Capítulo 23
Elke se encontraba de pie en el centro de una elegante habitación del palacio, rodeada de vestidos y telas de colores deslumbrantes. A su lado, la modista real, una mujer con experiencia y buen gusto, estaba ocupada ajustando los detalles de un vestido de novia exquisitamente decorado.
Habían pasado dos semanas desde la última reunión del grupo y no había sabido mucho de Klaus en todo ese tiempo. Lo extrañaba, sus comentarios agrios... ya se había acostumbrado a ellos.
La reina, una figura imponente con una mirada crítica y exigente, observaba con atención cada movimiento de la modista y cada detalle del vestido. Su rostro revelaba un cierto grado de satisfacción mientras evaluaba la elección del diseño y la calidad de la confección. También opinaba, claro está, era toda una crítica. Esperaba un vestido único, después de todo era el casamiento de su único hijo.
—Yo creo que deberías ajustar un poco la falda— dijo Celie.
—Por supuesto, mi señora— contestó la modista poniéndose a ello.
Elke, por su parte, intentaba mantener la compostura en medio de esta escena. Vestía una bata blanca que le proporcionaron para proteger el vestido de novia que estaba a punto de convertirse en su atuendo nupcial. Miraba con curiosidad y anticipación, preguntándose cómo se vería una vez que el vestido estuviera completamente listo. No tenía demasiada emoción por ello, el tema del matrimonio la tenía un tanto nerviosa. Solo esperaba que Klaus pudiera hacer algo al respecto, antes que los hechos acontecieran.
No quería casarse, no estaba preparada para eso y no esperaba estarlo, al menos no con Karl. Era un buen muchacho, le tenía en estima y de verdad no deseaba que nada malo le sucediese. Pero no dejaba de aborrecer la idea de ser su esposa.
Lo quería a Klaus, cada vez más. Esas semanas habían sido difíciles, luego de la reunión que había tenido lugar en la casa de Niklas, no lo vio más. Se dijo a sí misma que había estado ocupado seguramente y sabía en parte que así era, pero tenía esa pequeña incomodidad que le susurraba dudas al oído.
La modista continuaba realizando ajustes finales, cuidando cada pliegue y adorno del vestido. Mientras tanto, la reina seguía haciendo comentarios y sugerencias con un tono de voz suave pero autoritario, marcando su opinión sobre el estilo y la elegancia que se esperaba para una boda real.
Poco a poco el vestido de novia comenzaba a tomar forma. Los detalles intrincados, los bordados y las perlas brillaban a la luz de la habitación, creando un efecto impresionante. El vestido se ajustaba a la figura de Elke de manera impecable, realzando su belleza natural.
Elke se mantenía quieta, sabía que este vestido representaba no sólo su unión con el príncipe, sino también su papel en la realeza y las responsabilidades que conllevaba. La elección del vestido era un reflejo de su nueva vida que estaba por comenzar, la cual no deseaba.
Finalmente, la modista dio un paso atrás, satisfecha con su trabajo. La reina asintió con aprobación, y Elke se miró en el espejo con admiración y asombro. El vestido de novia real la envolvía en un aura de elegancia y majestuosidad.
—Es precioso— dijo acariciando con delicadeza la tela.
—Es digno de una princesa— le dijo la reina—. Ahora imagina una corona sobre tu cabeza. No puedo imaginar una cabeza más hermosa.
Elke bajó la mirada ante el cumplido y sonrió levemente.
Sabía que era bonita, o al menos eso le habían dicho, pero aún se ruborizaba al recibir algún halago.
La modista la ayudó a quitarse el vestido y la dejaron en la habitación con Anna para que la ayudara a vestirse. Lena la miraba sonriendo, sabía que le había gustado la prenda pero no podía hablarle, no hasta que la Anna se hubiera ido. La señora prendió los últimos botones de su espalda y se alejó saliendo por la puerta. Elke cerró con el pestillo y se dejó caer sobre la cama.
