03. Blanco y Negro
Jules se estaba duchando, mientras ella sacaba el pastel del horno. Ariel iba a preparar el glaseado, mientras se enfriaba la masa. El olor de la cocina era maravillosamente dulce. Se le hacía la boca agua. Jules le aseguró que se encargaba de pedir la comida. El timbre de la puerta la sacó de su ensoñación con esa sonrisa boba que no podía borrar de su rostro. Fue abrir. Eva entró con un chándal negro enorme, el pelo recogido y gafas. Su aspecto dejaba mucho que desear y, aunque parecía recién duchada, sus ojos delataban el malestar.
—¿De qué tumba abierta te has escapado? —le preguntó Ariel divertida.
—Calla, no hables tan alto —le respondió tocándose la cabeza, parecía tener una resaca terrible—. Owen y Jesús están aparcando. David ya sube.
—¿Has dormido en casa de Jesús, verdad? —le preguntó Ariel perspicaz, al darse cuenta de que su amiga no había venido con su coche. Por lo que no habría pasado por su casa.
—Digamos que técnicamente he dormido en el sofá de la entrada, ya que no fueron capaces de despertarme cuando fueron a por las llaves. Jesús me ha dejado esto de cuando era adolescente —dijo refiriéndose al chándal. Ambas se echaron a reír. Junto a David se metieron en la cocina, comentando la fiesta.
Jesús y Owen llegaron y se sentaron en el sofá. Jesús tenía llave de su casa, desde que él mismo le había dado de la suya. Ariel supuso que habría entrado sin problema. Aunque el gesto no pasó desapercibido a Jules, que miró significativamente, el juego de llaves. Ariel sonrió, cuando al salir de la cocina, vio que Jesús llevaba su regalo puesto. Una preciosa sudadera de uno de sus mangas favoritos. De esos que habían compartido de jóvenes. Estaba segura de que a él también le encantaba el regalo, aunque nunca lo diría abiertamente. Era muy reservado para esas cosas. Jules estaba sentado en el sofá con Berlioz en sus manos. Se había puesto el mismo pantalón y sudadera que el día anterior, pero nadie comentó ese hecho. Por supuesto, sus amigos no se iban a entrometer en lo sucedido entre ellos. Aunque sabía que Eva, tarde o temprano, la freiría a preguntas. Pero, ahora, en su estado zombi, no podía. La comida no tardó en llegar, y se sentaron a comer con fruición. Gran parte de la conversación giró sobre la horrible cena de degustación, para frustración de Jesús. Como siempre, las bromas se sucedían entre los hermanos. Cuando acabaron de comer, Ariel fue a por la preciosa tarta decorada. A los hombres se les abrieron los ojos como platos. Todos cantaron el cumpleaños feliz y Jesús bufó algo avergonzado.
—Nadie puede celebrar un cumpleaños sin tarta. Eso es un pecado —le dijo, dándole una colleja amistosa en la nuca a Jesús. Él resopló incómodo—. Espuma de limón. Eso ha roto mi corazón.
Todos rieron y dieron buena cuenta de la tarta. Jules repitió dos veces. Algo que le parecía increíble, dado la ingente cantidad de comida, que acababa de tragar. Eva se acostó con Toulouse en el sofá y se quedó dormida casi en seguida, David jugaba con el móvil a su lado. Aunque pronto, Ariel vio que sus ojos también se cerraban agotados. Jesús les miraba divertido. Owen carraspeó y señaló en voz baja:
—¿Habéis visto las redes sociales? —preguntó. Ambos, Jules y Ariel, asintieron a la vez.
—Has dado un buen cotilleo, Jules —señaló Jesús. Sabía que Óscar y él habían estado hablando en el baño. Ya se encargarían de la situación. Sin embargo, Jesús señaló un problema que ninguno de los dos habían contemplado—: Sabes que al perder Ariel su anonimato, ya no podrás salir con ella sin el disfraz. Puesto que entonces...
