05.No me pidas más amor
Ariel se levantó de mala gana. No quería hacerlo; pero no le quedaba más remedio, puesto que el timbre de su hogar no dejaba de sonar. Eran las nueve de la mañana y se había quedado dormida en el sofá. No había puesto el despertador, ni siquiera se había acordado de ello. Abrió abajo, y escopeteada, se arregló un poco. Al menos, tener un aspecto decente. Estaba segura de que sería Jesús o Eva para desayunar. O, quizás alguien del trabajo, que venía a traerle algo. Así que abrió cogiendo las llaves para chocar con un cuerpo sólido, cálido y fuerte. Se giró esperanzada, pero de nuevo, como la noche anterior, solo era Liam.
—¿Qué quieres? —dijo entrando de vuelta a su piso. Él la miró algo sorprendido de su frialdad.
—Esperaba poder invitarte a desayunar —dijo mostrándole las bolsas de panadería. Liam le guiñó un ojo con alegría—, y aprovechar para hablar un rato.
—No me apetece, Liam. Tengo que ponerme a trabajar, voy tarde —ella fue a cerrar la puerta, pero él la sujetó con la otra mano—. Liam, déjame en paz, por favor.
—Vale, lo capto, nada de romanticismo. Pero puedo ser tu amigo, Ariel. Siempre nos llevamos bien, además estoy preocupado por ti —ella negó con la cabeza agobiada. No quería hablar con nadie. Y mucho menos con él. Miró su móvil, pero no había ninguna llamada ni mensaje. Sus amigos no habían dicho nada, ni tampoco...—. ¿No te ha escrito el casanova? —ella le miró molesta y Liam resopló. Le sonrió con dulzura—. Pasa de él. Anda, te he traído croissants de esos de chocolate tan ricos —Ariel le dejó pasar, sin saber muy bien porqué. Seguramente, era culpa del chocolate.
Sonrió un poco cuando Liam acarició a sus gatos y les hizo monerías. Quizá, tuviera que aceptar, que no era un ser tan horrible después de todo. Solo un hombre que había cometido errores, como todos. Juntos desayunaron en la mesa del comedor, poniéndose al día sobre su vida. Liam Archer llevaba dos de las empresas de su padre. El viejo Archer había repartido su patrimonio entre sus cinco hijos.Todos varones, por cierto, algo que siempre le había enorgullecido. Liam se ocupaba de las más modestas,aunque funcionaban bien. Se había comprado un adosado a las afueras de la ciudad y llevaba un año soltero. Por su lado, ella le contó sus novedades laborales, aunque obviamente, se calló muchos detalles. No podía hablar de nada realmente. A las diez se separaron con la promesa de comer juntos un día de esos. Ella se preparó para trabajar y pidió disculpas a Jesús por su retraso. Su mensaje de respuesta no tardó en llegarle.
Quedaron en verse a las dos. Sin embargo, cuando salió a su portal, Liam aparcaba. Confusa por su nueva aparición, le observó bajar del coche y acercarse.
—¿Otra vez aquí? —le preguntó Ariel sorprendida. Él se echó a reír e indicó:
—Me he dejado mi móvil personal esta mañana. Hasta ahora no me he dado cuenta. ¿Subimos? —ambos se encaminaron de vuelta a dentro y cogieron el móvil que seguía en la mesa de Ariel—. Estás muy guapa. ¿Vas a salir a comer con el casanova?
—No, con mi jefe. Con Jesús —le cortó ella tranquila—, tenemos muchas cosas de las que hablar.
