Capítulo 17

El sol asomaba por el horizonte, alumbrando la gran extensión de tierra que los separaba a ellos de la muralla de Kily. La tensión se palpaba en el aire a medida que se aproximaban.

Miró a uno y otro lado, sus hombres se mantenían fuertes, avanzando sin rezagarse. La batalla se cernía sobre ellos como una fuerte bofetada que aún no se recibe.

Muchas cosas estaban pasando en esos momentos. Los nervios se mezclaban con valentía y resultaba ser un curioso cóctel, no apto para cualquier soldado. Karl se lo tragó y aguzó la vista con los binoculares, no vió señales que indicaran movimiento en la muralla. ¿Acaso no los habían visto aún? Era una posibilidad, pero también lejana. Dos mil hombres en Kropas acechando a la distancia bajo la luz del sol. Hasta el más ciego los habría visto. Miró a los alrededores y siguió sin avistar ninguna información.

—¿Qué pasa? —le gritó a Lukien que le seguía de cerca—. ¿Por qué no se asoman a ver o envían una patrulla?

—Una emboscada, tiene que ser eso— contestó Lukien sin dejar de ver hacia adelante.

—Si me permite mi atrevimiento, señor— dijo el teniente mayor—. Creo que ya nos están esperando. Juegan con nosotros.

—Pues ya verán cómo jugamos nosotros ¡a todo vapor! —aceleraron uno tras otro, palmo a palmo, acercándose peligrosamente a la muralla.

Si era una emboscada, entrarían en ella y saldrían airosos. Eran muchos más que ellos, podían jugar a la guerra y ganar. Los hombres gritaron enfurecidos y avivandose a sí mismos. Tiraron cuerdas con ganchos y comenzaron a trepar por las paredes en los laterales. En la puerta principal fue donde se apiñaron la mayoría de los soldados, un buen grupo empujó esperando que ofreciera resistencia. Más no fue así. La puerta cedió casi enseguida y el ejército ingresó a la aldea como un manantial por su cauce. Y lo que vieron fue la muerte. Los vivos, ¿dónde estaban ellos? ¿Acaso quedaba alguno?

La plaza principal era un cúmulo de cuerpos de soldados, el suelo se había teñido de rojo. Por donde uno mirara, cadáveres adornaban el lugar. Junto a la entrada de una casa yacía uno con un hacha en la cabeza y no muy lejos de ese había tres atravesados por la misma lanza. El aire estaba impregnado de hedor, Karl se cubrió la cara con un pañuelo y reprimió una arcada. Llevaban algún tiempo allí bajo el rayo del sol, dos días tal vez. La sangre estaba pegajosa, qué tarde habían llegado.

—¿Dónde está la gente? —preguntó casi al aire, mirando a todos lados.

—Señor— se aproximó un soldado con una mujer asustada—. Estaba en un almacén, escondida.

—Muy bien, soldado— la señora tenía miedo, temblaba. Vestía humildes ropas de aldeana, en tonos marrón. Tendría cerca de sesenta años, con el cabello ceniciento y las prominentes arrugas en la cara—. No te haremos daño— le dijo—. Nosotros somos hermanos. Ahora dime, ¿qué pasó?

Karl no estaba seguro de que hablara, la mujer tenía un terror en los ojos que difícil sería quitar. Era una víctima de guerra, lo había perdido todo y quién sabía lo que había visto.

—Señora, está a salvo ya— intervino Lukien—, vendrá con nosotros a la ciudad y será atendida. ¿Hay más como usted o está sola?

Los ojos vidriosos de la señora no se giraron a verlo, permaneció allí, impasible. No iba a hablar, no, no lo haría. Al menos por unas horas o días.

—¡Busquen en las casas! —ordenó Karl—, ¡asegúrense de que no haya más gente oculta!

Los soldados avanzaron abriéndose camino por las angostas calles, empujando las puertas a golpes y patadas haciendo saltar los pestillos. Adentrándose en las oscuras habitaciones, buscando a quien más salvar.

Pero poco se pudo hacer. Solo encontraron a un hombre de unos cuarenta años, débil y pequeño. El sufrimiento parecía habérselo comido de a poco.

—Buen hombre, no tema— dijo Lukien—, nos gustaría saber qué fue lo que pasó aquí.

