The trouble with Sadie
20 de septiembre
Todo parecía correr su curso normal en el pequeño departamento de las Sink, su madre ya lo había abandonado para cumplir con su jornada laboral, mientras la joven seguía dormida. Era algo rutinario, para nada nuevo o excéntrico.
Toda esa paz matutina desapareció en la parte donde Sadie gritó con espanto mientras abría los ojos abruptamente, se había incorporado de un salto y su respiración era rápida, tanto que ella podía asegurar escuchar un pequeño silbido entre sus suspiros.
Había tenido una pesadilla, lo primero que recuerda es que alguien estaba gritando ¿Era ella la que estaba gritando? Se toca la frente y nota que había estado sudando en frío. Tenía la sensación de que era ajeno.
Comenzó a masajear su cabeza ¿Qué era lo que había soñado? Parecía que mientras más intentaba recordar más olvidaba, cerró los ojos con fuerza intentando concentrarse.
(Nada)
Gruñó, maldijo y negó para sí misma resignada, debía empezar su día.
Se dirigió a su armario para cambiarse, después hizo su cama y tachó ordenar su habitación de la lista mental de quehaceres.
Tomó rumbo a la cocina para dirigirse a prepararse el desayuno, observó una nota de su madre pegada en el refrigerador avisando que tuvo una complicación gracias a una violenta pelea estudiantil y que luego tendría doble turno en el hospital. Eso significaba otro día de soledad y silencio absoluto, al menos de que prendiera la televisión, o hablara con la pared. Luego le mencionaba que había un poco de comida lista para recalentar y que cuando volviera le hiciera acordar que debían hacer las compras semanales.
La chica abrió el refrigerador con una gran sonrisa, la cual fue borrada en el momento en que noto que solo había una pieza de pollo y unas papas fritas. Comida que les había traído el vecino, el señor Jeffers cuando había preparado de más y no quería desperdiciarlo. El señor era un hombre que viajaba con mucha frecuencia debido a su trabajo, había formado un lazo especial con Sadie desde que esta era pequeña, ella lo imaginaba como una especie de abuelo, le tenía mucho cariño y aprecio, pero había que admitir que el señor tenía dos manos izquierdas cuando se hablaba de su capacidad culinaria.
Negó con la cabeza, algo se le ocurriría para comer. Faltaba todavía para almorzar así que no se apresuró. Tomó asiento en una de las sillas altas de la barra desayunadora comenzando a sentir como el aburrimiento se apoderaba de ella. Comenzó a golpear la mesa rítmicamente con las palmas hasta que sintió que le comenzaban a picar, miró el reloj esperanzada de que ya fuera hora de almorzar. Lamentablemente el tiempo parecía haber decidido burlarse de ella de la manera más tortuosa, sin avanzar ni siquiera cinco míseros segundos. Decidió que era momento de dejar de mirarlo cuando había finalizado una vuelta completa en el segundero y ella seguía en la misma posición.
(Podría llamar a una amiga, si tan solo tuviera una)
Hace dos semanas se había estado replanteando eso, había tratado de explicárselo a su madre diciéndole que su modo de estudio en casa ya no la estaba convenciendo del todo, reprochando que la estaba limitando bastante en la posibilidad de tener amigos de su edad.
—Las únicas personas con las que hablo eres tú y los que viven en este edificio ¡Todos en la ciudad creen que soy una rara!
—No tenía idea de que supieras la opinión de todos los ciudadanos, digo... Si dices no hablar con nadie— había respondido con tono altanero mientras la observaba con una sonrisa. Sadie comenzó a sentir cómo sus ojos se humedecían.
(No llores, debilucha)
— ¿Viste la cara que ponen cuando me ven en el mercado? Como si fuera un bicho raro...— y después soltó el "comentario venenoso" como le llamaba su madre —Papá... Papá lo hubiera entendido. —
Con ese último comentario la mujer detonó, pidiendo que no meta a su difunto esposo en aquella conversación.