—Yo tengo una comida de negocios aquí cerca. Un absoluto aburrimiento, aunque necesario —indicó, mientras ambos bajaban en el ascensor. Él la observaba muy atentamente, pero guardaron silencio. No incómodo, aunque extraño. Luego, salieron a la calle. Jesús ya la esperaba apoyado en su coche. Ella se despidió de Liam que se fue directo a su coche sin saludar. Jesús la miró extrañado por su compañía, pero no preguntó. Ambos se subieron a su coche y fueron a uno de sus restaurantes favoritos. Jesús parecía nervioso, y más comedido que de costumbre. Le habló de la entrevista, de la prensa y todo eso, casi como si fuera algo impersonal y no que le tocará de cerca. Como si hablarán de un desconocido de quien llevaban la marca. Obviamente, no le habló de Jules, algo que en parte, ella agradeció. Cuando llegaron al restaurante, la camarera los llevó hasta los reservados. Un comedor algo más VIP. Se sentaron en su mesa, el resto del local estaba casi vacío. Jesús pidió por los dos y ella se dedicó a observarle. Parecía cansado, más que nunca. Profundas ojeras enmarcaban su hermoso rostro y se le veía algo pálido.
—Dime la verdad, ¿está todo bien? —le preguntó preocupada, tendiéndole la mano, Jesús se la agarró con fuerza.
—Por suerte, sí. Hemos conseguido que todo haya quedado resuelto y la prensa apaciguada. Mis abogados siguen buscando quién fue el responsable de la filtración y... quién compró esas fotos. Jules había... bueno, pagado una considerable fortuna, para que no se revelarán —dijo incómodo y nervioso.
—¿Hablas en serio? —preguntó algo nerviosa y preocupada— ¿De cuánto dinero estamos hablando?
—No creo que eso importe, Ariel. Solamente es dinero —le dijo. En parte tenía razón, para ellos quizá no fuera nada. Pero a ella, le preocupó que Jules, hubiera recibido tal estafa.
—Pero... debería...no sé, recuperarlo —insistió.
—No te preocupes por eso, Ariel. Ya está todo solucionado. ¿Y tú, cómo estás? Eva me comentó que...
—Tan cotilla como siempre mi buena amiga y hermana. Estoy bien. Jules y yo... bueno, decidimos conocernos y eso. Pero... Es verdad, solo somos amigos. No sé por qué todo el mundo dio tanta importancia a eso. Y... —un grave saludo la interrumpió y la hizo girarse. No podía ser su suerte esa. Ahí estaba Liam Archer con sus socios. Él se acercaba tras hacer contacto con ella. Con elegancia y parsimonia llegó hasta su mesa. Tendió una mano a Jesús e indicó:
—Liam Archer, me gusta contarme entre los amigos de Ariel. Un placer conocerle, señor Larraga —Liam se giró para saludarla con efusividad. Demasiada para su gusto, demasiado cercano e informal. Divertido aseguró—: Al final, sí que comeremos en el mismo espacio, aunque no sea juntos. Nos vemos luego, bonita —Liam se alejó. En el camino, guiñó el ojo a una camarera, que sonrió coqueta. Ariel puso los ojos en blanco y se concentró en su comida. Lo mismo hizo Jesús, aunque su mirada le había seguido hasta la mesa. Dejaron el tema de Jules y las fotos aparte. Se pusieron un poco al día del trabajo. Pero sobre todo, hablaron de sus cosas como dos buenos amigos. Ariel se sentía más cómoda y relajada, mucho más segura al ver que su amistad seguía intacta. Sin embargo, tras casi llegar a los postres, Jesús rebufó exasperado.
—Ese tío no te quita los ojos de encima —Ariel no se giró para corroborarlo. Sentía la mirada de Liam clavada en la nuca—, ¿en serio sois amigos?
—Nos conocimos en la universidad. Estudiamos juntos la misma carrera y alguna vez... bueno, salimos por ahí juntos. No fue nada importante, de verdad —dijo ella sin darle la menor importancia. No quería hablar con Jesús de Liam. No de ese pasado doloroso y esa humillación. Siguió disfrutando de su delicioso postre. Jesús no volvió a tocar el tema.
Ambos se despidieron con la sensación de que la rutina había vuelto a sus vidas. Ariel sentía que estaba retomando el control, poco a poco, de esa sensación de pérdida que llevaba arrastrando varios días. De esa ingravidez que la envolvía. Esa sensación de no ser ella misma. Por eso, más confiada, fue a escribirle. Sin embargo, vio sus mensajes leídos y ninguna respuesta. Tampoco quería agobiarle tras todo lo ocurrido, por lo que si él quería decirle algo ya se lo diría. Cerró el móvil y se dedicó a ver una película. Llevaba la mitad, cuando el timbre de su hogar volvió a sonar. Esa vez, dejó que sonará y no abrió. No le apetecía ver a nadie. Suponía que, quizá, volviera a ser el pesado de Liam. Alguien a quién no le apetecía nada ver. En su lugar, subió el volumen. Sin embargo, se asustó cuando oyó la llave en la cerradura. Apagó el televisor y miró el pasillo. Él estaba ahí. Había venido a verla.