—Yo, yo, yo—titubeó y Karl puso la mano en su hombro, eso pareció calmarlo un poco—. Llegaron al amanecer, como ustedes— dijo finalmente mientras Lukien le daba un poco de agua en una botella. El hombre tomó despacio, las manos temblorosas—. Mataron a todos los soldados y se llevaron prisioneros a los demás. Había gritos, disparos.Yo, yo... me escondí debajo de una cama y no me vieron. No se tomaron las molestias de buscar demasiado. Pero Elsa... — señaló a la señora de los ojos vidriosos—. Elsa tenía a su hija, se la habrán llevado también.

—¡¿Los van a regresar?! —Elsa estalló en llanto, sacudiendo a Karl por los brazos. Sus ojos convulsionaban en lágrimas y su cuerpo, llevado por la emoción, se deshacía por el peso de la pena.

—Haremos lo posible por ayudar— prometió comprendiendo que eso no era algo que harían de inmediato. Tenían muy pocos hombres para seguir el camino y atacar una fortificación real. Primero habría que regresar, repensar las cosas y analizar el próximo camino a seguir.

Su plan falló. Fueron hasta aquí y no encontraron a nadie. Ahora era momento de barajar las cartas y jugar al mejor postor. Al menos, rescató a dos personas que podrían haber muerto de quedarse allí solas. De algo, por mínimo que fuera, había servido.

Dio la vuelta y le hizo señas al mayor Ribret de que regresaban.

—Pero señor, los soldados necesitan descansar del viaje nocturno.

—Y tendrán su descanso— intervino Lukien—. Lejos de este sitio putrefacto. Daremos la vuelta y nos detendremos en el bosque del camino.

El mayor Ribret dirigió una mirada a Karl, esperando confirmación.

—Haz lo que él dijo— asintió y todos se pusieron en marcha.

Elsa subió al Kropa de Karl y el anciano fue relegado con el teniente general. Lukien lo siguió en el regreso, parecía que quería decir algo pero no hablaba, solo murmuraba cosas ininteligibles.

—¿Qué ocurre? —se atrevió a preguntar Karl.

—¿Has pensado? ... ¿qué pasará con nosotros al regreso... ? —La voz de Lukien sonaba algo preocupada y dudosa.

—Si—contestó secamente—. Lo pensé en un momento pero luego me persuadí de dejar los problemas de futuro en el futuro.

—Sabia contestación.

—No diría eso, pero hay tantas cosas que están mal en este mundo que no me siento con ganas de analizar lo que podría decir o hacer mi padre. Ya sé que no será nada positivo, pero no deseo abocarme a ello desde ahora.

Karl había visto demasiado este día. Su primera experiencia con la guerra le dejó mucho en qué pensar. ¿Qué esperaba? No sabía lo que había esperado, no sabía nada. No había romance ni gran valor en la guerra, solo sangre y carne putrefacta. Estaba impresionado. Vio la muerte frente a frente, imaginó quienes eran los caídos. Tenían familia y amigos que ya no visitarían y ahora yacían desangrados en los suelos de la fortaleza. Ninguno se salvó, todos cayeron. Cayeron porque la ayuda no llegó a tiempo, porque les había fallado.

Y eso era lo que sentía, frustración por no haber impedido esta matanza. Trataba de pensar que no había manera de haberlo detenido, pero no estaba seguro. Nadie podría nunca decir lo contrario.

—¿Nos detenemos aquí? —preguntó el teniente general—. Estamos lo suficientemente lejos de la fortificación y lo bastante cerca como para reaccionar si debemos actuar por algún motivo.

Karl miró alrededor, los jóvenes árboles proporcionarían un buen refugio, al menos por unas horas hasta que oscureciera y partieran de regreso a casa, si así podía llamarla.

—Ordene que se detengan— dijo con voz clara—. Acamparemos aquí hasta el anochecer.

Los Kropas fueron deteniéndose uno a uno como una ola que rompe su curso, y los soldados descendieron preparados a levantar un campamento. Eran solo unas tiendas modestas que daban cobijo y un poco de oscuridad. Tenían un sistema de turnos, para vigilar el sitio de posibles amenazas mientras los otros descansaban.

