Capítulo 5: Todo empieza con un consejo (Maratón 2/2)

Tomé un profundo respiro recordándome que no tenía qué temer, no estaba cometiendo ningún crimen. No sé por qué me fue imposible controlar mi pulso al tocar esa puerta. Una parte de mí esperó que no hubiera contestación, la otra no dudó en abrir cuando la voz en el interior me lo pidió. Supuse que daría con una imagen semejante al empujar lentamente la madera. Encontré al hombre revisando papeles, sus ojos negros estudiaban a detalle el contenido. No tuve el valor de distraerlo. Esperé paciente en el umbral analizando la manera en que se concentraba hasta que reparó en mi presencia.

—Discúlpeme, no la... —comenzó al alzar la mirada. Negué con la cabeza restándole importancia antes de arrastrar la silla frente a él para evitarnos protocolos—. José Luis me comentó que decidió quedarse.

—Sí, creo que es lo mejor —acepté. Guardé silencio sin saber qué otra cosa decir, solté lo primero que se me ocurrió—. Hace un momento hablé con Carlota —lo puse al tanto. Sebastián encontró interesante el comentario—. Tal como imaginé no entregó el reporte.

—¿No le parece que fue bastante exigente con ella?

Tenía razón, en parte.

—Le propongo una situación hipotética —propuse sin saber cómo explicarme—. Imaginemos que en realidad yo sí fuera una chica contratada para cualquier departamento —expuse dándole otro giro. Él dibujó una discreta sonrisa, encontrando curiosa mi idea—. Que fuera mi primer día, me consumieran esa clase de nervios que te revuelven el estómago, no supiera qué hacer al enfrentarme a un nuevo trabajo, a retos, a compañeros que te recuerdan no perteneces ahí. Entiendo que no fui inteligente —acepté. Él quiso hablar, no lo dejé—, no pretendía serlo —aclaré—. Póngase en su zapatos por un momento y se dará cuenta que marcarle un alto era la única manera de hacerle entender lo mal de sus acciones —terminé mi enredoso argumento.

—Una forma humano de verlo —comentó manteniendo su sonrisa.

—Si se refiere a humana por los defectos no lo niego —admití sin orgullo. No era bueno ser tan impulsiva, pero qué hacía, mis fallas me acompañaban a todas partes—. Por cierto, ¿dónde está José Luis? Me dijo que me explicaría algunas cosas, pero aún no llega —cambié de tema.

—Últimamente está ocupado... —habló para sí mismo volviendo la vista a su trabajo. Alcé una ceja sin comprender a qué se refería—. Con temas personales. —Frenó mi curiosidad. Asentí fingiendo no me interesaba.

Observé alrededor sin saber qué buscaba hasta dar con los papeles sobre la mesa. Apreté mis labios sin saber qué tan prudente sería hablar.

—¿Puedo hacerlo? —escupí de golpe volviéndome a centrarme en la realidad. Esta vez fue él quien no entendió, señalé con la cabeza las hojas que tenía en sus manos—. ¿Puedo hacerlo yo? —repetí ante su titubeo—. Quizás usted tiene otros pendientes y me puedo encargar —propuse sin saber en qué más podía servir, no parecía tan difícil comparado con el resto. Me equivocaba.

—Si lo desea. Estaba verificando las últimas ordenes de compra —mencionó sin otra alternativa, cediéndome los documentos.

No sé qué pretendía, quizás solo buscaba volverme elemental para que no hubiera posibilidad de que me echaran fuera, sentirme parte de algún sitio. Sin embargo, descubrí lo lejos que estaba tan sola de ser de ayuda. Me sentí una completa inútil al pasar las hojas sin hallar un dato que conociera. Fue una bofetada que volvió a plantearme en la realidad. No sería tan fácil empezar desde cero. Levanté mi mirada hallándome con la de él que debió notar mi desconcierto. Sebastián, tenía mucho más poder ahí que yo, no solo hablaba de acciones, sino de  conocimiento. No se movía una pieza sin su aprobación. Él no me necesitaba.

—Parece complejo —solté disimulando la vergüenza por mi ignorancia—. Será mejor que usted se ocupe —reconocí por el bien de todos, sin querer humillarme más. Improvisé una excusa para escapar de mi bochorno.

—En realidad no lo es —resolvió con simpleza. Ni siquiera notó mis deseos de irse, o lo disimuló para no hacerme sentir peor—. Únicamente verifico información. ¿Ve este número? —apuntó el número de serie de una esquina. Asentí despacio sin creer me estuviera hablando a mí—. Es un folio que capturamos en el sistema junto a un copia digital —explicó mostrándome la pantalla. Titubeé un instante antes de comprobarlo.

