Capítulo 12
Habían pasado toda la tarde discutiendo. El rey junto a su secretario, asesores y ministros.
Todos y cada uno, aunque consternados por la noticia que Karl había llevado, aún tenían mucho que objetar.
—Tú dices que planean atacar Kily— dijo dubitativo Lord Struckan, el ministro de guerra.
—Estoy noventa y nueve por ciento seguro—contestó Karl—. Tenemos que enviar defensas.
—Ya lo dijo, majestad. Llegarán antes que cualquier ayuda que podamos enviar. Es imperioso que nos mantengamos al márgen y cuidemos las murallas de nuestra ciudad— agregó Lord Vidaly, el secretario del rey.
—¿Cuidar las murallas como hemos hecho hasta ahora? —se exacerbó Karl—. Quisiera recordarles que nuestro mayor aliado ha caído, no tenemos comunicaciones con nuestro embajador Lord Statsky y asumo que está muerto. Ahora, estamos en camino de sufrir la misma suerte que ellos— hizo una pausa—. Necesitamos adelantarnos al enemigo. No podemos pensar que somos fuertes cuando estamos a punto de perder un punto de control clave, y no hacemos nada para salvarlo. Basenhow se debe de estar riendo de nosotros.
—Creo que deberíamos entrar en negociaciones con Basenhow— sugirió el secretario—. Con la palabra, los pueblos se entienden.
—Estamos en una etapa en que la guerra aún puede evitarse— dijo el rey por primera vez durante toda la reunión—. Estoy seguro que podríamos llegar a un acuerdo.
—Basenhow ya está de camino a atacarnos, no van a hablar con nosotros— insistió Karl increíblemente sorprendido por las negativas que estaba recibiendo— mi informante fue muy claro con lo que pasaría.
—¿Tu informante? —se rio Lord Struckan—. Ya perdió la credibilidad la última vez— todos asintieron con la cabeza al pensar en aquella ocasión—. Nuestro informante oficial no se ha comunicado con nosotros.
—Tal vez ya esté muerto—sentenció Karl—. En cualquier caso, mi información es fiable— señaló un punto en el mapa desplegado sobre la mesa—. El ejército debe de estar por aquí si se supone que llegue a Kily en dos días. Nosotros tenemos de viaje unos trescientos kilómetros cuando mucho para llegar. Puede que...
—Habla claro, solo nos haces perder el tiempo— hostigó el rey.
—Kily está muy cerca de la ciudad del Reino de Pandera. Si los convencemos de luchar con nosotros.
—No sería luchar con nosotros sino para nosotros—dijo uno de los asesores del rey negando con la cabeza.
—No serían solo ellos, tenemos cientos de soldados en la fortificación— argumentó Karl.
—No hacen nada unos cientos contra miles. Lo siento chico, pero esta discusión ha terminado— cerró el rey a punto de levantarse.
—¿Y no piensas actuar? ¿Los dejarás morir sin más? ¿Qué clase de rey eres? —lo enfrentó y dirigió una fuerte mirada de disgusto.
—Hago lo que conviene a mi gente, deberías dejar de juntarte con esos amigos tuyos y traernos informaciones que no aportan más que descontento. Si lo que dices es cierto, Kily está perdida— acentuó poniéndose de pie y mostrando su grandeza—. No sacrificaré más soldados para satisfacer tu sed por la guerra.
—¡¿Sed por la guerra?! No puedo creer tu ineficiencia— escupió las palabras—. Nos estás condenando a todos. Cuando lleguen hasta nosotros toda la ciudad caerá y será por tu culpa.
—Ya fue suficiente.
—¡No es suficiente! No me iré de aquí hasta que todos hayan analizado mi propuesta con la atención debida.
—Dije que ya fue su-fi-cien-te— el rey empujó los papeles que estaban en la mesa, al suelo.
—Eres un pésimo rey—su voz tenía odio contenido.
—¡Guardias! —gritó el rey y dos soldados entraron al recinto—. Escolten a mi hijo a su habitación y asegúrense que allí se quede.
—¿Esa es tu forma de solucionar las cosas? —los soldados lo tomaron de los brazos y empujaron fuera de la habitación—. ¡Esto no se queda así, padre! —gritó a lo último saliendo al pasillo.
Se sacudió de los brazos de los soldados y alisó su ropa.
Viejo tonto, nos hundirá a todos. Se cree muy grande pero es extremadamente pequeño para los demás. En cuanto tomen Kily, seremos plato fácil de comer.
—Espero que hayas pasado un buen momento— dijo Klaus bajito, de camino al palacio sobre la bicicleta. Era tarde y ya la gente no estaba en las calles—. Ellos a veces pueden llegar a ser intensos.
—Para nada, me cayeron muy bien— Elke seguía con su optimismo—. Si pudiera no regresaría a casa.
—Y no lo hagas— dijo él ayudándola a bajar de la bicicleta.
—Sí y ¿qué haría? ¿Dónde viviría?
—Eso lo podemos remediar— sonrió.
—Es solo un sueño tonto, Klaus. Es más, creo que estoy diciendo tonterías por esa cerveza que me hiciste tomar— se echó a reír simpáticamente.
