06. Mentía
Tonik se quedó todo el fin de semana en casa de su hermana. Por suerte, Iván estaba con Lucía y él podía cuidar de ella. Sin embargo, a pesar de todo lo que intentó, Ariel se había sumido en su caparazón. Ese lugar que la protegía de todo lo que temía. Que la hacía sobrevivir, pero no vivir realmente. Jules no le había dicho nada, solo que ella estaba muy triste y que le necesitaba. Él fue consciente la mirada rota de ese chico, pero no le dedicó ni un minuto. Subió a por su hermana, a la que él consideraba casi como su hija. Sin pararse ni un segundo en pensar. Tonik había luchado por darle toda la felicidad que estuviera en su mano. Toda y más. Y volvería atrás y haría lo mismo. No se arrepentía de nada de eso. Ariel era luz, era un sol radiante en su vida. Le dolía verla tan apagada, pero saldría de eso, como de todo. Solo necesitaba tiempo y entenderse a sí misma. La dejó el lunes en el trabajo y se marchó de regreso a su hogar. Tenía ganas de trabajar. Estaba en uno de los proyectos más emocionantes de su vida. Sin embargo, tras cuatro horas seguidas, incapaz de concentrarse, cogió el teléfono y marcó:
—Hola —saludó la voz al otro lado. Sonaba triste y cansada, y eso le rebajó un poco el enfado, hasta el mínimo. Su hermana sufría, estaba claro, pero él también. No quería ahondar en la herida.
—Quiero que arregles esto —señaló Tonik, molesto. Aunque, era incapaz de no empatizar con el joven que estaba al otro lado del teléfono. Pero, su hermana era lo primero. Jesús ya la dañó una vez, no podía volver a pasar—. Os lo avisé en verano y sé que no es tu culpa, pero quiero que lo arregles. Y si no puedes arreglarlo, déjala en paz de verdad. Déjala ser feliz.
—Es lo que he hecho, Tonik. Nunca quise hacerle daño. Jamás. Yo... la quiero. La quiero de verdad. Y, no puedo destrozarle la vida, Tonik. Y mi fama es lo que hará. Siempre. Yo no quiero que ella sea infeliz. No como mi padre hizo con mi madre y... —Tonik le oyó llorar. Y su enfado se redujo a nada. Ese hombre amaba a su hermana. De una forma especial, como él amó en su vida. Él sabía lo importante que era ese amor. Si tan solo pudiera hablar con él, hacerle entender que podían superarlo con sinceridad y apoyo. Que si había alguien especial en el mundo era Ariel. Y que lograrían hacerlo funcionar.
—¿Dónde estás? —le preguntó. Convencido de ir a hablar con él, intentar que ellos dos se entendiera. A pesar de lo cabezones que parecían ambos. Ambos con un caparazón de hormigón.
—He vuelto a casa. A una de ellas, vaya. Estoy en Canarias y... bueno... está bien —Tonik le oyó suspirar. Señalaba de forma muy clara ese «bien», como si necesitará convencerse—. Solo quiero que ella sea feliz, te lo prometo.
—Ella te quiere. No será feliz sin ti, ni tú tampoco. Os merecéis intentarlo —musitó Tonik, pero Jules no dijo nada—. Deberías volver y aclararlo —Jules no dijo nada y Tonik tampoco. Ambos colgaron sin despedirse, ni decir nada más. Tonik se sentía impotente. Estaba claro que se amaban, pero las redes y los periodistas, se habían encargado de tirarlo todo por la borda. De nuevo, se preguntó quién habría enviado esas fotos y por qué motivo. ¿Qué podía ganar haciéndoles infelices?