—¿Para qué funciona? —me atreví a preguntar, temiendo verme tonta, pero sin contenerme. Prefería estropearlo de una vez.

—Es una manera de tener un control. Los ordenamos por fecha y proveedores. Nos aseguramos que se cumplan las condiciones que establecimos en la negociación, fecha, precios y pedidos —añadió paciente. Me costó asimilar la forma en que hablaba, tolerante y sin prisas, como si de verdad le interesara lo entendiera.

—¿Compran mucho material? —dudé revisando el paquete.

—Tenemos producciones grandes. Al menos en el último año —recordó. Sí, eso lo había presenciado—. Nos abrimos a nuevos mercados, eso ayudó a que se incrementara la carga de trabajo —mencionó sin prestarme atención. Dibujé una débil sonrisa al escucharlo, parecía orgulloso de su triunfo. De ser él también lo estaría—. Su ayuda vendrá muy bien —comentó, volviendo al presente. Surgió una sonrisa incómoda.

—Sí... Puedo revisar los datos si quiere —propuse, daba la impresión de ser una labor sencilla para alguien atento. Él sonrió sencillo notando la inseguridad de mi voz—, o si usted cree que debo hacer...

—Para mí está perfecto. Debo firmar unos documentos antes de mediodía —me avisó dejando su asiento. Me mentalicé para hacerlo lo mejor que pudiera. Me sentí pequeña cuando alcé la mirada—. Use mi computadora, así si tiene alguna duda puedo orientarla —propuso amable. Vaya, pensé sin el valor de negarme.

Tomé un respiro poniéndome de pie. Ni siquiera fui capaz de mirarlo a los ojos al tenerlo frente a mí. No sabía si estaba más nerviosa porque él fuera a mirarme, siendo testigo de mi fracaso, o por decepcionarme de mí misma. Quizás un poco de ambas.

—No lo estropees —me pedí en voz baja enfocándome en lo importante.

Era mi oportunidad de demostrarme que era igual de capaz que el resto. Me hubiera gustado mostrar una habilidad sorprendente, moverme con naturalidad y confianza, impresionarme con mi talento oculto, en lugar de aferrarme a la hoja revisando un centenar de veces cada línea. Las palabras que se me escapaban cada que todo concordaba, mi mirada sin pestañear, la manera en que ordenaba el papel para no confundirme. Toda yo gritaba que era una primeriza. Supongo que Sebastián lo notó porque había una sonrisa peculiar en sus labios mientras me veía luchar con el registro. Posiblemente se estuviera burlando de mis aires de grandeza, no lo culparía.

—No engaño a nadie, ¿cierto? —solté en un ataque de sinceridad—. Es decir, está claro que nunca había hecho nada parecido. Además soy una pésima mentirosa —mencionó.

Él no pudo contradecirme, ni siquiera por educación.

—Aunque lo vea como una desventaja eso habla mejor de usted —apuntó. Una sonrisa débil debatió su opinión. El honesto no siempre gana, la verdad te vuelve más vulnerable, más fácil de pisotear. Ser tan transparente te transforma en el punto predecible a donde lanzar los dardos.

Mi dilema quedó en el aire cuando una notificación sacudió mi celular sobre la mesa. Ni siquiera recordaba dónde lo había puesto. Dejé de respirar centrándome en mi realidad. Sabía que podía ser cualquier persona, pero desde que recibí el primero cada que llegaba un mensaje el mundo se detenía. No resistí la duda de descubrí lo nuevo que tenía para mí, aquel dolor de manera inexplicable se estaba volviendo adictivo incluso cuando era incapaz de procesarlo del todo. Levanté el rostro, comprobando que Sebastián siguiera atento en sus labores, antes de destapar el misterio.

No fallé en mi suposición, aunque sí en las consecuencias del impacto.

Tengo un dato interesante que consideré adecuado compartirle. Puede corroborarlo por su cuenta si duda de mí. Es curioso que no exista en Hotel Montemayor, donde suele hospedarse su marido, un solo registro de visita de Rafael Carrasco en el último año, pero sí una orden de compra de un arreglo de jazmines en la última semana. Cuénteme, ¿recibió flores, señora?

Otra puñalada en el corazón. Su ironía era el condimento perfecto, la leña de una fogata que amenazaba con apagarse. Los recuerdos se mezclaron con violencia en mi cabeza, con la misma fuerza que utilicé al dejar mi asiento. Sebastián se mostró extrañado por mi abrupto movimiento. El silencio se rompió por el arrastre de la silla, e incluso así no superó el sonido de mis latidos desenfrenados.