—Yo no la obligué, señorita—se sentía feliz de estar allí con ella, alejados de todo. Ojalá siempre fuera así.
—Algo así— le devolvió la sonrisa—. En cualquier caso, tenemos un tema pendiente a discutir.
—¿Cuál?
—Tu fuego, quiero que me digas cómo lo haces.
—¿Esto?— alzó la mano y creó una pequeña llama—. No sé cómo lo hago ni porqué, solo pasa— se encogió de hombros—. ¿Y qué tal tú? ¿Hay más gente con nosotros ahora?
—Solo Lena, me está esperando junto a la puerta para ayudarme a entrar fácil— confesó.
—¿Vino con nosotros? —no le gustaba la idea de gente invisible siguiendolo.
—No, se quedó aquí.
—Que alivio— suspiró Klaus.
—¿Por qué? —quiso saber.
—No lo sé, se siente raro que haya otras personas alrededor y no saberlo. Pero entiendo que es normal para tí y bueno, tendré que acostumbrarme si nuestros encuentros se repiten— volvió la cabeza tratando de ver algo en la oscuridad, pero no vio a ninguna chica. En su mente los fantasmas vestían de blanco con ropas rotas y cadenas en los pies. Probablemente se equivocaba y a lo de las cadenas en realidad no le encontraba real sentido.
—¿Crees que podemos repetir lo de esta noche? —se había quedado pensativa.
—Si tú quieres, yo estoy muy dispuesto.
—Vale, ¿la tía Rosanelda me enviará una carta?
—Eso, o podrías visitar a tus padres. Yo estaré encantado de llevarte— dijo un poco insistente.
—Me gusta la idea, pasaré a visitarte.
—Esperaré ansioso, hay mucho que quiero mostrarte.
Siguieron el camino acercándose a la entrada de servicio, que permanecía cerrada, hasta que ella habló:
—¿Cómo te hiciste esa cicatriz?
—¿Cuál? ¿Esta? —señaló con el dedo la cicatriz que reposaba sobre su mejilla.
—Si, esa misma.
—Hace unos años hubo una revuelta. Bueno, ya sabes que las cosas estuvieron duras, principalmente para los míos. La enfermedad nos avanzaba y los nobles nos dejaron fuera, a disposición de la muerte. Algunos nos sublevamos y marchamos a favor de lo que nos correspondía. Nos respondieron con violencia, un soldado me golpeó con el bastón justo aquí— señaló la cicatriz—. Caí inconsciente y mis amigos me sacaron del escenario.
—Lamento oír eso.
—No lo lamentes, es un recordatorio de quiénes son ellos y quién soy yo en la ecuación.
—Pero hablas conmigo— tenía un gran signo de interrogación en la cara.
—Eres la excepción, no eres como ellos.
—No me conoces.
—Quisiera conocerte.
—------
Lena la guió por el pasillo a oscuras una vez que se hubo despedido de Klaus. Caminó en silencio, siguiendo las indicaciones que le daban. En el vestíbulo había oscuridad, los guardias debían de estar del otro lado de las puertas porque allí no había nadie, para su suerte.
Subió los peldaños de la escalera con sigilo, mirando a ambos lados. Siempre dejaban algunas luces encendidas para los guardias que hacían sus rondas.
Una vez arriba, avanzó por el corredor. Todas las puertas de las habitaciones estaban cerradas, no podía creer que hubiera sido tan fácil.
El gran ventanal hacía entrar la luz de la luna y todo tenía un aspecto fantasmal. A Lena no le hubiera gustado que le comentara aquello.
Llegó a su puerta y la empujó mientras oía el sonido de otra de las puertas abrirse. Se metió rápidamente a la habitación pero una voz la llamó.
—¿Elke? —era el príncipe, con suerte no había visto cómo iba vestida. Apenas si asomó la cabeza.
—Si, si— se quitó la boina velozmente—. ¿Necesitabas algo? —dijo con voz un poco fuerte.
—¿Qué haces despierta a esta hora? —se acercó despacio.
—Yo, no podía dormir y salí a dar un paseo. —Lena asintió satisfecha con su respuesta.
—No te culpo, yo tampoco puedo dormir. ¿Te gustaría dar otro paseo conmigo? —sonaba un tanto abatido y le dio pena decir que no.
—¿Me esperas que me cambie la ropa? No estoy muy presentable.
—¿No estabas fuera recién?
—Si— dudó y Lena le dio aliento—. Pero no estoy realmente presentable, no quisiera lucir así frente a tí.
—Vale, te espero.
Cerró la puerta y corrió a quitarse los pantalones y la camisa, Lena desprendió con cuidado sus botones. No quería romperlos y era muy importante que no lo hiciera. Con esa camisa tenía que ver a Klaus la próxima vez. Pensando en Klaus, ya estaba ansiosa por volver a verlo.
Levantó los brazos en alto y Lena escurrió el vestido por su cabeza, sujetándolo por la espalda. El vestido era ceñido al cuerpo, costó subir el cierre mientras Elke contenía el aire.