—¿Qué piensas? —preguntó Lena sentándose a su lado.
—¿Tú qué crees?
—Que piensas en él.
Elke se sentó nerviosa.
—Hace ya dos semanas que no sé nada de él y no me atrevo a bajar donde el servicio, se verá sospechoso si siempre estoy allí— bufó—. Desde la última vez que aparecí por ahí, el mayordomo me mira con mala cara.
—¿Quieres que lo vaya a ver yo? —se ofreció Lena.
—¿Podrías?
Lena recorrió los pasillos del palacio, a veces lo hacía. Se aburría de esperar a Elke en la habitación así que paseaba por los corredores escuchando y viendo lo que hacían los demás habitantes del lugar.
Solía darle bastante atención al príncipe, muchas veces se sentía un poco acosadora, pero le parecía un hombre de lo más atractivo y se sentaba en la cama viéndole hacer lo que quiera que hiciera.
Karl pasaba bastante tiempo revisando archivos, analizando mapas y leyendo libros. Cuando se cambiaba la ropa, ella miraba para otro lado, se sentía demasiado atrevida. Lo veía dormir y susurraba palabras a su oído induciendolo al sueño. Él no podía oírla realmente, pero ella era capaz de hablar a sus sentidos y que sintiera su voz en la mente. Muchas veces Lena se recostaba a su lado a mirar el techo de la habitación, sobre todo las noches que Elke regresaba tarde de sus incursiones.
Esta vez obvió la habitación del príncipe y bajó las escaleras hasta el pasillo del servicio. Había mucho alboroto, siempre era así. Los criados no daban a basto. Se les exigía mucho y ella se alegró de no ser uno de ellos. Aunque muchas veces lo deseaba. Lena no estaba feliz de estar muerta. No había llegado a hacer nada con su vida cuando murió.
Hija de un pastor, fueron atacados por la noche por un grupo de ladrones de ovejas. Su padre intentó detenerlos y ella se interpuso cuando el hachazo cayó. No había sentido demasiado dolor, todo fue muy rápido. Unos minutos, unas lágrimas y todo estaba hecho.
Recorrió el mundo, observó a la gente. Era todo lo que podía hacer, hasta que encontró a Elke casi cien años después. La niñita le tuvo miedo, fue necesario más de un encuentro para convencerla de que no le haría daño. Se había encariñado, al fin tenía una conexión y ya no pasaría desapercibida por el resto de la eternidad. Era duro pero Elke le ayudó a ver las cosas de otra manera, era su mejor y única amiga.
Así que entre el tumulto de gente yendo de un sitio a otro, se dedicó a buscar al dichoso Klaus. No le caía del todo bien, creía que traería más problemas que alivio. Pero a Elke le gustaba, no podía oponerse a ello.
En la cocina no estaba y en el patio tampoco. O se había ido o se recluía en su habitación. Se arriesgó a buscar su recámara. Caminó por el corredor de las habitaciones, se asomó por las puertas cerradas de cada una. En su mayoría estaban vacías. Hasta que dio con él, sentado en su cama, con la cabeza gacha mirando algo que tenía en las manos. Se acercó más para ver que era. Una foto, en ella se veía una familia sonriente. Un padre y madre junto a tres hijos, uno de ellos era él.
Lena se sorprendió al notar que una lágrima descendía por la mejilla de Klaus. Tal vez se había equivocado con él y no era el insensible que creía. Imaginó que su familia estaría lejos o muertos. No lo sabía y no podía saberlo en ese momento, después le preguntaría a Elke.
Siguió contemplandolo en silencio, tuvo el reflejo de secar sus lágrimas con un dedo pero claramente eso no fue posible. Se sentía mal por él, no le gustaba ver a nadie sufrir. Lo abrazó y cerró los ojos esperando que él pudiera sentirla, pero no funcionó.
Klaus solo se puso de pie, guardó la foto en una mochila, se secó las lágrimas y salió al pasillo.
—¿A dónde vas?
