Capítulo 1: Resurrección
Damián Barrios no creía en la resurrección. Nunca había sido un hombre creyente, claro, así que le fue fácil responderse cuando se preguntó si alguien era capaz de resurgir de sus propias cenizas o de caminar entre los muertos. Para él eran cosas que se veían solo en las películas o, peor aún, narradas en uno de esos capítulos tan complicados como los eran los de la Biblia.
Pero por más que todos sus instintos le rogaran coherencia, Barrios creía que Julián era capaz de volver de la ultratumba con tal de seguir destruyendo lo que sea que se cruzara en su camino. Era en lo único que podía pensar. Incluso si su muerte no se había consumado en una sucia y oscura calle de la Argentina, su resurrección todavía era posible, una resurrección mucho más cruda y posiblemente despiadada.
El renacimiento de un monstruo, que si era recibido y acogido por las manos erróneas, podía dar rienda suelta a un psicópata que no tenía límites ni reproches. Un monstruo que Barrios no supo ni pudo controlar y que derribó cada capa de estabilidad que le quedaba para dejarlo sin nada.
Estaba vacío.
—¿Otra copa? —preguntó el bartender, quien acostumbrado a la rutinaria presencia de Damián en el bar porteño, trataba de sacarle provecho a su condición de alcohólico.
El exdetective asintió con la fuerza que encontró e hizo lo único que supo hacer desde que lo despidieron de la policía: beber whisky hasta olvidarse de la miserable persona que era. A veces, si tomaba suficiente, la voz de Mariano se cansaba y se callaba en su cabeza. La de Belén le hablaba por lo general tímida y se perdía con la del resto. La de Sebas, al revés: retumbaba en la mente de Barrios con sus gritos, como si el eco que lo atormentaba le recordara los últimos segundos de vida del adolescente.
Damián lograba su cometido cuando perdía la conciencia y dejaba de recordar a todos aquellos a los que no pudo salvar: su esposa, por supuesto, y la decena de chicos que murieron por su ineficacia y su estupidez. Sus jefes nunca se lo perdonarían. Los padres de los hijos que TAI arrebató nunca se lo perdonarían. La sociedad entera nunca se lo perdonaría.
Él nunca se lo perdonaría. Cada día que se levantaba por la mañana deseaba que el comandante del Grupo Halcón no lo hubiera salvado del padre de Julián. Deseaba que esa bala le hubiese atravesado el cráneo con toda la elegancia y piedad que ahora su vida no tenía. Pero la suerte del exdetective se había acabado hace rato, ya no tenía a nadie a quién rogarle por el regalo de la muerte.
Barrios metió una de sus manos en el bolsillo y sacó su billetera del jean. Al abrirla, la foto de su difunta esposa se le apareció detrás del plástico en el que hace años la había guardado. Un recuerdo de su luna de miel en las playas de México, los dos sonriéndole a un loro que se había parado sobre el hombro del exdetective. Damián no pudo evitar emocionarse con la pequeña imagen, y se imaginó lo que sería tener la posibilidad de volver a estar en sus brazos, por más que fuera una gran y enorme anhelo que no podría nunca cumplir. ¿Qué pensaría Julieta de él ahora? Le daba vergüenza siquiera pensarlo. Sabía que ella lo odiaría y despreciaría, como hizo todo su círculo social después de su muerte y como hizo toda la estación de policía después de que TAI se escapara frente a ellos.
La cabeza estaba empezando a pesarle, así que debía apurarse si quería volver a su departamento manejando y poder dormir en su cama. Pagó con lo poco que tenía y se levantó de la barra para salir del bar, pero en el momento en el que se movió de su asiento, sintió el contacto de una mano en su espalda baja que lo obligó a sentarse otra vez. La mano no lo agarró con fuerza ni le llamó su atención con brusquedad. Por el contrario, había cierta sutileza en la forma en la que había decidido tocarlo.
Era la mano de un niño, que ahora escondía ambos brazos detrás de su espalda.
