Capítulo 19

Bajó las escaleras con celeridad y se adentró en el pasillo de la servidumbre, nadie la vio. A esas horas todos se habían retirado a dormir, o al menos la mayoría. Salió por la salida de atrás y casi chocó contra Klaus, que esperaba apoyado contra el marco de la puerta.

—Ya me estaba preocupando— le dijo él—. Pero que va, siempre me preocupo y siempre estás bien. Voy a tener que empezar a asustarme menos.

—No seas tonto, si necesito ayuda gritaré.

—Oh eso no te lo recomiendo, recibiremos unas buenas reprimendas por escaparnos juntos. Ya sabes, podrían hacer un escándalo con eso de tu honor— entornó los ojos.

—¿Mi honor? —preguntó ella no habiendo pensado bien.

—Claro, tu honor. Ya sabes, te escabulles con un hombre de dudosa procedencia por las noches. Yo diría que ya estás manchada.

Ella se echó a reír y lo empujó.

—Mi honor está intacto y ¿dudosa procedencia? ¿Quién eres?

—Alguien muy común y poco refinado. No el ideal para manchar el honor de una princesa. Así que si se llega a ensuciar no será por mi culpa.

—¿De qué estamos hablando ahora? —ya estaba confundida.

—De tu honor, cariño. Pero ya deja el tema. Tenemos que partir.

Montaron en bicicleta y se dirigieron al sur. En realidad siempre iban al sur pero esta vez Klaus no parecía tener intenciones de desviarse al este. En cambio, el viaje se hizo largo camino al sur, solo al sur.

—¿A dónde vamos? —preguntó Elke preocupándose.

—Me llegó el dato de una mujer que usa fuego, como yo.

—¿Quién te da la información? —él siempre lo sabía pero ¿cómo? Era algo que ella quería saber para terminar de desentrañar lo que fuera que estaban haciendo.

—Un informante— fue todo lo que contestó.

—¿Qué clase de informante?

—Uno muy bueno. —Elke comprendió que no sacaría nada de esa conversación así que se calló y esperó que él le dirigiera la palabra nuevamente, no tardó en hacerlo.

—Hoy llamé por teléfono a los abogados.

—¿Y qué pasó? ¿Tienen a Niklas? —su mirada se iluminó.

—¿Qué? No, bueno, no sé. Pero no es algo que le preguntas a alguien cuando le llamas. "Hola señor, creo que usted tiene a mi amigo, quisiera que lo devolviera si es tan amable", muy sensato.

Ella sonrió divertida.

—Vale, soy una tonta, lo siento. Estas cosas me sobrepasan.

—No creo que seas tonta— dijo amablemente—. Mis disculpas si mi tono de voz no fue el adecuado. Pero volviendo al tema: los abogados sabían de donde los estaba llamando. No me extrañaría que pronto se dieran una vuelta por el palacio.

—¡Van a atraparte! —se alarmó y eso era lo único a lo que tenía miedo. No podría perdonarse que lo atraparan.

—No, di un nombre falso. No hay manera de que me asocien a quien hizo la llamada. O eso creo.

Elke respiró más tranquila, no quería imaginarse que fueran a por él, justo ahora que todo comenzaba a tener forma. Al menos en su mente, él y ella formaban un conjunto. Tal vez se estaba tomando las cosas demasiado a pecho. Ella le había demostrado su afecto al besarlo pero él no respondió y eso la desconcertó un poco. Sin embargo seguía apareciendo y buscándola. Algo debía de sentir por ella. Puede que no lo mismo, pero aunque fuera pequeñito, le bastaba.

—¿Cómo crees que descubrieron de dónde realizabas la llamada? —preguntó Elke.

—Imagino que tienen uno de esos aparatos nuevos que identifican la llamada. Todavía no están a la venta para la gente común. No me imagino que alguien que no fuera noble pudiera pagarlo. En cualquier caso— pensó en voz alta—. Tienen que ser personas importantes, con acceso a las últimas tecnologías. Lo que nos deja la posibilidad de que pertenezcan al gobierno.

—¿Al gobierno?

—Si, tal vez tu príncipe esté a cargo.

—No— dijo analizando la situación—. Karl no es así, ¿por qué querría descubrir a personas como nosotros?

—Por lo mismo que yo, armar un ejército— no le gustaba oírlo hablar de ello, todavía se le ponía la piel de gallina en lo que respectaba a rebelarse contra los que conocía.

—Él ya tiene su ejército— replicó—. Dudo siquiera que sepa que existimos.

—Eso se verá con el tiempo— chasqueó la lengua—. Por ahora tengo que encargarme de encontrar de nuevo a Niklas.

