Capítulo 25

Klaus, sentado en su cama, miraba con atención el lápiz que se movía de la mano invisible de Lena, escribiendo en un trozo de hoja que estaba sobre la mesita de noche.

«Le costó mucho a Elke convencerme de venir aquí. Personalmente pienso que eres un idiota.» Decía en el papel.

—El gusto también es mío— dijo Klaus en voz alta—. Agradezco la confianza.

«No te des aires, los dos sabemos que al final resultarás en un fiasco y mi amiga será quien pague por todo lo que descaradamente rompas.»

—Te equivocas, no soy un fiasco. Puede que me falte un poco más de confianza, pero no quiero el mal para Elke. Y haré todo lo que pueda para demostrarlo.

«Espero con ansias ese día, mientras tanto tienes mi descontento.»

—¿Para qué viniste si solo planeabas discutir?

«Elke me mandó. Quiere que sepas que va a hablar con el príncipe sobre los abogados.»

—Pero eso ya lo solucioné—contestó Klaus pensativo.

«¿Ves que eres tonto? ¿Crees acaso que eran las únicas personas involucradas? Seguro respondían ante alguien y eso es lo que ella intenta descubrir. Solo espero que no sea igual de peligroso que lo que hiciste tú.»

—Mejor detenla—se apuró a decir—. Dile que yo me encargaré de eso luego.

«Al fin coincidimos en algo, ¿qué le digo que haga mientras tanto? ¿Cortar flores del jardín?»

—No lo creo, el jardinero debe de haberse esforzado mucho en ello.

«No me tomes el pelo, hombrecito.»

—Mira quien se burla ahora— rio.

«Yo solo miro por la seguridad de Elke, si no puedes proporcionarla, deberías seguir tu camino. Pero no soy quien para decirtelo, Elke parece tener una extraña fascinación contigo y eso no es fácil de quitar. Me sentiría más segura si me contaras tus planes.»

—Te los diría, pero todavía no estoy seguro de ello. Llevo casi dos semanas aquí encerrado buscando soluciones— se lamentó.

«Algo deberías tener en mente aunque si después de dos semanas no tienes ningún plan, nunca lo harás.»

—Tus palabras son todo un consuelo— suspiró—. Tengo una idea pero no sé si funcione.

«Te escucho.»

Lo que más le molestaba a Klaus de la conversación era que las palabras de Lena carecían de emoción, no podía distinguir el tono que empleaba al escribirlas.

—¿Recuerdas los hombres que me golpearon la primera vez?

«Algo así.»

—Bueno, aparentemente son de la banda de Vik, aunque no estoy del todo seguro. Mi idea es averiguar donde se reúnen— explicó—. Ellos parecían tener la misma información que yo y puede que tengan planes similares. Si los convenzo de levantarnos contra los nobles, estoy seguro que tienen fuerzas suficientes.

«¿Y si no?»

—Es un riesgo que debo correr.

«¿Eso es todo lo que tienes?»

—Yo creo que es una buena idea. Por lo pronto ya te dije que hace dos semanas que vivo aquí encerrado. Dame espacio, por Loris.

«No hay tiempo. Ya se ha fijado la fecha de la boda, está próxima. Si tus planes incluyen impedirla deberías tener algo más sólido sobre lo que trabajar.»

—Podrías recomendarle a Elke que aprenda a usar una pistola.

«¿Para qué?»

—Vienen tiempos difíciles— se expresó con pesadez en sus palabras—. Será útil. Le enseñaría yo mismo pero carezco de la logística para hacerlo. Por otra parte el príncipe podría hacerlo por mí.

«No creo que esa sea una solución.»

—Tú preguntaste, yo respondí. Ahora ayuda a ejecutar el plan—hizo una pausa—. Y dime Lena, me siento en desventaja aquí. Tú me ves y te mueves a mi alrededor sin que yo me entere. Mínimo podrías decirme como luces.

«Eso no es relevante.»

—Créeme que sí— insistió—. Pensar que estoy hablando con un fantasma me asusta un poco, no te lo tomes como algo personal.

«Vale, me veo como una chica de dieciséis años. Tengo el pelo marrón oscuro, los ojos negros y llevo un vestido azul, modesto, no como los de Elke.»

—Pero no tienes realmente dieciséis años—pensó en voz alta.

«No, tengo muchos más. Te sorprendería.»

—Te buscaré si necesito datos sobre historia.

«Eres insufrible.»

