29. La reserva

Con defenderse me refiero a explicarse. No pueden darme la fórmula de la felicidad o la razón de nuestra existencia y que yo ni los deje hablar, aunque obvio, hay límites.

-¿Quiénes verga se creen que son, pelotuditos? Van a hablar cuando yo se los diga o me hago un chop suei con los dedos de sus pies -bombardeé. Claramente no iba a hacer eso, pero ellos nunca lo sabrían. Los ocho se acurrucaron contra su asiento-. Gonza, arranquemos por vos. ¿Dijiste que yo le gustaba a Darío? ¿Escuché bien?

-Sí -cortó en seco Gonza, intentando evitar la mirada asesina de Darío.

-Puto, puto, ¡puto de mierda! -Darío estaba como loco. Intentaba librarse de su asiento para abalanzarse sobre Gonzalo.

Mi cabeza estaba dando vueltas más que nunca, y no podía dejar de pensar en las cuatro revelaciones que estos giles me acaban de hacer.

Calma, Juli. Calma. Esto no cambia nada. Te van a explicar que quisieron decir con cada cosa y van a ser igual de culpables o inocentes que antes. Solo tenés que escucharlos.

-Ya entiendo por qué Rama le pidió a Darío en su carta que fuera fuerte. Se ve que era el único que sabía -dijo Nacho. ¿Cómo chotis pudo conseguir la carta despedida de Ramiro y yo ni siquiera me había enterado?

-¿Y vos cómo tenías eso? No' tene' que avisar a nosotro' primero -comentó Sebastián en tono de la china del súper. Dios mío. Es más imbécil de lo que creí.

-Ah, no. Vos sos un imbécil -deslizó Estefi. Por eso la amo, parece que me leyó la mente.

-Muy buena la joda, Juli. Me encantó. ¿Nos podés ir soltando? -susurró Seba en tono burlón.

-No te apuñalo ahora porque me voy del protocolo, descerebrado. Pero para que veas que esto es más serio que toda tu puta vida, mirame -le contesté.

Una pistola Beretta 92 reposaba en el escritorio, justo al costado de los sobres. Sin dudarlo, la tomé con determinación y me paré de mi asiento.

-Sofía, vos hoy estabas acá solamente para demostrarle a los demás que hablo muy en serio. Sos mi reserva. La confirmación de lo que puede pasar si cometen un error.

-¿Q-qué? -titubeó la Lolo. Que apellido de mierda. Lol. Trololololololo.

-Gracias por ser tan insensata, tan falsa y tan poco original, gracias por no tener personalidad propia, por pegarte a una mina con menos aptitudes mentales que una mosca, y sobre todo, gracias por probarme que eras una hija de puta más cuando te mandé una carta simulando que estaba enamorado de vos. ¡Gracias! Nos vemos en el infierno -dije, y me acerqué hasta su oído para poder susurrarle-: nadie te va a extrañar.

Volví a dar un paso hacia atrás, empuñé el arma, respiré hondo y puse uno de mis dedos en el gatillo.

No me detuve a observar a el resto de mis compañeros, pero supe por mero instinto que estaban demasiado obnubilados como para siquiera pedirme que no la asesinara. Sofía lloraba.

-Chau.

Disparé.

Su cabeza se desplegó hacia abajo, la muerte fue instantánea. Un hilo de sangre comenzó a chorrear en sus zapatillas.

Dejé de pensar por un segundo en todo. Me olvidé de Pablo, mis viejos, TAI. Todo.

Y recordé el pibe feliz que era. Un chico normal.

¿Cómo llegué a esto?

Enloqueciendo, sin duda. Y ya no hay vuelta atrás.

Tomé la silla en la que aún descansaba el cuerpo sin vida de Sofía y comencé a arrastrarlo hacia atrás, lejos de la visión del resto de los rehenes.

