Capítulo 14
—¿Qué pasó hoy? —preguntó Karl entrando en la sala de Mark—. ¿Ya nos atacaron? ¿Nos preparamos para un asedio? ¿Qué nos atañe? Porque el rey no tiene en sus planes actuar.
—Lo imaginé cuando no recibí noticias tuyas— dijo Mark. Lukien miraba cabizbajo a los papeles dispersos por la mesa. Algunos eran mapas y otros anotaciones. Dos libros sostenían un gran mapa estirado—. Mi informante telefoneó esta mañana— continuó Mark—. Dice que una parte de las tropas de Basenhow abandonaron oficialmente la ciudad, camino a Kily. Ya no hay dudas, llegarán mañana cuando mucho. Quería saber si haríamos algo al respecto.
—La respuesta es no. Los miraremos mientras atacan y asesinan a nuestros hombres— se acercó a la mesa a ver—. ¿Qué estaban viendo?
—¿De cuántos hombres dispones? —preguntó Lukien—. ¿Cuántos hombres están en tu regimiento?
—Unos dos mil hombres— respondió—. ¿Por qué?
—Dos mil deberían bastar, más los quinientos que ya están en Kily.
—Esos quinientos ya están muertos y ¿esperas que disponga de las tropas y ataque a espaldas del reino?
—Los quinientos puede que mueran, pero no sin antes diezmar parte de los soldados de Basenhow. Y sí, eso estamos pidiendo. Sino ¿para qué nos reunimos aquí? Disponemos de hombres, usemoslos.
Mark estaba decidido, Lukien no dejaba de ver el mapa y Karl dudaba. Si el rey descubría que actuaba por su cuenta, puede que lo relevara del cargo y terminara siendo solo un príncipe sin poder de nada. No es que le tuviera miedo, pero era importante en esos tiempos el poder disponer de al menos un regimiento, que era pequeño en comparación con las tropas oficiales.
—Tenemos que cruzar la muralla, sabrán de nosotros. Intentarán detenernos.
—Eres el príncipe real, puedes hacerte valer de la autoridad y para cuando lleguen a detenerte oficialmente, ya estarás lejos.
—Necesito hacer la logística. Comida para empezar, suministros médicos. Designar un capitán y los generales. Alguien para preparar la estrategia una vez que allanemos el terreno. Lukien— se volvió hacia el hombre—. ¿Vendrías conmigo? No conozco a nadie mejor para el puesto.
Lukien se lo pensó. No era cualquier cosa ir a una guerra, por más que solo fuera un ataque. Implicaba pérdidas y una posible derrota.
—Está bien— dijo luego de un largo silencio—. Cuenta conmigo. Aunque nada de esto me convence.
—¿De qué hablas? —quiso saber.
—Todo esto, no me cuadra— señaló un punto en el mapa—. Kily no es de importancia, por ese motivo hay tan pocos soldados. No se supone que ataquen.
—Pero hay gente allí, no solo soldados ¿verdad? —preguntó Mark.
—Si, es una pequeña aldea— respondió Karl.
—¿De qué le sirve a Basenhow obtener Kily? Perder soldados, cuando están tan cerca del Reino del Manto Azul. El Reino del Manto Azul es pequeño, fácil de atacar. No creo que cuenten con un gran ejército. ¿Por qué no atacarlos a ellos y en cambio desviarse tanto para atacar una aldea insignificante, ¿qué obtienen, además del armamento que ya sabemos? ¿Vale tanto la pena?
Mark bufó.
—En la guerra nada tiene sentido.
—¿No hay posibilidad de que tu informante se equivoque, Mark? —Karl empezó a dudar.
—No, fue muy certero. Tiene contactos entre la gente de Basenhow. No se equivoca.
—¿Cuántos soldados son el número final?
—Dos mil cuando mucho, van seguros. Saben que Kily está descuidada— la afirmación de Mark fue suficiente.
No quedaban opciones, esa gente iba a ser masacrada. Llegaría tarde para evitarlo, pero defendería el sitio y expulsaría al enemigo. Era una tarea difícil. Muy difícil. Había recibido entrenamiento toda su vida pero nunca tuvo la oportunidad de probarse a sí mismo.
Corrían contra reloj, tenían que partir cuanto antes, probablemente en la noche, cuando nadie estuviera prestando atención.
—Lukien, te veo en una hora en el regimiento.
Lukien asintió y Karl salió disparado por la puerta.
—--------
Tenía que hablar con ella, había estado todo el día pensando cómo hacerlo y eso era lo único que se le había ocurrido.