El hombre se coló en el cuarto donde el mayordomo administraba y descolgó el tubo del teléfono.
—¿Qué haces? —Lena se asomó al pasillo cuidando que nadie viniera.
—Hola— dijo Klaus—. Quiero encontrarme con ustedes—hizo una pausa.
«Ven a la calle Wiederverei, en la esquina con Vorstell. Es un edificio de color azul. Te esperaremos a las ocho, ven solo.» Oyó Lena que le decían.
—A las ocho, muy bien, allí estaré—contestó.
Colgó el teléfono y se apresuró a salir de la habitación, regresó a su recámara y buscó algo dentro de la mochila que era bastante grande, por cierto. Sacó una pistola. Lena abrió los ojos de par en par, no se esperaba eso.
Klaus cargó la pistola, la guardó debajo del saco y salió de la habitación con prisa. Lena pensó en seguirlo pero antes tenía que avisarle a Elke lo que había visto.
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Klaus montó en su bicicleta y pedaleó rápidamente hasta el centro. Estaba apurado, tenía que llegar a tiempo. Finalmente iba a descubrir quiénes eran Kency & Asociados. No podía darse el lujo de llegar tarde.
Le costó un poco encontrar la calle correcta y para cuando dio con ella, ya había empezado a anochecer. A Klaus le hubiera gustado que la reunión fuera durante el día, pero también sabía que si tenía que enfrentarse a ellos, era mejor de noche.
Dejó la bicicleta a un lado, ese resultaba ser un lugar peligroso y no se iba a sorprender que cuando saliera de nuevo, la bicicleta no estuviera. Cruzó los dedos porque sí.
Entró al hall de entrada, había una escalera y una puerta al lado. Parecía la puerta del personal de servicio, aunque ¿personal de servicio en ese edificio? Todo se veía bastante sucio. Empezó a subir las escaleras esperando encontrar el cartel en alguna de las puertas. No se imaginaba cómo encontrar sino el departamento correcto.
—¿Señor Michel? —preguntó un hombre asomándose por la puerta que había creído de servicio.
—Si— contestó Klaus dándose la vuelta—. ¿Kency?
—Pase, por favor— le indicó el hombre y Klaus ingresó en lo que pareció un departamento bastante desordenado. Inmediatamente se dio cuenta de que sería difícil salir de allí. Había tres hombres más esperando dentro, lo observaban de pie y le señalaron un asiento junto a una ventana que daba a la calle. Estaba lo bastante sucia como para que nadie de fuera viera lo que pasaba dentro.
Klaus se sentó con cierto recelo y el hombre uno cerró la puerta, su única salida. Los cuatro tomaron asiento frente a él.
—Díganos—dijo número dos—. ¿Qué es lo que puede usted hacer?
—¿Hacer de qué? —se hizo el tonto. Su plan era intentar que hablaran ellos. Ya para escapar tendría tiempo luego.
—Ya lo sabe, por eso nos llamó— se exasperó número uno.
—No lo sé— divagó Klaus—. Me dieron su tarjeta y resulta que estoy teniendo problemas con mi patrón, yo quisiera... —número cuatro lo interrumpió.
—¿Nos ve usted la cara? Está bien consciente de lo que le estamos hablando. Ahórrese la molestia de sacarle la información por la fuerza.
—¿Por la fuerza? ¿No son ustedes solo abogados? Me estoy preocupando. ¿Para quién trabajan? ¿Son del gobierno? —buscó indicios en su mirada. No encontró ninguno, tal vez eran particulares pero... no, no podía ser eso posible. Contaban con cierta logística para poder ubicar a quienes los llamaban.
—Me temo que esto ha sido una equivocación—número tres, el más grandote, se puso de pie amenazadoramente—. Sin embargo, como verá usted. No podemos dejarlo ir. Sabe demasiado.
—¿Sé demasiado? —se carcajeó Klaus en su asiento, poniendose un tanto nervioso. Tanteó despacio el arma bajo el abrigo—. ¡Ustedes no me dicen nada!
