Capítulo 7
La sala rosa era un saloncito con una decoración encantadora y llena de detalles delicados. Las paredes estaban decoradas con paneles rosa que combinaban con el mobiliario. Grandes espejos y cuadros colgaban de las paredes. La lámpara de cristal emitía un suave resplandor en el ambiente.
En el centro de la habitación una mesa de té adornada con flores y fina porcelana esperaba a Elke.
La reina, distinguida y elegante, estaba sentada con gracia en uno de los acolchonados silloncitos. Al ver a Elke, le dedicó una cálida sonrisa.
La reina era joven, más de lo que creía Elke. Llevaba el cabello castaño en un lindo tocado, alto y sujeto con un adorno en la base del pelo. Sus pequeños ojos eran bondadosos y Elke pensó que podrían llegar a ser amigas, tal vez. Pero realmente no sabía mucho sobre amistades, en cuanto a la nobleza hablando.
—Querida Elke, bienvenida— dijo la voz amable de la reina—. Me alegra que hayas decidido tomar el té conmigo.
Elke se acercó y agradeció con gratitud.
—Gracias majestad. Es un honor estar aquí.
La reina le indicó que se sentara a su lado y ella obedeció con humildad en sus gestos. Los sirvientes trajeron las teteras con humeante té caliente y sirvieron en las tazas.
—Llámame Célie— dijo la reina poniendo azúcar a su té—. Presiento que vamos a ser buenas amigas.
—Célie, que hermoso nombre— dijo Elke suavemente.
—Es el nombre de mi madre. Me temo que mis padres no tuvieron mucha imaginación—rio simpáticamente y Elke la correspondió—. Ahora cuéntame algo sobre ti, ya que vas a desposar a mi hijo, considero justo conocerte.
Elke se revolvió en el asiento, no encontraba qué decir.
Se supone que destaque, está esperando que le cuente algo interesante, pensó.
—Sé tocar el piano—dijo apurada, como si se le hubieran estado contando los segundos para responder.
—Qué agradable, ¿tocas a los grandes maestros? —estaba interesada.
—Oh si, a Barchraft, Siemens y Ducht. Y también a veces solo toco mis propias melodías.
—¿Compones? —Elke nunca lo había pensado como componer, solo se dejaba llevar por las emociones y la música iba fluyendo. Nunca volvía a tocar la misma pieza.
—Bueno, no así como tal.
—Pero inventas música.
—Un poco, si— sonrió orgullosa.
La reina dio un sorbo al té. Se la veía satisfecha.
—¿Podrías tocar para mi? —señaló un piano cerca de la ventana—. Karl tomaba lecciones y practicaba aquí conmigo, ese es el motivo del piano. Pero de eso pasó mucho tiempo y no he vuelto a oír ninguna hermosa melodía, me encantaría oírte.
—¿Al príncipe no le gusta la música? —se atrevió a preguntar.
—Quiero pensar que si, pero ya sabes, está ocupado con su regimiento y los entrenamientos militares— resopló.
—Ah, qué interesante— mintió.
—¿Tocarás para mi? —insistió la reina.
—Por supuesto, si insiste— y vaya que le insistió. Se sintió de pronto como en casa. El piano frente a ella le producía sensaciones que ella amaba.
Sin embargo, cuando tocaba en su casa, lo hacía sola, sin sentir la presión de nadie más oyéndola o juzgandola. Pensó en el piano y suprimió la figura de la reina frente a ella. Se puso de pie y caminó despacio y bien envarada, hasta el piano. Tomó asiento y levantó la tapa.
La luz del sol entraba por los ventanales e iluminaba las teclas de marfil y la madera pulida del instrumento. Respiró profundamente, mientras trataba de aclarar su mente, rebuscando alguna melodía que pudiera servirle.
Con manos hábiles y seguras, colocó sus dedos sobre las teclas y comenzó a crear una melodía de lo que sentía en aquel momento.
Las primeras notas resonaron en la habitación, la reina sonreía en medio de una atmósfera de encanto.
La melodía comenzó con suavidad, como una brisa acariciando su piel. Recordó su vida pasada, en calma y tranquila, libre de preocupaciones. Sus paseos con Lena y las lecturas infinitas.
A medida que la canción avanzaba, las notas adquirieron un tono más enérgico y esperanzador, como el resurgimiento luego de la oscuridad. Recordó a Klaus, había venido a irrumpir en su vida de una maravillosa forma. Él la entendía y no la veía como todos los demás lo hacían. Elke no podía imaginar cómo iba a acabar todo aquello.
