04.Me quedaré

Ariel salió agotada del avión. Le dolían las piernas al estar sentada tanto rato. Una enorme tormenta, les había mantenido un par de horas más de vuelo, hasta poder aterrizar. Fue a recoger su maleta y marchó hacia fuera. Deseando ver el exterior. Emocionada por encontrarse en Ibiza. Cuando salió a la zona de pasajeros, su corazón latió apresurado, al ver a Jesús pasear nervioso. Corrió para disculparse. Jesús, al verla tan preocupada, le indicó que la compañía de vuelo ya les había avisado del retraso. La sonrisa iluminó su rostro. Por fin estaba allí, empezaba la aventura. Jesús condujo por Ibiza con seguridad. Parecía que conocía la isla y ella se relajó sentada como copiloto. Ambos hablaron del vuelo y de las tormentas. Fuera seguía diluviando, aunque el calor era sofocante. Ariel nunca había estado allí, y no podía parar de mirar boquiabierta, por la ventana. La verdad es que nunca se había planteado si la isla le gustaría, ya que nunca le había llamado la atención. En fin, creía que la sobreestimaban, y que la gente la quería más por su popularidad, que por la realidad. Además, su mala reputación era precedente para no gustarle. Sin embargo, con cada calle que pasaban, se enamoraba un poco más. Le encantaba su blanco, su empedrado, su cielo lluvioso, su mar, hasta su olor. Maldita sea, que poco se aferraba a su propio criterio. Pero Ibiza se había ganado un huequito en su corazón.

Jesús le indicó que había alquilado una villa a las afueras. Él estaba reformando un gran hotel en el centro para su propia cadena. Igual que con los hoteles en Gran Canaria, quería que fuera acogedor, pero a la vez lujoso. Un sitio especial. Al día siguiente, le informó de que tenían una reunión con los asesores del proyecto; aunque esperaba tener un buen rato antes, para visitarlo con ella. Parte también de mudarse a la isla un largo tiempo, es que su hermano Z-Lech, tenía varios shows cerrados. Eran en una de las salas de fiestas más conocida de la isla. Owen, sin embargo, estaba de vacaciones y adoraba la isla. Quería aprovechar para estar con sus primos tras un tiempo largo viajando y trabajando.

Jesús aparcó en una de esas villas tan parecidas unas de otras. De blanco inmaculado y palmeras. No era un hogar ostentoso. Era una casa de estilo ibicenco, blanca, rectangular y moderno. Para nada su gusto, por supuesto. Pero no sé iba a quejar. Dejaron el coche en un garaje lateral ya ocupado por dos coches más. Jesús le fue mostrando la impresionante construcción. La casa contaba con tres áreas separadas, parecidas a tres grandes cubos que conectaban entre ellos. El más grande, era donde estaban: el garaje y la puerta de entrada. Además, contaba con un amplio vestíbulo, que abría a una terraza espectacular. Además de llevar a una impresionante piscina. En el centro del cubo, Jesús le indicó que había una gran cocina, con una mesa para seis personas. A la izquierda, había un comedor que era demasiado grande para ellos. Tras la cocina había un largo corredor que conectaba con el otro cubo-vivienda, al menos así lo iba a llamar ella. Jesús le indicó que sería usado por Owen y Jules. Ya que contaba con un pequeño estudio, que Jules ya había adaptado para su trabajo. El cubo también abría a la piscina y contaba con varias habitaciones, un salón y un pequeño gimnasio. Ya de vuelta en el vestíbulo, Jesús condujo a Ariel por una escalera a los pisos superiores, que disponían de dos baños, una enorme terraza con jacuzzi y dos despachos.

 —Me he tomado la libertad de traer nuestro equipo de oficina aquí. Yo me quedaré con el de la derecha, tú el de la izquierda. ¿Te parece bien? —el despacho de Ariel tenía vistas al mar, el de Jesús al bosque. Ariel supuso que la elección era por ese motivo. Las vistas al mar eran hermosas, y la verdad es que eran sobrecogedoras. Sin embargo, extrañamente, a ella no le gustaba el mar. Hubiera preferido el bosque. Aunque no iba a discutir una decisión tan aleatoria.

