xi. well, now we've got a problem...


CAPÍTULO ONCE
bueno, ahora tenemos un problema



NO IMPORTABA CUÁNTOS años había pasado en sus garras, Echo descubrió que Ravka siempre podía sorprenderla gratamente. ¿Y hoy? Hoy le había proporcionado la más insólita de las alianzas.

Echo había dejado que Inej la guiara hacia uno de los monumentos conmemorativos que marcaban los nombres de los caídos en la Sombra. Era terrible, morboso, algo que Echo solía esquivar en su ciudad natal como si fuera el bastón regañón de su madre.

Pero por el bien de Inej podía soportarlo, aunque sólo fuera por un momento o dos. Además, por la mirada esperanzada de la chica Suli, su interés por el monumento no era sólo un triste reconocimiento a los muertos. Echo se preguntó a quién estaría buscando.

Decidida a no ceder a esa parte débil y marchita de su alma que le suplicaba buscar nombres, Echo se volvió de espaldas a la estatua. Se encontró con la mirada desaprobadora de Kaz Brekker. Llevaba una cabra bajo el brazo, y ella no podía negar el humor que desprendía el Bastardo del Barril al llevar ganado entre los brazos. Sólo de verlo se le humedecían los ojos.

—Te queda bien. —Sonrió.

Kaz puso los ojos en blanco. —Intentaré no encariñarme demasiado.

Alzó la voz lo justo para llamar la atención de Inej, que seguía repasando los nombres como si fueran un evangelio. —No creí que tuviera que especificarles ningúna desviación.

La chica Suli suspiró. —¿Aunque sólo unos minutos pudieran acabar con toda una vida de preguntas?

—Tus padres son Suli. No cruzan la Sombra. Dan la vuelta.

Sus padres. Eso explicaba el anhelo y la esperanza y todo lo que se suponía que venía con la familia. No es que Echo lo supiera. A diferencia de Inej, ella no tenía que molestarse en buscar el nombre de su familia grabado en la fría losa de mármol. No, si estuvieran muertos, ella lo sabría. Habría montado una fiesta.

Pero entonces Kaz estaba a su lado y cualquier pensamiento de celebración se ahogó en el mar de su mente. —No te creía del tipo sentimental.

—Y con razón.

—¿Qué? —Levantó una ceja— ¿No tienes familia que perseguir?

—No tengo necesidad de perseguirlos. Ya sé exactamente dónde están —Echo se apretó el corpiño del vestido alrededor del pecho. Servía de poco para combatir el frío—. Eso es lo que me mantiene a salvo.

—¿Siempre has hablado con acertijos?

—¿Siempre has sido tan entrometido?

Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Kaz. Parecía joven cuando sonreía, le sentaba bien. —Sólo cuando huelo un secreto. Apestas a ellos.

—Pues tengo la sensación de que no seguirán siendo secretos mucho más tiempo, —su tono era serio, resonando con las promesas de otra vida—. Porque como dijiste, todos tenemos deudas que pagar.

Con un gesto de la cabeza, Echo le hizo señas para que la siguiera por las calles, Inej ligera de pies tras ellos. Arrugó la nariz ante el animal que Kaz llevaba en el brazo mientras Inej adulaba su pelaje y sus pequeñas patas.

—Mantén a esa cosa alejada de mí. —Murmuró a Kaz. Y luego estornudó. Tres veces.

Era lo más humano que Kaz le había visto hacer desde que pisaron aquel país abandonado de los santos y no le gustó. En absoluto.
















VIAJARON BAJO EL VELO de luz de luna, la única antorcha de Arken hacía poco por aplacar la oscuridad.

Pero incluso con la niebla negra que se tragó su visión, Echo no pudo pasar por alto la inconfundible inquietud que se agolpaba en los rasgos de Kaz. Estaba tenso, alerta, sin duda fijándose en su escaso número. El Tirador no aparecía por ninguna parte, engullido por los mercados ravkan y, a su pesar, Echo empezaba a echar de menos a su amigo de piernas largas.

La voz de Kaz estaba tensa mientras murmuraba. —¿Dónde diablos está Jesper?

—Tranquilo. Ya vendrá —Echo esperaba haber sonado lo bastante tranquilizadora.

No se relajó, sino que tiró de la correa de su nuevo compañero y continuó el lento camino hacia el Abismo. No podía culparlo. Con los gritos furiosos de los Unsea resonando en la noche, ¿qué posibilidad había de paz para ninguno de ellos? Echo no podía confundir esa sensación de cosquilleo familiar que se agitaba al ver el muro de oscuridad viviente. Significaba peligro. Significaba correr.

