30.1 | Celos y tensiones


𝐓𝐫𝐨𝐮𝐛𝐥𝐞𝐦𝐚𝐤𝐞𝐫



LUEGO DE AQUELLA catastrófica cena, al siguiente día desperté entre los brazos de Carlos en una casi llave con la cara enterrada en su pecho. No tenía ni idea de cómo había encontrado cómoda esta posición porque no podía respirar bien, pero al parecer sobreviví todo este tiempo.

Con cuidado logré zafarme de sus brazos hasta tomar distancia, apreciando de cerca su pacífico rostro dormido.

Pareciera como si no rompiera ni un plato.

Por inercia alcé mi mano y empecé a trazar con suavidad todo su rostro; su mandíbula, sus labios... su nariz, sus ojos, sus cejas...

A veces no podía creerme que fuera real.

Que fuera mío.

Anoche me había demostrado que podía ser ese alguien que yo necesitaba, tratando de mantener la fiesta en paz entre nuestros padres y al final pagando la cuenta cuando empezó la quinta o sexta ronda de discusiones.

Podía decir que me estaba encariñando con él, con la relación real que estábamos formando.

No me quedaban dudas de que nos depararía un largo camino lleno de baches y personas tratando de distanciarnos, pero me sentía segura con él.

Que por fin podía permitirme confiar.

Observándolo pude analizar con detalle sus gruesos labios y largas pestañas.

Los cuales por algún motivo me dieron una idea.

Me levanté en cuclillas algo emocionada con el plan que tenía en mente. Cuando ubiqué mi pequeño bolso de maquillaje mi cabeza hizo un pequeño "¡bingo!" y volví a la cama de manera sigilosa esperando que Carlos no se despertara. No hizo movimiento alguno, por lo que le di luz verde a la siguiente fase de mi plan.

Me iba a matar de seguro.

Sonreí para mi misma al ver el resultado y deposité un beso en su mejilla antes de levantarme para ir a desayunar.

Poco después tendría que salir a hacer cardio con Zara y necesitaba seguir mi régimen alimenticio estos días antes de la carrera.

Cuando bajé me encontré con mi mamá y Lele. Nos encontrábamos tomando café en una aparente paz. Mi padre no había bajado aún y mis hermanos seguro no bajarían hasta el almuerzo.

No sabía por qué Carlos todavía no daba señales de vida, pero si para cuando yo terminara de desayunar no estaba despierto me tocaría ir a levantarlo ya que es lo que él querría, era muy estricto con sus entrenamientos.

—Lele, y tú a quién nos estás escondiendo, ¿mm? —alzó las cejas mi mamá haciéndole caricias en la cabeza a Rocky, quien se encontraba maravillado con la atención.

Mis hermanos y mi mamá lo adoraron desde el primer minuto en que lo vieron.

Casi escupí mi café al escuchar la pregunta.

Lele se vio tensa—¿Qué?

—Oh, vamos, no estoy ciega. Estoy segura de que estás viendo a alguien —se inclinó mi madre hacia ella—. ¿Es un piloto?

Mi hermana se puso de todos los colores—¡Mamá!

—¿Qué? Una madre tiene permiso de preguntar —dijo con inocencia.

—Pues puedes preguntar todo lo que quieras, no significa que te vaya a responder —murmuró dándole un trago a su café.

—Ay mamita, no seas así conmigo —casi que suplicó mi madre con un tono de lamento.

Lele suspiró—¿Qué quieres que te diga, má? Si te digo que sí, no pararás de preguntarme sobre él y si tenemos planes de casarnos y bla bla bla. Y si no tengo a nadie me vas a ver con esa cara de lástima que detesto, como si fuera una inútil que no se sabe cuidar sola.

Soltó con resentimiento.

Y tenía razón. Lele había sobrevivido muy bien por su cuenta sin necesidad de tener a ninguna pareja que la mantenga.

—No digo que lo seas, mi niña. Estás muy lejos de serlo. Solo que me preocupo por ti —la miró a los ojos—. Tengo miedo de que te quedes sola, y cuando envejezcas no tengas a nadie para cuidarte. Lo más bonito de la vida es poder compartirla con otra persona.

Sabía que mi mamá tenía buenas intenciones, pero en realidad no hacía más que reforzar las inseguridades de Lele.

Uno de los sueños de la vida de mi hermana era ser mamá y construir su propia familia, lo cual era un sueño válido. Tal vez no el mío por el momento, pero seguía siendo el suyo.

Desde que tengo memoria a Lele le ha gustado cuidarme como si fuera su propia muñequita. De hecho, hay millones de fotos de pequeñas en donde me llevaba en mi coche y cada vez que mis papás trataban de sacarla se ponía a llorar.

Era mi protectora, mi guardiana, y mi mayor apoyo.

Por lo que su instinto materno le ha venido naturalmente de toda la vida. Lele era otra persona enteramente cuando se trataba de bebés y no cabía duda en mi mente de que sería la mejor mamá.

Tal vez algo estricta, pero solo al velar por el bienestar de sus hijos.

Así que escuchar a mamá recordarle ese hecho me rompía un poco por dentro. Lele no necesitaba recordatorio de que todavía no era madre; despertaba con esa realidad todos los días.

Era una madre, pero sin hijos. Y mi madre acababa de meter el dedo en la llaga.

—¿Crees que no lo sé? —pude notar la molestia en su voz—. ¿En serio crees que no he tratado de encontrar a alguien?

—Amor, yo...

—No, no respondas, estoy segura de que la respuesta es sí. ¿Crees que me gusta despertarme sola? ¿Que los hombres que conozco creen que hay algo mal conmigo porque sigo soltera a esta edad? —rió con sarcasmo, pero desde mi posición percibí sus ojos vidriosos—. Porque si a ti no te gusta la idea de que esté sola, créeme que a mí menos. Detesto salir a citas y tener que introducir todos estos datos de mí una y otra y otra vez como un disco rayado. Y mucho más detesto tener que salir a la calle y ver a mujeres siendo madres como si yo no lo mereciera también.

Se levantó de su asiento con Rocky en brazos—Así que gracias por amargar mi mañana, provecho —y se fue con pasos rápidos.

Quise seguirla, pero poco después de que se retiró vi la figura de cierto australiano seguirla hacia los jardines.

Estaría bien, Danny siempre sabía cómo calmarla.

Me relajé, sin saber cuándo había tensado mis músculos, dejándome caer en el asiento. Seguido miré el rostro culpable de mi madre.

—Ella sabe que no lo dije con malas intenciones, ¿no? —me preguntó buscando mi mirada y yo suspiré, de repente recordando la conversación que tuvimos hace poco en el departamento.

«—Lewis deja a Roscoe en un lugar en Los Ángeles mientras él está de viaje. Hasta él entiende lo difícil que sería tener un perro viajando todo el tiempo.

—Entonces tal vez yo deba dejar de viajar todo el tiempo —soltó y me quedé congelada.

¿Estaba diciendo lo que yo creía?

—¿Qué? Pero sabes que tú trabajo depende de eso.

Ella suspiró frustrada—Olvídalo, ¿sí? Lo dije sin pensar —se encerró en su habitación con la rata sin dejarme analizar lo que acababa de ocurrir».

—Creo que... —me acomodé cruzando mi pierna encima de la otra adoptando una pose pensativa— Lele está en una etapa donde se está cuestionando todo. Si está donde quiere estar, si está haciendo lo que quiere hacer...

Siempre ha querido tener una familia y ser madre... solo que no ha encontrado con quién hacerlo y... es un tema muy sensible para ella en estos momentos.

El que mi mamá no supiera de la situación de Lele fue solo un error honesto nacido de la ignorancia.

—Entiendo —suspiró profundamente—. Yo solo quiero que sea feliz. Y no digo que trabajando contigo no lo esté —me miró de reojo—, creo que nunca te he dicho en realidad lo mucho que me alivia que se tengan la una a la otra en este mundo, pero... —parecía que no podía encontrar las palabras adecuadas, pero podía entender sus preocupaciones como madre. Tal vez no por carne propia, pero el deber de una madre siempre era preocuparse.

—Lo sé —me permití decir y ella asintió—. Y creo que cuando ella se sienta cómoda te dirá todo.

—Eso espero —nos quedamos unos momentos en silencio hasta que se levantó ocasionando un chirrido de su silla—. Voy a ir al buffet por fruta, ¿quieres que te traiga algo?

