Capítulo 2: No te fíes de nadie
Nunca olvidé el atinado consejo que me dio mi abuelo: contra el dinero y el amor es imposible ganar. Su intención era mantenerme fuera de la habitación donde se juegan las duras partidas, pero contrario a sus deseos, sus palabras me sirvieron para concluir que si nadie es capaz de darle cara podían convertirse en armas a mi favor. Después de todo, la diferencia entre morir y matar está en quién sostiene el gatillo.
Tomé un profundo respiro armándome de valor. Sabía que cruzando la puerta lo que se mantenía en pie terminaría de caer, pero marchándome no desaparecería. Teniéndolo claro empujé la madera para terminar todo de una vez por todas. Dentro me encontré con mi invitado que me regaló una cordial sonrisa, fue imposible responderle. La hipocresía nunca fue mi plato favorito. Estaba convencida que aquel hombre conocía todos los secretos de mi marido, que lo había solapado durante años en todo sus mentiras. Por eso mismo me era de utilidad.
—Señora, ¿me mandó llamar? —preguntó conociendo la respuesta. Estudié su semblante un instante. ¿Cuántos días la sonreí a gente que estaba viéndome la cara? Mi inusual atención lo desconcertó, asentí recordando debía ser discreta. Lo invité con un ademán a tomar asiento.
Rodeé el escritorio hasta detenerme frente a la silla principal. Contuve la respiración, mis dedos recorrieron el brazo de cuero. Solo Rafael ocupaba ese lugar, nadie en casa se había atrevido a suplantarlo en los cinco años que llevaba visitando ese despacho. Él siempre a la cabeza, yo al costado. Apreté el puño antes de echarla atrás para cambiarlo pese a la sorpresa de Gil. Eso debió darle un indicio de lo que se venía.
—Mi marido me recomendó acudir a usted durante su ausencia. ¿Tiene lo que le pedí?
Fui directa, los rodeos robaban valioso tiempo. El hombre no escondió el asombro por brincarme el protocolo de ofrecerle una taza de café y preguntarle por su familia. No me importó, encontré lo que buscaba en sus manos. Mis ojos se clavaron en la carpeta donde debían estar las respuestas.
—¿El señor Carrasco necesita esta información? —curioseó. Levanté el rostro hallando un sentimiento peculiar en sus ojos, una sonrisa se pintó en mis labios ante sus recelos. Su actitud solo lo ponía en evidencia.
—Si fuera de interés de Rafael él se hubiera encargado del tema personalmente —mencioné con simpleza. Fue evidente el contraste entre mi seguridad y su rostro ensombrecido—. ¿Qué pasa? ¿Olvidó quién es la dueña de ese dinero, Gil? —tiré impaciente en una advertencia disfrazada de broma.
Carraspeó incómodo, recomponiéndose enseguida. Irguió la espalda, cediendo. Pasé saliva lastimándome la garganta. Mis ojos permanecieron en el reporte que escondía mi condena. Las respuestas estaban frente a mí, a un solo paso, me aterraba lo que fuera a encontrar. Respiré despacio mientras mis manos temblorosas a causa de la adrenalina lo tomaron. Abrí la pasta hallando un resumen de todos los movimientos importantes durante el último año. Devoré línea por línea, junto al corazón amenazándome con salirse del pecho, estudiando cifras en búsqueda de una pista. «Si quieres saber quién es tu marido en realidad, te recomiendo buscar dónde coloca el dinero», el mensaje se repitió en mi cabeza sin parar. «¿A qué se refería? ¿Era un acertijo? ¿Una metáfora? ¿Un juego absurdo?»
«Utilidades, compra de mobiliario, automóviles, vuelos...» Mi respiración se aceleró en el pasar veloz de las hojas. Nada que a simple vista me indicara estaba tomando la dirección correcta, nada que levantara sospecha. «Debe haber algo, algo, maldita sea», chisté a mis adentros molesta por caer en otro engaño. La desesperación me volvió inestable. A mi pesar, podía reconocer la mayoría de los movimientos.
La mayoría, pero no todos.