Sus manos se movían con gracia sobre las teclas, expresando todas las emociones que era capaz de sentir. Cada nota era un trozo de su historia, un sueño, un anhelo y Klaus se colaba en ellos. Trató de aclararse la mente pero no pudo evitar pensar en cuando volvería a verlo. Tal vez podría pedir ir a su casa a ver a su familia y asi cruzarse con él.
Sin darse cuenta la melodía se volvió intensa, tal vez demasiado. La reina cerró la tapa del piano dándole el tiempo justo de quitar los dedos. Sobresaltada, Elke la miró sin entender.
—Esas no son melodías para que toque una niña como tú—dijo Célie—. Tienes que tocar canciones alegres, melodías que eleven el alma.
—Comprendo, lo lamento—dijo con la cabeza gacha y el orgullo herido—. Me dejé llevar, no volverá a suceder.
Por Loris, ahora tampoco podré desahogarme con mi música. Mente hueca y corazón vacío, eso es lo hay en estas personas.
—Descuida querida—contestó la reina con una sonrisa conciliadora—. Ven a terminar tu té que se enfría.
Se dirigió contando los pasos, sintiendo como las palabras de la reina pesaban en el ambiente.
La reina tomó un sorbo de té y suspiró suavemente.
—Me gusta tu espíritu, tienes pasión. Y me encanta la gente así, pero para gobernar necesitas tener la mente fresca. —Le dirigió una seria mirada—. Estamos en tiempos difíciles, las circunstancias son complicadas. Skarlien ha caído y tenemos pocos aliados. Tus acciones pueden tener un impacto que no puedas prever.
—Comprendo—Elke se mordió el labio inferior, sintiendo la presión de las palabras de la reina—. Intentaré comportarme como se espera de mí— esas palabras dolieron más de lo que pensaba.
No sabía nada de política, su padre se había encargado personalmente de que no leyera los periódicos siquiera. No sabía lo que había pasado con Skarlien y apenas podía decir que sabía quienes eran por el mapa que había robado de su padre. Tendría que empezar a interiorizarse un poco si quería encajar en aquel mundo lleno de exigencias.
—Nos esperan tiempos difíciles— continuó la reina—. La guerra en el norte nos empieza a afectar a todos.
Elke se limitó a asentir con la cabeza.
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Caminó despacio hasta la puerta de servicio, junto a ella un hombre joven fumaba un cigarro.
—¿Quieres uno? —le preguntó al verlo.
—Gracias— Klaus se acercó a tomar el cigarro que le ofreció. El hombre se lo encendió y dio una larga pitada—. Soy Klaus.
—Henry— se presentó el hombre, llevaba traje de criado y el pelo demasiado peinado—. ¿El cochero de la princesa?
—Si, señor— largó el humo.
—Vas a pasar un buen rato por acá, no salen mucho de la mansión. Puede que ella sea diferente pero les gusta estar resguardados.
No le gustó mucho lo que escuchó, aunque en parte debería haber estado agradecido. Le pagarían por no hacer nada. "El mejor trabajo del mundo", hubiera dicho Niklas.
—Bueno, mejor que me acostumbre.
—Después deberías pasar a saludar— señaló la puerta con la cabeza—. Son buena gente.
—Lo haré, por seguro— sonrió acercándose a la entrada y tiró el cigarro al suelo—. Mejor ahora que nunca.
El interior del corredor era bastante similar a los pasillos de la mansión Von Baden.
—Oh, señorito Kleint— dijo una señora muy seria al verlo. Llevaba un vestido negro y el pelo en un ajustado rodete. Rondaba cerca de los cincuenta años y algunas canas comenzaban a asomar de su cabeza—. Ya tenemos dispuesta su habitación.
La señora lo guió por una serie de pasillos hasta un corredor con muchas puertas. Una de esas sería la suya. Pensó muchas cosas, entre ellas que ya le había pagado al señor Bauen por un mes entero. Que desperdicio de dinero. Al menos este sitio es gratis.
—Aquí estamos— la señora abrió una de las puertas y le señaló el interior—. La habitación es compartida con el señor Listraus. Más tarde lo conocerá. Espero que sea de su agrado. La puerta de salida se cierra a las diez de la noche. Por lo general todos están en sus camas en ese horario. Recuerde que aquí todos nos levantamos temprano.