—¿Cuándo lo haremos?

—Pensaba que esta misma noche.

—Pero ya es demasiado tarde— se apuró a decir.

—Lo sé, pero eso implica que habrá menos gentío en las comisarías y nos atenderán más rápidamente— corría con razón aunque no le gustaba la idea de visitar un sitio con gente peligrosa durante la noche—. No tengas miedo, nada te pasará. Solo hablaremos con los oficiales.

—Vale, confío en tí.

Él sonrió pero ella no pudo verlo.

—----------

Se detuvieron frente a un taller, tenía la persiana baja y se podía ver que aún había gente porque la luz se filtraba por los lados. Estaban dentro, quien quiera que fueran esas personas. La chica Munku, a ella buscaban. Tenía unos diecisiete años y trabajaba ayudando a su padre en el taller mecánico. Sabía lo que era el trabajo duro y luchaba por su lugar en el mundo. Eso era algo que a Klaus le gustaba y admiraba.

Él también había crecido trabajando en el negocio familiar, las caballerizas. Trabajó duro durante todo el tiempo que se pudo y luego tuvo que renunciar a todo lo que había conocido para vivir bajo el techo de los que mandaban en el mundo. No le parecía justo. Muchas noches se dormía pensando en lo que había perdido. Un poco por culpa de los avances tecnológicos, de los cuales no podía culpar a nadie y otro poco por los ricos que al final se quedaron con su hogar que ya no había podido pagar.

Dejó la bicicleta a un lado y golpeó la puerta haciendo sonar la madera que crujió bajo el contacto de su piel.

Se hizo un silencio, uno más profundo del que ya los rodeaba. A esa hora en ese barrio no comercial, todos estaban en sus casas, seguros. Un perro se asomó por una verja y comenzó a ladrar desesperadamente como si ellos fueran el enemigo. Eso incomodó a Elke, que se refugió acercándose a él.

Volvió a tocar la puerta y esta vez se oyeron ruidos del otro lado. Estaban provocando demasiado alboroto y Klaus se replanteó la idea de irse del lugar. No quería que nadie llamara a la policía. Pero entonces se oyó una voz desde dentro.

—¿Quién es a estas horas?

—Señor Munku, mi nombre es Klaus. Venimos a hablar sobre su hija. Sabemos quien es.

Se hizo un silencio y Klaus pensó que se habían ido.

—Por favor señor, no somos malos— entonces se dio cuenta de lo ridículo que había sonado eso—. Solo queremos hablar, si no se siente cómodo puede echarnos.

Se oyó el pestillo de la puerta y un señor pequeño, entrado en años, con una escopeta en las manos, se hizo a un lado para dejarlos pasar. Entraron con precaución.

El señor Munku los guió por un corto pasillo hasta una pequeña sala. La luz de las candelas alumbraban todo el lugar donde una señora mayor de pelo blanco y seis niños que iban de los cinco a quince años— por lo menos— estaban sentados junto a una mesa con restos de comida. No vio a la chica, la buscó con la mirada y no la encontró. ¿Sería posible que se hubiera equivocado? Pero no, el señor Munku les abrió la puerta luego de escuchar su argumento. La chica tenía que estar en algún sitio.

—Tomen asiento— dijo el hombre y señaló unos pequeños cojines cerca de la chimenea que no estaba encendida. Klaus y Elke se sentaron y esperaron que empezara a hablar. A Klaus le pareció que la conversación fluiría mejor si esperaba para hablar—. Mi hija está indispuesta, yo hablaré por ella. ¿Qué es lo que quieren?

Klaus se aclaró la garganta. Había ensayado ese discurso mentalemnte toda la tarde, ahora era el momento de decirlo. Abrió las manos y produjo un pequeño fuego, lo sopló y este creció en forma circular, dando un pequeño espectáculo de lo que era capaz de hacer. Todos los presentes abrieron bien los ojos, sorprendidos. Sin embargo, estaba claro que no era la primera vez que lo veían.

—Señor Munki, me enteré que su hija es como yo— apagó el fuego—. Estoy reclutando un grupo con habilidades especiales como nosotros. Verá, el mundo en que vivimos está mal. Y seguirá estando mal si no hacemos algo.

—¿Qué me está pidiendo?

—Que se unan a mi causa, la causa de todos. Vamos a rebelarnos, tenemos los medios, somos muchos, podemos hacerlo.

—Si ya tienen todo, ¿para qué quiere a mi hija?

—Porque necesitamos de todas las fuerzas posibles. Cuantos más, mejor— hizo una pausa—. Señor Munku, no estoy arriesgando a su hija más de lo que se arriesga día a día. Le estoy proponiendo un futuro, si todos nos unimos ya nada impedirá que triunfemos. Busco igualdad de derechos para todos y un mundo donde no estemos suprimidos.

