Capítulo 18
—¿De qué revolución estás hablando? —Liam no daba del asombro. Los demás se miraban entre ellos y Elke bajó la cabeza, rehuyendo de la escena. No era lo que esperaba oír, pero necesitaba que lo oyera. No estaban ahí para reírse, había tenido la idea y sabía que era viable. Tenía que serlo.
—¿No están cansados de vivir así?
—¿Así cómo? —Marcel lo miraba expectante.
—Así, sometidos. Trabajando duro para saber que nunca vamos a tener más que solo unas monedas. Sin vida propia. Tú Marcel, trabajas en una herrería todo el día desde temprano y ¿para qué? Siempre te quejas de que no puedes comprar la comida que necesita tu familia. Y Kramer— volteó a verlo—, eres quien limpia en el puesto de comida de la calle Cirquer y hace meses que esperas juntar lo suficiente para comprar un nuevo uniforme desde que se te rompió el que tenías, de viejo y gastado. Liam, ¿necesito contar cómo te golpeó tu antiguo señor porque pensó que te habías robado aquel candelabro? —todos prestaban atención y algunos de ellos bajaban la cabeza. Elke no mostraba expresión alguna, no sabía lo que estaba pensando.
—Nos exprimen. No importa lo que hagamos—continuó—. Siempre estaremos un paso detrás, corriendo en pos de una oportunidad que nunca llegará. Tenemos que hacer algo— bajó la mirada buscando las palabras correctas para expresar lo que estaba pensando con claridad—. Lo vengo pensando desde hace un tiempo ya, pero nunca lo había tenido tan claro como ahora. Somos superiores en número y ahora que podemos llegar a todos aquellos que son especiales, con poderes, las posibilidades de triunfo aumentan. Solo necesitamos encontrarlos.
—Yo... —quiso decir Elke y todos la miraron fijamente.
—¿Cuál es tu postura? —preguntó Klaus.
—No lo sé, yo quiero que esté todo bien pero me pides que traicione a los míos.
—¿De qué habla? —quiso saber Liam.
Elke se puso de pie, dándose aires de importancia y se quitó la boina dejando ver su cabello. Ninguno se inmutó, nadie la reconoció. Y no tenían porqué, no era una figura pública.
—Mi nombre es Elke Von Baden, futura princesa del reino— Andreas se atragantó con la cerveza que estaba bebiendo y Karlo se echó a reír.
—¿Te esperas que creamos esas patrañas? —Krammer negaba con la cabeza ofendido por la falta de respeto.
—Es verdad— aseguró Klaus—. Yo soy su cochero.
Todos abrieron bien los ojos y Andreas se puso de pie con las manos sobre la mesa.
—¿Trajiste al enemigo a nuestra casa? ¿Qué diablos haces con ella? ¿Te volviste loco?
—No es el enemigo— aclaró—. Ella nos entiende y podría sernos de gran ayuda ¿verdad?
Elke no los miraba, podía notar que se estaba debatiendo mentalmente en lo que pensaba. Dividida entre dos mundos. La había presionado llevándola a aquel momento incómodo, pero esperaba que ella los eligiera, lo eligiera.
Por eso la tomó de la mano, ella volvió la mirada hacia él que le sonreía.
Elke se dio cuenta de que pasaba el tiempo y no había dado respuesta, las miradas se mezclaban entre los presentes y la sensación de desasosiego comenzó a sentirse.
—Si— dijo de pronto levantando la mirada—. Los ayudaré.
Klaus sintió el alivio que le dejaron esas palabras, ya había empezado a pensar que se equivocaba sobre ella. Pero otra vez tuvo suerte y acertó con Elke. Era una buena chica y solo necesitaba un empujoncito para hacer lo que estaba destinada a ser. Ella no pertenecía al mundo de la nobleza, ellos eran egoístas y descarados. Elke era humilde y considerada, aunque a veces un poco estirada. No había remedio para ello.
Andreas aplaudió seriamente.
—Conseguiste que uno de ellos se volviera de nuestro lado. Eso es bueno e inesperado. ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Cómo sabes que no saldrá corriendo a contar lo que vio y escuchó aquí y que mañana todos amanezcamos presos?
—Elke no es así— intervino Klaus tirando de la mano de ella para que se sentara a su lado—. Puedo hablar por ella, lo que pasa aquí, aquí se queda.
—Bueno— dijo Krammer—. Ya se dijeron muchas cosas esta noche. No hay camino de regreso. Cuenten conmigo.
Todos asintieron y Karlo levantó su vaso de cerveza al aire, los demás lo siguieron.
—Por la revolución que muy probablemente nos mate a todos— dijo y bebieron.
—Necesito tomar aire— le dijo ella bajito.
—Claro, hay un ventanal en el segundo piso ¿quieres que te acompañe?