—Entiendo—dijo rápido tratando de aparentar experiencia.
—Yo soy la señora Strasius, el ama de llaves— se presentó la mujer sin dejar de mirarlo de manera escudriñadora.
—Todo es de mi agrado, gracias— dijo mirando a su alrededor y pensando que en algún momento tendría que regresar a su habitación en el barrio bajo a recoger su ropa.
—La señorita Von Baden no tiene ningún plan en la agenda el día de hoy. Puede retirarse y arreglar sus cosas para instalarse más tarde.
Strasius parecía haber leído su mente.
—Gracias, volveré cuanto antes.
—No se demore demasiado, la señorita Von Baden podría cambiar de planes— aseguró. Ojalá lo haga.
—No lo haré— dijo de salida.
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—Fue un momento muy incómodo, Lena— dijo Elke recostandose en la cama—. Me habló de muchas cosas de las que no tengo idea. ¿Cómo esperan que actúe si no sé nada de mi reino? —se sentía frustrada por sobre todo.
—Estoy segura que podrás con ello, además siempre puedes echarle la culpa a tus padres— rio.
—Nadie va a entender por qué soy tan ignorante.
—No seas tan dura contigo— dijo Lena sentándose a su lado—. Las cosas son como deben ser, es el destino de todos. Y me parece bien que no sepas algunas cosas, no tienes porqué saberlo todo.
Un golpe suave resonó en la puerta de la habitación, interrumpiendo sus pensamientos. Se levantó y se dirigió a la puerta para encontrarse con el príncipe Karl aguardando en el umbral. Vestía una chaqueta elegante aunque un poco grande para su contextura. No es que fuera delgado. Era amplio de hombros pero por algún motivo llevaba esa ropa holgada. Tenía el cabello rubio bien peinado y la miraba con una hermosa sonrisa en el rostro.
—Espero no haber interrumpido— dijo con cortesía. Ella negó con la cabeza, sintiéndose un poco sorprendida por la visita.
—En absoluto, alteza— dijo ella dando un vistazo a su habitación—. ¿En qué puedo ayudarle?
—Bueno, me preguntaba si quisieras dar una vuelta por el palacio. Yo podría guiarte—sonrió entretenido—. Pero solo si quieres, puedo entender si estás ocupada.
¿Ocupada? No tengo nada que hacer aquí.
Entonces se dio cuenta de que aún no tenía damas de compañía, tal vez se vería mal que diera un paseo a solas. Pero también era parte de la aventura, ¿no?
—Me encantaría, alteza— se vio contestando.
—No me llames "alteza", por favor. Soy solo Karl para tí.
—Karl—se aclaró la garganta—. Me gustaría mucho seguirte en el recorrido.
El príncipe sonrió apreciando su disposición y se hizo a un lado dejándola pasar y cerrando la puerta tras ellos.
Elke cruzó las manos por delante nerviosa y empezando a pensar diferentes respuestas predeterminadas que contestar para quedar bien ante él.
—Este es el pasillo de las habitaciones—dijo él—. Imagino que habrás notado que la habitación de la reina está aquí junto.
—¿Solo de la reina? ¿El rey no duerme allí? —Oh no, eso no tenía que decirlo. Tengo una boca demasiado grande. Karl negó con la cabeza.
—Mis padres hace mucho duermen en habitaciones separadas. Nunca se llevaron bien y él tiene sus... amantes. Nadie menciona esto obviamente y agradecería que tú tampoco lo hagas, pero todos lo saben.
—Lo lamento mucho por tu madre— su comentario era sincero y Karl lo supo apreciar.
—Descuida, a ella no le importa. Tiene sus clubs de costura y pintura para entretenerse y luego hace acto de presencia cuando se la requiere. No es muy activa en el ambiente político.
Pobre mujer, atrapada en esta vida sin poder hacer nada más. Encerrada. Y ese es el destino que me espera a mi. Tengo que empezar a hacerme a la idea.
Karl la tomó de la mano y tiró de ella hasta el gran ventanal del pasillo y abrió la puerta revelando una vista que la dejó sin aliento.
Frente a ellos se extendía un hermoso jardín, un rincón de serenidad en medio de la majestuosidad del palacio. Los rayos de sol de la tarde iluminaban cálidamente el paisaje, creando destellos en las hojas de los árboles.
