Entonces, ¿confirma su relación? —Jules hizo cómo que se lo pensaba, para luego preguntar, con picardía y evidente mala intención.
—¿Es usted alguien interesado sentimentalmente en mí? —el hombre negó confundido y Jules, divertido, señaló—. Entonces, no tengo por qué confirmar ni desmentir nada. Aunque sí le diré, que Ariel, es alguien muy importante para mí.
—¿Sentimentalmente? —preguntó otra periodista, divertida y emocionada. Estaban consiguiendo la exclusiva que buscaban, y Jules parecía encantado de darla.
—Románticamente, ¿se dice así? —le preguntó Jules a Ariel, volviendo a hacerla reír. Ella negó y él se encogió de hombros—. Como dice mi última colaboración con Narkye. «No entiendo como pude vivir antes, pero ahora sé que no puedo vivir sin ti» —esa frase tan romántica la derritió por dentro y no pudo más que mirarle con cariño. Jules río de medio lado, sobre todo ante las miradas de complicidad y alegría de la prensa. Luego, los dejaron pasar, pero en el último momento ella se acercó hasta los cuatro cámaras que allí había. Estos la miraron sorprendidos.
—¿Os importa si miramos las fotos? Quiero ver si he salido bien —dijo Ariel preocupada. Estaba segura de que estaba algo despeinada y sonrojada de más, debido al sake.
—Vanidosa —dijo Jules a su espalda, sacando una carcajada general. Pero, a pesar de su imagen, las fotografías habían salido preciosas. Se despidieron con cariño de la prensa, por primera vez en semanas.
Al día siguiente, las declaraciones de Jules inundaron las redes sociales. Las imágenes de Jules, vestido de negro con su sudadera y la gorra, las gafas, su media sonrisa feliz. Ariel a su lado, su oscuro pelo suelto, el vestido negro, sin maquillar. Sus mejillas sonrojadas. Ambos se veían tan felices, que nadie se podría atrever a contradecir su amor. El titular rezaba: «El amor sí existe». Las declaraciones de su hermano habían inundado la prensa. Jules le llamó a media mañana. Jesús sonrió al teléfono:
—¿Crees que he cometido un error? —preguntó, ante lo que Jesús resopló.
—Creo que es lo único coherente que has hecho en tu vida —musitó Jesús, algo nervioso por eso, no pudo evitar preguntarle—: ¿Eres feliz?
—La quiero. Es la primera vez que quiero así a alguien, pero también tengo miedo de lo que nos pueda deparar el futuro —Jesús le entendía, pero también se sentía en la obligación de serle sincero respecto al panorama que le esperaba a su vuelta.
—Laura ha vuelto —la tensión se sintió en la línea—. Ariel volverá en un par de semanas. Lo he preparado todo para que tenga vacaciones y pueda disfrutar de su hermana Helena. Pero... ¿tú vendrás? No sé si quieres encontrarte con ella tras lo sucedido.
—¿Qué ha venido a hacer? —su tono era cortante y tenso.
—Ver a sus padres y poner sus cosas en orden. Su marido la acompaña —señaló Jesús. A él tampoco le hacía gracia que Laura estuviera ahí, pero no podía hacer nada—. Solo os veríais en Nochebuena. Sabes que es tradición que ambas familias nos juntemos. En Navidad he planeado organizar una comida muy especial en casa. Tonik está de acuerdo en venir con sus hermanas. También he invitado a Eva. Y vendrá David, por supuesto.
—Solo será una noche, supongo que podré soportarlo —musitó Jules. Hablaron un rato más, pero Jules parecía distraído, Su alegría se renovó cuando indicó—. Ariel me acaba de decir que, al menos, le hicieron caso con la foto. Se está acostumbrando demasiado rápido —Jesús y él se rieron, y más cuando Jules indicó—: Tengo que dejarte. Berlioz está intentando tirar las fotografías de mi salón.
Jesús sonrió feliz, imaginando a su hermano cogiendo al pequeño gato de Ariel. Una sonrisa que le duró todo el día al pensar que su hermano era feliz. Que había conocido esa felicidad que, tiempo atrás, inundó su vida y luego, acabó rompiéndole en mil y un pedazos. Pero, Ariel jamás le haría algo así. Él pondría su vida en juego y sabía que no se equivocaba. Ariel le amaba con todo su corazón. Y, casi siempre, eso era suficiente.
Ariel se arrebujó entre las sábanas de su cama y ambos contemplaron el bosque tras hacer el amor. Esos días estaban siendo los más felices de su vida. Sin embargo, ya se acababan. Jules le besó en el hombro y señaló:
—¿Tienes ganas de ver a tu hermana? —ella asintió. Habían pasado muy rápido esas dos semanas. Regresaba a su hogar. Con Jules a su lado. Y Helena, bueno, Helena ya estaría allí. Había pasado tres días en su piso, aunque ella sabía que Tonik había estado con ella. Pero, también, el jet lag le estaba dejando agotada. Tenía muchas ganas de verla y estar con ella.
—¿Y tú de ver a los tuyos? —Jules asintió e indicó:
—La Navidad no es mi época favorita, nunca lo fue. Normalmente, de pequeño me pasaba los días encerrado en el cuarto, evitando a los invitados de mi padre. Jesús también, aunque él pocas veces podía escapar al ser el mayor. Ya de adulto, siempre he estado trabajando para no pensar. Pero este año será diferente —ella asintió emocionada, se giró para decirle:
—A mí siempre me gustó la Navidad. Mis padres cocinaban comida muy rica, pasábamos el día viendo películas y luego teníamos algún regalo. Lo que más me entristece es pensar que no lo disfruté, ya que cuando era pequeña siempre quería más. Me dolía no tener tantos regalos como otros. Era egoísta y una idiota, el destino ya me lo demostró —Jules la abrazó fuerte entre sus brazos, ante la tristeza de sus palabras—. Luego, durante un tiempo llegué a odiar la Navidad. Puesto que estábamos solos, sin padres, ni magia. Pero, Tonik, me enseñó que la Navidad es momento de agradecer, por lo que se tiene y lo que se puede llegar a tener. Nunca podré devolver a mi hermano la mitad de la felicidad que me ha dado, pero voy a intentarlo —Jules la besó con fuerza, antes de que él pudiera decir nada, ella añadió—: Y voy a hacer que tú seas el hombre más feliz esta Navidad.
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