—Perdería también yo mi anonimato. Ya lo sé. No pasa nada —musitó Jules, apoyando su brazo en la silla, en ademán cariñoso y protector—. La prensa estará un tiempo pesada. Pero luego, pasarán de ello, como siempre. Los cotilleos no tardan en suceder.
—Pero... —musitó Ariel algo nerviosa—, ¿a qué te refieres?
—Bueno... es un tema de actualidad. Ya ha llamado a Óscar la prensa. Quieren conocerte, claro. ¿Quién es su pareja? Y todas esas cosas... Sé que entre los dos sabréis solucionarlo —respondió Jules, tranquilo. Pero a ella se le hizo un nudo en el estómago. No había pensado en nada de eso. Él pareció ver su apuro y señaló—. No pasa nada. No tienes que hacer ni decir nada que no te haga sentir cómoda, Ariel. Como si no quieres pronunciarte ante nada. No tienes por qué ser un personaje público.
—Ya, pero... ¿todo el mundo hablará de mí? —su corazón se aceleró, las manos le temblaron sin poderlo evitar. Maldijo por dentro.
—Sabes quién soy, Ariel —dijo Jules con fría calma, mirándola a los ojos. Maldita sea, claro que lo sabía. Solamente que se le olvidaba. Para ella no era Z-Lech. Era Jules. Su Jules. No Julián Larraga, no Z-Lech. Él la miró confundido ante su silencio y algo molesto, le replicó—: Debías imaginar que esto podía pasar. ¿Te avergüenza que te relacionen conmigo?
—Creo que deberíamos irnos —respondió Owen incómodo. Ella abrió la boca y la volvió a cerrar nerviosa. Estaba bloqueada y nerviosa. ¿Que podían decir de ella? Maldita sea, ¿como no había pensado en ello?
—No, no pasa nada. Parece que a Ariel no le importa que la relacionen contigo Owen. O con Jesús. Si le sacan fotos contigo no pasa nada. Pero conmigo... bueno, parece que eso la asusta, la molesta, la avergüenza.
—Me asusta cuando ni siquiera sé lo que se va a contar de mí en la prensa. Ni sé quién va a decirlo. Me asusta que la prensa diga cosas que aún nosotros no nos hemos dicho, ni hemos dicho a nuestra familia. Estás siendo un niño. Solo me siento algo bloqueada—musitó ella enfadada. Sus manos temblaban, las cerró en un puño y furiosa señaló—: Y, la verdad, es que no estoy tan segura de saber quién eres. A penas nos conocemos.
—Un idiota, ese soy —Jules se levantó furioso y se marchó dando grandes zancadas. El portazo retumbó en su corazón. Despertando a Eva y David. Jesús indicó que era hora de marcharse, y la dejaron sola. Abrió las redes sociales inundadas de las fotografías de la pasada noche. Ariel hizo lo que siempre hacía cuando no sabía cómo continuar. Llamó a su hermano.
Jules llegó al hotel y se dejó caer en la cama agobiado. Una hora al teléfono, con Óscar discutiendo, le había ensombrecido el ánimo. Había sido un irresponsable al mostrarse tan abierto con ella el día anterior. Pero... joder, era humano. Era una persona con sentimientos. Habían conseguido tapar las fotos del coche. Esas malditas fotos que le habían costado una fortuna, donde se le veía quitarse las gafas y besarla. No lo había hecho por él. A él ya le daba igual si le robaban su propia intimidad. Lo había hecho por ella. Porque una cosa eran fotos inocentes bailando que podían negar y otra era besándose. Felices. Ajenos al mal que le perseguía. Se levantó sin poderlo y paseó nervioso por la habitación. Tenía un plan, claro que sí. Él siempre lo tenía. Ella era su pareja. Lo tenía claro, haría que respetarán su intimidad. Igual que la de su familia. Hiciera lo que hiciera, eso era lo más importante. ¿Qué le importaba a los demás lo que pasará entre él y ella? Sin embargo, le molestaba que ella no confiará en que él pudiera solucionarlo. Le molestaba que subieran fotos de ella con Owen y nunca dijeran nada. Pero con él... le habían temblado las manos de miedo. ¿Qué temía? Él la amaba, nunca la dañaría. Jules se dejó caer en la cama y enfadado miró el techo. Su nariz le dolía horrores, se tomó otra pastilla y se dijo que dormiría. Que descansaría y al día siguiente lo vería más claro. Aunque, por supuesto, parte de él sabía que no sería así.