—¿Qué son estos aportes? —cuestioné frenando mi lucha. El silencio reinó. Se trataban de cifras considerables, no simples traspasos que pasaban desapercibidos. Gil no contestó enseguida, levanté la mirada exigiéndole respuestas—. Es mucho dinero.
—Son inyecciones de capital a sus inversiones —explicó como si fuera lo más normal del mundo. Afilé la mirada volviendo a revisarlas. Algo no cuadraba.
—¿Imperio Captura? ¿Iriarte Valenzuela? —mencioné extrañada. Leer la información de ambas no disipó mis dudas, todo lo contrario, lo volvió más confuso—. ¿Desde hace cuánto tenemos acciones en estas compañías?
Rafael jamás las había mencionado. Repasé los datos generales. Una empresa de captura de información y una imprenta a gran escala no tenía ninguna relación con una línea de cosméticos a nombre de mi familia. Intenté encontrar un comentario, una cita, viaje, reunión relacionada. Nada. Mi mente estaba en blanco. Estaba completamente segura que nunca habló de ellas, ¿por qué el secreto?
—Con la primera lleva poco más de tres años —me puso al tanto. Enredé mis dedos por mi cabello—. El grupo Iriarte no debe sobrepasar los quince meses. Son buenas inversiones, señora, han presentado ganancias considerables en este periodo —intentó tranquilizarme ante mi claro desconcierto—. Confíe en su esposo, el señor Carrasco sabe bien lo que hace.
—Coincidimos en ese punto —murmuré. Esa era la única explicación para que pudiera mantenerlo oculto por tanto tiempo. Aprovechó lo alejada que estaba de la compañía para moverlo todo a su conveniencia—. Gil, necesito que me envíe los últimos estados de ambas empresas —dije pensativa—. ¿Lo tendrá? —me aseguré ante su silencio. Mis ojos lo ponían nerviosos o quizás era mi estado completo. Los latidos seguían fuera de control, enredándose con teorías que me lastimaban. La persona que me escribió sabía algo importante.
—No quiero ser impertinente, pero qué hará con esa información —soltó sin contenerse.
—¿No quiere ser impertinente? —contrataqué alzando una ceja. Odiaba las preguntas, sobre todo cuando ni siquiera yo misma conocía la respuesta. Él tuvo intenciones de disculparse, pero me le adelanté silenciándolo—. Acabo de descubrir que tengo acciones en dos compañías, ¿no sería natural que quisiera saber más de ellas? —lancé levantándome, en mi deseo de calmar el hormigueo de mis piernas y darle la espalda—. He pasado muchos años dedicada a mi hogar, dejé una gran responsabilidad en la espalda de mi esposo, quiero ayudarle —mentí fingiendo inocencia—. Sobre todo, ahora que la pasa fuera gran parte del tiempo.
—Señora, no debe preocuparse. Las personas al mando son personas muy capaces...
—Tendré que comprobarlo por mí misma —concluí sin dejarme doblegar. No me gustaba que se metieran en mis asuntos, sobre todo, porque su preocupación no era más que una forma de salvar a su protegido.
Gil asintió comprendiendo que era inútil hacerme cambiar de opinión. Al despedirse prometió que me enviaría la información esa misma tarde. Conté los minutos para tenerla en la bandeja, pero fui consciente de que si quería la verdad debía hurgar más profundo. Tan hondo como fuera posible.
—¿Me permite darle un consejo? —soltó reflexivo con la mano en la perilla. Volteó la cara para dar con la mía. Por su tono cuidadoso de voz supuse se trataría de algo que no me gustaría escuchar—. No se meta en estos negocios —me recomendó preocupado, sin morderse la lengua. Su abrupta sinceridad descompuso mi expresión—. Es un mundo dominado por hombres, ellos toman las decisiones, será muy difícil que la escuchen. Sobre todo cuando se carece de carácter, autoridad, experiencia. No entre a la boca del lobo por su propio pie.
Reflexioné en silencio a sus palabras, en un duelo de miradas que erizó mi piel.
—Le regresaré el favor, licenciado Gil —mencioné despacio. Era mi turno de dar el golpe final—. Jamás le diga a alguien que no podrá. Es una invitación para callarle la boca.
—¿Tienes una idea de quién puede tratarse?