Jesús le siguió enseñando el hogar. Bajaron la escalera y tras el comedor, recorrieron un largo corredor que acababa en el tercer cubículo. También contaba con un gran salón, decorado en tonos turquesa. Uno de sus colores favoritos. Un sofá en forma de ele, color crema, estaba repleto de cojines. El salón abría a la terraza. Jesús señaló que ese sería su salón, y que podía usarlo cuando quisiera. Había otro baño en la planta baja y un pequeño bar con nevera. A la derecha había una gran habitación con salida a la piscina que sería la de Jesús. Subiendo un tramo escaso de escaleras, Jesús le enseño lo que sería su cuarto. Una gran habitación con vistas a la piscina desde su terraza. También contaba con su propio baño y un pequeño escritorio. Ariel miró alucinada el espacio.

—Esto es más grande que toda mi casa —dijo sin poderlo evitar. Jesús se echó a reír alegre y relajado.

—Además de este cuarto, hay otro al final del pasillo. Si no te gusta, puedes instalarte en el siguiente. O por si quieres invitar a alguna amiga o...

—Pues eso sería genial. Mi hermano vendrá a visitarme en agosto con mi sobrino y...

—Pues entonces, decidido. Habitación adjudicada para agosto —Jesús se cruzó de brazos y señaló—: Te dejo ponerte cómoda. Debes estar cansada del vuelo. Tómate la tarde libre, descansa y mañana ya empezaremos con una primera reunión de presentación y... luego, bueno el hotel. Ya tendrás un día intenso —Ariel asintió. Jesús cerró la puerta y la dejó en la relativa intimidad del hogar. Su hogar temporal.

Aprovechó para llamar a su hermano, y le mostró por videollamada su cuarto y las vistas. Ninguno de los dos había visto tanto lujo en su vida. Tanto espacio. Aunque fuera pijo e impersonal, también era acogedor. Lo que les divertía y daba un poco de envidia. Ciertamente, con el señor Miró, ella había visto habitaciones parecidas, pero no había podido disfrutarlas realmente. No había podido relajarse en ella como iba a hacer aquí. Tras intercambiar datos del vuelo y su nuevo hogar, colgó a su hermano y se puso a ordenar su ropa. Llenó el armario con sus cosas. Se dispuso a hacer lo mismo en el baño. Iba a pasar casi dos meses allí, lo mejor es que fuera como su propio hogar. Tras ordenar, algo que siempre la hacía sentir mucho mejor, decidió que era hora de salir. Además, de darle ese tiempo para reorganizar sus propios pensamientos. Aprovechó para ducharse y ponerse ropa cómoda. Se alegró de haber incorporado varios pantalones leggings negros y camisetas decentes, aunque fueran cómodas. Ya la habían avisado de que convivirían juntos, por lo que ponerse sus desvencijados y pequeños pijamas, no era una opción. Al menos, no cuando pasará rato con ellos. Tras ponerse cómoda, se soltó el pelo y bajó descalza, dispuesta a sentarse en el comedor. Quizá pudiera disfrutar de una buena película con la lluvia. Pero cuando llegó al precioso salón, este estaba ocupado. Todos iban bien vestidos y arreglados.  Jesús, aun en camisa y pantalón de pinzas beige. Owen con igual camisa blanca, pero pantalones oscuros. Además, de Z-Lech con unos tejanos y camiseta blanca. Estaban sentados en el sofá charlando. Le temblaron las manos. Incómoda. Sin dejarse avergonzar, puesto que iban a convivir juntos, entró en el salón.

—Ariel, ya le he contado a mis hermanos cómo ha ido el vuelo —dijo Jesús. Ambos se levantaron para saludarla, dándole un fuerte apretón de manos. Ella se sentó algo más tiesa a cómo lo haría en su sofá—. Comentábamos que era una pena que hayas llegado un día tan lluvioso. No vas a poder disfrutar de la piscina.

