3. ¿Espías? Pues no lo creo.


Los tres niños corrían por los pasillos y grandes y bellamente decorados cuartos del palacio. Dos de ellos tenían el cabello rubio, lacio, junto a unos preciosos ojos azules, y sus vestimentas tenían mucho blanco. Sin duda, esos colores cálidos demostraban la inocencia que inundaba sus almas. Eran un par de niños de seis años, que de lo único que se preocupaban era de jugar y de ser felices. Una niña, la hermana mayor, y un niño, el hermano menor. Nacidos el mismo día, como gemelos.

La tercera, más que ser una niña, era una preadolescente de doce años, –que en unos meses cumpliría trece– que no se parecía en nada a los otros dos. Si el mundo no supiera que son hermanos –o no conociera el aspecto de sus padres–, seguramente todos pensarían que ella era algún familiar lejano o una amiga de la familia, pues su cabello era de color rosa oscuro, el cual era rizado y estaba atado en dos coletas, las cuales tenían forma de tornados; sus ojos eran de un rojo similar al de la sangre, como si tuviera deseos de ese líquido, lo cual era todo lo contrario a su personalidad, pues era benévola y solo presentaba deseos de violencia cuando sus emociones se tornaban negativas; y sus ropas eran rojas, pues la parte superior de su vestido era carmesí, la cinta del medio morada, y su falda carmesí nuevamente. Tenía un flequillo en forma de M, y un mechón que quedaba extendido hacia arriba en su peinado.

—¡Los voy a atrapar!— seguía corriendo sin cansancio, a diferencia de sus hermanos menores. Por alguna razón su energía era mucha, y podía estar durante horas activa sin agotarse. Lo divertido era que realmente no hacía mucho, pues le gustaba estar en paz y pasar el rato con su familia.

Sí, Teresa Lucifen d'Autriche era extraña. Aunque con una hermosa voz, capaz de acompañar a la mejor pianista de la época, la noble llamada Loraliel Watson, una niña de once años –en unos meses doce– del país de Marlon.

—¡No nos atraparás! ¡Nunca!— sus hermanos, los gemelos Riliane y Alexiel, se caracterizaban por ser traviesos y juguetones, aunque ya estaban algo agotados de correr. Tenía sentido, eran unos niños que aún no tenían idea de lo cruel que podría llegar a ser la vida. Y mientras huían y Teresa los veía por detrás, agradecía que ellos no tuvieran ningún pensamiento negativo y solo se enfocaran en jugar. Era lo mejor. No se perdonaría que ellos se tuvieran que meter al mundo de los adultos a la temprana edad de los seis años, y menos enfocarse en tener preocupaciones y responsabilidades mayores a «¿Qué vamos a comer hoy?». Eran unas criaturas inocentes que sin importar qué, iba a asegurarse de que nunca sufrieran. 

Sonrió por dentro ante sus pensamientos. No sabía desde cuándo esos dos le preocupaban tanto. Tal vez era por el instinto protector que tenía hacia ellos, pues eran parte de su familia, y nunca le hicieron algo por lo cual odiarles. Además, eran menores que ella, y más vulnerables a los peligros que podría traer ser hijos de las personas más importantes de un país. Cuando lo notó, esas dos cabezas amarillas estaban fuera de su vista. ¡¿En qué momento esos dos se esfumaron?!

—Maldita sea...— sus padres estaban en una reunión muy importante, y como a esos renacuajos se les diera por tener curiosidad y querer espiar escuchando tras la pared, tanto ellos como ella estarían muertos y serían la cena de su madre. ¡Tenía que encontrarlos ya! —¡Oigan, ¿dónde están?!

...


—Entonces ustedes temen que mi hija sea una solterona sin hijos.— dijo sin escrúpulo alguno la reina, mirando a todos con unos ojos indiferentes. Ante esas palabras, el rey apretó la mano de su esposa, para que se relajara un poco y bajara el tono.