—Sólo un poco más lejos, —dijo Arken, caminando con una determinación de mandíbula apretada hasta que llegaron a una parcela de tierra desierta bordeada por pesadas señales metálicas. Echo no necesitaba hablar ravkan para saber qué decían las palabras. La representación implícita de un humano sin piernas era más que suficiente.

Pero a su lado, Inej silbó y se detuvo de golpe. —Minas terrestres.

—Esperaremos —Kaz bloqueó el paso de Echo con un rápido chasquido de su bastón—. Sigue el camino que tú mismo haz trazado.

Arken descartó sus preocupaciones con un gesto de la mano. —Ese cartel fue idea mía para mantener a la gente alejada. No se puede ser demasiado cuidadoso. Estamos bien.

Tal vez dijo algo más, tal vez siguió la conversación, pero Echo necesitó toda su voluntad para mantener los pies en movimiento mientras miraba el muro de oscuridad sensible que tenía delante. La violencia de aquella cosa era espantosa. Había visto bastantes familias devoradas por su caos y, sin embargo, allí estaba, mirándola fijamente.

Allí. A lo lejos, una estructura metálica grisácea se abrió paso entre la niebla. No se parecía a nada que Echo hubiera visto antes, su estructura se asemejaba a la de un carruaje y, sin embargo, su mecánica era demasiado compleja, demasiado intrincada. Su parte más curiosa deseaba que el tiempo se detuviera, aunque sólo fuera por un momento, para poder diseccionar aquel artilugio y descubrir cómo funcionaba. Pero ahora no era el momento para tanto interés. Arken le tendió una mano.

—Cabra, jurda... Gracias. Ahora sólo estamos esperando...

Un disparo resonó en el aire y una voz familiar sonó a través de la niebla. —¡Esperen!

Era innegablemente Jesper, rodeado por una cohorte enloquecida que blandía antorchas encendidas y un surtido de otras armas de aspecto desagradable mientras le perseguían por el paisaje.

—¡Jesper, ven aquí ahora! —gritó Inej mientras los disparos de pólvora chamuscaban el aire a su alrededor.

El Tirador estaba en un estado de frenesí mientras los veía escabullirse hacia la oscura puerta del transporte metálico. —¡Oh, esperadme! —Sus fuertes pasos se dirigieron hacia ellos— ¡No se vayan sin mí!

Echo extendió una mano al acercarse, agarró la suave manga de su chaqueta y le arrastró a la seguridad de lo que a Arken le gustaba llamar su engañosa maquinita.

Kaz estaba cara a cara con él en un instante, mirando hábilmente al chico zemini con toda la autoridad que hacía de Manos Sucias aquel al que temían. No era Kaz, no era el chico melancólico, era el hombre capaz de arrancar un ojo de su órbita si con ello conseguía lo que quería.

Era fascinante ver cómo cambiaban sus ojos, su postura y su voz. A veces, Echo se preguntaba si se había equivocado al elegir a Kaz Brekker como su ángel de la guarda. Momentos como estos demostraban que estaba equivocada.

—Dime que tienes 20 libras de carbón de alabastro. —Era una amenaza, una burla. Decía: dime lo contrario, te reto.

—Hay un pequeño inconveniente en el plan —Jesper se liberó de la mirada de Kaz y levantó una mano oscura para juguetear con su cuello—. Resulta que el chico que me ayudaba a comprar el carbón no sabía exactamente cómo... comprar carbón.

Y al igual que el tono de Kaz escondía un mensaje secreto, también lo hacía el tirador. Le conocían lo suficiente como para leerlo con facilidad.

—Lo apostaste.

En momentos así comprendía la reticencia de Kaz a jugar con ella. No era un juego cuando sabías que estabas destinado a perder.

—Perdí un poco del dinero —Jesper hizo una mueca—. Perdí todo el dinero. Pero conseguí robar veinte libras de carbón de alabastro.

El conductor cogió el saco de arpillera blanca que Jesper llevaba al hombro. Lo sopesó en sus manos. —No, no, hay dieciséis libras.

—¡Dieciséis puntos de carbón de alabastro! —corrigió Jesper con una floritura.

Echo observó cómo Kaz intentaba sofocar su rabia y se preguntó cuánto tardaría el Tirador en recibir un golpe seco con un bastón de cabeza de cuervo. Se volvió hacia el conductor con el rostro inexpresivo. —¿Podemos hacerlo con 16?