La mujer sonrió al ver los odiosos comparativos en las redes. Pobrecita, Ariel. Era una víctima colateral de todo eso. De toda esa diversión. Sin embargo, no sentía compasión. ¿Qué le importaba esa mojigata a ella? No era nadie para ella. Ni siquiera la conocía. Se deleitó un rato más con los comentarios y memes surgidos en redes sobre lo ocurrido. Sin embargo, ella sabía que era todo mentira. Paola era homosexual. Triste, pero cierto. La chica que iba con Owen era su novia. Por lo que, tampoco estaría enrollada con él, como decían. Ni con... por supuesto, Jesús. Odiaba tanto a ese imbécil. Le odiaba desde que le había conocido. La mujer se levantó de su mesa y se giró hacia la ventana. Miró el precioso y nevado paisaje de Canadá. Quizá, fuera hora de regresar a casa. Un regreso triunfal. Todos verían quién era en verdad. En quién se había convertido. Se arrepentirían del día en que los Larraga la despreciaron.
Jules colgó a Tonik. Ambos se habían quedado callados sin nada que decirse. Contempló el extenso mar y el cielo azul. Era una vista preciosa la que tenía desde su dormitorio. Aunque, él prefería la de su salón con vistas al bosque. A él le gustaba más, le hacía sentir más en su hogar. Pero, como le relajaba oír el mar cuando dormía, esa habitación era especial.
Llevaba tan solo dos días en esa casa, pero se sentía extraño. No se sentía tan cómodo como en el piso de Ariel. Ese piso lleno de calidez. Su hogar era demasiado frío, aunque entrará el sol a raudales. El frío, pensaba él, quevera algo interno. Nada que ver con el tiempo de fuera de su hogar. La música volvió a sonar en su cabeza y decidió matar el tiempo trabajando. Dedicó sus siguientes ocho horas a dos preciosas canciones. Luego, las escuchó en bucle hasta relajarse. Todas ellas, las notas, el ritmo, la calidez. Todo le evocaba a Ariel. Aunque no tenían letra, solo eran pistas vacías, le alteraron el corazón. Las guardó en la carpeta sin título y salió a comer algo. Por rutina, revisó el teléfono. Ella no le había escrito en todo el fin de semana, tampoco lo había hecho ese día. Aunque sí vio que había colgado una foto trabajando con Jesús. Ella salía haciendo morritos y su hermano mirando unos papeles fingiendo que estaba concentrado. No pudo evitar sonreír. Su única interacción fue ponerle un corazón. Se preparó la cena y se sentó a ver una serie, para no seguir pensando en ella. En lo que sentía. Se sorprendió cuando su móvil vibró con la entrada de un mensaje. Lo abrió nervioso.
El móvil se quedó en silencio, momento en el que Jules comió, aunque no puso ninguna serie. Quería llamarla, quería hablar con ella y... decidido marcó. Necesitaba oír su voz. Ella se lo cogió al segundo tono.
—Hola, Jules. ¿Qué haces? —su tono sonaba algo apagado, pero diferente. Más seguro que la última vez que se vieron. Le gustó.
—Estaba comiendo —ella se echó a reír, lamentó no poder verla. La echaba mucho de menos, pero intentando parecer relajado, preguntó—: ¿Y tú?
—Estaba por ponerme una serie. Pero no sé cuál empezar —se la imaginó en pijama, repanchigada en el sofá con Berlioz en sus brazos. Su corazón le dolía, tanto que no pudo hablar. La extrañaba de una forma que no le había ocurrido antes. Su última cercanía lo había cambiado todo—. Tonik me ha dicho que has vuelto a casa. ¿No pasarás las Navidades con Jesús?
—Volveré para Navidad, sí. Pero... tenía asuntos que atender por aquí —musitó Jules. Su voz sonaba triste, por lo que intentó parecer más animado y ligero. Despreocupado y tranquilo—. Además, aquí hace mejor tiempo, como si aún fuera verano. Y quieras que no, se agradece tras tanto frío —ambos hablaron de su día. Ariel parecía estar alegre. Por un instante, volvió a pensar en arreglar las cosas, pero... no podía. Era consciente de que su vida era demasiado complicada. Lo sucedido podía volver a suceder. Y entonces, ella volvería a sufrir. Y él no iba a hacerlo. Aunque fuera lo más doloroso que experimentará en su vida, era lo correcto. Y él, que nunca había hecho lo correcto, quería hacerlo bien esa vez. Ella se lo merecía. Siempre podía tener su amistad y eso era lo único que merecía. Lo único que podía darle para que ella fuera feliz.
