Prólogo.


Una chica llevaba un uniforme de instituto. Tenía el cabello de color rosa oscuro, y lo llevaba atado en dos coletas, que parecían formar unos tornados. Según sus amigos, esas cosas no eran remolinos, sino un par de taladros. Y ella “cabeza de taladro”.

Sí, eran unos estúpidos, tanto los que estaban con ella en ese momento como los que estaban esperando, y también lo eran los que seguramente ya se encontraban en el colegio, contando con un reloj los segundos para que fuera el horario de llegada tarde, en el que suponían, llegarían todos ellos, como los que se estaban atrasando. El pensamiento de los demás en el instituto solo la hacía enfurecer más, y si no fuera por sus dos amigos, ya habría golpeado algún poste de luz que se encontrara por el camino –lo cual habría asegurado que sus bien acomodados padres tuvieran que pagar otro daño más–. No por nada era el sujeto de pruebas de la estratega de todos los equipos que existieran en su escuela.

El uniforme no era nada del otro mundo, constaba de una camisa blanca y una corbata azul marino, en conjunto con una falda del mismo tono del azul, la cual quedaba unos tres dedos por encima de la rodilla. Sus calcetines, por otro lado, eran blancos y hacían juego y contraste perfecto con su vestimenta, además de con sus negros zapatos.

—Dios, ¿cuánto pueden tardar esas dos...?— la imagen en su cabeza del resto de sus compañeros burlándose de que llegaran tarde hizo que su sangre comenzara a calentarse, pues su paciencia estaba comenzando a escasear. Miró nuevamente su teléfono. Eran las 8:15. ¡Faltaban tan solo veinticinco minutos para que las clases empezaran! —¡¿Dónde mierda están?!

A ambos lados de su cuerpo, sus dos amigos, Dai y Kazuhiko, trataban de calmarla, aunque no negaran que estaban medianamente molestos –más Kazuhiko– que los otros se estuvieran tardando.

Dai tenía ojos y cabello verde claro, facciones atractivas –eso según las chicas del instituto–, y una personalidad que constaba de alguien suelto, relajado y confiado, tanto así que era alguien que ya haría los exámenes finales del año sin estudiar, pues su mente le diría que está completamente preparado. Llevaba el mismo uniforme que la de ojos rojos con la única diferencia de que en lugar de una falda, vestía un pantalón. Era aproximadamente diez centímetros más alto que la chica, quién medía 1,65. Kazuhiko, era un adolescente de facciones de iguales características que el anterior –pues era muy atractivo físicamente según las féminas–, con cabellos azules al igual que ojos, que usaba el mismo uniforme, dejando en claro que los tres iban al mismo edificio estudiantil. Era alguien orgulloso a tal punto que uno podría pensar que es caprichoso y egoísta, pues al igual que todos, piensa tener la razón siempre, y no acostumbra pensar en las consecuencias de sus actos al momento de cometerlos.

—Ya, ya... Cálmate.— dijeron ambos, pues realmente no querían enfrentarse a su amiga enojada. Daba miedo.

—Kazuhiko, Dai, si no quieren morir no me pidan que me calme.

Se habían quedado parados delante de una tienda de juguetes. Se podían observar muchos, incluída una muñeca de la famosa Idol universitaria Hanan Curu, una joven pelirroja de ojos rojos, quien se peinaba con una coleta alta y sus vestuarios solían ser variaciones muy extravagantes de uniformes estudiantiles. Otros muñecos también eran de princesas de vestidos con tonos amarillos y anaranjados; sirvientes para esas princesas; hombres y mujeres vestidos con ropas marrones o de camuflaje y que estaban listos para matar a alguien; príncipes elegantes; etcétera.

—¡Las llamaré!— habló, ya completamente harta, y eso que solo había pasado medio minuto. Sacó su teléfono, y buscó los números de sus amigas, Annaisha y Sadashi –y por si acaso al novio de esta última, Hitoshi– para llamarlas y ver qué mierda estaban haciendo. Cuando estaba por presionar el símbolo de teléfono para llamar, una voz la interrumpió.

—Ya estamos aquí. Ahora vámonos.— mencionó dicha voz. Al todos ellos voltear se encontraron con dos chicas y un chico.