—Señor Ristrow— le dijo al mayordomo insistiendo—. Por favor, es importante.
—Que no, señor Kleint, no voy a incordiar a la señorita por pedido suyo. No insista — lo eludió sin dejar de hacer sus cosas. Estaba preparando el listado de los suministros que necesitaba la mansión. Luego mandaría a comprarlos.
—Se lo ruego, la familia de la señorita me pidió que le entregue una nota— mintió llegando a sus últimos recursos.
—¿La familia de la señorita? Usted ha estado todo el día aquí, no me venga con mentiras— le reprochó mirándolo de mala manera.
—No es... — se aclaró la garganta—. De hombre a hombre, se lo ruego. Serán solo unos minutos y nadie se enterará.
—¿Qué relación tiene con la señorita? —el mayordomo se detuvo y lo miró a los ojos inspeccionando con la mirada. El señor Ristrow era cuando mucho más alto que él, su barriga también lo era.
—Es... mi amiga, somos amigos— confesó esperando que el anciano hombre se apiadara de él.
—La señorita no es amiga de ninguno de nosotros— aclaró, pero en su tono de voz se notaba cierta comprensión—. No se imagine cosas, joven. Ellos están arriba, nosotros abajo. Y los de arriba no se mezclan con nosotros.
—Entiendo— dijo tratando de no mostrar su abatimiento. Eso lo sabía muy bien y a veces solía divagar con esas cosas por su mente. Eso era ¿no? Al final de cuentas... ¿solo diversión?, pensó para sí—. Pero igualmente quisiera hablarle, solo serán unos minutos y no lo molestaré más. Si ella no quiere verme, pues lo olvidaré. Solo necesito transferir una información.
El mayordomo lo requisó con la mirada, analizando si era cierto lo que le decía y al final optó por confiar.
—Una excepción y no volveré a incumplir mis órdenes.
—Solo esta vez, lo prometo— se tocó el pecho con la mano derecha y agradeció con la cabeza.
—La conduciré a la salida de servicio, espero que sea breve— dijo y salió por la puerta de su despacho. Klaus esperó unos instantes y luego salió también, se acomodó la ropa metiendo la camisa dentro de los pantalones y peinó un poco el estropajo que era su pelo siempre.
Una vez en la salida, esperó...
De a ratos alguien pasaba cerca de la puerta y él se erguía pensando que era ella, pero siempre resultaba ser solo una criada.
Contó las baldosas del suelo y memorizó las grietas de la pared. Todo eso y aún no llegaba. Encendió un cigarro, la tensión no era lo suyo.
—Joven— dijo asomando la cabeza el mayordomo—. Recuerde lo que hablamos— se dio la vuelta e ingresó de nuevo a la casa. Elke apareció en su lugar, se veía nerviosa y hasta enojada.
—¿Qué crees que estás haciendo? —dijo en apenas un susurro.
—No te enojes, no tenía otra manera de contactarte.
—Es que no tenías que contactarme— hizo énfasis en el "no" —. Creía que teníamos estipulados nuestros límites.
—Pues no, tú habrás hecho los tuyos sin que yo me entere— tenía que calmarla si iba a decirle lo que venía decir, pero por algún motivo terminó enojandose también.
—¿Ah, no supiste? —dijo en ironía—. Tal vez tú y tus amigos fuera de la ley podrían aprender a interpretar mejor a una mujer.
—¿Mis amigos qué... ? ¿De dónde sacaste la idea que estamos fuera de la ley? La última vez que miré estábamos siendo bastante hostigados por tu señor rey— no daría el brazo a torcer, no sabía a qué estaban jugando pero no le importaba. Él nunca perdía una discusión.
Ella se envaró y lo señaló con un dedo.
—Si tanto te disgusta, hay muchos reinos que podrían recibiros.
—Todos los reyes son basura.
Se hizo un silencio y se arrepintió al instante de haber pronunciado esas palabras. Pareció dudar y él intentó medirla para adelantarse a su reacción, que no fue la esperada. Elke levantó la mano con velocidad y le dio una bofetada.
Sintió la quemazón en la mejilla casi al instante. No supo cómo interpretar eso. ¿Debía enojarse con ella? ¿Pasarlo por alto? No había esperado esa resolución. Pensó rápido y volteó a verla. Lo miraba con una mezcla de rabia y honor. ¿Era honorable pegarle por expresar su opinión? Pensaban muy diferente aparentemente.