Ariel colgó y se dispuso a ir a dormir. La voz de Jules había sonado apagada y triste. Una voz que no le había oído nunca. Le recordó mirándola sorprendido y dolido en su comedor. Una mirada rota, que ella se había encargado de crear. Había sido injusta con él, pero finalmente, había sido lo mejor. Él tenía que alejarse de ella, por el bien de ella, por supuesto. Porque él no la amaba de verdad. Recordó las fotos con aquella chica y se reafirmó en su decisión. Ella había sido injusta por exigirle algo que él no sentía. Eso era verdad. Le daría su amistad, por supuesto, él se merecía eso y más. Pero, no podía cruzar más la línea y dejarse dañar. Se miró en el espejo y maldijo al ver su rostro ruborizado de alegría. Solo por haber hablado con él por teléfono.
—Eres tonta —se susurró, para luego acostarse.
Los días se sucedieron con celeridad. Y otra semana había pasado volando. Quedaban ya solo quince días para que Helena les visitará desde Nueva York. Su hermano Tonik ya lo estaba preparando todo, aunque ella se quedaría a dormir en casa de Ariel. Ahora tenía más espacio y le apetecía convivir con su hermana. Cada noche había hablado con Jules y había colgado con esa sensación estúpida de no estar haciendo las cosas bien. Pero, era lo correcto. Podían ser amigos. Ella sabía que no podía haber nada más. Aunque se desearán, él no la amaba. Y ella no podía reprochárselo. No se puede obligar a amar. El sábado, se disponía a pasarse el día limpiando, cuando llamaron a su puerta. Creía que sería Eva, qué aburrida, se habría ido a pasar el día con su amiga, pero tras la puerta estaba Liam
— ¿Qué haces aquí? —le preguntó de malhumor. Liam no pareció afectado por su tono. Nunca parecía darse cuenta.
—Pensaba que podríamos hacer algo divertido —señaló su más que pesado exnovio, al que ella no quería ni ver. Pero él insistía e insistía en seguir escribiéndola. En seguir visitándola. Y mira que ella era borde por mensaje, incluso a veces, demasiado. Incluso se sentía maleducada. Pero Liam era persistente, demasiado para su gusto. Nunca se había dado cuenta de lo incapaz que era él de aceptar un no—. Solo una cena.
—¿Por qué insistes tanto? No soy tan interesante —musitó Ariel, apoyándose en el umbral de la puerta. Él le acarició la mejilla con delicadeza. Un gesto dulce y atractivo; que a ella a pesar de todo, le pareció tierno. Si, era boba, por supuesto.
—Eso crees. Pero, para mí, eres magnética —Liam siguió insistiendo e insistiendo, hasta que, agotada, le aceptó la cena. Quedarían esa noche. Liam se marchó dándole un casto beso en la mejilla. Ella sonrió como una boba y maldijo ser tan estúpida. ¿Es que no podía olvidarse de los hombres fríos y malos para ella? Estaba claro que no. Que necesitaba esa dosis de dolor cada cierto tiempo.