—Gracias.

Se acabaron los textos y Klaus entendió que el fantasma se había retirado, o eso creyó. No la veía, tal vez estaba sentada frente a él observando. La idea sola le dio un escalofrío. De pronto la hoja donde había escrito Lena se arrugó en el aire como si la hubieran hecho un bollo y se la tiraron en la cara.

—Cuánta amabilidad— dijo agarrando el papel que había caído al suelo. Con un movimiento de dedos lo prendió fuego, nadie debía leer esa información. No importaba que tan bien lo escondiera, siempre podía ser encontrado.

Era verdad lo que le había dicho al fantasma. Tenía esa loca idea de encontrar a los matones. Creía que podrían ayudarle, si es que no lo mataban antes.

—¿Con quién hablabas? —Listraus abrió la puerta de la habitación.

—No lo creerías.

Elke recapacitó en su situación. Tenía mucho por hacer, en realidad era muy poco. Klaus le mandaba a hacer las cosas más simples.

Se preguntaba cuando harían todo. Este día se había levantado con toda la energía, quería hacer cosas, adelantar. Organizar una revolución y llevarla a cabo. No tenía miedo a nada. Bueno, si, a perderlo.

Había estado pensando y tenía muchas ideas. También moría por visitar a Klaus, hacía cosa de una semana que lo había visto por última vez. Apareció de madrugada en los dormitorios de la servidumbre y le asustó mientras dormía. No era su intención darle un susto, pero no había podido evitarlo. Klaus la había mirado con una mezcla de asombro y susto, eso la hizo reír bajito.

—Podrías haber tocado— dijo Klaus y Elke simplemente se encogió de hombros.

Su relación era estable, bueno, dentro de los parámetros que tenía en mente ella. Klaus organizaba, ella obedecía. No le molestaba en lo absoluto eso de obedecer, sabía que para organizar no era la más adecuada. Así que se limitaba a seguirlo. Por eso también había enviado a Lena, a hablar por ella y parecía haber funcionado.

Lena estaba molesta por el comportamiento de Klaus, reforzaba su idea que era un bueno para nada. Ella hubiera preferido que se quedara con Karl. ¡Por Loris! Lena era tan tradicional.

Había demasiadas cosas que ver, lugares que conocer... como para quedarse encerrada en el castillo el resto de su vida. Ya comenzaba a querer que la guerra cayera sobre ellos, imaginó que sería la excusa perfecta para huir con Klaus. El momento en que nadie estaría mirando.

No le comunicó esos pensamientos a Klaus, no quería que la tachara de insensible o egoísta, aunque Klaus solía actuar muchas veces como la persona más insensible y egoísta del planeta.

Elke caminaba frente al ventanal que daba al jardín. Allí sentado estaba Karl, leyendo un libro lo suficientemente grande y pesado como para apoyarlo en el banco. Se acercó a él despacio, analizando si debería hacerlo o no. Se convenció de lo último cuando ya era demasiado tarde, Karl la había visto.

—Elke— dijo—. Ven, toma asiento, ¿qué puedo hacer por tí?

Siempre tan amable, siento pena por él. Por todo lo que ignora. Quisiera que al final de todo se salve, que tenga una oportunidad, pensó.

—Karl, quisiera preguntarte una cosa—tragó saliva, Karl se envaró señalando el asiento junto a él—. Escuché a los del servicio hablar sobre gente que tiene poderes. Verás, me pareció algo de lo más ridículo, pero no deja de llamarme la atención. ¿Esa gente de verdad existe?

Cruzó los dedos mentalemente y aguardó. Karl tomó aire y respondió:

—¿Y qué hacías con la servidumbre?

—Bueno, yo bajé a preguntar por mi cochero, ya sabes que nunca está disponible— se excusó—. Y así oí a algunos mencionar a esta gente particular.

—¿Quienes dijeron esas cosas?

—Permite que mantenga su anonimato, no quisiera meterlos en problemas— comenzó a sentir que había sido una mala idea hablar con él.

—Está bien, pero no quiero que andes entre ellos. Pueden malacostumbrar si te ven muy seguido por sus pasillos— Karl bajó la mirada hacia su libro, omitiendo la pregunta inicial de Elke.

—No me has contestado— le recordó ella.

—¿Qué cosa? —Elke no sabía si realmente se olvidó o fingía para patear el tema hacia delante.

—Lo que te pregunté, sobre la gente con poderes. ¿Crees que es verdad?