—Señor...

—Kleint, Klaus Kleint.

—Señor Kleint, voy a necesitar pensar todo lo que está diciendo. Procesarlo.

—Está bien, pero no se demore demasiado. Tenemos que actuar cuanto antes y me encantaria contar con los poderes de su hija— su mirada era esperanzadora y el señor Munku la notó—. Solo piense en ella y en lo que es mejor.

—Usted presentó sus argumentos, yo hablaré con mi niña y tomaremos una decisión. ¿Cómo puedo hacersela saber?

—Vendremos en dos días, si le parece.

—Muy bien, aquí estaremos.

Klaus se puso de pie y Elke lo siguió. El hombrecito los guió de regreso a la puerta de la calle y con un saludo los despidió.

El perro ya había dejado de ladrar pero no querían que volviera a comenzar, asi que montaron en la bicicleta y se alejaron de esa calle lo más rápido que pudieron.

Llegaron a la comisaría más cercana de la casa de Niklas. Las puertas estaban abiertas y en el estacionamiento había dos carros negros y varios caballos sujetos por un lazo. La policía usaba caballos aún, eran lo más eficaz en una persecución. Patrullaban las calles y detenían a los ladrones que en su mayoría eran pobres diablos que robaban por necesidad. La policía estaba de lado de los grandes, siempre lo había estado y cada vez se hacía más evidente. Había habido un reciente aumento de robos en los últimos tiempos y nada se hizo por las personas que expresaban su desigualdad, carencias. Se las echó a las cárceles, llenándolas. En un sitio de estos podría estar Niklas, solo esperaba encontrarlo sano y salvo.

Ingresaron a la muy iluminada comisaría, gozaban de luz eléctrica y estaba tan fuerte que podía lastimar los ojos si la mirabas directamente.

—Déjame a mí— le dijo a Elke, ella asintió. Claramente deseaba no verse involucrada, este sitio la asustaba aunque estaba todo muy limpio y un grupito de cuatro policías reían animadamente en una esquina.

—¿En qué puedo ayudarlo, caballero? —preguntó el policía sentado detrás del mostrador.

—Estoy buscando a alguien, se llama Niklas Viden. Tengo aquí una foto de él, como verá es una cara muy particular— le enseñó la foto. Se la había sacado cuando Niklas salía con una joven fotógrafa. En la foto los dos posaban alegremente con unas jarras de cerveza en la mano. Estaba un poco doblada de llevarla en el bolsillo, pero las caras se apreciaban bien. No era su foto preferida, es más, estaba un poco ebrio en ese momento—. Tiene los ojos azules y el pelo bien claro.

—Mmm— dijo el policía inspeccionando la foto—. No me suena.

—¿Está usted seguro? ¿Podría al menos verificar? Lleva perdido unos días.

El policía lo miró seriamente y luego le mostró la foto al grupito que seguía riendo.

—Ey, ¿alguno de ustedes trajo a este tipo? ¿Está atrás?

Se pasaron la foto entre ellos mirándola detenidamente.

—No, me acordaría de un tipo así— dijo uno—. Por lo general traemos ladrones que parecen más mendigos que hombres.

—Los mendigos son hombres, animal— le dijo otro riendo.

—Ya, ya— los detuvo el policía del mostrador y le devolvió la foto a Klaus—. Lo siento. No está aquí, pero puedes ir a la sede del centro. Por lo general allí llevan a la mayoría, aquí cubrimos solo una pequeña zona. Si tu amigo está preso, allá estará.

—Se lo agradezco— saludó con la cabeza y el policía levantó la mano.

—Vayan con Loris.

Klaus no profesaba ninguna religión, ningún dios le había ayudado nunca. No creía que le debiera nada a nadie. Sin embargo, cuando estaba en apuros serios, el nombre Loris aparecía en sus labios.

—¿Ahora qué? —preguntó Elke.

—A la comisaría central.

—Pero es muy tarde— dijo en un bostezo.

—Oh, lo siento. No me di cuenta. Si quieres te acompaño para que descanses, luego voy yo solo.

—¿Estás loco? No dejaré que vayas solo. Estamos juntos en esto— se enojó Elke.

Klaus sonrió agradecido y montaron en la bicicleta. El camino hasta el centro estaba iluminado por las lamparillas eléctricas, tintineaban a su paso dejando una cálida luz amarilla por la acera.

Elke miraba los locales de comida que aún rebosaban de gente y los bares con los borrachos peleando en las puertas.