Estatuas elegantes y figuras recortadas de césped adornaban el jardín y a lo lejos, un laberinto de hojas y enredaderas. Misterioso, atemorizante. Pero Karl sonrió brindando confianza.
—¿Quieres bajar? —preguntó confidente.
—Por supuesto que sí—dijo ella en un suspiro y él la guió escaleras abajo. Pasaron por varias salas hasta llegar al jardín. Las salas eran amplias y había siempre gente. Elke se preguntó quiénes serían todas esas personas y por qué rondaban siempre el lugar. Karl, como leyendo sus pensamientos dijo:
—Son parte del gobierno, el primer ministro, los secretarios. Se reúnen a diario con el rey para discutir asuntos políticos.
—Entiendo. ¿Y tú formas parte de ello?
—A veces sí. Verás, mi padre insiste en que es parte de mi formación— hizo una mueca aburrida—. Pero no mucho. Formo parte del ejército real, prefiero la acción en asuntos importantes que solo sentarme a discutir con un montón de políticos y hacer papeleo. Fui entrenado desde pequeño y mi padre me dará el mando del ejército completo algún día venidero.
—Así que eres un soldado.
—Podría decirse, sí— abrió una puerta y le indicó que pasara—. Por aquí.
Salieron al jardín, era mucho más imponente estar en el, que solo verlo. Se sentía el aroma a hierba fresca, recién regada por los jardineros que recortaban las plantas para que siempre lucieran perfectas. Flores, muchas flores de color rosa, blanco y hasta azul. Elke podría jurar que vió unas amarillas también. De la fuente central, emanaba un agua cristalina. Se acercó a ella y pequeñas gotitas la salpicaron.
—Es uno de mis lugares favoritos en el palacio—dijo él—. Un tranquilo refugio de la vida agitada.
—Es realmente hermoso— contestó aún admirando el paisaje. Karl asintió, compartiendo su aprecio.
—Mi madre solía traerme aquí de pequeño, me contaba historias sobre el reino y como cada figura y estatua representaban algo importante. También insistía mucho en que me mantuviera alejado del laberinto, algo que debo insistirte a tí.
—Descuida, no tengo intenciones de aventurarme en él, estoy segura que me perdería. —Él pareció satisfecho con la respuesta—. ¿Cuál es su razón de estar?
—Bueno, no estoy seguro de qué hace aquí un laberinto pero puedo decir que se ha usado en algunas ocasiones, fiestas principalmente.
Sonrió, disfrutando del paisaje y de la confianza del príncipe al contarle cosas.
—Debe de haber sido maravilloso crecer en un lugar tan bello—dijo Elke, aunque en realidad no lo sentía. Karl asintió, su expresión era ligeramente melancólica.
—Lo fue en muchos aspectos, pero el peso de la corona y sus responsabilidades pueden llegar a ser abrumadores. Todo tiene que ser completamente ordenado en mi vida, mis acciones son observadas por todo el reino.
—Puedo entenderlo, las exigencias sociales son a veces, asfixiantes.
—¡Esa era la palabra que buscaba! —exclamó sonriendo ampliamente—. Asfixiante. En ocaciones pienso que ser una persona común y corriente sería menos agotador.
Dudo que alguna vez hayas hablado con alguien que no sea rico, tus aires de nobleza no te lo permitirían.
—¿Seguimos con el recorrido? —Elke asintió y él le indicó la puerta al interior del palacio—. Es un palacio grande, y a veces incluso yo me pierdo aquí— se carcajeó—. Pero estoy seguro de que te acostumbrarás pronto.
Caminaron por los amplios corredores de la planta baja, pasaron nuevamente por al lado de la sala donde estaba el rey con el primer ministro. Al descubrirla observando, uno de los hombres de dentro cerró la puerta con un portazo.
—Algunos no creen que las mujeres deban involucrarse en política— dijo él.
—¿Y eso por qué? —no se dio cuenta de que su tono de voz sonaba reprochador.
—No lo sé— negó con la cabeza—. Es parte del patriarcado. Yo no discuto.
Claro que no discutes, eres parte de la misma sociedad retrógrada que nos gobierna a todos. No pretendo formar parte de ello.
—¿Pero tú también lo crees?
—No sé lo que creo.
Receló de ese comentario. ¿Cómo piensas gobernar un reino si no sabes lo que crees? Podrás ser bueno en la guerra, pero sin principios todo se te vendrá abajo.