—Nunca se ha hecho antes. Siéntense aquí. —Empujó hacia abajo a Jesper, Inej y Echo en rápida sucesión. Kaz permaneció intacto, silencioso y hosco en una posición elegida por él mismo. Arken no se opuso—. Nunca desplaces tu peso.

El hombre mayor se inclinó para avivar las llamas que rugieron en un fuego incandescente cuando un aluvión de balas empezó a golpear la carcasa de hierro de su transporte. Inej levantó la mirada hasta que su línea ocular se posó en el pequeño hueco entre las placas metálicas. A juzgar por la expresión de sus facciones, dieciséis kilos de carbón de alabastro no eran su único problema.
Haciendo caso al consejo bastante grosero del Conductor, Echo mantuvo su peso exactamente donde estaba, con cuidado de no desplazarse ni moverse ni un centímetro. Era torpe donde Inej era grácil, así que, por el momento, la chica de Suli sería sus ojos.

Una mina estalló en el exterior, esparciendo oscuros copos de tierra por el paisaje. Esto hizo que Echo se moviera, así como un Kaz ligeramente contrariado, ambos con idénticas miradas de leve horror en sus rostros.

—Creía que habías dicho que no eran reales. —Murmuró el chico, mirando con el ceño fruncido a Arken, que estaba preocupado con un trapo engrasado en las manos.

—No dije nada de eso, —se encogió de hombros—. Sólo dije que yo mismo puse el cartel.

Bueno, pensó Echo con una especie de alegría resignada, al menos había un problema menos con el que lidiar.

La máquina empezó a silbar y a zumbar bajo sus movimientos, cobrando vida mientras los Cuervos se tensaban en previsión del viaje que les esperaba. A los pies de Echo, la cabra se encontraba bajó sobre su estómago. Luchó contra el impulso de arrojarla del carruaje, para ver lo bien que se mezclaban las minas terrestres y el ganado.

Entre respiraciones cortas y enérgicas, Inej se llevó la empuñadura de la daga a la frente y luego a cada hombro, murmurando una oración silenciosa. Echo deseaba tener algo en lo que creer, tal vez eso haría que su muerte inminente fuera más fácil de soportar.

Su viaje comenzó, cualquier cosa menos firme y seguro. Parecía que a la Sombra no le gustaban los visitantes inesperados, ya que gruñía, se agitaba y luchaba por enviarlos directamente a sus peligrosas profundidades. Pero la invención de Arken era cierta.

A pesar de sus esfuerzos, Echo no podía detener el incesante golpeteo de su pie contra el suelo metálico. Por el apretón de su mandíbula, se dio cuenta de que a Kaz no le gustaba la percusión, pero era eso, o darle una patada a la cabra. Echo optó por el menor de los males.

Un timbre hueco reverberó a lo largo de la estructura y los cuervos levantaron la cabeza sincronizados, como una máquina bien engrasada.

—¿Qué ha sido eso? —murmuró Jesper, llevándose las manos a las pistolas que llevaba enfundadas.

El conductor apenas levantó la vista de su cuaderno, que mantenía alejado de la mirada de Echo. Bastardo. —He instalado un sistema de temporizadores a lo largo de la línea. Trozos de metal colgados de postes para mantenerme informado de nuestro ritmo.

Para su propia tranquilidad, Echo consultó su reloj.

—¿Cómo sabías dónde poner los postes? —Kaz no se dejó impresionar.

—La física y la ingeniería explican... la mayor parte de mi éxito.

—¿Y el resto?

—Lo que podríamos llamar intervención divina.

—Suerte —Echo murmuró en voz baja. La divinidad tenía pocos deseos de intervenir en la creación del mundo y, si no lo hacía, no sería para ayudar a los caprichos hambrientos de dinero de un hombre.

Arken la ignoró, parecía hacerlo a menudo. Tal vez su rostro lo desconcertaba, no sería la primera vez. —Y después de todo, la Sombra está llena de volcras... —Guardó silencio y, casi como en el momento justo, los bajos gemidos de los monstruos sonaron desde la oscuridad—. Y las huellas no están completas.

Se volvió hacia Kaz, señalando el fuego. —Carbón, por favor.

Al parecer, Echo y Jesper fueron los únicos en darse cuenta de una información vital. —Lo siento. —El Tirador estaba indignado— ¿Dijiste que las huellas no estaban completas?

—Dije que no están completas.

—¿Qué? —Echo avanzó, sus faldas se desparramaron por el suelo lleno de polvo.

Un dedo regañón detuvo sus movimientos. —No te muevas. Llegamos un poco tarde. Más carbón.

