Confianza

Se lo juró por su propia vida y pese a eso, todavía quedaban ciertos rastros de desconfianza en su persona. Pedri no aceptó nada, de sus labios no ha salido ni una sola palabra afirmativa con respecto a lo que Torres le propuso, quedarse a su lado significa muchas cosas y ninguna de ellas tiene buena pinta en la mente del más joven.

Aun así, con eso en su cabeza mientras se ducha, piensa que no quiere apartarse. La necesidad de quedarse y descubrir qué hay en ese hombre que tanto lo atrae es mucho más grande que el miedo a encontrar algo malo.

Le dijo a Ferran que tomaría una ducha antes de seguir, aunque eso es más una excusa para poder aclarar su mente y no dejarse llevar con tanta facilidad. Aprovechó el momento a solas y se sorprendió de lo muy respetuoso que podía llegar a ser el hombre, pues en cuanto comentó su inquietud con respecto a necesitar un baño antes de continuar, le dio su espacio.

No es que Pedri haya tenido malos amantes en el pasado, pero ninguno había podido pagar algo tan costoso y, en general, siempre se lanzan a él como si no hubieran tocado a alguien en años. Se siente asqueroso luego de eso, mas esta situación es distinta.

—¿Acabaste? —Lo ve en la cama y se aproxima a su persona con la bata que ha tomado del baño, no lleva absolutamente nada debajo, lo cual lo hace sentir inhumanamente expuesto—. ¿Por qué tan tímido? ¿No me la estabas chupando hace unos minutos? —Es vulgar y luce como alguien que no tiene mucha paciencia, pero de todas formas se comporta muy cálido con él.

Se conocieron hoy, no han pasado más de tres horas y todavía así, siente que hay algo que lo enlaza a él de una forma indescriptible. Se siente un poco inocente y tonto por estar pensando de esa manera, casi como alguien a quien le pintaron un cuento de hadas y se lo creyó.

— ¿En qué piensas? —Pregunta cuando Pedri se sienta sobre sus piernas, la bata continúa cerrada y son las manos del más alto las que se meten por debajo de la tela en busca de la piel ajena.

—Aún dudo si confiaré por completo en ti —confesó. A Pedri no le va la idea de mentir o pintar cuentos en el aire, entonces se lanza muy directo—, sé que lo juraste y parece que eso vale mucho para ti —los dedos gruesos se deshicieron del nudo que impedía la total desnudez del joven—, pero me gusta la idea de cuidarme. ¿Qué tal si salgo lastimado de esto?

—¿Lastimado? ¿Asumes que soy un hombre malo? —Sus dedos rozaron el miembro ya erecto del contrario y su índice recorrió la extensión del tronco hasta llegar a la punta. Jugó con el glande, envolviendo el mismo entre el pulgar, el índice y el mayor, frotando con cuidado la cabeza de su pene—. No seré malo contigo, pero puedo serlo si me lo pides —sonrió en cuanto se cruzó con la cara de excitación que Pedri dejaba ver.

La boca semiabierta y los ojos cerrados eran una respuesta primaria para el toque descarado que Ferran ejercía sobre su hombría—. No voy a lastimarte, te lo dije... Tendrás lo mejor de mí y te cuidaré con mi vida —atrapó su rostro con la otra mano, apretando sus mejillas lo obligó a verlo.

—No soy una persona que se fie de palabras —gruñó al ser soltado, el tiburón llevó ambas manos hasta los muslos que se aplastan sobre sus piernas y los apretó con fuerza. La carne se pega a sus dedos y Torres se toma un momento para apreciar dicha acción, está seguro de que el chico sobre él se ejercita, lo nota en cada músculo de su cuerpo—. Joder, ten más cuidado —regaña un poco.

—Entonces, tendré que ser más de acciones.

