Capítulo 7- La última noche

La última noche se convirtió en una pijamada con sus dos mejores amigas. Chocho y Sarada estaban en la casa de los Uzumaki. Riendo en un tono tan alto que molestaban al rubio por la cercanía de las habitaciones.
Él partiría con la Uchiha por lo que decidió dormir. ¡Eran las cuatro de la mañana y no le dejaban ni cerrar los ojos en paz!
Muchas veces pensó en ir y aporrear la puerta, pero tras pensárselo más descartó la opción.
Podía escuchar las risas de Sarada y cómo se divertía. No quería estropear aquel momento.
Además, ¡podría escucharlo todo!

—Ah, ¿se acuerdan de Momo?— Chocho comenzó a hablar de su última conquista.

Sarada ya les había puesto al día sobre su misión. Ambas estuvieron de acuerdo. También se prestaron voluntarias para seguirle, pero rápidamente se negó.

—¿El chico que siempre está sentado en el parque?— añadió la Uzumaki.

—Ajá. ¡Me lo tiré! ¡Creo que me enamoré!

Sarada comenzó a reír.

—Chocho, amiga mía. Te enamoraste un millón de veces.

—Ah...~— suspiró la Akimichi—. Ser guapa y joven tiene sus ventajas.

—¿Y tú Hima?— preguntó Sarada.

El Uzumaki apoyó su oído a la pared.
No tenía complejo de hermano—o eso decía él—, pero al fin tenía la oportunidad de quien era el desgraciado que quería mancillar a su hermana.

—Bueno...— susurró—. Akato es el chico que está en mi equipo...— cuanto más explicaba sobre Akato, más se ponía nerviosa. ¡Y es que recordar todas las experiencias vividas con él le hacía ponerse nerviosa!—... Y bueno... Yo... Creo que le pediré una...

—¡Cita!— interrumpió la Akimichi—. Oh, me encantan. Puedo aconsejar-

—¡No la escuches, Hima!— se alteró Sarada—. Sus únicos consejos son sobre sexo, sexo y papas.

—Ah, papas. Y también papás. Sé como-

—¡Chocho!— se quejó la poseedora del sharingan—. No nos vuelvas al lado oscuro.

—¿Pero no estás ya en el lado oscuro?— Hima sonrió con malicia para mirar a, quizás, su futura cuñada.

La mirada de ambas se centró en la Uchiha. Aquella que comenzó a colorar sus mejillas de nuevo.
¿Por qué no podía tener amigas normales? De esas que no quisieran en todo momento recordarle que tenía un chico al que amar, y por lo tanto, pasos que seguir.
Primero eran los besos. Y después...aquello.

Boruto, por una parte, no podía creerse lo que escuchaba. Pero tampoco podía despegar su oído de aquella pared.

—Es cierto. ¿No tienes sueños eróticos con Boruto?

—Ah, cierto. Estás enamorada de Nii-chan— añadió la Uzumaki.

—Yo...— miró hacia otro lado. ¡No podía creerse dónde se había metido!—¡Qué tarde es! ¡Debo dormir!

—¿No era que te convertías en una atrevida y le hacías una pa-

—¡¡¡KYAA!!!— gritó. Gritó tan fuerte que por un momento Hima agradeció que sus padres no estuviesen en casa.

Las dos chicas se miraron algo arrepentidas. Era la primera vez que Sarada gritaba de aquel modo tan vergonzoso.
En cambio, Boruto se apoyó en aquella pared bastante avergonzado y curioso. No necesitaba un máster para saber cómo terminaba aquella frase.

El sueño erótico de Sarada era tocarlo con sus pálidas manos.

—Está bien, vayamos a dormir— añadió Hima.

Chocho y la Uzumaki se tumbaron en la cama de Hima abrazadas mutuamente. Excepto Sarada, quien se quedó observando la luna y las estrellas que se veían a través de la ventana.
Ella comenzó a temer las noches. Eran sus amigas, pero no quería arriesgarse a tener pesadillas.
No cuando los vínculos con su madre se hacían fuertes. Muy fuertes.

Decidió ir a por un vaso de agua, así que salió de la habitación. Miró por todos lados para asegurarse de que Boruto no estuviese ahí.
Bajó las escaleras.
Por el recorrido vio algunas fotografías donde estaban Hima y Boruto con Hinata.