Así fue como se rehusó definitivamente a mandarla a una escuela, entre lagrimas que después Sadie se había encargado de secar gracias a la culpa que la carcomía, su madre siempre fue su mayor debilidad, probablemente porque no conoce a otras personas a las que pueda tomarles cariño o afecto.
— ¿No soy lo suficientemente buena para enseñarte? — había balbuceado entre lágrimas. — ¿Es eso?—
Sadie miró el suelo avergonzada—No mamá—
—Ya te lo eh dicho cariño— acarició la mejilla de su hija mientras corría algunos mechones rebeldes — ¿Sabes todos los niños que atiendo en el día? Soy la enfermera personal de todos los vándalos de esa escuela. Si a ellos les pasa eso ¡Qué podría pasarle a alguien como tú!—
(Una debilucha)
—eres demasiado blanda para estar en un lugar así, te destrozarían. — sonrió de lado mientras sostenía la barbilla de la chica, asegurándose de que la mirara a los ojos. Ese ya no era un "comentario venenoso" para Sadie, ese ya podía etiquetarse como un apodo casual, el mismo que siempre utiliza cuando vuelve después de un día agotador pegando banditas y desinfectando raspones —Eres demasiado blanda— tal vez era una buena enfermera, pero no se podría decir lo mismo como madre.
La chica tuvo que disculparse incontables veces, diciendo que con ella le bastaba y que no necesitaba más amigos que ella.
La discusión le había propinado unas tareas extra tanto en labores de la casa como en materias. Ya que no ayudaba tampoco el hecho de que su madre también se ocupara de su educación a la hora de los castigos.
Así fue como Sadie se había dado por vencida, por su mente pasó la posibilidad de que a los cincuenta sería como la señora Myers del departamento de al lado, sola con sus gatos. <<Al menos es agradable, a veces me ayuda cuando hay que limpiar el pasillo>>pensó buscando alguna buena característica de la mujer con la que creía que tendría un gran parecido en el futuro.
Descansó su cabeza en el mesón mientras pensaba en nombres dignos del más hermoso felino que pudiera encontrar.
—Lefroy— ese sería el nombre de su primer gato. Asintió para ella, convencida.
Volvió a mirar el reloj de pared.
Habían pasado solo unos cuantos minutos y no había nada para hacerse un desayuno decente. Buscó algo de dinero entre los almohadones del sillón, el armario y los bolsillos de sus jeans.
Tenía lo suficiente para comprarse algo decente en la cafetería en frente del parque. Lugar que sólo iba cuando su madre le permitía su hora libre, el único momento en el que dejaba que la adolescente saliera sola. Claro que siempre era a un lugar cercano y a la luz del día. Pero algo era todo para ella cuando se trataba de una oportunidad para salir al exterior.
Si su madre se enteraba que salió sin permiso no sabía lo que podría llegar a pasar, nunca había salido sin la luz verde de su madre. Pero decidió confiar en que volvería tarde, decidiéndose definitivamente a salir, aunque no tuviera su tan amada hora libre lo intentaría.
(Se arriesgaría)
Debía apurarse antes de que la razón se apoderara de ella y no la ayudara a continuar con esa locura, tomó su abrigo y sus llaves. Cerró la puerta tratando de hacer el mínimo ruido posible, estaba segura de que si algún inquilino la veía no dudaría dos veces en delatarla. Se dirigió a las escaleras al pensar en el estruendoso chillido del elevador, sentía que iba a explotar de la adrenalina que recorría su cuerpo al pensar que estaba desobedeciendo, estaba feliz, pero también aterrada por eso.
Tomó con firmeza el barandal, el pensamiento que tuvo rondando desde pequeña de sentarse sobre este y resbalar cual Mary Poppins cruzó por su mente.
(Okay, demasiado)
Negó con la cabeza mientras reía sola, una cosa a la vez. Quería salir a la cafetería, no directo al hospital donde su madre atendía.
—Buenos días señorita Sink— saludó el portero del edificio mientras le abría la puerta. Sadie perdió todo el color en su rostro ¿Cómo había olvidado que debía esquivar al portero?