Ariel colgó a su hermano y se hizo un ovillo en su sofá. Aún olía al perfume de Eva. Fuera estaba nevando. Cuajando para dejar un manto blanco precioso. Al día siguiente podía descansar, puesto que era domingo. Luego, ya pensaría cómo actuar. Su hermano tenía razón, al fin y al cabo, ella no tenía por qué dar ninguna explicación. Se había enamorado de él, no de Z-Lech, sino del hombre de debajo. La culpa de ser alguien famoso no era de él. Él era un hombre talentoso y ella le amaba por eso. No desconfiaba de que él no supiera manejar la situación. Había sido un tanto maleducada esa tarde y se sentía mal. Lo había hecho mal.
Debía ser sincera sobre sus miedos, porque lo que temía es que él no la amará de verdad. Temía que fuera otra vez, el juego del seductor. Que, simplemente, lo que había dicho fuera verdad, y solo ella se hubiera enamorado. Mientras, ella para él fuera una más. No confiaba en lo que le había dicho, puesto que en verano, se lo había dicho igual. Y, sin embargo, otra había calentado la cama antes, y después, de ella. Jules no sabía lo que era amar, y eso era lo que la asustaba de verdad. Que si para él eso era un juego sin más, acabaría haciéndole daño. Y, esa vez, todo el mundo lo sabría. Se haría públicamente. Y no sabía si podría soportar una humillación así.
Jules debió quedarse dormido, porque la luz del sol le daba en la cara de pleno. Era lo que le había despertado. Miró el móvil y se frustró cuando no vio ningún mensaje. Ella no le había escrito. Pero, realmente el que se había marchado furioso era él. Él debería dar el paso de escribirle e intentar hablarlo. Pero, su orgullo se lo impedía. Ella era quien no quería que les vieran juntos. Quién se había sentido incómoda y le había atacado. Se dejó caer en la cama y decidió seguir durmiendo. Sin embargo, tras intentarlo una hora, acabó por darse por vencido. Se duchó, vistió y recogió su habitación. Si estaba decidido a quedarse un tiempo por ahí, sería mejor que no fuera en un hotel. Jesús le recogería dos horas más tarde, para irse a su hogar. Al menos, allí tenía un hogar.
Él no le había escrito y ella no pensaba hacerlo. Si estaba enfadado,adelante. Que la llamará cuando se le pasará el cabreo. Si él no quería entenderla, allá él. Mejor que fuera así. Porque él no tenía una vida fácil de entender. Aunque se había propuesto descansar, estaba demasiado nerviosa. Se acabó pasando el domingo limpiando, y para acabar de romper su corazón, se puso la película «Notting Hill». No era exactamente lo que le estaba pasando a ella, pero era muy parecido. Se cocinó algo rico, durmió una buena siesta y pasó la tarde mirando el teléfono. Pensando en si llamarlo o no. Sin embargo, como él mantenía el silencio, ella no iba a ser la primera en romperlo. Si él era orgulloso, ella podía serlo aún más.
Decidida, se puso a ver una nueva serie, pero en el segundo capítulo cerró la tele molesta. Justo cuando otro de los famosos temas de Z-Lech sonaba. ¿Es que estaba en todas partes? Agobiada, decidió acostarse temprano, sin cenar. No le apetecía ni pensar en comida. Ya tumbada en su cama, con sus gatos a los pies, le entró un mensaje de su parte. Recordándole la reunión con Narkye y la primera sesión de estudio. Él le pasó la ubicación del estudio alquilado para hacer la sesión. Tenía ya diferentes bases pensadas, y seguramente, NarKye tuviera letras e historias pensadas. Ella respondió con un «Ok» y prometió estar allí a la hora acordada.
