Felicidad compartida.

N/A: Perdonen la ausencia, ando avanzando en todo al mismo tiempo. Ya estoy terminando Monogamia y Love & War, pero tengo favoritismos.

Ojalá les guste el capítulo<3, quizás tenga algunos errores, los corrijo otro día.

***

Gawen observaba la marca en su cuello y a Maegor al mismo tiempo. Primero tres segundos la herida, y luego un vistazo de reojo veloz a su pareja. Si no miraba a su tía era posiblemente porque no estaba en su campo de visión. Aenys sí podía verla, cruzada de brazos a pocos metros junto a Maegor.

Podía empatizar con su Gran Maestre, nadie podría permanecer tranquilo teniendo al Rey Consorte y a la Reina Viuda vigilándolo de cerca, esperando al menor error para cortar su garganta.

Gawen presionó un poco de ungüento y Aenys siseó.

Los dos escucharon el tintineo de una espada y pudieron percibir el inconfundible aroma a furia. Gawen palideció, Aenys le regaló una sonrisita amena.

—¿Y bien? —Maegor cuestionó.

Él había querido estar a su lado, justo a su lado, mientras Gawen lo revisaba, pero cuando el hombre comenzó a palpar la herida y Aenys hizo una mueca por el inevitable dolor, Maegor ladró una amenaza que Aenys tuvo que disuadir solicitándole que esperara a unos metros con su tía. No quería a su Maestre nervioso, no mientras revisaba algo tan importante.

—No hay signos de infección —dijo, carraspeando—. ¿Su Majestad se siente bien? Cualquier síntoma es preferible saberlo ahora.

—Lo hago, es diferente a la de Alyssa —confesó, ladeando la cabeza cuando Gawen lo solicitó—. El dolor es mínimo y me siento bien.

—Entonces es posible que usted  simplemente no fuese compatible con la difunta reina Alyssa —él siguió—. Lo vendaré para prevenir cualquier cosa, pero todo se ve en orden. ¿Puede sentir su lazo?

—Tan bien como si yo fuese el que desea su cabeza por tocarme.

Gawen esbozó una sonrisita tensa.

Aenys podía sentir un malhumor impropio, latente y caluroso, que se acrecentaba por cada segundo que Gawen pasaba a su costado. Y el aroma a furia era pastoso, especialmente cuando el anciano sostuvo y movió su cabello para despejar su piel mientras acomodaba todo para cubrir la mordida.

—No puedo culpar al Rey Consorte —dijo, rodeando su cuello a consciencia con vendas limpias y suaves—. Los primeros días tras una marca son cruciales. El primer instinto de un Alfa es destrozar todo lo que esté demasiado cerca suyo. Será receptivo a cualquier reacción, buena o mala, así que sería prudente que permanecieran juntos y solos hasta que se acostumbren.

—¿Dices que no soy capaz de controlarme? —Maegor espetó.

—Digo que no lo será si se trata de su pareja, Majestad —el tono de Gawen fue cuidadoso, bajo y ligero—. Acaban de enlazarse y alguien más está tocando su marca, es normal que suceda.

—Suficiente, quita tus manos, ya hiciste todo lo necesario —Aenys pudo ver a Maegor cerniéndose sobre Gawen, y a Gawen agachando la cabeza en su dirección mientras se apartaba tomando todos sus implementos.

Aenys se puso de pie para disuadir su foco de atención y pronto una mano se instaló en su cintura. La otra siguió la forma de las vendas mientras arrugaba la cara con disgusto. Guió su rostro y presionó la nariz contra su mejilla, dejando besos cortos que Maegor recibió sin problema.

—Pasaremos unos días a solas —murmuró contra su piel—. Deja de intimidar a mi Maestre.

—Apestas a ungüentos.

—Estás siendo caprichoso.

Maegor soltó un chasquido y siguió con la mirada a Gawen hasta que este salió después de reverenciarlo. Su tía no salió con él, así que Aenys se volteó hacia ella para enfrentarse a su penetrante mirada, deshaciéndose del abrazo de Maegor.

—Tía —dijo.

Ella avanzó, ignorando el filo involuntario en los ojos de su hijo cuando acortó la distancia, y tocó su cuello.

—¿Se siente bien? —cuestionó—. La marca.