—Me encanta la lluvia —les respondió sonriente—. Siempre me ha gustado. Me gusta mucho el otoño y el olor a tierra mojada —cuatro pares de ojos se abrieron incrédulos, los de Z-Lech, ocultos tras sus gafas, no supo que pensaban—. ¿Qué pasa?

—Yo también prefiero la lluvia. Es muy romántica —dijo Owen, desabrochándose un botón de la camisa. Era muy atractivo, y se notaba que lo sabía. Cada movimiento estaba calculado para gustar. A Ariel se le secó la boca y enrojeció apartando la mirada. Sin duda, era un seductor y le gustaba. De esos hombres ella había conocido muchos. Era mejor huir despavorida. Siempre.

—Sí, bueno, hasta que te besan bajo la lluvia y tu ligue te recuerda a un sapo empapado —los tres se rieron. Ella consiguió respirar más calmada. Esos seductores ya no la impresionaban. En verdad, no la había impresionado nunca desde que ocurrió lo de su expareja. El innombrable. El único capaz de dañarla, además de Jesús. Sonriente, y algo más cómoda, subió los pies al sofá para acomodarse. 

Los tres empezaron a charlar, animados, sobre el día, la lluvia, los planes, los besos de película y lo que era besar para un actor. En ocasiones la incorporaban en la conversación, mediante comentarios y bromas para relajarla. Lo cierto es que, pronto, se sintió cómoda en su compañía. No tenía que fingir ser alguien que no era. Era realmente agradable compartir el rato con ellos. Ariel dedicó tiempo a observarlos y ver como funcionaban. Se trataban como hermanos, y así se referían entre ellos. Se entendían con una sola mirada y se complementaban muy bien. Se notaba que habían crecido juntos y se querían. Owen era charlatán, ligón y bromista. Jesús era serio e intentaba centrar la conversación, algo de lo que los demás se reían. Z-Lech, en cambio, era irónico y algo cínico, parecía demasiado serio. Aunque no se tomaba nada en serio, en verdad. Hacían buen tándem. Como la lluvia no paraba, Owen indicó que iba a ir a matar el rato en el gimnasio. Algo que secundó Jesús. Ambos se marcharon y ella se levantó para coger el mando. Sin embargo, se percató de que Z-Lech seguía allí.

—Voy a ver una película —le indicó. Pensaba que él se levantaría para reunirse con los demás. Pero, únicamente, comentó: 

  —Me parece bien. Me gusta todo.

Ariel puso una película bastante aburrida, que eligió al azar, aunque al final iba cogiendo intensidad. Z-Lech se quitó las gafas, aunque ella evitó fijarse mucho en su rostro. No es que no quisiera verle, es que no quería quedar como una cotilla. Intentó concentrarse en la película. Cómo salía en «Recomendados» esperaba que estuviera mejor. Sin embargo, hacia la mitad del rato dejó de prestar atención para escuchar los comentarios irónicos de su acompañante. Tanto sobre los actores, como el argumento. A pesar de ser un muermo de película, se la pasó riendo y haciendo comentarios jocosos con su acompañante. Cuando acabó fuera ya había anochecido. Ella se levantó para recoger, cuando Z-Lech señaló:

—Ariel, ¿puedo preguntarte algo?

—Por supuesto —indicó Ariel girándose para mirarle—. ¿Ocurre algo?

—Mi hermano Jesús confía en ti. ¿Puedo confiar en ti? —la pregunta la dejó descolocada y únicamente asintió. Él añadió entonces—: Entonces, por favor, dime que esto quedará entre nosotros — Ariel volvió a asentir— ¿Tienes pareja?

—No —musitó ella en un susurro sorprendida, para añadir nerviosa—. Hace mucho tiempo que no.

—Vale, eso está bien —dijo él.  

  — Perdona, pero, ¿puedo saber por qué? —dijo sorprendida y algo confusa. Tanto por la respuesta, como por el tono.