—No, está bien, má, yo luego me sirvo porque tengo que seguir mi dieta.

—Okey, como quieras, mi vida —se alejó de la mesa y yo me quedé sumergida en mis pensamientos.

No sé cuánto tiempo me quedé sobre pensando, pero cuando regresé a la realidad caí en cuenta de que no había comido aún y que Carlos no bajaba, lo que significaba que debía comer rápido e ir a despertarlo.

Me dispuse a levantarme de mi asiento para servirme cuando noté a una figura en traje hablando animadamente con mi madre. Y juraría que al ver esa imagen contuve el aliento.

Era mi ex novio: Miguel.

No sabía porqué mi primer instinto era esconderme, bueno, sabía en parte porqué, pero no me dio tiempo de pensarlo cuando mi madre señaló en mi dirección y sus ojos se encontraron con los míos.

Enseguida noté que esa calidez que me recorría entera con cada mirada suya estaba extinguida. No me provocaba nada, y fue una grata sorpresa descubrirlo.

Traía el cabello un poco más largo que cuando lo conocí, con una barba que aunque lo hacía ver un poco mayor, le funcionaba muy bien con sus profundos ojos mieles. También parecía que le había dedicado unas horas más al gimnasio desde que terminamos, pues sus brazos se veían mucho más tonificados y hace unos meses aquella imagen me tendría babeando.

Miguel era un imán para las mujeres y su incapacidad para notarlo solo hacía que me gustara más cuando salíamos.

Pero hace muchos meses de aquello.

Y yo ya me consideraba inmune a él.

Sin saber porqué, se empezó a acercar a mi mesa sin tener intenciones de detenerse. Por instinto, miré por encima de su hombro solo para encontrar que mi querida madre no estaba y empecé a rezar por dentro de que no viniera a hablarme.

Sabía cuando terminamos que esta era una posibilidad. Mientras yo siguiera en la Fórmula Uno y la empresa de Miguel siguiera patrocinando a Checo, toparnos en el paddock o en algún hotel sería inevitable.

Solo que pensé que podría evitarlo mejor cuando eso sucediera.

Llegó hasta mí aclarándose la garganta—Hey... No esperaba encontrarte por aquí.

—¿No esperabas encontrarme por aquí cuando vi muy claramente a mi mamá señalarte mi mesa? —alcé una ceja.

—Me refería a en este hotel —clarificó viéndose algo incómodo—. No sabía que McLaren tenía un patrocinador que no fuera Hilton.

—No estoy aquí por McLaren.

Me miró confundido—¿No? ¿No tienes una carrera este fin de semana?

—Sí, perdón. Solo que me estoy quedando aquí por...

—¡Adora! —escuché como alguien susurraba / gritaba a la distancia, seguido de varios insultos en italiano para que los canadienses no captaran—. ¿Qué significa todo esto?

Me volteé a ver a Carlos y aunque traía sus shorts deportivos y un hoodie, estaba encapuchado como si fuera a secuestrar a alguien en un callejón. Quise explicarle todo, decirle que tan solo era una casualidad, y fui cortés al responderle, pero seguido se bajó la capucha y tuve que taparme la boca por la enorme carcajada que quería salir de mis labios.

Puede que mi gran idea de esa mañana haya sido ir demasiado lejos.

El rímel que le había colocado en las pestañas mientras dormía estaba goteando por sus mejillas como si hubiera llorado toda la noche o llegado de una noche afuera, seguro resultado de tratar de lavarse la cara antes de salir de la habitación.

Todavía no sabía si se veía más como un chico emo, alguien con el corazón roto o Batman.

—¿Te parece chistoso, ah? Que yo quiera quitarme esta estupidez de la cara y no se salga por nada del mundo —se llevó las manos a las caderas, y la pose, más su rostro serio con el rímel corrido, fue la gota que rebasó el vaso.

Empecé a reírme a carcajadas mientras me sostenía del estómago tratando de no verlo a la cara para no explotar más.

—Muy graciosa —soltó con sarcasmo y una risa camuflada por una tos se comenzó a escuchar a mi lado, llamando la atención del español, quien al notar a mi ex se puso rígido, de repente inflando su pecho y enderezando su espalda—. Miguel.

—Carlos.

Ninguno parecía tener la intención de reconocer la presencia del otro más allá de eso.

Era tan extraño verlos a ambos juntos luego de tener historias tan distintas con cada uno.

Antes eran los brazos de Miguel los que buscaba como apoyo, y quien pensaría que unos meses después quien rodearía mi cintura y me atraería hacia él sería Carlos.

Se notaba a leguas que no se caían bien, sin directamente insultarse lo podía notar en su comportamiento corporal, en la manera protectora en que Carlos me apretaba y los nudillos cerrados de Miguel.

No tenían el mejor historial cuando estuve saliendo con el último, así que no esperaba que eso fuera a cambiar ahora que estaba con el español.

—Esperaba poder hablar contigo... —sus ojos subieron hacia Carlos, quien no parecía tener intenciones de soltarme, y volvieron a conectar con los míos—. A solas, de ser posible.

Carlos resopló con molestia—¿Y qué es tan importante que no puedo estar yo presente?

Miguel lo miró de reojo con una pequeña sonrisa burlona, suponía que el maquillaje corrido del menor hacía difícil que lo tomara en serio:—Asuntos pendientes.

Parpadeé viéndolo, sin tener muy claro qué hacer. Era claro que una conversación no le haría daño a nadie, pero había elegido el peor momento para preguntar.

—Pues tus "asuntos" pueden esperar —habló Carlos apretando los labios—. Tenemos cosas que hacer y ya vamos muy tarde.

Miguel se metió las manos en los bolsillos con esa aura tan calmada y despreocupada que lo caracterizaba—¿Ada? —ignoró a Carlos para dirigir su atención hacia mí.

Y fue en ese momento que me regañé a mí misma por salir con dos hombres con los mayores ojos de cachorro herido que había visto en mi vida.

La realidad era que no me había hecho nada más que no ser la persona adecuada para mí, y no lo podía castigar por ello.

—Es cierto, ahora no tengo tiempo —admití viendo la pequeña sonrisa de satisfacción de Carlos—. Podremos hablar después.

—Ya la escuchaste —forzó una falsa sonrisa el hombre a mi lado y me hizo darme la vuelta, pero no contaba con la mano que se asentó en mi brazo segundos después y la mirada suplicante que la acompañaba.

—Por favor... Apenas te desocupes, ¿sí?

Asentí sin decir mucho más para luego alejarme tomada de la mano de Carlos, quien traía la mandíbula tensa y los ojos entrecerrados.

Nos habíamos alejado unos cuantos metros por el lobby cuando soltó en voz baja y rencorosa—Pir fivir, ipinis ti disicipis, ¿sí?

Solté un pequeño sonido nasal—¿Qué?

—Nada, nada.

Observé su perfil, se veía todo serio—Si sabes que si no me dices no puedo arreglarlo, ¿no?

Soltó mi mano apenas llegamos al ascensor para cruzarse de brazos, todavía callado y adoptando esa mirada pensativa en la que parecía estar viendo todos los escenarios posibles enfrente de sus ojos, y conforme pasaban los segundos se iba irritando más y más, como si cada pensamiento alimentara la furia del siguiente.

Yo me quedé mirándolo, pensando que si lo hacía por suficiente tiempo se sentiría presionado a hablarme.

El ascensor se detuvo unos pisos antes del nuestro y una señora mayor se subió viendo el maquillaje de Carlos con desaprobación, negando con la cabeza y murmurando "Estos jóvenes de hoy en día".

El recuerdo del porqué fue a buscarme lo hizo volver a apretar los labios y subirse de nuevo la capucha viéndose más frustrado por cada segundo que pasábamos en aquella asfixiante caja metálica.

Subimos a nuestro piso, y no fue hasta que las puertas del ascensor se cerraron detrás nuestro que volví a hacer otro intento más sútilmente—¿Estás bien? Te ves distante...

Ahí parecía que hubiera presionado un botón, porque enseguida bramó molesto:—No me gusta cómo te estaba mirando.

Eureka.

—Así que eso es lo que te trae tan molesto —quise burlarme mientras buscaba la llave de la habitación en mi bolsillo dándole la espalda, podía sentir su presencia detrás de mí, impaciente y frustrado.

—No lo estoy —dijo entredientes siguiéndome dentro de la habitación.