—Lukai, déjale terminar.— le susurró Gako, esperando que su esposa accediera, y para su suerte, ella se disculpó y ordenó que continuaran.

—Gracias Alteza.— el hombre se inclinó, en muestra de arrepentimiento por sus palabras, esperando y deseando con todas sus fuerzas el perdón de su reina. —Lamento mucho el tono de mis palabras Majestad. No volverá a pasar.

—No se preocupe...— salió de la boca de la de cabello rosa, con un tono de disculpa suave y maternal. —Fue mi culpa, no le dejé terminar. Prosiga, por favor.

Larousse volvió a estar derecho y continuó con su habla. —Queremos organizar una lista de pretendientes para la princesa Teresa, si no es mucha molestia.— dijo, con la voz pretendiendo ser segura, pero por dentro estaba temblando y seguramente hasta tartamudeando.

Una mujer se levantó también, extendiendo su dedo meñique, pidiendo permiso para hablar. Los gobernantes asintieron, brindándole el derecho a la opinión sin siquiera abrir sus bocas. Sus manos aún estaban entrelazadas. —Y también una para el príncipe Alexiel, si nos lo permiten.

...


Un escalofrío recorrió toda su espalda, desde el cuello hasta el comienzo de sus glúteos, y por alguna razón comenzó a sentir una especie de molestia, luego de soltar un estornudo. Por Levia, seguramente esos niños estaban haciendo algo extraño y sentía ya la furia de su madre sobre ella. Tenía que encontrarlos ahora.

Siguió corriendo, buscando a esos dos rubios de ojos azules que iluminaban sus días tristes, como lo hicieron hace un año.

Por otro lado, los mencionados estaban teniendo un conflicto. La niña, Riliane, insistía en apoyar su oído contra la pared para ver si podía escuchar algo interesante –es más, ya lo estaba haciendo–; mientras que su hermano trataba de hacerla entrar en razón y sacarla de ahí.

—Riliane, Teresa nos debe estar buscando, ¡vamos con ella!— le tironeaba de la manga del vestido blanco que llevaba, tratando de separarla del mármol pintado de dorado en el que reposaba su oreja. La niña solo lo ignoraba. —¡Vámonos o nos va a regañar! ¡Además esta es la sala de reuniones, y todos nos aclararon que no nos acercáramos aquí!

La mayor de los gemelos le hizo un ruido para que cerrara la boca, y en contra de su voluntad, colocó su oído contra el hermoso dorado. —Alex, cállate un poco. ¡No pasará nada! Además, tú mismo dijiste que tenías curiosidad de qué tanto hacían ahí metidos durante horas. ¡Esta es tu oportunidad de saberlo!— le sonrió la chica, como si eso se tratara de un juego y no de una posibilidad de que los tres mayores de la familia los mataran o castigaran de por vida.

—¡Sí, pero una cosa es curiosidad y otra es desobedecer!

Riliane solo puso los ojos en blanco antes de continuar escuchando. La actitud de su gemelo era tan diferente a la suya que a veces se preguntaba si en serio eran familia. —Aburrido.

Aunque se sintió ofendido, no dejó de insistir para que se fueran. En su mente se preguntaba cómo todo había terminado así. Se suponía que habían desaparecido mientras Teresa parecía perdida en sus pensamientos para aprovechar y ganar ventaja, además de ir a comer algún bocadillo mientras planeaban reírse en la cara de su hermana mayor, quién seguramente estaría muerta de preocupación. No sabía en qué momento ese plan inocente se había convertido en “Espiando a mamá y papá en el trabajo”.

—En serio, Riliane, tenemos que irnos...— trató nuevamente de hacerle entrar en razón, en vano.

Le hizo un ruido para que se callara. —Alex, cállate, o- — dejó de hablar cuando sus ojos se abrieron tanto que parecían platos y su expresión pasó a una de confusión y asombro, lo cual hizo que asomara más su oreja a la superficie dorada.