Cuando este viaje terminara y el Conductor dejara de ser su única esperanza de un trabajo bien hecho, Echo iba a golpear a ese hombre con su cuaderno encuadernado en cuero y le mostraría lo que realmente sentía.

Jesper se había vuelto de un gris espantoso, aferrándose al cuello de su chaqueta como si fuera un salvavidas. —Volviendo al tema de verdad. ¿Estamos en pistas que no conectan con otras pistas?

—Hay un hueco, pero... —Kaz cortó al conductor antes de que pudiera decir otra palabra.

—Dijiste que podías hacernos pasar...

La lista de personas a las que Echo iba a asesinar si vivía para ver otro amanecer iba en aumento. Primero, Arken Visser (razones: obvias). Luego, Kaz Brekker, por hacerla tan estúpida como para aceptar este maldito viaje en primer lugar. Demasiado para ser un genio. Agarró con fuerza el banco metálico hasta que sus nudillos se volvieron de un blanco crudo. —¿Cuánto espacio hay?

—Construí listones en el coche. Se colocan debajo de las ruedas. La turbina genera suficiente viento para empujarnos hasta la pista este.

Genial. Sus vidas dependían del
viento. Este hombre les había arrastrado a las profundidades del infierno y les había dicho que confiaran en algo tan trivial como el viento. Si sus padres pudieran verla ahora, oh cómo se reirían.

El Volcra nos ahorrará la molestia,
beznako. Bienvenido a casa.

—Ahora, el ruido puede atraerlos, pero es la única manera de cruzar, hay un nido cerca. Estaremos bien. Si no nos han atacado en...

Un violento chillido ahogó las palabras del Conductor en su garganta. Volcra. En su pánico, Echo alargó la mano para agarrar el músculo de tela del muslo de Inej, necesitaba algo que la anclara a este mundo mortal mientras encontraban su final. La muchacha de Suli no la apartó, sino que agarró sus manos con fuerza, como una oración silenciosa entre una creyente y una negadora.

—Bueno, ahora tenemos un problema.

Al otro lado del vagón, Echo se encontró mirando fijamente a Kaz a los ojos. Si no hubiera sido tan experta en ver lo que la gente prefería que ella no viera, era posible que no hubiera percibido el miedo que brillaba en ellos. Esperaba que su propio pánico estuviera tan bien disimulado. No era momento para debilidades. —¿Cómo luchas contra ellos?

—Huyo de ellos. —Los movimientos del Conductor eran una ráfaga de diales giratorios y palancas accionadas mientras luchaba furiosamente con su máquina— ¡Abre el acelerador y echa todo el carbón, que funciona cuando hay 6 kilos!

El rugido del Volcra ahogó cualquier pensamiento coherente que Echo pudiera haber tenido en ese momento. Eran demasiado ruidosos, había demasiados como para esperar escapar. Incluso si por algún milagro infinitesimal lograban vivir, Echo no se imaginaba que pudiera escapar de aquellos gritos.

Arken golpeó con la palma de la mano abierta contra el metal mientras un feroz chillido retumbaba en la cabaña. —¡Maldita sea! La estúpida se ha clavado un pincho.

Sangre. La sangre brotó del techo en un chorro rojo y caliente y salpicó la piel blanca y pálida del brazo de Echo. Ella se echó hacia atrás con una rabia silenciosa, girando la palma de la mano una y otra vez como si sus miradas apagadas pudieran limpiarla. Kaz se levantó de su posición junto al fuego ardiente, pero Arken le detuvo con una rápida orden.

Kaz vaciló antes de volver a sentarse. Se volvió hacia Arken, con los músculos tensos bajo la tela negra de su abrigo. —No lo conseguiremos con este peso extra.

—Dame un segundo. —El Conductor levantó un solo dedo y Echo supo que Kaz necesitó toda su fuerza para no arrancárselo. Lo sabía porque sentía exactamente lo mismo.

—¿Así es como morimos? —escupió Jesper, con una fina capa de sudor cubriéndole la frente.

Arken se volvió hacia él, con una orden tajante y breve. —Agarra la cabra.

El rostro del francotirador estaba horrorizado. —¡No voy a tirar la cabra!

—¡Agarra la maldita cabra! —El Conductor repitió—. No es un cebo. ¡Es para ti! Necesito que te calmes. Abraza a la cabra. Cierra la maldita boca.

Un timbre familiar sonó en el metal, apenas audible por encima del llanto de los monstruos. El conductor consultó su reloj. De nuevo, Echo consultó el suyo.