No sabía que responder ante esa pulla. Porque él podía responder a las dos cuestiones de diferentes formas. Se bloqueó y pensó en dejarle en visto, pero orgullosa, acabó respondiendo:
Él le apareció como desconectado. Pero, incapaz de dejarle con la última palabra, señaló:
Luego, apagó el teléfono e intentó dormir. Sin éxito. Hasta dos horas después, que agotada, se acabó durmiendo en un agitado sueño. Por lo que, a las ocho, se levantó con ojeras y un pelo imposible de peinar. Se tomó un café, se duchó y se vistió de colores brillantes. Al menos, para disimular su mala cara. Se tomó un ibuprofeno para el dolor de cabeza. Antes de salir observó su rostro. Su enmarañado pelo había podido ser domado, a base de agua y una coleta alta. Pero, sus ojeras, no habían desaparecido del todo con corrector. Sin embargo, tras arreglarse parecía más decente. Cuando salió, maldijo al darse cuenta, de que iba diez minutos tarde. Cuando llegó, él ya la esperaba con Óscar. Por supuesto, llevaba su máscara y esa sonrisita de suficiencia.
—Pensaba que había decidido darnos plantón, señorita Carjéz —dijo. Su voz sonaba grave y seductora.
—Una mala noche —respondió. Pidió un café solo y nada de comer. Jules torció el gesto y pidió comida para un regimiento.
—Debes comer —le señaló. Agotada y con una horrible migraña, no pudo más que gruñir. Aunque con la apetitosa comida delante, la boca se le hizo agua. Jules, como siempre, sabía lo que le apetecía y le gustaba. Cogió un delicioso croissant de mantequilla y chocolate que se deshacía en la boca. Su estómago aplaudió feliz y ella no pudo evitar sonreír—. Así está mejor —él sonreía de medio lado. De esa forma que era especial, que la hacía enamorarse más. Óscar rió ante su bobo intercambio.
—En fin, ¿no estáis emocionados con esta colaboración? —les preguntó. Ella asintió e ilusionada comentó con Óscar el día. Aunque se molestó un poco cuando no pararon de pedirle fotos a Z-Lech. Eran unos chavales que iban al instituto y parecían muy emocionados. Como siempre, Jules fue muy simpático, sonreía alegre. Sobretodo cuando uno de los chicos dijo:
—Va, no le molestéis más que está con su novia —todos se rieron como chavales que eran y se fueron divertidos. Jules, rompiendo un poco su máscara, se echó a reír. Se giró aún con esa sonrisa alegre en el rostro.
—No sé qué te hace tanta gracia —señaló ella algo borde. Él no dijo nada, aunque Óscar también se rió divertido por su reacción. Molesta, Ariel se levantó, fue al baño, pero antes de regresar pagó. Quería marcharse al estudio cuanto antes. Cuando lo indicó, Jules hizo un mal gesto y enfadado salió del bar, sin medir palabra. Óscar le miró sorprendido y le siguieron a la zaga hasta su coche. Jules condujo, como siempre, concentrado y callado. Su ceño seguía fruncido. Algo que a la parte mezquina y orgullosa de ella, le alegró. No sabía que batalla había ganado, pero creía que llevaba la delantera en los puntos. Cuando aparcó en el estudio, se giró y dijo furioso:
—Invitaba yo —Ariel se encogió de hombros. Salió del coche, mientras Óscar se reía y la acompañaba. Jules les siguió de mala gana. Sin embargo, cuando llegó al estudio, su ánimo cambió. Allí solamente era Z-Lech y su trabajo era impecable e increíble. NarKye quedó admirado y Ariel tuvo que sorprenderse de lo bien que encajaban. Jules le hacía bromas y el otro las encajaba con alegría. Pero, sobre todo NarKye parecía estar aprendiendo algo fundamental. Le miraba con una admiración que a ella le sobrecogió el corazón. Y recordó, que Jules, era alguien muy grande en la industria. Su corazón se hinchó de orgullo por lo increíble que él era. En determinado momento, los mánagers se fueron y ella se quedó con las dos acompañantes del cantante. Una mujer algo mayor, con canas y vestida muy sencilla, y una chica que parecía una modelo. Era muy guapa y a ella le daba algo de miedo. Ese pelo negro sedoso, los ojos verdes. Pero cuando le sonrieron las manos de Ariel dejaron de temblar, sus nervios se calmaron.