Al ver la expresión de su gemela, el príncipe se quedó callado. —¿Qué? ¿Qué sucede?— y sin recibir respuesta, no esperó por una, así que él también posó el lado derecho de su cabeza sobre la pared. Lo sabía, era muy contradictorio teniendo en cuenta cómo estaba hace tan sólo unos segundos con respecto a este tema, pero la expresión de su hermana y su curiosidad pudieron con su moralidad. —¿Por qué están tan callados...?

—¿Listas?— escucharon las voces congeladas de sus dos padres, y en una perfecta sincronización, sus cuerpos se volvieron tan fríos e inmóviles como si fueran cadáveres. Realmente, se estaban repensando la idea de estar allí. Aunque claro, eso duró unos segundos.

—Sí, así es.

—¡Una lista con los mejores candidatos, mis señores!— habló la mujer, encantada.

Riliane frunció el ceño, sin entender. —¿Lista de candidatos?— miró a su hermano, aún con la oreja pegada al mármol de la superficie. —¿Eso qué significa Alex?— le susurró a su hermano, pero el rubio solo pudo negar expresándole así que no tenía idea de lo que estaban hablando. ¿Ofrecer a alguien? Solo podía pensar en eso a la hora de bailar, cuando mientras lo hacían, las parejas iban variando a medida que la música seguía, pero eso era imposible ahora. No se estaba realizando ninguna fiesta, según ella. Trató de pensar en otras posibilidades.

—¿Los mejores? ¿Cómo podrían ustedes saber quiénes son los mejores?— Lukai los miró con superioridad y seriedad, esperando una respuesta. ¿Cómo alguno de ellos podía saber mejor que ella lo que más le convenía tanto al reino como a sus hijos?

—Solo serían de sangre noble o real, además, uno de los requisitos es que fueran bien educados. No se puede gobernar un país sin educación.— los niños asintieron ante esas palabras, contentos, ya que sabían que su hermana mayor tenía los requisitos para hacerlo.

—Y obviamente, las niñas serán hermosas y tendrán vastos conocimientos en pintura y artes, sobre todo en el baile e instrumentos. El príncipe Alexiel estará encantado con ellas.— habló una nueva mujer, que luego de todo eso se rió, emocionada.

Ambos rubios menores se miraron.
—¿Alex?
—¿Cómo, yo?

—¿Para Alexiel?— repitió la mujer de cabello rosa, que les siguió mirando con seriedad.

—¡Claro que sí! ¡Son todas como unas bellas muñecas! ¡El príncipe seguramente amará tenerlas como compañeras de juegos!— esas palabras solo hicieron que al mencionado le diera un dolor en el estómago. No se oponía al hecho de tener una amiga, pero imaginarse a él mismo, admirando la belleza de una muñeca, le hizo tragar duro. Las muñecas solían ser escalofriantes.

Por otro lado, Riliane bufó enfadada. ¿Por qué solo su hermano tenía compañera de juegos? ¿Y muñecas? ¡¿Por qué le iban a dar a un niño muñecas?! ¡¿En qué momento él se volvió el consentido?! Ella también merecía una amiga que no fuera de su familia o algún empleado del palacio. Ella era lo suficientemente capaz de tener una amiga sin la necesidad de compartir sangre. Por un momento se indignó, hasta que se dio cuenta que, si su hermano tenía una nueva amiga, por pura lógica y obligación esa niña también debería ser su amiga, pues seguramente no se atrevería a cometer la osadía –remarcando dicha palabra con una gran acentuación– de negarse a las órdenes de la mejor y más hermosa princesa de Lucifenia –y eso estaba confirmado por sus padres, sirvientes y hermana–. ¡Perfecto! Se regocijó en sus pensamientos, era una verdadera genio.

Entonces, ambos aún con las orejas sobre la superficie, escucharon como el rey habló. —Eso lo decidiremos nosotros.— dio por finalizado el tema. —Por ahora, este tema queda en espera. ¿Algo más?