Klaus hizo un gesto alegre al ver la expresión de maravilla en la cara de la chica. Con él descubriría no solo lo bueno, también lo malo. Se sentía a sí mismo como un maestro y sabía que debía enseñarle bien.

Se detuvieron frente a la comisaría central, un edificio el doble de grande que la comisaría barrial. Una enorme entrada con puertas de vidrio que revelaban el interior. Era moderna, no había lugar a la duda. Unos policías intentaban calmar a un caballo encabritado junto a un carro. Debía de haberse asustado con el motor.

Se acercaron a la entrada, dentro estaba tanto o más iluminado que donde habían estado un rato antes. Las luces prístinas cubrían todo con un manto blanco.

—Disculpe— dijo Klaus acercándose al gran mostrador donde varios policías trabajaban en informes, uno de ellos levantó la mirada cansada. Klaus asumió que llevaría muchas horas trabajando en el papeleo—. Estoy buscando a este hombre. —Enseñó la foto y el hombre la revisó, enseguida le pasó la foto a otro de los oficiales.

—Freddrik, ¿no es este el alborotador? —dijo y el otro asintió con la cabeza sonriendo.

—¿El alborotador? —preguntó Klaus.

—Si— dijo el policía del mostrador devolviéndole la foto—. Tu amigo llegó berreando, se pasó la primera noche alborotando a los otros presos. De más está decir que recibió una reprimenda.

—Vale— dijo Klaus. Sabía lo que eso significaba y sin embargo no se sorprendía de lo que le contaban, Niklas era todo un rebelde. Hubiera sido bueno de esperar que en una situación como esa se mantuviera sereno, pero Niklas no había podido renunciar a su genio—. ¿Cuándo quedará libre y puedo verlo?

—Dos preguntas con respuestas interesantes. Solo saldrá libre cuando pague su fianza y si, puedes verlo unos minutos.

—¿De cuánto es la fianza? —se adelantó Elke.

—Quince monedas de oro— contestó secamente el oficial, seguro imaginó que no podrían pagarla. Klaus dirigió una mirada derrotada a Elke y ella frunció los labios. Tenía el dinero de la venta, pero quince monedas... vaya, era una buena suma.

—Muy bien— dijo Klaus—. Conseguiré el dinero, ¿puedo verlo?

—Si, señor— dijo el oficial señalando un pasillo—. Mi compañero te guiará, la chica no puede pasar.

—Pero... —quiso quejarse y el oficial se negó rotundamente.

—Estaré bien— asintió ella y le instó a ir a ver a su amigo. Klaus le dio la espalda, atento por si la oía gritar pidiendo ayuda.

Siguió a un policía panzón hasta unas celdas repletas de gente. La mayoría dormía hecho un ovillo en el suelo, otros sentados contra las paredes o las rejas.

—Aquí—golpeó las rejas con su bastón y varios despertaron. Niklas levantó la cabeza y al ver la cara conocida se puso de pie inmediatamente. El policía se alejó dándoles privacidad.

—Klaus, amigo, me encontraste— tenía la cara golpeada, con moretones violetas y verde.

—¿Por qué estás aqui? —preguntó Klaus tratando de ignorar la imagen deplorable de su amigo.

—Seguí la pista— dijo desesperadamente bajito—. Los asociados, su oficina, no existe.

—¿De qué hablas?

—Son un fraude, intenté averiguar más y me apresaron. Tienes que tener mucho cuidado, son gente peligrosa.

Klaus pensaba rápidamente, pero no podía dedicarle mucho espacio a los abogados en ese momento, su amigo estaba preso.

—Te liberaré, mañana mismo conseguiré todo el dinero y estarás fuera.

—¿De dónde sacarás tanto? Estoy perdido amigo— Niklas se puso contra la reja.

—No te preocupes, estás aquí por mi culpa. Te sacaré, cuenta con ello— aseguró Klaus.

Niklas apretó los labios y asintió.

—Eres un gran amigo, pero no quiero que te metas en líos.

—No pasará, tengo el dinero. Descuida.

—Ya tiene que volver— increpó el oficial acercándose.

—Cuidate— volvió a decirle Klaus a su amigo—. Tendrás noticias mías pronto.

El policía lo empujó fuera y se reencontró con Elke. Klaus no podía olvidar la mirada de desesperanza de su amigo. Por su culpa estaba en ese horrible sitio, y los abogados ¿qué había con ellos? Un fraude, una tapadera. ¿De qué? ¿Qué querían? Estaba entrando en terreno peligroso.

—Vámonos a casa— dijo Klaus tirando del brazo de la chica—. Mañana ya pensaré una solución, aunque tengo algunas ideas.

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