Torres lo empujó sobre el colchón, tomándolo de la cintura dejó que su espalda pegue contra la superficie mullida y nuevamente se lanzó al punto en donde las cosas se habían parado. Percibió en la piel del mesero un suave aroma a jabón junto a la piel todavía algo húmeda entre sus piernas, su lengua se deslizó por la cara interna de sus muslos y mordió con fuerza para asegurarse de que la marca durará varios días. Escuchó el insulto por lo bajo proveniente de su acompañante y eso lo hizo sonreír.

—No tengo intenciones de que te acuestes con alguien más en un futuro —jadeó contra su piel— y si eso llegara a pasar —levantó la vista para encontrarse con la mirada parda del más joven—, verán que ya hay alguien más que te está follando mejor —empujó la pierna derecha de González para obligarlo a abrirse.

—Parece que no estás acostumbrado a recibir un "no" como respuesta a tus propuestas —gimoteó a la mitad de la frase y apretó las sábanas bajo sus dedos. Hay algo que quema en él, en cada sector que Ferran lo toca, es como fuego y lejos de doler, le provoca la necesidad de sentirlo más.

—Tú aún no me das una respuesta.

Antes de decir algo más, el hombre abrió los glúteos del mesero y hundió su lengua en la cavidad ajena. Chupó, mordió los lados y se adentró todo lo posible en él, Pedri intentaba no alterarse demasiado, pero perdió cualquier ápice de cordura cuando uno de los dedos gruesos y ásperos se metió en él, previo a eso había sentido el lubricante frío resbalar por su pene hasta bajar lo suficiente para dar con los dedos que lo habían comenzado a penetrar.

Ferran, sin demasiadas complicaciones, giró a Pedri con la intención de tener un mejor acceso al interior de su acompañante.

—Más profundo —suplicó con su cara aplastada sobre el colchón, el interior de Pedri absorbe los dos dedos que se abren y cierran conforme entran y salen de sí—, más —vuelve a pedir —Por favor, Ferran.

Su nombre había sonado tan cargado de deseo, que fue imposible ignorar el pedido.

—¿Con mis dedos? —Inquirió pegándose a su espalda, su boca recorrió todo el camino de su cuello a su oído y se detuvo en ese lugar para morder el lóbulo de su oreja—. ¿Qué quieres que vaya más profundo?

—Tu- —apretó más sus dedos y la mano del más alto envolvió los mismos para calmar un poco al más bajo.

—¿Mi qué?

—Tu maldita polla —se queja al sentir el miembro contrario rozar en su espalda. Ferran se frota con cuidado y presiona la punta en la piel cálida del mesero—, solo métela, por favor.

El cuerpo más grande se movió un poco y buscó los condones que había pedido con anterioridad en recepción. Pedri podría jurar que los segundos se pasaban demasiado lento, cada movimiento que oía del contrario se sentía en cámara lenta, casi como si lo estuviera castigando por algo que no ha hecho.

—¿Cuándo fue la última vez que te la metieron? —Su pulgar rozó la entrada del chico y movió sus piernas para elevar un poco más sus caderas. Ferran tiene una vista privilegiada del cuerpo contrario, la espalda se quiebra perfectamente y los glúteos se abren dando lugar a frotar su pene entre ellos.

—N-No lo sé —jadeó—, ¿qué importa? Solo hazlo.

—¿Qué tal si lo hago y te lastimo? —Relamió sus labios, dejándose deleitar por los quejidos contrarios.

—Por favor —percibió el miembro grueso y largo subir, y bajar entre su piel. Lo necesitaba dentro de él, lo quería tocando lo más profundo de su cuerpo y a ese paso sentía que no ocurriría—, hazlo.

Ferran sonrió y aplastó la cabeza del más bajo obligándolo a pegar todo su pecho sobre la cama, la mano que no sujetaba el cabello castaño ayudó a posicionarse en la entrada de González e ingresó despacio. Apretado, incluso después de prepararlo con sus dedos, lo envolvía con fuerza y debía parar en cada tramó que atravesaba.