Karl levantó la mirada y enseguida regresó a su libro.

—Si, es verdad.

Era la revelación que estaba esperando. Pero ¿cómo lo sabía? ¿Acaso él mismo tenía algún tipo de poder? Tenía que ser discreta si quería sacarle la información.

—¿Cómo lo sabes? ¿Conoces a alguien? ¿O tu... ?

—No, no— rio—. Yo soy solo una persona ordinaria. Carezco de ningún tipo de poder. Pero lo sé porque tengo espías y ellos me dieron la información.

—¿Espías? —se preocupó.

—Si, ya sabes, gente que recorre la ciudad oyendo cosas para luego contarme. No es que sea paranoico pero me gusta la idea de tener todo bajo control.

—¿Crees que podrían sublevarse contra el gobierno? —Elke estaba muy preocupada, tenía que hablar con Klaus y contarle todo lo que estaba descubriendo.

—Eso pasó en Skarlien unos años atrás. Nadie estaba preparado y si bien la rebelión no tuvo éxito, se llevaron un mal día. Prefiero estar al tanto de lo que pasa en mi reino— el príncipe no dejaba de ver el libro.

—Entiendo y... ¿Encontraste a muchos?

—¿Muchos dotados con poderes? —negó con la cabeza—. No muchos. Verás, puse a un grupo de gente a buscarlos. Tuve esa grandiosa idea de reclutarlos y crear un super ejército.

—¿Por qué no funcionó?

—Porque son gente desconfiada y porque las personas que había asignado al caso terminaron volando por los aires unas semanas atrás.

Klaus los incineró a todos, si tan solo Karl supiera que el responsable de eliminar a los suyos dormía bajo el mismo techo.

Lo cierto es que ambos tuvieron la misma idea: armar un ejército con poderes. Pero ninguno tuvo éxito en ello. Al menos por ahora.

—¿Murieron?

—Si, no me preocupa demasiado. Eran gente cuestionable, no me sería difícil imaginar que se metieron donde no debían y así encontraron su destino—levantó la mirada—. Yo solo quería reclutarlos, puede que se les haya ido un poco la mano. Enfurecieron al equivocado y fueron muertos.

Elke recordaba a esos hombres gritando, prendidos fuego y pudo sentir un poco de empatía. La muerte no era lo que estaba buscando. Si no más bien un consenso. Eso estaría bien, todos tendrían lo ganado. Sin embargo dudaba mucho que Klaus pensara igual, él lo quería todo.

—¿Piensas poner a alguien más a reanudar el trabajo? —dijo tímidamente.

—No— negó—. Estas personas parecen no estar interesadas en colaborar conmigo. Me ven como una amenaza, piensan que les haré daño.

—Porque no saben quien eres— ¿acaso le estaba alentando? Qué fácil era dejarse llevar cuando hablaba con él.

—Va más allá de eso, descubrí que si quiero soldados leales, tienen que ser ellos quienes se postulen y no que los haya obligado.

—Sabia respuesta.

—No te equivoques Elke, no es cuestión de sabiduría. Solo de usos prácticos. ¿Necesitabas algo más? Disculpa, es que estoy muy ocupado con este libro. Busco respuestas.

—Karl, quisiera asegurarme que no me guardas rencor por el golpe el otro día. De veras no vi bien en la habitación a oscuras y creí que eras un intruso— dijo apresurada.

—Descuida, no soy rencoroso. Ya todo está olvidado. ¿Algo más?

—Si, será rápido— Karl levantó nuevamente la vista, esperando la importante pregunta. Le interesaba lo que ella tenía que decir pero lo que buscaba en el libro era de lo más acuciante—. Dadas las circunstancias que nos atañen, la guerra y la constante amenaza de todo el mundo. Me preguntaba si podrías enseñarme a luchar, usar la espada o disparar una pistola. Y antes de que me digas que no, quiero que sepas que aunque sé que estarás para protegerme, quiero sentir que puedo valerme de mi misma.

Karl la miraba casi boquiabierto. Nunca se hubiera imaginado que preguntaría eso. Por otra parte ella trataba de mostrarse animada, como si esto no fuera más que un simple reto. Un capricho de alguien que no tiene nada que hacer.

Así lo comprendió él, un mero entretenimiento para pasar el rato y le pareció interesante, sobre todo por lo que opinaría su padre al respecto. Por lo que no lo dudó, después de todo era una manera de practicar él también.