Karl ayudó a Elsa a descender del Kropa. Aún estaba tiesa y con la mirada vacía. No se recuperaría pronto. Tenía un largo camino de superación por delante. Él la entendía o quería entenderla.

Tenía mucho que replantearse. La guerra era real y palpable. Tenían que actuar y ya. No podía permitir que el reino se hiciera a un lado y no se enfrentara a las amenazas que lo rodeaban. Era su tarea hacer que las cosas se pusieran en marcha y era exactamente eso lo que planeaba hacer.

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Klaus esperaba junto al umbral de la puerta, en la oscuridad de la noche. Aguardaba en silencio a que Elke apareciera, ataviada con su ropa de hombre que tan bien le sentaba. Esperó un buen rato, sabía que no le era fácil a la chica escabullirse sin ser vista. Pero a tales horas, ya comenzaba a preocuparse. Tanto así que pensó en ingresar a la casa para averiguar qué estaba pasando. Una punzada de coherencia le impidió hacerlo.

—Lo siento— dijo una agitada Elke al cruzar las puertas de servicio rápidamente—. Con esto del príncipe fugitivo, hay muchas personas dando vueltas constantemente. Estuve a punto de ser descubierta.

—Me alegra que no— sonrió él y la tomó del brazo conduciendola hasta los arbustos donde escondía las bicicletas—. Estuve a punto de entrar por tí.

—Escúchame—lo detuvo—. Prométeme que nunca entrarás a la casa a buscarme.

—No pasaría nada, no pueden castigarte. ¡Eres su princesa!

—No hablo por mi, podrían apresarte y quién sabe qué más te harían. Es muy arriesgado, estamos jugando con fuego.

—¿Noto un aire de preocupación? —rio—. ¿Acaso la princesa se preocupa por mí? —le hubiera encantado que así fuera.

—No te burles, estoy hablando con seriedad.

—Y yo también— se acercó quedando frente a frente—. Nada me pasará, deja de preocuparte. Sé lo que hago.

—Ojalá sea así.

—Ven— la tomó de la mano e hizo que lo siguiera. Montó en la bicicleta y la ayudó a subir—. Lo que hacemos aquí es especial— le susurró al oído mientras estaban en movimiento—. Tú eres especial y haces que todo lo que yo haga se vuelva así. Nadie puede romper lo que tenemos aquí.

Inmediatamente se arrepintió de haber dicho eso. Bien podía malinterpretarse. No planeaba sonar acosador, solo expresaba lo que venía sintiendo desde hacía un tiempo. Una conexión con ella, algo que nunca había tenido con nadie y que deseaba conservar.

Pero ella no dijo nada aunque podría jurar que esbozó una sonrisa.

La noche estaba hermosa, sin nubes que cubrieran las estrellas que iluminaban su paso junto a las linternas de luz amarillas a ambos lados de la calle.

Nada le gustaba más a Klaus que recorrer la ciudad por la noche. Las parejas caminando por la acera, tomados de la mano. Los niños mirando con ansias las vidrieras de las tiendas de dulces que bajaban sus persianas. Los locales de música que se encendían en la ciudad que poco a poco se iba a dormir. Las melodías animadas bañaban las calles y los bares atiborrados de gente que se reía y pasaba un buen rato.

Dio la vuelta siguiendo el borde del canal y se adentró en los barrios bajos. Los lujosos edificios se acabaron y los locales de comida callejera asomaron por las calles desprendiendo dulces aromas especiados y los bares resonaron en las veredas con borrachos riendo desmesuradamente. Podría no ser igual al mundo de los ricos, pero tenía su encanto, o eso creía él.

Klaus se subió a la vereda y esperó a que Elke descendiera de la bicicleta antes de bajar y dejarla a un lado junto a la puerta del colorido edificio.

—¿Lista? —Elke asintió y él tocó a la puerta con un ruido sonoro y sordo. La madera crujió y se hicieron a un lado esperando que abrieran desde dentro. No se hicieron esperar demasiado, Liam abrió seriamente y los invitó a entrar.

—¿Pasa algo? —preguntó Klaus una vez dentro, preocupado por el ceño fruncido de su amigo.

—Pasen, pasen— los instó a acercarse al salón, donde todo el grupo lucía preocupado—. Yam por favor tráenos una silla— le pidió a una de las chicas y estas obedecieron sin chistar.