—Se siente bien —Aenys se permitió un asentimiento corto, sintiendo los dedos de su tía bordear el costado de su sonrisa—. Un poco abrumador, pero bien.

—El temple de un Alfa como tu hermano puede serlo.

—Sigo acá —Maegor masculló.

—¿Nos dejas solos?

—No.

—Entonces no reclames.

Sostuvo sus dedos y rodeó su mano con las suyas, permitiéndose una sonrisa más amplia ante el intercambio.

—Permíteme comenzar los preparativos para responder al Septo mientras dura su reposo —ella solicitó—. Organizaré los ataques desde Desembarco del Rey.

Aenys dudó. Su tía era la mejor estratega que tenía. Tenía experiencia, fuerza y a Vhagar, la enorme dragona que solía dormitar a los costados del castillo, secando los pastizales con su aliento ardiente y asustando a los animales. Dudaba que Maegor se apartase de él en un futuro próximo, el lazo estaba recién formado y podía sentir la aprensión tironeando de su cuerpo hacia el de su esposo. Quería volver a sus brazos. Quería envolverse de su aroma y olvidar la regencia por unos días.

—No puedes ir a la batalla —condicionó, obligándose a no bajar la mirada frente las llamas que bailotearon en sus iris.

Visenya daba miedo. Lo imponía. No era como Maegor, que evidenciaba su molestia a viva voz, su tía la emanaba. Aenys sabía que estaba enojada incluso sin que ella lo dijese, y eso le provocaba escalofríos.

—¿No me crees capaz de ganar? —cuestionó.

Se descubrió negando. Pronto sus manos atraparon las de ella, frotando sus nudillos con los pulgares. Su tía no se alejó, curiosamente la notó apretando sus manos de vuelta.

—Creo que eres la persona más fuerte que existe —Aenys musitó—. Y la única madre que conozco, no deseo que pases peligros, no puedo perderte a ti, eres todo lo que tenemos, debes conocer a tus nietos, llevarlos a pasear en Vhagar. Si es tu deseo dirigir a las tropas, por favor, espera a que podamos ir contigo. Por fav–. . .

—Suficiente —parpadeó a su rostro estoico. No tan estoico al recaer en la suave arruga que oscureció sus ojos violeta—. Un rey no suplica, dijiste que no.

—No te enojes. . .

—No estoy–. . . —la vieron apretar la mandíbula y finalmente negar, botando el aire—. No estoy enojada. Diste una orden, será cumplida.

—Es una petición —musitó—. No deseo imponerme ante ti.

El silencio fue extenso. Ni Maegor ni Aenys tuvieron más que decir, y su tía permaneció en blanco hasta que solo asintió en un único gesto particularmente monotónico.

—Descansen tranquilos —dijo—. Cuando vuelvan, estará todo listo para pelear. No me moveré de Desembarco del Rey.

Ella se marchó después de eso.

El silencio los invadió. Fue agradable, para variar. Aenys inhaló algo más tranquilo.

La idea de una semana para estar a solas con Maegor en Rocadragón sonaba de todo menos mal. Recuperar un poco de todo el tiempo perdido, ayudarlo a acostumbrarse para cuando volviesen a Desembarco del Rey y disfrutar de su esposo definitivamente eran buenos incentivos para quedarse.

Podrían llevar a volar a Azogue y Balerion, y evadir un poco la violencia de la guerra y las presiones de su Consejo.

—¿Cómo lo sabías? —volteó cuando escuchó la pregunta—. Que no se infectaría.

Se dejó llevar por sus brazos y pronto estuvo cómodamente situado sobre su regazo. Respiró de su piel.

—Antes de casarnos, Alyssa me mordió una vez —el cuerpo de Maegor se tensó irremediablemente—. Fue de juego, demasiado superficial, ni siquiera debería haber dolido.

—¿Pero?

—Me dolió, mucho —murmuró—. Fue como si todo en mí rechazara la sola idea de ser marcado por ella.

—Debiste haber anulado ese matrimonio.

—Era mi amiga —Maegor chasqueó la lengua—. La cosa es que cuando tú hiciste lo mismo, no dolió. En cualquier caso, simplemente lo sabía.

Aenys deslizó una mano por su rostro y buscó su mirada, guiándolo para ser visto. Maegor lo permitió, no sin antes atrapar su boca en algo corto y mezquino.