Esa noche se arregló con esmero. Se sorprendió de que él la llevará a cenar a uno de esos sitios que a ella le gustaban; de comida japonesa, aunque a él no. Se dio cuenta de que Liam no comió demasiado, pero se lo pasaron bien. Charlaron, sobre todo de la universidad, y ella se alegró de que Liam aún conociera a muchos de sus excompañeros. Pasaron una agradable cena, como él le había prometido. Una cena de amigos. Luego cada uno se fue a casa a dormir. El domingo, sin embargo, se presentó de nuevo en su hogar. La sorprendió acompañándola a comer con Tonik. Los tres y su sobrino pasaron una maravillosa tarde. Ellos siempre se habían llevado bien, aunque Tonik no sabía la verdad sobre Liam, por supuesto. Ella nunca le había contado lo que había hecho, ni que había estado engañándola para sacarse la carrera. Solo le había dicho, que tras la universidad, se habían distanciado. Su hermano parecía aprobar que su amistad renaciera, ahora que ella parecía necesitarle. Liam les invitó al cine y cerraron un fin de semana estupendo. Esa noche se fue a dormir algo más positiva. Parecía que su ex solo quisiera apoyarla, después de haberle hecho daño otra persona. Como si se hubiera dado cuenta de lo injusto que fue. Quizá, las cosas, por una vez fueran bien para ella.
Jules cerró las redes y se masajeó las doloridas sienes. La prensa del corazón había publicado cientos de imágenes tomadas de Ariel con el tipo que había visto su hermano. Liam Archer. No se les veía en actitud romántica, claro que no. Solamente estaban cenando en un restaurante. De comida japonesa tradicional. Ella parecía feliz. Algo que le gustó. Amplió la imagen y la vio sonreír. No era su sonrisa, pero era muy parecida. La imaginó despeinada con esa camiseta que se ponía cuando estaban en Ibiza, comiendo sushi concentrada en la serie. Su corazón volvió a dolerle, pero ignoro el pinchazo. El titular rezaba: «¿Relación a la vista? Parece que Ariel pasa página». Eso estaba bien, se recordó. Los vio yendo al cine, ella llevaba a su sobrino de la mano. Jules volvió a sonreír y mirar la imagen. Se giró en su enorme cama y se sintió muy solo. Hubiera dado cualquier cosa por ir al cine con ella y su sobrino, aunque fuera una película infantil. Por dentro a él le gustaba ese tipo de cine, aunque no lo diría. Hubiera dado todo por cenar sushi con ella, por pasar el fin de semana juntos. Pero no era posible. No para ellos, por culpa de él. Todo eso era su culpa, no de ella. Ella merecía ser feliz. Vio que entraba una llamada y descolgó. Intentó que su voz sonara ligera y algo soñolienta.
—Hola, ¿cómo ha ido el fin de semana? —la voz de ella le llegó a través de la distancia y él se relajó. Se sintió realmente más ligero.
—Tranquilo, he aprovechado para descansar. ¿Y el tuyo? —preguntó. Aunque él ya sabía por la prensa y las redes sociales todo, ella parecía ajena a lo publicado. Ariel no estaba mucho por esas cosas, se dio cuenta. Ella parecía haber bloqueado todo eso, para seguir viviendo con normalidad.
—Bastante bien. Fui a cenar con Liam, un amigo de la universidad a un japonés increíble. Era todo comida tradicional, de verdad. Estaba todo buenísimo. No podía dejar de pensar en... —él sabía en lo que ella pensaba, pero no acabó la frase y señaló—: Y hoy fuimos al cine con mi sobrino. Estuvimos viendo una de dibujos. Algo aburrida. En mi época las películas eran más bonitas y... —ella charloteó sobre el cine, sobre las películas que le gustaban de pequeña, y lo poco que podía ir al cine. Únicamente en su cumpleaños. Era el regalo que le hacía su hermano a ella y Helena. Algo que disfrutaban enormemente. Él la escuchaba tranquilo, interviniendo cuando lo creía necesario. Se la imaginó sonriendo emocionada. Asomando fuera de ese caparazón, que por su culpa, había tenido que volver a ponerse. Si ese Liam la estaba ayudando, él no iba a estropearlo. Él quería ser su amigo y el dolor era un proceso natural en lo que estaba ocurriendo. Se sobrepondría. Si no quería perderla para siempre, lo superaría—. Te notó muy callado, ¿estás bien?