—¿Seguro? Eso digo yo también cuando tengo ganas de gritarle a todo el mundo —fui a buscar mis toallitas desmaquillantes en el baño y me siguió, por lo que tomándolo por los hombros lo empujé a que se sentara en el inodoro para estar más nivelada con su rostro y facilitarme el proceso.

—Pues no —esquivó mi mirada.

—Mmm, tienes razón. Tiene otra palabra —cogí una toallita e inclinándome sobre él aprecié su ceño fruncido de cerca—: Celos —rodó los ojos—. No sabía que fueras celoso.

—Pues perdón si no me agradó ver cómo te miraba.

—Ni siquiera con Cody te había visto así... —contemplé subiendo su mentón con mi mano y comencé a limpiar los rastros de rímel en su rostro.

—Porque Cody tiene un crush sin importancia. En cambio con Miguel... —suspiró como si recordara algo—. Tú tienes historia con él.

—La tengo —admití frotando su piel con la toallita—. Pero eso es todo lo que es: historia. O en otras palabras: pasado, pisado y enterrado.

—No te mira como alguien que piensa así —me miró desde abajo con esos grandes ojos marrones.

—¿Y cómo me mira, señor experto? —ladeé la cabeza sosteniendo su contacto visual.

No apartó la mirada de la mía cuando dijo:—Como si todavía te amara.

Y me quedé callada tratando de parecer ocupada con mi labor, pero segundos después no pude contener mi risa mientras Carlos me veía confundido.

¿Amarme?

No, no creo...

—¿De qué te ríes? No dije un chiste —soltó con molestia.

—Dios, eres adorable cuando te pones celoso —reí secándome una lagrimita que se me escapó.

—¿Por qué crees que estoy bromeando? Ambos sabemos qué es lo que quiere —de repente puso su mano en mi brazo e imitó la voz de Miguel—. Por favor, apenas te desocupes, ¿sí? —batió sus pestañas y yo no pude borrar mi sonrisa mientras negaba con la cabeza—. Aparte, ¿qué crees tú que tenga que hablar contigo que es tan importante? —alzó una ceja.

—No sé... —mentí tirando a la basura la toallita.

—A mí me suena que quiere recuperarte.

—Pues puede intentarlo si quiere, no hace la diferencia —me encogí de hombros sin darle importancia, pero su mirada inquieta me hizo seguir—. Carlos... mira, lo cierto es que... —suspiré y caminé por el baño pasándome una mano por el cabello para liberar tensión—: Puede que cuando terminamos yo no fui tan clara como debí ser...

Confesé y vi como la expresión de Carlos se transformó en confusión—¿Clara en qué sentido?

—Clara en... —dudé—en que no dije exactamente la palabra terminamos.

Parpadeó confundido—¿Qué?

Me senté en el lavamanos para quedar frente a él, tratando de buscar las palabras adecuadas—Yo... pues en mi mente dije "esto es el fin, aquí terminamos", pero siempre había tenido cierta debilidad con él, no lo entiendes, bajaba todas mis defensas y... —me abracé a mí misma—. Y creo que lo que le dije esa noche para que tomara distancia y no me buscara fue que... "nos tomáramos un tiempo" —hice una mueca apenas lo dije—. Y pensé que era muy claro que no volveríamos, pero a veces se me olvida que él es mayor y que no sabe lo que significan ciertas cosas de nuestra generación y...

—Él cree que van a volver —completó Carlos mirándome por confirmación.

Yo tan solo asentí a secas—Creo. Al menos es lo único que se me ocurre.

Él también asintió levantándose y quitándose el polvo imaginario de los shorts me dio un corto beso—Bueno saberlo —fue lo único que dijo antes de salir del baño.

Me quedé procesando su actitud, pero no tuve tiempo de pensarlo mucho cuando me interrumpió un rugido de mi estómago que fue tan vergonzosamente alto que estaba segura que lo escuchó.

—Estoy pidiendo servicio a la habitación —anunció desde afuera.

—Gracias —mi estómago y mis mejillas rojas lo agradecían.

—Ah, y por si no quedó claro: no me vuelvas a maquillar —advirtió cuando me vio salir del baño.

—Pero... tienes unas pestañas hermosas y quería ver cómo se veían y...

—Adora —sus ojos irritados y su tono de advertencia me callaron.

—Bien —me resigné rodando los ojos, empecé a ver mis redes sociales en un momentáneo silencio—. Oye ¿y no crees que ya es muy tarde para salir a correr? ¿Y si...?

—Vamos a ir a correr —declaró con firmeza y yo me deslicé en mi asiento como niña berrinchuda al no obtener lo que quería.

Odiaba correr.




[...]




Comimos y salimos a correr acompañados de Rupert y Zara, quienes nos dejaron descansar unas horas antes de empezar el verdadero entrenamiento en el gimnasio del hotel.

Llevaba gran parte de mis ejercicios hechos cuando lo noté frente a los espejos haciendo unos ejercicios para los bíceps con unos audífonos puestos para bloquear toda distracción del mundo exterior.

No lo recordaba como el más disciplinado en cuanto al gimnasio, siempre yendo unas pocas veces al mes, pero parecía que desde que nos separamos había adoptado algunos nuevos hábitos saludables.

En un momento sus ojos se conectaron con los míos a través del espejo y al mismo tiempo una respiración me hizo cosquillas en el cuello—¿Necesitas ayuda, cariño?

Aparté la mirada en ese instante para no invitarlo a conversar, pues era lo que menos quería.

No me gustaba ponerme en situaciones incómodas a propósito, pero que Carlos me atrapara viendo a mi ex en el gimnasio lo era.

Sin embargo, negaría todo.

—Nop, todo bien —volví a agarrar las pesas a mis costados para continuar con mis zancadas, tratando de ignorar a mi novio, quien observaba cada zancada que daba como si fuera mi entrenador—. ¿Qué haces? ¿Ya terminaste?

—¿Mientras tú te comías a tu ex con la mirada? Sí, supe utilizar bien mi tiempo —soltó como si nada.

—No estaba comiéndomelo con la mirada —negué y volteé a ver a los lados ansiosa por cambiar el tema—. ¿Y Zara?

—Hablando con Rupert, me dejo a cargo mientras terminas tus últimos ejercicios —se cruzó de brazos sin apartar la mirada de mí como un halcón.

Me quedé en silencio continuando, esperando que se distrajera en algún momento porque para ese punto mis muslos dolían tanto que cada vez que me agachaba en una zancada me temblaban.

Carlos volteó a ver a Miguel y esa fue mi ventana de oportunidad para avanzar unos pasos de más sin que se diera cuenta y continuar los pocos tramos que me faltaban con una aparente normalidad. Cuando Carlos regresó la mirada hacia mí pareció confundido por la distancia que recorrí en tan poco tiempo, pero para mi suerte lo dejó pasar.

Lo peor vino con el último ejercicio—Vamos, sentadillas con barra —aplaudió caminando hacia las barras y pesas a pesar de mi poco entusiasmo.

Él mismo se encargó de poner el peso antes de entregarme la barra—¿Puedes ahí? —buscó confirmación en mi mirada y asentí con cansancio poniéndome en posición para comenzar, pues por mucho que me quejara seguiría teniendo disciplina.

Pero viéndolo por el espejo, creería que Carlos se sirvió su propia condena porque no podía apartar sus ojos de cierta parte de mi cuerpo que me encontraba trabajando en esos instantes, de repente removiéndose en su lugar y subiéndose la camisa como si hiciera mucho calor cuando era muy obvio por sus ojos hambrientos qué era lo que quería.

Solo que no era el único.

Pude ver a Miguel viéndome de reojo sin acercarse, seguro por la mirada mortal que le dedicaba Carlos cuando lo notaba.

Ya en mis últimas repeticiones mis piernas comenzaron a flaquear estando a punto de soltar la pesa y descansar, pero él lo notó y la sostuvo conmigo obligándome a bajar en mis últimas sentadillas—Vamos, hasta el fallo —con una mano en el hombro me hizo descender aún más y podría jurar que mis piernas quemaban tanto que casi se me salió una lagrimita. Pero al fin y al cabo terminé.

Con la lección aprendida que tener a un gym rat como novio era tortura y elegiría a Zara mil veces, dejé caer la pesa al suelo jadeando y me dio un beso en la frente—¿Ves? Así se hace —me pasó mi botella de agua y mi toalla.

—¿Es tu forma de decirme que apesto? —comenté secándome el sudor con la toalla.