—¿Qué querés, nene? — Barrios había perdido parte de sus modales, ya no era el hombre respetado que muchos habían conocido en el pasado.
El chico sonrió con ingenuidad y reveló por primera vez lo que ocultaba tras su pequeño cuerpo: un sobre blanco e impoluto que ahora era depositado en las manos del exdetective.
—¿Q-quién te dio es-esto? —balbuceó, su mente rebosante de dudas, su cuerpo de hielo.
—Me regaló un chocolate —contestó el niño con una nueva sonrisa infantil antes de irse sin ningún otro tipo de explicación, ignorando la pregunta que le habían hecho.
No tuvo que abrirlo para saber quién era el autor de la carta. Su cuerpo se encargó de decírselo: sus piernas débiles; sus manos en un temblequeo constante; su corazón latiendo tan fuerte que temía que se saliera de su pecho.
Damián destrozó el sobre de un tironeo brusco. Estaba enojado, pero tenía miedo. Sentía adrenalina, pero también estaba paralizado. Las emociones contradictorias convivían en él en completo caos. Supo que cuando leyera el contenido de la carta no habría vuelta atrás, pero lo hizo de todos modos:
Hay que volver a los inicios para comenzar de nuevo.
Leyó cada palabra una por una, varias veces, como si así pudiera cambiarle el significado. Para cuando bajó la vista y se encontró con la firma de Julián, un escalofrío recorrió su cuerpo. La sigla no estaba escrita con la misma lapicera azul que el resto. Por el contrario, "TAI" estaba resaltado en un rojo que se había arrastrado por la hoja y que ningún resaltador, lápiz ni fibra podían copiar.
Un rojo escrito con sangre.
El exdetective no tuvo más que remedio que seguir bajando y encontrarse con la posdata que confirmaba sus sospechas:
PD: Nachito me ayudó a firmar. ¿No es un amor? Le hice un cortecito nada más, ¡no sabés lo que te extraña! Dice que espera verte pronto.
Barrios dejó caer la carta sobre la barra. Su mirada se perdió en el horizonte de las botellas de alcohol que estaban presentadas frente a él en el bar. Empezó a barajar sus opciones, pero rápidamente se dio cuenta que no tenía ninguna. ¿Qué iba a hacer? ¿Llevarle la carta a sus excompañeros (de los cuales ni siquiera sabía quién podía ser corrupto o no) y decirles que debían volver a buscar a Julián? Nadie le creería a él. Su reputación hacía rato que se había manchado. Nadie querría escucharlo, no después de que un país entero lo culpara por haber dejado escapar al asesino nacional más buscado.
Su única opción era seguirle el juego. Un juego que, como Damián bien entendía, se había tornado personal. ¿Por qué, si no, elegirlo a él por sobre las millones de personas con las que TAI podía divertirse? Había un elemento de venganza, y Barrios lo sabía. Barrios mismo, de haber tenido los recursos, habría hecho lo imposible por hallar a Julián y lastimarlo.
—Hijo de puta —susurró antes de salir despedido del bar con esa sumatoria de emociones tan conflictivas que lo habían embargado, en la que ahora reinaba un profundo enojo.
Quería ahorcar a ese chico con sus propias manos. Eso lo tenía claro. Damián, junto a muchas otras cosas, perdió su sentido de la justicia cuando su estabilidad emocional comenzó a caer en picada. No había blanco y negro en sus pensamientos, solo negro, negro, y más negro. Sin embargo, la invitación de Julián, de una forma retorcida, le dio algo que no creía ser capaz de volver a encontrar: un propósito.
Podía matarlo. Iba a matarlo. Esta vez no se le escaparía. Pero también, en el proceso, podía escuchar las voces en su cabeza que él con tanto esfuerzo trataba de callar. Podía tratar de salvar a Nacho y a Estefi y limpiar una minúscula parte de su conciencia en el proceso. Podía dejar de sentirse el peor inútil del mundo.
El destino le estaba dando una segunda oportunidad que él no iba a dejar pasar. Así que iría hasta el fin del mundo con tal de encontrarse con Julián y darle fin a lo que habían comenzado.