—Necesito tomar un poco de aire —solté sin ingenio para improvisar una mentira. Él me miró extrañado—. Prometo que no voy a tardar, regresaré a terminar —le prometí sin darle tiempo de hacer preguntas que no podría responder.

Abandoné la habitación guardando toda la formalidad que el dolor me lo permitió. La tristeza siguió los pasos de cerca a un cuerpo vacío que por voluntad propia se alejó de las miradas curiosas. No quería testigos de mi descalabro. No sabía a dónde ir, solo deseaba estar sola y resultaba imposible en un sitio con ciento de empleados.

Pensé en refugiarme en la oficina, pero para llegar tenía que recorrer pasillos. Busqué el camino fácil, siempre lo hacía. Terminé en el estacionamiento trasero, deseando estuviera vacío por la hora.

Liberada de esos muros el aire acarició mi rostro caliente por la molestia. No debía dolerme, Rafael no merecía que le llorara, pero una no gobierna los sentimientos. Ellos no siguen guiones, simplemente surgen de un rincón con la fuerza para demoler toda tu convicción. Nunca tienes la garantía que ellos se resignarán a tus órdenes y no tomarán el mando. Y dolía, dolía saber que jugaron tanto tiempo contigo.

Cerré los ojos conteniendo las ganas de llorar, me llené de fuerza recordándome que no podía avergonzarme más en un lugar público. Respiré hondo intentando encontrar la inalcanzable calma, mis labios temblaron en mi esfuerzo de mantener todo dentro de mí. Coloqué otro candado a la puerta donde guardaba su nombre, pero se acumuló tanto peso que amenazaba con venir abajo.

Sin fuerzas, ocupé uno de los escalones. Estrujé mi rostro odiándome por ser tan débil. Irritada por mis dudas apoyé mi rostro en mis rodillas, envolviéndome en mi pequeño mundo. No podía creer que un maldito ramo me hiciera tanto daño. El tiempo se escapó por el camino que mis dedos trazaron en mis cabellos. Después de un rato pensé: ¿qué más daba si Rafael le regalaba la florería entera? No era el obsequio lo que mataba. Los hubieras, las noches que lo extrañaba y contaba los días para su regreso, las bienvenidas que organizaba agradeciendo su vuelta, todos mis errores se mezclaron en mi interior. Mi ingenuidad adorando una mentira con todo mi corazón, amando a alguien que ni siquiera existió.

Quizás al final lo que más dolía no era su traición, sino la parte de felicidad que me arrebató y costaba tanto recuperar. Cerré los ojos abrazándome, deseando hacerme fuerte.

—¿Todo bien?

Pegué un respingo al escuchar una conocida voz a mi espalda. Abrí los ojos asustada, percatándome que no estaba sola. Avergonzada quise ponerme de pie en un salto, pero Sebastián decidió bajar los escalones que faltaban sin darme tiempo de reaccionar. Limpié disimuladamente cualquier rastro de tristeza para que no se diera cuenta, aunque supongo que para eso debía borrarme la cara entera.

—Sí, sí—mentí deprisa regalándole una falsa sonrisa—. De pronto me sentí un poco abrumada, suele pasarme cuando me pongo un nerviosa, pero ya estoy mucho mejor —mentí.

—Tranquila, los inicios siempre son complicados —mencionó comprensivo. Quise levantarme, pero él me sorprendió poniéndose de cuclillas para buscar mi mirada. En ella había consuelo y encontrar ese sentimiento me confundió—. No se preocupe, todo saldrá bien.

Debía verme terrible para que me hablara como si estuviera a punto de romperme. Sin embargo, esta vez no le hui, estudié sus ojos a la par analizaba lo que acababa de soltar. Para él no tenía importancia, pero era la primera persona que me lo decía desde que supe la verdad. Alicia, mi madre, Gil, la persona que se escondía tras ese número, me hablaban sobre las tragedias y caos que se avecinaban, nadie jamás intentó consolarme. Unas palabras cálidas en medio de la nevada que amenazaba con enterrarme viva dibujaron una débil sonrisa en mis labios. Él, en cambio, replicó una sincera que supo a esperanza. Era el recordatorio que entre todo lo malo aún había gente buena. No quería olvidarlo.

—Cuando recién llegué a la ciudad también necesité un descanso —me contó sentándose a mi lado. Afilé mi mirada, sin saber qué tanta verdad había en sus palabras, pero pronto la suavicé recordando que él no tenía obligación porque quedarse ahí y lo hizo solo porque era un buen ser humano—. Monterrey no se parecía a lo que tenía en mente.

