11. Fuego

Damián se fue de la casa de Ramiro García Labia sin más altercados.

El adolescente se desplomó en el sillón del living, y observó el techo por varios minutos.

«¿Por qué se me ocurrió desafiar a un asesino serial?» se preguntaba.

El sabía que sus chances de sobrevivir eran prácticamente nulas. Sabía que nadie podía protegerlo. Ni Damián, ni su familia.

Aún teniendo toda la salud y vida por dentro, Ramiro ya no tenía esperanzas. Y cuando se pierde, todo se viene abajo muy rápidamente.

Ahora le tocaba festejar la falsa navidad con su familia. Los esfuerzos del papá de Ramiro y de sus dos hermanos más grandes estaban plenamente destinados a cuidar de su mamá, dejando de lado el cuidado del pobre Ramiro.

No lo veían. No veían que estaba a punto de morir.

Solo.

Después de la reunión, Ramiro se durmió.

¿Su última noche? Tal vez.

Decidió no ir a la escuela, e inventó la excusa que seguía con dolor en la panza y el resto del cuerpo.

Sus padres se fueron a trabajar incluyendo a su madre, que aunque parezca extraño, todavía tenía momentos de lucidez y los médicos ordenaron que siguiera con su vida cotidiana la mayor cantidad de tiempo posible. Los hermanos de Ramiro, uno de 22 y otro de 25, también desaparecieron temprano.

Se despertó solo. Como siempre estuvo.

Pero el estar solo no iba a detenerlo. Cumpliría con lo que se había propuesto el día anterior: realizar una gran, gran nota, remarcando todos los datos que llamaran la atención de sus compañeros y también de su entorno.

¿Quién sabe? Quizás alguno de esos datos sean claves para revelar quién es T.A.I.

Después de eso, una despedida de todo. De todos.

Ramiro no quiso ahondar tan profundo con sus seres queridos y echarles la culpa por no haberle dado el apoyo suficiente, ni culpar a Dios por hacer sufrir tanto a su mamá, ni a sus amigos por ser unos conchudos que solo aprendieron a lastimar a otras personas indefensas.

Porque esa es la realidad. Mariano y Pedro no eran buenas personas, y Ramiro tampoco lo había sido.

Tal vez por agradar, tal vez por ser el victimario y no la víctima, se había convertido en un chico odioso.

No lo había notado hasta ese momento.

Llorando, continuó escribiendo su carta a mano. Le pidió perdón a Belén, a Jazmín, a Sebastián y a tantas personas más por haberles causado ese dolor.

Ramiro estaba sacándose todo lo que había guardado por años. Después solo quedará vacío.

Y concluyó pidiéndole a Darío que sea fuerte y que lograra salir adelante con lo que le estaba sucediendo. Que el miedo no lo venciera.

Qué ironía, ¿no? A Ramiro lo venció el temor.

A él ya no le quedaban dudas. T.A.I vendrá hoy. Lo presentía, sabía que su hora había llegado.

Tomó fuerzas para escribir su nombre por una última vez.

Ramiro García Labia.

Luego de terminar de firmar, Ramiro escuchó un ruido en el piso de abajo de su casa.

Guardó la carta en uno de sus cajones, rezando que alguien pudiera verla cuando muriera.

Con todo el miedo del mundo, llorando sin consuelo, bajó las escaleras. Ya habían pasado dos o tres minutos.

Corrió hasta la cocina. Una nota.

"Arderás en el infierno".

Quiso comenzar a correr lejos de su hogar, lejos de una muerte segura.

Pero era demasiado tarde.

Todo voló en pedazos.

Todo se prendió fuego.

Y Ramiro, junto a su nota despedida, se volvieron polvo y ceniza.

Si tan solo T.A.I hubiera visto la carta, las cosas no estarían igual.

Como dijo un escritor belga hace mucho tiempo:

La desesperanza está fundada en lo que sabemos, que es nada, y la esperanza sobre lo que ignoramos, que es todo.

Ramiro eligió su destino.

T.A.I se lo hizo pagar con sangre.

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