—Parece que se llevan muy bien —dijo la mujer mayor, sin apartar la mirada de los dos chicos—. En fin, mi hijo con los nervios, ni nos ha presentado. Soy María, la madre de ese tiarrón que va a llegar muy lejos. Y ella es mi nuera, Zayra.
—Encantada. Yo soy Ariel, la ayudante de dirección de la marca Z-Lech —las dos se miraron y sonrieron, pero no añadieron nada. Les observaron un rato, hasta que, con curiosidad, les preguntó—: ¿Siempre quiso ser artista Narkye?
—¿Mi niño? Qué va... —la mujer sonrió y señaló—. A mí Naím no le iba mucho esto del artisteo en general. Pero...
—A mi hermano le encantaba —señaló Zayra—, a los dos nos gustaba cantar y cuando empezamos a salir, Naím nos acompañaba. Hasta que mi hermano tuvo un accidente de coche. No sobrevivió. Y yo... yo no fui capaz de volver a sentir la música. Ya no me hacía feliz —las lágrimas escaparon de sus ojos. Ariel se acercó hasta sentarse a su lado, le cogió la mano. Ella se la apretó agradecida—. Fue entonces que Naím empezó a componer para mí y... volví a amar la música. Nos casamos hace poco menos de dos meses.
—Lamento mucho tu pérdida. No me imagino que sentiría si perdiera a mi hermano de esa forma —el corazón de Ariel se encogió de dolor y apretó su mano, Zayra le sonrió con confianza—. Ha sido muy valiente por tu parte compartir conmigo esta historia.
—Es difícil estar al lado de alguien cuando se hace famoso, pero lo que mucha gente olvida es lo que hay detrás. Detrás de NarKye está Naím, mi marido, y no le cambiaría por nada del mundo —las lágrimas refulgieron tras los ojos de ambas. Ariel la abrazó en silencio. Agradecida por su discreto comentario. Que seguro había sido casualidad, pero que para ella había significado mucho. Un carraspeo las sorprendió. NarKye estaba en la sala, Jules apoyado en el umbral con los brazos cruzados.
—¿Os apetece ir a comer? —preguntó. Todas asintieron y Zayra señaló:
—Nos hemos puesto sentimentales hablando de mi hermano, disculpad —NarKye se acercó y le dio un fuerte abrazo. Con tranquilidad, para dejarles su espacio, ella se acercó hasta Jules, Óscar ya había regresado y señaló que había reservado en un restaurante cerca de allí. Él mismo les llevaría, Jules y ella se quedaron un momento a solas en el estudio, antes de ir a por el coche. Le miró e incapaz de guardar un segundo más el silencio, le dijo:
—Lo siento. Siento si dije algo que te molestará. Sabes qué pasa... para mí, eres Jules. Solo Jules. Y olvidó que también eres ese ser tan increíble que es Z-Lech. Eso no es tu culpa. Es mía. Pero, quiero que sepas que te quiero como Jules, como Z-Lech o como...
—No digas Julián. Ese no es mi nombre —señaló él con la voz cortada, ella se acercó.
—Como digas. ¿Me perdonas? —Jules la miró enterneciendo la mirada.
—No tengo nada que perdonar. Es muy difícil entenderlo, ya lo sé. Pensar que ahora estás aquí y que miles de personas hablan de ti. Claro que es abrumador, Ariel. Y comprendo el miedo. Pero tú eres... real. Y quiero que entiendas, que yo lo soy también. Y esto que sentimos... es real —murmuró y cogió la cara de ella entre sus manos—, y me jodería perderlo. Antes prefiero renunciar a Z-Lech que a ti.