—Sí, claro. Perdona. Es que he estado trabajando hasta tarde y estoy agotado —ambos se despidieron. Aunque a él, le pareció que ella, estaba algo dubitativa.
Ariel colgó algo confundida. Él le había sonado muy triste. Se arrebujó en las mantas y deseó saber qué le ocurría. Aunque suponía que serían asuntos de trabajo. Preocupada, concilió un sueño incómodo. Se levantó temprano y no le sorprendió que Liam se presentará en su casa, con croissants de chocolate y capuchino. Desayunaron riéndose de la película en la cocina. Estaba siendo muy agradable esos días, y la verdad es que era bueno recuperar su amistad. Tras desayunar salieron para ir al trabajo. Ella fue a despedirse de él, pero Liam tuvo que besarla en su portal. Tuvo que estropear lo bueno que había construido ese fin de semana con un beso. Ella se separó incómoda.
—¿Qué haces? —le indicó molesta. Liam le miraba divertido.
—Creía que... bueno... que te gustaba —su orgullo nada molesto por como ella había reaccionado. Casi parecía satisfecho.
—Pues creías mal. Liam somos amigos. Podemos ser amigos. Pero jamás, escúchame bien, jamás volverá a suceder nada entre nosotros —dijo ella contundente. Segura de lo que decía.
—¿Por la estrellita? —preguntó cruzándose de brazos sonriente e insolente— ¿Crees que eres algo para él, Ariel? Si ya eres poco para mí, ¿qué podrías ser para alguien como él? —las palabras de Liam impactaron de lleno en ella, que se sintió completamente hundida. Por supuesto, él tenía razón, claro que la tenía. Aunque era cruel decir eso—. Podría tener a la mujer que quisiera, pero te quiero a ti. ¿No te basta con eso? Siempre has querido más y más. Ya lo sé que eres así. Siempre me lo decías. Pero, Ariel, tienes que ser sincera respecto a ti misma y entender que ese tal Z-Lech no es como yo. No es uno más. Es una estrella y puede tener a la mujer que quiera. Y no eres tú, eso te lo aseguro. Eso que ves en las películas, no pasa —él se acercó y le cogió el rostro con fuerza—. Yo soy lo mejor que puedes tener en tu vida, has tocado tu techo. Así que acéptalo —él volvió a besarla y ella le dejó. Descolocada, no pudo dar dos pasos, ni moverse en unos segundos. Pero, finalmente, se puso en marcha. Tenía que ir a trabajar. Su vida no se quedaba ahí. En ese discurso absurdo. Tenía que irse. Paso a paso.
Llegó tarde a la oficina, pero luego pasó el día concentrada. No quería pensar en nada más. Jesús tenía varias reuniones de accionistas, así que cuando se marchó no le había visto. Ni le iba a ver hasta el día siguiente. Llegó tarde a casa y encendió el teléfono. Se sorprendió al ver varias llamadas de su hermano, y también de Eva. Muchas de Eva. Millones de Eva. Madre mía, estaba loca. La llamó y los gritos sonaron a través del aparato:
—¿Por qué te haces esto, Ariel? ¿Por qué el innombrable? —Ariel miró el aparato confundido y preguntó:
—¿Cómo lo sabes? —el terror le empezó a atenazar el estómago. Sentía que no podía respirar. Otra vez estaba pasando.
—Lo sé yo y miles, que digo, millones de personas más. Eres trending topic —Ariel abrió los ojos como platos y abrió sus redes. Cuatro mil personas en un día le habían pedido seguirla. Miró las imágenes. Todas repetidas. Liam y ella besándose en su portal. Separándose. Ella observando marcharse con la mano en el corazón. «Romance a la vista». «Todos sobre Liam Archer, el amor verdadero de Ariel, la amiga especial de Z-Lech». Liam Archer aparecía por todos los lados. Revisó a sus seguidores, los de la cuenta de él. Ya se contaban por cientos de miles. Él tenía el perfil público y había resubido las diferentes noticias que habían escrito sobre él. Las náuseas ascendieron por su esófago— ¿Estás ahí? —le gritó Eva—. Ariel, dime algo.
