Capítulo 13

El desayuno fue tenso. El rey estaba ausente y la reina no hablaba. Karl le sonreía desde el otro lado de la mesa.

—Hace un lindo día— dijo Elke tratando de romper el silencio que le molestaba.

—Claro que sí— contestó la reina y luego se dirigió a su hijo—. Cariño, deberías llevar a montar a la chica. Seguro lo apreciará.

—Si ella quiere— dijo él sin dejar de sonreír. Sonríes y sonríes, eso lo haces bien.

—Por supuesto— aseguró Elke mordiéndose el labio inferior—. Un paseo sería agradable.

—Además así podrías dejar de meterte en los asuntos que no te incumben, hijo mío— continuó la señora.

—¿Perdón?

—Tu escenita de ayer está en boca de todos. Esperemos que no se convierta en un escándalo— lo repudió refiriéndose a su actitud en el despacho del rey.

—Creía que tú serías más comprensiva, madre. Pero veo que eres igual que él.

—No te atrevas— se puso de pie colérica—. Sabes muy bien que soy yo quien sale siempre en tu defensa, a defender los platos rotos que dejas en tu camino.

—Yo no te pedí que lo hicieras— la desafió.

—No, claro que no. Porque a tí no te importa nada. Solo ves por tus propios intereses.

—¡¿Mis propios intereses?! —se puso de pie también—. Estoy tratando de salvar al reino, nada más que eso. Pero a nadie parece importarle. En cuanto a tus escándalos, poco me importan esas tonterías. Puedes cerrar la boca y mantenerte fuera mientras todo lo que conoces se derrumba. Y—tomó aire—, espero que cuando todo esto acabe sigas teniendo tu club de costura.

El príncipe se alejó hacia las puertas, a última instancia volteó hasta Elke, que estaba perpleja con la situación que se había dado, y dijo:

—Te espero en media hora junto a la entrada— luego salió del salón.

La reina seguía de pie, con el rostro contraído por la ira y la mirada perdida. Respiró hondo y tomó asiento.

—Lamento que hayas tenido que ver eso— dijo en un hilo de voz, estaba realmente afectada.

—Descuida, estoy segura de que todos llegarán a un acuerdo para el bien de todos— su tarea era apaciguar el momento, lo comprendió al instante.

—Eso no va a pasar— revolvió su plato con huevos—. Él y su padre son incompatibles. Nunca han coincidido en nada. Uno de los dos siempre terminará disconforme.

Elke bajó la cabeza, no sabía qué decir.

Los asuntos del reino se le escapaban. Karl decía que estaban en peligro y eso le asustaba. No quería perder a su familia, a Klaus... le aterraba pensar que todo lo que conocía, la ciudad entera fuera a caer. Por la guerra, ¡una guerra! Ni siquiera se lo imaginaba.

Karl le había dicho que ya estaban a las puertas o algo así. Había tratado de prestar atención pero siempre estuvo pensando en su incursión nocturna.

¿Klaus sabía sobre eso? ¿Acaso se imaginaba del peligro que corrían? Él tampoco querría una guerra pero... la guerra significaba que los gobernantes cambiaran y eso podía ser atractivo para él y los de su clase.

De su clase, se avergonzó por pensar de esa manera. Klaus no es diferente a mi. Nadie lo es.

Sin embargo ella creía que de haber una revuelta o una guerra, Klaus estaría muy feliz de ver a la monarquía caer. Lamentablemente ella estaba incluida.

La guerra frente a ellos, unos líderes que no se preocupaban. Tal vez debería huir. Que cobarde soy.

La reina, con una expresión indescifrable le puso azúcar a su té. Algo en ella le hacía pensar que todo estaba bien, pero tal vez fuera por sus propios miedos. En el fondo, todos sentían que algo iba mal, aunque se esforzaran por negarlo.

Elke no estaba segura de si ignorar la situación era mejor a correr presa del pánico. De todas maneras, todo estaba mal.

—Si me disculpa— dijo levantándose de su asiento—. Debo irme a poner otra ropa.

—Vete cariño— contestó la reina sin siquiera mirarla—. Que te diviertas en el paseo, espero que mi hijo no te aburra con su política.

—Gracias— fue todo lo que le pareció apropiado decir. Después de todo era la reina, nunca pero nunca debía de llevarle la contraria. Eso le habían enseñado, los reyes son supremos. Algo que le hacía ruido a veces, empezando por su dudosa moralidad.