—Porque todos nosotros estamos solteros. Además, mi hermano Jesús estaba algo preocupado sobre el hecho de que vivieras aquí con nosotros. Aunque, tampoco es que podamos pedirte que te mudes dos meses y que busques tu propio lugar, pagar alquiler, etcétera. Ninguno sabíamos si tenías pareja, y... hemos tenido desafortunados incidentes con novios desagradables. Eso preocupaba a mi hermano, pero le daba vergüenza preguntar. Le pareció inapropiado. Así... que lo he hecho yo.

—Vale, entiendo —la verdad es que tenía razón. Ella no se lo había planteado—. Sí... es un poco raro vivir con tus jefes, pero creo que estaré a gusto aquí.

—Sí, yo también lo creo —ella se dispuso a marchar, cuando él le indicó—: ¿No recoges los cojines?

Ella le miró algo extrañada, pero puso los cojines en su sitio. Luego, riendo, él también se levantó, ordenó los suyos. Algo confusa y sorprendida se dirigió a su cuarto a buscar una chaqueta. El calor había dejado paso al fresco. Luego iría a por algo de comer. Quizá pasará la noche hasta tener sueño leyendo un buen libro. Unos golpes en la puerta la asustaron. Abrió y le sorprendió encontrarse con Jesús con el pelo empapado y en ropa cómoda.

—¿Qué te ha dicho exactamente el imbécil de mi hermano Jules? —su mirada echaba chispas.

—Nada —Ariel rió divertida y se prometió guardar el secreto de la pregunta. Jesús suspiró exasperado.

—No puedo decirle nada en confianza. Es un bocazas —la miró y señaló—: No quería que te tomarás la pregunta como una indiscreción. Tu vida personal es tuya, no tienes por qué comentarla si no te sientes cómoda. Es solo que... al ser tres hombres, pensamos que quizá... bueno, somos unos anticuados, podrían gustarte las mujeres. Ya ves...

—Pues no tengo pareja. No te preocupes, no me siento incómoda al decir algo así —Ariel volvió a reír.

—Yo tampoco tengo —musitó Jesús—. Quid pro quo, ¿no crees? Y por si te lo preguntas, ni Owen ni Jules tienen. Nadie les soporta, pero no les digas que te lo he dicho —señaló, ella volvió a reír—. ¿Tienes hambre? —asintió. Comentando la reunión del día siguiente bajaron a la cocina.

Jesús echó un vistazo a la nevera, pero había escasas existencias. Ariel anotó en las tareas: hacer la compra. Jesús le indicó que no hacía falta que comprará ella, no era su trabajo. Una vez en semana venían dos mujeres a hacer la limpieza y hacer la compra. Pero Ariel negó, le gustaba hacer ese tipo de cosas. Además, a ella le gustaba comprarse sus caprichos. Owen sugirió pedir unas pizzas. La comida no tardó en llegar a pesar del lluvioso día. Sin embargo, quedó más sorprendida por la cantidad, que por la rapidez.

—Pronto entenderás por qué. Aparta tu ración de antes —le sugirió Jesús. Se guardó varias porciones. Ella imitó el mismo gesto. Z-Lech cogió una pizza para él solo.

—No puedes hacer eso —se quejó Owen— Tenemos una invitada.

—Jesús ya le ha dicho que coja sus porciones. Haz tú lo mismo. Te he dejado media para ti solo —respondió Z-Lech, quitándose las gafas y la gorra. Su rostro cambiaba totalmente. Era sorprendente. Era otro totalmente.

—Pero a mí me gusta esa —indicó Owen—. Dame dos trozos de esa por uno de estos. Yo soy más grande y he estado toda la tarde en el gimnasio, mientras tú has estado tirado viendo la tele.

—Pero no he comido palomitas —comentó.  

La discusión se prolongó un rato más, mientras Jesús y Ariel comían sus porciones. Sonrió cuando al final, ambos a punto de estallar, dejaron dos grandes trozos que Jesús acabó por comerse entre risas. Finalmente, Ariel agradeció que Z-Lech se hubiera acordado del postre. Se repartieron el helado en grandes copas, aunque él, por supuesto, repitió. Cansada y satisfecha, subió a su cuarto, dispuesta a leer y relajar su nerviosa mente. Al día siguiente empezaba su trabajo de verdad. Estaba ilusionada, emocionada, encantada. De nuevo, unos golpes la sorprendieron. Abrió antes de llegar a estar verdaderamente cómoda.

