Capítulo 6: La propuesta + Aviso importante

Tenía la impresión de que la palabra trato había aparecido miles de veces en la vida de Sebastián Valenzuela, debía estar acostumbrado a propuestas de todo tipo, así que admito que disfruté de su desconcierto. Sus profundos negros estudiaron mi rostro buscando una pista que no hallaría. Era buena guardando secretos.

—¿Qué clase de trato? —preguntó tranquilo.

—Uno que no podrá rechazar, ya verá —le aseguré, sin embargo, volver mi atención a la pantalla de mi celular borró la poca seguridad que reuní. Titubeé un segundo, mordí mi labio meditando si me arrepentiría—. Primero debo hacer unas cuantas llamadas —mencioné pensándolo mejor. Luchando entre mi deseo y la razón—. ¿Puede darme esta tarde para arreglarlo? Le aseguro que no huiré —prometí.

Sebastián comprendió que necesitaba estar sola. Un minuto en paz, lejos de los problemas. Ambos nos levantamos al mismo tiempo, obligué a mi mirada a controlarse, no quería que adelantara lo que estaba por hacer, lo evadí fingiendo sacudir mi ropa.

—Si puedo ayudarla en algo no dude en pedírmelo —propuso amable viéndome un poco perdida. Asentí distraída en mis líos hasta que un chispazo me recordó que había olvidado lo más importante.

—¡Sebastián! —alcé la voz cuando estaba por marcharse. Regresó el rostro intrigado por el motivo, una débil sonrisa debió darle una pista—. Muchísimas gracias por lo de hace un momento —dicté sincera.

Él le restó importancia. Fue mejor para los dos, pero aún así no pude olvidarlo. Era nuevo para mí que alguien se diera el tiempo de escucharme y me ofreciera su ayuda. 

Volví mi atención a mis problemas. Revisé el número, confirmé en un nuevo intento que me había bloqueado. Sin embargo, decidí probar suerte. A diferencia de aquella noche, que aparecía fuera del área de servicio, esta vez sí logré enlazar la llamada. El timbre de espera se mezcló con los latidos de mi corazón mientras caminaba en círculos por el estacionamiento desolado. Incluso con la posibilidad de usar el buzón no me rendí. Insistí, insistí y para mi sorpresa la llamada entró en un tercer intento, alguien levantó el teléfono.

—¿Bueno? —dudé, olvidando lo que tenía que decir. Nadie habló, pero una tenue respiración reveló su presencia—. Sé que me escucha —escupí con voz temblorosa, el silencio prevaleció. Miré a todos lados ansiosa, mis nervios se avivaron pese a no encontrar testigos—. Dígame de una vez en qué consiste este estúpido juego, estoy cansándome de estar enredada en una estrategia donde ni siquiera qué se pretende —solté, impulsiva. No tener respuesta me alteró—. Más le vale que me diga de qué busca o...

Mi amenaza quedó a medio terminar. Colgó.

—Maldita sea —chisté desesperada. Estrujé mi cara con mis manos al volver a perder. En un impulso quise soltar otra maldición, lanzar el celular al suelo o ponerme a llorar ante la impotencia, pero un nuevo mensaje me detuvo.

¿Si no qué? No olvide a quién beneficia este juego.

No voy a caer en sus chantajes.

No se confunda, no son chantajes. No le ordeno qué hacer, ni la amenazo. Míreme como la puerta a la verdad, usted decide si la abre o no.

Entonces dígamela de una vez por todas.

Todo tiene su tiempo, espere el suyo. No somos enemigos, no me trate como uno porque entonces sí, señora, no le va a gustar.

¿Me está amenazando?

Usted duerme con el enemigo. Yo no tengo mérito.

No entiendo nada. Voy a denunciarlo con la policía.

No, no lo hará. Tuvo la oportunidad la primera noche. Ambos padecemos del mismo mal. Los dos queremos la verdad.

Me conocía mejor de lo que me gustaría admitir. No sabía si era predecible o alguien cercano, en los dos casos llevaba ventaja. La verdad siempre será la carta que te convierta en el ganador.

Si estamos del mismo lado dígame si puedo confiar en Sebastián Valenzuela.

¿Por qué le interesa ese dato?

En silencio me hice la misma pregunta. Mordí mi labio meditando la razón por la que aproveché la oportunidad de conocer quién era mi socio. Agradecimiento. Yo era una persona complicada, pero me guiaba por líneas definidas. Recompensar a aquel que me dio una mano no estaba puesto a debate. Tal vez Sebastián lo había hecho sin darse cuenta, pero encontraría la manera de pagárselo. No me gustaba tener deudas.

Estoy harta de jugar a ciegas. Quiero saber de quién puedo fiarme.

Le recomendé por su propio bien no hacerlo de nadie.