<<Debe ser fantástico tener madre, ¿verdad?>> pensó.

Al llegar a la cocina prendió la luz. Tomó su vaso de agua y se lo bebió.

La cocina estaba llena de utensilios. La suya también, pero nadie cocinaba para ella.
Sasuke siempre la invitaba a barbacoas, ramen, hamburgueserías, etcétera. No era porque no sabía cocinar, si no, por el tiempo.
Las únicas veces que alguien cocinó para ella era cuando era la invitada.
Inojin hacía unos platos de dangos deliciosos e Hinata un estofado que estaba para chuparse los dedos.

Sonrió.

Lavó el vaso de agua y lo guardó en el mismo sitio de dónde lo sacó. Decidió volver.
Pero para su desgracia ahí estaba él.
El chico que tenía colores desiguales en sus ojos; uno era blanco y otro, en cambio, era azul. El mismo azul que cuando era pequeña podía comparar perfectamente con los del séptimo.

Boruto estaba en la puerta de su habitación. Fue una sorpresa encontrarla ahí, pues pensó que estaría durmiendo debido a que el ruido molesto cesó.

—¿Te molestamos?— preguntó Sarada por cortesía aunque algo avergonzada. Si es así significaría que lo había escuchado todo.

Boruto negó.

—Me levanté deshidratado. ¿Y tú?

—Yo... igual.

Siguió su camino, pero el Uzumaki la agarró por las muñecas. La acercó hacia él para evitar que se marchara.

—No puedes dormir, ¿no?

—Ni siquiera lo intenté— confesó.

—Puedo ayudarte— rascó su nuca avergonzado. Tras haber escuchado aquella conversación era algo imposible hacer como si nada—. Solo como para devolverte el favor.

—Si las chicas nos viese-

—Sabes que una vez que se duermen no despertarán. Además debemos levantarnos antes que ellas.

—E...En ese caso— susurró mirando hacia otro lado—. Aceptaré con disgusto, Baka-Boruto.

—Sí, sí. Como sea.

Dejó pasar a la Uchiha. Tardó en dar un paso hacia adelante.
Ya conocía perfectamente aquella habitación y también aquella cama.

Para su sorpresa, él cerró la puerta tras ella.

—¿No ibas a por un vaso de agua?

—Se me quitaron las ganas...— susurró.

Extendió sus brazos señalando la cama. Quería decirle a la Uchiha que escogiera un lado para dormir, pero no le importaba eso.
Bajo la mirada blanca y celeste de Boruto, se tumbó en la derecha. Justo al lado de la ventana. Tapó su parte de la cama con las sábanas. Aquéllas que compartiría con el chico que quería. ¿Sería un buen momento para decirle sobre salir juntos?

Boruto se tumbó a su lado en una posición donde la miraba. Sarada se colocó en la misma posición para observarlo a él.
El Uzumaki se tapó bajo su mirada.

—Gra...Gracias— agradeció la Uchiha. ¡Ella no era tímida para nada! ¿Qué diablos le pasaba?

—¿Estás nerviosa por el viaje de mañana?

Sarada cerró sus ojos. Mostró sus largas pestañas bañadas en un poco de rímel que no tuvo la oportunidad de quitarse.

—Estoy más nerviosa por conocer a mamá.

Boruto sonrió.
Tenía a la chica que quería frente a él.
—Dime, Sarada. ¿No te arrepientes de que sea yo quien te acompa-

—Tú eres quien tiene que acompañarme en todos los caminos que tome. Me lo prometiste. ¿Te acuerdas?— volvió a abrir sus ojos.

Aquel color ónix que brillaba siempre que él la veía.

—Me acuerdo— le sonrió el Uzumaki.

El silencio invadió aquella habitación. Lo único que podía escuchar Sarada era el latir de su corazón.

Hasta que sus manos se movieron al abdomen del chico. Sintió su tableta. Estaba completamente tonificado. También podía notar con la yema de sus dedos alguna que otra cicatriz.

—¿Sara...da?

La Uchiha sonrió avergonzada.