—Deberíamos haber tocado hace 20 segundos. Mis tiempos son precisos para que salgamos. Incluso 20 segundos por detrás significa que el tren se detiene dentro de la Sombra y... eso significa que morimos.

¡Perfecto! Ella quería reír. Absolutamente espléndido. Voy a morir como una criminal deshonrada en una destartalada caja metálica sobre ruedas con las mejores mentes de Ketterdam y una cabra.

Si los Santos existían, tenían un sentido del humor cruel.

A su lado, Jesper pasó las manos por el pelaje blanco del animal que descansaba sobre sus piernas. —Qué suave.

A pesar de los ojos llorosos y la piel roja y en carne viva que traía por la cabra, Echo deseó, sólo por un momento, que la criatura la reconfortara en cierta medida. Aunque probablemente la mataría mucho antes que el Volcra.

—Puede que quieran hacer las paces. —El Conductor sollozó sobre el caos.

A pesar de su situación, Echo se rió.
Hacer las paces. Nunca había conocido el significado de esa palabra.

Desde el otro lado del metal en ruinas, los ojos marrones se encontraron con los verdes una vez más. El rostro de Kaz era solemne, inmóvil, su mirada se desvió hacia la sangre seca que cubría su brazo y Echo trazó distraídamente su textura escamosa. Le sostuvo la mirada sólo unos instantes antes de que cayera al suelo.
Haz las paces. Se preguntó cómo sería la paz para Manos Sucias.

Los Santos eran casi poéticos en su justicia. Ella había huido de la Sombra para escapar de la muerte, sólo para encontrarla en sus propias manos. Tenía los ojos abiertos. Si tenía que morir, Echo iba a mirar a la cara a su vieja amiga la Muerte.

Pero entonces el sonido de las suelas de cuero golpeando el suelo resonó en el compartimento. Jesper, con la pistola en la mano y la cabra a remolque, se dirigió al centro del compartimento, su mirada rebotando entre cada uno de los Volcra que gruñían mientras destrozaban el metal de su transporte como si fuera papel. Sus nervios parecieron derretirse como la cera de una vela cuando el primer disparo surcó el aire, ahogando los gritos guturales de los Volcra.

El segundo, el tercero y el cuarto disparos se sucedieron rápidamente, cada uno de ellos encontrando su hogar en sus marcas a través del pesado acero y la oscura noche. Con cada bala, Jesper despachaba a otra de las bestias y Echo podría haber creído que era obra de los santos si no fuera por la forma en que el metal parecía desafiar las leyes de la física. Se curvaba, giraba y se movía como si lo guiara una mano invisible. No eran los Santos, sino algo mucho más cercano.

La revelación golpeó a Echo como una bala en el pecho. Le robó el aliento de los pulmones. ¿Cómo no lo había notado?

No había tiempo para pensar en los fallos de su mente falible. Eso lo dejaría para el resto de su vida. Ahora tenía otros dones mucho más útiles. Echo saltó de su refugio en el frío banco de metal, ignorando los gritos desesperados de Arken, y sus dedos llenos de cicatrices se enroscaron alrededor del delgado hueso de la muñeca de Jesper cuando éste levantó el arma para vaciar el cañón.

Sus propios ojos abiertos de par en par eran la única prueba que ella necesitaba, su teoría estaba confirmada. Lo sintió, esa oleada de poder que sólo podía ser posible porque ellos eran posibles, dos mitades de un todo. Lo semejante llama a lo semejante.

—Hazlo. —Su voz era un susurro mortal.

Jesper cerró los ojos y disparó, la última bala voló certera y se alojó en el cráneo marchito del último demonio. Cayó inerte, muerto.

Y como para felicitarles por su triunfo, la luz del sol se coló por el esqueleto roto del carruaje, anunciando un destino improbable.
El carruaje se detuvo tambaleándose y los habitantes se levantaron de sus asientos hasta que Echo se dio cuenta de que seguía arrodillada en el suelo con la mano manchada de sangre grabando dibujos carmesíes en el metal erosionado. Un pesado bastón golpeó el espacio entre sus dedos, una ofrenda.

Levantó la vista a través del pelo rojo anudado. Kaz la miraba fijamente, como si la viera por primera vez. —¿Estás...?

¿Estás bien? ¿Estás loca? ¿No eres humana? No importaba qué palabra iba a decir. La respuesta seguiría siendo la misma.

Echo agarró la robusta madera de su bastón y dejó que Kaz la pusiera en pie. La palabra casi se le derritió en la lengua.

—Sí.

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