Riliane miró a su gemelo con molestia. —¡¿Alex, eso qué significa?! ¡¿Por qué no aceptó?!— hubiera gritado si no fuera que si lo hacía, iban a estar jodidos, por lo cual susurró, haciendo énfasis en que si estuvieran en una situación normal, estaría gritándole a los cuatro vientos a su hermano, quién hizo una seña para que no hablara alto.

—Y-Yo no sé...— susurró asustado el niño. Lo último que haría falta es que sus padres los convirtieran en su cena, o peor... ¡encerrarlos en su habitación, en la oscuridad, con el Coco abajo de la cama! El “Coco” era algo de lo que su hermana mayor les había hablado. Era un monstruo que se comía a los niños y vivía en la oscuridad. Para evitarlo, tenías que irte a dormir y no hacer travesuras en la noche, pues a la hora de dormir es cuando este feo ser despierta, y utiliza de guía el ruido y la diversión. Si te descubre, te comerá. Pero si no, te seguirá buscando hasta que salga el sol. Entonces se irá. Un escalofrío le recorrió el cuerpo al imaginar al Coco salir de su escondite y atraparlos.

—¡¿Cómo que no lo sabes?! ¡Dile algo a mamá!— obviamente ella no le iba a recriminar nada. Moriría antes de siquiera abrir la boca.

—¿Por qué yo...?

—¡Porque esto es sobre ti!

—¿Qué le puedo decir yo a mamá...?— tragó duro al imaginarse a él, delante de su mamá, pidiéndole explicaciones de por qué no podía tener una compañera de juegos. Había tres posibilidades:
•que le dijera y explicara las razones sin problema alguno –esta era la más improbable, incluso más que decir que Teresa se casaría con Kyle–;
•que lo castigara;
•que lo castigara y matara –esta era la más probable, incluso más que decir que Teresa sería reina–.

Sí, sin duda tenía miedo.

—Sí, otro tema que quisiéramos plantear es el dinero que cobran los obreros y los impuestos.— dijo con un tono serio pero secretamente divertido. —Ya sabe, la cantidad.

—¿Y eso por qué?— preguntó el rey, esperando que no tuvieran problemas discutiendo este nuevo asunto.

—Pues...

Riliane miró enfadada a su hermano, y ya que no pensaba con claridad, separó su oído del mármol y con brusquedad comenzó a caminar en dirección a la puerta, con sus dos brazos terminados en puños a ambos lados de su cuerpo, dando pisadas llenas de fuego, y su ceño fruncido en una mueca de enojo. Su hermano, al ver que ella iba a hacer una locura, agarró su cintura y trató de clavar sus pies en la alfombra roja, con la esperanza de que así se pudiera detener.

—¡Riliane, por favor!— “gritó” susurrando, rogando por que su hermana pensara las cosas con claridad y se le fuera la alocada idea de meterlos en problemas. —¡Cálmate y vámonos!

—¡No, yo quiero tener amigos! ¡Y voy a tener amigos!— dijo la niña segura de sus palabras y sin ningún rastro de temor ante el posible asesinato que sus padres y su hermana cometerían hacia sus pequeñas y rubias personas si continuaba con eso. Ella quería respuestas y las tendría. Era una gran testaruda para solo tener seis años cumplidos hace unos días.

—Debemos irnos... Ahora.— remarcó la última palabra el niño, continuando con su nulo esfuerzo de frenar a la bestia de su gemela.

—¡No! ¡Déjame!— comenzó a patalear y a mover sus brazos de un lado a otro para librarse.

—¡Riliane, por favor, vámon- — pero entonces, algo calló la boca del pequeño niño, que cambió su expresión de súplica y esfuerzo a una de terror. Es más, comenzó a sudar frío y de la sorpresa dejó de emitir fuerza alguna para atrapar a su gemela, lo cual hizo que esta se hiciera tan para adelante que cayera al suelo sin ningún obstáculo, estrellando hasta su alma contra el suelo. No se había percatado de lo que a su gemelo le dio miedo, ya que estaba más concentrada en liberarse, y ahora, en el dolor que sentía al tener al suelo besando su cara.