—No quería llamarte, ni ponerte un mensaje. Prefería hablarlo cara a cara. Perdona que no haya venido antes. Es que la verdad es que no sabía como... afrontar todo esto —la voz le sonaba grave y algo rota. Ariel le miró descolocada—. Aún sigo sin entender como pudo pasar. Lo siento. Lo siento tanto por todo lo que has tenido que pasar.
—No pasa nada. Es normal. Fue toda una locura... —dijo. Su voz temblaba. Igual que sus manos, se las agarró intentando no mirarle.
—He traído sushi, nakama. Pero, te debo una disculpa —musitó Jules. Ella se quedó quieta, mientras él se iba a acercando. Poco a poco. Paso a paso. Hasta quedar ambos cara a cara—. Lo siento, por irme como un loco y cometer un error tras otro. Únicamente quería protegerte y... solucionarlo todo para ti, para tu familia. No quería que sufrieras ni pensarás que...
—Jules... —ella le abrazó con fuerza y él le devolvió el apretón con cariño, soltando las bolsas. Fue como regresar a casa tras una tormenta. Encajar dos piezas que estaban separadas, cuando debían estar unidas. Jules le besó en la cabeza y ella se dejó arrebujar por sus brazos. Cálida, cómoda, alegre. Sintiéndose completa.
—Lo siento, Ariel. Perdóname, por favor... —susurró contra su nuca.
—Deja de disculparte. No fue tu culpa. Tú... sé que hiciste lo que pudiste para que no se publicara —evitó mencionar algo más del tema del dinero e insistió—: Pero ya está pasado. Ya está. Lo importante es seguir adelante.
Cenaron juntos en su sofá. Comieron sushi, mientras se reían de lo ocurrido. Como ella sabía que solo ellos podían hacer. Lo había sabido desde el primer día. Bromearon y estuvieron leyendo alguno de los comentarios más bonitos. Jules se fue relajando. Sin embargo, a pesar de que se sentía mejor. Sentía que ambos llevaban el freno de mano puesto, que intentaban más aparentar que todo estaba bien, que ser sinceros. Ariel no le invitó a quedarse, ni él hizo tampoco intención. Se marchó con un casto beso de despedida en sus labios y la promesa de verse tras la grabación del videoclip de Narkye de aquí tres días. Jules se fue y ella observó la noche estrellada. Había algo roto a pesar de que quisieran hacer que no. Más que roto, fuera de lugar. Y o lo comentaban, o entonces, sí que se rompería para siempre. Ella lo sentía así, pero no sabía qué. Quizá fuera que ambos habían negado tanto su relación esos días, que ya no tenía sentido retomarla. Se fue a dormir, algo confundida.
Jules había confirmado lo que Jesús había visto durante la comida. Lo que le había contado esa misma tarde, antes de que Jules se vistiera y decidiera ir a verla. Ariel no estaba bien. Era ella, pero no. Estaba demasiado calmada, aunque tensa. Demasiado feliz, pero sus ojos refulgían de tristeza. Estaba tan oculta en su caparazón que no se daba ni cuenta. De que ella no estaba ahí realmente. Demasiado insistente sobre olvidar lo sucedido, pasar página de todo. Jules sentía que también quería pasar página de él. Olvidarles a todos. Volver a recuperar el control de su vida y olvidar lo que una vez pudo haber sido entre ellos. La recordó temblando y golpeó el volante de su coche. Maldita sea, todo eso era su culpa. Ella estaba así por culpa de él. Sintió ganas de llorar, pero se contuvo. Condujo a casa y aparcó en el garaje de su hermano. Al que encontró en su enorme sofá, con su portátil. Parecía que estaba en Linkedin.