—Sabes— dijo tranquilo—. El motivo de llamarte era que quería contarte algo importante que descubrí sobre tus poderes y el mío— negó con la cabeza—. Ahora ya no estoy seguro de que sea importante.
—No me interesa en lo absoluto— confesó ella cortante.
—Pues bien, vete a tu castillo, donde perteneces.
—Eso haré—se dio la vuelta pero antes de entrar, él la detuvo.
—Bueno, dile adiós a la tía Rosanelda—sentenció aún confundido por la conversación. ¿Cómo había terminado de esa manera? Era muy malo hablando con mujeres, eso debía ser.
Elke entró a la casa y se perdió entre la gente.
Había resultado muy, muy mal.
Se tocó la mejilla aún colorada y cerró los ojos. Es lo mejor, se dijo. Ella no es como yo, nunca me entendería. Es mejor que se haya terminado ahora y no más adelante cuando hubiera más sentimientos en juego. Porque Klaus tenía sentimientos, más de los que estaba dispuesto a asumir. Más de una vez se había preguntado qué pasaría si Elke se quedara con él. Sabía que no tenía que pensar así y este momento se lo recordaba con fuego. Ya no la veré, no hablaremos.
—----------
Que desgracia. Klaus se había aparecido así de pronto y tuvo que fingir, pretender que pertenecía realmente a los suyos. Porque, ¿y si alguien la veía? ¿Cómo explicaba el hecho? ¿Qué tanto perderían? No podían darse el lujo de verse a plena luz del día.
Eran demasiadas posibilidades y todas terminaban mal. No podía tomar esos riesgos. No importa. No lo volveré a ver. Lo he arruinado.
Eso le pesaba... mucho. Extrañaría la adrenalina de una vuelta en bicicleta, visitar la ciudad de noche y embriagarse con el aroma de una nueva comida. Porque al final, le gustó probar nuevos platos. Era parte de la vida, probar cosas nuevas y allí, encerrada, no había nada para probar.
No tengo que preocuparme, tengo a Karl... ni yo me creo eso. Klaus, ¿qué hice?
Sin embargo y a pesar de todo, lo que había dicho cerca del final, le picaba en la mente. "Algo importante que descubrí sobre tus poderes y el mío", dijo. Al darle la espada se negó a escuchar eso tan importante. A Elke le hubiera gustado comportarse de otra manera y escuchar esa información. Ahora tendría que buscarla por sí misma. No puede ser algo tan especial, tengo una gran biblioteca y un príncipe erudito que puede resolverme estas dudas.
Caminó por el palacio, ya había anochecido. La puerta de la habitación del príncipe estaba abierta, se acercó despacio para no hacer ruido y miró dentro.
El príncipe estaba de pie junto a la cama, poniéndose un uniforme del ejército. Sus ojos se deslizaron por los músculos definidos que se revelaban mientras él se ajustaba la camisa y se cerraba la chaqueta. La tenue luz que había dentro, no hacía sino resaltar los detalles de su figura.
Entonces él la descubrió viéndole. Que no se asombre, ¿para qué dejó la puerta abierta?
—Elke... ¿Necesitas algo? —se acercó a la puerta.
—¿Te vas al frente? —finalmente entendió lo que pasaba—. Creí que habías dicho que esperarían.
—No hay tiempo para esperar. Tenemos que movernos rápido— sonrió cansinamente.
—¿Pero tienes que ir tú? ¿No pueden hacerlo solo tus generales?
—Elke— tomó tiernamente sus manos—. No sería honorable enviar soldados a una guerra en la que no estoy dispuesto a luchar.
—Entiendo —hizo una pausa pensativa—. Regresarás, ¿verdad? —la situación dio espacio a la duda. ¿Y si no regresaba? ¿Si ella quedaba sola? ¿Qué haría? ¿La enviarían de regreso a su casa? Las dudas la hicieron presa. Después de todo estar sola no podía ser tan malo. No era para nada malo.
—Volveré, no te preocupes.
—Hay algunas cosas que quería preguntarte, pero tendrán que esperar.
—Lo siento, en cuanto regrese te prometo que seré todo tuyo— se acercó despacio y depositó un beso en su frente. Elke tragó saliva, todo esto era muy real. Una guerra, llegó la hora.
—Regresaré, Elke— la miró con ternura—. Traeré buenas historias que contarte.
—De eso no lo dudo, pero... ¿el rey sabe de tu partida? Nadie mencionó nada.
—No— la acalló—. Es un secreto. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras mi padre bebe su vino y lee un libro. Está en mí el futuro de este reino. ¿Comprendes verdad?
—Si, lo entiendo, Karl.