—Y ahora estamos enlazados y recién casados —esbozó una sonrisita a su ceño fruncido, el cual frotó con su pulgar sin fuerza—. ¿Cuál será mi regalo de bodas?

—La cabeza del Septón Supremo.

Aenys hizo una mueca, Maegor sonrió. Era poco habitual esa expresión en él así que le dejó pasar el comentario y besó uno de los costados curvados de su cara.

—Regalame la paz —solicitó—. Llevemos un reinado próspero y feliz.

—Después de acabar con la rebelión de la Fe Militante —Maegor dijo—, podrás tener el reinado que quieras.

Aenys podía intuir su respuesta, sin embargo, preguntó de todas formas.

—¿Y si deseo volverme un tirano y quemarlos a todos?

Su hermano se alzó de hombros.

—Supongo que los dragones se pondrán gordos de tanta carne.

—Esa no es una buena respuesta. . . —alegó, emitiendo una risita cuando su cuerpo rodó envuelto por los brazos amplios de su esposo.

Sus piernas abrazaron la cintura de Maegor, sintiendo una mano atrapar su muslo mientras se situaba cómodamente encima suyo. Atrapó su boca y disfrutó del hormigueo que dejaban sus besos. Su barba picaba contra su mejilla, le provocaba cosquillas agradables.

Finalmente solos. Notó que Maegor pudo permitirse bajar los hombros y suspirar contra su piel algo relajado. Frente a la gente, Maegor siempre sería un hombre implacable, capaz de intimidar hasta al caballero más valeroso –Aenys incluido–, pero en privado, solo era su esposo. Y su esposo era un ser ceñudo y mimoso perfectamente capaz de pasar todo el día abrazándolo y recibiendo cariño.

—¿Y tú? —Maegor curoseó—. ¿Qué me darás de regalo?

Aenys quitó su camisa sin separarse de su boca, deleitándose con la piel caliente que pronto estuvo a su disposición. Sus dedos siguieron la forma de viejas cicatrices y se establecieron en el cabello corto de su nuca cuando Maegor comenzó a repartir besos por su mandíbula.

—¿Qué deseas?

—Mh. . . —Aenys curvó su espalda, pegándose más a su cuerpo semidesnudo—. Hijos. Regálame muchos.

—Eso puede ser difícil —musitó, exagerando una expresión seria.

—Nos esforzaremos.

Aenys sonrió.

Cuando una de las manos de Maegor estaba paseándose por su estómago, haciendo el ademán por desnudarlo, tres golpes cuidadosos a la puerta los obligaron a detenerse.

Aenys profirió un sonidito hastiado, Maegor fue más textual en pronunciar su disgusto.

—¿Sí?

—Majestad, la Reina Viuda solicitó el desayuno para ambos —Murmison dijo.

Pronto la boca de Maegor estuvo otra vez repartiendo besos por su cuello. Aenys se permitió un suspiro, especialmente cuando Maegor deshizo los vendajes y la reciente marca estuvo otra vez a su disposición.

—¿Tienes hambre? —Maegor susurró contra su piel, alzándose para poder desatar el hilo que mantenía sus pantalones.

Aenys pudo apreciar su torso desnudo, tan albino como él mismo. Amplio y endurecido, con cada músculo adecuadamente trabajado y evidente, sus hombros eran anchos y exhibían algunos rasguños rojizos y marcas que pertenecían a Aenys. Su cabello estaba corto, pero no lo suficiente y cada hebra apuntaba en una dirección distinta, regalándole un aire aún más salvaje y caótico.

Dioses, mirarlo era un deleite.

Su índice delineó su abdomen, incorporándose para poder atrapar su rostro y atraerlo otra vez sobre la cama. El suave aroma a madera y alcohol fuerte hormigueó en su nariz, Aenys respiró con codicia, llenándose de sus feromonas.

—¿Majestad?

Cierto, Murmison.

—Comeremos luego —sentenció, soltando una carcajada cuando los dedos de Maegor se hundieron con malicia en sus costillas, provocándole cosquillas—. ¡No! ¡Suéltame!

Si Murmison dijo algo más, Aenys definitivamente no lo escuchó.

***

A

enys ni siquiera se dio cuenta de que un mes y medio había pasado sino hasta que Murmison dio el anuncio de que la presión sobre los Hijos del Guerrero estaba siendo fructífera, y que cada día más casas rebeldes se rendían bajo sus tropas. Ni siquiera habían tenido que salir de Desembarco del Rey para hacer rendir las amenazas.