—¿Qué buscas? —preguntó a modo de saludo. Jesús dejó el portátil y se giró para observarle.
—Información sobre Liam Archer. Le he conocido hoy mientras comíamos. Me ha parecido un tío extraño. Parece que son amigos de la universidad —Jesús le mostró al impresionante y atractivo hombre que sonreía en Linkedin, su corazón retumbó incómodo—. Liam Archer, treinta y dos años. Repitió algunos cursos por zoquete, aunque tiene las mejores notas en su carrera y el mismo máster que Ariel. Es director de dos empresas del grupo empresarial del cual forma parte de la junta accionista, Displex. Sus otros hermanos se han repartido el resto de las empresas del grupo. No se le conoce pareja, ni mucho más. He buscado por Instagram, pero solo postea cosas de sus viajes.
—¿Por qué te ha dado mala espina? —dijo Jules, sintiéndose nervioso y algo revuelto. Ese hombre parecía muy seguro de sí mismo. Burlón, divertido y pícaro.
—Verás, sé que no te gustará oírlo, pero no paraba de mirar a Ariel como si esperará algo... —su hermano se mostró avergonzado y señaló—: No sé decirlo. Además, estoy casi seguro de que les vi salir juntos de su apartamento. Está claro que son amigos, pero me da la sensación de que hay algo más.
—¿Alguna vez te han dicho que eres un cotilla perdido? —le dijo poniendo los ojos en blanco. Intentando aligerar la tensión que sentía en su cuerpo. Jesús resopló y se levantó para irse a dormir. Sin embargo, Jules observó un rato más la mirada de ese tipo. Liam Archer. Guapo, atlético, interesante. ¿Era solo un amigo o Liam Archer era algo más para Ariel? ¿Quizá... se trataba de ese londinense de Ibiza que había conocido una noche? El hombre al que vio besar e hizo que su destino cambiará. Jules no lo creía. Cerró el portátil y se fue a dormir.
Jesús se levantó temprano y fue a desayunar dónde siempre. Ariel aún teletrabajaría unos días más, pero él quería volver a la oficina. A la rutina. A la vida de siempre. No la extraño verla sentada donde acostumbraban a desayunar todos los días. Jesús ya se había habituado a verla de negro y al sol. Siempre le recordaba a un precioso felino. Igual de peligroso. Eva le sonrió. Ambos se pusieron al día y hablaron de sus trabajos y de lo que habían hecho esos días que no se habían visto. Fue ella la que le preguntó:
—¿La has visto? —él supo a quién se refería sin necesidad de decir su nombre.
—Ayer fuimos a comer —le explicó su extraña sensación cuando la vio y Eva asintió.
—Se quedó un poco impresionada. Supongo que a todos nos hubiera gustado oír que él la amaba. Una declaración romántica. Pero, eso solo pasa en las películas. Démosle tiempo, a que ella se dé cuenta de que está con el freno de mano —Eva sonrío y señaló otros temas a comentar. Sin embargo, Jesús quería preguntarle algo antes de irse. Por eso, cuando ella se levantó le dijo, como si se acabará de acordar:
—Ayer conocí a uno de vuestros excompañeros de universidad. Estaba comiendo en el mismo restaurante cuando fuimos. Liam Archer, creo que se llama —Eva no dijo nada, pero él era muy intuitivo y se lo vio en el rostro. Era quien creía que era. El innombrable de su ex. El hombre que le había robado su felicidad, a quien Eva odiaba profundamente. Sin embargo, ella solo dijo, muy comedida:
—Hacía años que no sabía nada de él. Qué alegría tenerlo de vuelta —pero la mentira no era lo suyo. Hasta él notó la acidez en su voz. Y decidió que nunca querría a Eva como enemiga. Se despidieron y Jesús la observó marcharse. Eva iba a llegar tarde, porque seguro que iba a hablar con su amiga. ¿Qué había sucedido exactamente entre Liam y Ariel?
Ariel abrió contenta a su amiga, con su gato Berlioz en brazos. Sin embargo, no esperaba verla entrar como si fuera un toro de miura, contra algo rojo vibrante. En este caso, Ariel era el manto rojo. La cogió de los hombros y la zarandeó.