—Ahora tengo que terminar de prepararme, hablamos cuando regrese. Cuídate mucho— entró de nuevo muy decidido a la habitación y cerró la puerta. Elke se quedó fuera mirando la puerta, intentando procesar lo que acababa de suceder.
—Ven, vamos a la habitación— la guió Lena.
Todo el mundo allá afuera se venía abajo y ella solo podía pensar en que no quería perder a su cochero. Qué egoísta soy. Eso hizo que apartara a Klaus de mi y ahora estoy sola. Ni siquiera el príncipe estará para hacerme compañía. Solo espero que no muera en esta locura de guerra.
¿Qué estaría haciendo Klaus? ¿Sabía acaso lo que estaba ocurriendo? Esta tonta guerra que casi estaba sobre sus cabezas. Deseó poder decirle, advertirle. ¿Pero qué decir? Nada cambiaría, seguiría siendo el cochero, preso de su destino. Como todos nosotros.
Ojalá estuviera aquí, él sabría qué decirme para hacerme reír. Que tonta fui dejándolo ir, pensó tristemente.
—No te tortures— le dijo Lena una vez al resguardo de la habitación—. Hoy definitivamente no es tu día.
—Lo sé. Ahora Karl está en peligro y...
—¿Karl? —la interrumpió—. ¿Desde cuándo te importa Karl?
—Desde que va a la guerra y puede morir. ¿Qué piensas que soy? No le deseo la muerte a nadie.
—Lo sé. —Le ofreció un abrazo y Elke se dejó caer sobre su hombro, sus ojos vidriosos buscaban soluciones que no encontraba.
—Vamos a morir, todos.
—Oh, no digas eso. Las guerras se pueden ganar— dijo en tierno tono—. Además tu Karl parece muy decidido, tiene coraje. Todo irá bien.
—¿Tú crees? —se apartó unos instantes para verla a los ojos. Su mirada era dulce y creía lo que estaba diciendo. Le dio tranquilidad, aunque fuera una momentánea.
—Yo creo que sí— mostró su hermosa sonrisa—. Pero hay algo que tienes que hacer antes de cenar hoy.
—¿Qué cosa? Ah, eso— bajó la mirada pensativa. Tenía que hacerlo o sería una tonta noble como las que siempre había odiado. Se tragó su orgullo y salió de la habitación con rumbo a la entrada principal. Tuvo suerte de no cruzarse con sus damas de compañía que estaban en su saloncito, cosiendo. Las había convencido de que se sentía mal y necesitaba descansar.
En la entrada, el guardia que la resguardaba se hizo a un lado y ella le dio un papelito en la mano. Inmediatamente luego de leerlo, se alejó.
Esperó un corto rato hasta que el carro aparcara frente a ella.
—Señorita, ¿viaja sola? —se preocupó el guardia.
—Si, tengo que hacer un recado. Mi familia me verá pronto. Volveré enseguida.
Klaus descendió del coche y le abrió la puerta ayudándola a entrar. Luego se sentó en su asiento de conductor y puso en marcha el vehículo.
Elke esperó, Klaus le dirigía miradas interrogantes.
—¿Qué pasa? —preguntó ella ante la insistencia.
—Que no me indicó a dónde vamos. Estoy dando vueltas.
—Oh, eso— pensó—. A ningún lado en realidad. Solo quería pedir disculpas por mi comportamiento de hace un rato. ¡Pero no me dejaste opción! Era muy arriesgado, ¿y si alguien oía? ¿Podrás perdonarme hacerte sentir la peor persona del universo?
—Perdón, ¿Qué? No soy la peor persona del universo y no me importa cuanto me ataques, no me harás sentir eso. Tengo un poco de amor propio, sabes.
—Lo sé, lo siento, lo siento. No paro de equivocarme.
De pronto Klaus echó a reir copiosamente, ella se sintió incómoda.
—¿Me dices que toda esa perorata de insultos fue solo porque tenías miedo de que nos descubrieran?
—Si, lo siento mucho— bajó la cabeza—. Resulta que no soy tan valiente como creía y menos ahora con todas las cosas que están pasando.
—¿Qué cosas pasan? —le cortó la frase a medio terminar.
—Una guerra—dijo de pronto—. Está allá afuera a la espera.
El carro se detuvo bajo un farol eléctrico. El paseo de Krisaly era alumbrado por una hilera de faroles iluminando la noche. A esa hora atestado de gente caminando en parejas por las veredas adoquinadas. Algunos entusiastas paseaban a sus mascotas y los coches no se detenían a medio camino, excepto el que manejaba Klaus.