—No digas eso jamás —musitó ella asustada, él sonrió con picardía—. Me acostumbraré y si no, siempre podemos mandarles a la mierda —Jules volvió a reír y la besó. Fue un beso suave, dulce, delicado. Que hablaba de perdón. Luego, fueron a comer con NarKye y su familia. Hablaron de música, de alegría y de su matrimonio. Jules parecía relajado, incluso satisfecho, y su brazo pasó alrededor de sus hombros, como si fuera lo más natural del mundo. Como si allí es donde tuviera que estar, a su alrededor. Volvieron al estudio a trabajar y ellas pasaron la tarde hablando sobre películas, sobre actores y sobre música. Zayra adoraba la música. Horas más tarde, ellos debían marcharse al hotel, pero Jules siguió trabajando. Arreglando el tema y puliendo cosas para que fuera posible grabarlo al día siguiente. Ariel se sentía agotada, el dolor de cabeza empeorando. Además, de sentirse, congestionada. Tocó suavemente la puerta.
—Z-Lech, voy a marcharme. Ahora pediré un taxi, no te preocupes —él se giró sorprendido y se acercó.
—¿Qué ocurre? —vio su rostro y tocó su frente. Apartó la mano y cogió su chaqueta—. Vamos a casa, estás ardiendo.
—No te preocupes, seguro que es solo un resfriado y...
Su rostro estaba pálido y ella le siguió a regañadientes. Óscar prometió cerrar el estudio y recoger. Preocupado también por ella. Jules conducía deprisa, y llegaron en un santiamén a casa. Entraron en su casa, y él se encargó de prepararle la bañera con agua caliente. Además, de darle una pastilla. Sorprendida con su ternura, Ariel se dejó mimar y cuidar. Nunca nadie la había cuidado así. Se bañó, se puso un pijama muy calentito y se tomó la sopa que había preparado. Jules la miraba nervioso y señaló para hacerle reír:
—No me voy a morir, ¿sabes? Es solo un resfriado... —él resopló de esa forma que revolucionaba su cuerpo, aunque estuviera agotada.
—Ya lo sé. Pero, no me dijiste nada. Si te encuentras mal quiero saberlo. Hubieramos venido antes a casa —ese tono, ese dulzor. Casa, él era casa. Ella sonrió con cariño, y medio dormida, se apoyó contra él en el sofá. Se quedó dormida en el acto.
Jules la observaba dormir. NarKye le había hablado de su historia con Zayra, también de lo extraño que era llevar la vida de Naím y NarKye. De ser un artista, y luego regresar a un hogar normal, donde solo eras tú. Lo mejor de su vida. También del respeto que su comunidad tenía por Zayra, de cómo sus fans la querían por cómo él la quería. Jules quería algo así para él. Lucharía por algo así con ella. Él no podía engañar. No había podido hacerlo nunca. Sus ojos decían todo por él. Pero, además, no le gustaba mentir. Ni lo hacía bien. Todo el mundo veía lo que sentía por ella, incluso cuando llevaba la máscara puesta. Recordó al chaval del instituto y se río bajito. Su novia. Era tan rápido ese concepto. Ellos no habían dicho nada así, pero el mundo ya los reconocía como unidos. Y no le desagradaba la idea. Él era suyo. Desde el primer día que comieron sushi y la observó. Ella no tenía máscaras, ni mentía. Solamente ese grueso caparazón donde se escondía. Cortesía de los Larraga, no lo dudaba. Pero él lo destruiría. Ella nunca se ocultaría jamás. Él se encargaría de que todo el mundo supiera quién era su musa caracol.
La fiebre había desaparecido al día siguiente. Ariel se notaba mucho mejor y más repuesta. Pero Jules insistió en que debía descansar. Se quedó todo el día tirada en la cama viendo series. A pesar de todo, a la hora de la comida, la llamó. Creían tenerlo listo al día siguiente. Ariel estaba emocionada. Estaba segura de que sería la colaboración del año. Jules prometió venir a verla al acabar ese día y le colgó ilusionada. El día anterior había dormido en casa, pero se había marchado temprano para cambiarse. Esa noche, esperaba devolverle todos los cuidados que él le había profesado. Sin embargo, a las nueve de la noche, estaba claro que no vendría. Los mensajes se quedaron sin leer. Y, ella se quedó dormida sobre las doce, sin una noticia de él. Ansiosa y preocupada había llamado a Jesús y a Óscar. Quién le había asegurado cien veces que estaba enfrascado en su trabajo. Tanto que se había olvidado de ello. Le indicó que no se lo tuviera en cuenta. Ariel durmió inquieta.