Karl abrió una gran puerta revelando una enorme biblioteca. Elke quedó atónita ante la magnitud del salón. Estantes de madera oscura se alzaban desde el suelo hasta el techo, repletos de libros cuidadosamente alineados. Hileras de estanterías dividían el lugar en varios espacios. Una o dos mesas y sillas cómodas contribuían a la habitación, invitando a sentarse a leer y pasar un buen momento.
Karl sonrió mientras observaba la expresión de asombro en el rostro de Elke, y dijo:
—Bienvenida a la biblioteca real, uno de los tesoros más preciados del palacio. Aquí puedes encontrar innumerables volúmenes de libros que abarcan desde historia, filosofía hasta poesía y ciencia. No sé cual sea tu preferido, pero a mi me encanta la sección de historia.
—Lo imaginé—dijo ella sin darle importancia.
—¿Lo imaginaste? ¿Cómo es eso? —la miró sorprendido.
—Eres un soldado— Elke tomó un libro entre sus manos—. Te interesa la guerra e imagino que hay mucho sobre guerras aquí.
Karl rio bajito.
—Me atrapaste.
Pareces inteligente, pero te gusta la guerra. ¿Cómo le podría gustar la guerra a alguien inteligente?
—Gracias por mostrarme este lugar, Karl. Es realmente impresionante. Estoy segura de que pasaré bastante tiempo aquí.
—Me alegra que pienses eso, algún día podríamos venir juntos y te enseñaré varios libros interesantes.
—Me encantaría—sonrió y él le devolvió la sonrisa. Aunque estaba segura de que no serían los mismos libros los que elegirían.
—¿Seguimos?
Elke asintió.
Caminaron por el corredor y cruzaron junto al salón del baile.
—Ese sitio ya lo conoces, sigamos.
Pasaron por salas decoradas con obras de arte y arquitectura impresionante, hasta llegar finalmente a una puerta doble tallada con intrincados detalles, se abrió para revelar un espacio majestuoso.
—El salón del trono—dijo Karl.
Los ventanales de hermosos colores iluminaban la habitación, destacando los vibrantes colores de las alfombras y las telas que adornaban el lugar.
En el extremo opuesto del salón, dos tronos con detalles en dorado, se alzaban sobre un estrado elevado, con un tapiz elaborado colgando detrás de ellos. El alto techo estaba decorado con frescos que representaban momentos importantes en la historia del reino. Historias que ella no conocía. ¿Qué más no sabía? Se dio cuenta tristemente de que toda su vida solo había leído libros de ficción.
Elke se quedó sin palabras ante la grandeza que se extendía frente a ella.
—Este es el corazón de todo—dijo Karl—. Aquí es donde se toman decisiones importantes y se llevan a cabo las ceremonias y eventos oficiales.
—Es asombroso este sitio—avanzó entre los bancos a los lados, tocando la madera lustrosa, finamente tallada—. Los detalles, todo es sublime.
—Y algún día tú estarás allí sentada conmigo—señaló el alto trono y luego la tomó de las manos—. Haremos grandes cosas juntos. ¿No crees?
—Si—sonrió ella recordando en su mente el rostro de Klaus. No estoy segura de qué pensar de ti. El tiempo dirá lo que tenga que ser aunque, ¡por Loris! no creo en el destino. Estoy perdida.
Karl sonrió muy satisfecho, en su mente de seguro imaginaba que sus palabras habían sido bien recibidas.
—Tengo otros sitios que quisiera mostrarte—dijo.
—¿Podría ser otro día? Estoy un poco cansada— mintió Elke. No estaba cansada, solo quería alejarse de él, repensar sobre lo que le pasaba, su creciente ignorancia y avasalladora realidad de que no estaba en su sitio y cualquier palabra equivocada podía exponerla. Y para ello necesitaba estar sola.
—Si, por supuesto. —La tomó del brazo y subieron al segundo piso, donde estaban las habitaciones. Había más de quince y contando. Todas en igualdad de detalles y belleza. Según le dijeron, ella había recibido una de las más grandes, aunque no tanto como la de la reina o el mismo príncipe. Pero era espaciosa y hermosa. No podía pedir más. Si, tal vez la libertad de abandonarla.
La mayoría de las habitaciones estaban vacías y todos los días, sirvientes les quitaban el polvo y cambiaban las sábanas. Un desperdicio de recursos.
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