Carraspeo intentando recobrar la cordura al notar que este no parecía inmutado por que saliera sin permiso.
—Buenos días para usted también Sr. Thomas— sonrió como siempre suele hacerlo, constantemente intentaba ser amable con todos ¿Qué perdía por sonreírle a ese alguien con cara larga? Tal vez incluso ayudaba a que su día sea mejor. Ese pensamiento también la hacía sonreír. La hacía sentir cómo si tuviera un súper poder.
(¿Súper poder?)
Eso resonó en su cabeza más de lo que una palabra ordinaria suele hacerlo.
Un pequeño fragmento de lo que había sido su sueño en la mañana apareció de forma tan rápida cual relámpago.
—Yo estaba en el parque— trató de seguir el hilo de la historia que había creado su subconsciente. Giró en la esquina que la llevaría a la cafetería.
Abrío la puerta y una pequeña campanita resonó por todo el establecimiento.
Era una cafetería pequeña pero ella aseguraba verla del tamaño perfecto, tenía grandes ventanales que permitían la luz natural, los colores que predominaban eran el rojo y un amarillo suave casi blanco, tenía una barra que ahora estaba reluciente y olía a lavanda, mesas individuales con sillas de metal o mesas con sillones rojos empotrados, unos frente a otro. Sadie sabía que esas mesas eran para ser compartidas por un grupo de personas con vida social, ya que ahí podían sentarse cuatro personas, apenas chocándose los codos entre sí. Pero aunque no contara con compañía prefería esos asientos para ella gracias a la comodidad que proporcionaban.
Observó el panorama, solo dos de los sillones estaban ocupados, uno por un anciano que estaba sentado de frente y luego vio dos cabezas al fondo de lo que parecía una pareja.
¿Alguna vez se enamoraría? Necesitaba conocer a alguien primero antes de pasar al romance.
Esa pequeña gota de frustración fue suficiente para que cerrara la puerta con más de la fuerza necesaria. Se escuchó el estruendo como un golpe seco que logró que los ventanales temblaran un instante.
(Eres una ridícula)
La pareja se volteo y el anciano alzó la vista con el seño fruncido, cuando vio a Sink solo se encogió de hombros y siguió con los suyo. Los enamorados seguían su conversación, pero ahora era como si hubieran bajado el volumen abruptamente.
Sadie se abrazó a sí misma, no sabía si era por el frio o porque su lado inseguro tenía la sensación de que estaban hablando de ella.
—No todo en la vida se trata de ti— repitió para sí misma otro de los famosos y "alentadores mensajes" de los que le decía su madre a diario.
Sadie una vez había pensado en todos los pequeños comentarios de su progenitora como papeles de colores en post-it. Se aseguró a si misma que podría llenar una pared entera con ellos. Pero con las semanas se había obligado a borrar esa imagen mental, su madre solo la estaba protegiendo, era una buena madre con buenas intenciones. Aquel día dónde se aseguró de pensar lo contrario, se quedó rezando hasta tarde, pidiendo que se perdonaran sus egoístas pensamientos.
Porque Sadie es así... —Las apariencias importan— le decía su madre.
Esa lógica dictada por su madre fue la que la llevó a girar sobre sus talones y sentarse afuera. Ya había perdido toda la dignidad que le quedaba –Tal vez es un poco exagerada– soltó sus llaves en la mesa abruptamente para después colocar dos dedos en el puente de su nariz.
Era un día atípico respecto al clima
(Si, sólo por el clima)
Faltaban tres días para que comenzara el otoño y hacía un terrible frio, había unas nubes grises que aseguraban una tormenta colosal. —Y nunca pudiste tomar Sol— se recriminó a sí misma, el verano estaba a tres noches de terminar y ella nunca se había privado de disfrutar los rayos. Con ese recuerdo deicidio levantar la manga del abrigo solo para asegurarse de que su piel siga igual que siempre. No estaba pálida, pero era muy blanca para su gusto, cubierta con algunas pecas que también podían admirarse en su rostro.