El grandote se acercó hacia él de pronto y Klaus sacó la pistola apuntándole. Ninguno de ellos se esperaba eso. No importaba qué, él no cedería sin dar pelea. Si tenía que matar a alguien, así lo haría.
—Aléjate grandote o no dudaré en disparar— dijo con resolución.
Los otros tres también se pusieron de pie, uno intentó desenfundar una pistola y Klaus le disparó en el pie. Había aprendido a disparar con su padre. Él legítimo dueño de la caballeriza sabía defenderse desde joven y enseñó a sus hijos a hacer lo mismo. Por lo que Klaus tenía bastante puntería, al menos para ser un simple civil.
El abogado número uno— o quien quiera que fuera— gritó de dolor al recibir el disparo. El grandote aprovechó la distracción de Klaus y se lanzó sobre él agarrándolo por la mano. Forcejearon fuertemente, el tipo intentaba quitarle el arma y Klaus no estaba dispuesto a ceder. Los otros tres levantaron sus pistolas hacia él, uno disparó. Klaus se recuperó y presionó el gatillo de nuevo, número tres se tambaleó y Klaus lo puso delante de él, usándolo como escudo.
—¡Disparen! ¡Vamos! —los incitó Klaus—. El gordo recibirá todas las balas a menos que alguno de ustedes sea muy buen tirador y logre alcanzarme, lo cual dudo.
—Podemos resolver esto de otra manera— dijo número cuatro bajando la pistola—. Te dejaremos ir.
—Saben muy bien que no. Me dispararán por la espalda y habrán cumplido su cometido— aclaró Klaus—. Y ya que estamos en esta incómoda situación, ¿por qué no me dicen para quién trabajan?
—¿Para quién trabajas tú? —preguntó el hombre.
—Trabajo solo para mí mismo, ahora es el turno de ustedes. ¿O quieren llevarse la información a la tumba?
—Ten en claro que si matas a nuestro compañero te iremos a buscar al palacio real y de alguna manera un día no despertarás—amenazó número dos—. Eres un sirviente, ¿verdad?
—Entonces no me puedo arriesgar— reflexionó Klaus. Estaba acorralado pero no se sentía así, si tenía que morir, lo haría. Lo único que lamentaba era no poder pasar más tiempo con la princesa. Recordó su rostro y sonrió. Detrás de él estaba la ventana, con suerte podría romperla y huir por ahí. Pero no podía dejarlos allí, aguardando el momento para atacarlo. Sabían demasiado sobre él y por otra parte, eran una amenaza para todos. Atentaban contra su plan.
Se dijo a sí mismo que era ahora o nunca. Disparó apuntando al mismo que había dado en el pie, la bala lo alcanzó en la cara. Los otros dos empezaron a dispararle, con el hombretón de escudo, no lograron herirlo. En cambio el gordo cayó muerto delante de Klaus por los balazos recibidos de sus compañeros.
En el apresurado momento, Klaus disparó a los otros dos y solo le dio a uno en el brazo. Bajo la nube de balas que cayeron sobre él, se escondió detrás del silloncito donde había estado sentado. Una de las balas lo atravesó y le dio en el brazo. Justo entonces, se quedó sin municiones. Decidió que era momento de usar su mejor atributo. Conjuró una bola de fuego en sus manos y la lanzó contra el tipo que se acercaba con el arma en alto. El fuego abrasó su cara y se desperdigó rápidamente en su cuerpo. Gritaba, aullaba. El otro se alejó con miedo en la mirada, Klaus sopló una humareda de fuego que cubrió la habitación. No importaba si lograban salir del departamento, todo estaba en llamas y morirían de todas maneras. Los vidrios estallaron en una llamarada y cayeron en miles de pedazos de cristales que se desperdigaron por el suelo.
Klaus, herido, saltó por la ventana y empezó a correr por la calle hasta la bicicleta. No estaba, se lo había imaginado. En cambio se topó con Elke. Las sirenas de la policía se oían acercándose.