—¿De qué guerra hablas? —volteó a verla.
—La guerra con Basenhow, van a atacarnos— sonó demasiado efusiva, se arrepintió al instante. Tal vez no debería dramatizar, no quería dar una imagen equivocada de lo que ocurría.
Él pensó en silencio.
—¿Basenhow no está muy al norte? —dijo luego de parecer repasar el mapa mentalmente.
—Si, pero ya se apoderaron de Skarlien y nosotros seguimos en la lista.
—No creo que pase nada— la calmó tratando de aparentar no estar preocupado—. Tu príncipe hará algo seguro, para evitar la situación.
—También es tu príncipe.
—Oh no, yo no me voy a casar con él.
Yo tampoco, quiso decir pero solo le salió sonreir. Se encontró nuevamente en la encrucijada de su vida. Demasiado cerca y demasiado lejos de nada. No avanzaba ni retrocedía.
—¿Estás bien? —La voz de Klaus la apartó de sus pensamientos. La veía con esa mirada que solo él tenía, la desarmó y se sintió segura, ahí en medio del mundo alocado.
—Si, estoy bien.
—Me alegro. ¿Quieres regresar?
—No, me gustaría estar aquí un rato más y ¿podrías entrar aquí conmigo?
—¿Cómo? —se sorprendió con el pedido—. Si alguien llega a reconocer el carruaje y me ve ingresando junto a tí, tendremos problemas.
—Pues ya los solucionaremos luego. Hay que ser valientes, ¿recuerdas?— sonreía, estaba segura de lo que pedía y él no pudo resistirse. Miró a todos lados antes de aventurarse dentro del compartimiento de atrás y cerró la puerta.
Elke cerró las cortinas para que nadie pudiera ver lo que ocurría dentro y eso lo puso incómodo.
—Ahora, ¿quieres contarme lo que era tan importante que supiera? —dijo sin apartar la mirada, estaban tan cerca que apenas podía moverse. Él dudó, se lo notaba nervioso, no había anticipado esta jugada.
—Conozco a alguien— se aclaró la garganta—. Que dice conocer a alguien que aparentemente es como nosotros.
—¿Qué es lo que hace? —la información sí que era interesante.
—Bueno, parece que trabaja lavando trastos en un restaurante. Alguna persona lo vio haciendo que el agua lavara sin que él siquiera se mojara las manos. Esa es toda la información que tengo, pensé que tal vez quisieras investigar.
—¿Dices ir a verlo? —dijo ella y Klaus se encogió de hombros—. Podríamos hacerlo una de estas noches.
—¿Aún quieres que nos sigamos viendo? —dijo humildemente, no queriendo arruinar el momento.
—Si, por favor. Yo intentaré investigar por qué pasan estas anomalías. Hay una gran biblioteca en el palacio, algo habrá allí —estaba emocionada, eran grandiosas noticias. A cada momento estas pistas le decían que no era una chica "rara", sino algo más. Era parte de algo desconocido y ese fuego interno quemaba en grande, consumiendola. Imaginaba si lograba reunir un ejército de gente como Klaus. Un ejército de fuego. Serían invencibles. Aunque no se detuvo a pensar en que a Klaus y a las otras personas, probablemente no le interesara pelear. ¿Por qué pelear por los que los habían oprimido siempre? Tal vez podría convencerlos antes de que la convencieran de hacer todo lo contrario—. Hay una chica en la servidumbre, Vikky creo que se llamaba. Me ayudó un par de veces cuando Anna no estaba. Podría darle mis notas a ella para que llegue a tí y tú hacer lo mismo cuando averigues un poco más.
—Pensaba que tal vez hoy podrías acompañarme. Me dieron la dirección del tipo, en la noche ya estará en su casa.
—Esta noche... —pensó. El príncipe se habría ido y probablemente habría revuelo en el palacio cuando se enteraran de su ausencia. No se decidía si era prudente salir en ese momento o esperar otro día.
—Puede esperar, pero pretendo llegar a él antes que otros— insistió Klaus.
—¿Quién más podría? —se asustó.
—Varás, no es muy común esto y yo no fui el primero en preguntar. No sé quién más estaría interesado, pero no sería por buenos motivos. Es un poder que puede ser usado tanto para el mal como para el bien.
—Comprendo, espérame esta noche luego de la cena, como la otra vez.
—Ahí estaré— se quedó viéndola por unos instantes—. Te conduciré de regreso— vocalizó mientras tragaba saliva y salía del carro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top