¿Por qué los vestidos tienen que ser tan incómodos? Ahora que probé la ropa de hombre, nunca me había sentido tan libre.
Se calzó de nuevo los zapatos y salió acomodándose la trenza despeinada por la boina.
—Ya estoy— sonrió saliendo de la habitación, no muy segura de que él hubiera distinguido esa sonrisa. La luz del ventanal alumbraba muy poco.
—Vamos— él le tendió el brazo y lo tomó—. Tendremos que hacer esto en mucho silencio, no queremos despertar la atención de nadie.
Ella asintió.
Caminaron despacio, apenas acariciando el suelo con los pies, moviéndose en secreto. Elke se sostuvo fuerte de su brazo mientras bajaban las escaleras con rapidez, el príncipe sonreía de manera divertida por su travesura, aunque ella sospechaba que huir de su habitación era algo que hacía a menudo. Si supieras la aventura que acabo de tener, te caerías al suelo del disgusto.
Llegaron prontamente al gran corredor de los ventanales y él corrió el pestillo saliendo al jardin que se veía demasiado calmado, con las altas sombras de los árboles acechando a la distancia.
—Me gusta venir aquí de noche— confesó—. Me ayuda a pensar.
—¿Y en qué estás pensando últimamente? —trató de mostrar interés.
—En la guerra que se nos viene encima, en el pueblo.
—¿Piensas en el pueblo? —se asombró ella.
—Claro que sí— afirmó firmemente—. Seré rey algún día y muchas cosas que hoy son de cierta manera, tendrán que cambiar. Sin embargo— su tono de voz era derrotista—. Si todo sigue así y mi padre no deja de ver más allá de su propia mano, esta ciudad y todo lo que conocemos cambiará rotundamente.
—¿A qué te refieres? —no entendía nada.
—La guerra Elke, se aproxima y a nadie parece importarle.
—A mi me importa.
—No es suficiente, vamos a ser atacados. Todos nosotros moriremos. Seremos los primeros en hacerlo— negó con la cabeza—. Lamento haberte metido en esto. Deberías estar con tu familia, segura. Al menos por un tiempo.
—No voy a renunciar ahora— se halló diciendo aunque en realidad esa idea era la que más le satisfacía. Sintió inconscientemente que su deber era enfrentar lo que le tocaba, si renunciaba sería una cobarde.
—Es muy dulce de tu parte, igualmente creo que es lo mejor— se detuvo frente a ella y peinó un mechón de su pelo que ondulaba despreocupado fuera de su trenza.
—¿No debería ser yo quien elija qué es lo mejor para mí?
—Las cosas se pondrán feas, Elke.
—No me importa. — Tal vez esta sea mi oportunidad de hacer un cambio.
—Me alegra oírte decir eso— la luz de la luna iluminó su sonrisa sincera y vio como se acercaba peligrosamente a ella. Sus labios presionaron los suyos y no entendió qué estaba pasando. Es decir, si, no era tonta. Pero no se lo había esperado. Karl obviamente la había elegido por su físico y no por su intelecto. En su interior sabía que todo estaba mal y el rostro sonriente de Klaus apareció en su nublada mente.
Karl se alejó despacio y acarició su rostro con los dedos. Luego sonrió, ella lo imitó. ¿Y ahora qué? ¿Cómo cambia esto para nosotros? No quiero que cambie nada, aunque tal vez si así lo cree él, pueda tener más libertades y mis encuentros con Klaus sean más fáciles. O puede que sea todo lo contrario, no lo sé. En cualquier caso, ya no puedo salir de este aprieto.
—Me alegra estar contigo esta noche— dijo él.
—A mí también— contestó, imaginó que eso era lo que él deseaba oír y se lo dio.
—Es bastante tarde, ya ha pasado la medianoche. Te acompañaré a tu habitación.
—Gracias. Por Loris, gracias que esto se termina.
Caminaron despacio, como si él estuviera atesorando cada momento. Se aseguró de que el pestillo del jardín quedara bien cerrado y la condujo del brazo hasta su habitación en el segundo piso.
—Buenas noches, Elke— dijo con suavidad.
—Buenas noches, Karl.
Cerró la puerta dejándolo afuera. Tal vez un poco fuerte, estaba apurada por refugiarse en la oscuridad del cuarto. Lena la miraba, había presenciado todo y no sabía qué decirle. Un signo de pregunta se dibujaba en su rostro.
—¿Qué quieres que te diga? —preguntó Elke bajito por miedo a que Karl no se hubiera alejado aún.
—No lo sé, ¿qué sientes? ¿Era lo que deseabas?
—Ya sabes que no, me gusta Klaus— Oh cielos, lo dije en voz alta.
—¿Estás segura? Ahora todo podría cambiar, el príncipe parece bueno y es un muy buen candidato para tí. Parece que te quiere.
—Quiere a la imagen, lo que represento. No me querría si le digo que veo a los muertos y pasé la noche apostando en una partida de póker.
—¿Eso hiciste?
—Si, y lo disfruté.
Lena la ignoró.
—Ven que te ayudo a desvestir, es tarde.
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