Propuesta
Las coincidencias no existen.
En su cabeza suena irreal que esto esté ocurriendo por una simple y mera coincidencia, entonces, decidió culpar al destino. Encontrar a su alma gemela no podía darse por una casualidad, mucho menos para él. Algo más allá de su entendimiento lo colocó en ese espacio, tanto a él como a Pedro, pues después de tanto buscar, quizás necesitó dejar que aquella fuerza mayor lo guiará hacia la persona frente a él.
—Dime un número y lo pagaré — aplastó mucho más su cuerpo contra la pared. El mesero jadeó un poco en el instante que su espalda dio con la superficie detrás de su figura.
—Y-Yo...
—¿Veinte? ¿Treinta?
La distancia se hacía cada vez menor y Pedro notaba que la posibilidad de escapar de esa situación era mínima, sin embargo, estaría siendo un mentiroso descarado si dijera que no le agrada lo que ocurre.
El porte del hombre en su delantera es genuinamente atrayente, va bien vestido y lo acompaña una colonia que atrae más de lo esperado. Sabe perfectamente que no debe estar involucrado en nada bueno, lo asume por la cantidad de personal en el lugar y por la seguridad que se pasea cautelosa a los alrededores, sobre todo porque lo revisaron una cantidad de veces más de las que está acostumbrado.
—¿Entonces...?
—Mi turno aún no termina, señor Torres —musita logrando alejar un poco al más alto.
—Lo resolveré, no te preocupes —sonrió—, solo necesito que me digas que "sí" a todo y yo lo haré posible, Pedro —su mano derecha se elevó un poco. Su pulgar se aplastó contra los labios del mesero y bajó con delicadeza su dedo arrastrando la piel con él—. ¿Me acompañas con una copa en otro lugar?
—¿Solo una copa?
Ferran soltó una suave carcajada que hizo a Pedro perder la razón de todo, ¿un hombre que ríe de esa manera podría ser alguien malo? ¿Siquiera habría alguna intención malvada detrás de esta propuesta? Le cuesta creerlo o hacerse a esa idea.
Para cuando tuvo la oportunidad de percatarse de todo lo que estaba pasando, Torres ya lo estaba escoltando hacia su auto.
Sentía la mano del hombre sobre su cintura y las miradas de todos sobre su persona al cruzar la entrada del restaurante, pues justo como lo dijo, lo cumplió. Su jefe le permitió salir antes.
—¿A dónde te gustaría ir? —La voz profunda estalló contra sus oídos, González se volteó un poco. Está intentando procesar todo lo que ocurre, ¿por qué le está pasando a él? —¿Tienes algún gusto en particular?
—Me va bien cualquier cosa —bromeó haciendo al tiburón echarse a reír.
—¿Cómo me tengo que tomar eso?
—Ah, no sé, usted sabrá —sus dedos pasaron por el borde del cinturón de seguridad y con solo palpar podía saber lo caro que era todo—. Sorpréndame.
—¿No te vas a arrepentir, no?
—¿No se tiene fe?
Torres nuevamente rió y continuó viendo hacia el camino. Durante el recorrido hablaron sobre varias cosas, Ferran escuchó un poco sobre la infancia de Pedro, sus gustos y el contexto en el que creció. No sonaba muy diferente al suyo, nació en una de las islas y viajó a Barcelona con la esperanza de hacerse de una vida más emocionante o mejor, no logró demasiado, pero asegura que es por su corta edad. A Torres le gusta oírlo, parece enfocado en lograr más con su vida y lo deja en evidencia al hablar tan firmemente.
—Llegamos —el auto paró con tanto sigilo que Pedro nunca notó el instante en que la marcha disminuyó—, ¿pasa algo? —La negativa realizada por la cabeza de González le dio el pie a salir del auto, caminó dejando las llaves a manos del valet y abrió la puerta, dispuesto a indicarle el lugar de entrada.
Frente a los ojos de Pedro, quien pidió amablemente ser llamado Pedri, yace el hotel más caro de toda la ciudad.