—El innombrable, ¿en serio? —ella negó con la cabeza y chasqueó la lengua frustrada. Anda que Jesús era bueno guardando secretos. Los dos eran unos cotillas imposibles. Dios los cría, y ellos se juntan.
—No es lo que crees... —empezó ella, pero Eva le cortó con un mal gesto.
—Lo que creo es que es un trepa y un imbécil aprovechado. Siempre igual. No sé por qué sigues soportándolo o quedando con él —dijo enfadada.
—Eva, solamente vino a desayunar y se dejó el móvil —Ariel se arrepintió al instante de lo dicho, porque estaba claro que Jesús no sabía de la primera visita, solo de la comida. Negó frustrada.
—¿Qué le has visto en más sitios, además del restaurante? —Ariel negó molesta y Eva levantó los brazos exasperados—. Liam no es bueno, Ariel. Nunca lo ha sido. No confíes en él, ni vuelvas a caer en sus... artimañas. Sé que es guapo, pero es malo. Malo, de verdad. No tiene nada de bondad en su interior.
—Nadie es bueno al cien por cien —replicó a su amiga. Sabía que era una discusión pérdida, ambas lo sabían. Además, Ariel no iba a dedicar ni un segundo más a Liam. Tenía que acabar de trabajar y luego quería acabar la película interrumpida el día anterior.
Ese cerdo de Liam no se merecía ni su tiempo, ni sus molestias con sus amigas. Liam era el pasado. Pasado enterrado. Por lo que dejó que su amiga se marchará enfadada. Sin ganas de seguir con el tema. Luego, pasó el día algo molesta, pero intentando no pensar en ello. Cenó y se acabó la película. Sin embargo, no podía dormir. Algo se removía dentro de ella, y cogió el teléfono. Sin embargo, sonó desconectado. Debía estar ocupado. Se puso a hacer zapping en la tele y acabó encontrando uno de esos programas malos del corazón. Estuvo un rato mirando las redes, mientras de fondo oía el programa. A las doce, saltó una noticia. Ella miró la pantalla alucinada. Ahí estaban los tres. Guapísimos, atractivos, elegantes. Iban cada uno con una preciosa mujer. A cada cuál más guapa. Salían de un restaurante de esos dónde apenas se come y te clavan un riñón por plato. Los que gustaban a Jesús, por supuesto. La presentadora indicó:
—Parece que lo que el otro día dijo nuestro amado Z-Lech es cierto. Muchos incrédulos negaron las afirmaciones de solo amistad del cantante, pero para los fans de las películas románticas, está claro que esto no es una película. Al famoso productor se le acaba de ver muy feliz. Saliendo de un local con otra joven muy sonriente. Ella no es desconocida, ni anónima. Se trata de la modelo argentina Paola Vega —los corazoncitos inundaron la pantalla.
Las redes se llenaron de comentarios. Y, sobre todo, en una guerra abierta entre quién prefería a la modelo Paola, o a la insípida Ariel. Durante un rato, ella estuvo leyendo comentarios grotescos entre unos y otros. Muchos las trataban como ganado. Apagó la televisión y su piso quedó en completo silencio. Cómo su corazón. Que no parecía dispuesto ni a romperse ni a dolerle. Se sintió indiferente. Era algo que ya sabía desde el principio. Él no la amaba, solo eran amigos. Solamente eso. ¿Cómo pudo creer que él la podría amar? Ella era una más. Y él podía tener a muchas mujeres únicas y preciosas.
—Tienes que salir tú a negarlo y hacer pública de una vez por todas vuestra relación —le insistió Jules agobiado. Owen le miró molesto. Su amiga negó. Paola y él se conocían desde hacía más de diez años. Coincidieron en un acto y se hicieron inseparables. Esa noche habían salido a cenar con su prima Begoña y la novia de Paola, Sarah. Ambas eran modelos, y ambas tenían prohibido salir del armario. Algo aberrante. Él no lo entendía. Pero, siempre lo había respetado, hasta ese día.