—Quería... tocar tu piel. ¡Buenas noches!— intentó girarse, pero no lo logró. El Uzumaki lo evitó.

—Tienes un sueño erótico, ¿ver-

—¡Dije que buenas noches!— volvió a gritar avergonzada. Intentó girarse de nuevo, pero no lo consiguió.

Sus mejillas, cómo no, volvieron a tener aquel color que tanto odiaba.

Boruto cogió la mano de la Uchiha, quien se mantenía con los ojos cerrados.
La guió hacia abajo sin hacer que se metiera debajo de sus pantalones.

—La promesa era que te ayudaría a cumplir todos tus sueños, ¿no? Pues bien, haz lo que desees— bromeó. Solo quería burlarse de ella.

Soltó la mano de la Uchiha dejándola ahí. A unos milímetros de sus pantalones.

Sarada se lo pensó.
¡Quería hacerlo! ¡Pero era tan vergonzoso!

Antes de que se pudiese dar cuenta, sus manos comenzaron a acariciar por encima del pantalón.
El Uzumaki se sorprendió. No pensó que ella lo haría, de hecho, ¡por eso actuó de aquella manera! Solo quería burlarse de su impotencia.

—Sara...da— a duras penas logró decir su nombre.

La Uchiha se sorprendió.
Podía notar que ahí había algo. Ahí existía algo.
Había visto a Boruto como un hombre, pero era difícil pensar que tenía un miembro viril. Siempre hablábamos de sentimientos, pero jamás de aquella parte que tapaba con calzones y pantalones.
El tacto se hacía diferente. Su mano no dejó de recorrer el pantalón hasta que notó que poco a poco su forma cambiaba.
Al volver a mirar hacia arriba lo vio a él; completamente rojo.

—¿Eso significa que...— dijo sin terminar la pregunta.

—Diablos, Sarada. Eres demasiado inocente— se quejó—. Tus sueños eróticos son idiotas y tus conocimientos mínimos.

Los ojos negros de la chica comenzaron a brillar aún más de la vergüenza.

Con delicadeza, y poco a poco, bajó los calzones de Boruto. No podía verlo debido a las sábanas, pero estaban tan cerca y posicionados de lado, que aquello rozaba los muslos de la chica.
Pero ni siquiera se asustó.

Decidió agarrarlo como si fuese una palanca para comenzar a cumplir su dicho sueño erótico. Ella tenía ganas.
Su corazón latía rápido, pero no era lo único.
Su intimidad también.

—Así no, Teme— se quejó al notar cómo le había agarrado. Era una inexperta, de eso no había duda—. De este modo, espera.

Con ayuda de su propia mano guió a la de Sarada. Hizo que, sin agarrarlo del todo, comenzara a deslizarse de arriba abajo usando sobre todo la palma de su mano.
Poco a poco comenzó a gemir bajo y a estremecerse justo en aquel lugar, frente a ella. La chica que al escucharlo quería provocarle más.

Dejó de ser guiada para tomar ella misma la iniciativa. La palma de su mano se veía en contacto con aquello, igual que sus dedos que rodeaban todo el miembro, excepto el índice que, cuando podía, acariciaba la punta. El prepucio era lo que más placer le daba, al parecer.

El Uzumaki comenzó a debilitarse y a temblar. Tanto que apoyó su cabeza en el hombro de Sarada mientras intentaba respirar.

—Sa...rada— gimió.

Unas lágrimas comenzaron a crearse por sus ojos. No podía aguantar más.
Le estaban dando placer.

Sarada no paró. Siguió a su ritmo.
La respiración del chico chocaba contra su cuello.

—Sarada...— volvió a susurrar de manera placentera.

Finalmente decidió que no podía más.
Los dedos acariciando su miembro, el rostro provocativo de aquella chica, sus senos empapados de sudor...
Dejó que ella ganara. En vez de sacar su bandera blanca expulsó su líquido espeso.

Manchó los dedos de Sarada, quien volvió a tener ese color rojizo en sus mejillas.

—Lo...siento— se disculpó.

Su miembro palpitaba, no podía calmarlo. ¿Qué podría haber hecho si no, dejarse vencer?

La morena le sonrió mirándolo a los ojos.

—Por Kami-sama. No le comentes esto a nadie.

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