Las piezas encajaron en su prodigiosa mente como si fueran un simple puzzle. Él lo había planeado todo, claro que sí. Apareció en cuanto ella tuvo notoriedad, porque se sentía dolida. Él sabía que ella estaría destrozada, porque la conocía. La conocía muy bien. Liam le había insistido desde entonces, sobre todo para tener ese instante de fama. Él la había utilizado de nuevo. A ella, pero también a Jules. Solo para conseguir lo que quería. Ser conocido, ser admirado. Mareada, colgó a Eva y cogió sus llaves de nuevo. Él le había dado su dirección. Molesta como nunca, condujo hasta su hogar. Él le abrió sorprendido, sobre todo, porque no estaba solo. Una preciosa chica rubia estaba sentada en su sofá.
—Ariel, cariño que sorpresa. Te presento a Kerstin, una amiga. Nos estábamos poniendo al día y... —ella le dio una bofetada. Es algo que no se debía hacer nunca, pero ese tío se la había ganado a pulso. Tanto por lo que acababa de decirle, como por pensar que seguía siendo tan estúpida de creer en ello. Se notaba que tenían planeado acostarse, que ella era una más de sus amantes. Estaba tan enfadada. La había vuelto a usar como cuando ella tenía veinte años y era ciega.
—¿Te crees que soy idiota? —le gritó mostrándole el móvil—. Liam Archer, siempre has sido un trepa, inútil y mentiroso. Eres patético. Te vas a alejar de mí y vas a desmentir todo esto en las redes.
—¿Por qué hacerlo? Ambos saldríamos ganando —él se acercó meloso a ella, la tal Kerstin se levantó y subió a su habitación sonriendo—. No te quiero en exclusividad, ni tampoco tú a mí. Pero, podemos ser pareja. Este fin de semana ha sido estupendo. ¿Por qué no esto siempre? Nos entendemos, nos lo pasamos bien juntos, disfrutamos del sexo. Y, alguna polémica de tanto en cuando con tus escarceos con el tal Z-Lech nos mantendrían en la fama. Ganaríamos dinero como influencers, podrías trabajar en mis empresas. Incluso podríamos casarnos. Tener hijos. Te quiero mucho, Ariel. Eres alguien especial para mí, siempre lo has sido. Y sé que funcionaría perfectamente.
—¿Eso mismo le dices a Kerstin? —ella sentía tanto asco de él. De ese hombre que una vez le conquistó y le mostró que el amor no era nada. Él había destrozado todo lo que fueron sus sueños y esperanzas. Liam negó y señaló:
—A ella no le importa compartir. Yo soy mucho. Demasiado, cariño. No puedo ser solo para ti. Entiéndelo —Liam le cogió el rostro y ella sintió náuseas ante su tacto—. Pero, tú eres la número uno de mi corazón. No es eso importante para ti. La primera de todas. Al menos, tendrás un lugar. ¿Crees que ese tipo te dará un lugar? Ese idiota tiene a miles mejores que tú, Ariel. No eres nada para él.
—Deja de decirme eso. Ya sé que no soy nada comparado con él. Pero, sabes, sí que soy algo comparado contigo. No eres más que mierda, Liam. Una mierda que necesita que los otros crean que él es algo para sentirse admirado. Te gustaba en la universidad, porque besaba el suelo que pisabas. Te adoraba. Pero, soy una mujer ahora, Liam. Y no me impresionas. Me das pena. Y si tú no lo desmientes, tranquilo que lo haré yo —él la agarró del brazo, pero ella se zafó y salió a la calle. Él la atrapó en la escalera y le tiró del pelo para hacerla volver a entrar. Esa violencia no la asustó. Al contrario, ella le empujó para soltarse y corrió hasta su coche. Ya sentada, golpeó el volante y se echó a llorar. Él corría hacía allí, así que puso primera y arrancó. No fue a su casa, fue a casa de su hermano y se echó a sus brazos llorando.