La niña se levantó enfurecida, dispuesta a gritarle a su hermano que esto era su culpa, pero en cuanto sus ojos encontraron esa figura delante, su expresión se volvió una asustada, que con el mayor esfuerzo del mundo trató de sonreír y convencer a la persona que la miraba con indiferencia que nada había sucedido.

Ante sus figuras aparecieron unas facciones algo desarrolladas, unos ojos deseosos de muerte y sangre, cabellos de un hermoso rosa digno de la flor que llevaba el mismo nombre, una piel de un tono claro que combinaba a la perfección con los tonos que se hallaban en su cuerpo desde el día de su nacimiento, un ceño fruncido y unos labios inexpresivos. Entonces, esos inmóviles labios se movieron, dejando paso a una voz aterradora. —Con que aquí estaban...

—Te-Tera... Po-Podemos explicarlo...— “sonrió” –entre infinitas comillas déjenme decir– la rubia, cerrando sus ojos en un intento de conservar su aura tierna y que su hermana mayor la perdonara –principalmente a ella, ya que ahora lo más importante para sí misma era su propio pellejo–. Su hermano se las arreglaría como pudiera.

—¿Ah, sí? Entonces quiero escucharlos.— dijo con sus vacíos ojos la primogénita de la familia, cruzada de brazos y aún de pie delante de las dos criaturas, esperando que hablaran.

—Eh... B-Bueno...

No hace falta decir que la mayor, al ver que esos dos no podrían defenderse a ellos por sí mismos ni aunque sus vidas dependieran de ello –y ese era el caso de ese momento–, volteó su cuerpo hacia la puerta y no importó cuánto fuera el esfuerzo de los cuatro pequeños brazos en sostener su organismo y detenerla, tocó la puerta de la sala de juntas, con unos secos golpes que marcaron el final.

Las palabras que podían llegar a escuchar desde adentro de la habitación cesaron, y aunque Riliane y Alexiel trataban de alejar a su hermana de la puerta, esta no se movía ni un centímetro. Ya cuando la puerta inició un ruido de estarse abriendo, en milésimas de segundo los menores se dieron cuenta que era mejor huir mientras podían. Pero cuando sigilosamente se dieron la vuelta para echar a correr, un par de manos agarraron la parte trasera de sus ropas, y los mantuvieron ahí, parados, muertos de miedo. Finalmente, el pedazo de madera que significaba castigo se abrió por completo, dejando ver a uno de los nobles, sorprendido por la presencia de los tres hijos de los reyes de pie delante de él.

—¡Princesa Teresa, que gusto verla hoy!— al escuchar el nombre de su hija, tanto el rey como la reina se miraron preocupados y se pusieron de pie. —¡Oh, y también es un honor verles hoy, joven príncipe y querida princesa!— saludo cordialmente a los dos menores, pues apreció después de unos pequeños segundos a los dos rubios. Le sonrió a la chica dentro de poco de trece años, aún sosteniendo su mano en la puerta. —¿Qué la trae a esta sala?

Los reyes se asomaron, mirando con desaprobación a sus tres hijos, pero pronto se dieron cuenta que solo los menores se estaban muriendo de miedo tratando de huir, mientras que la chica los sostenía con una mirada indiferente y sin temor.

—Teresa, estamos ocupados.— dijo el rey.

—Más vale sea rápido.— dijo ahora la reina.

Al escuchar las voces de sus dos progenitores, las dos cabezas doradas comenzaron a sudar y cesaron su intento de correr. Estaban petrificados. Sabían lo que vendría.

—¿Qué sucede con tus hermanos? ¿Por qué los sostienes así?— quiso salir de dudas Gako, mirando las manos y a los ojos de su hija con extrañeza. Pocas veces estaban sin su característico brillo.