Sin embargo, me pide que confíe en usted. Qué ironía.

Por ahora, no tengo rostro, memoria, ni nombre, soy nadie.

—Javier... —pronuncié su nombre después de un largo rato en silencio. Él me miró por el espejo, tuve la impresión que luchaba por no quedarse dormido—. ¿Alguna vez has estado en un círculo vicioso? Piensas hoy será el último, pero a la mañana siguiente no encuentras el valor... Repites el mismo argumento hasta que se convierte en costumbre y no hay algo a lo que se resista más el ser humano que a ese mal. Es la muerte silenciosa —murmuré pensativa, con el corazón vacío.

—Sí, muchas veces —aceptó.

—Creo que hoy será otro día más... —susurré para mí misma antes de pedirle marcharnos a la imprenta, dejando atrás Imperio Captura.

Tenía la corazonada, después de hurgar un poco en la otra compañía que ahí podía encontrar lo que buscaba. Y tenía miedo de lo que fuera a hallar, así que tomé el camino de la agonía, retrasar la herida más profunda hasta que el valor se hubiera adherido a mi sangre, cuando un simple golpe no fuera capaz de hacerme creer que todo estaba perdido.

Estaba hecho, no había vuelta atrás. Había tomado la decisión sin su consejo y asumiría lo que viniera. Ese es el primer paso para apoderarte de tu vida, aceptar consecuencias y recompensas. Un sutil toque antes de asomarme por la puerta. Encontré a Sebastián distraído entre la pantalla y algunas carpetas. No me sorprendió, siempre estaba trabajando.

—Buenos días —me saludó cuando notó mi presencia—. ¿Ya mejor? —preguntó él, amable, recordando el espectáculo de la mañana anterior. Me sentí cohibida ante la mención. Asentí despacio teniendo cosas más importantes en la cabeza, preocupada por no acobardarme de última hora.

—¿Puede anotar este número? —mencioné mostrándole la pantalla de mi celular. Él me miró sin comprender mi plan, pero aún sin tenerlo claro, supongo que pensó se trataba de un favor, no me hizo preguntas. Su caligrafía ocupó un trozo de papel. «Bonita letra», pensé. Agité la cabeza para alejar aquella tontería—. Katia Montemayor es la dueña de Dominio Montemayor, no sé si la conozca, es una empresa de zapatos bastante próspera. Ella y su marido manejan la matriz en la capital, pero tienen una empresa en Monterrey y planes para abrir una en Saltillo...

—He oído de ella —admitió.

—Ese es su celular personal —resolví sus dudas, aunque por su expresión tuve la impresión que solo lo confundí—. Llámela, dígale que va de mi parte. Estoy segura que pueden hacer tratos interesantes.

—¿Es una broma? —dudó Sebastián. No debí reírme, pero se me escapó una risa.

—No, no lo es —aseguré. Sabía que no era bueno mezclar amistad con negocios, pero Sebastián parecía un profesional confiable. Debía arriesgarme si quería ser de utilidad. Además, también deseaba ganar—. Su marido y ella son difíciles de convencer, pero cuando logras sacarle un sí tienes la guerra ganada.

—¿Por qué hace esto? —cuestionó desconfiado.

—Estamos en el mismo equipo, usted lo dijo —repetí sus palabras. Pronto me sentí tonta por darle más importancia de la que debía. Quizás me había hecho una historia de una frase que soltó por mera educación. De todos modos, era tarde para arrepentirse—. Ambos queremos que la empresa crezca. Yo... No sé cómo hacerlo —reconocí—. Pensé, lo único que tengo en mi poder son contactos. Conozco mucha gente. Así que pongo sus nombres sobre su mesa y usted se encarga del resto —planteé mi estrategia.

Sebastián estudió mi intención. No estaba engañándolo, entendía que le pareciera inequitativo, después de todo, él cargaba con el verdadero trabajo, pero era lo único que podía ofrecer de momento. Necesitaba un poco de tiempo para ganar experiencia.

—Me parece una propuesta justa —me sorprendió con su benevolencia. No le di tiempo de repensarlo. 

—¿Entonces somos una especie de alianza? —curioseé reprimiendo mi vergüenza.

Sebastián no dijo nada, pero me dedicó una sonrisa que respondió por sí sola. Y cuando creí que no habría espacio para otro gesto amable, hizo lo inimaginable, me ofreció su mano. Pasé mis ojos de ella a él. Siempre me había gustado ver a mi padre hacer tratos de aquel modo, en un lazo que los comprometía antes de cualquier firma. Y después de años como espectadora, por fin pude protagonizar. No lo pensé más antes de tomarla con fuerza. Una sonrisa se me escapó revelando mi alegría. Supongo que era transparente con mi ilusión, ni siquiera me esforcé por disfrazarla, porque Sebastián me dedicó una sonrisa enternecido.