Jules vio las imágenes del beso, claro que las vio. Como también vio las de la tarde, dónde se les veía discutir en la puerta. El muy cabrón le había cogido del pelo para hacerla entrar. Después había apartado a la prensa, pero grabaron a otra mujer saliendo de su casa. Las redes se habían volcado con Ariel. Los mensajes de apoyo llegaban a miles, por todos lados. Jules paseaba por su comedor como un gato encerrado. Había intentado llamarla sin éxito. También a Tonik y Jesús con el mismo resultado. Finalmente, se dejó caer en el sofá. Impotente, nervioso y preocupado. Tras una hora, sus redes volvían a arder. Un mensaje. Ariel había publicado un mensaje y había vuelto su perfil público para que todos lo vieran.
«Las imágenes y rumores que me relacionaban con el empresario Liam Archer han sido objeto de manipulación. Liam es un antiguo compañero de universidad, con el que había recuperado el contacto. Yo creía que queríamos volver a pasar algo de tiempo juntos. Sin embargo, su acercamiento fue fruto de mi nueva exposición social, que hace que parece que ahora sea foco de interés. Por desgracia, tanto su beso, como sus intentos de retención, son en contra de mi voluntad. Liam no es mi pareja, ni lo será nunca.
Por respeto a mi familia, a la suya y a mí misma, os imploro, por favor, que el tema quedé como una mala anécdota que contar. Y aprovecho esta plataforma, que ahora se ha convertido mis redes sociales, para indicar a todas las mujeres, que nunca dejéis que un hombre os arrebate la capacidad de hablar por una misma. Ni de levantaros y decir no cuando sea necesario»
Todas las redes ardían con el mensaje que era tan claro y sincero como ella. El corazón de Jules ardía, las manos le picaban. Si estuviera allí, le partiría la cara a ese malnacido, a ese infeliz que la había dañado.
Ariel volvió a su hogar pasada la medianoche. Eva ya la esperaba en su portal. Y aunque no le parecía posible, Ariel volvió a llorar desconsolada. Y como en la universidad, ella fue su paño de lágrimas. Por la mañana, Sandra les había preparado una deliciosa tarta de manzana y desayunaron las tres juntas, insultando a ese innombrable. También, como en la universidad. Luego, Eva y Ariel se fueron a trabajar. Jesús la esperaba en su despacho. Cuando entró la abrazó tan fuerte que no podía respirar.
—Me ahogas —le dijo. Él la soltó y señaló:
—Le hundiré hasta que el apellido Archer desaparezca de la faz de la tierra —sus ojos brillaban de odio y ella rió. Río de verdad, como si estuviera loca. Quizá lo estaba. Pero esa forma tan sobreprotectora, le encogió el corazón— ¿De qué te ríes?
—No te pega esa imagen de pandillero —se sentó más ligera y señaló—: Pero me gusta la idea. Ese imbécil es lo peor de este mundo.
—Ni lo dudes. Los hombres así son basura, no merecen existir —durante un rato, Jesús fue como otra más de sus amigas, insultando al imbécil de Liam Archer. Finalmente, ella se atrevió a preguntar si Jules le había dicho algo. No la había llamado, ni le había puesto ningún mensaje. Pero sabía que había visto las redes. Jesús le confesó que habían hablado tras lo sucedido, Jules parecía muy molesto con lo que Liam le había hecho. Pero, su hermano llevaba un tiempo alicaído y estaba preocupado. Ella también lo había notado. Y la verdad es que...
—¿Por qué no vas a verle? —le dijo Jesús—. Necesito que alguien vaya a Gran Canaria por uno de los eventos de Puntal, que durará unos quince días. Podrías ir tú y estar con Jules. Creo que... tendríais que hablar.