Aenys lo agradecía, porque cada día tenía más sueño. Al principio se avergonzó al descubrirse cabeceando en sus propios Consejos, luego optó por algo más conveniente y ordenó que se pospusiesen a una hora más tardía. Murmison curoseó –en privado– si era para pasar más tiempo en la cama con su reciente esposo. Aenys debió ser sincero y admitir que levantarse tan temprano se le estaba haciendo imposible.

Murmison asintió, aunque solo después de observarlo de pies a cabeza con un aire apreciativo.

Ni siquiera soñaba la mayor parte del tiempo, aunque en ese instante sí lo hacía.

Estaba en la costa de Rocadragón, deleitándose con la suave brisa marina. No vio a Maegor, pero Azogue dormitaba a unos metros. Aenys parpadeó, y pudo ver como hasta su lugar se dirigía aleteando un dragón celeste y plateado. Era pequeño, muy pequeño, y descansó en sus manos cuando Aenys las extendió. Su diminuto cuerpito evocó una calidez curiosa al contactar con su piel. Lo vio acurrucarse ahí.

¿Sería de Vhagar? ¿O Azogue finalmente puso una nidada?

La criatura lanzó un gruñidito, pero no se negó cuando Aenys tocó su cabecita con el índice.

—Hola. . . —musitó, recibiendo un nuevo sonido amistoso.

Vio al dragón abrir sus fauces, posiblemente para emitir otro gruñido, pero, en su lugar, la voz de su Gran Maestre provocó eco en entre las olas.

—¿Majestad?

Aenys dio un ligero brinco cuando abrió los ojos.

Se vio asediado por las miradas de su Consejo. Desde Murmison, que evidenciaba una clara preocupación, hasta Maegor, quien parecía listo para ponerse de pie e ir a buscarlo.

Necesitó parpadear y no estancarse en la vergüenza de haberse quedado dormido, por más que esta fuese evidente en su rostro caliente. Quería hundirse en su asiento y desaparecer. Quería volver a la cama y dormir un poco, tenía demasiado sueño.

¿Serían los remanentes del veneno? Quizás aún no se mejoraba del todo. O quizás seguía acostumbrándose a la marca.

—Quizás Su Majestad desee descansar un poco antes de seguir con la reunión —Gawen sugirió.

Aenys negó.

—No, estoy bien —sentenció, frotando su cara con rabia para deshacerse de la somnífera sensación—. Dormí mal, discúlpenme, ¿qué decían?

—El Septón Supremo sigue refugiando a sus partidarios en el Septo Estrellado. . .

Sus párpados pesaron. Aenys se pellizcó y el dolor consiguió mantenerlo lúcido, hasta que volvió a verse asediado por una somnolencia sin igual. Ni siquiera notó el momento en que cabeceó, solo fue consciente cuando el chillido de una silla al moverse lo despertó a medias.

Abrió los ojos, se encontró con la mirada intensa de su tía. Quería disculparse por estar atrasando la reunión, pero ella no parecía molesta. Casi podría decir que se veía preocupada.

Frotó sus ojos otra vez, parpadeando con lentitud. Se sentía pesado y cansado, ni siquiera notó la presencia de Maegor hasta que él movió su asiento para tener acceso a su cuerpo. Se vio envuelto por su aroma. El sueño lo atacó otra vez.

—Abraza mi cuello —Maegor murmuró.

—Estoy bien. . .

Eso serviría para disuadir a cualquier persona. Maegor no era cualquier persona.

Issi ao ēdrugī nyke gīmigon —Aenys parpadeó en su dirección, Maegor le devolvió una mirada intensa—. Ivestragī nyke urnēbagon hen syt ao, valzȳrys.

Kostan sagon kesīr —musitó, negando—. Nyke daor nākostōbā.

Jikagon naejot ēdrugon, zȳha daor iā qringaomnon.

Los dos voltearon hacia su tía, que todavía jugaba con su propia esfera de porcelana. Aenys se permitió apreciar su cabello suelto. Ella llevaba bastante sin trenzarlo, apenas y tomaba algunas porciones para mantener su perfecto rostro despejado.