La primera era una joven de cabellos azules al igual que ojos –que aunque pareciera, no tenía ningún parentesco con el chico anterior–; portaba en su rostro unas gafas de marco morado, coincidiendo con el color del cabello de su novio; y su piel era de un tono más amarillento que el de los japoneses normales. El largo de su cabello llegaba hasta el origen de los hombros, de forma perfectamente cortada, con todo recto, que pareciera que sufriría un ataque si algún mechón era aunque sea un centímetro más largo que otro. Un flequillo hacia la izquierda cubría su frente, que por lo meticulosa que la chica podía llegar a ser, se aseguraba que siempre fuera del mismo largo, ancho y tamaño.

La segunda chica era un espécimen muy extraño probablemente en peligro de extinción, pues tenía ojos naranjas, y en total seis colores en el cabello –todos naturales, ya lo comprobó el médico–, los cuales eran:
•rubio, la mitad derecha de su cabello;
•castaño claro, la otra mitad de su cabello –el cual llegaba hasta el final de su espalda–;
•castaño oscuro un mechón de su flequillo;
•rosa otro de esos mechones;
•celeste de un tono morado otro mechón;
•y amarillo pato su último mechón de flequillo.
Sí, una especie única. Era por esta misma razón que estando en el colegio acostumbraban a mirarla fijamente durante horas, analizando su melena, buscando una respuesta concreta a todo, causando que se pusiera realmente nerviosa e incómoda, pues ella no era realmente alguien que le gustara llamar la atención de esa manera –de otras sí, pues amaba tocar instrumentos en los eventos de la escuela–.

El chico que las acompañaba era un apuesto chico –o al menos eso decían muchas personas– de ojos azules con brillo violeta y cabello morado, atado en una coleta, y tan largo que le llegaba al final de la espalda. Si estuviera en su casa, aparte de la parte trasera, a cada lado de su rostro tendría dos mechones extremadamente largos de cabellera que llegarían hasta sus codos. Estaba tomado de la mano con la joven de gafas, dejando en claro que no eran solo amigos, ya que no era lo suyo tener mucho contacto corporal con personas fuera de su círculo, y ni siquiera con sus amigos –ya fueran mujeres u hombres– tomaba la confianza de cogerse del brazo o la mano. Era alguien bastante reservado, y sobre todo, tímido en ese tipo de ámbitos.

Todos estaban con el mismo uniforme. Cabía aclarar que la enfadada chica apreciaba al reservado joven como a un hermano, pues era prácticamente idéntico a su padre.

—¡Al fin! ¡Son unos despreocupados! ¡Vamos a llegar en hora pico!— habló la de cabello rosa.

—No nos dirán nada. Te recuerdo que gracias a mí logramos siempre llegar a las finales de los juegos. La ventaja de ser inteligente.— habló la chica de gafas, guiñando un ojo y siendo abrazada por el chico de cabello morado, su novio.

—Eso no nos salva al resto Sadashi-san...— habló el chico de cabello azul, mirando a la chica con una expresión extraña, pues parecía enfadado, pero sonreía. Cómo si le estuviera diciendo a la chica que esto era ridículo.

—En mi defensa, de que yo llegara tarde fue su culpa.— dijo la chica de ojos naranjas, señalando con su dedo índice de la mano izquierda a la joven de gafas, con una expresión molesta y suspirando. —Cuando me vio, inmediatamente ella y el loco de su novio me encerraron en mi cuarto.

—Yo hice lo que ella me pidió.— el chico de cabeza morada besó el cabello de su novia, con una gran dulzura. Los otros dos chicos miraron de reojo a la joven de ojos rojos, la cual miraba a los tres recién llegados con desaprobación, y se sonrojaron al imaginarse a ellos en esa situación con ella, y la chica de cabello rosa disfrutando esas muestras de amor, pero también se colocaron unas sonrisas en sus rostros. Esta los miró un momento y simplemente rodó los ojos, ya que estaba demasiado ocupada estando enfadada como para decirles que sus expresiones daban miedo.

—Pues claro. No podía dejar que salieras así Annaisha. ¿Acaso no quieres impresionar a esa persona especial...?— le empezó a molestar de forma pícara la de ojos azules, señalándola mientras sus párpados tapaban la mitad de sus ojos y sus pupilas eran lo único visible.