Elke caminó por el corredor, levantando con las manos el vestido que era demasiado largo y arrastraba por el piso. ¿A quién se le ocurrió la graciosa idea? Ahora tengo que tener cuidado de no tropezar con nada o terminaré rodando por el suelo.

Cruzó junto a la puerta del servicio y trató de contener la idea de pasar a saludar, más específicamente a Klaus. Eso no era algo que una princesa haría, pero ¿qué era lo que una princesa hacía? De momento parecía que nada. Vida vacía, eso es lo que tiene una princesa.

De regreso a la habitación, Lena, quien ya había oído toda la conversación, la esperaba con nueva ropa junto a la cama.

—¿Dónde está Anna? ¿No debería ser ella quién me vista y no mi fantasma amiga?

—Anna ha estado ausente desde ayer a la tarde, tal vez le pasó algo o simplemente se consiguió un amante— dijo Lena divertida.

—No me imagino a Anna a su edad, teniendo un amante— repudió a su amiga.

—Hay lindos muchachos en la servidumbre, ¿quién sabe?

Elke desestimó el comentario y procedió a vestirse. El vestido que llevaba puesto estaba nuevo y recién planchado ¿por qué tenía que cambiarlo? Es un desperdicio.

—¿Sabes qué? Me quedaré con esta ropa—dijo con firmeza—. Ayúdame a abrochar los botones de nuevo.

—A sus órdenes señora— contestó Lena ayudándola.

—Lo siento, no pretendía ordenarte nada. Me cuesta mucho adaptarme a este mundo.

—No tienes que adaptarte a nada, cariño— sonrió Lena—. Solo sé tú misma.

—Ojalá fuera tan fácil.

—-------------

Esperó durante un buen rato. Era común que las damas se retrasaran, siempre tenían retoques que hacerse para verse más bonitas. Aunque Elke lucía naturalmente bonita.

Miró la hora en su reloj, daban las once de la mañana.

Había hecho que la cocinera le preparara una canasta pero llevar a la chica a un picnic en el campo. Un pequeño lujo dentro de los tiempos en que estaban.

No contaba con tanto tiempo, a las doce del mediodía tenía reunión con Mark. En realidad debería de haber estado en camino en ese mismo momento, pero debido a Elke, telefoneó a Mark y le dijo que tendría que esperar hasta la tarde.

Elke era especial, así que debía hacerse un espacio para estar con ella. Después de todo era su prometida.

Volvió a mirar el reloj. Por Loris, ¿dónde está?, se preguntó. Entonces sintió su perfume y se volvió a ver.

Desde dentro de la mansión, Elke descendía por la escalinata, con el mismo vestido que llevaba en la mañana.

¿Entonces qué estuvo haciendo todo este tiempo?

Uno de los criados le ofreció el brazo, ella lo aceptó. Parecía tener ciertos problemas con su vestido. Se las arregló bastante bien para continuar pero en el último escalón tropezó. Karl corrió hacia ella pero el criado la detuvo primero.

—¿Estás bien? —preguntó dejando ir al criado.

—Si, si— se había ruborizado de la vergüenza. Que adorable.

—No te preocupes, aquí todos nos hemos caído. Yo también— rio.

—¿Tú también? —quiso saber interesada.

—No, yo no— hizo una pausa sonriente—. Pero muchos otros sí. Nadie se salva de estas escaleras. Mi madre estuvo a punto de salir rodando una vez. Es por culpa de los vestidos, se empeñan demasiado en hacerlos largos y uno no puede caminar—la sostuvo por el brazo y caminaron un corto tramo.

—Bueno, no me haces sentir mejor pero si comprendida. Todo el día he estado luchando con el. Me gustaría regresar a los míos, las nuevas vestimentas son extremadamente incómodas— sonaba sincera.

—No se supone que sean cómodas— rio amargamente—. Mis propios trajes son demasiado apretados por un lado y muy sueltos por el otro. Se supone que debería poder montar a caballo con facilidad pero más de una vez he tenido que mandar a arreglar los pantalones para que cedieran lo suficiente sin romperse. Nadie te avisa lo que conlleva ser de la realeza.

—Debería sentirme aliviada— entró a reir—. Pero la situación me da risa. No me imagino a un príncipe con los pantalones rotos.

—Lo sé, lo sé— rio también conduciendola hasta los caballos que los aguardaban. El coche estaba allí también, ella prestó demasiada atención.

—¿Pasa algo? —dijo él.