—Solamente venía por si necesitabas algo —dijo Owen pasándole una gran botella de agua. Agradecida la cogió, él se apoyó en el umbral y señaló—, y avisarte de que no te enamores de mí.

—¿Qué? —dijo girándose estupefacta.

—Sabes que estoy soltero. Y, bueno, todas las mujeres lo suelen hacer. Incluso gran parte de los hombres. Mírame —por supuesto ella le miró. Era glorioso. Increíblemente atractivo, musculoso, y con ese toque rebelde y desenfadado que le volvía un auténtico seductor. Sin embargo, no era para nada alguien de quién pudiera enamorarse. Al menos, no de verdad. Su actitud pasota y bromista no encajaba para nada con ella.

—Creo que has tocado con la horma de tu zapato, amigo. Porque no creo que pueda enamorarme de ti tras verte zamparte toda esa cantidad de pizza —señaló Ariel divertida.

—¿Por qué? Muchas mujeres me consideran realmente atractivo cuando como y converso —indicó Owen, cruzándose de brazos desafiante. Seguramente era cierto. Estaba segura, pero no ella. Ella estaba curada de espantos.

—Quizá, pero... yo no. Además, no dejo de ver ese enorme trozo de orégano en tus dientes —él pasó urgente al baño, para salir con cara mosqueada, mientras ella se partía de risa.

—No es gracioso mofarse de la comida entre los dientes —dijo muy serio.

—No, no lo es —dijo también ella poniéndose seria—. Tranquilo, tu corazón está a salvo. Porque cariño, si me lo propongo, podría llegar a enamorarte yo a ti —él sonrió picarón, para luego revolverle el pelo como un hermano mayor. Owen era alguien divertido, cercano y la hacía sentirse muy cómoda

—Me gustaría verte intentándolo, sirenita —luego, con una deslumbrante sonrisa, se marchó.

Ariel no pudo evitar volver a partirse de risa. Se sentó en la cama y se puso a leer, media hora después unos golpes en la puerta la hicieron suspirar. Le dijo a quién fuera de los hermanos que pasará, aunque de nuevo era Jesús. Agotada de abrir puertas y dejar pasar.

—Por enésima vez en el día de hoy, disculpa el comportamiento imbécil de mis hermanos. Son como adolescentes, la verdad es que no sé como controlarlos. De verdad... ¿Te estás replanteando mi oferta? Puedo pagarte más, te lo aseguro, pero no me dejes.

—Claro que no. Es muy divertido. Nunca había convivido con otra gente aparte de mis hermanos. Es un cambio agradable...

—¿De verdad? Eres una mujer maravillosa, Ariel —lo dijo de pasada, casi como sin pretenderlo. Ambos se miraron algo nerviosos y Jesús volvió a darle las «buenas noches». Pero, ella divertida, señaló:

—Oye, ya que no nos han dejado mucho postre... tengo algo que me pediste —Jesús se giró sorprendido y ella asintió divertida. Él abrió los ojos y le pidió un minuto con un dedo.

Le oyó bajar y volver a subir con dos vasos de leche. Cogió la bolsa de dulces y procedieron a comerse la bolsa entera hablando de los hermanos, y finalmente, de negocios. Jesús le habló de sus hoteles y de la ilusión que le hacía ese hotel en la isla. Lo muy hermoso que se vería, la fusión entre lo nuevo y lo tradicional, en cómo sería la reforma. Se le veía ilusionado, algo que nunca había visto en él. Jesús era tan diferente a cuando eran jóvenes. Ya era bien entrada la noche cuando se dieron cuenta de que llevaban hablando horas. Jesús se despidió algo avergonzado. Agotada, tras tantas emociones, ella se quedó dormida en el acto. 

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