—Sabes por qué no podemos hacerlo. Sería el fin de nuestra carrera —comentó Sarah nerviosa. Jules volvió a marcar el teléfono de Ariel, pero no obtuvo respuesta. Le puso un mensaje, pero no le salió recibido.
—Además, siempre me va bien que me relacionen un tiempo con algún chico guapo —Paola sonrío intentando bromear sobre lo sucedido. Su novia le hizo una mueca. Todos eran conscientes de que no era momento para bromas. Jules estaba muy agobiado. Volvió a escribir cuando la vio en línea, pero nada. Sus mensajes seguían sin recibirse.
—Ve a verla y díselo —le propuso Begoña. Jesús le pasó una copa, ella le miró agradecida. Esos dos llevaban tiempo tonteando y esa noche, estaba claro que iba a pasar algo entre ells. Pero, Jesús miró a su hermano. Sus ojos estaban velados. Nervioso indicó:
—No quiero darle más problemas. Además, ella no parece querer hablar conmigo. Será mejor que pase la noche y mañana lo veré todo de otra manera —Jules dejó a sus amigas y su familia. Subió a su dormitorio. Intentó dormir, pero no concilió el sueño tras ver tantos comentarios comparándolas. Maldita sea. No paraba de equivocarse. Una y otra vez.
Eran las doce del mediodía y llevaba muy atrasado el informe. Nunca había estado tan distraída y desconcentrada en su trabajo. Lo estaba haciendo todo al revés. Casi como si fuera una réplica del desconcierto que reinaba en su vida. Sus redes no dejaban de subir de seguidores. Las había tenido que privatizar, pero las notificaciones seguían llegándole. Mil quinientas en el último día. El teléfono sonó otra vez y esa vez sí lo cogió, sin importarle quién fuera. Tenía ganas de gritarle a alguien. De ser desagradable. De sacar ese malestar que sentía por alguna parte.
—¿Diga?
—Hola, Ariel. Soy Liam. Me preguntaba si te apetecería que saliéramos hoy... —ella suspiró exasperada.
—No me va bien, lo siento —colgó al pesado de su ex y desconectó el teléfono. Había dejado sin leer los mensajes de Jules a propósito. Aunque estaba deseando hacerlo, pero no. Ella se había prometido retomar el control de su vida. Centrándose en el trabajo y la familia. Jules tenía amigas. Muchas amigas. Ella ya lo sabía. No era culpa de él. Y ahora, si hablaban, solo estaría exigiéndole algo que él no tenía por qué darle. Algo que no le debía. No eran pareja. Nunca lo habían sido. Y, sus estúpidos sentimientos solo iban a complicarlo todo. El día fue pasando y al menos, le consoló pensar que al día siguiente era sábado. Un fin de semana de desconexión, lectura, relajarse le vendría muy bien. Sin embargo, cuando oyó la llave al final del día, maldijo por dentro. Ella le sonrió, aunque sintiera que le dolían las comisuras por la falsedad.
—Pensaba que nos veríamos tras el finde —indicó indiferente. Fingiendo que estaba ocupada, que se sentía ligera. Que no había tensión. Que no sentía nada.
—Ariel, quería explicarme. Sé lo que se está diciendo, pero Paola es una amiga y... —empezó él, algo nervioso. A ella le retumbó el corazón. Se obligó a decir:
—No tienes que darme ninguna explicación, Jules. Somos adultos. Tú tienes tu vida y yo la mía —su corazón pinchó, pero ella lo ignoró bien segura dentro de su caparazón. El dolor era bien merecido, porque todo eso era su culpa. Por enamorarse—. ¿Estabas preocupado?
—Yo... —parecía descolocado y más cuando vio como ella se levantaba y se acercaba sonriendo—. Sí lo estaba. No quiero que sufras por mi causa. Ni que se diga nada de lo que se está diciendo. Paola no es más que una amiga. Mientras tú eres...
—Pues ya ves... estoy bien —ninguno de los dos se lo creyó, por lo que Jules la cogió del brazo y se la acercó. La cercanía de él era mareante. Ariel deseaba pasar sus brazos por sus hombros, besarle. Rogarle que la amará solo a ella. Pero se contuvo. Él no la amaba, y le mentiría solo por hacerla sentir bien. Le obligaba a algo que no era.