—¿Cómo? No, no. Todo está bien— dijo haciendo una mueca de satisfacción fingida—. Solo me preguntaba cuándo podría ir a ver a mi familia.

—Oh, eso cuando gustes. Yo podría acompañarte.

—Claro, si. Aunque también puedo ir sola, ¿no?

Él negó con la cabeza mientras sonreía, comprendía muy bien cuando no era bienvenido. Debía darle su espacio, aún no se había adaptado al palacio y muy probablemente se sentía muy sola, rodeada de extraños. Era algo de esperarse. Se haría a un lado hasta que ella le invitara a formar parte. Mientras tanto él tenía muchos asuntos en qué ocuparse.

—Como te sientas más cómoda—agregó y le tendió la mano para ayudarla a montar—. La silla es para que montes de lado ¿sabes cómo hacerlo?

Elke lo miró mordiéndose el labio, últimamente usaba mucho esa expresión.

—No, pero aprendo rápido—dijo con velocidad.

—No creo que eso sea posible— lamentó—. No quiero ser el responsable de que te caigas del caballo.

—Vamos, Karl. Puedo hacerlo, solo dime cómo.

Lo pensó, lo hizo en demasía. Si se cae y se hace daño, nadie me lo perdonará jamás. Pero lo intentaremos y veremos cómo va.

—Está bien, pero debes hacerme mucho caso.

—Soy todo oídos.

Era muy hermosa y demasiado arriesgada para el entorno. Decía lo que opinaba, eso era difícil de hallar.

—Ven— la acercó al caballo, la tomó por la cintura con ambas manos y la subió, sentándola sobre la montura—. Coloca bien los pies en los estribos.

—¿Así?

—Exacto. Mantén las piernas relajadas, siéntate cómo te sientas más en equilibrio, la espalda recta y no te inclines hacia adelante y hacia atrás en exceso.

—Entendido.

—Sujeta las riendas—se las acercó y ella las apretó entre sus manos, como si tuviera miedo de que se le cayeran—. Trata de moverte con el caballo, eso te dará mayor equilibrio.

—Vale, creo que puedo hacerlo— dijo valientemente y con una chispa en sus ojos.

Karl montó y le enseñó cómo hacer que su caballo avanzara con un leve toque de las riendas. Y entonces el corcel caminó.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

—Fantástico, mucho mejor de lo que imaginaba.

—Me alegro— dijo contento—. Las próximas veces ya verás que mejoras. Suele dar un poco de miedo la primera vez.

—No siento miedo— dijo temeraria—. Creo que podría hacerlo por mucho tiempo.

—No te adelantes— la apaciguó—. Es bueno ir despacio.

Elke trató de imitar los movimientos de Karl.

—¿A dónde vamos? —preguntó ella.

—A los campos nevados.

—Pero estamos en primavera— dijo extrañada.

—Ajá, ahora no están nevados pero son igual de hermosos.

Dirigió una mirada fugaz a la chica, iba envarada en la montura. No puede no sentir miedo, es terca y sabe como ocultar sus emociones, me gusta, pensó para sí.

Avanzaron un rato más y decidió que era suficiente para el primer intento, no podía seguir viendo como forzaba la situación, no planeaba que fuera una tortura. Así que descendió del caballo y tomó a los dos por las riendas.

—No temas, ahora lo conduciré yo, no corres ningún peligro— dijo tratando de tranquilizarla.

—Estaba muy bien, no tenía miedo.

—No necesitas fingir, no saldré huyendo si tienes miedo de subir a un caballo. Además solo estás conmigo, nadie más va juzgarte— Elke se soltó un poco sujetándose de la montura y asintió con la cabeza.

—Mi primera vez fue caótica— confesó—. Golpeé muy fuerte al caballo con el pie y salió espantado a toda velocidad conmigo montado en él. Intenté detenerlo pero se me soltaron las riendas y con la velocidad solo llegué a agarrarme de la montura.

—¿Y qué pasó? —estaba interesada.

—El mozo de cuadra se adelantó con otro caballo, tomó las riendas y lo obligó a detenerse. Como verás, tu primera experiencia es muy buena en comparación con la mía— se sentía feliz de poder compartir su historia con ella, le daba confianza. Sentía que era una persona muy agradable con quien hablar.

—¿Cuántos años tenías?

—Siete.

—Oh, ... pensarás que soy una inútil.

—No pienso eso— dijo con una sonrisa en los labios—. No es obligación de las damas aprender a montar.

—Pero me hubiera gustado hacerlo.