El silencio fue incómodo hasta que Aenys se permitió ceder con un suspiro. Abrazó el cuello de Maegor y pronto su cuerpo se vio alzado por la estructura firme de su Alfa. Hundió la nariz en el costado de su cuello y respiró. La madera y el humo volvieron sus músculos maleable y disolvieron su mente atontada. Era todo lo que quería inhalar, solo Maegor. Nada de aromas externos, nada de feromonas desagradables.

Alcanzó a percibir como el resto de sus acompañantes se ponían automáticamente de pie cuando Aenys dejó el asiento.

—Se aplaza el Consejo —él ordenó, Aenys suspiró ante el roce sutil que recibió sobre su brazo—. El rey está cansado.

Lo último que escuchó fue la voz de su tía, sin embargo, Aenys no consiguió entender qué decía. Pronto el sueño se volvió un océano, y Aenys se vio guiado suavemente por las olas.

Era un mar calmo. Aenys flotaba, veía las nubes austeras y disfrutaba de las caricias de los rayos de sol. El agua estaba tibia, era celeste y extensa. Todo era paz.

Parpadeó hacia el cielo y apreció la figura del pequeño dragón sobrevolando su cabeza. Cuando se descubrió siendo observado, el animalito le rugió.

Aenys deseaba preguntar o entender de quien venía, a quien pertenecía. Solo eran tres los Targaryen que quedaban vivos, y los tres ya tenían a su dragón. ¿Sería uno salvaje? Quizás volaría lejos apenas eclosionara su huevo.

Cerró los ojos y se permitió flotar. No había peligro, ni dolor o angustia, solo una extensa tranquilidad que lo envolvía y cuidaba. Se sentía bien. Se sentía feliz.

Aenys quería hablar, especialmente cuando el pequeño dragón rozó su nariz y le obligó a abrir los ojos otra vez, pero nada salió de su boca, y al intentar moverse, pronto volvió a despertar.

Lo primero que notó fue que lo estaban abrazando. Y que era agradable. Sabía que era Maegor porque a él le gustaba cubrirlo con su cuerpo mientras dormían, como si de esa manera pudiese esconderlo de todo. Los rayos de sol acariciaban su rostro, suaves roces tibios de los últimos despojos del atardecer.

Se removió en la cama y parpadeó con lentitud.

—El Gran Maestre vendrá a chequearte —Maegor anunció—. Vendrá pronto.

—Creí que dormías —susurró.

Maegor no respondió, pero no apartó la mirada cuando Aenys se incorporó con lentitud. Llevaba ropa flojas y el cabello suelto; probablemente cortesía de Maegor para que durmiese cómodo.

—¿Sucede algo? —Maegor cuestionó.

Aenys frunció el ceño.

—¿Algo?

—Duermes demasiado —dijo—. Estás raro.

—No estoy raro —alegó, estirándose para deshacerse del sueño—. Solo es un poco de sueño.

Recibió una mirada ceñuda, especialmente cuando pasó a su lado después de besar superficialmente su boca y tomar una naranja del frutero dispuesto en una mesa junto a su cama.

—No es solo tu sueño, estás–. . .

Un par de golpes interrumpieron a Maegor, quien bufó y se puso de pie de mala gana. Estaba completamente vestido salvo por la espada; Fuegoscuro yacía cómodamente apoyada junto a la cama.

Gawen entró cuando Aenys pronunció un "adelante". Dos Maestres venían con él, uno sostenía un recipiente con agua, el otro un cuenco vacío de metal. Vio a Maegor fruncir el ceño a los tres, Aenys juraría que ya tendría las manos sobre su espada si esta estuviese colgada de su cintura.

—Solo el Gran Maestre —Maegor siseó—. Los demás, largo.

Acataron después de dejar las cosas sobre la misma mesita en la que yacía el frutero.

Maegor permaneció de pie a menos de un metro. Tenso, como solía ponerse cuando Gawen ejercía sobre él. Aunque su pequeño descanso en Rocadragón le permitió acostumbrarse a la compañía de gente a su alrededor, y ya no reaccionaba mal cuando alguien lo tocaba.

Gawen ojeó la marca, ya casi completamente cicatrizada e indolora; un círculo plateado que Maegor a veces repasaba, y generalmente hormigueaba cuando alguien más lo tocaba. También preguntó algunas cosas de rutina y finalizó con que todo estaba bien.