—No, es mi forma de decir que estás sudada —sonrió divertido cuando lo golpeé con la toalla.

—Odioso.

—Preciosa.

—Apestoso.

—Guapa —envolvió su toalla a mi alrededor y me jaló hacia él, casi haciendo que me tropiece con mis propios pies—. ¿Ni un besito y un gracias para tu entrenador?

—Mmm nop —lo molesté antes de salirme de su agarre y pasarle por al lado camino al ascensor.

Claro que no estaba prestando atención y no caí en cuenta de quién estaba ahí hasta que las puertas empezaron a cerrarse y a último momento Carlos metió la mano para detenerlas y entrar, fulminando con la mirada a Miguel, quien se mantenía impasible.

En medio de ese silencio, fue el único que se atrevió a hablar, como si no le perturbara o intimidara el español en lo absoluto.

—Voy a estar por el paddock estos días —reveló como si no fuera ya obvio para mí—. Así que espero que puedas cumplir tu palabra de hablar cuando no estés ocupada y me permitas invitarte un café como en los viejos tiempos.

Miré de reojo a Carlos, notando como se tensaba y fulminaba con la mirada a mi ex novio.

Esto podría ser divertido.

—Te seré honesta, no creo que pueda hacerlo esta semana —anuncié sintiendo como Carlos se relajaba, bajando su guardia—. Sin embargo, deberías coordinar con Lele, ¿planeas venir a otro Grand Prix?

Eso volvió a despertar la atención del español, quien arrugaba la frente con molestia, mirándome a mí con la mandíbula tensa.

Podía ver en sus ojos muy claramente el "¿Qué crees que haces?"

Pero si él podía hacerme pasar un mal rato con su ex, yo igual. Y merecido se lo tenía.

—Sí, aunque todavía no estoy seguro a cuál. ¿Segura que no me puedes hacer un espacio esta semana, cielo? —alzó una de sus cejas sin prestarle atención al español a mi lado.

Fui a responder cuando alguien se me adelantó:—No, no creo que tenga espacio en su calendario para el pasado —remarcó Carlos con amargura envolviendo mis hombros con su brazo.

—Qué curioso... —se metió Miguel las manos en los bolsillos, fingiendo ser reflexivo—. ¿Entonces cómo es que regresó a ti?

—Pues se dio cuenta que le hacía falta algo que contigo nunca obtuvo.

Empezaron a hablar como si yo no estuviera, pero por algún motivo, ver a Carlos tan a la defensiva por mí, estaba provocando un efecto entre mis piernas.

Y me gustaba su cara de molesto. Que me regañara y tomara el control de la situación.

Me volvía loca.

Miguel soltó una risa—¿Y qué sería eso, Carlos?

Un verdadero orgasmo —sonrió arrogante.

Abrí los ojos de par en par sin creer que acababa de decir aquello, pero lo que más disfruté de aquello fue la mueca imperturbable de Miguel, pues no hacía más que irritar más a Carlos.

Sabía que lo había dicho con la sola intención de molestar al mexicano, y le resultó el efecto contrario.

—¿Es eso cierto, Ada? —me miró, notando como Carlos resoplaba como un toro, queriendo destrozar todo a su paso, pero Miguel parecía un torero experto—. En nuestras muchas, y digo muchas, noches juntos esos seis meses, ¿nunca lograste un verdadero orgasmo, linda?

Lo dijo así a propósito para molestar. Yo lo sabía y él igual. El único que parecía no darse cuenta era mi novio.

Por suerte no tuve que responderle cuando el ascensor se detuvo en nuestro piso, Carlos siendo el primero en jalarme de la mano para salir del ambiente tenso.

—Te veré luego, Miguel —hablé mirándolo por encima de mi hombro.

—¿Te sigue gustando el café negro sin azúcar? —preguntó desde el ascensor y asentí—. Entonces luego te llevaré uno —fue lo último que dijo antes de que las puertas se cerraran.

Dejándonos solo a Carlos y a mí.

No dijo absolutamente nada mientras abría la puerta y entrábamos. Tan solo tiró su bolso de gimnasio en la silla de la esquina antes de voltearse hacia mí con la mirada oscurecida.

—¿Qué mierda fue todo eso? —podía notar la ira y los celos contenidos en su voz.

—¿El qué? —pregunté de manera inocente mientras dejaba mis cosas en el suelo.

El madrileño avanzó con tres grandes pasos hasta quedar frente a mí—¿Por qué lo invitaste a salir?

—Yo no lo invité a salir —no había ni terminado la frase cuando Carlos había subido una mano hasta mi mentón, acariciando mi labio inferior suavemente con su pulgar mientras sus dedos me apretaban las mejillas.

—Pero no le dijiste que no tampoco —me retó con la mirada.

—¿Y?

—¿Y? —rió, pero su risa provocó que todo mi cuerpo se erizara, consciente de lo contradictorio que era que se riera cuando su mirada prometía peligro. Apretó su agarre—. Te estás comportando como una cría, y créeme que no lo soporto.

Rodé los ojos ante el apodo.

—Vuelve a hacer eso —ordenó y lo vi confundida—. Vamos, vuelve a rodarme los ojos a ver qué pasa, Torres.

No tenía idea del porqué esta nueva actitud dominante me parecía excitante, pero tan solo para probar sus límites volví a rodar los ojos, seguido los conecté con los suyos para verlo de forma desafiante.

Pero no me duró mucho la actitud.

En ese momento me arrinconó contra la pared e inesperadamente tomó mis labios entre los suyos con necesidad, tomándome por sorpresa. Oportunidad que aprovechó para introducir su lengua en mi boca, de forma intensa y ardiente.

Estaba fuera de sí, arrebatado, extasiado de mí al nivel que sus manos estaban por todas partes; mis caderas, mi cintura, mi trasero, apretándome de forma exquisita, como si lo único que importara fuera no dejar ni un centímetro de distancia entre nuestros cuerpos. Sus caderas se empujaban por instinto contra las mías, chocando contra mi pelvis de una manera muy excitante. Sentía que todo mi cuerpo estaba en fuego bajo su atención, mi respiración volviéndose entrecortada por cada segundo que pasaba devorando mis labios.

No había nadie en el mundo que preferiría estar besando que este hombre.

Su respiración era pesada cuando se separó, bajando los besos por mi cuello mientras yo entrelazaba mis manos en su cabello tratando de buscar una clase de estabilidad—Parece que se te olvidó con quien estás... —habló mordisqueando ligeramente mi piel y sacándome un jadeo—. Quien te hace sentir bien... —bajó una de sus manos a mis bragas, teniendo fácil acceso debido a mi pequeña falda deportiva, y seguido haciéndola a un lado para tener contacto con mi clítoris, escuchando el momento en que contuve el aliento cuando comenzó a frotarlo, —. ¿Tú crees que él te puede hacer sentir así? ¿Ah? ¿Crees que tiene acceso a ti? —negó con la cabeza viéndome con las pupilas dilatadas—. No, princesa, él no puede hacerte gemir como yo —introdujo uno de sus dedos en mí intimidad y como queriendo probar su punto, lo curvó en el punto exacto que me provocó emitir todos los gemidos que quería escuchar.

—Y todavía así le coqueteas de vuelta en mis narices como una cría necesitada —murmuró con voz ronca contra mis expectantes labios, sin hacer ningún otro movimiento y sacando su dedo.

Sabía porqué lo estaba haciendo, pero no estaba de acuerdo. Lo quería, lo necesitaba.

Se alejó de mi alcance y pude sentir mi corazón latir con fuerzas queriendo salir de mi pecho.

Quise que siguiera, quería a ese Carlos posesivo de vuelta y mis bragas eran prueba de ello.

Entrelacé mis manos en su cuello y me estiré para besarlo, pero ni bien lo había tocado cuando agarró ambas manos entre una de las suyas y las dejó estiradas por encima de mi cabeza para luego verme con amenaza—Cuidado, Torres.

—Ya te divertiste, Carlos... Vamos, no me dejes así —supliqué viendo sus labios.

Era la primera vez que me dejaba dominar por completo, que entraba en sumisión por él. Lo habitual era una batalla por dominio, pero esta nueva actitud me tenía tan hipnotizada como si fuera un encantador de Adoras.

—No creo que te merezcas nada luego de esa escenita —alzó una ceja y me empecé a desesperar, queriendo alguna clase de alivio.