—A lo mejor no quiere... —empezó ella, pero Jesús la cortó.
—Ariel, sé que no es de mi incumbencia. Pero, mi hermano, a su forma, quiere conocerte. Sé que, hay atracción entre ambos, pero también sois amigos. Creo que él necesita un amigo en estos momentos. Se siente culpable y perdido.
—Deja que lo piense —murmuró ella. Jesús asintió.
Ella sabía que él nunca le obligaría a hacer nada que ella no quisiera. Aunque su corazón no tenía nada que pensar. Los acontecimientos de las recientes semanas le habían hecho entender que Jules era su amigo. Además de estar loca por él, le quería y admiraba por quién era. Su nakama, su amigo. Él parecía triste y ella sentía que, en cierta manera, él la necesitaba. Por eso la llamaba cada noche. Por qué necesitaba hablar con ella. Ella debía ser justa con él, y anteponer sus sentimientos. Si quería ser su amiga, debía ser sincera. Finalmente, a media mañana, le indicó a Jesús que iría para el evento de Puntal. Pero, se tenía que llevar a sus gatos. Entre ambos organizaron el viaje. Se iría quince días a Gran Canaria, donde trabajaría en Puntal. Pero, sobre todo, vería a Jules. Esa misma tarde, después de comer, su hermano la llevó al aeropuerto y le dio un fuerte abrazo.
—Haz lo que el corazón te diga. Y no tengas miedo del exterior. Sé que temes que te haga daño, pero creo que él nunca te lo hará —su hermano lo decía de corazón. Él veía ese caparazón que la envolvía, pero que sentía que debía dejar atrás. Ella tenía que salir de ahí y ayudar a su amigo. Se lo debía. No podía dejarle solo.
La mujer apareció por la oficina, tal como ya había esperado Jesús. Había hecho bien en convencer a Ariel que se marchará. Ella tocó en su puerta y se apoyó seductoramente, aunque hacía años que a Jesús esa seducción se le antojaba vacía. A pesar de todo, puso su mejor máscara y sonrió alegre.
—¡Qué sorpresa verte, Laura! —ella le sonrió con alegría e hizo un gesto como de admiración, exigiéndole un cumplido que Jesús no sentía—. Estás preciosa —se saludaron con dos besos y ella teatralmente, se dejó caer en la silla, fingiendo como siempre.
—Pues estoy agotada, y aún con jet lag. Aunque, Canadá está precioso cubierto de nieve, no hay nada como volver a casa —su voz era demasiado dulce y arrogante al mismo tiempo. La odiaba desde que tenía memoria— ¿Tú, cómo estás?
—Estupendo, gracias por preguntar. ¿Qué te trae por España? Hacía tiempo que no venías...
—He venido a ver a mis padres estas fiestas. Se hacen mayores, no sabemos cuánto tiempo podremos disfrutar de tiempos así. Y no podía no ver a mis mejores amigos del mundo —dijo Laura Conde, accionista en buena parte de las empresas asociadas con los Larraga, incluida el instituto Conde y Larraga. Sus familias habían sido amigas desde que eran bebés. Laura era pelirroja natural, con un hermoso rostro afilado y cuerpo de infarto. Sin embargo, era ambiciosa y rencorosa. Todo lo que tuviera de hermoso, su personalidad se lo arrebataba. Jesús sabía que ella nunca había perdonado el rechazo de Jules a casarse con ella hacía menos de un año. Su padre, un hombre arrogante, la había casado a otro gran postor. Un empresario canadiense, del que él sabía muy poco— ¿Dónde está mi querido Owen? ¿Y el rompecorazones? —Jesús le contó lo que consideró necesario e ignoró el hecho de que ella estuviera ahí. De que su presencia amenazadora y molesta siguiera sobre ellos. Sin embargo, logró salir airoso y se alegró de que su hermano y Ariel estuvieran lejos de ello. Tenía aún tiempo para solucionarlo.
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