Quise prometerle que encontraría más empresarios, que intentaría dar con gente importante, pero al abrirse la puerta a mi espalda lo solté de golpe temiendo se malinterpretara. Por fortuna, solo se trataba de José Luis que había hecho gala de su presencia después de media jornada ausente.

—Buenos días —saludó. Negué chasqueando la lengua, Sebastián habló sin palabras con una sonrisa—. Me alegra mucho verla, señora —mencionó dirigiéndose a mí—. Cuando me llamó cancelé un par de compromisos para recibirla, pero ya sabe como funciona esto. Te niegas a uno y se suman un centenar.

—No se preocupe, lo entiendo.

—Por suerte Sebastián está aquí para resolver los problemas. Parecen contentos —comentó al notarlo, mirándonos de uno a otro. No me esforcé por negarlo. Su socio levantó entre sus dedos el número.

—Es el teléfono de Dominio Montemayor —lo puso al tanto con una sonrisa triunfal. José Luis lo revisó sin darle gran valor, faltaba el dato que cerraba el círculo—. Su celular personal.

Eso lo cambió todo. José Luis me miró con sus expresivos ojos azules, pidiendo sin palabras detalles. Estuve a punto de explicarle cuando, sin aviso, tomó mi mano para levantarme de mi silla y envolverme en un caluroso abrazo que me desconcertó por su afectividad. Me congelé un segundo, no pude reaccionar. Gracias al cielo me soltó antes de procesarlo.

—Dando sorpresas desde el primer día —me felicitó separándose para agitar mi mano con fuerza. La risa de Sebastián delató que era parte de su comportamiento habitual—. Esto es una gran oportunidad, si nos hacemos de ese contrato cerraremos el año con números importantes. Vas a tener que encargarte —le encomendó a su amigo que asintió aceptando la responsabilidad—. Siempre supe que nos sería de ayuda —mintió contento. Afilé mi mirada—. Deberíamos salir los tres a celebrar, para darle la bienvenida —propuso pensando en marcharse cuando acababa de llegar.

Negué tomando mi celular, sin deseos de quitarles más tiempo.

—No, no, no. Prefiero volver a casa temprano —comenté. Además, lo mejor era no mezclar lo profesional con mi desastrosa vida personal—. Regresaré mañana. Cualquier cosa que necesiten estaré al pendiente —mencioné—. Espero le sirva —le dije a Sebastián respecto a la información.

Él me agradeció con una sonrisa, pero no merecía méritos. Aquello no se comparaba a lo que él realizó. Y no hablaba solo de sus palabras, sino de la oportunidad y calidez para hacerme sentir parte del proyecto. Le había dado un nuevo enfoque a mi vida. Claro, que la paz, como la felicidad, son un rayo que se marchan tan pronto como llegan.

No le contesté el teléfono a mamá. Seguía molesta con ella, no olvidaba como me dio la espalda en el momento que más la necesitaba. Su indiferencia contrarrestó con la sonrisa de Rita que me recibió al llegar a casa. Adoraba a esa mujer, tanto que prefería no contaminarla con mis líos. Le prometí contarle mi día, porque la veía ansiosa por hablar, apenas descansara diez minutos y me sacara los zapatos altos que estaban matándome.

Dejé mi bolsa en la mesita del centro antes de sentarme en el largo sofá. Agité mis hombros intentando calmar la tensión acumulada. Habían sido unos días cargados de emociones. Ni siquiera podía ordenarlas en mi cabeza. Las palabras de aquella persona robaban mi tranquilidad. El saber que Rafael llevaba jugando conmigo desde hace tiempo me dolía, pero todo lo demás era lo que complicaba mi situación.

Cerré mis ojos, cansada apoyé mi cabeza en el respaldo. Pese a eso una sonrisa débil se pintó en mi rostro al recordar que había hecho algo útil. Sebastián tenía razón, era una oportunidad de escribir mi historia. Podía borrar el pasado, empezaría a concentrarme en el futuro. Aún tenía tiempo para un buen final.

Al menos eso era lo que tenía en mente hasta que un sutil sonido me despertó. Las pisadas de alguien descendiendo por los escalones me desconcertaron, por impulso me reacomodé en el asiento. Olvidé cómo respirar cuando descubrí no estaba sola. La paz se esfumó al chocar con una conocida mirada. Mi corazón se detuvo de golpe a la par que en su boca brotó una sonrisa victoriosa. Un escalofrío heló mi piel mientras recorría su semblante.

—¿No me darás la bienvenida, cariño?

Hola ♥️ Estoy muy agradecida por volver con encontrarme con ustedes este inicio de año ♥️. Las actualizaciones vuelven a la normalidad después del pequeño receso por las fiestas. Les deseo lo mejor este año para ustedes y sus familias ♥️.

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