—Bien, no hagas nada. Todavía puedo ir a buscar a Miguel y... —de forma rápida su mano se introdujo por debajo de mi sostén deportivo y me apretó el pezón, haciendo que gimiera en su oído.

—Te voy a dar lo que quieres —habló en mi oreja, su respiración agitada provocando escalofríos por todo mi cuerpo—. Pero tú llegas a tocarme o a decir una sola palabra que no sea mi nombre y dejaré que te las arregles sola.

Todavía seguía procesando su propuesta cuando sus dedos se entrelazaron en mis bragas, bajándolas de un solo tirón antes de descender bajo mis ojos atónitos y arrodillarse frente a mí. Se metió mi ropa interior en el bolsillo mientras sus manos exploraban mis piernas descubiertas, metiendo parte de la falda en el elástico para tener una mejor visión—Ya sabes, nada de tocarme o me detengo.

Sentí su respiración pesada entre mis piernas, seguido colocó una de ellas sobre su hombro, dejándome expuesta ante él.

Dios mío...

Empezó con besos por la parte interior de mis muslos, mis jadeos de anticipación acompañando su trayectoria y subiendo en volumen mientras se iba acercando a su objetivo. Apretaba mis manos en puños a mis costados para contenerme de sostener ese sedoso cabello y atraerlo hacia donde más lo necesitaba.

Estaba dejando un camino húmedo por donde pasaba, tomándose todo el tiempo del mundo y aumentando mi desesperación.

—Carlos... —ante el llamado de su nombre, por fin pareció apiadarse de mí. Su boca hizo contacto con mi intimidad y gimió, las vibraciones aumentando mi propio placer. Giré los ojos, golpeándome la cabeza contra la pared mientras Carlos recolectaba todo de mí, moviendo su lengua como si conociera mi cuerpo más que el suyo. Como si conociera el camino hacia mi perdición.

A su hábil boca añadió uno de sus dedos a la mezcla, sin parar de succionar y lamer en mi punto sensible. Sentía que no me podía mover, tan solo mis labios jadeaban y susurraban su nombre como una súplica. Pero conocía esa mirada hambrienta, y sabía que no estaba ni cerca de terminar conmigo.

Añadió otro dedo y segundos después sus dientes rozaron mi clítoris. Tuve que ahogar un grito.

—Shhh, silencio, princesa, que no queremos atraer la atención —declaró guiñándome el ojo desde abajo con esa traviesa mirada suya antes de volver a su trabajo.

No había mejor vista posible que al madrileño con la cabeza hundida entre mis piernas, dándome el mejor sexo oral de mi vida como si fuera cosa de todos los días.

Sus dedos continuaban su ataque, empeñados en su misión. Mi cuerpo se sentía prendido en fuego, con las mejillas calientes y las piernas temblando mientras aceleraba la velocidad de sus embestidas y los movimientos de su boca hasta que no recordaba ni cómo hablar, estaba completamente a su merced y podía sentir las olas de placer acercarse, recorriéndome de pies a cabeza y asentándose en mi vientre.

Apreté los ojos queriendo advertirle que estaba por correrme, pero no tenía porqué, él sabía.

Sabía leer mi cuerpo mejor que nadie. Y asimismo, como traerme uno de los orgasmos más desgarradores posibles.

Se separó por un momento sin detener sus rápidos movimientos en mi interior—Vamos, córrete para mí, cariño —succionó con entusiasmo mi punto sensible y acompañado del roce de sus dientes me dejé llevar con un grito de su nombre que se encargó de cubrir con su mano sin detener lo que estaba haciendo, el placer al que me estaba llevando. Dejó que buscara más fricción con mis caderas contra su boca hasta que tuve que obligarme a parar, sintiendo las piernas temblorosas y mi intimidad muy sensible.

Carlos se mantuvo ahí, todavía con sus dedos hundidos en mi interior y su boca moviéndose de forma relajada, mientras yo respiraba entrecortada tratando de bajarme por completo de los efectos de mi orgasmo prolongado.

Cuando sintió que ya respiraba con normalidad subió hasta mí y me besó con desenfreno. Pensé que me molestaría el sabor de mi misma en sus labios, pero en cambio me hizo gemir gustosa por el recordatorio que era de los pocos hombres con los que había estado que no le tenía miedo al sexo oral. Y ya entendía el porqué.

Lo atraje más hacia mi con mis manos en su musculosa espalda, embelesada con él y la capacidad que tenían sus besos de desarmarme por completo. Era tan solo una masa moldeable que podía usar a su gusto, y fuera de la pista no tenía problemas con llenar ese rol si iba a llevarme a aquellos niveles de placer.

Ni siquiera me di cuenta cuando retrocedió hasta el baño hasta que se separó de nuestro fogoso beso para voltearme de forma inesperada contra el lavabo, por lo que lo miré confundida por encima de mi hombro.

—Te dije que no me tocaras —explicó alejándose hacia la puerta, por lo cual mi instinto fue seguirlo, pero se detuvo mirándome con advertencia—. No te muevas.

Resoplé con molestia—¿Vas a hacer algo o tendré que hacerlo yo...? —seguido sentí mi trasero caliente y lo observé incrédula, a punto de protestar.

—Tú pediste esto, así que ahora haz silencio y espera —amenazó y luego de asegurarse de que haría caso entró a la habitación.

Miré mi reflejo en el espejo. ¿Qué carajos estaba haciendo?

Debería ser yo dando las órdenes.

Sin embargo, lo dejaría creer que tenía el control por ahora. Luego lo haría pagar por esto.

Cuando volvió traía un condón en las manos, pero no tuve tiempo de observarlo mucho cuando me volvió a atraer a sus labios. Sentí el momento exacto en que separó mis piernas con su rodilla, pero estaba tan ensimismada con la atención de su boca que cuando se deslizó dentro de mí sin previo aviso gemí contra sus labios.

—Esto es lo que querías, ¿no? —murmuró a centímetros de mi boca.

Me alejé para ver nuestro reflejo, y Carlos me embistió de tal forma que casi me caí y tuve que sostenerme del lavabo. Estaba todavía totalmente vestido, tan solo se había bajado los shorts de gimnasio como si fuera un rapidín.

No estaba siendo gentil, ni cuidadoso, tan solo me tomaba como si estuviera drenando todas sus emociones. Su ira interna.

Me sujetaba por las caderas con fuerza y podía notar por el espejo su ceño fruncido. Sus embestidas eran rudas y salvajes, sin aminorar en ningún momento su ritmo, tan solo buscando su propio placer. En un momento me atrajo a su cuerpo y con una mano alzo mi brasier para tirarlo por alguna parte del baño, todavía dejando mi falda intacta en mi cuerpo, pero me excitaba esa imagen. El ver su gran cuerpo tomando el mío semi desnudo mientras él seguía vestido, mostrándome la diferencia de poderes.

—¿Podría él hacerte sentir así? —con una mano en el mentón me hizo mirar nuestros reflejos, la forma en que se hundía en mí con arrebato. Era tan intenso todo que tan solo podía apoyarme contra él, dejándolo hacer conmigo lo que le plazca—. No creo, solo yo puedo ponerte así —me tocó en mi punto sensible y gemí su nombre—. Solo yo.

Acercó su boca hasta mi oreja y tomó mi lóbulo entre sus labios antes de susurrar—Desde que te vi no podía dejar de imaginarme follándote enfrente del espejo con solo esa mini falda —aceleró la velocidad de sus embestidas hasta que me sentí al borde de mi segundo orgasmo. Apoyé mi cabeza contra su hombro mientras él besaba mi cuello—. Y ahora se me cumplió el sueño...

Una de sus manos jugaba con mis pezones y la otra hacía figuras ocho en mi clítoris, hasta que vi puntos negros en mi visión.

Pero bendecidos ojos que tenía de poder ver mi reflejo el momento en que me hice pedazos bajo las administraciones del español, electricidad recorriéndome entera mientras mis músculos se tensaban.

Juraba que verlo a través del espejo en uno de los escenarios más sucios fue cuando lo vi más atractivo que nunca.

Mi espalda se arqueó y mis piernas temblaron apunto de abandonarme por completo, pero él me sostuvo y siguió tomándome sin importarle nada hasta que segundos después sentí como se sacudía entre mis paredes y con un gemido llegaba a su propio orgasmo.

Nos quedamos ambos en silencio recuperando nuestras respiraciones hasta que nos calmamos y con lentitud se alejó para luego quitarse el condón y tirarlo a la basura.