Ambos ingresan completamente solos, sin embargo, puede notar que siempre están siendo vigilados. Ni siquiera escucha el momento exacto en el que Torres pide la habitación o cuando es que las llaves llegan a su mano y acaban en el elevador, la cuestión aquí es que al entrar en ese cuarto enorme, entiende por primera vez en la noche que se ha metido en algo muy grande.
—¿Quieres beber algo? —Pasa a su lado. No parece intentar hacer algo fuera de lugar, aunque cada movimiento o palabra que abandona su boca le genera un vuelco en el estómago. Nunca había visto a ese hombre, no tenía idea de quién era y ahora resulta ser uno de los más adinerados de esta ciudad—. Joder, cambia esa cara, parece que has visto un maldito fantasma —se echó a reír.
—¿Quién es realmente? —Cuestiona.
—¿Si te lo digo te vas a ir? —El líquido suena cayendo dentro del vaso que tomó del minibar—. ¿Mmm?
—No lo sé.
—¿Por qué crees que estás aquí?
—Porque buscaba a alguien para follar y me vio a mí —Torres tapó la botella y le dio un trago seco al vaso—, ¿me equivoco?
—En parte no —lo miró—, todavía así viniste hasta aquí. —Sonrió—. ¿Cómo te hiciste la marca del cuello? —Señaló acercándose y tirando un poco del borde de su camisa—. Esta.
—Nací con ella —expresó en un jadeo por el toque tan brusco—, ¿qué hay con ella? —Ferran sonrió y luego de dejar el vaso sobre la pequeña mesita en el medio del cuarto, se dispuso a desprender su propio pantalón. Pedri intentó no ver con tanto detenimiento dicha acción, pero era imposible despegar la mirada del movimiento de manos. Primero se deshizo del cinturón y seguido a eso desprendió el único botón del sastre—. ¿Qué...?
—¿Alguna vez has oído sobre las "almas gemelas"? —Pedri bajó la mirada hasta los oblicuos del más alto, Torres atrapó una de las manos ajenas y la obligó a delinear la marca sobre su piel. González sabe perfectamente que es idéntica a la que yace sobre sí mismo y lo hace temblar al oír las palabras dichas por Torres.
—Es una leyenda que a todos nos cuentan de niños —levanta la mirada lo suficiente para dar con los ojos pardos del más grande—, ¿me va a decir que estamos destinados?
—No es una coincidencia que tú y yo nos hayamos cruzado esta noche —todavía sujetando la mano del más joven la hizo entrar en su ropa interior. Pedri le sostuvo la mirada, incluso cuando sintió la hombría del ajeno entre sus dedos—, tampoco considero una casualidad que ambos tengamos este mismo símbolo.
—¿Qué espera que haga sabiendo esto?
—¿Qué quieres hacer tú...? —Ferran aplastó aún más la palma del más bajo sobre su pene y la hizo subir creando cierta fricción sobre su polla, podía divisar un leve sonrojo en las mejillas y las orejas del mesero—. Dijiste que querías hacer algo mucho mejor con tu vida y por eso te fuiste de la isla —la mano que no sujetaba la de Pedro se deslizó por detrás de la cintura ajena y lo atrajo lo suficiente a su cuerpo—, yo puedo darte todo lo que quieras y más.
—¿Y el precio? —Levantó la mirada.
—¿El precio? —Las yemas de Torres se colaron por debajo de la camisa de González—. El precio es que te mantengas a mi lado y nunca me traiciones —murmuró contra sus labios.
Antes de que Pedro pudiera decir algo, el beso inició. La lengua del tiburón se metió lo bastante dentro de la boca contraria como para obligarlo a abrirla todo lo que le sea posible, el beso lo ahoga, no porque fuera malo o complicado de seguir, sino por la efusividad del mismo. Siente los dientes de Torres tirar de su labio inferior y vuelve a lanzarse sobre su boca como un lobo hambriento, siendo seguido por la mano de Pedri que se movía cuidadosa dentro de los pantalones del más alto.
—No me respondas ahora —expresó al separarse un poco.
Las manos audaces de Torres se deshicieron muy rápido de la ropa del mesero, lo empujó con cuidado hacia la cama y se metió entre sus piernas con mucha más facilidad. Pedro pensó por un instante en la cantidad de personas que han estado entre los brazos de ese hombre y si es que a todas les ha propuesto lo mismo. Cree en las almas gemelas, sin embargo, teme dejarse llevar demasiado.