—¿Qué está pasando? —se preocupó Klaus.

—Es Niklas—dijo Andreas desde su asiento—. No responde. Lo he llamado y aquí Kramer se pasó por su casa. No está. Nadie lo ha visto.

Klaus pensó, él tampoco lo había visto. La última vez le había encargado que averiguara sobre los abogados y luego nada. Se preguntó si no sería ese el motivo de su desaparición, tal vez en realidad no había llegado a averiguar nada y su falta se debía a otros motivos, pero no podía descartarlo.

—Yo le encomendé una tarea— confesó.

—¿Qué tarea? —preguntó Marcel desde su rincón.

—Estaba buscando información sobre unos abogados, no tenía tiempo de hacerlo yo mismo y le pedí ayuda.

—¿Qué abogados? ¿De qué hablas?

—¿Kency y asociados? —preguntó Elke preocupada.

—¿Pueden por favor hablar claro? —se impuso Liam.

La preocupación se extendía por el salón, las miradas de inquietud buscaban respuestas y varios intuían ya que algo malo había pasado. Ya lo sospechaban desde antes pero ahora lo terminaban de confirmar.

Klaus miró a Elke, buscando una respuesta. ¿Contar lo que pasaba o escabullirse del tema? Era una historia sensible que no se atrevía a compartir por miedo a las represalias. Cerró los ojos, querían respuestas y estaba en su poder brindarlas, al menos unas cuantas.

—Yo— empezó y entendió que era más simple mostrar lo que quería decir que simplemente expresarlo en palabras. Así que chasqueó los dedos y una pequeña llama se encendió. Todos abrieron bien los ojos y Krammer, quien se estaba balanceando en la silla, se cayó al suelo. Todos voltearon a verlo por el estruendo—. Esto es algo que puedo hacer— continuó Klaus—. Y hemos descubierto que hay más gente con mis mismas capacidades.

—¿Esto es un común? —preguntó Liam consternado.

—Creo que somos muchos, y he estado investigando sobre ellos, buscándolos.

—Encontramos a un hombre que puede usar agua— agregó Elke.

—¿Qué tiene que ver ella en esto? —Marcel fue contundente.

—Ella... —le dirigió una mirada inquisitiva y ella asintió muy a su pesar—. Ella puede hablar con los muertos.

El silbido de Liam fue suficiente para expresar lo que todos sentían en ese momento. Un mundo se abría ante ellos. Habían estado seguros en su tranquilidad, tanto tiempo en la ignorancia. Como casi todo el mundo en realidad.

—Pero a este hombre— continuó Klaus—, unos abogados lo buscaron. Querían saber sobre sus poderes. Me parecieron sospechosos y envié a Niklas a buscarlos. Debió descubrir algo, no sé qué pensar. Tampoco sé si ese es el motivo de su desaparición.

—¡Por supuesto que es eso! —sentenció Andres—. Uno no anda por la vida investigando por su cuenta a un grupo de tipos sospechosos que no sabes siquiera si son abogados reales, y sale invicto. Todo cuadra. Lo enviaste arriesgando su vida.

—¡Yo no planeaba arriesgar su vida! —se defendió—. Solo debía investigar sin entrometerse, nada más.

—Está claro que fueron más inteligentes que él, debe estar tirado en algún callejón— dijo Liam en todo derrotado.

—Deben existir esperanzas— intervino Elke.

—Tú no conoces a Niklas— se adelantó Krammer—. Él va a todo o nada, esto lo sobrepasó. ¿Dónde está sino?

—No tengo una respuesta—dijo Klaus—. Pero voy a buscarlo y lo encontraré. ¿Ya fueron a las comisarías? ¿A las enfermerías?

—No, no llegamos a tanto.

—Vale, empecemos por ahí. Yo iré en la mañana a todas las comisarías que pueda, les encomiendo que busquen en todos los centros médicos de la zona.

Todos asintieron, un poco más aliviados aunque nada de lo dicho propiciaba eso.

—¿Qué harás con los abogados? Dime, ¿para qué quieres encontrar a toda esa gente? —Andreas sabía lo que preguntar.

—Es fácil, una revolución. ¿Para qué sino?

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