Laura repasó una decena de veces el último mensaje que aparecía en la pantalla. Negué a la par de un resoplido de frustración. Había pasado la noche entera intentando descifrar el misterio, pero mientras más lo pensaba menos claro parecía. Faltaban muchas piezas, no estaba ni cerca de descubrir lo que escondía.
—Primero pensé que podría ser su amante —solté mi hipótesis. Ella pareció estar de acuerdo—, pero hay algo que no cuadra. ¿Por qué conocería las inversiones de mi marido? Dudo mucho que él se los contara, a sabiendas de lo importante que es.
Laura le dio un sorbo a su café con la cabeza en las nubes.
—¿Qué si ella lo sabe por otro medio? Es decir, puede que en uno de esos sitios juegue con ella al gato y ratón —soltó astuta. La opción no me parecía viable. No creía a Rafael capaz de invertir dinero de mi propia compañía en ese enredo—. Si te contara las mañas que tienen algunos. No sería descabellado, empezando porque tú jamás sospecharía que su sitio de trabajo es el mismo donde vive su aventura —expuso, cambiando mi perspectiva.
—Sé que esconde algo más —hablé para mí. Tenía la corazonada que esto era solo la punta del iceberg.
—¿Qué piensas hacer? —quiso saber Alicia, sin ocultar su vena curiosa.
—Está la opción de pedirle el divorcio, que se marche de casa y conformarme con la repartición de bienes —planteé el camino convencional.
—¿Vas a dejar que se quede con el patrimonio de tu padre para que pueda disfrutarlo con su amante? —dictó con crudeza. Apreté los labios escondiendo un suspiro—. Que no se te olvide que Rafael no era más que un pobre diablo a la que la suerte le sonrió cuando se casó contigo.
—Tampoco puedo olvidar que él mantuvo ese dinero —le recordé ese pequeño detalle.
—Vaya, aún lo defiendes.
—No lo hago. Soy consciente de mi realidad —remarqué. Le había contado todo a Alicia porque era como mi hermana, mi mayor confidente, intentando calmar mi mente, no para encontrar un juicio. Yo era mi peor verdugo. Sin embargo, había olvidado que ella siempre fue tajante en sus decisiones. La cobardía no estaba en su diccionario—. Que tenga tantos conocimientos me pone en desventaja.
Mi padre jamás me permitió entrar a sus negocios y Rafael siguió la misma línea. Era más práctico para ellos tenerme fuera. Por esa razón adelantaba no se tentaría el corazón para sacarme de la partida aprovechando mi inexperiencia. Necesitaba estar un paso adelante.
—La persona que me envió este mensaje no se limitó a contarme su infidelidad. Si hizo la mención del dinero es por otra razón. Esto va mucho más allá.
—¿Cómo lo descubrirás? —me interrogó meneando su té con una cuchara.
Distraída seguí el movimiento de las ondas que con un toque en el centro se extiende despacio hasta ocuparlo en su totalidad. Alicia se intrigó por mi titubeo, buscó mi mirada. En verdad quería saber qué planeaba.
—Ya pensé una forma de averiguarlo.
Ni siquiera llegué al número diez cuando perdí la cuenta. Estrujé mi rostro, los nervios estaban haciendo añicos mi estómago. Eché la cabeza atrás, cerré los ojos, meditando la locura estaba a punto de cometer.
Sabía que aún estaba a tiempo de volver, hacerme un ovillo y aceptar la derrota. Sin embargo, había algo que me impedía regresar, un sentimiento que superaba mis fuerzas. No tenía un nombre, nunca quise dárselo. Si daba el primer paso no había vuelta de hoja.
A través del cristal de la ventanilla observé a un grupo de empleados penetrar la barrera de seguridad, cada uno sumido en su realidad, tan alejado de la mía como yo la estuve de la suya por años. Mamá decía que las mentiras no duraban mucho, pero mintió. Pueden ser eternas, prolongarse tanto como el dolor las soporte. Parpadeé intentando espantar cualquier rasgo de debilidad. No entendía cómo Rafael pasó de ser el amor de mi vida al enemigo con el que debía luchar. Dormí tantas noches escuchando que me protegería sin imaginar que quien velaba mi sueño era el causante de mis pesadillas.