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Sentados juntos en un hermoso jardín, él abrió la cesta que había llevado y sacó unos sandwiches de jamón y huevo. Le ofreció uno y lo recibió agradeciendo con la cabeza. Se quedó viendo el sándwich en la mano, se veía muy bien, claro... pero ¿cómo decirle que no le gustaba el huevo, sin ofenderlo? Parecía que tendría que comerlo sin chistar.

—¿Cómo es eso de que no has estado en la corte antes? —dijo Karl con curiosidad.

—Bueno— dio un pequeño bocado y cerró los ojos para imaginar otra cosa que no fuera el huevo que acababa de meter en su boca—. Yo decidí quedarme en casa, no se me da muy bien estar entre otras personas.

—Yo creo que lo haces muy bien.— El príncipe era muy optimista con ella. Si supieras lo que pasó anoche, no pensarías lo mismo de mi.

—Gracias. Tú también... bueno, claramente tienes que hacerlo bien— él se reía de ella o ¿con ella? —. Lo siento, a veces digo las cosas que pienso demasiado rápido, sin pasar el filtro de la cordura.

—No creo que estés loca— dijo con suave mirada—. Me gusta que te expreses así. La mayoría de las damas de la corte son demasiado refinadas y estiradas. Es un alivio encontrar a alguien con los pies en la tierra.

—No estoy segura de interpretar eso como algo bueno.

—Claro que sí— su mano se posó sobre la suya, tuvo el reflejo de alejarla pero entendió a tiempo que eso se interpretaría mal para él. Así que dejó que la tomara de la mano y jugueteara con sus dedos. Entonces vio la oportunidad para dejar el sándwich sobre el mantel donde estaban sentados.

Él se recostó al lado y ella lo miró, pensando con rapidez lo que debería hacer. ¿Acaso él esperaba que se recostara también o simplemente que lo observara descaradamente desde arriba, donde estaba sentada?

—Sabes— dijo Karl—. Me agrada que estés aquí. En medio de todo el mal que nos rodea, eres lo único que brilla en la casa.

—Yo no creo que... —él la calló.

—Claro que si— se enderezó—. Creo que me gustas.

Está bien. analizó. ¿Qué se supone que le conteste? Es mi prometido, estoy obligada a quererlo... ¿no? Eventualmente...

—Bueno— dijo e hizo una larga pausa. Él no pareció esperar su respuesta, simplemente asumió que algún día la obtendría.

—¿Qué te gusta hacer? —continuó él.

—Yo— se aclaró la garganta—. Toco el piano.

—Yo tocaba, cuando era niño. Podríamos tocar algo juntos. —Por la mente de Elke aparecieron las imágenes de la otra noche, tocando el piano junto a Klaus. Como se había sentido, la vida que había en ello. No era nada comparado con tocar el piano en el frío salón de té.

—Si, claro— le contestó sin dejar de pensar en la experiencia vivida. Casi podía recordar y sentir los dedos de Klaus junto a los suyos mientras componían la animada canción. El fresco de la noche y el regreso en bicicleta. Prometió no dejarla caer y había cumplido. Se le antojaba más divertido viajar en bicicleta que en caballo, eso por seguro. Se preguntó si lo que le gustaba más no era Klaus, en lugar de la bicicleta en sí. No debo pensar estas cosas y menos aún con Karl en frente —. Y dime, ¿qué te gusta a ti?

—Me gusta leer, debatir. Tuve un profesor cuando niño que siempre decía: "La felicidad del hombre radica en el conocimiento" Y no puedo estar más de acuerdo. También entreno, mucho. Como comandante de uno de los regimientos menores, tengo que mantenerme en forma igual que ellos.

—Me imaginaba, es decir. Se nota tu entrenamiento.

Él sonrió.

—Un día podrías venir a vernos en las prácticas. Sé que no es un lugar para una señorita, pero haríamos una excepción. Después de todo, no te pasará nada.

—Me agradaría— dijo en voz baja, tan baja que no se dio cuenta que él no había escuchado. Tal vez fuera porque no sentía lo que estaba diciendo.

—Bueno— dijo Karl—. Me temo que se está haciendo tarde y debo dejarte en el palacio antes de partir a mis obligaciones.

—Está bien. Lo pasé muy bien.

—Ese era el fin de la salida. Me alegro mucho, yo también lo pasé muy bien— le tendió la mano para que se pusiera de pie y juntó las cosas antes de guardarlas en las alforjas.

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