Se volteó a verme quitando un mechón de cabello de mi rostro, la dulzura en su mirada siendo un cambio de 180 grados comparado a la frialdad en sus ojos hace tan solo unos minutos—¿Te gustó o... me pasé un poco?

Sonreí cansada poniéndome en puntillas para darle un beso—Me encantó.

—¿Segura? ¿No fui muy rudo? —me examinó preocupado, notando las marcas de sus dedos en mis caderas y los chupetones en mi cuello. Por el enojo se había dejado llevar, pero ahora que pensaba con claridad quería asegurarse que estuviera bien, y sentí mi corazón derretirse por dentro.

Ay, Carlos...

—No, tranquilo, sanará —lo tranquilicé quitándole la camisa y bajando sus shorts por completo—. Ahora acompáñame a ducharnos, celosín.

Arrugó la nariz —No me agrada ese apodo.

—Y a mí no me agradó no poder tocarte, pero aquí estamos —lo atraje hacia mí, y nos duchamos entre los dos con más calma y las hormonas menos alborotadas. Compartimos besos y Carlos se disculpó mil veces murmurando palabras bonitas en mi oído antes de irnos a la cama.

Donde estando recostada contra su pecho mientras veíamos Friends escuché cómo preguntó—¿Cómo era?

Lo miré confundida y volvió a reformular su pregunta—¿Cómo era Miguel en la cama?

—¿Por qué? ¿Acaso te gusta? —lo molesté y me rodó los ojos—. Nada bueno, si te soy sincera. Si no terminábamos por el compromiso, terminaríamos por el mal sexo eventualmente.

Carlos se rió con ganas y besó mi frente con una mirada de orgullo—Entonces no me equivoqué con lo que le dije.

—No, fue tan acertado que me sorprendí que supieras —reí—. Pero menos mal me salvaste porque igual no sabía cómo decirle a la cara que fingía la mayoría de mis orgasmos.

—Así como lo acabas de hacer.

—Es buen tipo —quise defenderlo. En realidad no tenía nada en su contra.

—¿Y? Mejor que le digas la verdad y aprenda —se encogió de hombros.

—Sería el golpe más bajo posible, Carlos, no se recuperaría.

—Pues le envías uno de esos libros de "Cómo ser bueno en el sexo: para tontos" —se burló y le pegué en el pecho.

—Eres terrible.

—Pero así te gusto —me apretó contra él y no pude llevarle la contraria.

Así me gustaba.




[...]




VIERNES 17 DE JUNIO, FALTAN 2 DÍAS PARA EL GP DE CANADÁ

Días después ya empezaba nuestro ajetreado fin de semana de carreras, con nuestros deberes de los días de medios, interacciones con fans y contenido para las redes.

Nos encontrábamos con Lele entrando al garaje de McLaren cuando vimos a un grupo de personas rodeando a Lando, quien traía a una bebé en brazos. Reconocí a su mejor amiga, Alya, entre ellos y decidí acercarme a saludar.

Un poco más cerca pude notar a una chica pelirroja de ojos azules, un chico alto y castaño y a una castaña de ojos hazel, quien apenas me vio aproximarme quedó boquiabierta. ¿Tal vez una fan?

—¿Dónde está mi cátira favorita? —cuestioné y Alya se volteó hacia mí con una sonrisa.

—¡Ada, hola! —me apretó en un breve abrazo, sabía que a la rubia no le gustaba tanto el contacto físico—. Llegas justo a tiempo. Adora, te quiero presentar a mi hermano, Ezra, y su esposa, Olivia —señaló al castaño y a la pelirroja, quienes saludaron con la mano algo tímidos—. Y esta es mi sobrina y su bebita, Isabela, pero le decimos Chabela —explicó.

—Solo tú le dices así —le llevó la contraria su hermano.

—Cuando aprenda a hablar va a decir que su nombre es Chabela, ya vas a ver —advirtió.

—Bueno, y yo les presento a mi hermana mayor, Alejandra, le decimos Lele —me vi en la necesidad de introducirla.

Desde que llegamos Lele no paraba de ver embelesada a la bebé. En el momento en que Lando la devolvió a los brazos de su padre, la niña estiró sus manitas hacia mi hermana, quien se vio tan sorprendida como sus padres.

Miró a ambos padres por aprobación—¿Puedo?

—¡Claro! —le dio permiso y cuando la bebé se encontraba cómoda apoyando su cabeza contra el pecho de mi hermana y rascándose los ojos, Olivia se inclinó hacia nosotros—. Esto no suele suceder. Detesta que desconocidos la carguen —dijo mirando algo asombrada cómo su hija se iba quedando dormida en los brazos de Lele, como si mi hermana tuviera un somnífero natural para bebés.

—¿Te importaría quedártela por un rato mientras vamos a comer? —soltó Ezra y su esposa lo golpeó en el brazo murmurando un "¡Ez!"—. ¿Qué? Será nuestra encantadora de serpientes.

Ella se veía agotada, tal vez el ser madre primeriza le estaba afectando, pero luego de ese último comentario se puso a considerarlo hasta que dijo:

—¿Podrías? —se podía ver la súplica en su mirada.

Lele parpadeó confundida—¿En serio?

—Sí, se nota que le caes bien y Ali te puede ayudar. Dejaremos la pañalera —se metió Ezra las manos en los bolsillos.

—Mmm, claro, no hay problema. Aquí los estaremos esperando, vayan a comer —ni bien terminó de decir eso cuando estaban recogiendo sus cosas murmurando gracias para luego irse apresurados.

No sabía qué clase de padres le dejaban su bebé a una desconocida, pero supongo que Lele les inspiraba confianza. Me quedé viendo a la bebé con ternura cuando alguien carraspeó a mis espaldas—Disculpa.

Me volteé para toparme con la castaña que había mencionado antes, solo que ahora en vez de estar boquiabierta portaba una sonrisa... ¿coqueta?

No dejaba de mirarme a los ojos, y por algún motivo su atención me puso nerviosa.

—Me presento, ya que alguien —recalcó mirando de reojo a Alya, quien hizo una mueca—. Se olvidó. Soy Malia, mejor amiga de Alya de la universidad y... déjame decirte que soy una gran fan.

Alcé ambas cejas con una sonrisa amable—¿Ah, sí? ¿Quieres una foto o un autógrafo?

—¿Por qué no tú número? —sonrió seductora y tan solo me reí sintiendo mis mejillas arder—. Solo bromeo, preciosa, ¿Cómo rechazar cualquier pedazo de atención que me des? —sonrió acercándose a mí para luego pasarle el teléfono a Alya, quien negaba con la cabeza cuando Malia rodeó mi cintura con su brazo y la imité sonriendo para la foto.

Luego sacó de su bolso una foto de un modelaje que hice el año pasado en traje de baño—Espero que no te importe, traje mi foto favorita.

Me sonrojé un poco al saber eso, pero igual le firmé como si no me importara su mirada embelesada en mí.

—Todo listo, Malia —volví a tapar mi sharpie y le pasé su foto.

—Amo tu cabello, te queda divino —me complementó y tuve que esquivar su mirada carraspeando.

—Gracias, a mí me gusta tu camisa —señalé. Era de Arctic Monkeys.

—Puede ser tuya también si quieres, guapa —me guiñó el ojo y sentí las mejillas calientes.

—Gracias, pero... pero creo que te queda mejor a ti —¿desde cuándo era tímida?

—¿Puedo confesarte algo? —se acercó y yo parpadeé desconcertada, igual asintiendo—. Con mi ex novia hicimos una lista de celebridades con las que teníamos pase libre si llegábamos a conocerlas y que la otra no se podía enojar y... eras la primera de mi lista, así que —me sonrió traviesa—. Si algún día te aburres de Carlos no dudes en llamarme —dejó un papelito en mi mano con lo que supondré que era su número, pero yo estaba tan roja que no supe reaccionar cuando me besó la mejilla.

Una chica me acababa de coquetear.

Y admito que me gustó recibir atención no masculina.

Malia irradiaba tanta confianza que hasta me hizo cuestionarme todo lo que conocía de mí misma.

¿Me gustaba la atención femenina o me gustaban las chicas?

Si fuera lo segundo, no me sentiría así solo con Malia, sino con todas o siquiera la mayoría. En cambio es la primera vez que me fijaba en una mujer de esa manera.

Supongo que su carisma y la forma en que se manejaba tenía mucho que ver.