—Ariel, dime la verdad. Tú nunca me engañas. ¿Por qué ahora actúas así? Sé lo que duele sentirte tan expuesta, que la gente opine de ti. No quiero causarte ese dolor. Me mata hacerlo. Debes saber la verdad. Yo quería decirle a todo el mundo en la entrevista que quiero estar contigo —Ariel abrió los ojos sorprendida, ¿porque decía eso?—. Es la verdad. Yo no quiero conocer a nadie más. Me gustas tú. Que digo, me encantas —ella sonrió, pero no era su sonrisa de verdad. No la que él necesitaba ver, la que ella necesitaba sentir—. Ariel, despierta. Te has vuelto a encerrar dentro de ti. Y lo entiendo. Lo comprendo. ¿Quién querría estar fuera con todo lo que está pasando? Pero Paola es una amiga mía de hace años. Ella es ... bueno, te la tengo que presentar y ella decide si contártelo. Pero, por favor, Ariel no quiero que no seas tú conmigo. Si quieres enfadarte y gritarme, hazlo. Dime lo que quieras, pero por favor —él apoyó su frente contra ella—, sal de ahí, caracol —ambos se quedaron muy quietos.
Ella casi sintió como su cuerpo golpeaba contra ese duro caparazón. La Ariel que ella era, intentando escapar. Pero, su corazón dolorido la frenaba. Le recordó la ilusión del primer amor con Jesús y lo ocurrido tras ello. Recordó ese día de la fiesta, la gente riéndose y burlándose de lo que había compartido en su intimidad con él. Los años que pasaron de insustancial desconfianza hasta conocer a Liam. No hubo amor, no hubo tanto como eso. Hubo encaprichamiento, incluso dependencia. Y ese día, ese horrible día, donde le oyó decir ante el resto porqué estaba con ella. El sentirse usada, pisada, menospreciada, humillada. Pensó en Jules cuando ese verano la conoció. Tantos recuerdos juntos y, sin embargo, lo negó todo. Ni siquiera una amiga especial. Nada. Ella no era nada para él. No era nada para ninguno. Por eso no podía salir. No de ahí. No del único lugar donde nada le dolía. El timbre sonó y ella se separó para ir a abrir, confundida. Más aún cuando Liam entró. Ese Liam, alto y hombre, no como el de sus recuerdos. La observó confundido y luego miró hacia Jules.
—Perdón, no sabía que estabas ocupada. Ya me marcho —su voz sonaba ronca y extraña. La voz de un hombre, no de un chaval.
—Yo... —ella quiso decir algo, pero no lo dijo. Estaba tan cerrada en sí misma, que todo lo vivía lejanamente. Como si le estuviera pasando a otra persona. Liam sonrió y le dio un beso en la frente.
—Aprovecha hasta que se canse, cariño. Las estrellas son así de caprichosas —esa frase fue la que cerró la puerta definitivamente para ella. Nunca volvería a salir. No de su caparazón. Todos ellos eran estrellas y ella no era nada. Insignificante como cuando tenía quince años. Llevaba viviendo quince años más con ese uniforme prestado, pensando que podía tener un lugar en ese mundo. Liam la miró sonriente y ella le correspondió la sonrisa.
—Julián ya se iba, Liam. Solo ha venido a saludar —dijo. Se giró hacia el interpelado que la miraba sorprendido. Buscando algo en su rostro que ya no encontró—. La verdad es que estoy muy cansada y necesito dormir. Un fin de semana reparador me vendrá muy bien. Nos vemos el lunes, Liam —cerró la puerta y se acercó hasta su sofá. Cogiendo a Berlioz en el transcurso. Jules la miró confundido y ella señaló—. Devuélveme la llave, Julián.
—Yo no soy Julián —él la miró enfadado. Enfadado de verdad, como nunca la había mirado—. Soy Jules. Y no me voy a ir. No hasta que te saque de ahí. Y vuelvas a ser mi Ariel. Mi Ariel.