La chica extendió ambos brazos, mostrando a los dos niños, quiénes temblaban y trataron de forzar unas expresiones tiernas e inocentes, con la poca esperanza de salir ilesos.

—Mami...
—Papi...

El noble que les había abierto la puerta, los padres, y el resto de personas que se encontraban reunidas dentro de la sala, por alguna razón que no pudieron explicar con palabras, sintieron su corazón romperse al escuchar a esos dos niños rubios, quienes parecían tener muchísimo miedo. Pero aún así, Teresa no cedió.

—De eso mismo les quiero hablar.

Listo, ya estaban muertos.

...

Sobra decir que los dos mayores de ojos azules tuvieron que suspender la reunión para evitar que sus gemelos pasaran más vergüenza de la que iban a pasar tratando de explicar inútilmente por qué los espiaban, sumando al susto que Teresa se llevó al no encontrarlos teniendo en cuenta los peligros que unos niños de la realeza llevan en sus espaldas, prácticamente era castigo asegurado.

La reina tomó a ambos niños de los brazos, y a pesar de que ellos lloraban, trataban de soltarse del agarre, y hasta se tiraban al suelo para evitar que se los llevaran, la reina siguió caminando con sus dos blancas, suaves y cálidas manos sosteniendo con fuerza las muñecas de sus dos hijos de seis años recién cumplidos, tratando con dolor de ignorar los sollozos de estos últimos.

—¡Mamá, mamá, no quiero!
—¡Prometo no volver a hacerlo mamá!

Estas y más súplicas salían de las bocas de esas criaturas, que intentaban con una gran determinación pero con poca eficiencia soltarse.

—¡Por favor mamá!
—¡No quiero mamá!

Los dos niños lloraban y lloraban, como si esa mujer no fuera su madre, sino una secuestradora que los alejaba de su amada progenitora, quién en vida real, con cada llanto sentía como su cabeza buscaba hacer oídos sordos a su fragilidad materna y escuchar a la consciencia que le decía que eso era lo correcto.

Una vez llegaron a la habitación de los dos niños, abrió lentamente la puerta e ingresó al cuarto. Una vez allí, con sumo cuidado dejó a ambos niños en la cama de Riliane y se fue, ignorando las súplicas de los niños porque se quedara con ellos.

—Están castigados.— dijo la mayor de sedoso y suave cabello rosa, y puso fin a la inexistente conversación, cerrando la puerta.

Una vez el pedazo de madera se cerró, se declaró el inicio de sus horas en iguales situaciones que los criminales que su hermana mayor siempre les comentó que hacían cosas malas. Sabiendo eso, comenzaron a llorar nuevamente, abrazados, pues en ese momento solo se tenían el uno al otro, en su lucha contra las horas que les esperaban.

Pasaron los interminables minutos, y llegó el horario de la merienda, osea, las tres de la tarde. Ambos sintieron unos ruidos venir desde lo profundo de sus panzas, los hombrecitos comenzaron a gritar y a hacer eco, marcando la hora de comer. Su padre, hace un tiempo, les tuvo que explicar la razón de porqué de sus estómagos salían ruidos extraños, ya que ellos habían ido aterrados a preguntarle si sabía cuándo vendría el héroe del cuento para matarlos –en defensa de esas dos criaturas inocentes, la mayoría de sus cuentos terminaban con el villano siendo asesinado por el héroe–, ya que pensaban que ese ruido significaba que su final estaba cerca. Pero no, su padre, el gran rey que expandió su poder por muchas regiones, les explicó que en el interior de todos los humanos hay unos pequeños hombrecitos, y que cuando es hora de comer, empiezan a gritar y a hacer eco dentro de nuestros estómagos para decirnos que comamos algo. ¿Y cómo no? Le creyeron. ¿Por qué les mentiría su propio padre?

¿Cómo no se espantaron más? Eso ya no tiene explicación. Mentes inocentes.

—Riliane... el hombre dice que quiero comer.— dijo limpiándose los mocos el príncipe rubio. Y el estómago volvió a sonar.