—No, no. Iré yo sola— se puso de pie y se perdió en las escaleras.
—¿Cómo hiciste? —quiso saber Karlo—. ¿Cómo la atrapaste?
—Apuesto a que puso su mejor cara de niño enamorado— rio Andreas.
—Nada de eso, Elke es especial. Yo solo le di un empujoncito— se defendió Klaus—. Todo lo que le he dicho ha sido verdad.
—¿Entonces sabe tu edad? —inquirió Liam—. Porque yo la veo muy pequeña.
—¿Qué tiene mi edad?
—Que es una niña y no es la primera vez que te aprovechas de tu experiencia— sentenció Andreas cruzándose de brazos y mostrando su desacuerdo.
—Ya casi rebasas los treinta— dijo Marcel—. No te juzgo si te gusta, pero preferiría no ser cómplice de tu juego si solo la estás utilizando. Además es sumamente peligroso, ella no es Mika.
Mika, el recuerdo lo golpeó con fuerza. Él no había querido herirla, solo sucedió que se cansó de ella. Mika herida, huyó a otra ciudad sin despedirse y su padre lo persiguió por un buen tiempo. Había tenido la culpa en parte, ella no lo comprendió. Tenía la idea de una familia feliz pero él no lo deseaba.
—No necesitabas mencionarla—dijo seriamente y un tanto herido.
—Solo digo lo que todos pensamos. Solo esperamos que sepas lo que haces.
—Estoy muy seguro de ello.
—Vale, pues bien entonces— dijo Karlo sonriendo satisfecho con la respuesta—. Ahora deberías ir a ver qué está haciendo la niña arriba.
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Elke miraba por la ventana, la calle apenas iluminada y las estrellas en la lejanía del cielo alumbrando suavemente con un manto de luz plateada.
¿Qué hacía en este edificio? Se lo preguntó consternada. Todo había sido muy raro y de pronto se encontró diciendo que sí a una revolución que estaba comenzando. Pero, ¿realmente estaba de acuerdo? Desde lo profundo de su ser quería estarlo, pero sentía miedo. ¿Y si la descubrían? ¿Si todo se volvía tan peligroso que después no podía salirse? ¿Si mataban a los suyos? Ella también corría riesgo.
Sabía que las cosas estaban mal, pero no quería ver a la gente que conocía, morir. Sin embargo estaba también la guerra. Si no eran ellos, la guerra los mataría al fin.
Oyó ruidos en el pasillo y se volvió a ver como Klaus entraba a la habitación.
—¿Estás bien? —le dijo—. No quería ponerte en esa posición, lo siento.
—Está bien. Yo... no me lo esperaba. Siempre hablas de esos temas, imagino que soy una ilusa por no darme cuenta antes.
—No creo que lo seas— se acercó a ella y la miró de frente—. Fue mi culpa. La realidad es que no había llegado a estas ideas hasta el día que conocimos al hombre de agua. Es decir, lo pensaba pero no me lo había planteado firmemente. Tendría que haberte contado. Pero entiendeme, es difícil decir algo así frente a alguien como tú.
—¿Alguien como yo?
—Tú perteneces al otro bando. Si yo te decía sin antes estar seguro, podía ponerme en peligro.
—Nunca te entregaría—dijo ella acariciando su rostro con los dedos. Él se envaró y la miró sorprendido por el gesto. Elke se puso en puntitas de pie y depositó un suave beso en sus labios. Él no se movió ni reaccionó, parecía no haberse esperado eso. Unos instantes después sonrió un poco forzado por la situación—. Espero que estés seguro de lo que estás haciendo porque voy a seguirte.
—Estoy muy seguro y te prometo que no voy a arriesgarte. Esto será todo limpio.
Elke sonrió satisfecha aunque mil y una dudas pasaban por su mente. Trató de acallarlas y pensar en positivo. Iba a estar con Klaus, su seguridad tenía que bastar. No tenía otra opción.
—Ven, voy a llevarte a casa— le dijo tomándola de la mano—. Fueron demasiadas emociones por una noche.
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Llegó la noche y Karl despertó. Había estado soñando con muerte y sangre. La horrible sensación lo acompañó aún despierto. Miró a su alrededor, ya todos comenzaban a levantar el campamento.
Nada pasó, de Basenhow no había regresado nadie. Todo estaba tranquilo y en silencio. La pequeña fortificación muerta. Basenhow había saqueado y asesinado a diestra y siniestra. Nada quedó más que muerte y dolor. Él podía sentir el dolor de la pérdida, sobre todo cuando veía a Elsa, que seguía callada.
—Señor— dijo el teniente mayor acercándose—. Ya estamos listos para regresar.