—Maldita sea —soltó una carcajada. Pedri cerró sus ojos y ahogó los gemidos contra las sábanas, su cabeza seguía aplastada por la mano del hombre—, me estás apretando con fuerza —gruñó. Se quedó un momento en su lugar, esperó que el interior del más joven se acostumbre a él y así tener la oportunidad de moverse—. ¿Cómo vas? —Liberó su cabeza para dejarlo respirar con calma.

—B-Bien —murmuró. Lo siente dentro de él, es grande en todos los sentidos y presiona en cada parte, se mueve brusco, pero de una forma que no duele demasiado—. ¡Fe-Ferran! —Una vez más las manos del hombre lo atrapan y sus dedos se clavan en los costados de su cuerpo.

Entra y sale sin ningún tipo de reparo, ha tomado un ritmo violento y se asegura de ir lo más profundo que le es posible. El pene de Torres se desliza y toca el punto más sensible en su interior, varias veces choca ganándose los jadeos repetidos por parte de Pedri.

—Date la vuelta —pide saliendo de su interior, quiere ver su cara, todavía si no sabe qué pasa por su cabeza, quiere verlo. No tiene idea de lo que ese chico está pensando, aparece de la nada con esa marca en su cuello y lo orilla a decir un montón de cosas, pero... ¿Por qué no parece asustado por nada? ¿Por qué incluso se siente desafiado por él? Nadie había tardado tanto en aceptar algo de su persona y mucho menos después de haberlo jurado sobre su propia vida.

— ¿Qué piensas? —Pregunta cuando vuelve a embestirlo, su pene aborda con fuerza en el interior de Pedri y lo obliga a cerrar los ojos.

—N-Nada —gime.

—¿Por qué no te creo? —Lo alza con brusquedad y lo sienta sobre sus piernas—. Hazlo tú.

No sabe qué pasa por su cabeza, pero le gusta. Un simple mesero, uno que no se achicó frente a su persona y le sostiene la mirada como si estuviera a su par. No puede ser más que su maldita alma gemela.

Pedri lo monta y tiene que sostenerse de los hombros de Ferran para no perder la fuerza del todo, Torres se encargó de envolver su pene con la mano que no sujeta su cadera.

—No te puedes correr hasta que yo lo haga —sentenció presionando la punta de su miembro—, así que muévete rápido —susurró contra sus labios.

Se besaron con desesperación luego de esa corta oración, Pedri subía y bajaba sobre la polla de Ferran, la noche caía sobre la ciudad y dentro de esa habitación no había más que el sonido de las pieles pegando entre sí. Sudados, jadeantes y próximos al clímax.

Pedri apretó sus manos en los hombros del hombre, ganándose el gruñido quejoso del mismo. Podía sentirlo, fue mucho más palpable porque el mismo hombre tomó las caderas del mesero para acelerar el movimiento. Soltó el pene de Pedri y este tomó la oportunidad para comenzar a masturbarse, intentando seguir el ritmo desenfrenado que había comenzado Torres.

—Más rápido —exigió también iniciando pequeñas embestidas desde debajo. Al acabar se movió despacio y Pedri sintió las palpitaciones del pene dentro de él, vio su mano cubierta de su propio semen y se encontró también con el abdomen de Ferran sucio.

Respiraciones irregulares y el vacío que sintió cuando la hombría ajena abandonó su interior fue todo lo que González experimentó antes de recostarse sobre la cama.

—Déjame limpiarte —pasó la bata, que se había perdido en el medio de todo, por las manos del mesero y se dedicó a limpiar su propio abdomen—, ¿qué? —Interrogó cuando notó que la mirada ajena no se despegaba de él.

—Quiero creerte —murmuró—, me quedaré si prometes que nunca vas a lastimarme —estiró su mano como si fuera un niño de cinco años.

—¿Acaso eres un crío o qué? —Analizó el dedo meñique levantado y lo envolvió—. No suelo prometer cosas, ni mucho menos jurar... Sin embargo, te lo dije. Nunca, mientras me mantenga con vida, te voy a lastimar.

Y decidió confiar.






Fin ✨🍌

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