Por la mañana, tenía dos llamadas perdidas suyas que no devolvió. Frustrada, se quedó en la cama. Llamó a Óscar y Jesús, les aseguró que seguía enferma. Trabajó desde casa para poner al día cosas de Mondo e hizo una reunión con Jesús para organizar algunos de los próximos eventos para el mes de Navidad. Finalmente, a las siete agotada, se duchó y se sentó a ver una película. El timbre sonó un par de veces, pero se negó a abrir. Estaba segura de quién sería. El teléfono volvió a sonar y tampoco lo cogió. Finalmente, media hora después, ya en la cama, abrió los mensajes. Solamente leyó los dos últimos.
Pensativa, no sabía qué responderle. ¿Seguía enfadada por su plantón? Le escribía y le comentaba lo ocurrido. No sabía qué hacer, hasta que un mensaje volvió a iluminar la pantalla.
Él le mandó una nota de audio y sorprendida, escuchó el tema en primicia. Lágrimas acudieron a sus ojos. Ese tema, esas notas, esa letra. Era toda una declaración de amor. La declaración de amor más bonita jamás escuchada. NarKye hablaba de Zayra, pero también podía aplicarse a...
Sorprendida de que aún siguiera en su portal, corrió a abrir la puerta y bajó la escalera para encontrarse con él en el rellano. Sin pensarlo se tiró a sus brazos y él la recibió entre besos y abrazos. Subieron al apartamento y en cuanto cerró la puerta le dijo:
—Igual que tú te olvidas de comer cuando trabajas, yo a veces me olvidó de la hora. No soy perfecto, Ariel. Me equivocaré muchas veces, te lo prometo. Y siempre que lo haga, estás en todo tu derecho de enfadarte conmigo, pero siempre... perdóname —Jules sonrió contra su boca y luego la devoró. Escucharon mil veces la canción comentando todos los aspectos de ella y cuando se lanzaría, la promoción, el videoclip—. Me alegra que te guste, Ariel. Esto es lo primero que compongo en cuatro meses —Jules parecía avergonzado por ello.
Temeroso de que su talento se hubiera dormido. Pero nada más lejos. Ese tiempo había madurado, cambiado, perfeccionado. Ella cogió sus manos y él la miró. Con una silenciosa promesa, el tema volvió a resonar por la habitación y en silencio, con devoción, sus manos la desnudaron. La canción y sus ojos le dijeron lo que él aún no le había dicho. Sus besos fueron ardientes, dulces y tentadores. Y no sé por qué motivo, cuando entró dentro de ella, el mundo se nubló y solo podía sentirle. Un orgasmo la llevó lejos y él sonrió. Sonrió de esa forma especial que la llenaba. Se derrumbó contra ella. A ese mundo que compartían. Música y placer. Durmieron juntos, abrazados y seguros.
La mujer sonrió satisfecha y apuró su copa. Le había costado una fortuna pagar a ese mindundi, y luego, aún más pagar a la prensa. Pero, para eso estaba el dinero. Valdría la pena. Claro que valdría la pena. En un día, todas las revistas del país se llenarían con la imagen del famoso Z-Lech sin su disfraz. Su verdadero nombre: Julián Larraga y su oscuro pasado. Sí, todos sabrían quién era él. Y lo más importante, quién era ella. La joven sentada a su lado, que reía y luego le besaba con amor. Si... Ariel Carjéz. Un fantasma del pasado. Alguien que todos ya habían olvidado. Pero Marcos no le había mentido. Jesús había olvidado la promesa que compartieron con Rose tras la fiesta. Nunca más mezclarse con la chusma. La noticia correría como la pólvora. Y destruiría a Z-Lech de un golpe efectivo. Llevaba años planeando su venganza, solo le había hecho falta eso... esa insignificante chica del pasado.
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