—Sí Alex... a mí también me dice eso...— dijo la niña también, y entonces, ambos escucharon como unos golpes resonaron en la habitación. Se miraron, asintieron y se tomaron de las manos para ir hasta la puerta y averiguar quién era la persona que causó ese ruido.

Dieron varios pequeños pasos, lentamente, en puntas de pie para luego acelerar el paso y llegar en cuestión de segundos a la puerta. Se colocaron a ambos lados de esta, y apoyaron sus manos en la pared, preparándose para atacar en cuanto esa persona dejara entrar la sensación de libertad al cuarto.

—¿Quién es?— preguntó la niña primero.

—Soy yo.— dijo una voz femenina del otro lado, que ambos reconocieron muy bien.

—¿Qué quieres?— preguntó ahora el niño, ambos conservando una especie de máscara de indiferencia. Querían parecerse a los espías que a veces leían –o bueno, les leían– en los libros.

—Alexiel I Lucifen d'Autriche, más respeto a tus mayores.— al escuchar el nombre completo del rubio, los gemelos se miraron y por un momento se aterraron. Era el mismo tono que utilizaban sus padres al regañarlos. Antes de que pudiera disculparse, escucharon el ruido de una llave girando, y entonces, la puerta se abrió, haciendo que ambos ejecutaran su plan. —Como sea, les traje la- — la primogénita se vio interrumpida por dos gritos no más abrir la puerta, y luego, se colocó en su perfil derecho, ya que dos individuos de dorado cabello y ojos azules se lanzaron a su dirección, uno en cada lado, causando que abriera los ojos como platos y los viera caer al duro y frío suelo. —merienda. ¿Qué mierda...?

—¡La tengo!— gritó Riliane.

—¡No, yo la tengo!— gritó ahora Alexiel. Ambos estaban “sosteniendo” algo entre sus brazos, ya que estos se apretaban contra el pecho de cada uno con fuerza, como si quisieran evitar que algo o alguien escapara.

La muchacha de ojos rojos les miró por unos momentos, con los ojos abiertos sorprendida, mientras sostenía una pequeña bandeja donde había jugo, dulces, pan, frutas, bocadillos, y tarta, entre otras cosas ricas y comestibles. ¿Qué se supone que estaban haciendo esos dos, aparte de discutir sobre tener algo invisible?

—Oigan...— al escuchar esa voz que parecía tener miedo por lo que estaban haciendo, se dieron la vuelta, y sorprendidos vieron a su hermana mayor, de pie frente a ellos, completamente intacta y con una expresión confundida. —¿Qué se supone que hacen?

Riliane y Alexiel se miraron, y más rápido que los guardias al enterarse que hay un ataque, se pusieron de pie y miraron molestos a su hermana mayor. Y comenzaron a gritarle que era mala, cruel, traidora, etcétera, a lo que ella solo respondía con un «Ajá».

Después de unos cuantos minutos escuchando las quejas y gritos de los niños, los volvió a mirar. —¿Ya terminaron?

—Sí, o bueno... ¡buchona!

—Ahora sí.— dijo sonriente Alexiel.

Quiso golpearse la frente con la mano, pero teniendo en cuenta que llevaba la bandeja en sus manos, no era lo más factible. —Bueno, par de llorones,— dijo burlona, y antes de que esos cabeza de sol empezaran a molestar otra vez, prosiguió. —¿qué les parece una tarta de Mariam-san?— se agachó y les acercó la susodicha tarta, haciendo que sus hermanos tuvieran brillos en los ojos. —¡Hora de la merienda!

Los tres hermanos entraron a la habitación, felices y con deseos de merendar riendo, para poder comer en paz. Ese ambiente tan feliz hizo que Teresa aceptara abrir sus labios para cantar una de las canciones favoritas de sus hermanos, quienes se regocijaban de la bella voz de su hermana mayor.

Era todo perfecto y feliz para ellos. O bueno, eso se podía haber creído hasta unos días después.

...