—Vale—contestó cerrando el libro que tanto intentaba leer—. Iremos al patio exterior, creo que no te he llevado aún.

—¿En serio? ¡Qué emocionante! —Elke lo siguió, notó que había dejado el libro sobre el banco. Tal vez planeaba seguir revisándolo luego. Intentó leer el texto en la portada pero Karl la sacó de allí tan rápido que no llegó a hacerlo.

Caminaron apresuradamente por los pasillos del palacio, Karl la guió y ella le siguió de cerca. Una criada pasó de camino a la recámara del rey llevando unos bollitos de mantequilla en una bandeja. Karl la detuvo y le quitó unos cuantos, dando tres a la princesa. Elke sonrió mientras se llevaba uno a la boca, eran sus favoritos. Se guardó los otros en los bolsillos, entonces se percató que los ensuciaría con la mantequilla, instantes después descubrió que no le importaba en lo absoluto.

Llegaron al patio exterior. Más que patio era un enorme terreno con empedrado en algunas partes. Había un criado limpiando los pisos a un lado, Karl le pidió que viniera.

—Por favor dile a Maken que me traiga dos equipos de esgrima— el criado asintió con gusto y desapareció en el interior del palacio.

Elke se llevó otro bollito a la boca, Karl se sonrió al verla.

—Asi que esgrima, ¿eh? —dijo con la boca aún llena.

—Si, es un poco más femenina que la pistola.

—Ah, pero me encantaría que también me la enseñaras. Tiene sus encantos.

—¿Tiene sus encantos? —Karl arqueó una ceja.

—Si, siempre dicen que la guerra es un arte. Las armas son el medio.

—No veo cómo puedes pensar que la guerra es algo bueno— dijo confuso.

—Oh, no me malinterpretes. Solo me atraen las armas. Sabes bien que si estoy en peligro probablemente no pueda valerme de mi misma y necesitaré a un fuerte príncipe para defenderme.

—No me adules, Elke. Preferiría que fueras honesta conmigo.

—¡Y lo soy! De verdad necesito esto, no sabes lo aburrida que es mi vida. Caminando de un lado a otro entre paredes, en el club de costura de tu madre y luego mirar el cielo desde lo alto del ventanal. Literalmente no hago nada— esperaba que él la comprendiera y parecía hacerlo—. Necesito algo de emoción, vivir, eso quiero. Vivir.

No le dijo que ya había encontrado todo eso en Klaus, en cambio esperó que le creyera.

Maken, el criado personal de Karl, apareció en escena trayendo dos equipos de esgrima como le habían pedido.

A lo lejos aparecieron las damas de compañía que seguro llevaban un tiempo buscándola. Karl las miró receloso y ella las ignoró, como siempre.

—Va a ser un poco difícil— dijo sin mirarla—. Quiero decir, con tu vestido.

Elke se miró, la falda era terriblemente amplia y el vuelo incomodaría el avance. Lo pensó unos minutos y tomó una decisión.

—Ayúdame— le dijo al príncipe señalando los botones de su vestido en su espalda.

—¿Con qué? —la miró asombrado—. ¿Qué quieres que haga con tu vestido?

—Que lo desprendas.

—¿¡Qué?! —parecía entrado en pánico.

—Vamos Karl, ayúdame y ya verás.

—Tus damas empezarán a gritar escandalizadas.

—Haz de cuenta que no existen, eso hago yo.

El príncipe arqueó las cejas y negó con la cabeza, pero cedió y empezó a desabotonar el vestido. Lo hizo con rapidez mientras lanzaba miradas fugaces a los alrededores, preocupado por las mujeres que aguzaban la vista para ver lo que estaba sucediendo.

Elke se quitó el vestido, primero sacó los brazos y luego escurrió la falda por los pies. Karl miraba para otro lado mientras tragaba saliva nervioso.

—No es para tanto, Karl. Esta ropa es como si vistiera pantalones— y tenía razón, la ropa interior eran unas pantaletas. Arriba llevaba un corset bien amarrado y las botas atadas a los pies con finos cordeles—. Puedes mirar, no hay nada de piel a la vista.

Karl giró despacio la cabeza y miró. Luego miró a los alrededores, las mujeres se acercaban a paso apresurado y los guardias hacían la ronda. Pero ellos no contaban. El problema eran las damas que parecían venir a socorrer a la chica.

—¡Señorita! —gritó una—. Esto es de lo más indecoroso.