Era cierto que cualquier cumplido de una mujer se sentía mejor que viniendo de cualquier hombre, y que esta chica tenía cierto algo que ponía nervioso a cualquiera.

—Joder, Lando, me dijiste que la mantendrías alejada —maldijo una voz que conocía muy bien. El uniforme rojo de Ferrari fue lo primero que me llamó la atención.

—Lo siento, ella me da más miedo.

—¿Qué? ¿Tan intimidado te traigo, Carlitos? —se burló la castaña rodeando mi cuello con su brazo, y por su estatura no se le hacía una tarea difícil. Carlos siguió el movimiento con la mirada.

—Deja de coquetearle a mi novia, Malia —la señaló con el dedo y ella tan solo sonrió divertida y me susurró al oído:

—Está todo paranoico porque le quité a una conquista hace un par de años —explicó y Carlos resopló rodando los ojos acercándose para separarnos él mismo.

—No estoy paranoico, solo que tú no tienes pudor alguno —me atrajo a su lado.

—Estoy segura que tus hermanas apreciaron la atención de alguien sin pito por primera vez —le quitó importancia, pero Carlos la miró con la frente arrugada.

En medio de todo su argumento, Lele se acercó a mí con la bebé en brazos e hizo el gesto de pasármela. Su teléfono no paraba de vibrar en su bolsillo, y seguro era importante, por lo que acepté y enseguida se acopló a mis brazos todavía dormida.

Parecía un pequeño angelito.

—...¡Le coqueteaste a Luisa sabiendo que está conmigo! —chilló Lando.

—Shhh —lo mandé a bajar la voz y se vio ofendido.

La sonrisa de Malia se ensanchó ante la mención de Luisa—¿Volvió mi amada?

—¡No! ¿Ya ves porqué no me gusta llevarla a ningún lado? —murmuró el duende hacia Alya, como niño acusando a su hermana con su madre.

—Solo me divierto, Lan —volvió a guiñar el ojo hacia mí—. Vamos, relájate un poco que en unos minutos empieza tu práctica —se dirigió de nuevo hacia el británico.

Carlos cayó en cuenta de eso, volteándose hacia mí y de repente notando la bebé en mis brazos. Había un brillo en sus ojos al ver la imagen, su rostro de repente portando una cálida sonrisa llena de ilusiones.

—¿Te molesta si te tomo una foto? —sacó su teléfono.

—No, solo no la despiertes —susurré arrullándola en mis brazos.

Tomó varias fotos y no pude evitar querer reír al ver la postura que tomaba cada vez que iba a tomar alguna.

—¿Ahora qué?

—Pareces un anciano cuando usas tu celular —me burlé.

—Claro que no —frunció el ceño.

—Carlos, te juro que hasta mi papá toma fotos mejor que tú.

Se vio súper indignado, pero no tuvo mucho tiempo para estarlo cuando empezaron a llamar para la práctica que estaba por comenzar.

Estaba por entrar en pánico cuando Lele se acercó casi corriendo a tomar a la bebé.

—Te veré luego —se inclinó el español a darme un corto beso pues estábamos bajo presión y yo asentí.

Mi familia nos veía desde lejos, conversando con Zak desde que llegaron, pero la mirada que no me podía sacar de encima era la de mi papá. Decidí ignorarlo.

Con la bebé segura en brazos de Lele me dispuse a acomodarme el casco en la cabeza.

—Te luce —señalé con el mentón a Chabela, y Lele la vio con una pequeña sonrisa, como si no pudiera creer que sostuviera algo tan preciado. Algo que anhelaba más que a nada.

—Lo sé...




[...]




SÁBADO 18 DE JUNIO, FALTA 1 DÍA PARA EL GP DE CANADÁ

Había obtenido un tercer lugar en la quali. No era donde quería estar, considerando que tenía a Max en primer lugar y Carlos en segundo, pero podía trabajar con ello.

Siempre pensé que ahora que estaba con Carlos los fines de semana de carrera serían diferentes. Sin embargo, desde el viernes una línea invisible había sido trazada dejando en claro que el español quería su espacio estos días para concentrarse y yo igual. La única diferencia de cuando nos odiábamos era que compartíamos cuarto y cama.

Pero trataba de no pensar mucho en eso. El último fin de semana de carreras nos habíamos peleado y por ello mi mente no estaba tan concentrada en la carrera como debería, terminando octava.

Ahora que estábamos juntos esperaba que ese no fuera el caso, pero me equivoqué.

Solo que por diferentes motivos.

Carlos había salido a cenar con sus padres mientras que yo trataba en lo posible de evitar a los míos. En especial a mi papá.

Había algo en su presencia que me

inquietaba, me hacía sobre pensar.

Toda esta semana con mi familia se había sentido pesada. Y no por mis traviesos hermanos, o mi mamá, sino por el continuo enfoque de energía que debía poner para que mi papá y el de Carlos no pisen la misma habitación desde la cena del lunes y se terminen matando.

Seguía esperando a que Carlos llegara para ver si su presencia me ayudaba a dormir, cuando escuché que tocaban mi puerta.

No era precisamente tarde, pero no esperaba a nadie.

Me levanté con toda la pereza del mundo hasta mi puerta, y no me esperaba la imagen que me encontré del otro lado.

Mi papá.

—¿Qué quieres? —dije un poco a la defensiva, de verdad no estaba de humor para lidiar con él.

—¿Ni siquiera la bendición? ¿Un "hola papi, buenas noches"? —cuestionó entrando a mi habitación sin problema alguno. Examinaba todo como un militar con ambas manos detrás de su espalda.

—No —solté a secas y cerré la puerta para voltearme hacia él—. Y no recuerdo haberte invitado a pasar.

Se quedó callado, fijamente viendo algo y cuando seguí su línea de visión me quise enterrar viva.

Condones. Acababa de ver la caja de condones.

Hizo un sonidito afirmativo con su garganta antes de voltearme a ver—Al menos se están cuidando.

—¿A eso viniste? ¿A curiosear si tu hija se estaba cuidando para no tener que compartir un nieto con Carlos Sainz? —alcé una ceja hablando con sarcasmo.

—No. En parte es un alivio, pero no es por lo que vine —suspiró viéndome—. Vine a desearte suerte.

Y podría jurar que sentí un tirón en mi corazón. Ese era mi padre. El padre que me deseaba suerte y me animaba en cada carrera. Y por un momento el pensamiento de que había regresado me llenó de gozo. No quería que viera lo mucho que esas palabras me habían conmovido, así que traté de esconder lo mejor que pude mi sonrisa.

Esto era lo que deseaba mi niña interna. Este era el padre que se merecía, uno que la apoyara sin importar qué, como lo solía hacer antes de una carrera de karting cuando era pequeña. Por ese lado la nostalgia me consumió por unos segundos, impidiéndome hablar.

Pero entre más lo miraba y pensaba en sus palabras, esa visión del padre que solía conocer empezó a flaquear. Recordando... Recordando todo lo que me había hecho pasar estos años.

Recordando como me expulsó de mi casa, mi hogar, cuando más lo necesitaba.

Recordando como me apartó de mi mamá y mis hermanos.

Recordando como me dio la espalda e hizo que todos lo hicieran también.

...Recordando todo el rencor que le tenía acumulado.

Y sin saber porqué, una pequeña risa incrédula salió de mis labios e incrementó en volumen cuando me miró confundido.

—¿Qué es lo gracioso?

—¿Suerte? ¿Desde cuándo tú me deseas suerte, Leonardo? —ladeé la cabeza y enseguida se mostró molesto.

Ahora, la sonrisa en mi rostro no era de satisfacción, era de cinismo y molestia.

—Soy tu papá, Adora. No entiendo por qué te tienes que poner así.

—¿Por qué? —parpadeé pretendiendo estar incrédula—. ¿Tal vez porque tú mismo me apartaste?

—Adora...

No me detuve—No, Adora nada. me hiciste así. me apartaste de tu vida, de la vida de todos los que amo. decidiste darme la espalda. A , tu propia hija. Y nunca te atreviste a pedir disculpas...

Me interrumpió viéndome severo—Ni las voy a pedir, así que puedes esperar sentada.

Yo sabía eso desde siempre, pero aun así pude sentir un nudo en la boca de mi estómago formarse. Mi padre solo me había confirmado algo que yo sabía y aún así sentí como me estaba afectando de sobremanera.