—Eso no significa que uses a Hitoshi de guardia de seguridad ni que me ates a una maldita silla para maquillarme.

—Vamos, no es para tanto.

Mientras toda esta conversación sucedía, la paciencia de la chica de coletas iba bajando poco a poco, si es que eso aún era posible, pues su lado asesino estaba saliendo. Y eso para nada era algo bueno, y menos para los que estuvieran unos diez metros a la redonda. —Hey.— habló fríamente, mientras sus ojos dejaban de tener un brillo para estar vacíos, y solo el rojo sangre se percibía. Junto a un aura oscura a su alrededor.

Todos se dieron la vuelta para mirarla. Y obviamente, cada uno tuvo sus reacciones. Aunque lo más común fue una cosa: miedo.

La joven de azul, Sadashi Son, tragó duro al verla. Desde que la vio, supo que tenía un gran potencial, y no dudó en aceptarla en el club de música, haciendo que ellas dos trabajaran y fueran las presidentes de dicho lugar, decidiendo entre ellas y su amiga el futuro del taller, las canciones que practicarían, los concursos donde participarían, etcétera. Las formas en las que la chica pensaba y planeaba cómo obtener varios trofeos antes de graduarse, para que así la escuela tuviera algo de lo que enorgullecerse, eran simplemente geniales. Y eso, agregando que unían sus dos cabezas para mejorar el mantenimiento, hacía que la estimara más.
Además que decidió estudiar con ella las nuevas estrategias tanto de entrenamiento como de juego que le ocurrieran, para mantener al instituto en el primer lugar en todas las categorías posibles. Y a pesar de que ya estuviera acostumbrada a su enfado, y lo aprovechara para entrenarla de forma más eficaz, no dudaba que en el fondo le daba terror.

El chico de cabello verde, Dai Meru, sentía que se venía una furia gigante, pero no le importó, pues la miró con amor de todas formas. Realmente no sabía cómo el sentimiento nació una vez la vio, pero supo que fue más que una simple atracción cuando la conoció.
Ella siempre lo miraba con cansancio y harta, pues ese era el sentimiento que le provocaba en unos inicios. Su vida de Don Juan le importaba un comino, pero que siempre hablara de que él era el mejor y no necesitaba esforzarse, ya que era el heredero de una de las compañías más influyentes del mundo, cuando había muchos que ponían su alma en los estudios y aún así no lograban ni la octava parte de lo qué él lograba sin siquiera sudar, era algo que la enfadaba a niveles estratosféricos. Esa chica odiaba a los tontos que tenían ya la vida hecha.

El chico de cabellos azules, Kazuhiko Maron, tenía algo similar a ello. La conocía desde niños, pues vivían en el mismo pueblo y sus casas estaban una frente a otra. Eran vecinos desde que eran pequeños. Tal vez ver todas sus facetas era lo que había hecho que un cálido sentimiento se albergara en su corazón. Aunque claro, que le gustara que tuviera un carácter fuerte no significaba que no le aterrara.

La chica de ojos naranjas y cabello extravagante, Annaisha Gara, era la delegada del curso, por lo cual su deber era entregar los apuntes a los ausentes y ayudar a los alumnos en las materias. Fue por la primera razón que pudieron iniciar una conversación, además de que la de ojos rojos era amiga de la estratega de los equipos, por lo cual eso hizo que las tres terminaran conociéndose a fondo. Eso sí, no porque esas dos fueran sus amigas les dejaba pasar algunas faltas, y eso obvio terminaba en desacuerdo, donde había tres variables principales: a) Annaisha gana; b) Sadashi gana; c) la cabeza de taladro se cabrea y gana. Y sinceramente, si en algo la de extravagante cabellera y la chica de azul coincidían siempre y en cada punto era que la opción C era la peor.

Y el chico de morado, Hitoshi Asumo, la conoció al ser parte del grupo de amigos de la chica que le gustaba, su ahora novia. Además, reconoció que ellas dos unidas podrían llevar a los equipos deportivos del instituto a la victoria.
Pero no olvidaba las veces que le terminó gritando o golpeando porque hizo lo opuesto a lo estipulado. Su espalda aún le dolía...