—Te guste o no, eres Julián Larraga. No puedes ser nadie más y yo no querría conocer a nadie más —señaló Ariel—. Y no tienes que sacarme de ningún caparazón, Julián. Porque también, te guste o no, es la única forma de sobrevivir para la gente como yo.
—¿Cómo tú? —le preguntó él. Las manos le temblaban, ella supuso que estaba enfadado. Cómo ella. Ella también lo estaba.
—Insignificante y pequeña —Ariel se levantó y se acercó hasta él. Le cogió la llave de sus manos—. Es lo que he aprendido a lo largo de mis casi treinta años. Que este mundo se divide en dos: quién tiene sitio y quién no. Hay privilegiados que tienen lugar para vivir. Pero existe todo un conjunto de gente que no lo tenemos. No tenemos lugar para vivir, ni privilegios para soñar. ¿Crees que no habrá en el mundo millones de niños que sueñen ser como tú? —le gritó Ariel furiosa. Aunque él no tenía la culpa. No tenía la culpa de nada de lo que ella sentía en ese instante. Esa rabia profunda e inexplicable— ¿Sabes cuántos lo lograrán? Cero. No por falta de talento, sino porque muchos no tendrán sitio.
—Ariel, tú no eres insignificante. No eres menos que yo. Es más... diría que eres más. Eres más fuerte, inteligente y... —él la miraba dolido, triste. Le tendió las manos para abrazarla. Ella se apartó.
—No necesito que me alabes, Julián —ella se sentó, alejándose de él furiosa. Observó la noche estrellada a través de la ventana—. No necesito que nadie se ocupe de mí. Toda mi vida he sido una carga, una molestia, una persona que no debía estar allí. Incluso cuando creía que lo hacía bien, siempre algo me lo recuerda. Llevo una vida de prestado —las lágrimas refulgían en sus ojos y cuando él fue a cogerle las manos, ella se las apartó otra vez—. Deseaba tener más. Siempre deseaba tener más. Más juguetes, mejores ropas, más amigas. Una casa más lujosa. Un coche mejor. Mis padres trabajaron para darme tanto, Julián. Y yo no lo veía. No les disfrutaba. No pasé tiempo con ellos. No lo vi hasta que no estuvieron ahí. Hasta que no había comida en la nevera, hasta que veía a mi hermano agobiado por sacarnos adelante. Cuando veía sus manos llenas de heridas. Su vida sin luz. Todo por darnos un hueco para vivir y ser felices. Y jamás, deshonraré lo mucho que él ha luchado por darme esto. Jamás. Prometí que nunca desearía más que lo que la vida pueda darme.
—Ariel, no es así. Tú merecías todas esas cosas. Te las mereces. Tu familia, también. Os merecéis el universo entero. Mucho más que yo.
—Quiero que te vayas, Julián. Quiero que vuelvas a tu vida y yo a la mía. Que volvamos a tener cada uno su lugar. El que nos corresponde. Te guste o no — sabía que tenía que irse. Tenía que dejarla ahí. Ella necesitaba estar sola. Necesitaba volver a ser feliz con su soledad, consigo misma.
****
Jules necesitaba encontrar la forma de hacerle entender lo especial que era ella. Lo maravillosa que era. Él sí que no era nadie. Un fracasado con dinero. Un inútil al que toda la vida, su padre había mangoneado. Un camorrista. La música sonó en su mente, componiéndose sola, mientras la observaba. Ella. Su luz. Su único camino. Lo estaba perdiendo. Como dijo la estaba oscureciendo. Debía dejarla. Debía darle ese espacio. Y, sobre todo, si la quería, no podía seguir haciéndole daño de esa forma. Jules le dio un beso en la frente y le prometió que volvería. No iba a dejar que ella se sintiera así. E hizo lo único que sabía que podría ayudarla. Llamó a su hermano y le esperó en el portal. Tonik no le dijo nada. Él no merecía nada mejor que su desprecio. No iba a dar más explicaciones. Se esperó hasta que su hermano se perdió escaleras arriba. Luego, cogió el coche y condujo hasta el aeropuerto.
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