Lo que no hizo más que aumentar mi enojo—¡Y luego esperas que te reciba con los brazos abiertos y te llame papá! ¿Pero adivina qué? Ese título se gana, y tú no te lo has ganado —negué con la cabeza y se acercó a mí apretando los labios.

—Sigo siendo tu padre, Dora.

Me alejé de él, no por miedo, si no porque quería verlo por completo. Quería tenerlo vigilado como si fuera un extraño para mi. Pude ver que ese acto lo desequilibró, pero no iba a demostrarlo, así que se recompuso en segundos. Nuevamente continué sacando todo lo que sentía, porque si no lo hacía ahora, ¿cuándo?

—En papel tal vez, pero tú dejaste de ser mi papá hace mucho tiempo —le mantuve la mirada tensando la mandíbula—. ¿Qué clase de padre hace las cosas que tú haces?

Intervino de nuevo, tratando de excusarse—Las cosas que hago son para protegerte.

—¿Protegerme? —dije con una mueca de decepción en mi rostro—. ¿Dejarme llorando y gritando por horas afuera de tu casa es protección? ¡Solo porque quise seguir mi sueño! Vaya forma de ponerlo. Tú no sabes qué es eso.

—¡Y tú no sabes lo que es ser padre! —explotó con furia avanzando de nuevo hasta quedar frente a mí, la vena en su frente marcándose aún más—. ¡No sabes lo que es ver por años como personas se matan en un deporte y que tu hija se meta voluntariamente en él! ¡Lo que es sentir ansiedad todas las carreras! ¿Será esta la carrera en que se mata? ¿Será esta en la que termina paralítica? ¡No! ¡En cambio solo piensas en pajaritos e ideas absurdas de que tienes posibilidades de ganar un campeonato!

Mi corazón se cayó al subsuelo al escuchar lo último.

No creía en mí.

—¿Así que quieres decirme que no sé lo que es protegerte? El motivo por el que me molesté tanto de que fueras a mis espaldas a inscribirte a la Fórmula 3 fue porque no pensé que tenías posibilidad alguna de ganar y que estabas tirando tu futuro por la borda. En vez de ser una exitosa abogada respetada, serás la chica que fue lo suficientemente estúpida para dejar la carrera y meterse en un deporte donde sería el hazmerreír.

Lo dijo con una crueldad tan seria que pude sentir el segundo exacto en que mi labio inferior comenzó a temblar.

No voy a llorar.

No voy a llorar.

No voy a llorar.

No por él...

No le daría ese poder.

—Pues te equivocaste —me escuché decir con la voz temblorosa, tratando de mantenerme firme en mi posición, pero me sentía tambalear.

Porque mi padre acababa de reafirmar todo lo que yo misma me decía en mis momentos más íntimos.

—¿Lo hice? —alzó una ceja—. Porque que sepa, no es como que haya habido mucho cambio, ¿no? Sigues siendo el hazmerreír, solo que no te has dado cuenta.

Me apoyé de la mesa a mi lado, escuchando sus palabras retumbar como un eco en mi cabeza a medida que seguía hablando, envenenando todos mis pensamientos con tinta negra.

Mi padre no creía en mí y no solo eso, me consideraba una burla como la mayoría de la gente afuera. Siempre creí que esa gente no importaba porque no la conocía, pero saber que mi propio padre era uno de ellos me quería hacer salir corriendo como una niña pequeña.

Mi silencio hizo que él tomara más valor del que sentía y continuó hablando sin saber que yo sentía cada palabra como un puñal en mi espalda, o tal vez sí lo sabía, lo cuál lo hacía todavía peor.

—¿O me vas a decir que te toman en serio? ¿Que no te hacen preguntas ridículas para obtener una reacción de ti? Te ven como una burla, Dora, como el bufón de su negocio. Tú crees que vas a cambiar cómo funciona el mundo, pero yo he estado muchos años más que tú. Tan solo eres un objeto para su entretenimiento, pero ¿creer en ti? Nadie lo hace. No en verdad. Cualquiera que diga lo contrario te está mintiendo. Ninguno de esos tipos en la FIA va a permitir que gane el campeonato una mujer porque el juego está arreglado y sus inversionistas no quieren ver eso, así que vete metiendo eso en la cabeza. Tú entraste a la Fórmula Uno a perder. Y no hay nada que puedas hacer para cambiarlo.

La dureza con la que pronunció esas palabras fue suficiente para que empezara a ver borroso, producto de las lágrimas que se acumulaban.

Odiaba que me viera llorar, era darle el poder que según yo le había quitado. Era confirmarle que todo lo que decía era verdad.

¿Cómo luchar contra todos los que no creían en mí, cuando el presidente de su club era mi propio padre? 

—No lo entiendes. ¡Nunca lo has hecho! —El nudo en mi garganta apenas me dejó hablar, pero estaba segura de que me había entendido.

—¿Qué no lo entiendo? Eres tú quien pareciera seguir siendo una niña creyendo en cuentos de hadas ¡Escúchate!

—Soy yo quien está en este negocio 24 horas al día, 7 días a la semana, sé en dónde estoy parada y hacia dónde voy —¿Me creía lo que le decía a mi padre? No, en absoluto, pero me negaba a darle la razón.

Para este punto mis lágrimas bajaban por mis mejillas sin importarme limpiarlas, solamente pensaba en defenderme.

—¿Lo haces? Porque pareciera que no tienes la menor idea de lo que estás haciendo. Ya te lo dije Adora, eres su bufón y si no, eres su puta —Con una mano señaló la caja de condones tirada—. No te respetan y acostándote con uno de ellos, teniendo tu relación pública para que todos la vean, mucho menos lo harán.

Por un segundo se me había olvidado quien era el hombre frente a mí y quise soltarle un golpe, pero no sé si era el poco respeto que le tenía o el miedo de lo que fuera a pasar, lo que me hizo detenerme.

Me limpié las lágrimas y me enderecé para parecer más alta.

—No, yo no soy un chiste para ellos y mucho menos una puta, lo soy para ti y ya lo dejaste muy claro —Mi tono era serio, grave y prácticamente sombrío—. No sé por qué viniste en primer lugar, hubiera sido mejor que no lo hubieras hecho.

Ese comentario pareció herirlo, no me importó, porque no había manera de que yo lo hubiera lastimado de la misma forma en la que él lo acababa de hacer.

—Cuando todo este sueño termine, cuando veas que no lograste nada con tu vida y solo desperdiciaste tus mejores años, será que te darás cuenta que siempre quise lo mejor para ti.

Si quería demostrar de alguna forma que no me había afectado, con este último comentario era imposible. Me sentí débil, diminuta y sumamente insignificante.

—Vete —mi voz salió baja, más que un susurro. Un parpadeo y no la escucharía. Apreté mi mandíbula y volví a intentarlo, tratando de ganar firmeza en mi voz y no romper a llorar ahí mismo—. Vete ya —me obligué a pronunciar, sin verlo. Tratando de proteger una parte de mí que ya estaba rota.

Quería gritarle, quería repetirle que se equivocaba, que nada de lo que dijo era cierto.

Pero si sus palabras estaban causando este efecto en mí... era porque una parte las creía.

¿Quién querría verme ganar a mí?

¿Quién preferiría que ganara yo por encima de tipos como Max, o Hamilton?

¿Quién?

Porque estaba segura que el público objetivo del deporte no.

Y esos eran al final del día los que importaban.

Los que les importaba a los inversionistas.

Los que le importan a la FIA.

Algunas veces pensaba que ni siquiera mi propio equipo quería verme ganar, renovando el contrato de Lando antes que el mío, haciéndome salir con Carlos por patrocinios, obligándome a ser su ¿cómo había dicho mi padre? Bufón de su negocio.

Escuché sus pasos alejarse por el pasillo y seguido la puerta cerrarse.

Tal vez se fue porque no le quedaba más por romper.






▌│█║▌║▌║ —— ║▌║▌║█│▌

N/A: Diooos, estoy amando este cap jsjsjs

Ahora recemos que termine el siguiente para mañana porque si las cosas están mal ahorita, pueden apostar que irán peor :D

Le doy gracias a Fer JavaddMad por ayudarme a escribir parte de la pelea con el papá de Adora porque ufff, le puso su toque y elevó muchísimo la escena.

Aquí las Team "Odiamos al papá de Adora" ⬇️⬇️⬇️

Espero tener el siguiente cap para mañana o máximo el domingo.

No se olviden de votar y comentar,

Las quiero,

Se despide,

Val

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top