Ahora sí me dediqué a mirarlos. Sobre todo, a Sebastián. Estaba desconcertado, perdido. Para un chico que tiene todo resuelto y que su vida se basa en una fantasía, su cabeza ahora debe estar maquinando a mil por hora.

El resto, mudo. Las expresiones eran variadas, pero no podían ocultar su impacto. Se hizo un silencio.

-Yo, yo... Matame, Juli. Por favor, acabá con mi miseria -dijo Darío, que sollozaba.

-¿Por qué iría a hacer eso ahora? Me compadezco de tu situación, en serio. Descubriste tu homosexualidad enamorándote de un compañero que era un asesino serial, una pija. Literalmente.

Que mala combinación de palabras.

-Nacho, no entiendo, ¿cómo tenías la carta de Ramiro y no dijiste nada? -increpó Gonzalo, ignorando por completo que acabo de matar en su cara a uno de sus compañeras. Las reacciones de estos pibes son lejos lo más raro que vi.

-Se lo prometí. Solo podía leerla si algún día encontraba a TAI, y acá lo tenés.

-Gracias por el dato, lo voy a tener en cuenta -dije señalando el teléfono de Ignacio, que reposaba en una segunda mesa auxiliar que habíamos preparado.

Me quedaban descubrir los dichos de Jazmín y Estefanía. El primero ponía en riesgo uno de mis veredictos, y el otro me daba la certeza absoluta de que con Estefi estábamos hechos el uno para el otro.

Vamos primero con la mala noticia.

-Jazmín -dije. La chica me ignoraba, casi inconsciente de su entorno-. ¡Jazmín! ¿Qué hiciste cuando Estefi te propuso que se quitaran sus vidas?

-Me enojé, le grité, le dije que íbamos a salir de esto juntas, como siempre -contestó tartamudeando y a un volumen casi inaudible la abogada, Jazmín Schetzner.

Excelente. Jazmín se mantiene igual. Estefi, no tanto. No me hace falta saber sus razones, ya era conocedor de su inestabilidad.

-¡Ayuda, que alguien nos ayude! -comenzó a gritar Lucas. Ingenuo.

-Nadie te escucha, velociraptor -respondí, haciendo referencia al apodo que le habíamos puesto entre todos al atleta, el corredor-. Es un sótano anti-bombas, podés imaginarte todas las características que implica una habitación así. Por si no te quedó claro, implica que nadie te puede ayudar.

Estefi. Mi Estefi. No dejaba de pensar en ella. Todavía no entiendo como mantuve la cordura todo este tiempo.

-Estefi, vos... -me detuve. Mi respiración se aceleraba, incapaz de pronunciar las siguientes palabras por unos segundos-. ¿Vos me amabas?

-Amaba al Julián Márquez atento, cariñoso, amigable, caballero, compasivo, sensible, bueno por sobre todas las cosas. Este Julián... Sos una bestia, un impostor. No te conozco -decretó. Mi corazón se partió en dos, aunque esa era la respuesta que estaba esperando. No podía pretender otra cosa.

-¿Y vos qué pensás? ¿Que yo quería enamorarme de una de mis posibles víctimas? No, mi querida. Fuiste la oveja negra de mi plan, pero no puedo culparte por eso -repliqué, y Estefi solo pudo bajar la cabeza, ocultando sus hermosos ojos.

Me tranquilicé al conocer los sentimientos de Estefi. Supongo que se enamoró de una de mis facetas, tal vez esa con la que vivía antes de la muerte de mi hermano. Mi consciencia comenzaba a estar en paz, poco a poco.

Ahora si, fin de las revelaciones. Volvemos a la normalidad, al plan original.

Estiré mi cuello, soné mis nudillos, elongué mis piernas.

Ya no hay quien pueda frenar lo inevitable, la tan triste realidad que después de la lectura de cargos, no todos saldrán con vida.

Ya no hay máscaras.

Ya no hay cartas.

Solo ellos y yo, descifrando las verdades más crudas y ocultas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top