—Por favor, cúbrase— dijo otra levantando el vestido del suelo.

—Señoritas— empezó Elke—, voy a practicar esgrima y a menos que alguna de ustedes tenga un traje para la ocasión, me quedaré asi.

Se les quedó viendo, las chicas no decían nada.

—¿No tienen? —continuó ella—. Muy bien, entonces apártense.

—Bueno, te pondré esto— dijo Karl abrochando un peto a su pecho mientras las damas se alejaban un poco—. No haré nada brusco, pero por las dudas te lo colocaré. Te protegerá contra mi espada— lo hizo con mucho cuidado, aún se sentía seriamente incómodo viéndola con esa ropa tan reveladora.

—Ya empiezas a asustarme— Karl rio mirándola a los ojos.

—Descuida, estás segura— terminó de ajustar el peto y se alejó para buscar la espada. Maken había traído cuatro para que el príncipe eligiera la que quisiera. Karl usaba siempre la suya personal, la cual no estaba entre esas. Estaba guardada en su habitación. Pero estas no estaban nada mal, Karl cortó el aire con ellas, midiendo lo ligeras o veloces que se sentían cada una. Finalmente eligió y se la mostró a Elke.

—Sujetala fuerte. Me da un poco de miedo de que me rebanes una oreja, pero correré el riesgo— lo decía con gracia y ella sonrió cómplice. Él continuó:

—Pon la mano en la empuñadura— indicó señalando el lugar correcto—. Agárralo firmemente, con los dedos envueltos alrededor y el pulgar colocado en la parte superior.

—¿Así? —mostró ella y Karl asintió.

—Colócate de esta manera. Los pies deben estar separados a la anchura de los hombros, con uno adelante y el otro detrás. Mantén las rodillas ligeramente flexionadas. La mano que sostiene la espada debe estar extendida hacia adelante, mientras que la otra mano se coloca hacia atrás.

Karl le mostró cómo debía de hacer y ella lo imitó tratando de mostrarse segura, por dentro estaba muerta de miedo. Había intentado parecer osada e incluso en parte así se sintió, también dudó. Pero eso no era algo que el príncipe debiera de saber. Se tragó sus miedos y esperó la siguiente indicación. Podía sentir la mirada sonriente de Klaus, sí acaso la estuviera viendo.

—Muy bien señorita— dijo Karl alejándose unos pasos frente a ella—, intenta asestar un golpe.

—¿Así sin más?

—Exactamente.

Bueno, era su momento. Avanzó hacia él, un poco con miedo de dañarlo, no obstante él ya sabría como manejar la situación. Se lanzó hacia delante directo al pecho de Karl y este le desvió la espada a un lado. Elke perdió el equilibrio y cayó de rodillas al suave césped.

El príncipe riendo se acercó para ayudarla. Se puso de pie y volvió a intentarlo. Esta vez no se cayó pero tuvo que agarrar la espada con ambas manos para impedir que saliera volando lejos.

—No es tan fácil como parece, ¿verdad? —preguntó él, quién no se había movido de su sitio desde el inicio. Elke se sintió un poco tonta, pero no desistió y siguió intentando.

«Te enseñaré algunos movimientos—siguió diciendo mientras le mostraba como tirar a fondo luego de desviar la espada del oponente. La miraba con ternura o amor, ella no supo distinguirlo. Se animó a sí misma y lo intentó una vez más.

La espada cortó violentamente el aire y nuevamente no dio en el blanco pero se quedó trabada bajo la empuñadura de la espada de Karl. El príncipe profirió un grito y soltó la espada que cayó al suelo.

—¡Oh por Loris! —gritó Elke acercándose a él, tenía un tajo en la mano y manaba un hilillo de sangre—. ¿Estás bien? ¡Lo siento mucho!

—Tranquila— dijo Karl echándose a reír—. Sabía a lo que me arriesgaba.

—Ay, de verdad lo siento mucho. Déjame ver— Karl le mostró la mano, no era un tajo muy grande pero debía de doler bastante—. ¿Quieres que llame a alguien?

—Descuida, ahora le pido a Draciel que le eche un vistazo.

—¿Draciel, la enfermera?

—¿Quien otra sino? —Karl le palmó el hombro y puso las espadas a un lado—. Fueron suficientes lecciones por hoy. Muy refrescantes e instructivas y aunque uno no se cansa nunca de las cosas buenas, tendremos que seguir en otro momento. Y de verdad no te preocupes, siempre podré contar la anécdota de cuando intentaste asesinarme.