—¡Por Loris! ¿Qué estás haciendo aquí?—exclamó confundidisimo.
—¡Estás herido! —dijo ella acercándose—. ¿Qué pasó?
—¡Corre! —instó Klaus y juntos se echaron a correr calle abajo—. No tengo la bicicleta, tendremos que volver de otra manera— explicó cuando hubieron hecho un par de calles.
—Eso no importa, ¿estás bien?
—¿Me veo bien? —Tenía toda la cara y la camisa sucia con hollín, el brazo ensangrentado y corría cojeando. No quería mirar pero sospechaba que había recibido una bala en la pierna. El dolor le acuciaba, pero no recordaba cuándo le habían dado—. ¿Qué haces aquí Elke?
—Me enteré de que venías y quise ayudar.
—¿Cómo te enteraste?
—Eso no importa ahora—dijo apurada—. ¿No estamos cerca del barrio de Niklas?
—Si, bueno, más o menos.
—¿Crees que puedes caminar hasta allí?
Klaus asintió con dolor y media hora después, a paso bastante lento, llegaron al edificio de Niklas.
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—¿Asesinaste a los abogados y prendiste fuego el edificio? ¿Estás loco? —Niklas no daba con el asombro.
—No tuve opción, iban a matarme, sabían demasiado— se defendió él.
Elke le había quitado la camisa y trataba de limpiar la herida del brazo. No paraba de salir sangre y eso le preocupaba demasiado.
—Necesita un médico, ya mismo— insistió.
—Estoy bien— aseguró Klaus. Se le veía agotado y estaba pálido.
—Tiene razón ella— dijo Niklas y salió al pasillo del edificio a llamar por teléfono al único médico que conocía.
Elke siguió intentando detener la hemorragia, presionando la herida, pero no veía resultado. En realidad no sabía lo que estaba haciendo, solo improvisaba. Klaus se recostó en el sillón y entonces ella descubrió que la pierna sangraba de igual manera.
—Necesito que te quites los pantalones.
—¿Estás loca? —reaccionó—. No voy a hacer eso.
—Estás sangrando y mucho, necesito...
—No necesitas nada— la interrumpió—. Espera al doctor y él dirá. Déjame descansar un rato.
—No, no, no puedes descansar. Tienes que mantenerte despierto— Klaus estaba cada vez más pálido.
—Estoy cansado, caminamos mucho.
—Klaus, por favor— volvió a decir.
Niklas entró de nuevo alarmado.
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El médico llegó justo a tiempo, Klaus se había dormido unos instantes antes. Elke se hizo a un lado, con la mirada vidriosa, imaginando lo peor.
El señor Bauenk—el doctor— cortó los pantalones de Klaus y puso muy mala cara cuando vio la herida. La bala no había tocado el hueso pero desgarró una vena importante, dijo. Así que se dedicó a ello durante la siguiente hora.
Obligó a Elke a alejarse y ella tuvo que sentarse al otro lado del salón, junto a Niklas que parecía lo bastante asustado como para que le temblaran las manos y sacudiera la pierna de nerviosismo.
Elke no supo qué hizo el médico, pero una hora después dijo que todo estaba bien y que solo debía descansar y recuperarse.
—Que no camine demasiado—insistió antes de irse—. Perdió mucha sangre, tendrá que descansar.
—Así lo hará, doctor— aseguró Elke.
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—¿Cómo lo trasladamos? — le preguntó a Niklas cuando el médico se hubo ido.
—Lo mejor será que se quede aquí.
—Le quitarán el empleo si no está allá. Necesito que me ayudes a moverlo— tragó saliva—. Por favor.
Niklas suspiró.
—Lo siento, pero allá nadie estará para cuidarlo. Al menos por esta noche necesita quedarse aquí. Mañana si ya se encuentra mejor, lo llevaré.
A Elke se le escapó una lágrima. No quería perderlo, no podía permitirse tal lujo.
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