—Joder —Gruñe en el instante que siente la boca caliente engullir por completo su pene—. Madre mía —suelta arqueando un poco la espalda y Torres eleva sus manos por la extensión de su abdomen hasta dar con los pectorales del más joven—. Si me la sigue chupando así- —Su voz suena a sollozos y claramente a Ferran le encanta oír eso.
—Dime que no es la primera vez que te la chupan —se elevó un poco sobre su cuerpo para verle la cara.
—No —frunce el ceño como si fuera una ofensa que llegue a pensar eso de él—, tampoco es mi primera follada con un hombre.
—¿No? ¿Cómo lo has hecho antes? —Se sentó y clavó su mirada en el otro—. Muéstrame.
Pedri tragó saliva viendo al más alto aplastarse contra el respaldo de la cama, por primera vez recae en lo mullido y suave del colchón junto al aroma tan espléndido de las sábanas.
El mesero se metió entre las piernas del contrario y deslizó los restos de ropa que todavía cubrían su cuerpo. En cuanto su rostro se encontró con la erección de quien pagó aquella habitación, Pedri la analizó. Ha tenido sexo con otros hombres y no es por alardear, pero le han dicho que lo hace bastante bien. Se mueve bien. Sin embargo, teniendo la mirada de Torres sobre sí, el miedo a cagarla está latente.
—¿No la vas a chupar? Estoy seguro de que te cabe entera.
Sus labios envolvieron la punta del pene y sacó su lengua mientras baja, las venas que iban desde la base y se distribuyen por la extensión del mismo se pierden entre la saliva de Pedri.
Usa una de sus manos para facilitar la estimulación y aumenta el ritmo cuando la mano derecha de Ferran aplasta todavía más su cabeza contra la entrepierna. La mano de Pedri, esa que no envuelve el tronco de la polla de Torres, se encarga de amortiguar el golpe seco contra la figura contraria.
—Hijo de puta —exclamó en el instante que su miembro tocó el fondo de Pedri. El calor lo envolvió lo suficiente y lo sostuvo en ese punto, para luego apartarlo de un tirón—, ¿cómo vas? —El flequillo cae sobre la frente del mesero y la mirada amarronada se hace presente por detrás. Ni una sola palabra sale de su boca, pero la sonrisa es más que suficiente para Torres y para indicarle que todo va bien.
—¿Qué se supone que haces? —Cuestionó en el instante que el más joven se trepó sobre sus piernas y aplastó sus glúteos contra su miembro.
—Sin un condón no me la vas a meter...
—Mira nada más, dejo que me la chupes y ya me tratas como a uno más —mencionó sujetando los costados de su cuerpo. La piel tibia se amolda perfectamente a sus palmas y Ferran las baja más hasta llegar a la parte más carnosa del cuerpo más bajo. Estruja el área lo suficiente para hacer al otro jadear contra su oído y tiene que cerrar los ojos un momento para dejarse deleitar por esa maravillosa melodía—. ¿Ya lo pensaste?
—¿Mm?
—Lo que te acabo de proponer hace media hora —vuelve a echarse sobre el respaldo y González lo ve un largo rato, los dedos de Ferran rozan la marca en su cuello al subir por su espalda y Pedro lo imita tocando la zona de los oblicuos del ajeno—. No estoy mintiendo.
—Aceptar significa que debo confiar ciegamente en ti —murmuró—, ¿eso no me traerá problemas?
—Me aseguraré de que nunca te pase nada.
Pedri siente que no debe confiar del todo, pero también hay algo que le impide alejarse de la idea de permanecer junto a ese hombre. Relame sus labios algunas veces antes de responder y se posiciona mejor sobre el pene del otro.
—Júramelo por tu propia vida, pues no creo que gente como tú tenga lealtad a otro que no sea consigo mismo —Ferran sonrió.
—Te juro por mi vida, Pedro González López, que si te quedas a mi lado tendrás lo mejor de aquí hasta el puto día de nuestras muertes —se pegó a sus labios y Pedri sonrió.
—Consigue condones.
—Claro...
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