—Pero yo... —no había caso, el principe reía descaradamente mientras se alejaba camino al palacio.

—-------------

Klaus se escabulló por la tarde, cuando nadie lo estaba viendo. Y montó en bicicleta. La pierna aún le dolía al pedalear pero era soportable y apretando los dientes reprimió el dolor, al final de todo era por un bien mayor, no podía esperar más tiempo.

Había pasado las últimas semanas recostado, analizando posibles planes y todos lo llevaban a lo mismo. No tenía medios, estaba solo. Debía encontrar a esta gente y averiguar qué es lo que hacían, tal vez ofrecerles una idea y ver si aceptaban.

Iba a probar suerte, se dirigiría a la taberna de Machausky. Allí indagaría con algunas personas, preguntaría y puede que descubriera alguna pista.

El sol aún brillaba sobre su cabeza pero no tardaría mucho en descender, ya estaba cercana la hora.

La taberna de Machausky era de lo más pintoresca. Ambientada en otros años ofrecía a los clientes un lindo momento de relajación. No, mentira. No estaba ambientada, era vieja y ya. El viejo Machausky no contaba con dinero extra para remodelarla y ese el resultado que había obtenido con el tiempo.

Dejó la bicicleta a un lado y entró al antiguo edificio. Había poca gente, no era la hora feliz. Caminó hasta la barra y pidió un vaso de nanomiel especiado. Klaus era aficionado a esa bebida, pero pocas veces tenía la oportunidad de beberla. Por lo pronto tenía muy buena resistencia a sus efectos y necesitaba de dos o tres vasos para sentir algún efecto negativo y emborracharse.

—¿Machausky está? —le preguntó al tipo que le sirvió la bebida.

—No, amigo. Está ocupado en otras cosas.

—Vale, imagino que estarás al tanto de cierta información, igual que él— dijo bajito.

—¿Qué información? —el tabernero se acercó para escuchar.

—Estoy buscando a Vik. ¿Has oído hablar de él?

El tabernero, que por cierto, se llamaba Sile, miró a todo lados y continuó limpiando un vaso mientras decía despacio:

—¿Ves los dos que están en la mesa junto a la ventana? Ellos podrán ayudarte.

—Gracias— dijo Klaus levantándose, sin embargo Sile lo tomó del brazo y le impidió alejarse.

—Me temo que toda información tiene un precio.

Klaus suspiró, había imaginado que así sería y dejó una moneda sobre la barra. Sile la guardó en el bolsillo de su delantal y soltó a Klaus— buena suerte— dijo.

Klaus se acercó despacio hasta la mesa indicada, sacó una silla de al lado y se sentó junto a ellos.

Eran tres hombres, dos de ellos entrados en años y el tercero parecía salido de una historia de gigantes. Fuertes músculos hacían que su ropa luciera ajustada alrededor de sus brazos.

—¿Y tú eres? —le preguntó el hombretón.

Klaus carraspeó tratando de no verse nervioso y no es que lo estuviera realmente pero no podía dejar de sentir el peligro.

—Estoy buscando a Vik. ¿Alguno puede ayudarme?

—¿Quién lo busca? —preguntó el primer anciano.

—Alguien que quiere hablar con él temas de importancia—respondió rápidamente deseando que no preguntaran más, sabía que era inevitable.

—Tendrás que decir algo más si quieres información—dijo el segundo anciano sin dejar de verlo con mirada expectante.

—No le procuro el mal, necesito discutir con él unos asuntos. Tengo oro, ¿cuánto quieren?

Los tres se miraron, trataron de disimular su avaricia, Klaus pudo verla de todas maneras e intensificó la oferta.

—Dos monedas para cada uno, ahora mismo— ofreció—. Si me dicen donde encontrarlo.

—Podríamos mentirte.

—Podrían, pero si lo hacen volveré a buscarlos y haré lo que tenga que hacer.

El hombretón empezó a reírse.

—No eres rival para nosotros.

Klaus alzó una mano y mostró una pequeña bola de fuego. Se aseguró que los tres lo estuvieran viendo bien.

—Puedo valerme de mi mismo muy bien— sonrió—. Díganle a Vik que lo espero en la esquina de Broucher y Gimmi esta noche a las nueve.

Dejó sobre la mesa las seis monedas y los miró a los ojos. Mostraban temor, con suerte cumplieran. 

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