—¿Señora, quiere que volvamos a casa? —preguntó Javier educado, disimulando su desesperación después de casi media hora varados en el estacionamiento. Estaba intentando hacerme una armadura gruesa para una batalla perdida.
—Casa... —repetí en un susurro. Ya no había una. Solo los pedazos de lo que antes fue mi jaula de cristal. Supongo que así debían sentirse las aves cuando después de regreso de un largo viaje no encontraban su nido. Eso era lo que me esperaba a mí, una habitación llena de recuerdos.
Respondí abriendo la puerta, decidí que si el colapso me mataba lo llevaría conmigo. Rafael no tendría descanso sin mí. Nos hundiríamos los dos.
Un profundo respiro antecedió a mis pasos firmes que hicieron camino hasta la entrada principal. No me permití bajar la cabeza, no importaba que tan pequeña me sintiera, no se lo demostraría al mundo. Si me consideraban el rival débil me echaría fuera sin darme una oportunidad. Me jugaría todas mis cartas, esta vez no perdería, daban igual las consecuencias.
Alcé la mirada deteniéndome en las escaleras del edificio. Di un paso atrás para contemplarlo mejor. Iriarte Valenzuela. El par de apellidos se entrelazaron con el frenético ritmo de mi corazón que resonó como un tambor de guerra. ¿Qué secretos se escondía tras esas paredes? ¿Alguno de ellos era la llave del cofre?
Empujé la puerta de cristal encontrando una recepción plagada de personas. Me coloqué en la fila, revisando con la mirada los detalles. El piso pulcro, temperatura perfecta, las paredes sin ninguna cuarteadura. Reconocí que el que estuviera a cargo debía estar al pendiente. Quizás Gil no me había mentido del todo.
Avancé despacio presenciando cómo los empleados marcaban una hoja. Mis labios dejaron escapar un suspiro que delató mi impaciencia, libré una pelea interna por no acobardarme. Mi mente nunca fue tan resistente como mi espíritu, se doblegaba con facilidad ante el anuncio de la tempestad. Un arrepentimiento fugaz me invadió, pero la vibración de mi celebro anunciando un nuevo mensaje, cambió los papeles.
El tiempo se detuvo junto a los latidos de mi corazón. Las ideas corren más rápido que la razón. Podía tratarse de cualquier persona, pero yo tenía una corazonada. Para mi desgracia, acerté. Mis manos sudaron al notar se trataba del mismo número de la vez anterior. Con torpeza mis dedos dieron con la clave que dejó a la luz lo que por tantos meses permaneció en la oscuridad.
La daré un consejo, si quiere llegar al final, no confíe en nadie. La tinta siempre deja marcas.
Me costó una eternidad digerir esas letras. Nerviosa giré a ambos lados estudiando a las personas que me rodeaba, pero ninguna me prestó atención. Rostros extraños, caras difusas que se perdieron en el pánico. ¿A qué se refería con que había decidido jugar? ¿Sabría dónde estaba? ¿Tendría idea de mis planes? Imposible, no sé los había contado a nadie, ni siquiera a Alicia. Las preguntas comenzaron a atascarse en mi cabeza, mis dedos apenas lograron escribir. Chisté entre dientes cuando se resistieron a enviarse. «Maldita sea, hizo lo mismo». La mención de la tinta aumentó mi intranquilidad, si conocía mi ubicación significaba que me había seguido hasta aquí o simplemente dedujo lo haría. No sé cuál era peor.
—Bienvenida a Iriarte Valenzuela, ¿podemos ayudarla en algo? —Una voz me sobresaltó. Pegué un respingo—. ¿Está bien? —insistió preocupada al verme congelada en mi lugar. Había olvidado cómo hablar. Un paso tras otro, rígido, sin rumbo, hasta sostenerme del borde del escritorio. Las miradas curiosas de todos sobre mí no ayudaron.
—Quiero... Quiero ver el licenciado José Luis Iriarte —comenté en voz baja, con mi lengua enredándose. Tal vez lo más inteligente era hablar con la policía.