Se observó en el reflejo del gran ventanal, ya que se había sentado en una mesa metálica situada en esa ubicación. Miro su reflejo, su nariz estaba roja —Si pesco un resfriado...— trató de desviar el pensamiento de que podría hacerle su madre como castigo.
(Dejará una marca)
La madre no había vuelto a usar la fuerza desde la conversación de los niños problemáticos, pero eso no la resguardaba de crear violentos escenarios en su cabeza.
(Me lo merezco)
Tocó su nariz y en efecto, estaba helada.
Un maullido interrumpió sus preocupaciones casuales.
Un gato marrón se había sentado junto a ella, la miraba fijamente.
—Hola amiguito— Sadie recordó por un momento su idea de esa mañana en la que terminaría rodeada de gatos y soltó una risa. — ¿Puedo llamarte Lefroy?— el gato maulló como respuesta, como si pudiera entenderla. El gato se acercó lentamente hasta dar un gran salto para posicionarse en la mesa. Sadie dio un respingo y colocó una mano en su corazón exaltada, ese salto le había dado un gran susto.
El minino observo las llaves que había tirado dramáticamente la señorita hace unos instantes.
— ¿Te gustan?— la pelirroja las tomó para después agitarlas un poco, en busca de la atención del felino. El susodicho comenzó a sacar sus garras, intentando atrapar las tintineantes llaves.
La campana de la puerta la disperso, la pareja estaba abandonando el lugar tomados de la mano, Sadie se fijo repentinamente en la diferencia de altura de ese par, él era muy alto y la chica muy baja, parecían totalmente opuestos. Aún así la pelirroja pensó que eran la pareja más hermosa que había visto, la forma en que se miraban le proporcionaba un feliz calor en el pecho, como ver a tus padres bailar una pieza de piano clásica.
(Nunca viste algo parecido en tu vida, ridícula)
Parecían muy enamorados.
Eso enterneció terriblemente a la muchacha.
En eso sintió un jalón y como sus llaves se desprendían de sus dedos. El gato las tomó entre sus dientes y salió corriendo como alma que se lleva el diablo.
Sadie salió disparada en busca del felino, si perdía esas llaves tendría que esperar afuera hasta que llegara su madre y después la regañaría por salir sin su compañía o permiso de tener una hora libre.
El gato se había marchado por un callejón entre dos edificios los cuales la chica no tuvo ni tiempo de ver, no sacaba su mirada del gato con miedo a que este se escondiera. Solo observó la suciedad y oscuridad que proponía. La única luz entraba por la boca del callejón, dónde ella estaba parada. No parecía muy agradable, pero menos agradable era la idea de que su madre descubriera su egoísta acto de salir sin permiso.
— ¿Gatito?— todavía escuchaba el tintineo de sus llaves, comenzó a arrastrar los pies, no quería pisarlo y que este la lastimara en defensa propia.
El tintineo paró abruptamente y ella dejo de caminar. Sadie tembló por un momento, tenía un mal presentimiento, algo extraño estaba a punto de pasar. Sus manos sudaban, estaba agitada por la corrida, pero hacia todo lo posible para callarla y prestar suma atención a su oscuro alrededor.
— ¿Buscabas esto?— esa era una voz masculina, de un muchacho. Sadie dio un paso hacia atrás. <<Hay un tipo en la oscuridad>> pensó para ella misma con miedo. Volvió a escuchar el tintineo. ¿El tipo tenía sus llaves? A Sadie se le había secado la boca, sentía que no podía hablar, no podía emitir ningún sonido.
—AHORA— el grito del chico resonó como eco entre las paredes paralelas. Antes de pensar en algo, Sadie observó como una luz color celeste iluminaba su espalda. Antes de poder voltear y correr; sintió como la empujaba una fuerza no visible hasta unos brazos que la tomaban y la arrastraban de espaldas. Ella cerró los ojos con fuerza mientras intentaba librarse. Intentó abrir los ojos cuando sintió que los brazos habían dejado de sostenerla con tanta fuerza.
Pero ya no estaba en la boca del callejón.
08/07/20
CCC
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