Cuando Damián llegó hasta su viejo y sucio auto después de caminar varias cuadras a paso ligero, ya sabía exactamente a dónde tenía que dirigirse. Los tres vasos de whisky, en este caso, le habían agudizado sus sentidos detectivescos.
—En los "inicios" te voy a re cagar a trompadas, sorete —le dijo a la nada misma cuando encendió el motor y empezó a maniobrar el volante. Solo había un lugar al que TAI podía estar refiriéndose: el ahora abandonado colegio Alfonsina Storni.
Recorrió los kilómetros hasta la escuela en el mismo silencio que se había acostumbrado a viajar: un silencio crudo, que le recordaba su eterna soledad. Cuando llegó hasta la entrada, no tuvo mejor idea que estacionar en línea amarilla y arriesgarse a que le pusieran una multa por dejar el auto donde no debía. Pero no le importó. Por supuesto que no le importó. Lo único por lo que en verdad decidió movilizarse se encontraba en algún lugar de esa escuela desierta.
Deseaba que Julián lo estuviera esperando dentro. Barrios tenía tanto odio, tanto dolor reprimido, que no confiaba en sus propios impulsos. Sabía que podía convertirse en un monstruo. No tenía nada que perder.
Se metió al Alfonsina Storni por un hueco de la reja que había sido cortado. Atravesó la entrada y por un segundo visualizó cuando esa escuela estaba llena de vida. Ahora la alegría de la juventud era reemplazada por persianas caídas y pasto sin cortar. Para cuando pasó la puerta y se enfrentó al largo pasillo por el que tantas veces había caminado, el recuerdo de las tragedias lo acechó al ritmo de las voces de los chicos, que incrementaban sus gritos agónicos a cada paso que se atrevía a dar:
"Me prometiste que me ibas a proteger, forro", le decía Pedro.
"¿Por qué dejaste que me prendieran fuego? ¿No ves que mamá me necesitaba?", le recriminó Ramiro.
"Te tendría que haber disparado a vos en vez de a Julián", lo atacó Diego.
Avanzó por las aulas tratando de ignorar las súplicas y los insultos que venían de sus propios fantasmas. La tarea le resultaba imposible. Cada vez que se acercaba un poquito más al salón de tercer año, los ruidos eran cada vez más ensordecedores. Los chicos nunca se callarían, lo perseguirían hasta que Damián diera su último aliento.
Sin embargo, cuando puso pie dentro del aula en la que tantas veces había estado, el bullicio fue reemplazado por un silencio absoluto. Era como una especie de respeto consensuado entre los que ya no estaban, que anunciaba que alguien se estaba metiendo en un lugar sagrado, aquel espacio en donde todos estuvieron juntos antes de que sus cuerpos empezaran a desvanecerse ante la muerte.
No era un silencio que pudiera dejar a nadie tranquilo.
Barrios rebuscó desesperado por cada rincón, esperando encontrarse con algún indicio de Nacho, Estefi, o mejor aún, de Julián. Pero ni secuestrador ni víctima parecían haberse acercado a la escena, lo que lo dejó tan decepcionado que tuvo que apoyar su peso sobre una de las sillas para poder mantenerse de pie. Si TAI no pensaba presentarse en carne y hueso, ¿a qué estaban jugando?
Damián no tuvo otra opción más que acercarse hasta el centro del aula, donde un proyector se sostenía en dirección al pizarrón sobre uno de los bancos. A su lado, un pequeño papel escrito con la misma lapicera azul que había visto en la carta que le dio el niño:
Bienvenido, Damián. Dale play a tu próximo infierno.
Damián ahora no fue capaz de soportar su peso y se desplomó en una de las sillas. No quiso preguntarse quién había sido el dueño de ese asiento en el pasado. Solo quería escuchar lo que Julián tenía para decir y salir de ese lugar que tanto lo atormentaba lo antes posible.