—¿Para bien o mal? —curioseé. Sebastián pensó en la respuesta, pasó sus ojos negros por los vehículos, escarbando en el pasado. Me abracé a mí misma sin presionarlo por una respuesta. Era esa clase de cuestiones que nunca aparecen en tu mente hasta que alguien más las pone sobre la mesa.

—Era una página en blanco, la oportunidad de escribir el resto —contestó pensativo. Reflexioné sus palabras en silencio.

—¿Y encontró una bonita historia?

—Aún no llega el final —apuntó. Sonreí ante su ingeniosa respuesta. Sí, para desgracia o gloria quedaba un largo camino.

—Al menos es un gran inicio. Tiene una hermosa empresa, inteligencia, el respeto de las personas que lo rodean —enumeré—. Todo lo que un hombre podría desear. Claro, no digo que sea por suerte —expuse haciéndome una idea de lo mal que debe sentirse reduzcan tus méritos—, a trabajado por ello.

—La tarde que me despedí de mi padre me dijo que la única manera de lograr lo que deseamos es trabajar duro. Lo repito cada que mi voluntad flaquea —me confesó.

—Es un buen consejo. Un hombre sabio —concluí—. Estoy segura que el mío también lo era —reconocí encogiéndome de hombros—, pero la idea de compartirlo no le entusiasmaba mucho.

Él pensaba que la riqueza de las personas no solo se resumía a lo que poseen, sino también lo que saben. Guardaba sus tesoros con recelo, como un guardia que prefiere perderse con ellos antes de entregarlos a manos de otros.

—Quizás por eso me sorprendió que no se molestara cuando impuse mi autoridad —me sinceré limpiando mis palmas en la tela de mi pantalón negro—. Ese día me comporté como una idiota —escupí molesta conmigo misma. Un animal asustado que muerde para defenderse. E incluso cuando impuse mi autoridad, dudé y puse en tela de juicio su nombre, Sebastián me había dado una mano, en lugar de usar mi ignorancia a su favor en nuestro primer altercado—. En cambio, ustedes fueron muy amables conmigo, eso lo empeoró. Venía con la idea de hacer una entrada estilo diva de telenovela mexicana, pero no eran los villanos que tenía en mente.

—Vaya, esa son declaraciones fuertes —admitió divertido de mi explicación.

—Sí, algo así. Me gusta el drama —comenté dejando de comportarme como alguien más—. De todos modos, no pude sostener el papel y ustedes tampoco ayudaron. Es decir, pensé que gritarían o dirían algo capaz de tentarme a volverme a casa, pero hicieron todo lo contrario. Me ofrecieron una oficina, me explicó cómo se manejaba cada detalle y ahora está aquí. Acaba de echar a perder mis planes.

—¿Por qué lo haría? Trabajamos para el mismo equipo, buscamos una meta en común —me recordó, pese a que el mensaje advirtiera lo contrario.

—El mismo equipo... —repetí. Observé su rostro analizando sus intenciones. Era una estupidez por confiar, pero parecía tan honesto—. Suena bien —admití sin saber qué más decir. Llevé mi mirada a la nada, aclarando mi mente.

Me había propuesto no fiarme de nadie, conseguir mis triunfos en solitario, alejarme de cualquier traición, pero me estaba resultando desgastante dividirme entre lo que deseaba y podía hacer. Resultaba imposible convertirme en quien quería sin tener la menor idea de dónde estaba parada. Quizás no resultaría tan catastrófico apoyarme en alguien que conociera el camino y me guiara. Además, si era cuidadosa no tenía por qué estar siempre a la defensiva. Contemplé su semblante en silencio, preguntándome si él también estaría de lado de Rafael. Posiblemente, aunque tal vez había una manera de demostrarle que jugar conmigo era mejor que hacerlo en mi contra.

—Sebastián Valenzuela —comencé sin acobardarme. Él me miró con atención y pese a mis deseos esta vez no dejé que el miedo me dominara—, quiero ofrecerle un buen trato.

¿De qué creen que sea el trato?

¡Hola! No avisé que sería doble actualización, porque no lo sabía hasta esta tarde que recordé que el próximo viernes es Navidad. Es muy probable que no pueda actualizar porque tendré que hacer los tamales :'v así que me decidí a subir dos. Les deseo una Navidad preciosa ♥️. Cuidense mucho y pasenla muy bien con su familia. Se les quiere.

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