—Muy bien, teniente— se puso de pie y caminó en silencio hasta el Kropa donde aún estaba la señora sentada—. Elsa, tenemos un largo viaje por delante. ¿Quiere algo de comer antes de partir?
No hubo respuesta y Karl se resignó. No insistió, juntó sus cosas y montó en el Kropa. Estaba exhausto. No había hecho nada pero su cansancio era mental. No dejaba de ver las imágenes de los muertos desperdigados en el suelo, los torsos con uniforme en la pequeña plaza y sus cabezas en picas. Quiero ir a casa, a casa donde pertenezco. Donde la guerra no ha llegado aún. Tengo que prepararme para lo que se viene, impedir esto.
Aceleró el Kropa, aún sumido en sus pensamientos y no miró atrás para ver si los demás le seguían. No le importó y se internó en la oscuridad de la noche que caía despacio sobre él.
Klaus se quedó dormido pensando en lo que había pasado. No iba a desestimar el beso de Elke, pero le había tomado por sorpresa. ¿Y ahora qué?
No tenía tiempo para pensar en ello, tenía otras cosas importantes primero en la lista. Confiaba en que ella lo comprendiera.
Esa noche no soñó gran cosa. Su mente apresurada lo llevó a experimentar con la libertad y se despertó con un gran entusiasmo y esperanza.
Se vistió, su compañero de cuarto ya se había ido, tenía la habitación para él solo. Asomó la cabeza al pasillo, estaba vacío. Imaginó que estarían todos en la cocina preparando las bandejas de desayuno. Caminó un poco y se convenció de ello. Siguió la línea del pasillo hasta el cuarto donde el mayordomo hacía la planificación de la servidumbre. Tocó despacio y la puerta se abrió con un crujido, no había nadie dentro. Así que entró rápidamente y tomó el tubo del teléfono en sus manos, sacó la tarjeta de los abogados y marcó el número.
El teléfono dio tono, esperó.
—Kency y asociados al habla, ¿con quién tengo el gusto?
—Mi nombre es Michel— dijo sin levantar demasiado la voz—. Escuché que estaban reclutando gente como yo.
—¿Gente como usted? —dijo la voz luego de una pausa.
—Tengo un poder especial— cruzó los dedos porque le siguieran el juego.
—Ya comprendo. Podemos reunirnos para hablar sobre eso, si está de acuerdo.
—Primero quiero saber para qué les serviría a ustedes, que intenciones tienen— se impuso.
Se produjo otra pausa incómoda, tanto así que Klaus pensó que se había cortado la conversación.
—Veo que se encuentra en el palacio real, podríamos vernos esta tarde y con gusto le explicaré de que... —la puerta se abrió y entró el Señor Ristrow. Se quedó con asombro viendo a Klaus con el tubo en la mano, este inmediatamente colgó el teléfono.
—¿Qué se supone que está haciendo, señor Kleint?
—Yo— empezó a decir mientras enarbolaba una rápida respuesta en su mente—. Llamaba a mi madre, me trajeron noticias de que estaba enferma.
—Muy bien, ya me dijo la mentira... Ahora dígame de verdad a quién llamaba— el señor Ristrow era inteligente, ya lo tenía calado. Pero Klaus no podía darse el lujo de dejar que lo presionara para hablar.
—Usted no sabe eso, yo estoy diciendo la verdad. En cualquier caso no es de su incumbencia.
—En esta casa hay reglas, si no es capaz de seguirlas me temo que tendrá que irse.
—Yo trabajo para la señorita Von Baden, si ella me quiere conservar usted no puede hacer nada.
El mayordomo se envaró ante la jugada respuesta. Lo pensó bien y contestó:
—Muy bien, pero sepa que lo estaré observando. Aquí no toleramos la insubordinación.
—Cuento con ello— dijo Klaus haciéndose a un lado y cruzando la puerta hasta el pasillo.
La intrusión del mayordomo no le había molestado en lo más mínimo, ya era hora de cortar la llamada. ¿Quienes eran esas personas y cómo habían sabido dónde estaba? Agradecía el hecho de haber usado otro nombre para que no pudieran dar con él.
Salió al patio exterior y encendió un cigarro. Tenía mucho en qué pensar. ¿Acaso esta gente se había llevado a Niklas? ¿Dónde estaba él? Se perdió en los pensamientos que volaron junto al humo del cigarro.
—Una moneda por tus pensamientos— dijo Listraus, el compañero de habitación, apoyándose contra la pared que estaba Klaus.
Se sorprendió, había estado tan absorto en sus pensamientos que no lo había visto venir.
—No pienso nada importante—dijo y el moreno sonrió.
—No te creo, pero guardaré el secreto—pensó unos segundos—. Es por una chica ¿verdad?
Klaus rio.
—No, mi amigo. No es sobre una chica— le causó gracia que fuera eso lo primero que pensara el criado.