Ese tono que implementó hizo que todos recordaran porque no se debían meter con ella.

—Quedan veinte minutos para que empiecen las clases... y tardamos diez minutos en llegar al instituto. Vámonos antes de que los mate.— observaron como la chica tenía un brillo asesino y carmesí en sus ojos, digno de un personaje de anime. Ante un escalofrío colectivo, todos asintieron ante su tono de voz, y en menos de lo que canta un gallo, estaban corriendo en dirección al instituto Akuno, un gran edificio que existía desde mucho antes que sus padres nacieran.

Sin percatarse, pues corrían para evitar una suspensión pero sobretodo por sus preciadas vidas, chocaron con unas personas similares a ellos en todo el camino, entre ellos otro espécimen en peligro de extinción idéntica a Annaisha, pero con unos rasgos más acentuados y adultos que la volvían a los ojos ajenos alguien muy hermosa, a la que hicieron caer al suelo; y con una chica casi idéntica, pero tenía todo el cabello castaño y solo su flequillo tenía varios colores, además de poseer ojos marrones; quiénes iban con su amiga pelirroja –que no se percataron que era la Idol universitaria Hanan Curu– de ojos manzana, que se peinaba con una coleta y un flequillo en M; y de un chico de unos veintitantos años que presentaba unas brillantes hebras moradas atadas en una coleta, ojos violetas, y a cada costado de su cara, unos largos mechones, que se dirigían a la universidad Boruganio, otro edificio que existía desde quién sabe cuánto.

—¡Oigan, más cuidado!— gritó la de ojos marrones, molesta, al ver cómo esos niñatos chocaron con su amiga. —¡¿No les enseñaron a pedir disculpas?!— les preguntó a los gritos, viendo como ellos la habían ignorado.

—¡Lo sentimos!— gritaron sin mirar a la joven, pues no tenían tiempo que perder.

—Estos niños...

—Ya, déjalos, nosotros también éramos así.— sonrió la pelirroja.

—Hanan, no me hables ahora, ¿quieres?— preguntó enfadada la castaña a su amiga.

—¿Estás bien Kazumi?— preguntó el novio de la caída, el único masculino del grupo, que contaba con hipnotizantes ojos morados.

—Sí... Estoy bien.— dijo la chica adulta de ojos naranjas, con una bella sonrisa.

—¿Estás segura?

—Sí chicos, no se preocupen.

Y siguieron su camino.

Lo que ellos no sabían, era que una chica de largo cabello azul al igual que ojos, observaba todo. Y sonrió con diversión y también con algo de dulzura. El Cuarto periodo parecía ser muy pacífico y con todos felices. Largó un suspiro antes de volver a sonreír. Era demasiado pacífico para su gusto. No les haría mal algo de drama en sus vidas.

—Ni siquiera lo pienses.— comentó una voz masculina, y al voltear, se encontró con la enfadada expresión de un chico rubio. Llevaba una camisa algo suelta y unos pantalones negros.

—¿Y esa expresión? ¿Ahora de verdad estás enfadado murciélago inútil?— le habló con burla. Nunca le había tenido respeto. No lo tendría ahora.

—Lo estaré si se te ocurre hacer algo. Prometiste dejar a tu hija y a tu supuesta nieta en paz si conseguías derrotar a Irina. ¿Lo lograste no? ¿Qué buscas ahora?

—Cálmate. Solo estaba pensando. Nunca podría romper nuestro juramento.— dijo la última frase con ironía y sarcasmo. —Además, es divertido observar el Cuarto periodo. Solo que en las vidas de todos ellos hay demasiada paz. Y es aburrido.— rodó los ojos ante esa realidad. Realmente extrañaba la diversión del Tercer periodo.

—Es lo menos que pude hacer. Sus vidas ya tuvieron muchos obstáculos en el pasado.

—Ellos no lo recuerdan.

—No importa.

Bufó ante esa respuesta. Sickle en serio que era estricto.

—Vale, vale. Ahora, si me permites, te dejo. Tengo un trabajo al que asistir.— sin más, saltó en dirección al suelo, para luego irse caminando en dirección a un callejón. Y sin que nadie lo notara, esa chica desapareció, atravesando un portal.

Finalmente todo era tal cual todos habían querido.

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