—¿Tiene cita? —preguntó por mero protocolo revisándolo en su computadora. Perdía el tiempo.
—No —susurré. Agité mi cabeza situándome en la realidad. Ella se mostró extrañada. Debía ser la única loca que pedía una cita con el dueño como si fuera el menú del día—. Soy Jessica Echevarría —aclaré. No hubo cambio en su expresión, fue como si le hablara en otro idioma—. La esposa del licenciado Rafael Carrasco —especifiqué a mi pesar.
—Señora, claro, claro —se disculpó. «Sí lo conocen». El malestar no solo fue producto de la verdad, sino de la absurda necesidad de identificarme sin mi nombre—. Qué gusto tenerla por aquí —mintió, amable—. No sabíamos los visitaría. El licenciado José Luis no ha llegado, pero ahora mismo confirmo quién puede atenderla.
Asentí sin escucharla. La psicosis se fue apoderando poco a poco de mí. Recorrí con la mirada a cada persona que entraba y salía. «Mucha gente para memorizarla». Tal vez lo de Rafael no se reducía a la venganza de su amante, quizás estaba enredado en problemas graves. También era posible que solo estuviera en mi cabeza, pero la mente es poderosa. La maestra del engaño. Ella comete los crímenes perfectos declarándose siempre inocente. Hay muerte en sus garras, pero ni una gota de sangre que la inculpe. Dominada por los nervios golpeteé mi tacón contra el suelo mientras la señorita intentaba localizar a alguien por teléfono.
—No contestan —me explicó nerviosa, víctima de mi desesperación. Asentí sin oír.
Con los nervios a flor de piel, creyéndome presa de una cacería, me hice a un costado asustada cuando un tipo se acercó, me avergoncé ante mi exagerada reacción al notar solo quería hablar con la chica al mando de la recepción. Ni siquiera se fijó en mí. Estaba armándome una película.
—Licenciado, qué gusto verlo —suspiró aliviada, como si la llegada de alguien en quien colocar su atención fuera una salvación. Por el porte ejecutivo supe se trataba de uno de sus compañeros. Miré hacia el otro lado para no interferir—. ¿Cómo estuvo su mañana? —añadió, ignorándome.
—Buenos días, Dolores. Bien, es un día agradable —comentó—. Por cierto, ¿tendrías el registro de visitas de la última semana? Necesito que lo envíes al encargado de seguridad para verificarlo...
—Claro que sí. Ahora mismo lo busco —priorizó con una simpática sonrisa, dejándome olvidada. Abrí la boca indignada.
—Lo siento mucho, señor, pero yo llegué primero —intervine molesta—. Espere su turno como el resto.
No acostumbraba exigir atención, pero en realidad necesitaba irme de aquel sitio y no lo haría hasta obtener lo que fui a buscar. Sus ojos negros se posaron en mí por primera vez. Me costó sostenerle la mirada cuando su atención recayó en mí.
—Discúlpeme —mencionó educado. En otro momento lo hubiera valorado, en ese estaba hecha otra persona—. ¿Podemos ayudarla en algo?
—Estoy esperando que alguno de los dueños de este sitio se le antoje aparecerse a trabajar —escupí en voz alta, sin guardármelo, esperando le pasara el recado a sus superiores.
La chica bajó la mirada susurrando algo que me fue imposible escuchar. El hombre, en cambio, dibujó en sus labios una sonrisa discreta. Entrecerré mis ojos ante su inesperada reacción, no comprendí qué le causaba gracia. Ofendida quise protestar, pero él se me adelantó. Gracias al cielo.
—Entonces, estoy a sus órdenes —me sorprendió ofreciéndome su mano. No fui capaz de alzar de nuevo el rostro al comprender mi error. La sangre se congeló en mis venas al escucharlo de su propia voz—. Licenciado Sebastián Valenzuela, para servirle.
¡Hola! ♥️ Muchísimas gracias por todo el apoyo a esta historia. La historia ya superó sus primeras 1k lecturas ♥️😭. Sebastián apareció ♥️. El viernes El club de los cobardes, donde aparece, ganó un Watty ♥️. Gracias de verdad. Se vienen muchas sorpresas.
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