—¿Seguro? Yo solo pienso en mi chica—dijo con cara de ensueño.
—¿Y dónde está ella? —se interesó Klaus.
—Trabaja en un puesto de comida, hace la limpieza. Nos vemos cuando me dan el día libre, casi nunca— bajó la cabeza como tratando de espantar el feo pensamiento de su mente. Realmente hacía mucho que no la veía, los días libres eran escasos en el palacio real.
—Lamento oír eso.
—Si supiera manejar una de esas máquinas me haría cochero como tú y podría salir cuando quisiera.
—No puedo hacer lo que quiero, solo tengo un poco de suerte. La señorita Elke no es muy social y poco dispone de mí. Pero no con todos sería lo mismo— explicó dando una calada al cigarro y viendo como el humo se disipaba a lo lejos—. Pensaba que no se percataban de mi ausencia.
—Entiendo, entiendo—asintió con la cabeza—. Si, el señor Ristrow te estuvo buscando hace unos días. Le dije que estabas indispuesto en la habitación, pero puede que haya ido a buscarte allí y no te encontrara. En realidad no estaba seguro de que te hubieras ido, pero lo sospechaba. Ya sabes, como mayordomo es muy riguroso en cuanto a su personal.
—Te agradezco. Me temo que él y yo no nos llevamos del todo bien.
—Si haces bien tu trabajo y no das problemas, puede llegar a ser una persona muy amable— confirmó con una sonrisa—. Tal vez te tomas demasiadas libertades, pero entiendo que quien te contrata es la princesa, eso te convierte en intocable.
—¿Quieres? —le ofreció un cigarro y Listraus negó con la cabeza.
—Le prometí a mi chica que lo dejaría. Verás, estoy juntando dinero para pedirle que nos casemos e intentar conseguir un mejor empleo.
—No vas a poder.
Listraus se volvió hacia él, incrédulo de lo que acababa de oír. Klaus había sido muy directo y sus palabras cortaron el aire entre ellos.
—¿De qué hablas?
—Ninguno de nosotros tiene un futuro en este mundo, no hasta que las cosas cambien— sentenció y tenía razón, al menos para la visión de vida ideal que llevaba en mente.
—¿Y cómo van a cambiar? —se interesó y Klaus habló bajito:
—Tiene que ser un mundo justo donde todos tengamos oportunidades y no solo los ricos. Yo estoy cansado de la desigualdad ¿tú no?
—Si, hermano. Lo sé. Pero no podemos hacer nada, las cosas son como son— su tono derrotista lo irritó y creyó ver la oportunidad de convencerlo.
—Claro que podemos, yo voy a hacerlo— dijo firmemente haciendo el mayor silencio posible.
—Sabes que eso sería traición, ¿verdad? —se preocupó y bajó aún más el tono de voz.
—No si yo soy el vencedor— se acercó a él—. Somos muchos los que estamos de este lado, superamos a los ricos con creces. Se puede hacer, sé que se puede.
—Se necesita mucha organización, reclutamiento— pensó Listraus en voz alta.
—Lo sé, imagínate que puedas casarte con tu chica y tener tu casa. No digo que sería fácil, no será como los ricos que no hacen nada. Habrá que trabajar, pero será un buen trabajo. Igual de bueno que el de todos los demás.
—Eso suena muy bien.
—Es posible— asintió Klaus y se animó a decir más—. Únete a mi, ya somos unos cuantos.
—Yo... —dijo dudoso.
—¿No estás cansado de limpiar el cuarto de baño de tu señor? —por algún motivo le pareció que ese recordatorio le daría que pensar.
—Bueno, si...
—¡Que lo limpien ellos mismos! —se exaltó. No era su trabajo, por suerte, pensó. Pero no se lo deseaba a nadie.
Listraus estaba analizando la idea, tal vez pensaba demasiado. Klaus le había expuesto mucha información de repente y comenzaba a arrepentirse de haber dicho tanto. Si Listraus hablaba, probablemente no pasaría nada. Era solo un sirviente, pero igual quedaba la duda. Y a Klaus no le gustaba tener dudas.
—Vale— dijo finalmente Listraus—. ¿Qué tengo que hacer?
Klaus sonrió. Ahora la tarea era convertir a más gente, crear un ejército. Un ejército que nadie notara hasta que fuera demasiado tarde.
Encontrar a la gente no sería difícil, convertirlos era otro tema más profundo. Conocer sus debilidades y explotarlas. Crear un tema en conjunto, un lema. Todo eso se podía hacer. No sería de hoy a mañana, pero lo haría. Klaus lo haría porque era lo único en lo que pensaba desde hacía un tiempo. Lo había analizado al detalle, oído y vivido sobre las injusticias. Era todo o era nada. Además, ¿qué otra cosa podía hacer?
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