—¿Y por qué tengo tanto sueño? —curoseó, estirando una mano que pronto Maegor tomó.

—¿Me permite intentar algo distinto?

—Sí, claro.

—¿Qué cosa?

Los dos voltearon hacia Maegor, Gawen habló.

—Nada dañino, mi rey —él calmó—. Lo prometo.

Esta vez Gawen no lo tocó, en su lugar, emanó una minúscula porción de su aroma que Aenys pronto pudo inhalar. Anís y amapolas, era dulce y amable, sutil. No se había puesto a pensar en lo que olía cada integrante de su Consejo, sabía que Murmison poseía un suave deje cítrico y azucarado. Gawen también poseía algo cuidadoso; era agradable.

Aún así, Aenys descubrió la voltereta premonitoria que ejerció su estómago, y ese aroma relajante no tardó en volverse nauseabundo y pestilente contra su paladar. Se sintió como una pasta amarga deslizándose por su garganta que Aenys fue incapaz de tragar.

Abrió los ojos con sorpresa ante su propia reacción, y la arcada repentina que lo atacó. Con la misma velocidad recibió un cuenco metálico que Gawen le extendió en el acto, y dentro de él vacío el contenido de su estómago bajo la mirada estupefacta de su esposo.

Su garganta quemó y sus ojos lagrimearon. Entre toses pudo ver como Maegor lo miraba a él y luego a Gawen, pasando de un odio palpable a una preocupación casi histérica. Aenys vomitó hasta la comida del día anterior, y entonces jadeó, recuperando el aire perdido. El solo recuerdo del aroma de Gawen rozando su rostro le provocaba nuevas náuseas.

—¡¿Qué le hiciste?! —vociferó Maegor—. ¡Estaba bien antes de que llegaras!

—Estoy bien. . . —musitó, limpiando su boca. Quería agua, necesitaba quitarse el sabor ácido.

Dejó el recipiente en el suelo, lejos, y respiró, agradeciendo cuando Gawen le extendió un vaso repleto de agua con un poco de miel. Tragó, satisfaciendo una sed de la que no estaba al tanto.

—No lo estás, él te hizo algo —Maegor gruñó, avanzando un paso tentativo hacia Gawen, quién retrocedió con la misma velocidad—. Dime qué hiciste.

—Nada, mi rey —Gawen emitió un sonidito ahogado cuando una mano de su esposo voló en su dirección—. L-Lo juro. . .

—No hizo nada. . . Su aroma me provocó náuseas —acotó— Dioses, suéltalo, Maegor.

Maegor no lo hizo. Aenys se puso de pie, dispuesto a detenerlo, y entonces la mezcolanza entre furia y miedo lo abofeteó. Fue anegante y pastoso, un sabor agrio que lo atacó peor que el suave aroma de Gawen.

Se inclinó, tomó el recipiente y vomitó de nuevo, callando de inmediato el alboroto. Escuchó de fondo un sonido seco y pisadas, antes de que dos manos sostuvieran su cabello y despejaran su rostro. Aenys necesitó un par de minutos para recuperarse, y entonces lanzó una mirada molesta a su hermano.

—Contrólate, no eres un niño —gruñó entre jadeos, tosiendo otra vez contra el recipiente—.  Debo haber comido algo en mal estado. . .

—¿Qué cosa? —él alegó, para Aenys no pasó el suave roce que recibió en la espalda, ni las feromonas que lo envolvieron como muestra de disculpa—. Desde que llegamos no comes casi nada que no sean frutas o avena. Solo tomas té.

Aenys percibió la ligera expresión en Gawen cuando Maegor hizo mención a su dieta. No era una dieta, él simplemente comenzó a encontrar repulsivas algunas texturas. Debía obligarse a comer carne y era únicamente porque la idea de volver a enfermar le provocaba escalofríos.

Se incorporó con lentitud, recibiendo un nuevo vaso con agua. Tragó. Respiró. Gawen abrió las ventanas y el aire fresco se sintió mejor que cualquier remedio.

—Sí como más cosas, estás siendo exagerado.

—Estoy siendo objetivo y tú descuidado.

—Estás siendo insoportable.

—No te soportas ni tu mismo.