Cuando le dio play, la silueta oscura y misteriosa de un chico con un buzo rojo se presentó frente a él. Para cualquier mortal, reconocer a la persona del otro lado de la pantalla habría sido imposible, pero Damián no era cualquier mortal. Damián sabía quién era exactamente el que le hablaba a través de ese modificador de voz.
El amigo invisible al que no había podido vencer.
¡Damián! Capo. Ídolo. Figura. ¿Cómo estás? O debería decir... ¿Cómo están tus botellitas de whisky? Qué tiempos, eh. Me gusta que, a pesar de la inflación, vos no dejes de darte tus gustos.
Lamento decepcionarte. Imagino que esperabas encontrarme en el aula... quizás apuñalarme por la espalda y tener un final heroico en el que por fin te saliera una bien. ¡Retriste que no sea así!
Pero bueno, vamos a lo importante: sigo teniendo a Nacho y Estefi. Están bastante bien, pero me estoy cansando un poco de ellos... y ya llegó tu hora de participar en su Juicio.
Vos podés salvarlos. ¡Ay, qué lindo sería! Pero también podés ser el responsable de su muerte. Ambos sabemos que no podés cargar con la culpa de dos muertes más en tu larga lista, así que por eso estuve diseñando algunos nuevos... ¿jueguitos? para que te diviertas.
Si ganás, felicitaciones. Te voy a esperar acá en casita con un mate y medialunas para que puedas liberarlos y nosotros tengamos una linda última conversación de amigos. Pero si perdés, si fallás, si te morís antes de lo que te toca morirte, si hablás con la policía o empezás a hacer cagadas..., los chicos van a sufrir, y después se van a morir. Los voy a ir rebanando, dedito por dedito, y te los voy a poner en la comida para que te los comas.
¿Estás dispuesto a sufrir para salvarlos, o mejor todavía, para darte el gusto de encontrarme? Yo creo que sí, porque no te queda nada en este mundo de mierda. Solo la sensación de culpa y de venganza. Me necesitás, boludín, como yo te necesito a vos. Vos arruinaste mis planes, hiciste que mataran a papá y que capturaran a mi vieja. ¿Y sabés qué le pasó a ella? La hicieron concha cuando fue presa. Por tu culpa soy un huérfano, así que ahora te toca pagar. ¿No es maravilloso mi plan? Estoy seguro de que vos habrías hecho lo mismo en mi lugar. Si es que te digo, somos mucho más parecidos de lo que creés.
Así que, ¿qué decís? ¿Volvemos a jugar a mi juego?
Ponete la cámara, no te la saques. Descargate una aplicación en el celular, te dejé un papelito con el instructivo. Ahí vas a recibir algunos mensajitos míos cuando te estés portando mal. Y después, empezá a rezar. Vas a necesitar de la ayuda de hasta los Power Rangers para no querer tirarte de un cuarto piso cuando empieces a jugar. Acá está tu primer desafío:
"Aquella experta del cuerpo y la naturaleza reposa en un espacio lleno de esqueletos que tuvieron vidas penosas, el lugar más cercano a la escuela donde lo perdiste todo. La clave está en su pecho, ¡eso es un hecho!".
Gracias por inspirarme tanto. Gracias a vos, TAI está más vivo que nunca. Porque TAI nunca muere.
Hasta pronto, Damiancito.
Barrios detuvo la reproducción. No quería escuchar la voz del asesino más de lo que necesitaba. Reconocía lo nervioso que estaba. Volver a meterse en su juego era peligrosísimo. Si lo hacía, ¿podría recuperarse algún día?
Pero Julián Márquez ya lo había destruido a tal punto que no había razones para estar nervioso. Si el asesino quería recoger sus esparcidas piezas y convertirlas en polvo, Barrios lo haría con tal de ponerle fin a esta guerra.
No hay nada más peligroso que una persona rota. Damián lo sabía, así que tomó la cámara que Julián le había dejado y salió del aula con los gritos de los chicos a sus espaldas, que habían reemplazado el silencio por un pedido de clemencia, un pedido de justicia.
Entendió que era el único que podía salvarlos, y lo haría... o caería en el intento.
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