Ambos gobernantes de Lucifenia cruzaron miradas, transmitiendo en tan solo unos segundos todo lo que querían decirse. La reina de bella cabellera rosada se levantó, y sin dudar, comenzó a caminar alrededor de la sala, sosteniendo entre sus firmes dedos un pedazo de papel en el que se podía apreciar una hermosa caligrafía que vestía de forma elegante a las palabras que estaban escritas, y comenzó a leer esa carta que le llegó.

—Queridos amigos míos, esto no será una sorpresa, pero sí que será una grata noticia.— abrió su boca para dejar salir esa voz profunda que portaba ella, mientras sus ojos estaban en sincronización con su voz para poder hablar y leer de la forma correcta. —Dentro de poco, será la víspera de los dieciocho amaneceres de mi hijo Kyle, a quien ustedes han educado y apreciado desde siempre como si fuera su propio hijo,— ante esas palabras, su esposo Gako asintió emitiendo un ruido de aceptación. Ella continuó leyendo. —y es por esta razón que quiero, o mejor dicho queremos, invitaros tanto a ustedes como a sus hijos a la fiesta de cumpleaños que obviamente tendrá lugar el 17 de febrero en nuestro lujoso palacio.— en su mente solo pudo pensar que esto no era realmente escrito por ella, sino que nuevamente pidió a uno de sus tantos sirvientes que escribiera la invitación por ella. Rodó los ojos divertida ante ese pensamiento, ya que su amiga seguramente no cambiaría. —Esperamos con ansías vuestra aceptación a esta humilde invitación que hago desde lo más profundo de mi corazón. Con cariño, Prim Marlon.— una vez terminado, alejó el papel de su cara y miró hacia su marido. —Eso es lo que dice.

El rey de suave y largo cabello morado se levantó del acomodado sillón en el que estaba anteriormente sentado para acercarse a Lukai y tomar la carta entre sus manos. Le dio una repasada rápida con los ojos y luego suspiró, mirando a su reina esperando una respuesta de su parte, la cual no llegó, y tuvo que hablar él primero. —¿Qué dices? 

—No podemos negarnos.— contestó fríamente, tratando de pensar en una manera de cómo decirle a su hija mayor que volvería a ver al chico de azul que tanto la había hecho sonrojar y acelerar su corazón. Seguramente se mostraría reacia a la idea de tomar un barco con dirección al reinado de Marlon.

Cuando lo notó, estaba con su pulgar derecho sobre su temblorosa boca, como si quisiera morderlo, además que una sensación de apoyo y calidez se había manifestado alrededor de su cuerpo, junto a un olor tan característico y dulce, sacándole una sonrisa. Era su amado esposo, quién la estaba abrazando para calmar un poco su preocupación. Por instinto, dejó caer su cabeza sobre la superficie tan reconfortante que se encontraba a sus espaldas, el pecho de su marido, además de aspirar con sus fosas nasales el aroma tan tranquilo que emanaba de esos cómodos brazos que la sostenían.

—Todo estará bien, tranquila.— dijo el hombre, apoyando su mentón sobre los lisos cabellos rosa de la cabeza de su mujer, dejando así que ese aire tranquilo lo inundara para relajar sus pensamientos él también. Aunque no pareciera, en su mente había mucha intranquilidad con respecto a sus dos hijas. Una sabía que estuvo enamorada del príncipe Kyle y que por motivos desconocidos ambos rompieron su compromiso; y la otra si bien conocía al joven, no tenía muy en claro quién era, a pesar de que ya jugaron varias veces, pero aún así se mostraba emocionada ante la idea de casarse en el futuro con un “príncipe azul” igual al de los cuentos.

Ambos se preocupaban por cosas similares, sus hijos, y se relajaban al menos un poco de formas similares, con el calor y aroma que el otro podía emanarles. No había mucho misterio de por qué Teresa había comentado una vez que ellos eran el uno para el otro.

Esos eran los reyes de Lucifenia.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top