Blanqueó los ojos. No tenía paciencia para los alegatos de Maegor. No tenía paciencia, últimamente. Cuando Maegor se ponía pesado Aenys realmente deseaba enviarlo por otro par de años a Pentos.

—¿Su rutina ha tenido algún otro cambio, Majestad? —Gawen cuestionó.

Los dos voltearon hacia el Maestre. Él carraspeó.

—¿Cómo qué? —Aenys curoseó.

—Cambios de humor, quizás, ¿podría ser que se sienta un poco irritable?

—Definitivamente —Maegor se adelantó.

Aenys apretó la mandíbula.

—Tener sueño me pone de malhumor —aceptó—. Y la comida de acá últimamente no es la mejor.

—Porque le provoca náuseas —Gawen dijo.

Asintió.

—Y. . . ¿es posible que haya cierta sensibilidad. . . —Gawen carraspeó hacia Maegor y volvió hacia él— en su pecho? 

Aenys debió tragarse el calor delator que subió a su rostro. Atrapó la muñeca de Maegor cuando lo vio disponiéndose a exigir de mala manera una explicación, y él se detuvo. Entrelazó sus dedos, Maegor pronto estuvo otra vez a su lado. Frotó su mano con cuidado, con cariño.

Sensibilidad. No podría decirlo, atribuía esas cosas a la atención extra que Maegor daba a la zona cuando se divertían entre las sábanas. No estaba realmente al tanto de detalles, prefería más disfrutar de su esposo y su reciente matrimonio.

—¿Quizás?

—Somnolencia, náuseas, cambios de humor, sensibilidad a aromas y feromonas —él enumeró—. Son síntomas comunes, mi rey, pueden ser por varias cosas.

Aenys se puso de pie para intentar aliviar su propia inquietud. Dio algunas vueltas nerviosas y permaneció cercano a la ventana para que la brisa de la tarde-noche lo refrescara un poco.

No sirvió de nada, por lo que pronto volvió al refugio entre los brazos de Maegor, quien no demoró en presionarlo sin fuerza contra su pecho. Recibió un roce ameno en su estómago cuando él rodeó su cintura y acarició su mejilla con la nariz. Su barba cosquilleó.

—Si es una enfermedad no me interesa saberlo —murmuró, nutriéndose del suave aroma a madera.

Apenas estaba saliendo de la convalecencia de su último atentado, solo deseaba estar sano y terminar con la guerra contra los Militantes de la Fe. Quería dormir sin preocuparse tanto.

—No creo que sea eso —Gawen paseó su mirada de uno al otro antes de detenerse en Maegor—. Puedo preguntar, mi Rey Consorte, ¿cómo es el aroma del Rey?

Maegor se vio más reticente a responder.

—¿Para qué?

—Desde que se formó su marca, su aroma nos es casi imperceptible —él dijo—. Tengo una teoría, pero necesito saber si ha cambiado.

Hubo una pausa corta. Entonces Aenys lo sintió respirando de su cabello a consciencia después de inclinarse en su dirección, intentó no sonreír y falló, especialmente cuando Maegor coronó el asalto con un beso corto en su sien.

—Un poco —murmuró, esta vez tocando la fuente de su aroma con la nariz. Aenys disimuló un escalofrío, sus dedos frotaron el interior de su palma—. Es más dulce.

Gawen asintió.

—¿Qué es? —se encontró preguntando—. Quizás es mi celo, debería llegar pronto.

—Será prudente esperar a que eso pase para saber si estoy en lo correcto —Gawen frotó su mentón y asintió—. Pero es muy probable. . .

—¿Qué cosa?

—Sus síntomas, Majestad —Gawen dirigió una mirada a su estómago, el cuál aún se veía cubierto por la palma extendida de Maegor—, son los más comunes en las primeras semanas de gestación.

Maegor se irguió. Aenys parpadeó.

Se vio asediado por un frío extraño. Una particular emoción. Pensó en el pequeño dragón volando hasta sus manos, en que todo tenía sentido ahora; las náuseas, el sueño, el malhumor. Le sorprendió aún más la paciencia de Maegor sin siquiera saberlo, él simplemente aceptaba su irritabilidad sin alegar.

Se disculparía luego.

—¿Está diciendo que–. . .

Gawen asintió, esbozando una sonrisa ligera.

—Es muy probable, si no es ya un hecho, que Su Majestad se encuentre esperando un bebé.

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